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Número 207-208

Serie XXI

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La crisis en la Compañía de Jesús

LA CRISIS EN LA COMP A~IA DE JESUS
POR
P. J. S.
La crisis en la Compañía de Jesús, como en todos los grandes
acontecimientos o sucesos, no vino de repente. Precedió~ sin
duda, a la crisis que han experimentado la Iglesia entera después
del Pontificado de Pío XII. Las raíces serán múltiples y muy
sutiles tal vez. Y o prefiero ahora atender a una de las
raíces
más

importantes, a mi juicio. Y daré la razón de esta opinión
mía. Estoy convencido de que los movimientos comienzan por
las ideas que se plasman en unos líderes; y esos líderes mueven
las masas; y las masas provocan y realizan la revolución.
Pero es de :notar. que esos movimientos -o liderazgos--:
se fraguan en la clandestinidad para aparecer cuando han pasado
ya a la masa; la cual, a su vez, ensalza a los líderes, que enton­
ces es cuando aparecen verdaderamente al público y adquieren
el caráCter de liderazgo con todas sus consecuencias. Y una vez
se ha dado el primer paso, aparecen otros líderes menores que
sirven a maravilla para que los primeros y verdaderos líderes o
cabezas de la revolución queden ocultos o en talanquera, mien­
tras que los otros, infelices y pagados de sí, dan la cara y reci­
ben los golpes.
El momento propicio para preparar el golpe contra
1a lglesiá
fue

la guerra mundial 1939-1945. Durante este período se hicie­
ron circular
clandestinamente y

cidostilados
-las más

de
las
veces sin nombre- de aútor-, escritos teológicos y científicos
que iniciaban la llamada posteriormente «Teología moderna» o
«Nueva Teología».
'El principal
líder fue Pierre
· Teilhard di:
Chardfu
qúe,

a
·su·· vez,
era
cabeza de
turco por su mentalidad
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Fundaci\363n Speiro

P. J. S.
vanidosa y su influencia en los medios científicos, ya que sus
teorías evolucionistas servían a maravilla para desarraigar de la
ciencia la idea de un Dios creador, etc. Basta leer
el largo pró­
Iogo con que Hussley encabezaba su traducción inglesa de
Le
phénomene humain, Paralelamente escribían Congar (dominico),
!ves de Montcheil, Schoonenberg, Lubac y otros muchos jesui­ tas, franceses principalmente. Asuntos de mayor embergadura
momentánea impedían que la Santa Sede se ocupara en las ma­
terias doctrinales. Tenía que atender al problema racista, nazi,
antijudaísmo, liberación de prisioneros, impedir fusilamientos,
etcétera.
En 1941 propuse yo que la revista Estudios Eclesiásticos de­
dicara un número a descubrir estas falsas doctrinas que comenza­
ban a circular. No quisieron hacerlo sin consultar a Roma (no
sé si a nuestra Curia o a la Congregación de Estudios o Semi­
narios); y la respuesta fue: «No es científico refutar anónimos,­
que no tienen autoridad;
y si llevan nombre, como s~ trata de
papeles ciclostilados, podrá negarse la autenticidad» ( esto era
más o menos lo que decían; no tengo las palabras textuales).
Hacia 1949 pedían que hiciéramos lo que habían rechazado en 1941. Pero ya era tarde. Y tuvo que intervenir
el Papa Pío XII
con la magnífica encíclica
Humani Generis.
Esta encíclica es la segunda Pascendi, es decir, una amplia­
ción de la de San Pío X contra
el modernismo, ya que las doc­
trinas actuales no son más que el modernismo llevado a sus
últimas consecuencias.
A las palabras siguieron las obras. Pío XII actuó con energía
y mandó al P. General de la Compañía de Jesús remover de
sus cátedras a todos aquellos que sostenían- doctrinas por él con­
denadas. La autoridad de Pío XII fue obedecida y acatada; hubo
algunas protestas, pero en la clandestinidad. La autoridad toda­
vía existía en
la Iglesia y en la Sociedad.
Pero
el mal había ido minando la doctrina de la Iglesia du­
rante veinte años; con lo que las raíces estaban muy profundas.
Además, el Papa estaba ya enfermo y su edad no podía prome­
ter muchos años de pontificado. Todavía duró algún tiempo,
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LA CRISIS EN LA COMPAAIA DE JESUS
pero ya no podía enterarse de lo que ocurría ni podía imponerse
con eficacia. Sin embargo, los últimos ocho años de su pontifi­
cados señalarán la última etapa de una autoridad plena, sentada
en la Cátedra de Pedro. Aunque se publicaban libros
y artículos
de revistas de sabor plenamente modernista, la eficacia del San­
to Oficio, con la enérgica actuaci6n del Cadernal Ottaviani, era
un freno valiente
y fuerte. Será necesario un Concilio (Vatica­
no II), para derrocarlo ¡con funestas consecuencias!
Ya a finales de 1958 subía a la Cátedra de San Pedro un
nuevo Papa con un nuevo estilo y una nueva mentalidad. Era
el Papa Juan XXIII, que el pueblo canoniz6 desde el principio
con el nombre del Papa Juan, hombre cariñoso y benévolo. En
realidad el pueblo cristiano le adoraba. Se había ya introducido
en el mnndo el espíritu de la
Democracia -<:onsecuencia y reac­
ci6n de las tristes dictaduras de Musolini y Hitler-,
y el Papa
Juan era como un representante de ella. Su sencillez, su bondad,
su edad

avanzada
y sus antecedentes de juventud liberal anima­
ron a los de la oposición de Pío XII. La Iglesia experimentó
w1 cambio radical. Pareci6 como si con Pío XII hubiera bajado
a la tumba
y cubierto con pesada losa el sentido de autoridad.
El primer acto desconcertante de Juan XXIII fue la convoca•
cion de un Sínodo Romano que se mostró extremadamente ri­
gorista. Luego, en enero de 1959, anuncia la convocatoria de un
Concilio Ecuménico que representará la clausura dd Vaticano I,
y se denominará Vaticano II. Este anuncio es recibido con gow
y con recelo. Se alegran los que esperan que el Concilio será
otro Vaticano I o, si se quiere llamarlo así, un Tridentino Con­
tr~,
los
errores del modernismo;
y por la misma razón recela:,.
los que pertenecen al grupo de la Teología Nueva. Estos dos actos de Juan XXIII corrieron la misma suerte,.
que refleja
la verdadera personalidad del Papa: El Sínodo Ro­
mano fue papel mojado
y naci6 muerto: ¿quién hizo caso de él?
El Vaticano II comenzó con un dossier de 72 esquemas dogmá­
ticos magníficamente elaborados según los métodos del Vatica­
no I y Tridentino. Llegaron a la primera sesión -única e in­
fructuosa de Juan XXIII~ y fueron rechazados en bloque. El
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P. J. S.
Popa mand6 retirarlos y su sucesor, Paulo VI, los sustituyó por
los documentos (Constituciones, Decretos, Declaraciones), que
fueron aprobados tras difíciles contraversias o discusiones. En la preparación del Concilio en tiempo de Juan XXIII
se excluyó a todos los teólogos de la Nueva Teología; cuando sucedió Paulo VI fueron excluidos los de la Teología tradicional.
Por otra parte, al contrario del Tridentino y del Vaticano I,
asistieron al Concilio todos aquellos contra quienes se habría tenido que actuar por lo que ellos actuaron en contra de los
«tradicionales» (incluso en
algún punto -en más de uno- se
actuó contra el mismo Papa: Constitución de la Revelación al tratar de la historicidad de los Evangelios; Constitución sobre
la Iglesia, acerca del Primado
y de la colegialidad; Declaraci6n
sobre la libertad religiosa, etc.). Desde este momento la «Teología Moderna» adquiere carta
de ciudadanía; el Santo Oficio es sustituido (mejor dicho, abolido
y_ en

parte sustituido) por la Congregaci6n para la defensa de la
Fe; el índice de libros prohibidos es suprimido; la colegialidad adquiere relevancia con las conferencias episcopales; las faculta­
d.es teol6gicas sigue~ __ nuevos itinerarios de formación, abolida
la Constitución de Pío XI Deus scientiarum Dominus que tan
buenos
frntos había

