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Número 187

Serie XIX

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¿Mandar? ¿En nombre de qué?

¿MANDAR? ¿EN NOMBRE DE QUE?(*)
POR EL
c. E. E.
l. ¿ Qué es una ley?
En la trama de las actividades sociales, el mando se expresa pro­
mulgando leyes o dando órdenes.
Las nociones de ley y de orden son inherentes a la práctica del
mando.
Pero ...
¿Qué es una ley?
La palabra designa, a la vez :
~ Una prescripción geoeral promulgada por un legislador.
-Una relación de necesidad entre dos fenómenos.
Así, se habla tanto de ley sobre la prevención de incendios como de
la ley de Maciotte.
La primera es una prescripción, la segunda la
comprobación de una relación necesaria; la primera indica IÓ que
debe ser, la segunda lo que. está eo la naturaleza de las cosas: hay
la ley que se promulga,
y la ley que se comprueba.
Se sienre eoseguida la estrecha relación que existe entre ambas,
que no son, en resumen, sino dos aproximaciones de una misma rea­
lidad.
La ley sobre la prevención de inceodios debe tener en cuenta, debe
plegarse a las exigencias de la ley de Maciotte.
(*) Reproducimos este estudio, que traducimos al castellano, de CEE
lnformatio11, núm. 37, de septiembre de 1979, revista de nuestros amigos del
Centre d'Etude.r des Entreprisei, 3, Rue de Logelleach, 75017, París. El lector
juzgará de su gran interés práctico, actualidad viva y valor formativo.
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Fundaci\363n Speiro

C. B. B.
Sería de locos el reglamento que no tuviera en cuenta esta ten­
dencia invencible que tienen los gases inflamables a obedecer la ley
de Mariotte. Puede decirse, incluso, que ni siquiera sería un regla­
mento, y que no
poseería ninguna

fuerza obligatoria.
2. Mandar o dar órdenes
Una observación, muy parecida nos sugiere la noción de orden.
Una orden es un mandtllo, una prescripción obligatoria; la orden
que se da.
Pero, también, es una cierta relación necesaria entre las cosas:
cada cusa en su sitio.
El

orden
-o el desordenr-son realidades muy corrientes y a la
vez muy generales. Hay orden en el taller, en el almacén, si se encuentran
alli las cosas
en su sitio.
Hay, durante el año, el orden de las estaciones, el orden de la
naturaleza. Hay también el orden
-o el desorden-de un ejército, de una
clase, de una «cordada>> de montañeros: No solamente las cosas, sino
también las personas deben estar en su sitio; y, si no es así, las conse­
cuencias pueden ser de vida o muerte.
Se habla también del orden, social, del orden público o, por el
contrario, de que hay desorden en
la calle, del gobierno que ha
caido por causa del desorden en las finanzas. También
se habla de orden moral, de desorden de las costum­
bres. Se dice que un hombre tiene en orden sus afectos o, de otro,
que tiene desorden en
su vida, etc.
Como se ve, la idea de orden es, a la vez, muy ttniversal y muy
fdmiliar. También muy misteriosa.
En el plano especulativo, su definición es delicada y
algunos fi­
lósofos han

discutido mucho al respecto.
Pero, en el plano práctico,
se trata de una realidad de sentido común, de
la que todo el mundo
tiene una experiencia suficiente.
Hay orden cuando las cosas están en Slf puesto y son empleadas
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Fundaci\363n Speiro

¿MANDAR? ¿EN NOMBRE DE QfJE?
conforme a s11 destino, cuando c(/1/,u·uat juega el ,papel que .le, co·
ffesponde, cuando /o,s hombres y las cr>sas no están desnat11raliz,ad-o_I;
arranc(/1/os de lo filie conviene a SIi propia naturaleza.
Como ya hem05 notado, a propósito de la idea de ley, existe una
estrecha

relación entre las
d05 acepciones de la palalm. orden, entre
la orden que
se da y aquel que se comprueba como contrario al
desorden que produce malestar cuando no es
fuente.de daños peores:
Y,

