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Número 151-152

Serie XVI

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Sciacca y «La libertad y el tiempo»

SCIACCA Y "LA LIBERTAD Y EL TIEMPO" (1)
POR
BERNARDO MoNSBGÚ, C. P.
Recuerdo y homenaje.
La salida de la· segunda edición illlliana del libro del gran filó­
sofo italiano (el filósofo de la "integralidad"), Michele Fedetico
Sciacca, que

lleva por título
La liberta • ü tempo, me ofrece la
oportunidad de recordar al

sabio
y al amigo, cuya mllette fue toda
una pérdida para la cultura y para la religión.
Porque

no hay que olvidat que Sciacca puso todo su
saber, como
puso
toda su vida desde que la fe le abrió los ojos, al servicio de
la
causa católica,

utilizando
para ello su prodigioso talento metafí­
sico, su conocimiento de todas las filosofías y las varias cottientes
culturalistas antiguas y modernas, y su arte de decir y de escribit,
tan lleno de soltura, gracia y viveza. sicilianas.
No se trata de un filósofo en las nubes, sino de uno que afian­
za bien sus pies en el suelo y que, planeando coo su genio por
.altu­
ras metafísicas, avizora y clava

sus ojos en toda la problemática
que
plantea el corret de la historia, con los hechos que se suceden
aquí
y ahora, sacudiendo a la sociedad, tanto religiosa como
civil,
para decir sobre cada rosa una palabra de sabidutfa "integtal", esto
es,
tan catgada de saber racional como cristiano, filos6fico corno
teológico. Sabidutía que
eotrige y orienta, que hace progresat sin
tdbutación ninguna

al
progtesismo, que
es la negación de todo pro­
greso,
al privatle de su soporte y punto de apqyo que es la ,tradición.
(1) Michele Federico Sciacca, La libert4 e iJ tempo, Seconda edizione
riveduta, Marzora.ti editare, Milano, 1976.
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Fundaci\363n Speiro

BERNAIWO MONSEGU
Filósofo de una filosofía perenne.
Sin ser un

tomista
ni un escolástico propiamente dicho -no se
olvide que Sciacca es

y se gloriaba de
ser sobre todo -rosm.iniano,
aunque
para él Rosmini era como el Tomás de la filosofía moder­
na-, el filósofo siciliano es un auténtico representante de esa que,
con Leibnitz, se ha dado en llamar filosofía perenne, aunque con
más
amplitud de significación que Leibnitz le diera.
Si, para éste, filosofía perenne no significaba más que el con­
junto de verdades
que casi todos

los filósofos admiten sin excep­
ción, ¡,Ma nosotros
la filosofía perenne representa la suma de prin­
cipios de conocimientos connaturales a la humana naturaleza, en
los que germinalmente se conti,ene toda ciencia, junto con las se­
millas de verdad generadas por la revelación primitiva y transmiti­
das de
generación en
generación en una línea de continuidad
evo­
lutiva a base del esfuerzo común de todas las generaciones.
Si

a
ello se añade la aportación de la luz de la revelación, que
uo suple

a la filosofía, pero la auxilia y perfecciona, tendremos las
coordenadas de una filosofía
perenne que,

por su
duración y
esta­
bilidad, prueba ser la verdadera filosofía; en
ella caben métodos di­
versos, pensadores de muy diverso estilo, pero con un núcleo común
inmutaole, por

lo que se dice justamente perenne, ya que como
di­
jera Tertuliano (De prescriptione c. 28) "variasse enim ertoris est".
Por
más varias que sean
las reglas
del
arte y más va,iada la
expresión artística., según las peculiares condiciones de los artistas,
siempre hay algo común, un mínimum indispensable, sin el cual
no se dará verdadero arte. Pues, igualmente, siempre en filosofía, si
se trata de verdadera filosofía, ha de haber un mínimum filosófico
auténticamente
tal y, por tanto, verdadero, para que la filosofía sea
verdadera, que es
lo