dado; los seminarios son disueltos promo­
viendo un sistema más democrático, respetuoso de la libertad,
de la dignidad del seminarista, el cual tomará parte en las deci­ siones del Consejo de la Facultad; la Facultad de Filosofía prác­
ticamente desaparece, etc. En realidad se realiza una auténtica
contradicci6n u oposición entre los documentos del Vaticano 11
y la práctica. Léase, por ejemplo, lo que dice el Decreto sobre
fo formación de los seminaristas y lo que prescriben las diversas
Constitucion~~ que ~ pocos- años se van sucediendo sobre el ré­
gimen de las Facultades. Se ha implantado ya en la Iglesia un sistema netamente democrático. Y el Papa Paulo VI luchará has­
tn su

muerte con la autoridad dogmática y la democracia de ré­
gimen. En vano dará decretos y escribirá encíclicas preciosas y
excelentes, publicará normas y leyes litúrgicas, etc., promulgará
un Credo del Pueblo de Dios . . . todo en vano. Seguirán las pre-
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LA CRISIS EN LA COMPAl\)JA DE JESUS
siones, los grupos de base, las doctrinas en las cátedras, el ca­
tecismo

holandés, el IDOC, las revistas modernistas, etc. El
Popa llorará,

se quejará, sufrirá ...
Para los que tenemos fe, no fueron vanos sus sufrimientos;
lograron para la Iglesia la bendición de Dios con el Papa de
transición Juan Pablo I y el definitivo Juan Pablo II, que
al
igual
que Paulo VI --aunque diversamente-- serán víctimas
del modernismo desencadenado hasta la más brutal desfachatez. Pero con Juan Pablo II no se juega. Se le podrá asesinar, pero
ni amedrentar ni torcer.
Todo este largo preámbulo o prólogo nos ha introducido en
el

marco necesario para
dar realce y realidad a la actuación de
la Compañía de Jesús y a su crisis. No se achaque a la Compañía
toda la culpabilidad o responsabilidad de la crisis actual de la
Iglesia. No solamente han influido otros profesores, órdenes
re­
ligiosas,

obispos, cardenales, etc., sino que el ambiente
mundial
laico, masónico, comunista y, en una palabra, anticristiano, han
ido minando el subsuelo de la Cristiandad y de la Iglesia. La
consigna masónica -tantas veces preconizada- de infiltrarse
lo
más posible en la Iglesia hasta lograr ocupar los cargos y dig­
nidades más elevados, se ha realizado en estos momentos de con­
fusionismo sin igual. Y la Compañía de Jesús ha sido un peón
en este ajedrez del mundo político-religioso-antirreligioso. Tal vez,
por su excepcional postura, ha sido algo más que un peón; qui­
zás una pieza de mayor movimiento
y eficacia. Sin soberbia por
nuestra parte ni vanidad hay que reconocer que por el número
de sujetos, por los cargos que ocupan, por los puntos-clave en
que muchas veces se encuentran
y por la fama de un pasado
glorioso en pro de la Iglesia, han sido muchas las órdenes y
congregaciones religiosas que se miran en ella. Y aun aquellas
que son independientes se han recostado en la Compañía de Je­
sús para apoyarla en su avance secularizador y poder así ellas
también escudar sus progresismos exagerados. La Compañía de
Jesús ha sido a la
vez lider y cabeza dé turco: líder, porque ella
misma se ha puesto en cabeza de un movimiento «liberador,
se­
cularizador,

desacralizador», volutariamente
y· -no lo dudamos
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P. J. S.
lo más m1nuno--con toda la buena voluntad, convencida de
que buscaba la Mayor Gloria de Dios,
y de que San Ignacio de
Loyola, si viviera en nuestros días, haría lo mismo que ellos ha­
cen. Y ha sido cabeza de turco, porque todos se han echado en­
cima cuando han visto que los vientos soplaban de otra parte
y los tiempos cambian. Es lo de siempre: Dum felix fueris, mu/­
tos numerabis amicos}· tempora si fuerint nubila) solu~ eris.
La Compañía de Jesús.
San Ignacio creó una Compañía que solamente podría ser
destruida por la Autoridad Superior, o por una descomposición
de los Superiores. Fundamentada en la
Autoridad monolítica,
su fuerza le viene de lo alto. Una jerarquía absoluta pone en
prden a
todos los súbditos. Pero toda esta máquina está firme­
mente clavada en
la interior ley de la caridad y amor, que se
manifiesta en la
adhesión inquebrantable al Vicario de Cristo
en la tierra, y en una institución jerárquica maravillosamente
concebida. En la Compañía de Jesús solamente tiene fuerza le­
gislativa plena la Congregación General; ésta delega poderes,
como puede limitarlos también, al General que elige; y si el Ge­
neral no cumpliese como las Constituciones mandan, puede ser
destituido. Todo está previsto por San Ignacio. Y fue él tan
consecuente con sus principios, que no quiso que las Constitucio­
nes tuvieran pleno vigor hasta que una Congregación General
----cla primera
que se celebró después de la muerte del
Santo-­
las

promulgara, aceptándolas o retocándolas o cambiándolas. Es
decir, todo el poder lo dejó a la Congregación General. Y el
General, una vez elegido, es la Autoridad o Cabeza de la Com­
pañía,
sin más

superior que el Papa, el cual es Cabeza de la
Iglesia
y por lo mismo Cabeza y Superior de todas las órdenes
e instituciones que en la Iglesia existen; pero la Compañía de
Jesús ha querido, por institución
y Constituciones, someterse de
manera especialisima a la Santa Sede. Ha querido ser la «milicia»
o «ejército» del Papa, por antonomasia. ¡Esta es la verdadera
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LA CRISIS EN LA COMPAl\'IA DE JESUS
gloria de la Compañía de Jesús! Y, consecuente consigo misma,
ha sabido besar la mano del Papa cuando la
.ha colmado
de se­
ñales de amor, como cuando la ha reprendido o encomendado
misiones difíciles y hasta cuando le dio el golpe mortal de la
«extinción». Entonces su General, el santo P. Lorenzo Ricci,
entró resignado en el duro calabozo de Castelsantángelo y jamás
profirió la

más mínima queja contra el Papa que había deshecho
la Compañía y le había a él encarcelado. Y
allí murió víctima
de las intrigas de los enemigos de la Compañía, fiel hasta el
último instante a la Santa Sede. Con un sistema o régimen tan vertical resulta muy difícil
en la Compañía de Jesús lo que podríamos llamar una subleva­
ción o revolucióll. Pensemos en un cuartel disciplinado o en un
ejército o régimen militar bien organizado. Podrá darse el caso
que un cuartel determinado se revuelva contra sus jefes y los
asesine, pero está fatalmente destinado a la ruina. No pasarán
muchas horas
sin que sea reducido y sometido a juicio militar.
Una verdadera rebelión ha de venir de arriba
o con
la anuencia
de los mayores. Podrá también ocurrir que se produzca un
golpe
de estado, pero en este caso serán los superiores o altos mandos
los que lo darán. Y ellos, seguramente pensarán que _hacen. un
bien a la Patria o al Estado. Esto creemos que ha ocurrido en la Compañía de Jesús. Pero
es menester distinguir dos grandes secciones, que llamaremos
doctrinal y pastoral. Llamamos doctrinal a la que se refiere a
las doctrinas
teológicas y filosóficas. Pastoral a la que toca el
orden práctico: economía, sociología, ministerios, etc.
l. Sección doctrinal.-Hemos dicho al principio que las doc­
trinas son las que promueven las revoluciones. Así, ha sido
menester que unos principios hayan motivado la revolución en
la Compañía de Jesús. Estas doctrinas o ideas han sido muy va­ riadas, pero las hemos reducido a una: la
democracia, que ha
destruido la fundamentación granítica de las Constituciones
de
la

