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Número 145-146

Serie XV

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Eugen von Böhm-Bawerk: La teoría de la explotación

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
E.
v. Bohm-Bawerk: LA TEORIA DE LA EXPLOTACION (1).
Acaba de publicarse
en español el célebre capítulo XII de la
gran obra de Eugene von
Bohm-Bawerk Kapital und K"flitalzim, en
el deseo de poner al alcance de los lectores de habla hispana la mar­
xista teoría de la
explotaci6n y

la crítica que de la
misma hiciera
el pensador austríaco. La obra tiene i,nterés, sobre todo en estos mo­
mentos, cuando las gentes
pregúnranse qué predica en

verdad
el so­
cialismo y cuáles alternativas pueden a tal pensamiento oponerse,
si es que ello fuera oportuno. La introducción a la citada traducción
española pretende

facilitar la
labot del

lector con párrafos como los
siguientes
escasamente modificados,

adicionados no obstante con
pensamientos de

común conocimiento
hoy entre economistas, de
los
cuales, sin
embargo, pacece las gentes todavía no se han debidamen­
te percatado.
En el Manifiesto Comunista (1848), Mane y Engels, para termi­
nar
con la
e,:plotación del trabajador por parte de la burguesía, tra­
zan el

siguiente
programa, dócilmente aceptado hoy por "El proletariado debe aprovechar su supreQlllCía para arrebatar el
capital

a la burguesía,
centralizando. todos los medios de producción
en manos del Estado, o

sea en
manos del
propio proletariado
cons­
tituido

ya en clase rectora. S610 mediante despóticas
agresiones al
derecho privado

de propiedad y a
las demás instituciones en que
se
basa la producción burguesa podtá ello alcanza,:se. Y si bien
habrá, al príncipio, que recurrir a arbitrismos carentes de

justifica­
ción desde un punto de vista
económico, la

propia
mecánica de tales
medidas hará inevitables sucesivos ataques aJ. orden social, con lo
que se
acabará por revolucionar enteramente el actual sistema pro­
ductivo.
En los países más avanzados convendrá generalmente adoptar
las siguientes disposiciones:
(1) Vid. La Teoría de la Bxplot«ión, E. v. BOhm-Bawerk, Editorial
Mirasierra-Unión Editorial, Madrid,

1976.
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l. Suprimir la propiedad agraria, cuyas rentas se destina·
rán
a fines de
interés público.
2. Imponer un duro y progresivo impuesto general sobre
la
renta
de las personas físicas.
3. Abolir toda institución hereditaria.
4.
Confiscar los bienes de oponentes internos y exiliados
políticos.
5. Nacionaliza.r el crédito, mediante la implantación de una
banca enteramente dirigida pot el Estado.
6. Estatificar asimismo los medios de transporte y comuni­
cación.
7. Ampliar la esfera de actuación de las industrias estata·
les.
8.
Imponer a

todos
la obligación de trabajar.
9. Asimilar campo y ciudad, mediante el opottuno control
de

los movimientos migratorios.
10. Implantar
la ioorrucción pública obligatoria, a través de
escuelas
y establecimientos exclusivamente regidos por
el

Estado" (2).
La Teoría de la Explotiici6n, como es bien sabido, en definitiva,
asevera que,
bajo un tégimen de
mercado,
los poseedores del

capital
explotan a los obreros al pagades, por su contribución laboral, me­nos de Jo que la misma en realidad vale, enriqueciéndose con la co,.
rtespondiente diferencia o plusvalía, arteramente detraída a los tra·
bajadores.
Esta doctrina de rancio abolengo, defendida a Jo largo de los si­glos

por múltiples autores, constituye
el pensamiento fundaroenral
de Marx, plasmado definitivamente en el tomo primero de El Ca-­
pita/, (1867), sin que ninguno de sus epígonos haya agregado nada
nuevo.
Marx, en El Capital, comienza por plantear el problema del valor
-por qué va/,e más, para las gentes, el oro que el h,erro-, tema
que tanto atormentó

a
fos economistas

sus
predecesores, particular·
ro.ente
desde

que Adam Smith, en
The Wea/,th of Nation.r (1776),
intentara derechamente

abordarlo, con poca
fortuna, por cierto.
Amparándose en Aristóteles, quien, efectivamente (Etica a Ni­
cómano, I, C., cap. V), había dicho que "no puede haber cambio sin
igualdad ni igualdad sin conmensurabilidad", Marx piensa que para
que dos cosas fueran intercambiadas libremente habrían, por fuerza
(2) Vid. M.anifiesto, 74 y 75 (Progress Publishers), Moscú, 1975, Edi­ción en lengua inglesa.
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de tener el mismo valor, pues nadie canjearía. un bien más valioso
por otto menos aprecii,ble (3). ·
Pero, en tal sentido -pregúntase nuestro autor-, siendo las
mercancías tan dispares entre sí, ¿cuál puede ser ese elemento común
que
las iguala, en el. plano valorativo, al intercrunbiarse? ¿Por qué
cinco lechos

