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Número 169-170

Serie XVII

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Meditación filosófico-cultural sobre el concepto de «oposición política»

MEDITACION FILOSOFICO.CULTURAL SOBRE EL
CONCEPTO DE

"OPOSlCION POI.JTICA"
POR
JosÉ MARÍA NIN DE CAltooNA
SUMARIO: l. El quehacer utópico que implica el ejercicio de la poli~
tica.-11. La «certidumbre» política.-IIJ. La «oposición» o el OUil.Íno
indirecto
que

conduce
al poder.-N. La necesidad radical de contar
con una adecuada renovación ideológica.-V. Conclusiones.
l. El qw,haoor utópico que implica el ejercicio de la polillica
Es profundamonre difícil el pretender

comprender el venturo­
sisimo mundo de
misterio que

se encierra en la
expresión «oposi­
ción política» si,

previamente, no
partimoo del

supuesto de que,
efectivamente, la vida del hombre

en sociedad política comporta su
mucho de renuncia a

la
-.ida del

hombre en si mismo. Y siquiera
sea verdad
queJa sociobilidad es una prerrogati-.a humaua

de
cacic­
ter natural asegurada en la política, no lo es menes que el hombre
la cumple como una amputación de si mismo, y por ello con dolor.
Es la dolencia que aqueja a cualquier donación, aunque de ella no
noo quejemos, por sabemos por ella entre los hombres.
Pues bien,

como ha
señalado .el profesor Adolfo Muñoz Alon­
so
( 1),
el polltico lleva a sus últimas conclusiones las posibilidades
sociaftes del

hombre concreto. Es
más: las, actividades humanas que
no
alcanzan categoría

política son
renidas en menos por el polí­
tico. Son para él premisas de un inmenso polisilogismo viviente y
voraz. Sabe bien que sólo una actividad incesante, creadora de las
(1) Muñoz Alonso, Adolfo: Andamios ·para }as ideas. Colección Aula
de Ideas, Murcia, 1952,
pág. 28.
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posibilidades de todos y de cada uno de loo miembros de la co­
munidad,
es la rensión que mantiene en vuelo de triunfo al Estado
y en seguridad de bien común a la nación.
Al intelectual, evidentemente,

le inquieta
esta dinamicidad im­
placable,. y se resiste a dejatse arrolla,: por ella.. La peligrosidad del
intelectual para la vida política comienza por su inadaptación al
ritmo que ésta exige, y habrá que valorarla como virtud o execrarla
-esa peligrosidad-como degr•dación, a tenor de la actitud y del
gesto que adopte
en la huida.
La fuga que emprende el intelectual pu<0 encuentra explicaciones
satisfactorias,

a mi entender. El abandono de funciones de
ID"'1do
en

el rectorado político
---1' ellas me refiero-no implica depre­
ciación de tareas ni subalternancias de oficios. Reconoce simple­
mente
delimitaciones de menesteres. Y es sagrado el respeto que
se
debe al

intelectual que decide un porvenir de aplausos en un
pre­
sente si!enciooo.
Como

sería abominable
una política que force­
jeara

con el intelectual puro, enturbiándole la serenidad de sus
meditaciones.
La política, pues,

es una
utopía con la

que, quiérase o no, el
hombre
-de todas y en todas las épocas-tiene necesariamente
que contar. Como recientemente ha señalado Leandro Benavides
en un bellísimo trabajo (2),
fa política en todo momento ha es­
tado presente en
la mente del hombre europeo. Fue siempre una
constante
preocupación del
hombre
· de
Occidente
la organización
de la convivencia socia:1. Por eso mismo, comprobada la innata
sociabilidad humana, es necesario procurarle el man:o más adecuado
para
su mejor

realización. As[ surgen, unidas
a la contextura ra­
cionalista
del

hombre
wropeo, las primeras especuladones intelec­
tuales acerca del

comportamiento del hombre en
sociedad y la idea­
ción de una óptima estructura política.
En
el campo de la literatura política se distingue toda una co­
rriente

de
pensamiento con
un denominador
común en
la manera
de considerar este tema.
Es la actitud de los que abordan el tema
( 2) Benavid-es, Leandro: Poli tic a y ~amhio social. Eunsa, Pamplona,
1975, pág. 18.
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EL CONCEPTO DE «OPOISICION POIJTICA»
pensando más en una posible e ideal forma de convivencia que en
la
comprensión y mejora de la que les ha tocado en suierte. Como
exponentes
máximos del
idealismo político, baste citar 14 Repú­
blica, de Plaitón; Utopía, de Tomás Moro, Cifld,,J del Sol, de
Campanella, o

el
Manifiesto Com11nhta, de Marx-Engels. Estas y
otras muchas obras representan la permanencia de la utopía en la
historia de las ideas políticas de Occidente.
Lo ca:rarterístico de esta fol!llla de pensamiento político es, la
evasión de la realidad, aunque las razones que mueven a ello a los
distiintos pensaidores son lógkarnenre muy diversas y de un va:lor
muy
dispar. En todo caso, las utopías traducen el anhelo humano
por
lograr una sociedad donde el hombre sea de veras feliz, sin
darse
cuenta, o tratando
de olvidar lo inalcanzable de una situación
semejante. Muchas
V da en el propio ámbito id pretensiones
de implantación
real. Su misma irrealidad hace

que no
se adopte nunca como un
programa. para llevar a fa práctica. Se
puede decir, por lo tanto, que una concepción imaginativa de este
género
es totalmente inoperante e inofonsiva.
Por el contmrio, en ocasiones, una concepción utópica de la or­
ganización política

puede
presentarse bajo la forma de algo alcan­
zable
y, como consecuencia, su reali:z:ación aparece simplemente con­
dicionada a determinadas medidas

de
gobierno o
a la acción di­
r
los
grupos. En semej'antes casos, la utopía adquiere una
particular peligrosidad.
Sólo hace falta que un grupo la adopte como
programa
para que toda la comunidad se vea afectada directamente
por ella. Y a no servirá considerarla como utopía
y denunciar su fal­
sedad; los

que pretenden su
realización juzga,án de

manera muy
diferente
y verán, en las objeciones, intereses solapados en peligro
y en la oposición del resto del grupo social, los previstos obstácu­
los que

habrán que vencer.
Para el utopista -no el imaginativo que se decía antes, sino el
que pretende realizar su proyecto-, el cambio súbito reviste siem­
pre el carácter
sagrado de
un deber. En tales circunstancias la vida
política se toma violenta y difícil. Todo lo relativo a la organi­
zación

