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Número 187

Serie XIX

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Democracia y comunismo

DEMOCRACIA Y COMUNISMO(*)
POR
Loms SALLERON
El vocabulario corriente contrapone la democracia al comunismo.
La democracia

es el régimen político ideal,
el régimen de la libertad,
de la igualdad
y la fraternidad. El comunismo es el régimen político
de
la «barbarie con rostro humano».
¿Quién se cree esto? Nadie,
comenzando por
aquellos que nsan
este
lenguaje. Porque

nuestros hombres políticos, nuestros periodis­
tas, nuestros ideólogos nsan de la misma palabra
para hablar

de las
democracias populares
y de las democracias liberales y jamás han
proscrito el comunismo frente a la democracia.
La esencia de la democracia la constituyen: 1) el dogma de que
el poder procede del pueblo; 2) el rito de la designación de quienes
ejercen el poder mediante
la elección.
Poco

importa que la elección sea libre u obligatoria, que
se com­
ponga de

varias listas de candidatos o de una sola, que sea pública
o secreta, siempre que exista,
y se confiese así tal dogma, resultará
conferido el carácter de democracia al régimen que la practique. El
carácter del poder es también indiferente. Puede ser dictatorial o
liberal. Poco importa. La democracia es
religiosa en su misma esencia, ya que toda
religión reposa sobre
el dogma y el rito.
En su esencia, por lo tanto, la religión democrática
es exacta­
mente contraria
a la religión cristiana, para la cual todo poder viene
de Dios
y solamente es legítimo cuanto procura la consecución del
bien común.
(•) Traducimos este articulo de nuestro amigo Louis Salieron de
ltineraires, núm. 236, septiembre--octubre 1979.
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LOUIS SALLER.ON
En términos metafísicos, fa religión democrática implica la in­
manencia y la religión cristiana la trascendencia.
La primera es el
humanismo absoluto,

la
segunda el teísmo absoluto.
En la realidad concreta, las cosas son mucho más complicadas por·
que la historia, que
cambia, y la naturaleza humana, inmutable, com­
ponen sus
fuerzas en

unos
compromisos que obtienen una duración
más

o menos larga.
En Francia, estamos
partirularmente bien

situados para compren­
der estas evidencias (no
obstante pasar desapercibidas o ser nega­
das
por muchos), porque, como ha reconocido hace unas semanas
Philippe
Sollers, en un artículo del periódico
Le Monde, sólo hay,
en
el foodo,
wia única Revolución:

la francesa. Ella es la que ha
operado la revolución copernicana
de w, humanismo integral, ins­
taurado como sustitutivo del
teísmo católico. La Comuna de París,
la Revolución rusa, la Revolución cubana, la Revolución china, son
únicamente
variaotes geográficas,

y así Jo coofiesan.
Un misiooero francés, que pasó treinta años de su vida en China,
me contó un día la anécdota siguiente:
En el pueblo que evangeli­
zaba, las

tropas de Mao habían derrotado a las de Chang-Kai-Check.
Dejado en libertad, en principio, no tenía, sin
embargo, derecho a
hacer cosa alguna ni a hablar con cualquier
persona. Un día que
se
paseaba por la ciudad encontró a unos niños que, a esa hora, habrían
dd,ido estar

en la escuela. Saltando
por encima de las prohibiciooes,
les preguntó por qué estaban en la calle. Obtuvo esta respuesta: «He­
mos dejado

de ir a la escuela porque es
el aniversario de la Comuna
de París».
¡ En pleno corazón de China!
El Partido Comunista Francés
jamás ha sido coosiderado como
un cuerpo extraño en la República. Todo lo contrario. «No hay ene­
migo de izquierda». Es la legitimidad, en su quintaesencia. Giscard
d'Estaing no
Jo duda en mayor medida qne Marchais. La izquierda
es la encarnación de la democracia. La derecha sólo existe si es de­
signada como tal por la izquierda. Ningún partido se autodenomina
de derechas, porqne no existiría
si se proclamara de derechas. La
denominación de derecha procede de la
izquierda, que
es el Santo
Oficio de
dogma democrático.

