Índice de contenidos
Número 215-216
Serie XXII
- Textos Pontificios
- Estudios
- Actas
- Información bibliográfica
- Ilustraciones con recortes de periódicos
- Crónicas
Autores
1983
¿Fue Cristo un revolucionario?
¿FUE CRISTO UN REVOLUCIONARIO?
POR
MIGUEL PORADOWSKI
Se habla hoy día, frecuentemente, de Cristo como de un re
volucionario e incluso se pretende presentarlo como un modelo
del revolucionario; de ahí la pregunta de muchos: ¿fue
Cristo
un revolucionario?
Para contestar esta pregunta -que para unos es una blas
femia, mientras que para otros es un título honorífico- con
viene recordar que, tanto el término «revolución»·, como también
el término derivado de él, «revolucionario», son usados en dis
tintos sentidos.
En efecto, el término «revolución» se emplea, desgraciada
mente, en muchos sentidos, incluso contradictorios, que podría
mos reducir a dos principales, a saber: general y limitado.
En el sentido general y amplio, revolución significa todo
cambio brusco y qJ-mpleto; o sea, hacer las cosas al revés; o
bien tomar una posición completamente opuesta a la anterior.
En este sentido, el término «revolución» puede ser aplicado a
todos los aspectos de la vida social, incluso en las ciencias. En
la astronomía tenemos, por ejemplo, la así llamada «revolu
ción copernicana»: no es el Sol que gira alrededor de la Tierra,
sino al revés, es la Tierra que gira alrededor del Sol. En física
tenemos el paso del concepto de átomo como partícula, la más
pequeña, simple e indivisible, al concepto contrario· de átomo como núcleo compuesto de protoplasma y electrones. En la
fi.
losofía, por ejemplo, el paso del realismo al idealismo. En teo
logía, por
ejemplo,
el paso del toecentrismo al antropocentrismo.
En un sentido más restringido, limitado sólo a
lo sociológico
la revolución significa un cambio brusco
y violento en la estruc-
Fundaci\363n Speiro
MIGUEL PORADOWSKI
tura de la sociedad, efectuado por la destrucción violenta y com
pleta de la sociedad histórica; por la demolición violenta y de
liberada del edificio social, bajo el pretexto que ya no sirve,
que no puede ser mejorado, modernizado, porque lo nuevo sólo
puede ser construido sobre las ruinas y los escombros de lo viejo.
A los dos conceptos de «revolución», arriba mencionados,
corresponden los dos conceptos del «revolucionario». Así, tene
mos a un «revolucionario», Copérníco, quien introduce un cam
bio completo y brusco· en la astronomía y, por ende, en toda la
cultura y cosmovisión, y a tantos otros científicos quienes, de
vez de cuando, revolucionan las distintas ciencias, sin provocar
ningún cambio destructivo en la misma sociedad, sino solamente
cambios-reformas, que, por muy profundas
y radicales que sean,
no son destructivas, sino constructivas, pues permiten que la
sociedad histórica, es decir, la tradicional, se perfeccione y siga
desarrollándose sin sufrir interrupción en su vida histórica, pa
sando solamente a una nueva fase, pero guardando la continuidad.
Se trata, pues, de los revolucionarios pacíficos, que introdu
cen grandes y radicales cambios, sin hacer daño a nadie ni a
nada. Lo único que les mueve en su labor «reVolucionaria» es
el amor a la verdad y el· amor es siempre constructivo y nunca
destructivo. Huelga decir que estos «revolucionarios-reformado
res» provocan también no menos revolucionarios cambios en la
vida
y estructura de la sociedad. En este sentido, Cristo es el
más grande ·<~revolucion_ario-reformador» en la historia.
Tenemos también el otro tipo del «revolucionario» que co
rresponde
al concepto sociológico de la revolución, arriba men
cionado.
Se trata del caso patológico del revolucionario que so
lamente busca la completa
destrucción de
la sociedad histórica,
la cual, sin embargo, por muy mala que parezca1 siempre tiene
también algo apreciable, positivo, bueno y de valor y, por ende.
no debería ser destruida sino reformada, mejorada, limpiada de
sus tatas, vicios e imperfeciones. ·Incluso cabrían en algunos ca
sos medidas drásticas, radicale§, es decir, de reformas muy pro
fundas, pero siempre hechas con el
afán de salvar a la sociedad
y no destruirla.
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Fundaci\363n Speiro
¿FUE CRISTO UN REVOLUCIONARIO?
