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Número 153-154

Serie XVI

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El trabajo y los hombres

EL 'IIRABAJO Y WS HOMBRES
POI!.
BBRNARD l.ARGILLIBR.
«Lo q11e vale es 1111a cierta ordenación de las cosas.
La. civilización e.r un bien invilible, ya que no recae
sobre lar cosas sino sobre los lazos invisibles q11e las
an11dan, tinas a otras, de ésta y no de otra manera».
A. DE SAINT EXUPERY
«Lettre au Généxal X» (julio 1943)
GANARÁS EL PAN CON EL SUDOR DE TU FRENTE.
Es preciso trabajar para vivir, dke el buen sentido popular. Tanto
como una necesidad, el trabajo es un
deber de estado.
Peto
nada

nos impide
recordar la moral de la fábula de Florian,
"La guenon, le signe et la noix" : Recordad que, en la vida, sin un
poco de traba¡,,, no existe placer.
Más que del placer querría ocuparme de los bienes que procura
el

trabajo,
y, más todavía, de Jo que podemos hacer para que, en el
entorno de cada uno de nosotros, los hombres se
elevaran con
su
trabajo.
Para que,

según
la expresión del grupo de refl=i6n para el VI
Plan,
"los hombres no tengan la impresi6n de que pierden su vida
al ganársela".
¿Cómo se puede definir el trabajo?
Es la actividad organizada de los hombres en la sociedad.
Es una actividad, propia del hombre, para cultivar y dominar la
naturaleza y, con ella, realizarse. Por el tr•bajo, el adolescente se hace
adulto
y, más tarde, su trabajo lo califica dentro de la sociedad; es
albañil, artesano, campesino, abogado, médico, militar, político según
cual sea su actividad.
487
Fundaci\363n Speiro

BERNARD LARGILLIER
Es una actividad organizada, cuya trama es todo el tejido social.
El hombre no
puede trabajar
solo, su
actividad sólo puede reamarse
con

otros hombres
y necesita, por lo tanto, un mínimo de organiza­
ción.
Ha:blar del

trabajo es, en consecuencia, hablat de las relaciones
humanas que implican
la organización del trabajo.
Esto equivale a decir que nuestro tema constituye un capítulo esen­
cial del problema del hombre y de
la cuestión social al mismo tiempo.
¿Por qué tratamos de este tema en este Congreso?
Los
problemas humanos del trabajo son tan importantes, como
lo atestigua todos los días
la actualidad, que, si son subestimados,
las naciones corren
el riesgo

de sufrir explosiones capaces de hacer
peligrar sus propias libertades como nación. Por eso mismo,
el pro­
blema

de los
hombres en el trabajo
es un problema político.
Es preciso,
por lo tanto, responder a la doble cuestión que el
tema de
"La Esperanza Política., plantea con relación al nuestro.
¿Existe esperanza

humana de mejorar
la condición de los hom­
bres en
el trabajo y de resolver con ello los conflictos sociales?
¿Qué consecuencias podría tener, para la nación, la solución de
los problemas del trabajo?
Para responder adecuadamente se impone una encuesta. Esta en­
cuesta, muchos la han realizado
y la enfocan en su aspecto relativo
a la adecuación de las relaciones humanas en el trabajo.
Ruego

que perdonen Vds. el carácter de esta exposición, un
poco especializado y limitado al terreno de mi competencia.
Luego veremos cómo las realidades
actuales no
dejan de encon­
trarse con ciertas doctrinas.
Y, en fin,
extraeremos, a
la vez, argumentos de
esperanza f
lecciones para nuestra acción.
• • •
Se han realizado experiencias de todo orden, en lo que con-.
cierne a las relaciones humanas en el trabajo, materia en la rual
los

escollos son
numerosos.
Hay dos clases de vías falsas: La primera consiste en esperar la
488
Fundaci\363n Speiro

EL TRABAJO Y LOS HOMBRES
salvación de un sistema, o de cierta ordenación inflexible del mundo
entero, de una fórmula social expresada en normas teóricas.
Es una vía recorrida por los utopistas
y revolucionarios, que pro­
metÍan "futuros de ensueño". Sin embargo, los "futuros" que· ahora
conocemos son poco edificantes.
Esta vía
ha sido también emprendida por muchos tecnócratas y
reformistas que, mediaote un
texto legislativo,
pretenden
recons­
truir

el mundo o
condudr el ce,mbio •.. (1).
Hay
decnasiados textos legales

en esta materia. Aquellos que se
preveyó que constituiríao el mejor arreglo de
las relaciones huma­
nas en el trabajo mediaote nuevas instituciones
terminaron en
fra­
casos:
--Sea porque las instituciones puestas en marcha, tales como los
Comités

de empresa o los delegados del personal,
hao sido desviadas
de sus fines genuinos,
y utilizadas por el sindicalismo partidista y
revolucionario.
-O
bien, por haber fiado en las fuer,as espontáneas del instinto
vital, en los impulsos afectivos
del individuo, sin plantearse si de
ello no resultaría una conmoción en el orden de las cosas.
Se
reconoce la actitud de quienes vuelao en socorro de los hombres
con buenas intenciones, pero caen
en lamentables
fracasos, por haber
desconocido
las limitaciones