Compañía de Jesús. Seguiremos algunos pasos de esta demo­
cratización; pero quiero antes apuntar la . última consecuencia de
845
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P. J. S.
ella: la Congregación General XXXII. La anterior Congregación
había comenzado
por tantear
la situación y dar algunos pasos
democratizadores, como fue el cambio de sistema para la con­
vocación de las Congregaciones Provinciales, de las que habían de salir los electores para la General; con ello se preparó la
XXXII, que ya pretendió cambiar puntos fundamentales de las
Constituciones, que no podían discutirse sin permiso especial
del Papa. Y el Papa, Paulo VI, negó el permiso y mandó que
determinado punto no se discutiese; pero se hizo caso omiso de
cierta carta del Papa y de algunos discursos suyos, y se sometió
a discusión, si bien no se dictaminó nada contra las Consitucio­
nes. Ahí tenemos ya la ruptura definitiva de la Curia Genera­
licia de la Compañía de Jesús con la Santa Sede. Introducida, pues, en la Compañía
la idea de la democracia,
era muy natural que los supetiores quisieran llevarla a
la prác­
tica, frente a la autoridad que la Compañía da al P. General,
que hace sea él quien elija a los Provinciales
y Rectores.
Otra innovación -al parecer autoritaria, en realidad demo­
crática- introdujo la Congregación General XXXII: la elección
de Asistentes y Consejeros del P. General. Las Constituciones
mandan que al P. General le ayuden
cuatro asistentes, que serán
elegidos por la Congregación General. Al aumentar el número
de jesuitas era natural que aumentasen los asistentes, los cuales fueron elegidos -siempre por la Congregación General- para
ayudar al General en
los asuntos

de las diversas regiones. Se jun­
t2ban en

una persona la calidad de
Consejero y Asistente regio­
nal.
Estos asistentes regionales existían ya cuando se convocó la
Congregación XXXI. Esta Congregación General desglosa los
cargos de Consejero
y Asistente regional, dejando solamente la
elección de Consejeros (cuatro) a la Congregación; los Asisten­
tes regionales los elegirá el General. Asimismo, las Congregaciones Provinciales las formaban el
Provincial, los rectores nombrados directamente por el General
y los profesos más antiguos de la provincia hasta llenar el nú­
mero de 40 ó
50 ( según que la Congregación hubiera de reunirse
áe more, o para designar electores para una Congregación Ge-
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LA CRISIS EN LA COMPAJIIIA DE JESUS
neral). No había, pues, elecciones ni democracia para la reunión
de la Congregación Provincial. La Congregación General XXXI
decretó (a modo de experimento, pero que se confirmó en
la
XXXII), que la Congregación Provincial se formase por los su­
jetos de la provincia qne fueran designados por votación de todos
los miembros de la provincia ( sacerdotes
o hermanos

coadjuto­
res) que han hecho
la incorparación definitiva en la Compañía,
sean o no profesos de cuatro votos. La Congregación ya prevé
-y por esto lo
hace--que

ello influirá en
la Congregación
General.
Estos pasos de la Congregación General XXXI tienen una
importancia transcendental: ponen en manos del General la elec­ ción de casi todos los elementos que han de regir
la Compañía
de Jesús:. solamente escapan a su voluntad los
cuatro Conseieros.
Pero si en la Congregación General hay ya un número elevado
de sujetos
de una mentalidad «moderna», se comprende que
estoá
cuatro

también lo serán. ¿Cuál ha sido, pues,
la realidad?
Comenzando por un poco más arriba, el P. Juan B. Jansens,
fue poniendo provinciales jóvenes y, dado su estado
.delicado de
salud,

se metió
poco en los asuntos individuales. Hay que ad­
vertir también . que

le cupo gobernar en el tiempo dificilísimo
de
la postguerra y no tenía él aquel vigor gobernante del P. Wla­
dimir Ledochowsky. Ejecutaba lo que le mandaba
la Santa Sede
(caso Teilhard de Chardin, P. Lubac, etc.), pero dejaba a los
provinciales que actuasen sin vigilar demasiado sus mentalidades.
Estos provinciales
forman ya la tercera parte de la Congrega­
ción General. Por un crecimiento extraordinario de
la Compañía
(llegó casi

a los 37.000 miembros), dividió muchas provincias
numerosas creando nuevas que necesariamente tenían pocos su­
jetos; así asistían a
la Congregación Provincial sujetos jóvenes,
que prevalecían, en las votaciones, sobre los antiguos. La Con­
gregación General XXXI estaba formada con una tercera parte
de provinciales jóvenes y otra tercera parte de profesos electo­
res jóvenes,

y un tercio de electores antiguos (no doy una esta­
dística perfecta, sino orientativa). La consecuencia ya se adivina:
deseos de gran innovación y democratización de la Compañía.
847
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P.]. S.
A todo esto hay que añadir la formación de las naciones
africanas y las revoluciones de América del Sur; todo ello in­
fluenciado por el
comurúsmo. El

llamado Tercer Mundo se ha­
llaba -y se halla- en un estado· que clama al cielo. La opresión
de unos pocos, la riqueza mal distribuida, la diferencia de clases
sociales y hasta
--en Africa-

la discriminación racial ( que en
parte existe también en América). Si por una parte invadió a la Compañía la idea de la demo­
cratización, no menos la convulsionó el movimiento comunista
de «liberación» que se camufló bajo el ropaje de este nombre
tan hermoso. Se presentó a Cristo como el gran «liberador» y la
Iglesia Católica -o cristiana, ya que el
ecumenismo no quiere
discriminación- como
la portaestandarte de la «Liberación del
pueblo oprimido». Y de aquí surgió la «Teología de la Libera­
ción», que tanta tinta y tanta sangre ha hecho correr hasta que
Juan Pablo II le ha dado un golpe de gracia (si bien, por des­
gracia, no ha sido del todo obedecido), que aún no ha dado sus
frutos totales por la democratización de los grupos de teólogos.
1.1 En esta situación de cosas, la doctrina en la Compañía
de Jesús sufre un golpe mortal: la indisciplina. Ya no hay índice
de libros prohibidos, no hay censura eficaz -porque muchos
censores son de la «nueva teología»-
rú existe

el Santo Oficio.
Rige la ley del «diálogo», que necesariamente es largo y em­
barazoso, de manera que cuando la Santa Sede habla, el mal está
ya extendido. En la Compañía de Jesús surgen unos cuantos autores repre­
sentativos de la nueva ola intelectual. Mencionemos solamente
aigunos: Rahner, Schoonenberg, Armendáriz, Teilhard, Schaeffler,
González Faus, Picazza, etc. (he querido citar algunos españo­
les), a los que se agregan algunos de la Universidad Gregoriana
y sobre todo del Pontificio Instituto Bíblico que adelantan teo­
rías exegéticas y hermenéuticas que convierten la exegética y
hermenéutica católica en protestante.
Las facultades de Teología ven aumentar el número de pro­
fesores, pero todos ellos de la «nueva ola», mientras que son
arrinconados los antiguos y tradicionales, aun cuando no hayan
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LA CRISIS EN LA COMP.WIA DE JESUS
llegado a la edad de jubilación. Los grados de doctor ya no se
sacan únicamente en la Gregoriana sino en facultades alemanas
(incluso protestantes), y se da el caso de algunos profesores que tienen que ser removidos del cargo por haber perdido la fe. Se
organizan cursos· de
reciclaje para los sacerdotes antiguos, que
causan verdaderos destrozos doctrinales en el mismo clero secu­
lar que

asiste de buena fe a las clases. De esta forma se va edu­
cando una juventud que no recibe más doctrina que la «mo­
derna».
Sabido es el influjo que ejerció en toda Europa el Catecismo
holandés con su modernismo exagerado.
¿ Quién ha hecho caso
de las protestas de Roma? ¿Quién cambió su opinión acerca de
la
transelementaci6n o transfinalizaci6n de las substancias del
pan y del vino en la Eucatistía, después de la encíclica
Myste­
rzum Fidei? Y nuestras facultades han seguido apoyando a Hans
Küng, al Catecismo holandés, a Teilhard de Chardin; y ha bas­
tado que un libro o un autor ( como Schilebeeck, Küng, etc.)
haya sido amonestado o puesto en tela de juicio por la Santa
Sede, para

que se le haya dado toda clase de luz verde y hasta
se le

haya premiado con Doctorados
honoris causa.
1.2 Y a la democracia se ha añadido la doctrina de la liber­
tad de expresión, de investigación, etc., con que han atacado
abiertamente las mismas decisiones de la Santa Sede y de la
misma Curia Generalicia, en los casos en que ha intervenido.
Recordemos las reacciones contra las Comisiones sobre el Ca­
tecismo holandés, la prohibición del libro de Leila en Barcelona,
el caso Díaz Alegría, Hans Küng, etc., en que varios jesuitas es­
pañoles se juntaron con otros, llamados teólogos, para protestar.
Y nadie les dijo nada; al contrario, parecía que bastaba que se
manifestaran públicamente contestatarios para que se les con­
cedieran cargos de cierta importancia.
1.3 La influencia de la Compañía en la Prensa es bien co­
nocida. Sus múltiples revistas, ya científicas ya de divulgación,
sus libros, sus instituciones, sus colegios, etc., han contribuido
de una manera muy singular a la divulgación de las doctrinas
que han ido aprendiendo sus jóvenes sacerdotes en las faculta-
849
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P. J, S.
des y en los años de formación religiosa. Todo lo cual ha reper­
cutido después a toda
_ la