-escribe
citando a
Aristóteles-
valen lo mismo que
ima casa? Y expone su conocida ecuación de intercambio:
"Tomemos ahora dos mercancías, por ejemplo,
trigo y
hierro. Sea cual fuere su relación de cambio, siempre podrá
represenwse mediante una ecuación en que una cantidad de
trigo
se
considere igual a una cualquiera de hierro, por ejem­
plo: un quarter de trigo = x kilogramos de hierro. ¿Qué
significa esta ecuación? Significa que dos objetos diferentes,
un qU11Tter de trigo y x kilogramos de hierro tienen algo en
común.
Por
tanto, ambos son semejantes a un tercero que no
es ni el uno ni el otro. Cada uno de ellos, en cuanto valor de
cambio, debe ser
xeducible al
rercero, independientemente del
otro.
Este algo en común no puede ser una propiedad natural
cualquiera, geométrica, física, química, etc. Dejando a un lado
el valor de uso de las mercancías, sólo queda a
las mismas
una cualidad (común),
.la de

ser productos del trabajo. Por
tanto, lo que determina la cantidad de valor de un artículo es
el quantum · de trabajo necesaxio para su producción en una
sociedad dada. Cada mercancía particular se considera en ge­
neral como un ejemplar medio de su especie. Las mercancías
que contienen cantidades de trabajo iguales o pueden ser pro­
ducidas en el mismo. tiempo, tienen el mismo valor. El. valor
de una mercancía es al valor de cualquier Otra lo que el tiem­
po

de
trabajo necesario para

la producción
de la una es al
tiempo de
trabajo necesario para la producción

de la
Otra" (4).
El valor de las m&caocías depende, pues, para Marx en palabra:;
del profesor Prados Atrarte, "de una cualidad común a todas. ellas,
que no es Otra cosa que el trabajo humano incorporado. Los bienes
en
los que se ha incorporado trabajo humano contienen va!lor y. ca-
recen de él en caso contrario" (S). · ·
Partiendo de tal base, Marx pasa a describir cómo opera en el
m&c:ado el capital y cómo obtiene su injusta plusvalía. El capita-
(3) Vid. El Capital, Madrid, 1967, EDAF, I, 62 y 63.
(4) E/ Capital, I, 41 y sigs.
(5) Prólogo del Prof. Jesús Prados Arrarte a la citada edición española
de El Capital, XLIJI.
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lista comienza por adquirir las materias primas o los productos se­
mifacrurados
que
precisa. Por tales factores paga el
precio corres­
pondiente,

digamos seis.
· Busca seguidamente

los trabajadores nece­
sarios y es a
éstos a

quienes engaña, pues
si la contribución laboral
de los mismos, unida a los anteriores materiales, va a pnxlucir una
cosa que se venderá por diez, lejos de pagarles cuatro, como sería lo
procedente,
ya que es ese trabajo lo que va a
transformar un
valor
de seis en un valor de
diez, entrégales

sólo dos, lucrándose con la
correspondiente diferencia.· Tan increlble timo, en la práctica, se
perfecciona, obligando

a los obreros a trabajar
impagadas horas ex­
traordinarias.
El valor de la mercancía trabajo -en opinión de Marx-se
determina, corno el de cuaJquiet otra mercancía, por el tiempo la­
bora! necesario para producirla, o sea el exigido por la creación de
los medios de subsistencia precisos
para mantener al obrero. "La
fuerza de trabajo tiene exactamente el mismo valor que los medios
de subsistencia necesarios para el que la pone en juego" (6). En el
Manifiesto Comunista ya se había dicho (pág. 64, op. cit.) que "el
valor medio del salario laboral es el salario mínimo, o sea la can­
tidad de

artículos de consumo inexcusablemente requerida por el
trabajador
para su mera supervivencia como tal trabajador . . . y su­
ficiente sólo
para prolongar y reproducir la existencia estticra".
Si hay que
invertir seis horas de trabajo, pongamos por caso,
para

crear lo que
el trabajador vitalmente precisa, y, si suponernos
que dichos
· producros
valen nueve unidades monetarias,
el importe
de un jornal,
para Marx, tiene obligatoriamente que ser igual a
nueve. El
capitalista adquiere
por tal
precio el
correspondiente
tra-­
bajo. Pero obliga a sus dependientes a laborar, no las seis horas exi­
gidas por el mantenimiento propio, sino doce, lo que hace que el
produeto valga

otras supletorias nueve unidades monetarias, impor­
te que aquél se embolsa en forma de plusvalia.
La plusvalía brota, por tanto, de que el capitalista fuerza al la­
botador a

trabajar una serie de
horas sin
pagarle
nada por ellas. La
jornada laboral se compone, para Marx, de dos partes. Durante la
primera, .o sea durante el período de trabajo necesario, el intere,;ado
produce su propia subsistencia o el equivalente monetario de la mis­
ma;
durante la segunda, de trabajo excedente, resulta, en cambio,
víctima de clara explotación,

al no
recibir compensación
alguna por
·
ese

mayor
valor que

su
personal acruar engendra, pues, según la dia­
léctica marxista, el
salario constituye
una cantidad dada,
el mínimo
( 6) El Capital, 1, 177.
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vital exigido por la supervivencia del obrero, suma que DO puede
variar.
Así, pues -concluye Miu-x-, "el capital no es solamente, como
dice
Adam Smith, el poder disponer del trabajo ajeno, siru:, que
esencialmente es el poder disponer de esfuerzo irretribuido. Toda
plusvalía, cualquiera