por consiguiente
~orno para la ley-, la orden que se, da
no tiene sentido y s6lo tiene valor .en la medida en que tiene
en cuentá el ordffl de las cr)S(,r.
Sería una lorura una orden que impusiera el d~orden o que man­
dase ir en contra de la naturaleza de las cosas. ,-Qué fuerza tendria
una orden que mandase a un campesino sembrar en Francia su trigo
en agosto o coger cerezas de un peral?
¿Cuál sería el valor de una orden que sólo procediera del desor­
den de las pasiones de quien la diera; o que violentara el orden de
las
cosas en lo que tiene de vital: orden a la «cordada» de montañeros
de disolverse en el momento en plena escalada, orden a los bom­
beros de volver a sus casas en el momento de la llamada de incen­ dios, etc.?
3. Conocer bien el orden de las cosas
El conr>Cimiento y la observtJ en
la práctica, tma de las f11entés habituales de ltJ átltoriddd,
Por ejemplo, un joven ingeniero, nuevo-en la empresa, llega por
primera ve,; al

taller,
y da a un obrero una fórmula nueva o le. or­
dena realizar un nuevo montaje.
La
reacción del obrero es previsible: desconfiará.
¿Quién es ese que cree que va a enseñarnos a trabajar
y que
quiere cambiar nuestras costumbres?
Sin embargo, el obrero ejecuta la orden, acaso por temor a la
sanció,n.
Ahora bien, es posible que obtenga un buen resultado, que el
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C. E. E.
trabajo resulte más fácil con ese nuevo procedimiento, o la calidad
mejor.
En
tal caso, la segunda vez que reciba «un.a orden» del mismo
ingeniero, desconfiará

menos : si la
primera vez ha

ido bien, ¿por
qué no sucederá lo mismo
l& segunda?
Y

si el
resulmdo también
es positivo, a la tercera visita del in­
geniero, el

obrero se anticipará e incluso le planteará sngestiones,
pues habrá nacido una relación de confianza.
¿Por qné esta confianza?
Porque el

obrero ha comprobado que
los resultados
eran satisfactorios.
¿

Y por
qné han sido satisfactorios los resulmdos? Porque el in­
geniero ha respetado
y aplicado correctamente, en sus estudios y sus
cálculos, las «leyes de
física», del

«orden» de las cosas, de las
cuales no formula, no impone sino una aplicación, un modo ope­
ratorio.
En adelante, y a condición de que este ingeniero siga obedeciendo
correctamente
las leyes físicas cuando de sus órdenes, obtendrá el
éxito casi seguro. Por lo demás, nadie tendrá la sensación de que se
trata de órdenes.
¿Por qué? Porque nadie sentirá
el peso de una volunmd cons­
trictiva,
sino la dirección
de un

guía
seguro en
la verdad del orden
de las cosas.
Es la autoridad de la ciencia, del conocimiento, la del
orden de las cosas que provoca la adhesión. Cada cual siente aumen­
tadas sus propias capacidades técnicas
y realizadoras. m mando apa­
rece como la revelación del orden de las cosas.
Pero, de hecho, co!llO el mando no se limita a hacer funcionar
máquinas, la dlltoridad basada en la competencia es casi siempre
insttficiente.
En cuanto !oJ hombres están en cue.stión, es preciso) además, el
conocimiento del orden humano y del orden d~ las relaciones so­
ciales.
El ingeniero, si es el jefe responsable del obrero, deberá obede­
cer no solamente
al orden de las cosas físicas, sino al orden de las
cosas humanas. De ahí dimana su autoridad, y esto le proporcio­
nará la adhesión a sus órdenes.
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¿MANDAR1 ¿EN NOMBRE DE QUE1
4. El orden técnico y el orden humano
La experiencia cotidiana lo prueba: El obrero, espontáneamente,
juzga
a
su jefe bajo
dos criterios: es competente y es justo, tradu­
ciendo así la doble dependencia de la autoridad al orden de
las
cosas materiales y al de las relaciones morales.
Entre el jefe y el subordinado, está el
mando, es

decir, la orden
dada. Del subordinado a las cosas, hay la verificación del resultado.
Esta suscita la respuesta del subordinado al jefe, que es una relación
de confianza.
Pero esa relación de confianza sólo puede nacer en la medida en
la que el propio
jefe obedece

a un doble orden de las cosas:
El de las leyes físicas, y esta obediencia funda su autoridad por
su competencia, autoridad que, si bien el subordinado no puede ca­
librar directamente en cuanto al conocimiento por el jefe de la fí­ sica, si
lo puede comprobar por los resultados, y a esa comproba­
ción responde con la
confianza: «el jefe

es competente».
Y el orden
humano, acerca

del
cual el subordinado emite juicios
porque él mismo está sometido a este orden moral:
«el jefe
es justo».
5. Un buen mando Estas comprobaciones
caen bajo