Iglesia.
1.4 De una manera más profunda ha influido
la Compañía
en
la Iglesia por medio de su intervención en cátedras univer­
sitarias, congresos regionales, nacionales e internacionales en los
que tanta participación tiene y tan altos cargos frecuentemente
ejerce. 1.5 En muchos países (Holanda, Bélgica, Francia, América
del Norte y del Sur, y en muchas naciones y en la misma España)
ha influido e influye decisivamente a veces con su intervención
en parroquias y sobre todo en reuniones con el clero secular,
que fácilmente consulta a jesuitas o los invita a dirigir cursos de
formación a sus jóvenes sacerdotes, retiros espirituales, cursos
de reciclaje, comisiones de catequesis, de liturgia teórica, etc.
Estos son los principales puntos o apartados que han llevado
a la Compañía de Jesús a influir decisivamente en la difusión de doctrinas perniciosas sobre la democracia y la libertad de in­
vestigación y difusión, basta llegar a negar dogmas de
fe, como:
la virginidad de la Virgen María, el pecado original, la
existen­
cie.
de

los ángeles y del demonio,
la supremacía del Papa y su
infalibilidad personal, la inerrancia de
la Sagrada Escritura, la
verdadera inspiración, los milagros del Evangelio, la historicidad
del Evangelio de la Infancia, la indisolubilidad del Matrimonio,
el Magisterio de la Iglesia,
y la misma divinidad de Jesucristo.
[Es cierto que algunas de estas doctrinas no son explícitamente
afirmadas o negadas, como la de la divinidad de Cristo, pero
necesariamente se deducen de los principios que asientan].
2.
Sección pastoral.-Se comprende que la Pastoral obedece
a una ideología, y por lo mismo no puede separarse totalmente
de la sección doctrinal. Será necesario repetir algunas cosas inevi­ tablemente.
2.1
Pastoral litúrgica.-La Iglesia ha dado unas normas
concretas. No se observan muchas veces ni siquiera en nuestras
casas de formación. La Misa se celebra
-de
cualquiera manera,
sin-ornamentos,
con·pan vulgar,

vino de cualquiera clase, usando
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LA CRISIS EN LA COMPAAIA DE JESUS
copas de cristal o vasos de mesa vulgares, sentados todos alre­
dedor de una mesa cualquiera en una salita o aposento de
la
casa, empleando lecturas de autores hasta profanos como Luter
King, Che Guevara y otros contestatarios comunistas, usando
lo& cánones o preces eucarísticas holandesas o a gusto particular
de cada uno~ etc. Y esto se hace no solamente en reuniones es­
peciales, sino en casas o comunidades en donde hay capilla, or­
namentos, misales, etc. Y en ocasiones de cierta categoría como
en una. Congregación Provincial, en asambleas de la provincia,
reuniones comunitarias etc.
Muchos jesuitas han introducido el uso de celebrar la Santa
Misa en reuniones de equipos de matrimonios ( o casos parecidos), en casas particulares, en donde después de la
cena se

ha celebra­
do
la Misa sin levantarse de la mesa, y empleando las sobras del
pan, que cada uno tenía, y el vino que usaba, sin observarse
lo
más mínimo el

ayuno eucarístico ni las ceremonias rituales.
Podríamos mencionar muchísimos de estos abusos, que se
han venido haciendo y todavía se hacen, con conocimiento pleno
de los
superiores y siendo los mismos provinciales y superiores
quienes lo hacen. Todo ello crea un ambiente de desobediencia a
los mandatos de
la Iglesia y a una pérdida de autoridad de los
mismos superiores que permiten y ejecutan semejante desobe­
diencia. Lo mismo se dirá de los Sacramentos. Comenzando por el
Bautismo, las
más exageradas

doctrinas
han alejado y privado
del Bautismo a muchísimos niñitos que se verán inmergidos en
un paganismo invencible por culpa de las doctrinas y pastoral
deletérea de muchos jesuitas. Se niega también su necesidad. Idéntica suerte corre
la Confesión, cuya obligación se niega
y se practica menos. Es una consecuencia de las doctrinas sobre
moral; las que condenaba Pío XII en la Humani Generis al de­
cir

que se deformaba la noción de pecado. La Pastoral ha con­
tribuido muchísimo a difundir esas doctrinas tan perniciosas.
No vamos a recorrer uno por uno los Sacramentos, ya que
sabemos perfectamente la disminución de su práctica. Solamente
la Comunión ha aumentado en número de recepciones en pro-
851
Fundaci\363n Speiro

p ]. s.
porción inversa con la disminución de confesiones; consecuencia
de la idea tan divulgada de que no existe el pecado mortal, ni
la obligación de la Misa, etc., ya que solamente es pecado el que­
rer expresamente ofender

a Dios.
2.2. La Pastoral catequética.-Véanse los catecismos que se
publican para la niñez, las revistas de catequética, los cursillos
de formación

de catequistas, etc. Da verdadera pena. Y la
nor'
ma

que suele seguirse es la de la Comisión o Instituto Catequis­
ta de Holanda, en la que tanta parte tienen los jesuitas. Y luego
la Compañía de Jesús ha establecido en todas partes los centros
de catequistas y organismos similares.
Todos conocemos la extensión misional de la Compañía de
Jesús y su gran influencia, y se comprenderá la parte de respon­
sabilidad que tiene en la deformación de la uiñez y juventud.
Antes las Congregaciones Marianas
erá un

semillero de vocacio­
ves sacerdotales y religiosas. Ahora ya no existen. Se avergüen­
zan de llamarse «Marianas» y han inventado varios nombres más
«del ·día». En
realidad han destrozado aquella fuente de santi­
dad. Han
dejado las

fuentes de aguas vivas
y han puesto sus
bocas en aguas pantanosas
y charcas contaminadas.
2.3 Pastoral de los
Eiercicios de

San Ignacio.- Al cambiar
las nociones de pecado
y de ascética, los Ejercicios de San Ignacio
han perdido sentido. ¿Qué puede significar la primera semana,
de purificación? ¿Quién se atreverá a hablar del pecado, del con­
denado por un solo pecado, del pecado de Adán y Eva
y de los
ángeles? ¿Quién se atreverá a hablar del infierno? ¿Quién dará a la muerte el sentido que tiene dentro de los ejercicios ( aunque San Ignacio no la pone? Y la misma semana segunda, quedará
muy desfasada con las doctrinas sobre la desmitización del Evan­
g.,lio y la no-historicidad de la infancia de Jesús según San Lucas.
¿Cómo dan los Ejercicios -si los dan- los jóvenes jesuitas mo­
dernos?
¡Y pensar que de los Ejercicios, tal como los daba San Igna­
cio, salieron sus primeros compañeros
y los grandes hombres
de la Compañía de Jesús: Nada!, Pedro Canisio, Polanco, Olave,
852
Fundaci\363n Speiro

LA CRISIS EN LA COMPMIA DE JESUS
etcétera! ¡ Y la Santa Sede sigue todos los años practicando los
Ejercicios de San Ignacio!
2.4 Pastoral de los colegios.---Con la manía del apostolado
social u obrero se va abandonando el apostolado de los colegios.
Y este ha sido uno de los fallos más terribles de muchos jesuitas
y, digamos de la Compañía de Jesús. San Ignacio, siguiendo o
aceptando una idea genial del P. Lainez, comprendió la
impor­
.tancia

de la formación de la juventud que había de ser el día
de mañana la clase rectora. Por esto se empeñó en la formación
de los

niños y jóvenes, creando los colegios, institución
enton­
ces

desconocida. Y de ahí arrancó, en parte, la fama de la
Com­
pañía

y a ello debió su rápido crecimiento. ¡Cuántos miles de
exalumnos abrazaron la vida religiosa en la Compañía de Jesús!
Y muy pronto surgieron Ordenes. o Congregaciones religiosas
de­
dicados

exclusivamente a este
fin. Y el éxito fue rotundo. Tanto
que, al querer los enemigos de la Iglesia, destruirla, no pararon
hasta conseguir la extinción de la Compañía de Jesús, con la
esperanza -que para ellos era certeza- de que «matando a la
bija, matarían a
la madre». ¡No contaban en la divinidad de la
Iglesia! Pero el daño que causaron con el cierre de tantos
cole:
gios jesuitas fue superior quizás a sus previsiones.
Y ahora se considera poco eficaz la Pastoral de los colegios.
Se propugna una enseñanza laica
aun en
los colegios de
religio­
sos,

y en varias naciones (entre ellas España) las familias
cris­
tianas

prefieren llevar a sus hijos a colegios laicos ( donde no se
hable contra la religión), que a los colegios de los jesuitas en
donde muchos niños y jóvenes se descristianizan.
La Compañía de Jesús, en lugar de oponerse a la campaña
sexual en la formación de los alumnos, todavía ha contribuido
a ello con ciertos escritos y con la introducción en sus colegios
de la enseñanza mixta, donde en realidad no era necesaria. Se
ha suprimido de los colegios los actos religiosos ( Misa dominical
o Misa diaria aunque no fuese obligatoria), positivamente se ha
impedido muchas veces que los alumnos pudiesen en el colegio
de la Compañía practicar los primeros viernes de mes, la confe­
sión semanal,
la visita al Santísimo entre día, etc. Se han puesto
853
Fundaci\363n Speiro