que
permite hablar
de una única
filosofía pe­
renne, puesto que dura siempre.
Con lo que
naturalmente se
concluye que la filosofía perenne
es también una filosofía tradicional, pues la índole propia de
esm
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SCIACCA Y «LA UBERTAD Y EL TIEMPO»
filosofía, diré con palabras de Gre en
ella hay, sí, una santa tradición, mas no en el sentido de que la
filosofía saque de
la tradición

o de la
autoridad de
los antiguos sus
argumentos (pues

la filosofía, por
ser ciencia racional, no procede
a
base de autoridad sino de razonamiento, sacando sus argumentos
de

la consideración
arenta de
la realidad o naturaleza íntima de las
rosas) sino en el de que presta atención, se beneficia y se deja guiar
por lo que
está en la tradición, acumulando el presente esfuerzo ra­
cional al heredado de
los mayores en orden a ronseguir una mayor
penetración
de la verdad, con lo que se hace progresar la filosofía
sin
atentar a la perennidad que exige la verdad.
La originalidad en filosofía.
El

mismo Sciacca nos ha
dicho en
su
último libro, dedicado pre­
cisamente

a uno de los
más altos representantes de la filosofía pe­
renne, Santo
Tomás (3)

cómo ha de
ser entendida la perennidad en
filosofía
y cómo se puede ser actual, e incluso original, filosofando
sin necesidad de
estar cada día empezando. Más aún, puede suce­
der
y sucede hoy con frecuencia, sobre todo entre los que por sis­
tetna se ponen en contra de la tradición y aman la novedad, y son
los que
ayer se decían

laicistas, porque a
mal ron el clima y signo
religioso de
la filosofía medieval y hoy se dicen, en general, pro­
gresistas, porque
contestarios de toda

autoridad que les obligue a
pensar y

esclavos de lo nuevo o de la moda, en obediencia al cam­
bio de los
tiempos, puede

suceder, repito con
Sciacca, que los que
así se
romporran en

su modo de filosofar lo hagan
por incapacidad
manifiesta
para pensar vigorosa y originalmente siguiendo el recto
camino, que suele ser tradicional, y por eso
optan por

decir cosas
nuevas u originales, aunque sem disparatadas; y también, porque
no sufren una autoridad que les obligue a pensar. Desprecian en
consecuencia
Jo antiguo sólo por serlo, aunque sea verdadero, es-
(2) J. Gredt, Blementa phíloJopbiae ariJtotelico-thomistae, I, 3, Frib.
1929.
(3) M. F. Sdacca,
Perspectiva de la meta/-fsica de Santo Tomás, Speiro,
Madrid, 1976. Preliminar.
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Fundaci\363n Speiro

BERNARDO MONSEGU
tando por lo nuevo aunque sea falso; como desprecian a los gigan­
tes
del pensamiento, porque les humilla

reconocer lo mucho que
les deben a ellos en orden
al conocimiento de la verdad. Optan en
consecuencia por

ignorarlos en
vez de
estudiarlos, y a trueque de
sentar plaza el<, originales, prefieren innovar desbarrando, a reno­
var actualizando; incapaces de decir origin,dmente hoy las mismas
cosas que

ayer otros
supieron decir con originalidad

en su hoy,
pues
la verdad no tiene tiempo y, además, es tal y tanta que nunca
puede
estad: del todo ocupada, nondum est occupata veritas, que dice
nuestro Vives en el
De tf'adendis.
No se ,trata de filosofar dando marcha atf'ás, petrificándose en
el pasado, sino de tener la humildad magnffica de considerarlo y asu­
mirlo haciéndolo otra vez-presente, <;ontemporáneo nuestro, según
nuestra circunstancia,

como los antiguos supieron
hacerlo en la suya,
filosofando, y proyectándolo hacia el futuro. "Un presente con vis­
tas al futuro, pero sin pasado, no tiene donde apoyar el pie. De aquí
la fuerza innovadora y renovadora de la tradición ... en la que se hace
posible este
nuestro presente