Una sociedad histórica puede estar -romo una petsona
gravemente enferma y necesitar una intetvención
quirw:glca, do
lorosa,
pero que siempre se proyecta en vista al bien del enfer
mo, para su salvación, su retorno a la salud y, por esta razón,
las medidas aplicadas no son en realidad del carácter
revolucio
nario
sino reformador, pues no
están motivadas
por el afán de
la destrucción, sino por la preocupación por el mejoramiento,
no movidos por el odio, sino por el amor. En nuestro época -que comienza
. con
la revolución indus
trial y la Revolución Francesa- el concepto y el término del
«revolucionario» se
identifica con
el concepto del «revolucio
nario profesional», elaborado durante la Revolución Francesa (Ba
beuf y Buonattatti), desarrollado y profundizado durante las
revoluciones siguientes (los hermanos Blanqui), y que encontró una definición y
precisión en
el famoso
Catecismo del revolucio
nario,
atribuido por unos a Bakunin y por otros a Niechayev (1).
(1) La polémica sigue al respecto; véase: Le Contrat Social, vol. I,
núm.
2. Dado que el texto completo del «Catecismo del revolucionario»
es poco conocido, nos parece conveniente citar algunos párrafos ilustra
tivos:
«l. El revolucionario es un hombre consagrado. El no tiene ru m
tereses personales, ni negocios, ni sentimientos, ni ligazones, ni propiedad,
ni un nombre siquiera. Todo en él está absorbido por un solo interés
exclusivo, por un solo pensamiento, una sola pasión: la revolución.
2. En
la profundidad de su ser, no sólo en las palabras, sino de
hecho, él· ha roto toda relación con el orden civil y con todo el mundo
civilizado. Con las leyes, las conveniencias; con la moralidad y las con
venciones generalmente
reconocidas en
este mundo.
De esto es el enemi
go implacable. Y si él continúa viviendo en este mundo no es· sino para
destruirlo
con
más seguridad.
3. Un revolucionario desprecia toda doctrina y renuncia a la ciencia
de este mundo,
dejándofa para
las generaciones
futuras. El no conoce más
que· una sola ciencia: la ciencia de destrucción. Para eso y nada más que
para eso él estudia la mecánica, la física, la química y tal vez la medicina.
Con el mismo objeto estudia, día y noche, la ciencia viviente: los -hom
bres, los caracteres, las
posicioi::ies y todas las condiciones de orden social
actual en todas las esferas posibles. El fin es el mismo: la destrucci6n más
nipida y
más segura de ese orden de porquería.
4. Desprecia la
opinión pública.
Desprecia
y odia la moral social ac-
Fundaci\363n Speiro
MIGUEL PORADOWSKI
Los revolucionarios del siglo XIX y del xx, los socialistas, comu
nistas,
n,arxistas y
neo-marxistas,
empezando por
el mismo Marx,
pasando por Lenin, Trotsky, Stalin y Mao y llegando a Pide'
tual en todos sus instintos y en todas sus manifestaciones. Para él es moral
tOQ9, l_q_
,_que favorece el t_riunfo de 1a revolución, e inmoral ,y· criinin~
todo lo que lo dificulta. ·
5. El revolucionario es un hombre consagrado. No tiene compasión
para
el Estado . en ·general y para todas las clases civilizadas de la socie
dad. Ni
él debe esperar más piedad para sí mismo. Entre él y la sociedad
hay luchá-a muerte; abierta u ·oculta, pero siempre incesante e irreconci
liable. Debe
habitúarse a
soportar
la tortura.
6: Severo cónsigo mismo, debe serlo también para con: los demás.
Todos los sentimientos de afecto, los
sentimientp~ suavizantes
de
pare~"
tesco,
de amistad, de amor, de reconocimiento deben ser aventados en él
por la
pasión única
y fría de
la obra revolucionaria. No existe para él mis
que una sóla alegría, un solo consuelo, una recompensa y u:ha satisfacción:
el éxito de la revolución. Noche y día debe él tener un solo pensamiento,
un solo fin: la destrucción implacable. Persiguiendo ese fin, fríamente
y
sin descanso, debe estar dispuesto a perecer y hacer perecer por sus · pro
pias manos
a todos
aquellos
que le
impiden lograr ese
fin,
8.
El revolucionario no puede tener amistad ni afecto sino por hom
bres que
hayán probado,
con sus actos, que son como él mismo,
agentes
revolucionarios.
El grado de amistad, de dedicación
y las "'demás obliga
ciones
hacia un compañero tal, no se
mi'den sino
por su grado de utili
dad
para llevar
a cabo la obra práctica de
la revolución.
9. Un revolucionario entra en el mundo_ del Estado, en
el mundo
ele las clases, -en el mundo así llamado civilizado; y vive en ese medio
sólo porque
tiene fe en su destrucción
próxima y total, No es revolucio
nario
_si anda
en ese mundo _con miramientos, cualesquiera _que sean. No
debe vacilar ante la destrucción de una posición cualquiera·, de un. lazo
o de un hombre que pertenezcan a ese mundo. Debe aborrecer todo
y a
todos por igual. Tanto peor para él si tiene en ese mundo ataduras de pa rentesco, de
amistlld o
de amor. Si esos
l~S· pueden detener su mano,
no es revolucionario.