P. J. S.
verdaderas trabas a los ejerc1e1os de piedad; y cuando se han
celebrado funciones religiosas como en alguna ocasión la Misa de
medianoche de Navidad, oficios de Semana Santa, etc., se han
realizado actos inconcebibles, como celebrar la Misa en el lugar
de los deportes ( asistiendo en traje deportivo, incluso de baño),
bailando en el ofertorio, cantando
himnos deportivos,

etc.
De esta suerte la formación religiosa de los colegios de la
Compañía de

Jesús ha desmejorado
muchísimo. Claro
está -lo
decimos de una vez para siempre -que no todas las naciones
ni en todas las provincias jesuíticas se ha procedido de la mis­
ma manera; pero el hecho de que esto se haya generalizado bas­
tante y que los superiores, lejos de atajarlo lo hayan permitido
cuando no practicado ellos mismos, es muy lamentable, 2.5
Pastoral obrera.-Esta merecería un tratado muy largo.
Pero abreviaremos porque es demasiado claro lo que se ha he­
cho. Es este uno de los puntos más conflictivos del apostolado
actual de la Compañía de Jesús. Es evidente que el mundo o
la
sociedad ha dado un viraje de 180 grados hacia el obrerismo.
Pero no se olvide que:
Lº) Fue el marxismo el que inició el mo­
vimiento revolucionario y anticatólico (y si se prefiere antirre­
ligioso, ateo), obrero con el fin de crear la revolución, que se
consumó en 1917 con
las implantación
del comunismo en Rusia.
2.º)
Fue la Iglesia católica, con León XIII, la que inició el ver­
dadero

movimiento de redención del obrero.
La doctrina de la Iglesia es clara: la formación, elevación,
redención de la masa obrera, por medio de la enseñanza, promo­
ción y cristianización. ¡Nada de revolución!
Y la Compañía de Jesús se ha infiltrado como nadie en la
masa obrera o masa popular del Tercer Mundo con el laudable
fin de promocionarla. Y ¿cómo la ha promocionado? ¿eduéándo­
la?
¿ cristiánizándola? Así lo habían hecho aquellos jesuitas que
crearon

las reducciones del Paraguay, modelos de comunismo
católico. ¡Ojalá los jesuitas modernos hubieran imitado aquellas
normas y obras!
Pero no

lo han hecho así. Han inventado -y
si no inventado, propagado difusamente-- la doctrina de la «libe­
ración», que no es otra que la doctrina de Carlos Marx o de
854
Fundaci\363n Speiro

LA CRISIS EN LA COMPAf.lIA DE JESUS
Lenin. Y en las Misiones del Tercer Mundo los jesuitas se han
aliado con

los comunistas eu la lucha revolucionaria contra los
poderes, los poderosos, los ricos y los mismos gobiernos. Es cier­
to que no han sido solamente los jesuitas, también hay muchos
obispos y otros sacerdotes y religosos; pero bieu conocida es la
fuerza de los jesuitas en aquellas regiones. No se puede negar
que tieuen
raz6n al

protestar del estado de injusticia en que vi­
ven los poderes aborígeues y muchos emigrados de Europa o de
otras regiones. Pero ello no justifica que se empleen medios que
llevarán necesariamente a la implataci6n del comunismo, como
ha ocurrido en Nicaragua y amenaza en otras naciones sudameri­
canas; ha acurrido en Angola, Mozambique, ex-Congo Belga, etc.',
en Africa, y sigue propagándose el mal a otras naciones. Y los
misioneros jesuitas juegan un papel muy importante en esta revo­
luci6n. Véase quiénes respaldaban las doctrinas de Medellín y quiénes se opusieron y oponen a las de Puebla. La Compañía de
Jesús ha jugado un papel muy importante eu todas esas revolucio­
nes comunistas o comunistoides; y no sin razón los gobiernos mi­
litares -y no es que los consideremos totalmente rectos-ha:n
ameuazado a los jesuitas y han exiliado a algunos en particulai:,
resultando
muy
difícil juzgar ciertos casos de asesinato o muerte
violeuta

de algunos sacerdotes y religosos.
El Papa Juan Pablo II alab6 mucho a los obispos del Brasil
por el esfuerzo que poneu en la defeusa del pueblo oprimido,
pero no aceptó la violencia ni la revolución, sino que exhortó
a poner todos los medios posibles para lograr el diálogo con las
autoridades y colaborar con ellas, en lo posible, para la
promo:
ci6n

de los analfabetos o subdesarrollados.
La Congregación Geueral XXXI y más aún la siguiente, la
XXXII, lanzaron la Compañía hacia esta empresa del
Tercer
Mundo.

En vano la Santa Sede ha querido encauzar rectamente
este justificado movimiento. La Congregación General acució a
los que trabajan en este campo de la -Iglesia a que lucharan,
y defendi6 a cuantos súbditos o miembros de la Compañía de Jesús cooperaban a la obra de la «liberación». Esto le ha
costa­
d"
muchas

defecciones de jesuitas que han abandonado la Com-
855
Fundaci\363n Speiro

P. J. S.
pañía y la Iglesia, pasándose al comunismo. Y a el Papa Paulo VI
advertía sobre este punto de la Congregación General XXXII:
« ...

en el orden de las cosas temporales no se debe exaltar más
de lo justo la promoción del hombre
y su progreso social, con
daño del significado esencial que la Iglesia da a la evangeliza­
ción o anuncio de todo el Evangelio. Esto le toca de un modo
especial a la Compañía de Jesús, que ha sido constituida para
Un fin

principalmente espiritual
y sobrenatural, ante el que ha
de ceder cualquier otro
afán, y que debe ejercerse siempre de
modo conveniente a un Instituto religioso, no secular, y sacerdo­
tal. Ni se ha de olvidar que es propio del sacerdote inspirar a
los laicos católicos, puesto que son ellos los que tienen el papel
principal en la promoción de la justicia: no deben confudirse
los papeles de cada uno. Conviene también recordar, teniendo en cuenta las condiciones especiales de cada región, que esta ac­
tividad de promover la justicia ha de ejercerse en conformidad
con las normas de la jerarquía del lugar». Este espíritu «liberador» ha implicado a muchos jesuitas a
colaborar con los comunistas, a. luchar contra gobiernos y auto­
ridades que han creído dictatoriales -y tal vez lo sean-, inclu­
so a afiliarse a los partidos r,nal°Xistas o socialistas de izquierdas,
a exhortar a votar en favor de esos partidos, a favorecerles, etc.
Con razón la Compañía de Jesús ha sido considerada por muchos
como la avanzadilla de la «liberación» en el Tercer Mundo. Y,
repetimos, todo

ello ha sido con el respaldo de los superiores
y siguiendo el impulso de la Congregación General XXXII. Los
jesuitas que se oponían a ello han sido retirados o arrinconados.
No vamos a seguir por este camino, que nos llevaría mucho
tiempo y está ya dicho lo principal. Todo lo demás se podría re­
ducir a alguno de los puntos tocados y serviría solamente para ampliarlos con ejemplos o casos especiales.
Las fricciones con la Santa Sede.
Con lo dicho se
comprende que

necesariamente habían de
surgir roces y fricciones con la Santa Sede. No se trataba ya
de
856
Fundaci\363n Speiro