que, en
cuanto tal, es un elemento
vivo
y operante de aquél. Nada más infecundo que el querer co­
menzarlo todo de nuevo, ex novo, En la cu!tuta, sólo la tradición
es
pot sí
misma un progreso; sólo ella tiene fututo" (4).
El
ansia de

nototiedad por
la originalidad de Jo que se dice, y
no pot el modo en que se dice o lo originalmente que se dice, sue­
le estar en propotción
inversa del

amor
y el respero debido a la
vetdad. Y desde que la fiiosoffa del conorer se sobrepuso a la filo­
sofía del set, en el que se •esuelven la verdad y el bien: ens, verum
et _ bonum convertuntM, es cómo a la filosofía perenne se han so­
brepuesto o sucedido tantas nuevas filosofías que por afán de ori­
ginalidad
traicionan la verdad, sin que sirva su éxito o fama de
garantía de

su mérito.
Del
set y de la filosofía del set es el primado -nos dice &ia­
cca-:

set, que referido
al entendimiento se dice verdad, y referido
a
la voluntad se dice bien. Pot eso el filósofo del set es el filósofo
( 4) M. F. Sciacca, lug. cit.
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SCIACCA Y «LA LIBERJ.' AD Y EL TIEMPO»
de la verdad, y la sabiduría del hombre consiste en un incesante
estudio de la verdad.
Metafísica y

verdad.
Ciencia de la
verdad -añade Sciacca-

es la
metafísica, que
no
se ocupa de una verdad
cualquiera sino eh,, veritatis quae est origo
omnis veritatis,· esto es, aquella verdad que versa sobre el prirrium
principium essendi omnihus, y que es, pP! eso mismo, disposiiio
1'erum in ver-itate sicut in esse, según la hermosa doctrina de Santo
Tomás en la Contra Gentes, I, I, c. l.
Y como la búsqueda del Primer Principio de _todo es también
búsqueda

del Fin último,
y el fin es bonum, el verdadero sabio
es
aquel que con ojos
metafísicos· es

capaz de
llegar a las causas
últimas

de todo, pues
sflfJientis est causas aúissimas considerare.
Quien se pierde en meras observaciones o experiencias, sin ir
más allá de los fenómenos, quedándose en los seres sin llegar a la
mismidad y ultimidad del. ser mismo,
pasando de las cosas que
tienen ser al que sencillamente ei el Ser, no entrará nunca en 'el
templo de la autéotica y suprema sabiduría. Menos aún el que an­
teponiendo la "eficacia" a la verdad, la acción a la contemplación,
sustituya el
"agere" por el "facere", se pierda en situaciones y "par·
ticularidades" que, aunque
parecen lo concreto de verdad, no Jo son,
"porque no hay concreto
donde no

hay
ser y,

por
tanto, no hay ru
verdad ni bondad"; así sólo tendremos el homo faber, pero no el
homo sfl/1iens, ya que ,in la metafísica del ser, de la verdad y del
bien
ni se da con la tazón última de todas· las cosas, que está en el
Ser
priru:ipio y

fin de todo,
ni puede el hombre sustraerse a las
~pulac_iones y "alienaciones" _a que queda expuesto, ni, por aña­
didura, tiene razón válida para rebelarse, esclavo como es de si­
ma.dones rontingent~, de los signos de los tiempos y de una carga
pesada de "particulatidades". De poco le sirve entonces, por sí sola,
la
"conciencia crítica" de
su condición