elementales de
toda vida social.
Ni las formas elaboradas en la Universidad por teóricos desencar­
nados, ni
las experiencias espontáneas hao resuelto la cuestión social.
Los conflictos de trabajo persisten, aunque con menos amplitud
de
la que la
grao prensa les atribuye. Los hombres no hao encontrado
(1) En «L'eriracinement», Simone Weil había advertido que este ca­
mino es equivocado, cuando escribió:
«No· se podrá destruir la condición
praletaria
con

medidas
;uridicas, ya

se
trate de la nacionalización de las in­
dustrias claves o

de la
supresión de

la
propiedad privada, o

de poderes con­
cedidos a los sindicatos
para la celebración de convenios folecJivos o a /o.s
delegados de fábrica, o del control de éJtas. Todas las medidaJ que se pro­
ponen, tengan etiqueta revolucionaria o ·reformista, son puramente jurldicas,
y no
es

en el plano
jurídico donde-radican las desgracias de

los
obreros ni
el
remedio de esas desgracias».
489
Fundaci\363n Speiro

BERNARJJ LARGIWER
en la .fórmula moderna el respeto de su condición ni su expansión
en

el
trabajo, según

parece.
Sin
embargo, decía

Saint
Exupery: "Si el respeto al homh1-e tiene
su fundtmumto en el corazón de los homh1-es, éstos a&obarán por
fundar, en tomo SUIJ-0, un sistema so·cidl-, político o econ6mico que
consagrará este respeto" (2).
Simone Weil advertía, ya antes de la guerra, que el problema
de hallar
el régimen más deseable en las empresas industriales es de
los
már importantes p11ra el movimiento obrero (diríamos hoy para
todos los asalariados).
Lo már asombroso es que jamás hay" sido
planteado. Me parece que no fue estudiado por los teóricos del mo­
vimiento socialista; r» Marx ni-sus discípulos le consagraron obra
alguna ... El movimiento oh1-ero mismo, 'Y" se trate del sindicalismo
o

de
las orgánizaciones oh1-eras que p,ecedi-eron " los sindicatos, tmn­
p{)CO há intentado trátar ampliamente los diferentes aspectos
del
problema.
Y añadía: CUándo pienso que los grándes iefes bolcheviques ...
ni seguramente Trosky (a quien ella conoció), ni Lenin tt,mpoco,
según tre{), jamás habían puesto sus pies en una fábrlc11 ... la po­
lític,, me párece como una siniestr" patochad" (3).
De hecho, los socialistas, el movimiento sindical revolucionario
y los deruagogos que se inclinan ante ellos han venido proponiendo,
desde hace tiempo, prótesis para defender
los derechos e intereses
de los asalariados. Estas prótesis consisten en las jerarquías paralelas,
sindicales o
parasindicales, es decir, en nuevas instituciones que, como contra­
partida, confieren poderes a hombres sin responsabilidad, a diferen­
cia de
las jerarquías que

se pueden denominar
naturales y que se ca­
racterizan

porque tienen unas responsabilidades cortespondientes a
sus poderes. Exceptuado
cierro sindicalismo . reformista

muy
meritorio, estas
instituciones

paralelas no
solamente han probado su incapacidad para
defender los verdaderos
intereses de

los trabajadores, sino que no han
(2) «Lettre a un otagé», GaJlimard 1944, pág. 39.
(3) La condition 011vriere, I carta a A. Thévenoo.
490
Fundaci\363n Speiro

EL TRABA/O Y LOS HOMBRES
cesado de ser fuentes de nuevos conflict0s. Y el fracaso de estas
prótesis es tanto
más manifiesto cuando las instituciones de que se
trata se han convertido en
la c>tgaoi2'1lción política de aquellos que
sólo viven de los desórdenes de la sociedad; organización esta que
nadie
aprueba excepto,

precisamente, aquellos
para los cuales sig­
nifica el

único medio de supervivencia.
Y, sin
embargo, estas fórmulas de empaste y estas prótesis re­
volucionarias, presentadas
como solución del porvenir, seduceo, a
pesar de sus fracasos.
Esto se explica por el derrotismo de las élites y por nuestra falta
de
presencia ante

los hombres:
En efecto, algunos sostienen el mo­
vimiento sindical revolucionario
porque no hallan ninguna otra vía.
Pero, a pesar de todo, este número es pequeño. Estas centrales
revolucionarias carecen de efecrivos, y la situación social está lejos
de ser
tan catastrófica como los ma.rs media hacen creer.
los hombres están equivocados y, por lo tanto, es nl'esario res­
tablecer la verdad. Hay hombres satisfechos de su trabajo. También
hay, en
gran mayoría, fábricas en las que todo va bien, donde
no hay grandes
conflicros y donde los problemas son resueltos por
el entendimiento humano. No
hay, por

lo tanto, motivos
para des­
esperar. Por

consiguiente, si hay fábricas y oficinas en
las que reina un
buen clima, esto siguifica que hay solución
para los problemas de
los hombres en
el trabajo. Y es acerca de estos éxitos sociales cons­
ratados sobre los que importa desarrollar nuestra encuesta.
COMPROBACIÓN DE ÉXITOS.
Se han realizado, en diversos lugares, esfuerzos para la restaura­
ción de
las relaciones laborales por parte de los jefes de empresas.
De éstos1 algunos actúan por motivaciones puramente materiales,
otros por razones más elevadas, humanas, y a veces espirituales, aun­
que de una manera absolutamente empírica, es decir, teniendo en
cuenta todas las constricciones de la vida, tratando escrupulosamente
de desembara.zarse de toda ideología para extraer siempre las leccio­
nes de la experiencia.
491
Fundaci\363n Speiro

