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Número 145-146

Serie XV

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La causa del mal

LA CAUSA DEL MAL
POR
EUGENIO VEGAS l.A.TAPm.
En su número 85, ACCIÓN ESPAÑOLA del 1 de marzo de
1936, publicaba el último de stt,r editorides: LA CAUSA DEL
MAL, debida a la pluma de nueswo ttmigo Eugenio Vegas
Latapie,
académico numerario de la Real de Ciencias Morales
y Secreta,rio del Consejo de Estado, Este editorial le vaJi6 ser
ghdonado
con

el
premio "Luca de Tena 1936", y fue re­
producido en la ANTOLOGIA de ACCIÓN EsP AÑO LA, publi­
cada en Burgos, un año después, Su contenido, que era en­
tonces de gran actualidad, sigue siéndolo hoy en idéntico si
no
mayor grado. Por

eso,
creemos oportuno reproducirlo aqui
en VERBO seguros de que par-, nueswos lectores les será mo­
tivo de seria reflexión y ensefúmza.
España

agoniza de ignorancia desde que
o;lvidó los
verdaderos
principios religiosos, sociales
y políticos. Hace dos siglos que sus
clases directoras, las que en roda
sociedad digna de tal nombre bacen
el oficio de cabeza, han venido abdicando lentamente sus funciones,
con lo que dejaron a la multitud, sin pastores ni maestros, en e1l
mayor abandono y la más tremenda confusión.
El

mal de
España no es otro que la carencia de minorías direc­
toras
dignas de tal nombre. Una minoría de conquistadores en el
siglo
XVI civilizó y evangelizó todo el mundo. Pero aquellos esfor­
zados varones llevaban en una
mano la Cruz y esgrimían con la
otra la espada. La fuerza abría camino a los misioneros y amparaba
sus
vidas; con
ellos llegaba la verdad.
En el siglo
XVIII, unas clases directoras, infeccionadas del es­
cepticismo filosófico francés, dejaron de creer en ella;
y haciendo
caso omiso de sus fueros y derechos, se
dedicaron a

sembrar los
principios revolucionarios. En esros principios, triunfantes en Fran-
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da en 1789, se encuentra ·en germen, como muy acertadamente ob­
serva Spengler, el anarquismo y bolchevismo que hoy nos amenaza.
Durante siglo
y medio, casi ininterrumpidamente y sin excepción,
las clases directoras de España se

dedicaron a descatolizar y desespi­
ritualizar a

nuestro
pueblo. Dos veces la Revalución venció en guerra
a

los defensores de la Religión
y de la Pattia que se acogieron a la
bandera de los pretendientes de la
dinastía carlista. En sus filas había
pocos pensadores y pocos aristócratas; fas nutrían, en cambio, copio­
samente el clero y el pueblo. No sólo Cataluña y Navarra y Valen­
cia y las Vascongadas se destacaron en estas que Menéndez y Pelayo calificó muy acertadamente de guerras de religión; también registta
la historia hechos gloriosos de los tercios
y batallones castellanos,
andaluces
y gallegos. Pero ni el esfuerzo heroico ni la sangre de los
mártires pudieron
impedir el triunfo

de la Revolución. Los carlistas,
tantas veces vencedores en el campo de batalla, no lograron salir
triunfantes de ningún combate en
el campo del pensamiento, que es
donde definitivamente se liquidan las grandes querellas.
La causa de
la Religión
y de España, cuya defensa asumieron los príncipes car­
listas, fue pródiga en héroes,
peto careció
de peusadores
y de estu­
diosos, que, en los años de paz, conservaran y acrecentaran !las ener­
gías de la España católica, reafirmándola en la verdad de su Santa
Causa a
la luz
de los
desasttes que
sus triunfantes rivales, los
secua­
ces

del liberalismo, coleccionaban apresuradamente.
Hasta el último cuarto del siglo
XIX tuvo, sin embargo, la causa
de la verdad, ya que no una pléyade de maesttos, un crecido núme­
ro de sacerdotes y prelados que, a riesgo de rigores, repetía sin des­
canso las condenaciones que, reiteradamente, había lanzado Roma
contra los principios fundamentales del entonces llamado Estado
nuevo. Mientras no faltaron quienes predicaran contta el liberalismo, la
separación de