social
adquiere, entonces,

una forma dogmática
sofocante,
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lo más trivial! se vuelve indiscutible y no · llega a tolerarse la más
mlnima ligioso y · 105 utopistas se encuentran imbuid06 de uua mística revo­
luciona.ria que les hace tanto más activos cuanto mayor ofuscación
padecen.
Puede ocurrir, incluso, que quienes aspiran a realizar u.na uto­
pía lo hagan convencidoo y generosamente. Y que su programa
tenga

toda la
apariencia de justicia y de abstracta bondad. Ello no
supone, antes
a:! contrario, menor peligrosidad. Lo nefasto de las
utopías
radica en

su
intrínseca falsedad tomo proyecto de

actuación
y no en las intenciones que presente. Procisaroente una aparente
bondad
pnede ofrecer uu

llllliyor poder de sugestión
y ser, así, más
perniciosa.
Es obvio, y no descubrimos absolutamente nada nuevo al efo:tuar
esta afirmación, que en cualquier coyuntura histórica, elíjase la
época que se desee, el inteloctua:1 siempre ha encontrado, para dar
cima a su labor, graves

dificultades.
Dificultades que
en
ocasiones
han

sido
poco menos que insalvables al rozar el matiz socio-polí­
tico: fa eterna cuestión.
El escritor del XVI y del xvn, según ha sub"11yado el profesor
José Antonio Maravall (3), conoce muy bien que su obra está su­
bordinada a condiciorn,mientos materiales y que, sin poner éstos
en debido orden, no es
pooible la ta.rea intelectual fecunda, ni

los
deleites que de

ella
derivan en

lo Intimo
de la persona.
Consecuentemente, el humanista, para arreglar esos aspectos, está
presto
a
tomar su parte en sistema polltico que los reyes, en
las grandes monaJtqulas, o
ciertos
grupos oligárquicos en las ·repúblicas mercantiles, están poniendo
en juego. Cualquier
observador que durante el. siglo XVI contem­
plara este proceso se diría que . todo iba bien y que el acuerdo entre
ambas partes se habla de mantener. Efectivamente, con sus aspectos
semánticos ya conocidos,
con. su
trabajo
nocturno y retirado, con
sus goces
íntimos y sutiles, con su afán de comodidad y reposo, el
(3) Maravall, José Antonio: LA oposici6n po/ltica baio · los Au.rtrias.
Ed. Ariel, Barcelona, 1974, pág. 38.
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EL CONCEPTO DE «OPOSICION POLITICA»
escritor del Renacimiento se nos presenta de ordinario entre el
séquito aristocrático, distinguido, de los príncipes que gobiernan
las dinámicas sociedades de la época.
P dora, un desacuerdo, constantemente repetido, con lo que le rodea.
Adivina en ello

su
propia razón de ser y lo acepta y lo cultiva,
a
pesar de la incomodidad que tantas veces ie trae. Pensamos si no
es
esa vibración de disconformidad la que se pulsa en las pa­
labras qu:e,

a
mediados dd siglo xv, escribiera ya

Alfonso de la
Torre:
«el dudar

ha sido en gran parte
causa de saber la verdad».
Unas palabras, pues, que

traducen
-----<,uizá por ello

se repiten mu­
chas
veces en térmiruis parecidos---el inquieto fondo de qUlienes
se

dedican a
meditar robre el

estado
de su. época, pouiéndonos de
manifiesto su oculta latencia,

a
través de
un
par de siglos, al en­
contrar su
eco en una frase de Saavedra Fajardo: «quien rio

duda
no
puede conocer

la
verdad». La duda es

un camino que, sin pér­
dida de
dirección, lleva al fecundo terreno de la disprepancia ...
No deja de
sorprendernos el hecho ---acaso por lo arduo que
resulta el proceder a una explicación medianamente con.,incente­
de
que

el
escritor -o, sin más, el mero intelootual-, por no sa­
bemos qué extrañas razones, siempre se ha considerado especial­
mente vocado para inteNenir en la «oosa pública» : La colaboración
de los escritores en

la
comunidad política a titulo de servicio a la
«patria», 'la necesidad de atender en el pilano de la opinión a esta­
dos de

conciencia cada
vez más despiertos o desarrollados, debidos
a la fuerza creciente del individualismo, y la y.,. señalada vincula­
ción
de
los humanistas a los grupos de intereses políticos domi­
nantes
bajo la figura
del propio príncipe, foeron circunstancias
-manifiesta
el

autor que acabamos de
citar (
4)- que dieron
lugar a

que las guerras
y otros graves enfrentamientos politicos,
llevaran

siempre una parte
a cargo
de
escritores, de inrelectuales
capac,s
de

desatar
una batalla de ideas. La disputa ,s un elemento
de
la guerra: sobre las culpas y los males de las que les enfren­
taron sin

descanso,
Carlos V y Francisco I «travajaron estos dos
( 4) Maravall, José Antonio: op, cit., pág. 43.
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príncipes y después dellos tod05 sus afir;ionadoo de Europa y del
Wl.iberso, de cargallas el w,o al otro». De ahí, una novedad inte­
resante, el

empleo del
libro como arma, según nueva doctrina que
Ronsard nos anuncia en uno de sus patriót:iros discwsos.
Pero no menos cierto es, y lo podemos afirmar con ademán
dogmático, que los hombres dedicados al estudio o a la pluma
jamás han

sido fáciles
de domeñar. Así, .por ejemplo, no estaban
en

lo cierto
quienes suponían
que las letras facilitaban un espí­
ritu de
docilidad. El cultivo de la capacidad de pensar, ejercida
cada
vez más libremente por las personas dadas al a;tudio y a la re­
flexión,
acabarla minando la. rutinaria aceptación · del estado de co­
sas en. que se vivía en la época renacentista. Pensemos, justamente,
que la apelación a la duda metódica en Dfficartes, como anteriM­
mente
algo hemos insinuado, traduce un amplio y particularí&imo
estado
del

espíritu ...
11. La "oertidumhre" política
Necesariamente tenemos · que reguir rembrando a:lgunas interro­
gantes que, en buena lógica,
demandan urgentes respuestas. He aquí,
por caso, una de ellas: ¿Hasta qué punto cabe hablar, en políti­
ca, de
«certidumbres» . absolutas? ¿Qué son las llamadas «certidum­
bres»