que
sea su forma particular -renta, interés,
beneficio, etc.-, constituye pura materialización de un trabajo . DO
pagado. Aquella prolífica virtud del capital para engendrar benefi­
cio radica en el simple
hecho de disfrutar de capacidad labora!l por
la
que
nada abona el capitalista al trabajador" (7).
La
introducción del concepto de plusvalía tenía necesariamente
que
obligu a Miu-x -como dice Prados-- a diferenciar los capi­
tales según su
destiDO, puesto que

una
parte de ellos, la que sirve
para remunerar la "fuerza de trabajo", origina una plusvalía, mien­
tras que DO ocurre lo mismo con la que se invierte en materias pri­
mas;
a
aquélla denominóla Miu-x capital variable, y a ésta, capital
constante.
"En el ttanseurso de la producción, la parte del capital
que se
transforma en medios de producción, es decir, en. materias
primas,

medios
auxiliares e instrumentos de trabajo, no cambia la
magnitud de su valor. Por eso le damos el nombre de parte cons­
tante de capital, o más brevemente capital constante. Por el contra­
rio, la parte del capital transformada en fuerza de trabajo cambia
de valor en el transeurso de la producción. Esta parte del capital
varía de
magnitud constante en magnitud variable. Por

eso le
damos
el nombre de parte variable del capital o, más brevemente, capital
variable"
(8).
Y como colofón a
todo este planteamiento, Miu-x estructura su
conocida
teoría de
la progresiva pauperización de las masas. Bajo un
sistema

capitalista -asegura- los
ricos, merced al régimen de ex­
plotación a que son sometidos los obreros, van enriqueciéndose
cada
vez más, mientras los pobres van sumiéndose en miseria progresi­
vamente creciente. "Así es la ley general, absoluta, de la acumulación
capitalista" (9).
Karl Heinrich Marx nació (1818), riberas del dulce Mosela, en
la monacal
y recóndita Tréveris, la de los Obispos Electores, y mu-
(7) El Capital, I, ,61.
(8) El Capital, I, 218, y prólogo, XLIX.
(9) El-Capital, I, 681. El subrayado de la anterior frase es del propio
texto marxista. El capítulo XXV de El Capilal, dedicado precisamente al
análisis de esa supuesta progresiva pauperización de las masas, se intitula
Ley General de la Acumulación CapilalisJa y allí leemos; « ...• de esto se
deduce que cualquiera que sea el nivel de los salarios, la oondici6n del tra•
bajador empeora al acumularse el capital» (pág. 682).
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rió (1883) en Londres, la brillante y cosmopolita metrópoli de Vic­
toria, Reina y Emperatriz, dominadora del mundo, último soberano
británico que ejerciera poder real, y cuyo sisti,ma político, precisa­
mente,

iba a
permitir a este tenaz opositor, huido de su patria, ex­
puisado
de Bruselas y París, hallar amparo, orillss del Támesis inal­
tetable, desde donde · podría agitar y escribir, sin cortapisa alguna,
atacando y vilipendiando a aquella misma sociedad victotiana que
tan generosamenre le acogía.
Eugene von Bohm-Bawerk nace (1851) en .Brünn, docrorándose
en

las
universidades de
Viena
(Derecho) y Heidelberg (Ciencias
Políticas). A los treinta años gana la cátedra de Economía de la uni­
versidad

de
Innsbruck y poco después (1889) es llamado a Viena
al
Ministerio de Hacienda. Desde all~ sin afiliarse a ningún partido
político,

contribuye a la implantación del
patrón oro,

equilibra
el
presupuesto, reduce la deuda pública y opónese al crecienre naciona­
lismo
económico que
estaba socavando las bases de aquel delicado
otden político que constituía el Imperio
Austro-Húngaro, sisrema
gtacias al cual se había llevado paz y prosperidad al más inestable y
complicado
mosaico de razas, pueblos y religiones.
Dimitió del cargo de Ministro de ffiicienda, en 1904,. como pro­
testa

contra las
irregulatidades presupuestarias que

las
fuetzas arma­
das querían imponerle; retirado de la vida pública, dedicó los últi­
mos .diez años de

su
existencia a enseñar doctrina económica

en
la
universidad vienesa.
Dicen algunos que mudó (1914) de hipocondría, de pesar y
desilusión, anre el estallido de la primera guerra mundial, conflaga­
ción desatada,
según il pensaba, por el intervencionimw oreciente
que iba paulatina pero inexorablemente apoderándose del mundo
occidental y

que había
de provocar, no sólo la tettible guerra inci­
piente, sino además múltiples otros desastres, poniendo en peligto
la

propia
supervivencia de la civilización liberal, es. decir, de aquel
orden nuevo nunca antes ensayado, que había elevado el nivel de
vida de las masas a
cimas otrora impensables, gracias simpleruente
a

que se había
conseguido· implantar, en

unas
restringidas áreas
del
globo
y nunca en su plena pureza, la economía de mercado, merced
a