LA CRISIS EN LA COMPANIA DE JESUS
casos particulares de tal o cual jesuita, sino de posturas de la
Compañía como tal, en la forma de gobierno o de enfocar el
«aggiornamento».
Queremos asentar bien claro -y ya lo hemos. dicho al prin­
cipio-- que no juzgamos las intenciones. Suponemos que el P. General y los jesuitas que le asisten tienen y
han tenido muy
buena voluntad y rectitud de intención. Han pensado, sin duda,
que buscaban la gloria de Dios y que creían sinceramente cum­
plirla.
Lo que ya no es tan claro es el porqué no se lanzaban a
«ciegas» -como diría San Ignacio-- a ejecutar lo que la Santa
Sede mandaba. Es muy significativo el aviso o advertencia que
el Papa señala a la Compañía de Jesús al anotar un decreto de
la Congregación General XXXII. Dice: «La Congregación
Ge­
neral ha confirmado muy oportunamente la fidelidad de la Com­
pañía al
Magisterio [de la Iglesia} y al Sumo Pontífice. Se re­
comienda, sin embargo, que las palabras intercaladas, 'salva una
sana
y deseable libertad', no lleven a impugnar las reglas para
'sentir con la Iglesia', propias de
la Compañía». Muy acertada
advertencia, ya que las palabras «salva una sana y deseable liber­
tad» respondían claramente a una mentalidad muy restrictiva
sobre la adhesión y acatamiento al Magisterio y al Sumo Pon­
tifice, como

la experiencia y los hechos han demostrado en la
misma Congregación.
Un balance aterrador.
En septiembre de 1946, al ser elegido General de
la compañía de Jesús el M. R. P. Juan Bta. Janssens,
los jesuitas

eran . . . . . . . . . . .. . . . . .. . . . ... . .. . . . 28.062.
Cuando el P. Arrupe fue elegido General eran . .. ... 36.038.
Lo que daba un aumento de 7.976, que representa ún
aumento
anual (por

término medio)
de 420 (en números
redon­
dos,
exactamente: 419,26).
857
Fundaci\363n Speiro

P.]. S.
El P. Arrupe recibió la Compañía en mayo
de 1965; contaba . . . . . . . ... . . . . . . . ..
En la actualidad ( estadística de 1981,
l.º septiembre) .................... . 36.038 sujetos
26.622 » ·
Diferencia negativa: -9.406, que representa un promedio
anual de
-588. Y es de notar que ya el primer año dio un ba­
lance de
-109, que se debió a las salidas de la Compañía, Se
han publicado ya en varias revistas los números de salidos, ex­
claustrados y

reducidos al estado laica!. Preferimos no reprodu­
cir aquí los números.
¿Por qué se ha producido este descenso?
No puede achacarse al Concilio, ya que en la Compañía el
régimen jerárquico no se resquebraja por elementos externos que
no sean seculares, como sería uria expulsión o persecución ( que
necesariamente hace disminuir las vocaciones). Solamente se
pue'
de

atribuir
al cambio de régimen interior. Y ya hemos dicho
que se implantó inmediatamente la
democracia y la libertad.
La democracia va contra el sistema de las Constituciones
ideadas por San Ignacio, precisamente
en un
momento de la
his­
toria en que la rebelión luterana amenazaba en hacer tambalear
la autoridad. La
libertad es un don de Dios, pero el jesuita (y en general
el religioso) renuncia en cierto grado a ella por el voto de obe­
diencia;
y

la Compañía no solamente la exige particularísima
para con el Sumo Pontífice, sino que San Ignacio, en su célebre
carta sobre esta virtud, escribe textualmente: «Y aunque en to­
das virtudes y gracias espirituales os deseo, toda perfección, es verdad ( como habréis de
mí oído otras veces), que en la obedien­
cia más particularmente que en ninguna otra, me
da deseo Dios
Nuestro Señor de veros
señalar .

. . En otras religiones podemos
sufrir que nos hagan ventaja en ayunos y vigilias y otras aspere­
zas que, según su Instituto, cada una santamente observa, pero
1!58
Fundaci\363n Speiro

LA CRISIS EN LA COMPAJIIIA DE JESUS
en la puridad y perfecci6n de la obediencia, con la resignación
verdadera de nuestras voluntades
y abnegaci6n de nuestros jui­
cios, mucho deseo, hermanos carísimos, que se señalen los que
en esta Compañía sirven a Dios Nuestro Señor y que en esto se
conozcan los hijos verdaderos de
ella; nunca mirando la persona
a quien se obedece, sino en ella a Cristo Nuestro Señor, por
quien se obedece».
Cualquiera ve que los quicios, sobre los que gira la máquina
de
la Compañía, quedaron rotos en un instante. ¿Podía, pues
hnblarse de Compañía de Jesús? ¿No era evidente que surgirían
conflictos, roces, choques?
Al principio ocurrían puertas adentro, como suele decirse.
Muy pronto se dejó traslucir al exterior
la diversidad de opinio­
nes. Los signos externos eran evidentes. Mientras unos man­
tenían el uso de la sotana, otros prefirieron ·el clerigman para
dejar inmediatamente toda manifestación de religosos. Se fue rá­
pidamente aboliendo la clausura en las casas hasta suprimirla en su totalidad. Se suprimieron prácticamente todas las
distri,
buciones

o actos comunitarios, quedando solamente la hora de
comer y aun ésta con grande elasticidad. No se daba ninguna
señal para levantarse ni para acostarse, ni para hacer oración ni
acto alguno. Desde aquel momento nadie se sinti6 obligado a
nada. Las casas religiosas se convertían en una especie de hotel. No se tardó en desalojar las casas grandes y en reunirse pe­
queños grupos en casas de alquiler, con evidente menoscabo de
la pobreza y aun de la caridad. Se alegó que de esta manera se
vivía más íntimamente y con más austeridad. No lo han demos­
trado mucho los hechos, ya que algunos de éstos han desaparecido
por
la secularización o laicización de sus moradores. El asegla­
ramiento invadió nuestras comunidades o casas; ya ni nos co­
nocemos; las comunidades un poco grandes están necesariamente
divididas; y las pequeñas no lo están porque se han juntado los
que son de la misma cuerda.
En regiones y naciones, en donde no se fumaba, se introdujo
el tabaco; se formaron los cine-forums en los que se proyectaban
películas prohibidas al público y aun clandestinas por ser de
pd-
85?
Fundaci\363n Speiro

P. J. S.
lítica antirégimen. Cuando han cambiado las circunstancias y hay
libertad de cine erótico, han ido desapareciendo esos cine-forum).
Como los superiores han querido tratar a los súbditos con la
caballerosidad que el sentido de libertad,
de derechos humanos
y de responsabilidad requieren, se ha dejado a cada uno proceder
según su propio criterio
y libertad. En consecuencia se va al
cine
----<:Ualquiera que

sea- sin pedir permiso alguno ni limita­
ción alguna; se sale de fin de semana; no falta quien va a es­
quiar, etc. Y no digamos enumerando las novedades ... Y nos preguntábamos muchos:
¿ es esto ser religioso? ¿ Es
esto un jesuita? Los superiores comprendieron la gravedad del momento y se
esforzaron por intentar una solución que no cambiara los prin­ cipios. Diría que
querían inculcar

a todos que tuvieran bien arrai­
gado o profundizado el sentido de responsabilidad o madurez. Pero,
¿ cómo era esto posible a quien había de hermanar el tra­
bajar

en
la fábrica y estudiar teología, recoger basura (¡sic!) y
hacer de sacerdote; disfrutar alegremente y ser religiosos ...
? No
casaban estos extremos.
Pero lo peor ha sido la falta de formación. Los poquísimos
novicios que entraban, si tenían verdadero espíritu se volvían a
sus casas o perdían el espíritu con que
habían entrado.