estructurales?
· En

relación
a:l orden

de la
naturaleza -ha
es­
crito
Bertrand de

Jouvenel
(5)-, disponemos

de
muchas certidum­
bres
estructurales: así, cuando veo ponerre el sol, espero también
volver a verlo rea~; cuando veo venir el invierno, espero que
le reguirá la primavera: he ahí unos ejemplos rencillos. Un ins­
tinto profundo ha impulsado a los hombres, en todo tiempo y
lugar, a constituir un orden social que proporcione reguridades aná­
logas.
La semejanza que existe entre

las
reguridades que
propor­
ciona el orden
natural y las reguridades del orden social consiste en
que
unas y otras son asp (5) Jouvenel, Bertrand de: El arle de prever el futuro político. Ed.
Rialp, S. A., Pamplona, 1966, pág. 76.
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EL CONCEPTO DE «OPOSICION POLITICA»
en que el sol salga, no es porque haya ocurrido esto en un tiempo
tan lejano
como puede re:ordar la memoria colectiva,

sino porque
es un aspecto de

la
relojería celeste.

De igua:l modo, si los
ameri­
canos esperan con confianza que las elecciones ptesidoociales ten­
drán lugar, no es a causa de un razona.miento constatado, sino por·
que constituye un
aspecto del
orden constitucional.
Sin
embargo, existe esta diferencia capital, y es que el orden
natural constituye para
nosotros un

dato,
mientras que el orden
cons­
titncional es
una con1trucdón que se puede modificar y que incluso
puede
derrumbarse.
Los americanos no dudan, en modo alguno, que al presidente
en ejercicio le
sucederá inmediatamente otro

presidente designado a
través
de un procedimiento bien conocido. Ahora bien, los franceses
no dudaban en modo alguno, en 1785, que a Luis XVI sucedería in­
mediatamente otro re-y de Francia, designado por la regla bien cono­
cida

de
la sncesión

por línea
masculina. Pero

la
realidad desmin­
tió

esta certidumbre de los
franceses. &te ejemplo, tomado de la
Historia de

Francia,
atestigua que si una larga serie ininterrumpida
de aplicaciones de una misma regla sustenta nuestra convicción de
que será también aplicada en el porvenir, . esta larga serie no da,
sin embargo, ninguna garantía objetiva, Y esto conviene subrayarlo,
porque existen dominios en los que lo que se considera a priori
como probable, por encontrarse verificado en una larga serie de
pruebas, puede, desde este mismo

momento,
ser tenido como pro­
bado. Sin embargo, en el campo histórico las cosas no suceden así :
es solamente nuestra co:tlvlCción la que se enruentra reafirmada y
no su fundamento objetivo el que se encuentra verificado. En un
caso como el que nos ocupa necesitamos, en realidad, plantearnos
dos

cuestiones. Una
de ellas se resuelve inmediatamente, y es la de
si esta regla
pertenece al orden establecido; pero la otra, la que
consiste en saber si este orden se mantendrá, resulta infinitamente
más dificil.
El ejemplo francés
que hemos expuesto supone, por otra parte,
una interesante
lección histórica.

Han
transcurrido casi
cien años
después de la
carda de

la antigua Monarquía, bajo la
cual se había
aplicado
para el jefe de &ta 1333
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exceptuamos los setenta y cuatro años de la III República, todo este
largo período no ha visto más que dos casos en los que un jefe de Es­
tado
ha,ya aido reemplazado según la regla que había asegurado su su­
cesión: Carlos
X ha suceclido a Luis XVIII según la antigua regla
monárquia, René Coty ha sucedido a Vicent Auriol según la Cons­
titución de

la IV República:
i"" todos [05 demás CllS06, el nuevo
jefe

de
Esta.do ha sido instaurado

o
se han instaurado,

en
virtud de
una

regla
nueva! Es interesante hacer nob!!r este hecho para destacar
que una certidumbre estr11ct11ral que se derr11mba no es fácilmente
reemplaztNI" po, ()/ra.
Es obvio, pues, que sin un mínimo de seguridad el hombre po­
lítico zozobra, aunque, justo es reconocerlo, no naufraga inevitable­
mente. El

naufragio, inevitablemente,
se produce cuando a la falta
de absoluta
seguridad le acompaña la

carencia de una elementa:l
medida. de libert•d. Sin libertad,

sí; el
naufrag¡io, la
ruptura de
la n:ave, es ya un sure;o clamoroso. Como es la libertad la gracia
expresiva, lo que habrá que buscar en el inmenso océano de la po­
lítica es la seguridad o la zooa de aeguridad para la .libertad, sin que
el
repertorio de seguridades debilite, por supuesto, el ejercicio de
la
libertad esencial e intrínseca.
La libertad ---<:orno capocidad de in;ciati'la~ posee, entre otras
virtudes,

la
la
seguridad. De

la
seguridad cabe decir, aunque en tono menor,
lo que Hillderlin dijera del lenguaje: es un bien peligroso. Es un
bien, porque en su reino y bajo su mandato la libertad puede ejer­
cerse,
y es peligroso, porque la seguridad tiende a reducir el reper­
torio de

la
libertad. La seguridad, c0010 árcu:lo de las Hbertades rea­
les, no puede C'Ollvert:irse en el compás ,de la intrahistoria del hom­
bre,
sino más bien en la defensa de su intangibilid•d.
El hombre constreñido por la seglll'idad siente que le falta el
aliento, aunque no le fallte el alimento. La cuestión es, por tanto,
la de encontrar
una seguridad no

constrictiva,
la de hallar una segu­
ridad liberadora de '1a libertad. ,Que sea 1a libertad la que com­
prenda
la imprescindible seguricbd que· necesita la posibilidad de su
ejercicio.
Ló'
que distingue al ser humano entré los semO'lientes no es la
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EL CONCEPTO DE «OPOiSIClON POUTICA»
seguridad, sino la libertad. La libertad no ,es el contrapunto de la
seguridad, sino

la
determirumte de la seguridad amptable. La se­
gurid.Jd de

no estar
absolutamente seguros

es
una condición

típica­
mente humana. Porque la seguridad sólo se obtiene por una
legaHdad
física, que no .,. ,Ja que ri.ge el desarrollo humoo.o de la conciencia.
Entre

la necesidad
y el aza:r, azar reducible por fa ciencia -y sólo
por
la ciencia, en cierta filosofía-, se encuentra, rompiendo la
antítesis, iJa libertad, irreducible a pr,,.;s;ones científicas.
La seguridad admite cuatro campos de ensaros: la seguridad de
si mismo,, la segurirdad en los otros y de los demás y, ciertamente, la
sustancial
variante de la primera que