BERNARD LARGILLIER
Un jefe de taller nos dijo, recientemente, lo que había descu­
bierto:
"Es preciso, ante todo, considerar al
personal como hombres
y actuar de manera que en sus lugares de trabajo se sientan como en
su casa, y que, como en ella, tengan iniciativa y responsabilidad".
Objetivo

muy
hermoso; pero ¿cómo realizarlo?.
Tomemos
como muestra un

ejemplo:
En
numerosas fábricas francesas y extranjeras se ha puesto en
maicha · un sistema de remuneraciones que tiene en cuenta, ante
todo, a los hombres. Según datos de realizaciones prácticas que · pue­
den
variar, el rnodo de tener en cuenta a los hombres en el trabajo
al remunerarles puede resurnirse, en primer
lugar, en
función de:
a) Calidad de su trabajo.
b) Su polivalencia, es decir, su capacidad de adaptación para
hacer trabajos diversos.
e) ~tidad de trabajo que es, todavía, el mejor medio de
impedir la pereza.
d)
En fin, las cualidades humanas, diferentes de las profesio­
nales, de las que jamás nadie puede negar su influencia
sobre
el
trabajo.
Estos

datos
han sido inducidos, de hecho, para personalizar las
remuneraciones y establecer unos salarios justos, a fin de que no
solamente remuneren el producto del trabajo,·
sino el trabajo mismo,
constitutivo de la actividad de cada hombre, y que, por lo tanro, es
algo personal que no puede

revelar solamente el
aspecro cuantitativo.
¿Cómo, sin
embargo, puede lograrse, en

la práctica, esta perso­
nalización de los sala:rios?
Para apreciar la calidad del trabajo, las aptitudes personales de
los
hombres, sus cnalidades humanas, ts.les como el sentido del ser­
vicio

prestado, el
respero a
los
demás, el
cuidado del material, no
sirven las máquinas, se necesitan hombres.
Para
juzgar, es preciso

conocer: Los hombres idóneos
para esro
son

aquellos que
mandan directamente a

los obreros, y que, en los
talleres o
las oficinas, conviven con ellos durante toda la jornada.
He
ahí uo

ejemplo de lo que
muchos cuadros y dirigentes del mun­
do del
trabajo han

aplicado de manera empírica.
492
Fundaci\363n Speiro

EL TRABAJO Y LOS HOMBRES
El presidente de la CNPF ( 4) hacía observar, en una reunión
de
industriales, hace algunas semanas:
Es preciso desarrollar las condiciones de ,m diálogo social, es
decir, desarrollar el aspecto de comuniddd humana de las empresas.
Y precisaba: este diJlogo pasa a U-"1lés de la jerarquú, y del mtm­
do intermedio. Sólo cuando el encuadramiento haya encontrado su
lugar, podremos hallar
el diálogo auténtico.
Así, siempre que por la jerarquía y por los mandos intermedios,
los
trabajadotes
han sido ronsiderados como hombres y
no
romo
máquinas,

estos hombres han sido
ronsiderados con
su propia per·
sonalidad por sus
jefes y

nunca los resultados han sido decepcio­
nantes. Con una jerarquía· de mandos, que
siempre es
necesaria
para
la vida
misma de

las empresas, las fórmulas de
enúquecimiento del
trabajo,

de participación y de diálogo adquieren una nueva dimen­
sión, que, ante todo, promueve la mejora del clima humano de las
empresas
y, por ello, la solución de los ronflictos y la mejora de
los hombres. En un encuadramiento adecuado, los hombres tienden a intere­
sarse
por sí mismos, a promocionarse y procuran adquirir una cali­
ficación

técnica superior, o por lo menos ascender en
la jerarquía
y elevarse por el trabajo.
Los hombres, dentro de una jerarquía, se encuentran valorizados
y elevados, porque sus funciones ya no son solamente técnicas y ad·
ministrativas, sino humanas;_ ganan en verdadera autoridad y pueden
adquirir, así, tanto enriquecimiento personal romo las relaciones hu­
manas pueden ofrecer. Además,
la personalización

de las relaciones
y la multiplicación
de los
contaeros entre

los hombres, en los
lug;,res de
trabajo, evitan
que se caiga, tanto bajo el pesado silencio de 1a subversión, como
en el totalitarismo de las propagandas ideológicas y partidistas.
Todo esto, en definitiva, consiste acaso en lograr un poco de arrai­
go cuya necesidad, decía Sirnone Weil, es la más importante del
alma humana, la
más desconocida y la más difícil de definir.
Cuando en una fábrica reina un clima
adecuado, se realiza aquello
( 4) Conseil National du Patronat Fran(ais.
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Fundaci\363n Speiro