los sentidos.
Caen bajo los sentidos de los que reciben
6rdenes que

les
han
chocado, y que se sienten perturbados por ellas al darse cuenta de
la distorsión
entre la
orden recibida
y el orden de las cosas, habida
cuenta de los elementos de información que poseen. Una orden que
no parece obedecer a las necesidades de orden material, ni a una
exigencia de orden humano, es juzgada rápidamente como «arbi­
traria»; y, al perder su r~6n de ser, será criticada.
Pero siempre serán bien recibidas las órdenes de aquellos que
las dan ajustadas a las reglas del buen mando.
Es
buen mt1ndo, aquél cu,yas órdenes no

son, en el
fondo, sino
aplicaá6n a una situad6n particular del orden de las cosas tal como
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C. E. E.
es, o, si se prefiere, el buen mando es aquél cuyas órdenes, a su
vez, obedecen un orden 1u.perior de las. _cosas, aJ~ .. que __ qui~ iµan~
reconoce hallarse sometido. ·
Los filósQfos liberales del siglo XVIII pretendíao que las leyes
positivas
--0 sea, las que se promulgan-no fuerao sino la decla­
ración de
las leyes naturales, es decir, fas .que se compruebao, Era
ésta una visión profunda que hubiera sido exacta si entre: las ley.es
n"111ra!es se hubierao incluido las leyes de la natura!eza humana, que
son las
leyes m01'ales.
Al limitarse la consideración a las leyes físic~ y. rechazarse la de
las leyes que relevao
fa naturaleza moral del hombre, se instituyó el
amoralismo liberal, que cae fatalmente en
la inmoralidad.
«No hace mucho tiempo todavía -señala Jeao Cau-el crimi­
na!, antes
de estar

fuera
de la ley, estaba fuera de la moral», es decir,
que la ley (prescripción) estaba promulgada como una
e,q,licitación
de la moral (orden de la naturaleza humana). Y Jeao Cau sigue:
«El .ot'den estaba no tanto impuesto cuanto consentido y vivido,
y tomaba su legitimidad última de una tr Esta explicación es capital.
6. Una protección contra lo arbitrario
Intentando hacer coincidir en la mayor medida posible la orden
que se da con el orden de
las. cosas
es como puede
asegurarse la
le­
gitimidad del mando
y como se puede eliminar la arbitrariedad.
Todo el mundo reconoce en la práctica que los víncnlos jurídicos
de

un contrato privado
-que crea
obligaciones-- sólo son legítimos
si respetan
las normas

en vigor.
Estas normas
deben hallarse en
conformidad con las leyes, pues, de lo contrario, la autoridad ad­
ministrativa qne las promulga serla cnlpable de un exceso de poder,
o de una desviación de poderes, es
dedr, que

su orden se declararla
como ilegítima y arbitraria.
Las leyes mismas deben respetar las leyes constitucionales, los
tratados internacionales
y las «declaraciones de derechos».
¿Y por qué pararse ahí?
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¿MANDAR? ¿EN NOMBRE DE QUE?
Cicerón ya lo habla advertido:
< turaleza ha extendido a todos los seres, siempre de acuerdo consigo
miJma, y no su¡eta a pet'ecer, qtte nos· llama interiormente para que
cumplamos nttestra fttnción,
nos pwhíbe el fraude y nos orienta ...
Re.rpecto de esta ley, no puede permitir1e flÍnguna en.mienda1 ni es
lícito deragarla, ni en su totdidad ni m pdrte.
»Ni
el seinado ni
el
pueblo se
podrán
dispensar de
obedecerla.
»Esta ley no será
diferente en AlenáS y en Roma, ni bo-y ni
inaíit1na; esta única y mismd ley, eterna e inmutable, regirá todm las
riaciones y en todos los tiempos: po'1'que siempre habrá, para ense­
ñarla y prescribir!" a todos, un Dios único " qttim igtldJmenle rorres­
ponden la concepción, la delibertKión y la puesta en 11Ígor de estrJ
ley.»
Antes de Cicerón, el griego Sófocles cuenta como, a pesar de la
orden del tirano Creóri, Antígona no vaciló en dar sepultura al cuer­
po de su hermano.
Y Creón le pregunta:
-¿«No conm:es el edicto que he prm:lamado?
-»¡Cómo no Jo iba a conocer!
-»¿Y tú te háS atre11Ído a infringirlo?
-»Es que ¡ni ZettI, ni la /usticia, conciudadana de loi dioses
averna/es, lo hablan promulgado! Y yo no he creído que tus edictos
pudieran estarr por encima de lar leyes no, escritas e inmutables de
los
dioses.
Puesto que tú ¡no eres más que un mortal! ¡No· es de
hoy ni de ayer le, existencia de estas leyes! ¡Son de siempre! ¡Y nadie
puede decir cuándo
han comenzado!»
Volvamos a fa empresa.
Todas las
órdenes que
se dan se refieren
a uo
orden
más general
como