hemos catalogado, a
saber: la
seguridad en ,si mismo. En este tetragrama de la seguridad, la libertad
puntúa con
notas de distinta tonalidad.
La seguridad de sí mismo implica la desvalorización kle todo
lo que
es ajeno, próximo o lejano. · Estar seguro de si, sólo lo está
el que ignora su tpropia condición. No sabe quién es el que está se­
guro de
si. Es una seguridad

que en
algunos puede no ser falsa, pero
siempre será falaz. Es una seguridad engañosa, aunque sea sin do­
lo. El
seguro de sí desconoce los resortes de la libertad y los
apremios de
las 1libertades ajenas.
La seguridad en sí mismo es una exi.genria de la libertad ra­
cional.
Es una conquista humana

personal.
Es intransferible. Admi­
te
o
consiente las estar seguro en sí mismo no implica una. red.ucd6n solipsista., sino
una volunt•d decidida. Es compatible con la libertad de los demás.
Incluso
puede decine que cuenta con ella. Es fruto de un ascetismo
mor.J. y de una sabiduría sosegada. No es desp6tica, como· la segu­
cidaid de sí mismo; es un señorío.
La seguridad en los otros sólo es correcta en la medida en que
se
otorga a
la
libertad de
ellos un amplio margen de inica.tiva
insos­
pechada y, a veces, hasta insospechable. Aquí· viene como nacida la
proca,udón bíblica: desgraciado el hombre que confía en otro· hombre.
Que confía en otro, es decir, que se confía a él asegurándose en
quien, por
,definición, no
es un ser seguro. Cabe
asegurar en los
otros lo asegurable, que no es nunca uno mismo como
persona. Ase-
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]OSE MARIA NIN DE CARDONA
gurar la libertad en la seguridad que loo otros pueden ofrecerme
es una. abdicación de la pe,sooalidad (6).
La seguridad: de lo otro, o de loo demás, es admifilble, si previa­
mente se han
analizado loo ejes de seguridad: que presenta. Pues
bien, en pocas épocas de la historia de la h=id:ad la sociedad
ofrece

una
descompensación tan radical como en la presente. La
única seguridad ,¡11e nos brind,; la sociedad ai:111al es la escanda/asa
inseguridad
,¡11e la corroe. Lo que sucede en que la inseguridad de la
sociedad y del mundo actual es patológica, mientras que la iusegu­
ridad del ser humano es de suyo saludable. Cuaodo se confunden
las índoles de estas dos seguridades o inseguridades -la de la so­
ciedad y la de la persona humana-, rudviene la catástrofe. La razón
es clara:

la sociedad es el ensayo que la naturaleza humana organiza
para
hacer viable y fiable la iusegurid:ad radical de las personas.
Cuando
la sociedad: es ella insegura, la libertad personal o se retrae
o se exaspera,
pero ciertamente no se ejerce del modo que le
es congénita. La sociedad iusegura tiende coo todas sus fuerzas y re­
cursos. a defender su fragili.dad
de la manera más cómoda, ofrecien­
do a los hombres una seguridad
comprometida no
con la libertad,
sino con la impotencia de
la libertad. La sociedad impone al ihombre
la urgencia y la necesidad -a veces con impudicia, como un deber
moral-

de
funoiooalizar nuestras vi.das

y, por
supúesto, nuestra
li­
bertad, en servicio de una sociedad que no reconoce en la persona
humana la

titularidad ejemplar de
twtlquier entidad,
institnción u
organización.
La sociedad, de suyo, no es el producto organizado de la li­
bertad persooal;

es el ámbito de seguridad en el que la libertad se
ejerce. Cuando la
sociedad, es decir, lo

distinto
-aunque no
di­
verso--de

lo personal,
se resiente de falta de seguridad, habrá que
rocapacitaí-si no estará la causa en la inversión de la escala de valores
y de fiues que imperan en esa sociedad, por ,perfecto y preciso que
sea el
aparato de
relojería que
la rija.
La seguridad .de lo otro no es nunca la del hombre, sino el
( 6)_ MuñO.z Alonso, Adolfo: Persona, sináicalí.rmo y sociedad. Cabal
Editor, Madrid, 1973, pág. 114.
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EL CONCEPTO DE «OPOSICION POUTICA»
favor para el despliegue de las virtualidades personales humanas.
El hombre sólo

es libre en
sociedad si se siente seguro; pero
la
plenitud de
su libertad reside

no sólo en sentirse seguro en sociedad,
sino en saberse
seguro en soledad, pero

seguro de que puede ejer­
cer su
libertad socialmente.
Para

que no quepan equívocos, añadiré una glosa: El funda­
mento que sostiene y legitima
mi libertad es el que se asienta, como
en primera piedra,

en el reconocimiento de
la paritaria libertad del
otro.
La libertad del otro es ontológicamente la justificación de mi li­
bertad recíproca.
La libertad del otro no es una concesión gratuita u
obligada;
es
la savia de mi libertad. Así se explica que la sociedad
sea el

ámbito
en que

las liberta.des
se ejercen, no en el

que se con­
tr=. Y que sea la sociedad la que establezca el régimen de seguridad
para toda
la libertad posible,

y el
régimen de restricciones

eficaces
para cualquier libertad imposible. Bien entendido que una socie­
dad
que se asegure contra la libert:a.d no es taJl; pero tampoco lo
es una sociedad

en que lo único que no
es posible en ella
sea el
ejercicio de

la
libertad, por la incapacidad política o el desarraigo
social

de su
ordenamiento jurídico.
m. La "opooición" o el camino indirecto que oondlllOe al
poder
Es harto significativo el hecho de que algunos de 'los autores
más prestigiosos de la primera mitad del siglo que no& ha tocado
en suerte vivir hayan consi siones en alta voz-, que está por decidir, todavía, si la «oposición»_
es,

en rigor,
el camino más directo para apode1rarse del Poder. De
todas formas, cosa de la que no puede
dudarse, la

«oposición»
implica una
de las

estrategias más
sugestivas y eficaces para lograr
esa conquista. Y, como agudamente subrayó el malogrado escritor
italiano Curzio Malaparte (7)

-hombre
cargado de experiencia,
(7) Malaparte, Cun:io: Tér:nica del golpe de Estado. Plaza & Janés, Bar·
celona,