BERNARD LAR.GILUER.
que Simone Weil deseaba ardientemente para destruir las condicio­nes de la proletarización, ya que,
decía ella, el arraigo y la multi­
plicaci6n de lo, conta&tQS son complementarios.
Este arraigo y esta multiplicación de los contactOs entre los hom­
bres se realizan,
por consiguiente,
en múltiples islotes de vida intensa,
en los medios industriales, y ahí, precisamente, han sido realizadas,
con frecuencia, por hombres de cualidades medias, pero que, por
su buen
sentido de
la realidad y por sus valores puramente huma­
nos,
han logrado elevar a los hombres con quienes trabajan.
De manera más sintética, en el plano práctico de la política so­
cial, esta religación en el
trabajo se fogra mediante la restauración de
las jerarquías naturales, únicas responsables y competentes, sin las
cuales el trabajo no puede realizarse. Este primer -cuidado de los
hombres
pasa, por consiguiente, por las jerarquías naturales, dotán­
dolas
de los poderes adecuados;
es decir, descentralizando y dele­
gando.
Hay un hecho que, en 1976, nadie puede negar: más que nunca la
restauración del
trabajo, la

mejora de las condiciones obreras, la
desproletarización, dependeo principalmente de la jerarquización.
Cuando se logra, los obreros veo bien que las empresas no son cam­
pos cerrados de lucha, sino, por el contrario, que la lucha de clases
no
es otra cosa

sino un mito y que ese ideal del progreso social, que
para los ideólogos sólo es un proyecto vago, se realiza en cuanto
se consigue la más simple convivencia y entendimiento entre los
hombres acerca de sus necesidades en la vida cotidiana.
Presiento una objeción: No se va al
trabajo para
lograr sonrisas.
Debo admitirlo.
En la realidad, se ha demostrado que las condiciones de expan­
sión de los hombres son
las mismas que las condiciones de prospe­
ridad de la empresa.
Hay que rendirse,
por lo

ranro, ante la realidad, y esta realidad
es
una fuente

de esperanzas políticas, diferente de cualquier
otra,
porque
la

situación social
está lejos
de
ser ran catastrófica como
nos
la presentan los
mass media; la condición obrera no es la del
siglo
XIX y, aun cuando todavía existiese, hoy sabemos de qué me­
dios disponemos para mejorarla.
Las prótesis revolucionarias han
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Fundaci\363n Speiro

EL TRABA/O Y LOS HOMBRES
fracasado siempre de un modo lamentable. En todas partes, todas
las jetarquías paralelas que han establecido los gobiernos socialistas,
o los gobiernos
liberales, bajo la presión de la oposición, se desplo­
man lamentablemente o pietden toda audiencia, porque la natura­
leza

recupeta
sus deteobos, porque no se fuerza la realidad, porque
estas prótesis nada han hecho, históricamente, para elevar a los hom­
bres con su trabajo.
Pet0 hay, todavía, otra fuente de espetanza política. El director
de
un centro de formación profesional nos decía que los jefes de
empresa
y los cuadros veían bien la realidad, pet0 que, como no
tenían doctrina, no llegaban a captarla de un modo suficiente para
llegar
a deducir de
ella todas sus lecciones.
Importa,

por lo tanto, dar adecuada respuesta a esta necesidad, y
buscar la

doctrina que confirme las
enseñanzas de la expetiencia, y
que, escapando al espíritu del sistetna, puede ser como un faro para
dar luz a quienes tengan responsabilidad en el mundo del trabajo.
¿ CóMO SE PRESENTA LA VÍA A SEGUIR?
¿Disponemos de enseñanzas doctrinales?
Esta doctrina existe, como puede leetse en la Encíclica de Pío XI
""Quadragesirno Anno":
"Asl coma no se puede quitar a lüs individuos y darle " la co­
munidad lo que ellos pueden realiZIJr con su prüpw esfuerZü e indus­
tria, así tampocoo
es justo, constituyendo un grave perjuicw y pertur­
baci6n del
recto orden, quitar a las comunidades menores e inferio­
res
lo que ellos pueden hacer y proporcionar y dárselü a una sociedad
mej-Or
y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su prüpia
fuerza
y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo
social, pero no destruirlos
y absorberlos".
Así, la aplicación al mundo del trabajo de es"k sabio principio
consiste en no quitar a los hombres, en ninguno de los escalones
de la jetarquía, atribuciones que sea capaz de desarrollar. Este prin­
cipio, que petmite
personalizat las
relaciones de trabajo, pettenece
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Fundaci\363n Speiro