social,
por más que le re­
sulte útil poseerla". Se reduce a un hinchado ·hablar de liberacilm
de las necesidades materiales . . . ¡ cuando . ya se ha negado la autéo­
tica libertad!. .. No
hay libertad más que en la verdad, en la que
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BERNARDO MONSEGU
aquélla tiene su raíz; y en el bien, que se identifica con el fin, y éste
no
es otro que el perfeccionamiento integral del hombre" (5).
A propóoito de "1a libertad y el tiempo".
Justamente sobre este tema de la libertad hwnana, que aunque
.está •en tiempo y se ve influenciada y condicionada por cuanto de
temporal
y precario y hasta, a veces, degradante supone el compuesto
humano, se
afirma superior a todo lo temporal, con capacidad do­
minativa de las mismas disposiciones congénitas que trae de su cor­
poreidad el rompuesto humano es sobre el que versa el libro de
Sciacca:
La liberta e il tempo, que motiva estas reflexiones.
En tres partes se divide el libro, precedido por un preliminar y
una introducción que ocupan casi cnaceota páginas. En la primera
se estudian los
límites y el orden de la libertad, así como su dialéc­
tica dentro de la
esrcuorura del tiempo. En la segunda se la analiza
como facultad o capacidad de elección. En la tercera ese análisis se
prolonga e in1:ensifica, coosiderando la libertad de elección no como
un
"escoger" cualquiera sino como un

"elegir" humano que,
reali­
zado

en el
tiempo, por más suyo que pare=, reclama la dependen­
cia de Dios, cuya presencia ontológica
-lo divino

en el
hombre-­
se afitcna siempre,

aun a la hora
misma en

que el hombre lo ol­
vida o lo niega.
Los análisis de Sciacca son sutilísimos. Metafísica y dialéctica
se manejan con profundidad y habilidad asombrosas, y abundan los
recursos estilísticos paradójicos, a primera vista desconcertantes, pero
que, examinados con atención, resultan siempre acertados, como fruto
de una meditación filosófica profunda que sale luego a la superficie
en
frases brillaotes e incisivas. Sciacca es señor de la idea y la
palabra.
Doce años, nos dice él mismo, me ha costado la elaboración de
este
libro sobre
la libertad y el tiempo, "dos problemas que son
como para hacerle perder a uno la cabeza ... Y más teniendo en cueo-
(5) PersP.ectiva de la metaflsica de Santo Tomá.r, Speiro, Madrid, 1976,
p1gs, 10 y sigs.
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SCIACCA Y «LA UBERT AD Y EL TIEMPO»
ta que lo pretendido al afrontarlos no es exponer una idea o plan­
tearse un

problema sino ofrecer estructurada
toda una concepción
de existencia.
En cierta manera, el contenido de mi libro se trans­
parenta
en cada página. "No estudio solamente las modalidades psi­
cológicas de la libertad y ,el tiempo, sino su fundamento metafísico,
utilizando
y profundizando ttabajos míos anteriores".
Y este
estudio de
un problema siempre
actual Jo hace &iacca en
función no
del tiempo ni de la moda que pasa, sino del compromiso
con

la propia conciencia
crítica, que prefiere la
tributación a la
verdad, aunque le digan dogmático (la verdad siempre
lo ,es), a la
moda o al aplauso. "Puede uno . parecer muy al día con la cultura
de

su tiempo y tener, sin embargo, la cabeza vacía",
cosa hoy
muy
corriente entte tanto
empresario de

la
banalidad industtializada,
de
los intereses políticos rastteros, de
los "vanguatdismos", también fi­
losóficos más vacíos de sabiduría que una calabaza.
Contenido y tenor del libro según su mismo autor.
Este libro --,;igue Sciacca-no concede nada a las veinticuatto
palabras con que muchos charlatanes o pródigos de la pluma hacen
fortuna, sin

decir ni hacer
nada de provecho ni útil para la cosa
pública o sólido
para la filosofía. Decepcionará y no resultará com­
prensible
ni siquiera a aquellos católicos que deberían enconttar
en él visos de participación en la corriente de "apertura" y de "diá­
logo" de la que desde hace años son pordioseros. Dicho en breve:
,n; lilwo es hremisiblemente "demodé", no por
otta razón sino porque es hijo de un escritor
y de un filósofo víc­
tima de un pensamiento anquilosado, porque fiel a la concepción
clásica de
la filosofía
y la "filosofía clásica", "incapaz de oompren­
der