No
había
casa

de noviciado
y la formación que recibían era nula. Ninguno
de ellos
sabía lo

que
"!'ª la Compañía de Jesús ni conocía sus
Constituciones. Hadan, sí, el mes de ejercicios, pero por etapas
(y
los «tercerones» -Padres que han termina ya los estudios y
se dedican durante un año a renovar el espíritu -no dedicaban
más que unos dos o tres meses a esta tarea,
y el mes de ejerci­
cios lo hicieron un año en Andorra),
y últimamente junto con
las novicias de una Congregación religiosa de monjas, alternán­ dose las pláticas
y meditaciones el maestro y la maestra de no­
vicios/as.
¿ Para qué seguir? Todos comprenderán que así no puede
vivirse en la Religión. Pronto se dividió la Compañía en dos bandos. No pocos obispos intervinieron
y desearon una especie
de escisión: dos Compañías,
la de San Ignacio y la moderna.
860
Fundaci\363n Speiro

LA CRISIS EN LA COMPAAIA DE JESUS
Los superiores -ya eran todos de la misma cuerda- se pusie­
ron furiosos. Pasaron unos años de verdadera tensión, con mu­
chos sufrimientos de parte de venerables ancianos y de otros no
tan ancianos. Se acudió a
la Santa Sede; se deseó una Congrega­
ción General, aunque se veía que sería inútil o ineficaz. A me­
dida que pasaba el tiempo, los modernistas iban ganado terreno
y los otros lo perdían; éstos quedaban arrinconados, olvidados,
cuando no perseguidos.
sr~o te
decían nada
y podías
hacer lo que te diera la gana. Pero comprendíamos que esto no
ea vida

religiosa. No quedaba más remedio que tener paciencia,
obrar según conciencia
y teniendo en cuenta el espíritu y la re­
gla de San Ignacio,
y . . . acudiendo a la Santa Sede.
Recurso a la Santa Sede.
La mayor parte de los jesuitas verdaderos quisieron proceder
con toda regularidad. Cartas
y más cartas iban al P. General y
a los respectivos provinciales. Todo inútil. Creo que solamente
servían para que ellos se dieran cuenta de quiénes no estaban
conformes con sus ideas y retirarlos de todo cargo o ministerio
de importancia. Quedaba sólo el recurso de la Santa Sede, ya
directamente ya por mediación de las Nunciaturas. En España
esto no era del todo seguro.
El Papa, Paulo VI, muy pronto recibió montones de cartas
e informes de jesuitas, de obispos
y de seglares que denunciaban
la marcha de
la Compañía. El Papa lo tomó muy en serio. El
primer aviso que dio al P. General sirvió para que éste fuera
. más

cauto
y actuara de alguna manera contra los que sabía o
suponía haberle acusado.
Como iba incrementándose más y más el número de los par­
tidarios de la tendencia o dirección del P. General, se decidió
a hacer caso omiso -hablo de los hechos no me meto en las
intenciones- de cuanto decía el Papa y preparó las cosas para
una Congregación General, que confirmara y llevara a término
sus proyectos reformadores -en realidad destructores- de la
861
Fundaci\363n Speiro

P. J. S.
Compañía de Jesús, lanzada ya a toda velocidad a la carrera trasformadora del progresismo y secularización más desenfrenada. Para abreviar diremos que el Papa tomó cartas en el asunto
y dirigió a la Compañía de Jesús una larga y preciosa carta antes de que se celebrase la Congregación General. Por lo visto temía
lo que iba a ocurrir. En esa carta advertía los peligros, los erro­
res o desvinculaciones de la Compañía y
quería que
la nueva Con­
gregación pusiera las cosas en su punto. Para que se comprenda el interés del Papa, es de saber que escribió dos cartas, por me­
dio del Secretario de Estado, con fechas 26 de
marzo de

1970
y 15 de febrero de 197 3; y
otra personal

al P. General y a toda
la Compañía el 15 de
septiembre· de

1973. El Papa se presenta­
ba como Responsable Supremo y Superior Supremo de la Com­ pañía de Jesús; y en virtud de esta responsabilidad y autoridad
advertía seriamente de ciertos puntos en los que quería reflexión
y enmienda. Exigía también que no se tocasen los puntos esen­ciales de la Compañía y en particular la distinción entre profesos
de cuatro

votos y coadjutores espirituales.
La Congregación General
y la Santa Sede.
Como era de temer, la Congregación General estaba forma­
da por

todos aquellos
-en su mayoría- que militaban decidi­
damente por la ideas del P.
General, De nada servían ni sirvie­
ron las cartas del Papa,
ni la exhortación que hizo a los Padres
de la Congregación, en audiencia antes de comenzarla. Haciendo
caso omiso de cuanto había advertido y mandado el Papa se to­
caron puntos que iban contra lo esencial en la Compañía. El
Papa se vio en la obligación de pedir que se le enviaran las ac­ tas de cada sesión. Y cierto
día -no queremos bajar a porme­
nores muy sensibles- llamó al P. General y le amonestó muy
severamente. El P. Arrupe, dando manifestaciones de humildad
y acatamiento, expuso sinceramente a la Congregación tódo cuan~
to le había avisado el Papa. Fue un momento de gravísima ten­
sión. Pero . . . todo siguió su curso y cayó en el
vacío la

severa
advertencia del Papa.
862
Fundaci\363n Speiro

LA CRISIS EN LA COMPAJIIIA DE JESUS
Terminada la Congregación General, el Papa mandó que le
presetaran los Decretos antes de que se publicaran. Con
bastan-e
te
rapidez

los devolvió juntamente con una carta del Secretario
de Estado, en nombre del Papa, en que se hacían algunas
ad­
vertencias

a los Decretos. Al mismo tiempo mandó que con los
Decretos se publicasen también los discursos del Papa de antes
y de después de la Congregación, y la carta del Secretario de
Estado. Devolvió los Decretos, pero
no quiso aprobarlos. Así que
esta Congregación General, examinada cuidadosamente por
la
Santa Sede, no tiene la aprobación pontificia. Sabemos que el Papa recibió grandísimo consuelo al recibit
más de tres
mil cartas de felicitación y agradecimiento por su
intervención en la Congregación General
y el haber impedido
con ello que se promulgaran Decretos perniciosos, tal vez para
la Compañía. Los Padres congregados salieron muy desilusiona­
dos
y amargados. Y el P. General y los provinciales se deter­
minaron a implantar con todo empeño los Decretos de
la última
Congregación General.
El estado de tensión entre la Santa Sede y
la Curia de la
Compañía de Jesús fue agudizándose cada vez más. Por su par­
te
la salud del Papa y las dificultades generales de la Iglesia
iban y causaban entorpecimiento en los asuntos. El Papa había
seriamente pensado en dar un golpe decisivo al problema de la
Compañía de Jesús, pero su temperamento suave y poco decisi­
vo, y a la vez enemigo de sanciones -y violencias, hizo que fuera
pasando el tiempo sin que diera una solución definitiva e im­
portante. A los tres años de terminada la Congregación General, moría
el Papa tras un año de salud muy precaria. El Señor le
habrá premiado cuanto hizo por la
Compáñía, que
fue mucho
más de

lo que a primera vista podría parecer.
Juan Pablo I y Juan Pablo II.
Dios mostró a la Iglesia un Papa nuevo, bueno, decidido.
Sólo
lo mostró; tal vez pára que fuera en réalidad un Papa de
863
Fundaci\363n Speiro

P. ]. S.
transición. Un solo mes de pontificado bastó para crear un nue­
vo
clima y sentar unas bases que prepararon el advenimiento de
una auténtica novedad: un Papa no italiano. Quiso, sin embargo,
la providencia, que el Papa Juan Pablo I
escribiera una carta a la
Comp,µua de
Jesús. Señal evidente dé
la importancia que suponía tener esta Orden para la marcha de
la Iglesia;
y fue un indicio del plan· que se habría trazado de re­
forma. Esta carta quedó en el despacho del Papa antes de que
la diera al destinatario.
Dios lo

dispuso así. El P. General no
pudo saber más que existía, pero ignoraba totalmente el conte­
nido. Sin embargo, supuso que se trataba de una carta del Papa
«de la sonrisa», y que, por ·lo mismo, sería laudatoria para la
Compañía. Se pensó que sería una toma de postura para endul­
zar las relaciones Santa Sede-Compañía de Jesús. Por ello,
tan
pronto como murió el Papa pidió al Cardenal Secretario de Es­ tado que le entregara la carta. El Cardenal Villot hizo saber que
no era posible acceder a su deseo, ya que el aposento del Papa
quedaba sellado hasta el nuevo morador del Vaticano. Tuvo que
esperar. Juan Pablo II se mostró reticente. Desde un principio no
manifestó interés alguno en conversar con el P. General. Este le visitó -visita de protocolo-- y el Papa recibió cariñoso, pero
no se

comprometió. Más adelante, accedió a publicar la carta de
Juan Pablo I, que
hizo suya, y mandó que se comunicase a toda
la Compañía. Mucho costó conocer el texto completo, ya que so­
lamente -hablo de nuestra Provincia Tarraconense-- la cono­ cimos por
la revista Informaciones S. J., que se publica en Ma­
drid. La carta levantó
ampollas y

puso de manifiesto que este
Papa no era como Paulo VI El P. General pidió audiencia con el Papa. Este no contestó.
Pasaban meses, se repetía
la petición y . . . la respuesta no lle­
gaba. Llegó el 31 de diciembre y el Papa acudió al
Gesu para
la