medios ordenados para uo fin. Su finalidad es
la de la fun­
ción: un jefe de empresa da órdenes que tienen
por objetivo el man­
tenimiento de las máquinas; que
están ordenadas

a
la buena. produc­
ción, al bien de
la empresa, a las

necesidades de la
clientela, etc.
Decir que

un
medio se ordena para un fin, es admitir ya la idea
de un orden, al que
está subordinado el medio.
No solamente el medio se ordena al fin, sino que se ordena en
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C. E. E.
la medida de lo necesario, ni más ni menos. Se bebe para satisfacer
la sed,
ni más ni menos. Si no, hay desorden. Esta idea de mesura
es capital:
en las situaciones complejas, debe tenerse en cuenta todo
lo que está cuestionado, las circunstancias, etc.
Esto se ve, coo toda evidencia, en las órdenes que se dan en el
terreno de la
técnica. El buen modo

de operar, la buena fórmula,
es
esta o aquella que se muestran como el mejor medio de realizar
el objetivo de la fabricación ( en calidad, p=io, economía de es­
fuerzos, incremento del buen hacer de los hombres, etc.).
Si
se revelara que un modo operatorio ha sido impuesto en vista
a un objetivo distinto de aquéllos,
por ejemplo, las conveniencias
personales del jefe, este jefe no solamente sería sancionado por sus
superiores, sino, sobre todo,
habría perdido toda antoridad en re­
lación con s#s cokiboradores.
La confianza necesaria a todo mando resulta de la certeza im­
plícita de que ¡,., órdenes del jefe están ordenadas a un bien supe­
rior, a 11n «bien común», resultado- del esfumo-humano.
7. El bien común
Esta noción de bien común es, en si misma, muy delicada de dis­
cernir,
pero todo
el mundo
ve espontáneamente que hay límites in­
feriores y superiores que no
se deben sobrepasar.
limites infmores:
El bien común de la empresa no puede limitarse únicamente a
la prodnctividad.
Es preciso también la satisfacción de la clientela
y la concordia y la armonía social.
limites superiores tt1mbién:
Una orden que perjudicara a los asalariados en sus libertades de
ciudadanos, en
sus libertades

familiares, sería
justamente considerada
como

un
abuw de poder.
El to-talitari.rmo no tiene otra definición: es el hecho de una au-
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¿MANDAR? ¿EN NOMBRE DE QUE/
toridad que pretende subordinar la llllaliddd del hombre; es decir,
de
una autoridad que no
reconoce su subordinación a bien superior
aJ guno, a ningún orden de las cosas, que se considera ella núsma
como

el «fin último» al que los hombres deberían estar totalmente
subordinados.
En este sentido, existe una mentalidad revolucionaria que es to­
talitaria por esencia, y no solamente en sus excesos. Malraux lo ha
dicho muy bien:
«La revolución desempeña hoy el papel que en
otros tiempos
desempeñó la

vida eterna».
Lo que equivale a decir
que
la revolución es considerada como el fin último, en función al
cual

todo debe
hallarse supeditado.
Constituye
el. obj,etivo
de
la ac­
tividad

política, pero también el norte de la brújula moral:
«Bien
es lo que favorece la revolución; a quien se consagra totalmente a
ella se le convierte en
héroe o _en santo;

quien a ella se opone, es
pe­
cador o traidor». Un hombre dotado de autoridad natural que
utiliza el
don que
posee para arrastrar a los hombres hacia otros objetivos, distintos de
aquellos para los que se
han reunido, ejerce una autoriddd subver­
siv",
destructora del orden humano, de la naturaleza de las cosas.
Las