BERNARD LARGILLIER
al patrimonio católico, y constituye, pues, una de las grandes reglas
de la doctrina
social
Este
principio, llamado de

subsidiariedad, no contradice las en­
señanzas de la realidad,
sino, por el contrario, las explica, presen­
tándose así como la solución del
porvenb:, no rolamente en
la cuestión
social, sino
también para el enderezamiento económico de las em­
presas
y, por ende, del país,
Hablando de los problemas del mundo del trabajo, Pío XII de­
cía:
Es -¡,red.ro, finte todo, -preservar de """ desperson«Uzaci6n mal­
sana
lás fo1'1IUIS fundamentales del orden social (5),
La experiencia nos enseña que la superioridad de las relaciones
humanas en el trabajo es un medio de elevar a los hombres.
Esta personalización

de las relaciones es un principio
católico,
tanto

como el medio para alcanzar
dicha elevación.
En

su
mensaje de
Navidad de 1952, Pío XII, igualmente, decía:
"Enemigo ante todo de turbM el orden preexistente por El es­
tablecido en
la cre,.ci6n, Dios rrumuene firme todo el vigor en aque­
lks
leyes generales que gobieNum el mundo y la naturaleza del hom-
bre. ......
Entre estas leyes figura aquella según la cual ninguna sociedad
organizada puede prescindir de la jerarquía.
Así, el camino de la
eficacia
y de la jerarquía para restaurar el trabajo es, también, la
vía del orden
natural y divino que, como tal, pertenece a la doctrina
social de la Iglesia. El
método empírico,

el de inducción sobre
las realidades, es, por
consiguiente, católico
y, en palabras de Pío XII, se verifica, porque
el progreso
obtenido en materia social, por lo que se refiere a la
personalización de las relaciones del trabajo, ha sido logrado obte­
niendo provecho de las
enseñanzas de

la realidad. La idea de mérito,
la justicia en los
salarios y la reunión interés-deber, ya se trate de
los salarios o de la
organización del
trabajo, son nociones eminente-
mente cristianas. -., .
"Necesario es que sefrJis por qué la doctrina cat6Uca tiene de su
(5) Mensaje de Navidad de 1952. So&iedad mecanizada y despersonali­
zación del hombre.
496
Fundaci\363n Speiro

EL TRABAJO · Y LOS HOMBRES
parte /,a r,azón" -- diciembre de 1947-: de
ella "depende no

sólo la salvación eterna
de los hombres, sino también la dignidad y la felicidad de los hom­
bres en la tierra,
el orden social, la justicia y la paz". Así, también,
tiene por misión la mejora de
las condiciones del trabajo, el desarro­
llo y la promoción de los hombres en las fábricas, la verdadera re­
forma

social que prorege a
las viudas y a los huérfanos y, también,
el

éxito económico y el
bienestar material
Llegamos, así, a esta comprobación: La síntesis católica no es
solamente
una enseñanza acumulada, sino también el conjunto de
las lecciones que
todos los días nos enseñan la realidad y la expe­
riencia.
De ese modo se confirma
lo que en 1951 Pío XII decía a los
trabajadores españoles:
"No olvidéis, ttmtpoco, que toda lo bueno y
¡usto que encontréis en los demás sistemas, se encuentrlJ ya en la
doctri-na social &atóÜCIJ".
"Toa,, 11erd1Jd, venga de donde venga, es del Espíritu Santo",
decía San Justino.
He
ahí Jo que importa demostrar, en la hora actual, .P"ta con­
vencer a_ nuestros contemporáneos: esta conjunción entre las ense­
ñanzas de la Iglesia y las enseñanzas. de la. realidad. Y, ¿no es esta
oonjunción, fuente
de esperanza política?
Las experiencias

políticas
y sociales oontemporáneas oorroboran
las
enseñanzas de los Papas; y las piedras gritan Jo que la doetrina
ha cesado de enseñar.
Hamish Fraser dice que el último y más serio obstáculo a su
conversMn era
la ignorancia de los católicos respecto del mensa¡e
social de
la Iglesia, o su indiferencia al respecto (6).
Conocida la doetrina, sin embargo, ésta no basta. El obstáculo
principal

para nuestro progreso es que no sabernos establecer, en
forma suficiente, el enlace que ·existe entre la doctrina y la ense­
ñanza de Jo real y cotidiano, Jo que trae como ronsecuencia, a los
ojos
de nuestros contemporáneos, la de reducir la verdadera doetri­
na

a la dimensión de cualquier ideología
y, .P"ta nosotros, la de
· ( 6) Prefacio de «El Traba.jo>, de J. Ousset y M. Creuzet,
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Fundaci\363n Speiro

BB_RNARD LARGILLIBR
creer que esta bella doctrina resulta, a veces,. despreciada,-lo que no
puede dejar de causamos el desa,ra,onamiento, cuando no la duda.
Establecemos
enlaces entre la fe, Ja._ razón y la doctrina, pero
ron demasiada
frecuencia

omitimos
el último -eslabón de la cadena,
que. COnsíste en la encarnación de esta doctrina en el mundo .con­
temporáneo.
No .-es hora ya de proclamar puta y simplemente la doctrina,
puesto que resulta manifie"Stamente insuficierite~· sinO de· efectuar la
demostración de cómo el orden político y social será restaurado por
la proclamación de la doctrina católica, y de que eso es posible.
Omnui ;,,,,..,.,,,.. m Christo, según la divisa de San Pío X, sí. Pero
decid esto
a un

jefe de empresa que tiene problemas,
¿cuál será la
diferencia
que· -establécerá, entonces,