1960,
pág. 10,
1;37
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/OSE MARIA NIN DE CARDONA
sensato y prudente conocedor de las ambiciones de los seres hwna­
nos-, en todo acto insurreccúmrll lo que al fin importa es la táctica,
es
decir, la técnica de gope de Estado. Así, por ejemplo, en la revo­
lución

comunista, la
estrategia de Lenin no constituye una prepara­
ción indispensable para la aplicación de la táctica insurrecciona!. No
puede
conducir, por

sí misma, a la conquista
del Estado. En

Italia,
durante los años 1919
y 1920, la estrategia de Lenin habrá sido
plenamente aplicada, e

Itilia era cealmente, en esa
épcx:a, el
país
de
Europa menos "° sazón para la revolución comunista. Todo es­
taba preparado para el golpe de Estado. Pero los comunistas italia­
nos creían que
la situación revolucionaria del país, la fiebre sedi­
ciosa de
fas masas proletarias, la epidemia de las huelgas generailes,
la paráilisis .de la

vida económica y política, la ocupación de
las
fabricas por los obreros y de las tierras por los campesinos, la de­
sorganización del ejército, de 1a policia, de la burocracia, la falta
de energía de la magistratura, la resignación de la burguesía y la im­
potencia del Gobl dores.

El Parlamento pertenecía a los
partidos de izquieroa; su acción
corroboraba
la

acción revolucionaria de las
organizaciones sindicales.
Lo que faltaba no era la voluntad de rupoderarse del Poder ; era el cono­
cimiento de la táctica insurrecciona!. La revolución .re desgastaba en
la estrategi,., Est,,¡, estrategia era la .preparación del d/dqlle deciswo;
pero nadie sabía
cómo conducir el ataque. Habían acabado por ver
en
la monarquía ( a la que se llamaba entonces una Monarquía so­
cialista) un grave
obstáculo para el ataque insurrecional. A la ma­
yoría parlamentaria de
izquietda · le preocupaba la acción sindical,
que hacia temer

una conquista
del Poder

con
independencia del
Parlamento y hasta contra el Parlamento. Las organizaciones sindi­
ca.les desconfiaban de la acción parlamentaria, porque tendía a trans­
fomia:r
la

revolución proletaria en un
cambio de
ministerio en
be­
neficio de la pequeña burguesía. ¿Cómo organizm-el golpe de Es­
tado? Este era el problema.durante los años 1919 y 1920; y no sólo
en
Italia, sino en casi todos

los
países de Europa occidental.
Tras

lo aparentemente doctrinal
siempre se

esconde,
según la
concepción ideológica de

Curzio
Mafaparte, algo más : La historia
de la lucha entre Stalin
y Trotsky es la historia de la tentativa hecha
1338
Fundaci\363n Speiro

EL CONCEPTO DE «OPOSICION POUTICA»
por Trotsky para apoderarse del poder, y de la defensa del Estado
que asume contra él
Stalin y

la vieja guardia bolchevique; es la
historia de un golpe de Estado fallido. A
Ia teoría de la «revolución
permanente» de Trotsky opone Stalin la tesis de Lenin sobre la dic­
tadura del proletariado.
Se ve pelear a las dos facciones, en nombre
de Lenin, con

todas
Lis annas de Bizancio. Pero las intrigas, dis­
cusiones y sofismas ocultan acontecimientos mucho más graves que
una .diatriba sobre la ·interpretación del leninismo.
Lo que está en juego es el poder. FI problema de la sucesión de
Lenin, plantead.o mucho antes de su muerte, desde los primeros
síntomas de
su

enferme.dad, no
es otra cdsa que
un
problema de
ideas. Las ambiciones personales se esconden tras los problemas
doctrinales: no
hay que deja,se engañar por los pretextos oficiales
de

las discusiones. La
preocupación polémica de

Trotsky es la de
a,pa.recer como

el
defensor desintersado
de
la herencia moral e inte,
la:twd
de

Lenin, el
guaroián de

los
principios de
la
revolución,
de

octubre, el comunista
intransigente que lucha contra
la degene­
ración burocrática
del partido,

el
aburguesamiento del
Estado so­
viético.
La preocupación polémica de Stalin es la de ocultar a los
comunistas

,de
-los otros

países, a la Europa
ca,pitalista, democrática
y liberal, Lis verdaderas razones de la lucha entablada en el seno dd
partido,

entre
los_ discipulos de Leniri, los hombres más representati­
vos.
de lá Rusia

soviética.
En realidad, 'trotsky pelea por apoderarse
del Estado y Stalin por defendede.
A veces, como la p~opia Historia lo demuestra, cuesta menos
trabajo 'vencer a un ejército que a una asamblea: Las empresas de
Sila
y de Julio César, subraya humorísticamente Curzio Malaparte,
eran las que más
mareria de reflexron ofrocían a

Napoleón Bona­
parte sobre su propio destino; eran las más afines a· su genio y
también al espíritu de su tiempo. El pensamiento que le guiara en
la prepatación del 18 de Brumario no hahía ma El arte de conquistar el poder k parecía un áf'te esencialmente mi­
litar: I" estrategia y la táctica de la guerra aplicada a 1,, l,,chá poti­
tica,-e! ·tJrYle de mane;ar -los e¡ércitos en el terreno de UM competicio-­
nes civiles.
En su plan estratégico para la conquista de Roma, no es el genio
1339
Fundaci\363n Speiro

/OSE MARIA NIN DE CARDONA
político de Sila y de Julio César al que se revela, sino su ·genio mi­
litar.
Las dificultades que tienen que vencer para apoderarse de
Roma
son
dificultades de orden exclusivamente
militar. Tienen que
combatir ejércitos y no asambleas.
Es un . error considerar el desem­
barco de Brindes y el paso del Rubicón como actos iniciales de un
golpe de
Estado: son

actos de
carácter estratégico
y no de carácter
político Llámense
Sifa o César, An!bal o Belisario, el objetivo de
sus ejércitos es la conquista de una ciudad: es un objetivo estra­
tégico
...
Lo realmente grave de algunas situaciones «oposicionistas» con­
siste, ciertamente, en desconocer

la realidad
circunstancial y,
conse­
cuentemente, proceden a
seni>rar, con

inconfesables
fines demagó­
gicos,
toda

clase ele utopías de índole
social, política y económica.
La falta de
realismo de las ideologías revolucionarias que compor­
tan siempre un desconocimiento e incluso un desprecio
por el ser
personal del hombre, propugnan