La extrema izquierda es la quinta­
esencia de la democracia, es la izquierda de mañana.
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DEMOCRACIA Y COMUNISM~
El general De Gaulle, en toda su gloria, debió confesar el dogma
democrático para lograr investirse de una legitimidad que
estaba su­
bordinada

a la legitimidad democrática. Al ser elegido presidente de
la República se le
concedían algunos

años de poder absoluto,
y se
dejaba a sus sucesores
el cuidado de ocuparse de los ritos que crea­
ban nuevas soberanías, la de la Presidencia y la de la Asamblea Na­
cional, esperando la del
Parlamento Europeo.
Los «Nuevos filósofos» s,rltan sobre estas evidencias, que no sa­
ben c6mo «despetrificar». «Marx ha muerto», asegura J. M. Benoist.
Sin duda, pero el comunismo está vivo, porque es la expresión más perfecta de la democracia que confiesa Benoist. Tratando
de superar el nihilismo en que ha caído· 1a revelación
de la
barbarie comunista,

B. H.
Levy escruta «El testamento de Dios»
(Editorial Grasset,
1979), para

buscar allí la solución de sus pro­
blemas
interiores, No

la encuentra, porque la democracia sigue sien­
do su recurso politico contra el comunismo. Si su sinceridad no fuese
evidente, se creería que es un auténtico hip6crita, por lo absurdo de
su vocabulario. El
mal político, la permanente barbarie con rostro
humano, para él, es
el «fascismo». Emplea la palabra decenas de
veces. Poco importa que, cronológicamente, el fascismo haya sido
solamente una réplica del comunismo. Poco importa que, cualesquiera
que hayan sido las contaminaciones comunistas de que se pueda ti! - dar al fascismo, no se le puedan imputar matanzas análogas a las de
los comunistas. El fascismo es la
palabra que

fue empleada por el
comunismo
para calificar el mal, y esta palabra ha sido adoptada por
la democracia porque ha sido impuesta por el comunismo,
y es uti­
lizada por B.;H. Levy para oponerle su deseo de un régimen. de
aspecto humano. Mucho mejor: dándose cuenta de que el antifascismo
es una

ac­
titud negativa, B.-H.
Levy redescubre el judaismo, para encontrar
en él un bastión para la resistencia a la barbarie. ¿Pero, cuál judaísmo?
El de la transcendencia es el de una fe religiosa, de la cual B.-H.
Levy se declara desprovisto. Entonces, en un delirio verbal, donde
toma el aspecto de un
auténtico derviche,
oscila entre una expresión
de radicalismo elemental, el de Ala.in y su lucha contra los poderes,
y el de un racismo latente, suspendido en la identidad judía. ¿Cree
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LOUIS SALUJRON
él, verdaderamente, que un cristianismo desafecto, como el de Giscard
d'Estaing,
en
alianza con un
judaísmo desafecto, como

el suyo o el
de la Sra. V eil, pueden
hacer de

contrapeso a la religión comunista?
Es cierto

que Soljenitsyn ha matado la ideologla
marxista entre
los intelectuales.

Pero la religión comunista no ha resultado tocada.
Y no lo ha sido porque ella es so,;tenida y confirmada por la religión
democrática, en
tod05 los palses occidentales.
Quienes no quieran comprenderlo, ¡que lean el
artículo de Alexan­
dre Zinoviev, en
Le Mrmde, del 18 de mayo de 1979 ! Recuerda en
él este escritor la «línea directriz» del comunismo soviético, esa linea
general que Lenin, Stalin y sus sucesores han proclamado siempre con
la misma claridad que Hitler declaraba la suya. Con
tod05 sus
carros,
sus aviones, sus submarinos y sus bombas atómicas, el comunismo no
serla peligroso si no fuese más que él mismo; pero es la fina punta
del alma democrática la que le inspira, le nutre, le sostiene y le ofre­
ce todas

sus oportunidades.
Si la Providencia nos abandona, nuestra suerte está echada.
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