entre vosotros, los testigos de
Jehová, o el
Comi~ de Salvación, si no esiamos en condiciones de
demostrar que la buena política, la buena
eronomía y la paz social
pasan por la aplicación de un cierto número de reglas que han sido
ya
· demostradas? Sólo

entonces nos resultará más
fácil demostrarles
que ésras son

las reglas de
la doctrina social católica, que es preci­
samente el

medio de
restaurar todo -en Cristo.
La divinidad de Cristo es puesta cierra.mente en duda en la hora
acroal; pero, ·por ie'.1Cci6~ a fuerza de recordar Sil carácter divino,
se acaba muchas veces pór olvidar su álrácter humano.
Importa conocer bien este carácter humano del ·cristianismo, es
decir,
fa encarnación· de la doctrina católica.
El. SENTIDO CRISTIANO DEL TRABAJO.
La verdadera humanidad del trabajo no pertenece a la revolu­
ción, sino al catolicismo, y_ la historia está
ahí para probarlo. Así,
no es una casualidad que las auténticas reformas sociales hayan sido
siempre
inspiradas por el catolicismo y no por la revolución_ Esto
hizo
que
el profesor marxista Henri Lefebvre afirmara:
""El marxismo no se hzleresa po, el p-roletariado porque sea débü,
que es
lo que h,icen la, gentes caritativas, smo porque e, una fuerza".
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EL TRABAJO Y LOS HOMBRES
Unicamente la civilización cristiana ha sabido promover el tra­
bajo

manual o
intelectual.
El

cristianismo ha
generado,· históricamente,
el enriquecimiento
de los oficios
y de las ru-tes, así como una organización económica
que las
otras civilizaciones jamás han conocido;
Pío XII afirmaba:
"Como medio mdispensable de conquist" del mundo, medio que­
rido
por Dios ,para su glorit;, /<>do tr,.l,ajp posee """ dignid,.J inealie­
noble
y, al mismo tiempo, una relaci6n estrecha con el perfecciona­
miento personal"
(7).
El hombre puede comiderar ... su traba¡o como un verdadero ins­
trumento para su propia santificaci6n, porque traba¡ando perfecciona
en st la imagen de Dios, satirface sus deberes y tiene el derecho de
p,oc#f't1rse, 4 .rí y a /.oÍ suyos, la ~ubsistencia necesaria, haciéndote
tltit a la sociedad (8).
Se pueden distinguir tres dimensiones del trabajo:
1) El servicio prestado a fa sociedad_ por sus frutos exteriores.
2) La satisfacción de la necesidad que tienen los hombres de
ganar el pan.
3) El medio
de elevarse, de hacer fructificar los dones que
han recibido, el
medio de
liberarse
y de· santificarse por
las obras.
Pero el trabajo es, para los hombres, el medio de responder a su
primera misión, que consiste en cultivar la tierra y-domínar la
natnraleza y alcamar su finalidad, la vida eterna.
¿No es el trabajo el mejor medio de realizarse por las obras
y de 1hacer fructificar los talentos, según la parábola?
La doctrina social de la Iglesia, ral como nos la enselia el ma­
gisterio
y la experiencia, ¿no es acaso rarnbién el medio de org¡¡nizar
el

trabajo, de
ral forma que facilite a los hombres el que puedan, a la
vez, desarrollar los dones recibidos y practicar
las virtudes sociales?
Ciertamente. Pero, ¿qué esperanza tenemos· de restaurar el orden
(7) Redimensaje de Navidad 1942.
(8)
Mensaje de
Navidad de
1952.
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BE/lNARD LARGILUER.
social y polítiro, según esta concepción del ·trabajo y esta doctrina
social?
d) Parece, ante todo, que· el fracaso social· del liberalismo, por
cuya influencia sufre todavía el· mundo del trabajo, procede del he­
cho de que el trabajo ha sido amputado de su dimensión más her­
mosa, la de la perfección; y también parece que nosotros no tene­
mos razón alguna para desesperanzamos de ver reforzarse el orden
social, puesto que verdaderos
remedios ban sido tan poro aplicados
y tan desconocidos.
b) A quienquiera que vea el mundo del trabajo tal como existe,
y no como
la prensa lo presenta, observaní que las fue= vivas
de
la· nación, los obreros, los agentes, los cuadros de mandos inter­
medios, los jefes
de empresa, en general, son extremadamente re­
ceptivos
a esta
lección de la realidad y, por ello, a la verdadera
doctrina.
Los elementos de la síntesis católica son reconocidos, aprobados
y difundidos, efectivaruente, por toda clase de gentes que no co­
nocen esta síntesis, pero que la buscan y se ven obligados a reco­
nocer sus elementos porque, de otra
forma, no
.podrían vivir.
Los elementos de esta. síntesis que hemos presentado no son otra
cosa que los puntos de
paso obligados, sin los cuales la economía no
podría
funcionar
y los hombres no podrían vivir en sociedad.
Naturalmente, la justicia en los salarios, la relación entre poder
y responsabilidad, la personalización de las relaciones, el enriqueci­
miento