cómo a un pensador
puedan interesarle

más los
aspectos socia­
les

y económicos del progreso
técnico o unas lavadoras
eléctticas
que
el problema de la existencia de Dios". Lo que no quiere decir
que
yo desestime o strbvalore el progreso material ni me desentien­
da

de la
parte corporal del hombre (cosa que iría contra la "filosofía
de la integralidad" que yo
profeso) sino sencillamente que todavía·
soy coosciente de la jerarquía de valores; que, vale más sa,ber que
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BERNARDO MONSEGU
·haber, que la técnica no se confunde ni puede anreponerse a !a sa­
biduría, como

tampoco
la eficacia a la verdad, la acción

a
la C0'1-
templación.
Ya
sé que

a esta mi
"filosofía de la integralidad" algunos la bau­
tizan

de
"espitirualismo", lo

que no veo
mal siempre

que
se adje­
tive convenientemente. Pero en todo caso "este libro es una medita­
ción imperfectísima sobre la libertad y el tiempo del hombre de
Dios-Hombre:
oumo d. Dio-Uomo; pensado con mi cabecita y
escrito con pluma desgarbada, pero
C0'1 y
en
el esplriru de un
Padre de
la Iglesia,

hoy: cuanto
más los tiempos progresrui, más
procuro yo, en cuanto de mí depende, hacer que vuelvan a mí, a mi
tiempo, tiempos ya pasados, convencido como estoy de la «contem­
.poraneidad» permanente del

mensaje cristiano".
Perdería yo el tiempo pretendiendo decir por cuenta de Sciacca
lo

que él ya
dice, por
sí, de
su libro, centrado en
el esrudio del
hombre y lo que
tiene de

más propio, que es su
libertad, consecuen­
cia de su inteligencia, .la conciencia que es capaz de tener en sí mis,.
roo. Contra lo que dicen pseudosabios, "el hombre, justamente por­
que «consciente» de
set un
producto narural, no es un producto de
la
naruraleza", como

puede serlo cualquier
otro ente. El peosamien­
ro
supone

un
"saltto" que la naruraleza no es capaz de dar, por
más fuerza evolutiva que se la suponga
El hombre y su libertad.
Cietto que sobre el hombre actúan e influyen muchas cosas na­
rurales, unas que le son
extrañas, otras que le son propios y congé­
nitas: temperamento, pasiones,

disposiciones
narurales, adelantándose
más

de una vez a la iniciativa
libre de la voluntad. Peta cietto tam­
bién que con su pensamiento el hombre es capaz de señoreatlo todo,
de
apropiárselo
todo y que, a pesar de esos C0'1dicionantes, puede
la
libertad conformar

la propia
personalidad modificando, manipu­
lando y

dominando la iofluencia
de esas sus disposiciones o pasio­
nes (en
el sentido en que Santo Tomás emplea esta palabra) y de las
otras acciones exteriores. Pndiendo decirse que el hombre se hace
como

él
libremente quiere sob,-e la base de lo que es ya. El ambiente
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SCIACCA Y «LA UBERTAD Y EL TIEMPO»
modifica la actividad espiritual, pero el espíritu actúa sobre él. Ni
el
cuerpo ni

el mundo,
por más que rondicionan nuestra. vitalidad,
pueden
condicionar el

priucipio espiritual de
la misma. ""La vida y
el mundo de que necesita no son el fin del existir, sino el yunque
de prueba de nuestra existencia". Una voluntad libre no significa una voluntad incondicionada.
Esto es una abstracción.