un sentimiento o emotividad que
no sólo rehúye
la reflexión conceptua:l, sino que pretende dinamizar
al hombre
exclUl)'endo su misma voluntad. Al carácter utópico de
la 1d-eología revolucionaria se une necesariamente una técnica dema­
gógica.
14 ideo/Qgía revolurion,,,.;a es siempre mistica, aunque sus mitos
¡e d4Qfnen
con supuestas dentifiddmJes, y es t11mbién, por Jo mis­
mo, enájenación de la propid capacid,uJ de dedsión del

hombre.
En la medida en que el mito sustituye a la realidad no sólo carece
de
razón de verdad, sino también de razón de bien. No podría ser de
otra
manera, si recordamos la
doctrina
tomista de que el ser origi­
na la verdad en el entendimiento, a la
vez que origina

la
apetencia
de bien en

la
voluntad.
Si la utopía es el nombre que merece el producto irreal e irreali­
zable de la imaginación
por encima del entendimiento, la acción
que
ejen::e sobre la

voluntad no puede ser otra que
la manipulación
de los sentimientos, es decir, una demagogia. Una emotividad o sen­
timiento no fundado en razón no puede ser tampoco motor de la
voluntad 'más que

enajenando a ésta
y actuando en realidad como
estímulo de tipo inconsciente, queriendo. provocar reflejos automá-
1340
Fundaci\363n Speiro

EL CONCEPTO DE «OPOSICION POUTICA»
ticos que actúan sobre el psiqW&I10 anlmaA del hombr,: y no sobre
su voluntad libre.
Los mitos revolucionarios no pweden proponerse a la vólutttlld
humana
bajo

la
razón de bien y, por consiguiente, no puede engen­
dr1LtSe en
ella amor, único motor -'-corno ha escrito Petit Sullá (8)­
de las elecciones libres del hombre. El peculiar «sentimiento» pro­
movido por las utopías es el sucedáneo de la libre y voluntaria elec­
ción y adhesión del hombre a la verdad conocida y al bien ape­
tecido.
No debe creerse que las revolucione, posean una instancia «sen­
timenta:l» o «afectiva» que debería ser combatida por una especie
de

rigor
intelectual, cual si sucediera que en los mitos revoluciona­
rios

se
pretende ir a la voluntad sin pasar por el entendimiento.
Cuad si en las revoluciones se diera una primacía de la praxis sobre
la contemplación, simplemente, como

se
dice tantas veces con

ex­
cesiva condescendencia pata con el verdadero smtido de la Revolu­
ción. En
efecto, en

rigor no puede
haber primacía de la praxis donde
ésta
no viene regida por
la contemplación, porque catec:iendo de
ésta no puede existir la praxis. No puede haber verdadero movi­
miento de la voluntad libre alll donde se. ha negado el carácter
de

la
'""'dad, que

es
el bien del entenrumiento. Con mo:ón se ha
dicho que fa praxis que se pretende poner en la cúspide de. los movi­
mientos
revolucionarios no es más que una técnica de manipulación
de masas
y no verdadera praxis. · Ninguna dimensión humana es
potenciada por un falso sistema de ideas, sino que son· todas · más
o menos descentradas y, por lo mismo, mitigadas, cuan:do no anu­
ladas.
IV. La necesidad radical de contar con una adecuada reno­
vación ideológica
Es preciso reco,rdar que, efectivamente, anhelar cierto grado de
progreso sociaJ no significa, en modo ra:lguno, simpa.tizar con de-
(8) Petit Sullá, José Maria: «Utopías y demagogia». Revista Verbo,
núm. 150, diciembre, Madrid, 1976, pág. 1357.
1341
Fundaci\363n Speiro

/OSE MdRIA NIN DE CARDON4
tero:únodas tendencias revolucionarias. El político, en rigor, no es
el
revolucionario por esencia. El revolncionario por esencia puede ser
el ;deólogo, el teórico, el ap&tol. Exaltación, misticismo, parcia­
lidad, pueden alimentar el alma del revolucionario. Pero el revo­
lucionario
-ha. dicho un autor (9)-, aun siendo positivo y justo
en sus
anhelos, no

es un
realizador deseable.
Cuando un
pueblo cae
en
manos de

sus
revolucionarios netos,
por
el azar o Ia algidez de
un
momenro histórico, puede prepararse a

sufrir la injusticia, con
rigor sólo comparable a cuando cae en manos de
los conservadores
a
ulrranza. Es el peso de la parcialidad. Pero estas trágicas coyun­
turas . se producen pra:isamrote cuando el mquilosam.iento de los
dirigentes les incapacita para incoi,porar 'Y realizar las innovaciones
que el tiempo o el
ánimo nacional exigen

o,
pot el contrario, para
contener la desintegración de la suma de eletnenros sociales y cons­
tantes históricas que

constitnyen un destino nacional. Falta de au­
toried.:d, en este segundo caso; falta de imagin,oción y autoridad, en
el primero. Digo
auroridad, también,
porque muy pocas veces el
hombre político deja

de
peocibir y comprender las necesidades de
innovación. Pero veneet la inercia, el egolsmo, el peso de los ele­
menros
a

quienes toda innovación desagrada o
perjudica, es
una
dificilísima prueba de autoridad. El signo social de nuestro tiempo,
la
manlha. progresiva de la Historia, hacen que Ias innovaciones
tiendan casi siempre a
tratar de eootender la

justicia y los bienes
materiales y espiritnales.
Y toda extensión se realiza, además de
sobre el progreso
técnico, sobre la reducción de los privilegios.
En nuestros días, el ritmo vertiginoso de transformación del
mundo, de complicación
técnica, de auronwizaci6n laboral, de fa­
cilidad de comunicaciones, de creación cientifica, impone una ráfa­
ga de necesarias innovaciones en '1a convivencia social. Ya no son
sólo las ta20nes de orden moral; son hechos reales e insoslayables
los que exigen del político la
capacidad de
innovación. Hay que
contar con

la
naveclJLd, con la «mudmza o nueva forma en el estado
o gobierno de
Ias cosas». Respetando la licitnd de la tendencia, se-
(9) Elorriaga, Gabriel: Ld vocación poJ/li,a, Editorial Doncel, Madrid,
1974, pfg. 86.
1342
Fundaci\363n Speiro