por el trabajo,
han sido siempre defendidos, aunque no siem­
pre por los mismos motivos, ·
y esto es lo que es preciso ver.
Por
divididos que puedan parecer en sus creencias jefes de em­
presa, mandos y obreros, es lo cierto, que, aunque no sea sino por
razón de su bien más inmediato, se ven obligados a ponerse. de
acuerdo en
las necesidades políticas del mundo del trabajo. ¿No
pueden estos puntos de convergencia
ser la base de nuestra acción
y los pilares que permitan la salvación pública?
Las solidaridades naturales
están todavía
muy vivas en los luga­
res de
trabajo, y

podemos
decir, con
el Papa Pío XII:
"Soh1'e la base
500
Fundaci\363n Speiro

EL TRABA/O Y LOS HOMBRES
de estas solidaridades hwitamcs a edificar la sociedad, y 110 sobre
sistemas vano, e inestables" (9).
Se objetará que los católicos están lejos de figurar a la cabeza
de

las
reformas, a

la
hora actual. Sin duda, porque no han cumplido,
o
han cumplido mal, sus deberes políticos; pero ¿se puede, por ello,
desesperar?
No, ciertamente no.
En una editorial de PERMANBNCES, decía Michel Creuzet: "Un
jefe de empresa, los CUd/U'Os esMblecen en el lugar de Prabajo las con­
diciones
de ¡usticia, de p,z,;, de dedicación a las tareas comunes, pese
a los defectas de cada una,
las imperfecciones y las presianes de los
clanes paUticos, esas gentes, incluso, realizan la esperanza poU#ca
a pest1r de que no conocen, a vece11 el ticánce de lo que hacen,
me¡ar con frecuendt,, que aquellos que en teoriá proclaman l,i es­
per"'1ZIJ
y se desinteresan de la p,áctic,i".
Este párrafo resume toda nuestra esperanza polítca sobre el tema
del trabajo y de los hombres.
Así llega
a situarse esta
esperanza.
Numerosos responsables y

cuadros de
la industria han realizado,
sin conocer
perfectamente la doctrina, o

sin saber que era
doctrina
de

la Iglesia,
ciertas "condiciones políticas, necesarias para la salva­
ción de los hombres que ten~ a su cargo, aunque no ha.ya sido más
que por el hecho de que en un buen clima este compromiso con
estos hombres

honestos constituye nuestra
esperanza, y es el eje
de nuestro deber político, como recordaba
J. Trernolet de Villers,
comentando a
León XIII.
Esto

es fuente de una
esperanza que

es perfectamente católica,
porque, en
otras condiciones

de justicia, de
paz y de caridad social,
se
ha visto cómo
. los hombres se manifestaban y elevaban por el
ejercicio de unas
virtudes que
no habrían
practicado en
otras cir­
cunstancias, lo
cual nos pone de relieve la acción de Dios sobre los
hombres, aun agnósticos, a veces incrédulos, lo -que no es el menor
de los argumentos de nuestra esperanza: ¿Acción del Espítitu Santo
sobre los
,hombres?
(9) Mensaje.de Navidad de 1952.
(10) N.º 124, noviembre 1975. Une espéranre agís-sante.
lOl
Fundaci\363n Speiro

BERNARD LARGILLlER
Ha¡,, por Jo .tanto, posibilidades, como dice Gustave Thibon: "No
es la luz la que fa/,t,,, es nuestra mirada la que falla a la. luz".
En el ámbito laboral, en las empresas y por todas partes, no
faltan soluciones ni hombres
capaces de aplicarlas: lo

que falta
para
or:ientar a :~tos hompl'es es nuestra ~rada, nuestra . inteligencia y
nuestra voluntad, que están en defecto ante la realidad.
A pesar de los ataques
de la revolución, la experiencia prueba
cuanto creemos
por nuestra fe, y son precisas pocas rosas para anu­
dar de nuevo los nexos debilitados o rotos por el espíritu de la lucha
de clases: Restablecer la intercomunicación quebrada por la menta­
lidad
dialéctica, restablecer,

mediante su restauración entre los hom­
bres, las.
relaciones rotas

por
las. tensiones

de
fuerza. entre
los
pa­
tronos y los asalariados; restablecer el .enlace roto entre asalariados
y jeres. de empresa; cuando se padecen cortacitcuitos de poderes
paralelos, restablecer los enlaces rotos
entre cada hombre y su tra­
bajo;
y, cuando el abuso de taylorismo ha instaurado la ruptura entre
los
brazos y el cerebro, restablecer las relaciones rotas entre los po­
deres y la responsabilidad.
Es decit, para restaurar el orden .social en el mundo del trabajo,
no basta proclamar la
doctrina: es
preciso· aplicarla
y hacerla aplicar.
Estas legítimas razones de esperanza en un restablecimiento del
orden social en el mundo del trabajo son igualmente las
ta7.0lles de
nuestra
esperanza política, desde

diversos puntos de vista.
'l. Esta conciliación de los hombres honestos acerca de los pro­
blemas concretos
del tr.ibajo, este

encuentro
entré hombres
de diver­
sas
creencias en .torno de

puntos
de obligado
contacto de la vida del
trabajo, ¿por

qué no han de
ser aplicables ª. los problemas· políticos
de las naciOnes? Nada lo iDlpide, sino nú:estro . derrotismo.
2. El trabajo mismo y Já vida en los lugares de trabajo son, en
la hora actual, la
mejor escuela
'de aprendizaje de las realidades
co­
tidianas de la vida. Reconciliar el trabajo de los hombres es restaurar
esta
escuela de

realidades
y, por eso mismo, enriquecer el capital
humano

de las naciones,
al cual tiende nuestra esperama política.
3. Antoine de Saint Exupery decía: "Si queréis que se odien,
aMojadles monedas,-pero si le1 hacéi1 ·. cófisH'IM juntos
U1'kl "torre,
les haréis hermanar'.
502
Fundaci\363n Speiro