«jerarquías paralelas» no son más
que autoridades
que
obe­
decen a una inspiración subversiva de las justas relaciones humanas.
Quien utilizara la función de que está investido para arrastrar
a los hombres contra el orden humano y la
naturaleza de
las cosas,
sería también subversivo. La subversión no es la oposición a los
po·
deres establecidos, pues, incluso, a veces, puede ser obra de los pro­
pios poderes establecidos cuando éstos dirigen a los hombres contra
el orden moral, el orden de las relaciones
humanas.
Conclusión
En resumen, podemos decir que mandar, en el plano material,
es simplemente hacer hacer, dando órdenes;
pero, en el plano hu­
mano, es provocar la adhesión ea un orden de lar cosar,
Las conclusiones de este análisis soo extremadamente prácticas.
La primera, y /" más importante, es que todr, hombre que es
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e: E. E.
ltamdd~ al mando, lo h,irl, bien en ·proporción a Jti inteligencia del
bien to·mún en s11 setlor de mant/o y a s11 ·1Jol1111tad de realizar ese
bien común.
El jefe que tiene· mayor autoridad es el que manda mejor, porque
él es
el que sabe con mayor certeza y el que quiere con mayor po­
tencia el
orden del
bien común.
La autoridad personal
realiza este

milagro -mientras emana del
individuo--de

hacer la obediencia más objetiva
y más impersonal.
No es un hombre el que somete a otro hombre a su propia ley, es
un hombre quien convence a otro hombre para que se someta a una
ley que se les impone a ambos.
De aquí se· deducen otras consecuencias:
AJ Que la autoridad se ¡,odrá desarrollar y el mando mejorar,
en la medida en que se pueda aumentar el conocimiento del orden
de las cosas ..
Por eso, una de las condiciooes indispensables para la mejora
del mando es la-de aplicarse,
.al ejercerlo,
en
anafa:ar mejor los meca­
nismos

de la vida en sociedad
y en observar · Jo que es favorable a su
buen funcionamiento, o lo que le es -contrario.
Este es uno de los puntos en los que insistimos más a menudo,
porque
nos parece muchas. veces mal conocido.
Nada parece más necesario, en la hora actual, que aportar a los
jefes naturales de la vida económica, que no
carecen de

competen­
cia técnica, ni· profesional, ni· de experiencia, ni, a .menudo, de auto­
ridad natural, ese suplemento de conocimiento del orden humano,
de cuál es su puesto .en ese conjunto más general, con la conciencia
clara de su legitimidad, de sus deberes, de sus posibilidades, tan
indispensable a quien quiera realizar una acción verdaderamente co­
herente, es decir, eficaz; ese suplemento de visión general que es
la fuente de toda autoridad social verdaderamente fecunda.
B) Que

la autoridad
aparece como un servicio.
El

que da las 6rdenes
debe considerarse al

servicio de aquellos
a quienes debe mostrar
con más claridad y precisión el orden de las
cosas que tienen la función de

aplicar ...
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¿MANDAR.? ¿EN NOMBR.E DE QUE?
C) Finalmente, ¿se puede hablar de autoridad y de mando _sin
hablar
de

obediencia?
·
El buen mando, ¿no es, ante todo, el que obedece al orden de las
cooas?
Y cuanto más elevada es la dlltoridad, más debe' obedecer a múl­
tiples r,b/igaciones.,
Simone Well, que había querido vivir las disciplinas cotidianas
del taller, lo ha señalado muy
justamente:
«La obedit!ncia es una riecesidad vital del dima humana. Es ne­
cesario que sea reconr,cido generalmente, ante todo por los jefes, que
el cr,nsentimiento constituye, de hechr,, el resr,rte principal de

la
conciencia, de manert1. que lt1. sumiJión no sea jamás sospecl.,osa de
servilismo. Es preciso, también, que se septt. que quienes mandan
obedecen a szi vez; y es preciso que toda la jerarqtda se oriente hd&ia
un objetivo cuyo valor, e inc/1110 su g,-tmdna, Sean comprendidos por
todr,s, desde el más alto al más bajo ... »
Mandar es, ciertamente, como al comienzo decíamos, acrecer las
libertades ; es hablar a hombres para resolverles las dudas acerca de
los
medios _de alcanzar

fines ;
es proponer
un orden necesario a la
libertad humana.
«¿Güb&nar a los hombres?, se pregunta Jean Cau:
«He escrito que no es esa la cuestión, y que "lo preciso es pro­
ponerln razones de vivir y de morir .. Olvido'! de .rl mismos. Y esas
razones de vivir son, desde siempre, exactamente las mismas que las
razones de m~r. Si eliminmnos unas, Je 110/atizarán las otras ... »
En último análisis, ¿no es esa la buena manera de mandar?
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