EL CONCEPTO DE «OPOSICION POLITIC,1.»
gún apreoac1ones personales, hacia io tradicional o lo revolucio­
nario, es imprescindible, en todo caso, contar con la innovación
política y poseer la capacidad y fuerza neoesarias para imponeda,
aun

a
rontrapelo de quienes se encuentran en

posición de
juzgar
todo
lo

nuevo peor para ellos.
Con no poca ruón, no hace mucho tiempo, el doctor Enrique La­
rroque ha dicho que
,«cada generación tiene una preocupación pri­
morcllil, ya

sea la
de acabar una guerra, la de borrar una injusticia
racia:l o la de mejorar la situación del obrero. Pareoe que la preo­
cupación que ha elegido nuestra juventud
actrud sea

la dignidad del
set humano. Esta ju-.entud exige la limitación del poder excesi-.o.
Exige·
un

sistema
polítiro que
proteja
la comunidad entre los hom­
bres. Exige un
gobieroo que hable abierta y honradamente a

sus ciu­
dadanos» (10).
Diversos sondeos de la opinión pública realizados en los países
industtiaies,
Jo

mismo que en
Espafut, revelM que, estadísticamente,
un

porcenraje minoritario de
la juventud universiraria muestra in­
teresarse en los asuntos poUtioos y, de ellos, no todos coinciden,
por supuesto, en la actitud revis.ioni~ta; la proporción disminuye
aún más en los jó-.enes obreros y es ínfima en el campesinado. Aho­
ra

bien,
¿cómo lgnora,c la trascendencia y gravedaxl que para el
futuro encierran las masas de «hippies» que huyen ·de sus hogares,
el
recurso a

un
escapisrno que incluso llega al hudimiento
en las
drogas, el desencanto y pesimismo de los más sanos? ¿Cómo re­
huir la acusación de tllles actitudes

o, también,
el empuje

de los
millones de
jó .. enes preparados que reclaman mayor sinceridad y
vitalidad?

De
otro lado,

la mayoría
absolura de

empresarios,
téc­
nioos y obreros no desein cambio susrancial alguno. Para muchos,
Jo que cuenta es el apego a la comodidad, la forma más favorable
de resolver los problemas individuales; pata

casi todos, las rei­
vindicaciones
estudiantiles, los gustos de

los jóvenes, las advertencias
de un
puñado de pollticos, moralistas o cientffiros son

expresiones
típicas de
los pocos

años, especulaciones pedantescas o
sospecho-
(10) Larroque, Enrique: El n11e1Jo rumbo Je la libertad. Ediciones de la
Revista Occídente, S. A., Madrid, 1970, pág. 60.
Fundaci\363n Speiro

JOSB MARIA NIN DB CARDONA
sas ambiciones, Mantiene todavía su integral vigencia lo que don
Miguel de Unamuno subrayó ,en el prólogo a la V ida de Don Qui­
¡(Jte
y S,m,:ho: «Una cosa e, la mt1rmuradón crítit:<1 en ,m salón y el
agudo sarcaJmo cr,n qge se zahiere a los dmgentes, y ,ma mgy dis­
t,/nta es la falt~ de ámmo qge; se lllivierte para emprender en, equipo
tareas inn01kldor"1, la amable sonrisa con que se ¡reciben l,,s it:kar, los
~extl> innumerables con qge se mega la parlicipa&ión en cual­
quier cometido que ·"10 lleve a¡,arejado, el lucro· económtco o social_».
No cabe engañarse: escasísimoo son los ya situados en el engtaoaje
profesional normal que

se
comprometan de hecho en la. innovación.
La
palabra «riesgo» está borrada del diocionario burgués y únicamen­
te renace en W. situaciones de catástrofe o cuando se amenaza -o
se cree ver amenazada-la seguridad de los intereses establecidos.
En los círculos de profesionales,
cada uno bu"'ª en los deberes de
su puesto de trabajo la excusa conveniente para inhibirse de los
problemas comunitarios de írudole sociopolitica.
Y · es que, en rigor, todavía quedan· muchísimas cosas por defi­
nir, · por trazar o delimitar su auténtico concepto. En política, por
ejemplo,
se vive la realidad con bastahte comodidad; muy pocos
son, ciertamente, los que se molestan en profundizar en la.s estruc­
turas, en los dogmas, en las pooiciones doctrinales. Consecuente­
mente,

como
nns indica en un ínteresantísimo libro el doctor Martl­
nez Albaizeta (11), aún sigue en rpie la consideración de que, efec­
tivameute,
todas las ideologías· o son de derecha o de izquierda; nin­
guna de ellas
es neutra en este séntido Pirede argüírsenos que tam­
bién existen las posiciones de· centro; pero es que inclusive el
ceutro
es asimifable a la i,quietlda y fa dereclta: una ideología
centrista aparecerá· como
izquierda

si
la comparamos con la dere­
cha, y como derecha con relación a la izquierda.
En
definitiva, la necesidad de la «reuovación», del establecimien­
to de
la libettad · y de· una· política más profundamente humana ha
brotado con · inusitada fuerza por doquier, '.En la misma URSS han
sido numerosos
los intentos que se han sucedido al respecto y, en
{11) Martínez Albaizeta, Jorge: lzq11ierda.r y der«ha.r: .ru .renlido y
misterio. Editorial Speiro, S. A., Madrid, 1974, pág. 17.
1344
Fundaci\363n Speiro

EL CONCEPTO DE «OPOSICION POUTICA»
cierto modo, puede afirmarse que el poeta Evtuchenko ha sido el
promotor de este aire nuevo que ·ha logrado el célebre deshielo de
la
época ¡x,,tstaJinista, Aire

de
renovación que,

justamente, se
hace
palpable
en

no pocos de los principales aspectos de la vida cultural
soviética: teatro, música, cine, artes plásticas, etc. Al realismo socia­
lista se oponían por todas partes, ha escrito V. Gedilaglúne (12),
las tendencias modernistas, inspiradas directamente en las escuelas
occidentales. La contestación al dogma de la estética oficial se ma­
nifestó de manera especial en un entusiasmo apasionado por el arte
absttacto. Varios artistas. se destacaron en este período, sobre todo
el pinto< Yuri Vassiliev y el escultor Emste Néizvestoy. Por otra
parte,
Evtuchenko fue el primero en decorar con sus obras las pa­
redes del salón de su
casa ...
V. Conclusiones
Nos parece
oportuno, al iniciar esta pequeña recapitulación
o síntesis de

