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Número 187

Serie XIX

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Schmitt y Sartre

SCHMITT Y SARTRE
POR
MARIO SoRIA
Muy pocas, si no ninguna, similitudes parece haber entre estos
dos escritores, alemán
el uno, francés el otro; partidario del nacional­
socialismo el primero, y condenado, encarcelado y proscrito por ello;
sectario de todas
las revoluciones hal:>idas y por haber el segundo, jus­
tificador del estalinismo, deudor
de su fama casi lo mismo a su genio
que a sus
amigos políticos.

Por otra
parte, de Carlos &hmitt, muerto
políticamente
en 1945, no han cesado los estudiosos de
preocuparse,
y él ha seguido reniendo admiradores, discípulos, imitadores, así como
feroces detractores. Desde su retiro de Westfalia, no deja de inquietar.
Sartre,
por el contrario, ha tratado de que los límites de su vida física
coincidieran con su supervivencia magisterial, y cuando su filosofia
empezaba a pasar de moda, el pensador se afilió a cuanta subversión
importante
estallaba en
las calles
francesas :
siempre noticia, no era
olvidado del público. (Hay quien asegnra que Juan
Pabfo Sartre murió
filosóficamente

hace quince o veinte años,
por mano de Althusser,
Foucault y
Lacán, que alzaron su propia cátedra contra la del autor
de
El ser y la nada.) Sin embargo, al lado de estas diferencias, existe
un parecido.
Sartre,

filósofo inferior sin duda a Heidegger
y a Zubiri; inferior
-sostienen-incluso

a Horkheimer y
· a Marcuse, y del cual se hu­
biera burlado Hegel por
mezclar la

metafísica con el
pdlhos literario;
Sartre tiene
una terrible

cualidad en común con
el politólogo germano:
la valoración positiva del odio. Y no es tal exaltación, que a algunos
les parecerá algo así como un acto de demonolatría, tan
extra!i.a. Este
sentimiento

ha sido uno de los
motores principales
de cuanto
ha su­
cedido en nuestro siglo.
La lncha de clases marxista, la persecución
antijudía, las ortodoxias pollticas aparecidas en casi todos los países
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MARIO SORJA
de la tierra, las revoluciones, las guerras civiles, las dos contiendas
mundiales no se entienden sino animadas
por el espíritu de odio ab­
soluto al adversario. Pues bien, &hmitt ,es, como todos saben, uno de
los escritores
que
mejor
ha interpretado esa actitud incondicional, dis­
cerniendo
las dos clases de enemistad que enfrentan a los hombres
entre sí :
la pública y la privada, la que califica al adversario de hostis
y la que sólo hace de él un inimicus. Y es él también quien saca la
conclusión de ser la lucha contra el primero irremisible, pudiendo terminar sólo con la muerte del antagonista. Esta concepción, que
desgraciadamente se ha visto confirmada innumerables veces en nues­
tro siglo, y aun en sus-vis_peras, desde las matanzas de armenios, ini­
ciadas
en 1895 y repetidas en 1915, hasta las de afganos
y cambo­
yanos en los días que corren, curiosamente se halla casi de forma
Ji.
teral en Juan Pablo Sartre. Cada cual, Schmitt
y Sartre, tiene sus propios enemigos : los del
uno son los correligionarios del otro. Pero
ambos se han parapetado
en su respectiva trinchera
ideológica, desde

la cual le disparan sin
misericordia al adversario político. Cuanto el autor de
la Teorla del
guerrillero establece fríamente, Sartre lo llena de pasión, aunque es
el mismo vino el de
odres tan
distintos. «Un anticomunista -dice
el
francés'--es lo mismo que un perro, y nadie me apeará jamás de
esta
opinión». «Decir
"derecha"
es decir
"cerdo"». «Un fascista no
puede tener talento»,
asegura refiriéndose

nada
menos que a Drieu
de la Rochelle. «Matar a un
europeo -s06tiene, exaltador

del racismo
antiblanco- es matar dos pájaros de un tiro: es suprimir al opresor
y al oprimido». Y las citas similares podrían multiplicarse ad n"11seam.
El escritor galo ha reconocido (y ése ,es, igual que en el caso de
Schmitt, uno de sus mayores
méritos pol!ticos) la incompatibilidad
absoluta entre las facciones que luchan en una guerra. Quizá parezca
espantosa esta enseñanza que llega desde dos puntos antagónicos, con
fines contrarios en apariencia y estilo tao dispar, pero es completa­
mente necesaria para defenderse, comprender los sucesos de nuestra
turbada conteroporaoeidad y no forjarse ilusiones de ser factible en
tales cirru.nstancias la paz, ni dentro de las naciones, ni entre ellas.
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