la perspicacia de unas -muy
pocas-mentes superdotadas, que
supieron transmitir el mensaje adecuado, cosa que, por lo visto nadie
es hoy capaz de hacer (10).
(10) La primera .gtierra mundial va gestándose, ante el mirar atónito de
la plácida y liberal Europa del verano de 1914, en .sucesivas y dramáticas jorw
nadas,

que fueron como los deslumbrantes
relámpagos precursores
del
inmiw
nente tifóri: el 28 de junio, asesinato, en Sa.rajevo, del Archiduque Francisco
Fernando; el 28 de julio, declaraáón de guerra de Austria a Servia; el
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INPORMACION BIBLIOGR.AFICA
Fue Bohm-Bawerk de los primeros en advertir la grave amenaza
que las. doctrinas socialistas tepreseataban para el progreso y bien­
estar
de todos y, patticulannente, de los más humildes. Por eso, en
su monumental trabajo Capital e InterJs, dedica especial a11etlción a
los escritos de los más destacados reóricos de tal sistema económico,
Rodbertus
y M=, poniendo al descubierro las iuoonsecuencias e
inexactitudes del pensamiento .marxista.
Bohm-Bawerk resalta la inadmisibilidad lógica de aquella idea
aristotélica
en que Man: se basa, según la cual debe existir una
igualdad valorativa entre las partes oonttatantes a,n respecto a los
objetos o

servicios
libremente iutercalllbiados y dk,e:
"Allí

donde exista igualdad
y absoluto equilibrio no pue­
de producirse cambio a,n resp,cto a la situación anterior.
Siendo así que el intercambio presupone transacción, parece
indudable que la
misma tuvo que ser provocada por previa
desigualdad o falta de equilibrio, circunstancia que precisa­
mente

indujo a las partes a efectuar la operación cambia­
ria" (11).
Ludvig von Mises, afíos después, ampliarla el razonamiento:
"Inveterado
y craso error era el suponer que los bienes o
servicios objero
del intercambio hablan de tener entre sí el
mismo valor. Considerábase el valor a,mo una cualidad ob­
jetiva, inttÍ!l&eca,
inherente a las cosas, sin advertir que el
valor no

es más que
el meto reflejo del ansia oon que el su­
jeto aspira al bien que le. apetece. Supon/ase que, mediante
un acto de medición, las gentes estableclan el valor de los
bienes
y servicios, procediendo luego a intercambiarlos por
OtrOS bienes y servicios de igual va!lor. Esta fulsa base de par­
tida hizo estéril el penoamiento económico de Aristóteles,
así como, durante casi dos mil años, el de todos aquellos que
tenlan por definitivas las ideas aristotélicas. Perturbó grave­
mente
la obra de los economistas clásicos y vino a privar de
todo interés científico los trabajos de sus epígonos, en especial
los de Marx y las escuelas marxistas. La economía moderna
se basa en la cognición de que surge el trueque precisamente
12 de agosto, Alemania la declara a Rusia; el 3, Alemania a Francia; el 3,
Grao Bretaña a Alemania; el 6, Austria a Rusia Y el 27 muere, en Viena.,
BOhm~Bawerk, extinguiéndo5:e
_aquella
inteligencia· que tanta ·luz había derra­
mado a través de sus escritos.
(11) Vid. La Teoría de la Explotación, pág. 137~
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INFORMACION BIBUOGRAFICA
a causa del dispar valor por las partes atribuidos a los objetos
intercambiados. Las gentes oompnm y venden, única y exclu­
sivamente,
por cuanto valoran

en menos lo que
dan que lo
que .reciben. De ahí que vano sea todo intento de mroir el valor.

Ni
procede ni

acompaña
al intercambio
proceso
a:lguno que.

implique medir sin
pondemr. Quien
atribuya
el mismo
valor

a dos cosas,
no tieru, por qué inteteambiar la una por la otra. Ahora bien, en el caso de ser diversamente valoradas,
lo más que cabe afirmar es que una de ellas, A, se aprecia en más, es decir, se prefiere a B. El valor y las valuaciones cons­
tituyen
e,cpresiones intensivas, no extensivas. De

ahí que no
pueden ser objeto de ponderación mental
medianre números
cardinales,

sino sólo a través de los ordinales" (12).
Aprendida
la idea de la · designaldad valorativa implícita en el
interounbio, queda

privada de sentido
la inicial búsqueda marxista por "aquel común elemento" que iguala las mercancías haciéndolas idénticas

en
"valor de

intercambio" (13).
La mera existencia del interounbio -el que yo ceda una camisa y el OtrO me la adquiera-destruye, en efecto, la teoría laboral del valor, ·pues tal transacción evidencia la dispar valoración atribuida
a un mismo objeto, en el que, desde luego, único y específico
quan­tum de trabajo (por seguir la terminología marxista) ha sido inver­
tido. Y ello sin necesidad de
resaltar, una vez más, pues ad nauseam ha sido ya destacado, que la fórmula de Marx resulta, por definición, inaplicable a

la
parte mayor de los bienes que el hombre estima y
aprecia, es decir, a los factores
naturales de
producción, a los cam­
pos y los bosques, los ríoS y los terrenos urbanizados, los depósitos minerales