la Iglesia y del Estado,
el mattimonio civi:1, el di­
vorcio, la escuela sin Dios, hubo luchadores que salieron al campo
a defender a precio de su vida las
bases de la civi:llzación cristiana.
Pero
llegó un tiempo en
que se

pretendió conciliar los prin­
cipios de
la Revolución

con
el interés

egoísta de los católicos. Tras
D. Alejandro Pida!, fueron muchos los prelados, los religiosos
y los
seglares que quisieron convivir con la Revolución disimulada
y sorda
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LA CAUSA DEL MAL
que, para desgracia de España, inoculó Cánovas en las instituciones
de
la Monarquía restaurada. Fueron registrándose bajas entre los
defensores de
la verdad íntegra, ron lo que se dilataba el campo de
los satisfechos con
las exterioridades de una Monarquía católica; y
así transcurrían aquellos días de España,
aparentemente apacibles,
entre
los que es preciso contar como especialmente lamentable aquel
del año

1906, en que, no obstante haber sido vencida en reñida con­
tienda la
llamada teoría de! "mal menor", la parte más importante
del
catolicismo español se

decidió a ingresar alegreroente en el
ana­
tematizado

Estado liberal que de un modo fatal, por
razón de
su
misma esencia, había necesariamente de arrastramos a ia situación
presente. No faltó entonces quien propagara, con reiteración,
máximas tan
falsas como
la de que el derecho públiro no es católico ui protes­
tante; ni quien sostuviera
la torpe afirmación de que el día en que
los anarquistas conquistaran la cumbre de la legitimidad por medio
del sufragio, había que acatar al
anarquismo. Los maestros del ca­
tolicismo
español prefirieron,
tras largas décadas de lucha,. reconci­
liarse con el Poder público
para vivir
tranquilamente
durante algún
tiempo,

mientras daban al olvido el deber elemental de advertir a
los demás del peligro que se les venía encima, y ungían, poco menos
que como a caudillo del catolicismo español, al mismo hombre que
sustentaba con tan buena voluntad como grave error 'las dañosas
doctrinas.
En

aquel medio de
paz aparente y progreso material, de euforia
y optimismo de todas nuestras clases directoras, políticas, eclesiásti­
cas, militares e
intdectuales, eran
voces que clamaban en
el desierto
los que -fundadas en la verdad y en la historia- se hacían oír de
vez en vez; en 1910, por ejemplo, era Menéndez
y Pelayo quien,
con ocasión del centenario de Balmes, pronunciaba aquellas palabras
tantas veces reproducidas en nuestras columnas: "Hoy presenciamos
el
lento suicidio de un pueblo que, engañado mil veces por gárrulos
sofistas,
empobrecido,
mermado y desolado, emplea en destrozarse
las pocas fuerzas que le restan,
y, rorriendo tras vanos trampantojos
de
una falsa y postiza cultura, en vez de cultivar su propio espíritu,
que es
,el único que redime y ennoblece a las razas y a las gentes,
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hace espantosa liquidación de su pasado, escarnece a cada momento
las sombras de sus progenitores, huye de todo contacto con su pen­
samiento, reniega de cuanto en la historia los hizo grandes, arroja a
los cuatro vientos su riqueza artística y contempla con ojos estúpidos
la destrucción de la única España que el mundo conoce, de la única
cuyo recuerdo tiene virtud bastante
para retardar nuestra agonía."
En 1913 era Vázquez Mella quien, ante el nuevo ataque que los mi­
nistros de la sedicente Monarquía Católica dirigieran contra la Iglesia,
exclamaba: "¿Volverá el
sfilencio a
extender sus negras alas sobre
nosotros y a recogerlas sólo algún tiempo para que se oiga y se per­
ciba mejor el crujido del templo que se desmorooa, de la lámpara
del santuario

que cae, de las disputas de los fieles entte sí, y hasta
el
sollow de

los
cruzados que
dejan en el suelo
las espadas para lle­
varse a los ojos

los pañuelos?"
Y más adelante añadía: "Cuando no
se
puede goberoar desde

el
Estado con
el deber, se gobierna desde
fuera, desde
la sociedad, con el derecho. ¿ Y cuando no se puede
gobernar con el derecho solo, porque el Poder no lo
reconoce? Se
apela