EL TRABAJO Y LOS HOMBRES
Lograr la concw:rencia 'de · los hombres en una obra común no
sólo

es reconstruir el
tejido social,
sino
rambii,n la unidád intelec­
tual
de la nación, suscitando, pot sus propias acciones, esa mentalidad
consistente en
buscar, siempre y ante todo, Jo que une. y no lo· que
divide,
es
destruir con

hechos el miro de
la ludia de clases.
Y todos sabéis que esta . unidad mental no solamente es punto de
paso obligado para la paz entre las naciones, sino· también la clave
principal de
roda la defensa nacional y, por lo tanto, de la paz entre
las naciones.
NUESTROS DEBERES POÚTICOS.
La restauración del orden social, en el mundo del trabajo, re­
quiete la restauración de
las jerarquías.
La primera de las condiciones de nuestra acción es, por lo tanto,
la de , restaurar. las jerarquías naturales, , los cuadros del mundo del
trabajo tanto· como los del país, en su .puesto y, -namralinente, de
luchar contra todo lo que impida el funcionamiento nornial de la
sociedad. Este género de acción que el O/fice ha enseñado a todo
seglar, no

es nuevo en la historia:
t:ecordemos la realizada por Juana
de Arco.
La acción sobre las élires naturales del país, según los métodos
del O/fice 11'11erntniontil, es, por consiguiente, de ardiente =alidad.
Juana

de Arco, en su tiempo, hizo coronar al
rey, y todos tene­
roos alguien

a
quien hacer COl"Onar, incluso

en los niveles más
mode,¡ros
de

todas
las múltiples: autoridades del pa1s, desde el más humilde
compañero hasta los
cuadros más elevados .del mundo económico y
del mundo político. En
efecto ¿de qué nos serviría:, por
ejemplo,
tener un
rey o un
jefe de

Estado católico e instituciones
católicas, si no

tenemos auto­
ridades
reconocidas con poderes reales a

todos los
nivelés de la vida
social? El
poder católico es, cietramente, el podet del príncipe con
sus atributos, la espada
y la balanza, determinante de la conducta de
(11) J. Thibon, Notre regarad que m6m¡ue á la lumirt. Fajanl 1975.
503
Fundaci\363n Speiro

BERNARD LARGILLIER
los hombres, incluso en el plano personal y religioso, pero la espe­
ranza contempla también la impotencia de los Estados totalitarios
pata imponet en todas partes su voluntad y su potencia evidente
cuando ejetcen su mando las élites y .las jetarquías naturales próxi­
mas a sus ,hombres.
Ia restauración del orden político, entiéndase bien, debe ejer­
cetse
a nivel de las instituciones del Estado, pero también es nece­
sario
y debe aplicarse en el nivel de los diferentes cuerpos de la
sociedad, allí donde se ejercen múltiples poderes y, particularmente,
en el mundo del trabajo.
La restauraci6n de las relaciones humanas en el trabajo es con­
dición necesaria
pata la resolución de los conflictos sociales y, en
sí misma, es
condición del

orden político.
"No es que la rest,,,,,.ad6n del o,den público sea, para noso&ros,
k, primera de las causar de salvad6n -escribía el Abate Roul- .
.. . Pero si no es k, primera en el o..den de las cattsas, es la primera
en
el o..den de las condiciones, en el sentido de que, mien&rar el
orden político no se restab/ezc,,, "es imposible que las """'"' directas
de
la sawad6n .¡,,aduzcan no 'Y" sus pleno, efectos, sino incluso su
efecto nomuil"
(12).
Se comprende así que la misión de Juana de Arco hubiera sido,
ante
todo, política,
y debemos comprender que lo mismo sucede en
la
nuestra.
Por nuestra acción

cívica debemos, ante
todo, preparar el terreno
de

la gracia,
y el catolicismo es todo esto. Para convertir, es preciso
redescubrir no s61o la vida religiosa cat6lica, sino todo el catolicis­
mo,
con su doctrina social, su síntesis de vetdad y, naruralmente, su
religi6n y sus sacramentos.
"Bstab" desnudo 'Y me habéis vesmlo, tenk, h11mbre 'Y me habéis
dado de comer
... todo cuanto habéis hecho al, más pequeño de los
míos, es a mi a quien lo habéis hecho'';
He aquí lo que, por nuestra acción · cívica, podrán escuchar los
hombres en el último día.
(12) Abbé Roul, L'Eglise el le D,oit rommum. Ed. Doctrine et Verité
1931, pág. 442.
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