todos, en los que
no hay trabajo humano

alguno invertido.
"El valor -escribe von
Mises-es la trascendencia que
el
hombre, al
actuar, atribuye al fin que, en cada momento
y circunstancia, desea
alcanzar. Sólo

con respecto a los fines
aparece el concepto de

valor en sentido
propio y

genuino.
Los medios resultan valorados de modo derivativo según su uti­
lidad o idoneidad
para conseguir aquéllos; la estimación de los mismos

depende
del valor asignado a la meta apetecida. Para
el hombre, los medios
sólo tienen interés en tanto en cuanto
le
petmiten lograr un

cierto objetivo. El valor no es de con-
(12) Ludwig von Mises, La Acci&n Humana, Madrid, Sopee, 1968, 26) y 266.
( 13) Vid. El Ca pita, 40 y sig.
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INFORMACION BIBUOGRAFICA
dición intrínseca; en modo alguno hállase en las rosas. Somos
nosotros

quienes lo llevamos dentro"
(14).
La base y fundamento del valor es, evidentemente, la utilidad,
pero

-como
destaca Rtipke--no

una supuesta
utilidad genérica
del bien de que se trate, sino la utilidad e,pmfica que para el acror,
en determinado momento y circunstancia, tenga precisa porción de
la oorrespondiente mercancía. El no advertir esa trascendental distin­
ción entre utilidad genérica y utilidad especifü:a es lo que, dutante
milenios, confundió a los pensadores. Por eso no acertaban los an­
tiguos
eoonomistas a oomprender cómo co.,as cuya "utilidad" eta
mayor se valoraban en menos que otras de "utilidad" menor. ¿Por
qué
valían más los diamantes que el pan? ¿Por qué era menos apre­
ciado el hierro que el lWO? La aparente paradoja detivaba de-río ad­
vertir que

el
intetcambio jamás implica

elegir entre
todo el pan y
todos los brillantes o entre todo el 01'0 y todo el hierro. El ser hu­
mano, en
específicas circunstancias, elige -valora y prefiere--entre
precisas cantidades de pan, oro, hierro o brillantes.
Ropke, en efecto, oponiéndose a la teoría laboral del valor, oon
extra0rdinario
grafismo,

resalta:
"Un
traje no vaie ocho veces

más que un sombrero
por­
que represente ocho veces más de trabajo (relación esta última
que se mantiene oon independencia del valor del sombrero -y
del
traje), sino que
la sociedad está dispuesta a invertir ocho
veces
más trabajo en el traje, porque luego, una vez terminado,
valdrá ocho

veces
más que
un sombrero" (15).
Dicho lo anterior,
vale la pena, incidentalmenre, notar dos he­
chos interesantes.
Primero, que
el propio
Aristóteles, después de afirmar tajante­
mente, oomo hemos
visto, que

"no puede
haber cambio

sin
igual­
dad,

ni igualdad sin
oonmensurabilidad", estableciendo la identidad
de
"cinco lechos = una casa", pronto adviette que el asunto no es
tan sencillo oomo a primeta vista parecería, por lo que a renglón
seguido desdícese de

su
aserto originario -cosa que induce a Marx
a criticarle--proclama.ndo, en cambio, que "es en verdad imposible
que objetos
tan dispares sean oonmensutables entre sí'" (16).
Y
otro hecho curioso: que el propio
Marx estuvo rn\ly cerca dé
(14) La Acción Humana, 135 y 136.
(15) Wilhelm Ropke, Introducción a
la Economía Politíca, Unión Edi­
torial, ·S. A., Madrid; 1974, pág. 31.
(16) El Capital, I, 62.
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INPORMACION BIBLIOGRAPICA
descubrir la condición subjetiva del valor. El autor de El CtlJ)ita/
(pág. 41, nota 1) dice, en efecto, siguiendo a Barbon, que· "nada
puede
tener un valor intrínseco", y para reforzar el aserto, cita los
siguientes
vetSOS de Butler:
"The value
of a thing ·
Is just as much as it will bring" (17).
Marx está, aquí, casi pisando· la frontera subjetivista, de la que,
si11 embargq, temeroso, se apar.ta, para volver a su amada teoría ob­
jetiva del quantum laboral, al advertir que tal !mea de pensamien­
to le alejaba de la tesis ~1a explotación del obrero- que, como
fuera, quería demostrar y a cuya probanza iba a dedicar miles de
páginas
tras
las tral!Scritas frases que casi habfunle abierto los ojos.
Vista la vacuidad de la t!lOlía laboral del valor, eiouninemos rá­
pidamente, a la luz de la moderna ecuoomía, el problema de los
salarios, esos salarios que, según. Marx, hallábanse históricamente
determinados por el

valor de
la "cantidad

de artículos requeridos
por el trabajador
para sobrevivir, bastando tan sólo para prolongar
y reproducir la existencia estricta".
El
salario, en el mercado, depende de la produccividad del tra­
bajador,
y tal productividad, a su vez, viene determinada por la cuan­
tía de capital, es decir,
por la cantidad y bondad de los instrumentos,
herramientas
y medios, que cabe poner en manos del obrero. Un
trabajador, con maquinaria moderna, produce
incomparablemente
más que el laborador que ha de trabajar, digamos, con ufias y dien­
tes sólo. Ahora bien, esos supletorios
capita1es, esos extraordinarios
medios