a la fuerza para mantener el derecho y para imponerle. ¿Y
cuando no existe la fuerza? Nunca falta en fas naciones que no han
abandonado totalmente a Cristo, y menos en España; pero si llegara
a
faltar por

la desorganización, ¿qué se hace?, ¿ttansigir y ceder?;
no. Entonces se va a recibirla a las catacumbas y al circo, pero no
se cae de rodillas porque estén los /dolos en el Capitolio."
Nuestras clases
direcroras, sordas
a los repetidos
avisos de
los
pocos hombres
clarividentes que

había en España, cerrados los ojos
a todo estudio profundo de
las realidades nacionales, attumbados los
libros de historia y de derecho público cristianos, creyeron, en su
ceguera, que España era un edén, un verdadero anticipo de la
gloria,
y por los días de la consagración oficial de la nación al Corazón de
Jesús
en el
Cerro de los Angeles, muchos religiosos
y elevadas dig­
nidades
eclesiásticas estimaron

que había llegado el momento de
sustituir en aquella promesa que anuncia que el
Corazón de Jesús
reinará sobre España
el futuro

por el presente.
La ceguera unánime
de
esas clases

directoras no podía ser
más ,rbsolura. A fuerza de no
querer enterarse, como era su obligación, de
las verdaderas doctrinas
que deben regir la vida de los Estados, creían vivir en el mejor de
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los mundos. Las insistentes y reiteradas enseñan.zas de los Pontífices,
principalmente de
Pío IX,

León XIII
y Pío X; los terribles vaticinios
de Donoso
Cortés, Balmes, Aparisi, Menéndez y Pelayo, Nocedal y
Mella, por no citar más que autores nacionales; las sombrías pers­
pectivas que se presentaban a la vista de cuantos dirigían su mirada
sobre la
reailidad de la vida española, todo esto permanecía olvidado
y desconocido para todos ios elementos directores de nuestra vida
pública. Convivían gustosos con el sufragio universal, que, según
Cánovas profetizó, habrá de llevamos al comunismo, sin recordar que
la
Verdad
y la Razón son independientes en absoluto, y las más de
las veces, contrarias de la voluntad de la multitud; respetaban, sin
combatirlas, todas las libertades que antaño
nuestros obispos y nues­
tras abuelos atacaron sañudamente titulándolas "libertades de per­
dición"; nadie protestaba contra la deformación de las inteligencias,
producida, so capa de
enseñanzas modernas,

desde las cátedras uni­
versitarias; nadie
articulaba tampoco un sistema verdadero de doc­
trinas,
ni recordaha nadie la obligación que se tiene de luchar y mo­
rir

por
ellas.
Los más de los componentes de nuestras clases directoras eran, en
su vida privada,
hombres bondadosos,
bienintencionados y cumpli­
dores de sus deberes religiosos. Pero como se habían dado
al olvido
las enseñanzas de la Iglesia en
orden a

la actuación en la vida pública,
y como nadie jerárquicamente autorizado se preocupa!ba de recor­
darlas, venía a oomprobarse una vez más, a nuestra rosta, la verdad
de aquellas palabras de Le Play: "Los errores,
más que los vicios,
son los que corrompen a los pueblos."
En tal estado de olvido, o, por mejor-decir, de ignorancia de las
verdaderas doctrinas sociales y políticas, llegó el año 1923, y oon él
el advenimiento de la Dictadura. El general Primo de Rivera, cris­
tiano,

patriota y esforzado, fue durante
algunos años
dueño de los
destinos de España. Pero
por nuestra ma,la fortuna fue un dictador
sin doctrina; la ausencia de ese
oontenido doctrinal
que nadie sol­
vente y autorizado -Iglesia,
agrupación cultural o

pattido político-­
supo ofrecerle, impidió que
llegara a oonstruir nada

estable. Y, en
1930, caída la Dictadura, nuestras clases directoras, unánimemente
ciegas
por su falta de

información
docttinai, estimaron
llegado
· el
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momento de volver al estado de paulatina descomposición desrerra­
do
temporalmente en
1923; lamentable operación a la que solía
aludirse con una designación que hoy nos parece sangrienta: "la
vuelta a
la normalidad". Y la vuelta a la normalidad no fue realmen­
re más que
el deseocadenamiento
de una furibunda y calumniosa cam­
paña de prensa y de tribuna, y la reiteración
por todos del viejo y
manido
dislare de