Significa
capacidad de

dominio
y de mode­
ración de todo eso que viene condicionando al hombre. ""La libertad
com.ienz.a por el acto en que cada hombre asume su propia natura­
leza como elemento de la persona en su integralidad, a fin de ha­
cerse
la persona que es con su naturaleza propia, pero sin ceder a
su naturaleza"".
Es así cómo la naturaleza deja de ser un "dato" para
convertirse en "responsabilidad personal".
Y

las doctrinas que identifican la libertad del
holllbre con
su
naturaleza se

mueven sobre un presupuesto marerialístico:
el de que
la vida espiritual es un producto de la corporal, con lo que bastaría
una buena operación ~'fisiológica" para tener-una perfecta y satis­
factoria actuación psicológica o ética.
Todo lo natural es ciertamente un elemento auxiliar iruiicativo
que hay que tener en cuenta; peto no para secundarlo o dejarse do­
minar por ello, sino pata obrar sobre ello, tomando concieucia, fre­
nando,

estimulando, rigiendo en uso
de nuestra libertad. Todas fas
acrividades

concurren a la formación integral del hombre, pero sola
la voluntad libre hace que cada hombre sea lo que él quiere ser,
constituyéndose así en principio de sí mismo y de sus acciones. Don­
de la ,libertad no interviene, lo que sucede no es propiamente hu­
mano, ni verdaderamente propio; es extrafio y se padece.
Culminación teológica de "la libertad y ~ tiempo".
Todo esto que el mismo Sciacca nos dice en la farga mtroduc­
ción con que facilita al lector el paso a la lectura de los siete ca­
pítulos que componen su
libro se rarona y demuestra luego con
minuciosidad
y sutileza increíbles, haciendo alarde de un ingenio
metafísico que

se aprovecha de cuanto la ciencia y la
cu1tura, la
introspección
y la observación k, ofrecen, pata elaborar una filoso-
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fía de la libertad y el tiempo qne, con rigor dialéctico, culmina en
el
Hbre desposorio

de la
voluntad humana con

Dios, en una dispo­
nibilidad por la que la libertad, en la libertad de elección ordenada
al
Ser, sea cual fue,,e lo que se elija, el hombre se da todo a Dios
y hace en cada cosa la voluntad de Dios, al hacer que nuestra vo­
luntad
coincida con la suya.
Esto se
llama santidad, algo que sólo oon la

gracia es posible y
sólo en Cristo se realizó
plenamente; por eso es nuestro ejemplar y
modelo. Y algo también que traduce la filosofía de la libertad en
una teología; teología cristiana

que
Sciacca expone
aguda
y delei­
tosamente en la última parte de su libro, canto a la plenitud de la
criatura en Cristo. "Sólo .renaciendo en Cristo, con la Gracia o li­
bertad en el bien, vuelve el hombre a existir con el tiempo original".
Y "la
aceptai:ión o

el
rechazo de

Cristo no sólo pone la suprema
alternativa de salvación o de perdición,
sino también

de dar o no
dar sentido a la historia; también suprema porque el sentido de ésta
está en la historicidad del individuo. El reino de Dios se manifestó
ya, Cristo es el perfectum praesens1 y el "eskaton" Eaxa"truv se rea­
liza en cada elegido o salvado . . . La historia tiene un sentido inte­
rior, que enpientra en Cristo,. centro del designio providencial de
Dios; en Él, el presente y ,el futnro de la salvación de cada uno -li­
bertad o liberación del
mal por la Gracia y en la Gracia y cumpli­
miento de su
destino en

su
existencia inmortal:

en
Él se personi­
fica la Gracia, el misterio de
-la salvación personal-y de la hu­
manidad total, porque en Cristo
el tiempo rodo, desde el fíat crea­
dor hasta la consumación del mundo, es escatológico" (pág. 338).
Estamos, pues, ante una obra de
carácter filosófico-trológico;
pues

no de
otro modo puede ser tratado el tema de la libertad crea­
da del hombre, inexplicable sin apelación al principio de creación, el más típico de la filosofía
cristiana; y de una obra al mismo tiem­
po
palpitante de problemas y de cuestiones que están a la orden
del día, y en las que
Sciacca trata

de poner orden, derramando sobre
ellas la luz de su poderosa inteligencia desde las alturas de la meta­
física
y echando mano del má:s riguroso examen crítico o de los
datos de vida y las aportaciones que se dicen científicas, pero que,
con frecuencia, no lo son y desde luego no son sabiduría.
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