de producción, sólo el ahorro los
engendra y, precisando más,
el

ahorro
libre que, consecuentemente, puede ser correctamente in­
vertido, pues si la inversión no es acertada, o sea si no produce be­
neficio monetario, se está empobreciendo a: la colectividad, digan
lo
<¡ue quieran

los patrocinadores de tantos
faraónicos trabajos como
hoy se emprenden y que tan gratos resultan a los jerarcas y, parece
mentira,

también
·a los gqbernados.
El beneficio, en la actividad mercantil, supone que el actor está
ofreciendo

a los consumidores bienes
de un Vlllor superior al costo
de los
factores de

producción
empleados. Las pérdidas indican exac­
tamente
lo contrario; que se
están dilapidando factores de alto va­
lor en producciones de escaso interés para los consumidores. El me­
canismo del mercado, mediante ganancias, induce
al productor que
(17) «El valor de una cosa es igual a lo que por la mimía pueda con~ seguirse».
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
obtiene beneficios a proseguit y ampliar sus actividades, obligando
a
quien
sufre quebrantos, en

cambio, a
detener sus empobrecoootas
actuaeiones,

mediante las correspondientes pérdidas.
Innecesario tal vez fuera destacar, una

vez
más, pues en tantas
ocasiones y por tan aurorizadas voces se ha dicho, que fos factores
de

producción disponibles
son skmpr• de ctlflf#ÚI limitada, lo cual
obliga
a administrarlos convenientemente para sacar

de ellos la
má­
xima utilidad posible. Y eso es, precisamente, lo que la mecánica
del mercado procura. Los consumidores, en efecto,
comprando y
de­
jando de comprar, trasmiten sus insrrucciones a los empresarios, quie-­
nes dócilmente han de seguirlas so pena de severas sanciones pecu­
niarias. De
ahí que

aquellas
inversiones estatales antes aludidas, apa­
renten¡ente tan

beneficiosas,
empobrecen a

las masas que
han de
pasarse sin bienes
y productos de los que, en OttO caso, habrían dis­
frutado,

si
el gobernante no hubiera detraído los· factores en cues­
tión de la correspondiente producción,
.que indudablemente
hubiera
valido
más pata el consumidor que

libremente se
expresa comprando.
Pero lo dramático es que el capital sólo apareoe bajo una eco­
nomía
de mercado:

en un
otden social donde exista la propiedad
privada de los medios de producción; los cuales,
consc:cuentemente,
pueden ser contratados, registrando así sus respectivos y correspon­
dientes

precios.
El régitnen colectivista tiene bienes de· capital, peto
no

se
sabe qué

sea capital. Porque el capital no es una
cosa material,
sino

un concepto intelectual; es, en definitiva,
el valor de mercado
de los medios

de producción que
el sujeto económico tiene a su dis­
posición. Y

no son los factores disponibles lo
itnportante para la
producción,

sino la utilidad social,
el valor, en cada supuesto con­
creto, de
aquéllos,
Para
tener capital, ese facror decisivo .que incrementa los salarios
y el
bienestar social, es preciso, en conclusión; un mercado no in­
tervenido y unos
ahotradores libres, dos circunstancias obligadas y
complementarias.
En

tal contexto determínanse las
rettibuciones labotales de

acuer­
do con la productividad
marginal de

quien las
percibe, no
constitu­
yendo jamás cantidad fija, romo suponía Man:, sino

sumas en per­
manente crecimiento real.
"El mercado laboral, al igual que todos los demás. mer­
cados --escriibe Ludwig

von
Mises-es movido y operado
por . los empresarios

deseosos de
cosechar ganancias propias.
Cada

empresario
procura ádquitit al precio más · batato po­
sible aquellos tipos de trabajo que precisa. El salario que, al
efecto,
ofrezca habrá,
sin embargo, de
ser lo
suficientemente
789
Fundaci\363n Speiro

INFORMACION BlBUOGJUFICA
elevado· para atraer al trabajador que le interese separándole
del
llamamiento de 1os demás empresarios que igualmente
pretenden contratar $US servicios. El límite máximo del salario
hállase prefijado por el precio a que
el empresario supone
podrá vender la supletoria cantidad de mercancía producida
gradas al
nuevo trabajador contratado. El límite
mínimo lo
determinan

las
ofertas de · los demás empresarios, también de­
seosos de obtener el

mayor
lucro posible. A esta concatenación
de
citcunstancias es a

la que los
economistas aluden
cuando
aseveran que la cuantía de cada salatio depende de la utilidad
marginal del

correspondiente
trabajo.
La

sociedad capitalista tiende al continuo aumento de la
suma de capital invertido
pc¡t individuo. La acumulación de
capital
.
progresa con mayot rapidez

que el incremento de la
población. Tanto la productividad
marginal del

trabajo como
los salarios y el riivel de vida tienden, en su consecuencia, al
alza· contim,a. Tal progreso, sin embargo, en modo alguno es
fruto engendrado
pot sup\lesta ley que invariablemente pre­
sidiría la evolución huma.na; se trata, por el contrario, de
efecto provocado por un conjunto de facrores que sólo bajo
el régimen capitalista pueden producit tales
consecuencias .
. Es posible y,