que la multitud, por
vía del

sufragio, era dueña
y señora de los destinos de
España. Las clases directoras, por culpable
igoorancia, habiao traspasado

a las masas el ejercicio de la soberanía,
y éstas, en lógico ejercicio de esta soberaoía, expulsaron de los pues­
tos directores a los que las habíao favorecido.
El 14
de abriil no fue
sino la consecueocia lógica de los principios doctrinales en que se
basó la Restauración canovista; y los incendios del 11 de mayo, como
las tiránicas y persecutorias 1eyes posteriores, no eran más que la
consecoencia inevitable de las propagaodas que durante largos años
gozaron del consentimiento y aun de la protección de los ministros
de la Monarquía liberal.
Si en 1923 o en 1931 hubiese existido, como en 1870, un partido
tradicionalista fuerte en que poder agruparse
las masas católicas,
muy distintos y más risueños hubieran sido los derroteros de la po· lítica española. Pero
faltaba ese

fuerre partido netamente católico;
los jerarcas de la Iglesia española y, siguieodo sus
pasos, los más de
los
religiosos y de los fieles, habían
pactado de hecho con
los
falsos
principios de la Revolución a cambio de una precaria tranquilidad; faltaba una escuela seria y fecunda que enseñase y defendiese los
dogmas fundamentales de la verdad política y los postulados del de­
recho público

cristiaoo, fuera de los coales es imposible hallar la salud
e inútil perseguirla. Para llenar esre vacío nació
ACCIÓN EsP AÑOLA, en la que se
agruparon inicialmente unas -cuantas inteligencias que, individual­
mente, habían resistido a
tanta desastrosa concesión, sin renegar de
las verdaderas doctrinas, y vceníau de los partidos tradicionalistas, del
campo católico sin filiación política, o aun de vuelta de algunos de
los partidos fieles a la dinasda que acababa de caer.
ACCIÓN EsPA·
ÑOLA no intentó monopolizar ninguna doctrina, ni mucho menos
pretendió atribuirse la. paternidad de la que defiende. Su propósito
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es más modesto y, a la vez, más generoso. Ha pretendido llenat el
vacío
qne
la falta de visión política qne aún sigue siendo caracterís­
tica de
todos los ditecrores de
los
grupos que
se dicen contrarrevolu­
cionarios, dejaba abandonado para que acaso volviera a
colmarlo el
error.
Por desgracia,

la incultnra política subsiste, e incluso es
fo­
mentada; y así vemos, a beneficio. de expedientes de momento, cómo
se postergan los problemas doctrinales y la creación de un ambiente
saludable.

Los partidos
contrarrevolucionarios, lejos
de
dedicatse prin­
cipalmente

a
propagar y difundir el ideario que debieran defender, se
olvidan de la suprema verdad política de que
las ideas
gobiernan a
los pueblos,
y dedican todos sus esfuerzos y energías a servirse de las
instituciones revolucionarias, a la vez que familiarizan con ellas a
sus afiliados, a las que van tomando apego, con Jo que, perdidos de
vista los fines perseguidos, se truecan de hecho, a su pesar, en agen­
tes y auxiliares de la Revolución.
El carácter predominantemente electoral de los partidos políticos
que se dicen
contrarrevolucionarios les

ha hecho
olvidar, en
la pre­
paración de las elecciones
y en la lncha por las actas, su verdadera
misión de

destruir,
por todos

los medios lícitos,
las instituciones re­
volucionarias y, entre ellas, las falsas libertades y el sufragio universal.
El desconocimiento de las verdades políticas
y sociales por parte
de

las clases
directoras durante cerca

de dos siglos ha sido la causa
de que el
mal introducido por los ministros de Carlos III creciese
y se propagase, haciendo estériles todos los esfuerzos en contrario,
hasta traemos a la angustiosa situación en que nos encontramos.
Mientras perdure la incultnra política, que hoy continúa reinando,
será inútil cuanto se haga para sacarnos del
caos actual.
Sólo en

el
camino del
saber
encontrará luz
la
fe patriótica y po­
lítica, y así solamente los sacrificios y la sangre que habrán de exi­
girse darán el fruto saludable que no consiguieron obtener los gene­
rosos
esfuerzos prodigados
en el
curso del pasado siglo.
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