puntos de vista,
afirmar que /,, auténtica política es
siemjwe una política de instituciones. Por eso mismo, crear institu­
ciones, o adaptar las ya existentes, _ es la única manera de conformar
desde dentro y verdaderamente a una sociedad. Si no se procede
así, muchos esfuerzos de bienintencionada y positiv_a orientación
teórica se reducen a simples remedios. de urgencia, y si se conV!ier­
ten en sistemas, terminan acarreindo -como muy seriamente nos
ha advertido un autor (13)-la esterilización del organismo social
Nadie
puede dudar que

unas
hdllanres y
momentáneas realizacio­
nes políticas, a
cambio de la libre y estable vinculación de los ciu­
dadanos
a empresas

permanentes,
es· precio
demasiado
elevado para
considerarlo como procedimiento político satisfactodo.
El

nudo del problema, en todo caso, radica en la manera de en­
tender la labor política. Si no se admite la preeminencia de
la per-
(12) Gedilaghine, Vla.dimir: La opo1ición en la URSS. Editorial Cam­
bio 16, Madrid, 1977, pág. 26.
(
13) Benavide<, Leandro: op, cit., pág. 94.
1345
Fundaci\363n Speiro

fOSE MARTA NIN DE CARDONA
sona humana y las instituciones como su proyección natural, es inú­
til proponer una actividad pública encaroioada a poblar ele institu­
ciones
-y así hacerla habitable--- a una socialad. Pero sucede con
frecuencia que,
partiendo de
correctos principios reóricos, no
se
llega,
sin embargo, a las consecuencias prácticas que eran de esperar.
En

tales
casos, hay
que admitir la
disyuntiva de
que
o bien la for­
mulación de

principios no
pasaba de ser simplemente táctica, o bien
no
se ha dado con el método de

traducir en realidad
las pretensio­
nes

programáticas. En este último supuesto, el error
puede ser
más
fácilmente subsanable si
se acierta a comprender la íntima razón
de
ser de toda institución y las exigencias para su nacimiento y de­
sarrollo.
Lo primero que se comprueba siempre, al contemplar el ori­
gen de cualquier
institución, es
un hecho al que no suele conce­
dérsele luego

la debida
importancia, a
saber: No existe
ninguna ins­
titución

que haya tenido por causa la
exclusiva voluntad
del poder
público. Cuando se cree que el nacimiento de una determinada ins­
tiuéión se debió

a un
acto discrecional de una autoridad concreta,
en
definitiva a una voluntad individual, se padece un grave error y
se evidencia una consideración muy supemcial de las cosas.
Una institución nace y arraiga si responde a auténticas necesi­
dades del medio socia:!. Pero aún •hay más: una institución no surge
roer.mente por da,reto, aun supuestas como reales las necesidades
del medio social. Se precisa ante todo una congruencia entre una
institución y el
clima en que brota. Por otra parte, es imprescindible
una suerte
le complicidad tkita de los individuos con el poder pú­
blico
para que el intento institucional llegue a cuajar. En este sen­
tido,
el
papel de la autoridad ha de ser extraotdinariameote discreto.
Para ser verdaderamente fecunda la función de

la autoridad, ha de
ser más catalizadora que impositiva.
No r,sulta sencillo el poder especificar, dentro del ámbito so­
cial de una determinada nación, problema más grave, dramático
y

trascendente
qne el referente al hallazgo e instauración de su
adecuada estructura gubernamental:

Toda sociedad tiene siempre
ante
si nn repertorio de problemas que ha de atacar. Si uno de estos
problemas

es
el de

su forma de gobierno,
· no ha,y exageración en
1346
Fundaci\363n Speiro

EL CONCEPTO DE «OPOSICION POLITICA»
considerarlo como el más importante, y el primero que se ha de
acometer, pese a que su solución sea forzosameute knta y delicada.
No se puede edificar con un mínimo de seguridad si se desconfía
de la estabilidad de los cimientos l!l ímpetu creador de un pueblo
puede quedar seriamente mediatizado en un régimen de interinidad
que se prolongue.
La aceptación común de una forma de gobierno
es la condición
previa pa,a ulterioces realizaciones de carácter esta­
ble. Si hay desacuerdo en este punto básico, todo se toma proble­
mático y se hoce imposible el mínimo de confianza que exige una
normal convivencia.
Pero en el orden de la vida pública las formas politicas, como
nos
ha dicho certeramente

el profesor Leandro
Benavides (14),
son
sólo
un presupuesto. Con. frecuencia se olvida que su importancia,
con

ser básica, es
sólo relativa. Quienes flan la solución de todos
los
problemas a la adopción de

una
forma política determinada,
no han acertado

a comprender
la intrínseca practicidad de la polí­
tica,

ni la flexibilidad,
dentro de unos amplios márgenes, de toda
forma de gobierno servida por hombres con criterio realista.
Una mirada
al panorama político del mundo acrual pone inme­
diatamente de manifiesto la reducida variedad en el repertorio de
las formas de gobierno.
Seguramente que

en el futuro se reducirán
aún
más los tipos de organimción política. También ro este terre­
no parece existir una evolución ine,corable hacia la nivelación de
las diferencias entre los pueblos. Sin embargo, es fácil comprobar
cómo en
unas formas
políticas de nombre
y de esrructUras análo­
gas,

o
casi idénticas, está

incardinada
una vida social de signos muy
diversos
y aún opuestos. La URSS, Suiza, la Alemania Federal, los
Estados Unidos

de
América, etc., e,tán hoy configurados políticamente
como

repúblicas federales; por
otra parte, G,an Bretaña,
Dinamarca,
Japón, Grecia,

Marruecos, etc., se
organizan constitucionalmente ba­
jo el denominador común de la Monarquía parlamentaria; Finlandia,
Turquía,
Italia, Túnez, etc.,
entran conjuntamente
en el molde de
las
repúblicas unitarias. No es necesario recalcat hasta qué punto
un
mismo esquema de
organización política
puede contener
rea1i-
(14) Benavides, Leandro: op. cit., pág, 112.
1347
Fundaci\363n Speiro

JOSE MARIA NIN DE CARDONA
dada; sociales distintas y posibiliw juegos también distintos de las
fuerzas subyacentes en la sociedad.
En fin, a la vista de cuanto antecede, queda bien patente la pre­
dominante carga subjetiva que · existe en toda preferencia exclusiva
e irreductible
por una forma política detemunada. Una actitud dog­
mática, en el sentido de canonizar o condenat con catáctet absoluto
formas de gobierno concretas, tiene poco que ver con el tratamien­
to efectivo de los problemas políticos que cada día responden me­
nos a
!.s1eyes subjetivas de

la psicología.
1348
Fundaci\363n Speiro