dado el
cariz de
las
actuales políticas,
incluso no
improbable, que
. cambie de significado la,

aludida
tendencia,
a

causa, por un lado, del consumo de capital
y, por otro, del
aumento
o insuficiente disminución
de las. cifras de pobla­
ción. Volverían entonces
los hombres

a
saber lo· que es la
muerte
por hambre; parte de los trabajadores, al resultat tan
desproporcionada la relación
entre fa cifra de población y la
cuantía
· de

capital disponible, habtían de percibir·
salarios in­
feriores

al gasto exigido
pot la mera subsistencia. La apari­
ción de una
situación así, indudablemente, provocaría conflic­
tos

de tal violencia que se desintegraría todo
lazo social"
(18).
Bajo un mercado inadulterado, pues, no se
ei
nadie. Cada
uno de
los intervinientes en

el
proceso mercantil percibe ei te fo que su contribución .vale desde el punto de vista de las masas
consumidotas.
Hay; sin embargo, quienes

se preguntatán cómo
puede ser
que
el empresario obtenga beneficio, si es
cierto que

paga, tanto al obre­
ro corno al
suministtadot de

materias primas,
eoractamente fo que
sus
respectivas aportaciones valen,

en el momento de que se trate.
(18) La Acción Humana, 723 y 734.
790
Fundaci\363n Speiro

INFOR.MACION BIBUOGRAFICA
La respuesta es sencilla. El empresario invariableinente especula con
el futuro; cree
advertir que
las
gente<, roafiaoa, estarán dispuestas a
pagar por determinado bien económico un precio que, dadas las ac­
tuales valoraciones
de

los
factores necesarios
para su producción, le
han de petroitir cosechar un interesante margen de ganancia. Lán­
za.se, impulsado siempre por su interés, a adquirir los correspondien­
tes

medios,
entre los cuales, desde Juego, se halla el factor trabajo,
provocando

con su acción el
alza de los mismos, que tienden así a
coincidir con las fututas · valoraciones . de los consumidores. Si no va·
riaran más las circuns"3llcias, llegarfa:se a la anulación del beneficio
empresarial.
Pero sucede que la realidad mercantil muda de conti­
nuo -Jo único permanente en nuestro mundo es el cambio-por
modificarse los gustos y las apariencias; las materias disponibles, la
población, los descubrimientos tecnológicos, etc.,
Jo cual hace que
se abran ante el empresario perspicaz horizontes nuevos siempre y
cuando, desde luego, acomode su actuación a los futuros
deseos de los compradores, deseos que
ni siquiera estos mismos hor
conocen.

He
ahí la grandeza y

la
· servidumbre

del empresario. Si,
en sus previsiones, ·acierta, ganará,_, sirviendo a sus semejantes; si,
por el conttario, se equivoca, sufrirá las pérdidas personales, que
inexorableroente le apartarán del

mundo de
la producción, a poco
que reincida en su desatentado .proceder.
El mercado, merced a la capitalización y a la correcta inversión
del ahorro, incrementa de continuo
la producción, elevando el con­
sumo
de

las masas, que van
desproletr,rizánduse, al disfrutar de bie­
nes

y
servicios ayet tan sólo asequibles a las minorías más priviie­
giadas. Como los de mayores· medios poco pueden incrementar su
consumo, vénse constreñidos a ahorrar e invertir sucesivamente más;
los trabajadores, en cambio, al incrementarse la producción y subir
sus
ingresos, van

acortando las enormes
diferencias precapitalistas
entre

pobres y ricos.
El mercado, en este sentido, desata una tenden·
cia igualitaria de efectos cada vez más acusados, como la práctica
diaria
constara.
Es falsa, por tanto, la fundamental tesis marxista que acusa al
capitalismo de hacer, cada vez, más-riros a los ricos y, consecuen­
temente más pobres a los pobres. El mercado enriquece a todos y,
especialmente, a los de menores medios, quienes,
en todo caso, es­
tarían
peor

de vivir en el
· socialismo, pues está ya plenamente de­
mostrado que el socialismo no puede ordenar la actividad económi­
ca más que

mirando de hurtadillas a lo que acontece en el llamado
mundo
capita:lista y

procurando
torpetaente imitarlo.
"Una ciudad puede set

abastecida de agua potable
-dice
791
Fundaci\363n Speiro

INPORMACION BIBUOGRAPlCA
Mise&-mediante transportar el líquido elemento desde leja­
nos
manantiales a través de acueducros -método
empleado
desde los tiempos
más remotos-o bien purificando quúnica,
mente

el agua insalubre existente en la
localidad. Pero, ¿por
qué

no
producir agua sintética? La técnica moderna ha tiem­
po resolvió cuantas dificultades tal producción plantea.
El
hombre medio, dominado siempre por su inercia mental, li­
mitar/ase a calificar la idea de absurda. La única razón, sin
embargo, por la que no producimos hoy agua potable sintéti­
ca
-- lo económico nos advierte qne se trata del procedimiento más
caro de todos los conocidos. Eliminando el cálculo económico,
la elección racional deviene -imposible" (19).
La obtención de agua sintética obligarla,_ en efecto, a condenar
la producción de múltiples otros bienes, conseguibles sólo si el líqui­
do elemento se logra por medios
más económicos, con el consecuente
empobrecimiento