Misa de medianoche. Al terminar saludó a los Padres, tuvo
alguna frase

aludiendo a la indumentaria que
,llevaban y
al P.
General le dijo fríamente: muy pronto le llamaré. Esta llamada tuvo lugar a · mitad de enero. La audiencia fue brevísima:
unos
864
Fundaci\363n Speiro

LA CRISIS EN LA COMPAJIIIA DÉ JESUS
10 ó 12 minutos. El P. General no pudo hablar. Fue el Papa
quien se limitó a hacerle unas cuantas preguntas sobre puntos
de la anterior Congregación General. Le despidió diciéndole que
le volvería a llamar. Lo hizo, pero con los
núsmos resultados.
Era

claro que el Papa no quería dialogar. Ya estaba informado;
ya tenía hecha su opinión; quería aclarar algunas cuestiones;
nada más.
Jamás había encontrado el P. General las puertas del Vati­
cano cerradas, y ahora por
más que

llamara no se le abrían. Com­
prendía que con este Papa no se entendería. Recordaba cómo,
ya al

principio del Pontificado, no quiso Juan Pablo II que el
P. General fuese a Puebla como representante de los Generales
de Ordenes y Congregaciones como había ido a Medellín; y sabía
también que no había agradado al Papa el que hubiese acudido
a la conferencia de Puebla por haberse hecho llamar o invitat
por medio de intrigas de los jesuitas mexicanos y de América Latina.
La dimisión.
En tal situación era lógico que el P. General no podía con­
tinuar

en su puesto. Decidió, pues, dinútir el P. Arrupe. Con­
sultó a los Provinciales de la Compañía, los cuales casi por una­
nimidad -solamente dijeron
no, seis-aprobaron su decisión.
Los caminos legales, dentro de la Compañía, era convocar
llllil
Congregación General, ya que ésta es la que podía aceptar o
rechazar la dimisión. Si aceptaba, nombraba otro General.
Ya todo estaba dispuesto para
dar el golpe -¿teattal?­
cuando quiso antes el P. General comunicar al Papa el paso que
pensaba dar. El Papa le aceptó la dimisión, pero no quiso que
fuera entonces; sería cuando el Papa lo creyese conveniente u
oportuno, ya que «ahora no es conveniente convocar Congrega­
ción General ni Congregaciones Provinciales». Esta respuesta
desconcertó al P. General, que veía por tierra sus planes y los
de los Consejeros suyos y Asistentes. Si
el Papa hubiera acepta-
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P.]. S.
do, se habría inmediatamente convocado una Congregación Ge­neral, la cual hubiera sido igual o peor que
la anterior y habría
dado un voto de confianza al P. Arrupe
(y no habrían aceptado
la dimisión) o habría elegido otro General de la misma línea,
probablemente al P. O'Keefe (jesuita norteamericano, Consejero de P. General, que en cierta ocasión se había vanagloriado de ser
él quien gobernaba de hecho la Compañía; y a quien el P.
Arrupe predestinaba para el cargo supremo de la Compañía).
La actitud del Papa. Juan Pablo II se mostró muy conocedor de la situación. Su
decisión aplanó los ánimos de los progresistas. La reacción fue
violenta. Pero poco a poco se fueron tranquilizando al ver que
no ocurría nada.
· Hasta

se hablaba
de que el Papa había desistido
de sus planes ante las dificultades que surgían. ¡No conocían
al Papal Parece que cuando iba a determinarse, el atentado que sufrió
el 13 de mayo lo retrasó. Se vieron muchas caras alegres al en­ terarse de la gravedad de la salud del Papa. Y a decían que ha­
bría de dimitir porque no sería el de antes ni estaría capacitado
para gobernar
la Iglesia. ¡ Su gozo en un pozo! El Papa se res­
tableció mejor de lo que se podía esperar. Dios velaba por la
Iglesia y ¡por
la Compañía de Jesús!
Acción de Dios.
Dios también acrúa sin hacer ruido. Cuando el Papa, resta­
blecido de su enfermedad, estaba ya dando los últimos toques al asunto, Dios quiso personalmente actuar en favor del Papa
y de la Compañía. Precisamente el día 7 de agosto, aniversario
del restablecimientd de
la Compañía de Jesús por Pío VII, una
trombosis repenrina

deja al
·P. Arrupe
sin conocimiento
y en
puertas de
. la muerte. Esta no llega, pero el P. General queda
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LA CRISIS EN LA COMPAAIA DE JESUS
totalmente inutilizado sin esperanzas de recuperación eficaz que
le permita un día reemprender los trabajos del gobierno. Dios
facilita al Papa
.su intervención.
Como es natural, Juan Pablo II
tiene que actuar sin dilación.
No quiere saber nada con los nuevos dirigentes de la Com­
pañía. Toma las riendas del gobierno, interinamente, el P. Con­ sejero, O'Keefe, npmbrado por los otros Consejeros
y Asisten­
tes. El Papa calla, no le llama ni pregunta nada. Se interesa por
la salud del P. General, pero descubre sus planes. Cuando me,
nos

se lo esperan, entrega una carta dirigida al P. General -que
naturalmente no puede
leer-que

estremece a toda la Curia.
El contenido de la carta es bien conocido. Solamente conviene tener presente que el Papa no nombra
Vicario, ni Asistente, ni
Consejero, al P. Dezza, que tendría que gobernar con los pode­
res limitados de estos cargos. El P. Dezza es un
Delegado personal del Papa, que no recibe
la autoridad de las Consituciones o normas de la Compañía de
Jesús, sino directamente del Papa, el cual le dará las órdenes oportunas. Y previendo el caso de que la edad o salud del
P. Dezza pueda llegar a hacer imposible su eficacia en el gobier­
no, se le adjunta un Vicario o Ayudante --dependiente tam­ bién del Papa- con derecho a sucesión. ¡El Papa ha actuado
verdaderamente como Superior General y Supremo de la Com­
pañía de Jesús! Juan Pablo II ha manifestado muy bien su intención al nom­
brar al P. Dezza y al no haber querido dialogar, ni preguntar,
ni conversar con los colaboradores del P. Arrupe: no se fiaba
de esa
colaboración interesada; quiere absoluta independencia e
imparcialidad. Y pretende que:
l.º Se prepare profundamente
la Compañía para una Congregación General.
2.° Se
prepare di­
cha ·congregación con tiempo, con seriedad y ...
¿Qué significa esto de «preparar profundamente la Compa­
ñía»? Es claro: Si se convoca ahora una Congregación General
-aunque la convoque el P. Dezza- acudirán los Provinciales del P. Arrupe (una tercera parte de
la Congregación) y los elec­
tores que elegirán las Congregaciones Provinciales, a las cuales
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P. J. S.
asistirán todos los elementos más arrupistas de las provincias.
Ya se vislumbra el resultado. Por tanto se impone cambiar Provinciales, Superiores y sis­
tema de Congregaciones Provinciales, abandonando el nuevo sis­
tema democrático
de elección por votación, y volviendo al de
antes: reunión de los profesos más antiguos. Esperamos con ansia que la prudencia del P. Dezza y la
fir.
meza del Papa salven a la Compañía de Jesús. La mano de Dios
se
ha visto una vez más en nuestra Compañía, que tanto se ha
distinguido en buscar la Mayor Gloria de Dios, en fomentar la
devoción a la Virgen María y en propagar la devoción
ail Corazón
Sacratísimo de Jesús. Todo esto se había abandonado por la
nue­
va

ola; Dios lleva el río a su cauce. Dios quiere que se realice
lo que pregonaba Paulo VI cuando escribía a los jesuitas y al
P. General: «Que los ¡esuitas sean como han de ser, o que de¡en
de existir».
Nota. Quien piense que hemos exagerado en lo que hemos
dicho, lea el precioso discurso del Papa Paulo VI a los Padres
congregados para la Congregación General XXXII ( 3 de diciem­
bre de 1974)
y se convencerá de que no he dicho ni la mitad
de la mitad. Es una alocución o discurso que
habtía de
escribrise
con letras de oro o de fuego.
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