de los consumidores, desde
luego, pero en perjui­
cio, además, del propio
dictador, quien habrá de

renunciar a algu­
nas de sus múltiples aspirnciones, que, de otra suerte, podía haber
alcanzado.
El socialismo es siempre ineficaz y llegaría a ser totalmente in­
'viable

en
cuanto acabara con el capitalismo, con la economía de
mercado, su más odiado enemigo.
Y no cabe dejar de resaltar '- obra comentada- el sospechoso silencio en que
Marx se - encierra
desde

que publica el primer tomo de
El Capital (1867) hasta su
muerte (1883).
Marx había, ·en efecto, comenzad() su carrera científico-literaria
•emprano. A los veintiocho años escribe Ecrmomú, P0Utic11 y Filo­
sofía (1844). Un año después, La S,mt11 F,m,ilia, prosiguiendo (1846
y 1847) con La Ideo/o gía Alemtma y Miseria de /¡, Filosofí,,. La
obra que iba a darle a conocer por doquier, El Mamfiesto Comums­
ta, pronto aparece (1848). En Londres ya, tras la Comuna de París,
prepara, en la biblioteca del Museo Británico, donde concienzuda­
mente

estudia
a David _ Ricardo y demás ,ronomistas clásicos ingle­
ses, su Contribudón a la Critica de la Economía Política, de la cual
sólo el primer tomo (1857) se _ edita. Abandona este trabajo y co­
mienza a
estructurar El Capital (Critica de ?a Economía Política),
cuyo volumen primero es, romo decíamos, lo último que en vida
ofrece a la foz pública.. Tiene entonces ruarenta y nueve años; está
(19) La Acción Humarta, segunda edición española, 842.
792
Fundaci\363n Speiro

INFORMACION B!BUOGRAFICA
en plenitud física e intelectual. ¿Qué significado pueden tener, pues,
esos tres
lustros largos de rotal inactividad de un autor que ran di­
ligente y prolífico hasta entonces había sido? Ello es ranto más no­
table si
tenemos en

cuenta que
Engels, al prologar el tercer tomo de
El
Ctlflital, en

1894, a
loo casi treinta años de la aparición del pri­
mero,
asegura que Marx tenía escrita la obra entera desde antes de
la publicación del primer volumen.
Son muchos quienes piensan que aquel, en un principio, inex­
plicable mutismo se debió a
la· aparición de ías ideas marginalistas
de

Jevons en
Inglaterra (Teoría de Política Económica) y de Menger
en Austria
(Principios de Economía Polltica). Aunque

estos
trascen­
dentales
textos

verían la
luz pública en

1871, su contenido
inrelec­
tual

fue conocido
y ampliamente debatido, en los círculos de estudio,
mucho antes. Marx
debió, pues,
tener conocimiento del
subjetivis­
mo poco después de dar a la prensa su manuscrito. El nuevo enfoque
pareoe

desintegró el
frági!l edificio intelectual

de
Marx, quien, al
advertir que se derrumbaba la
clásica teoría laboral del valor, base
de todo su pensamiento; que era ya insostenible lo del salario mí­
nimo vitalmente necesario; que la distinción de capital en clases, una
productiva

y la otra no, resultaba indefendible e impresentable no
menos la supuesta ley de
,Ja progresiva pauperación de las

masas,
debió comprender que su obra entera se había venido abajo, fal­ tándole, sin embargo, la honestidad para así proclamarlo
y la energía
suficiente para seguir investigando por los nuevos cauces científicos.
Carece hoy, desde luego, el marxismo de toda justificación en el
terreno de
la r!ógica económica. No aibe, sin embargo, negar que la
teoría de la explotaéión
se

ha adueñado de
la humanidad, como bien
pone de manifiesto en el prólogo que .
el distingnido economista
Hans Sennholz escribe para el libro en cuestión.
Esfuerzo
inrelectual enorme deberá, efectivamente, practicar en
,Jas presentes

condiciones la actual generación de jóvenes.
pensado­
res, nol,J.emenre empeñados en proporcionar liber-tad y bienestar al
país, en general,
pero, particularmente, a los-de menores medios,
hasta convencer a
ías gentes
que sólo
un camino -el del

merca­
do-conduce

a
ías rosadas cumbres comúnmente deseadas, mientras
las

demás vías
-ías de
la inrervención
y el colectivismo-abocan
a

simas de
escfavitud y

tribulaciones que a todos horrorizan, con
fo
que se conseguiría rápidamente remediar ranto perjuicio social como
engendrará el erróneo
modo de pensar de ías generaciones

prece­
dentes,
inrel.ectualmente sojuzgadas por el incomprensible hechizo
de
la teoría de la explotación.
¿Pero hay, acaso, alguien que, en estos momentos escuohe?
JESÚS HUERTA.
Fundaci\363n Speiro