10.
··Persiguiendo· el ·fin de . una
destrucción _implacable, un revolucio
nario puede, y a
menudo debe,
vivir en medio de la sociedad,
fingiendo
completa
indiferencia
por lo que
verdaderamente es.
Un revolucionario debe
penetrar en todas partes, en
la clase alta como en la media, en el almacén
del
comerciante, en fa Iglesia, en el palacio aristocrático, en el mundo bu-
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Fundaci\363n Speiro
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Castro y a los tupamaros, brigadas rojas, miristas ( «Movimien
to Izquierda Revolucionaria), chilenos, venezolanos, bolivianos y
otros, se identifican con el ideal del «revolucionario profesional»,
descrito en el
Catecismo del revolucionario, incluso los que no
leyeron este documento y no saben que existe.
Se trata de un
caso de
la patología social, pues es un caso de complejo de odio,
odio de
sí mismo proyectado a
la sociedad (2).
En el fondo se trata del
satanismo, un
tema demasiado am
plio para ser tratado en esta oportunidad, pero que debe ser
mencionado, pues, de otra manera, el hecho mismo sigue sin
explicación. Es evidente que las teorías modernas de la psico
logía respecto al «trauma» no llegan al fondo del asunto. Ahora bien, si es así -que los revolucionarios de nuestro
tiempo se identifican con el ideal del «revolucionario profesio
nal», descrito en el
Catecismo del revolucionario y, por ende,
con el satanismo-- es evidente que no se puede hablar de Cristo
como un revolucionario, pues no solamente sería eso la más
grande blasfemia, sino también lo absurdo. Incluso si se habla
de Jesucristo (3) solamente como un personaje histórico -que,
rocrático, militar y literario, en la tercera sección (policía secreta) y aun
en
el palacio imperial».
Estos ejemplos, entresacados de los 26 largos párrafos, son suficientes
para
darse cuenta de que solamente un hombre anormal, un psicópata o
un-endemoniado pudo componer este Catecismo del revolucionario y sólo
las personas anormales, desiquilibradas o ppsesas pueden tomar en serio
estos principios de vida.
Marx y sus seguidores: Lenin, Trotsky y Stalin
sus «revolucionarios profesionales», formados
y educados en las escuelas
de Capri
y de Longjumeau, que hicieron la revolución bolchevique y que
tienen actualmente a tantos seguidores en todas partes del mundo,
dan el
triste testimonio de la tenebrosa presencia de Satanás en la sociedad hu
mana. (2}
Estas son las conclusiones dd libro sobre Karl Marx de la es
critora francesa, judía, profesora de
la Universidad de Besan~on, Fran
i;oise P. Lévy (Karl Marx: histoire d'un boúrgeois aUemand, Grasset, PaM
rls, 1976).
(3} En las obras que se refieren a este tema, escritas principalmente
por los judíos, protestantes y ateos marxístas-leninistas confesos, en los úl
timos cincuenta
años, qmpezando por la infame obra de David Strauss
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Fundaci\363n Speiro
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como tal, tiene que ser aceptado por todos, incluso por los no
creyentes--, Cristo
es un personaje que siempre es movido por
el amor al hombre y que siempre busca
la felicidad del hombre,
no solamente la eterna,
sino también la. terrenal. Identificar, pues,
su papel histórico con
la revolución, movida por el odio y por
el
afán de destrucción, es sencillamente absurdo. Jesucristo fue
un reformador radical, preocupado por el perfeccionamiento del
hombre y de
la sociedad; no un destructor, sino un constructor
y esto lo tiene que reconocer toda persona honesta y objetiva,
sea creyente o atea. Quien quiere ver en Cristo a un revolucio
nario e incluso un modelo del revolucionario marxista, se en·
gaña a
sí m;smo y engaña a los demás.
¿Quiénes son, en realidad, casi
todos. los revolucionarios?
¿De
dónde provienen, de qué grupo social? Casi siempre
y casi
exclusivamente provienen de la clase alta o de la
burguesía adi
nerada,
como denunció en su tiempo Donoso Cortés, haciendo
su «estudio profundo de las revoluciones». No provienen casi
·nunca de
la clase obrera o campesina, es decir, no se reclutan casi
nunca entre los trabajadores ( 4
), Casi
todos los «revoluciona
rios profesionales» se reclutan entre los «señoritos», alérgicos
al trabajo, burgueses (5), h;jos de los «liberales» y de los «ca-
(1835), Das Leben ]esu, se u_san nombres: «Jesucristo», «Cristo» o «Jesús»
sin distinci6n ninguna, lo que, desde el punto de vista católico es eviden
temente inaceptable.
( 4) Usando
el término «trabajador» en el sentido amplio, dado por
la encíclica Laborem exercens.
(5) Oaro e8tá que a ellos se juntan también otros «señoritos» alérgi
cos al trabajo, de las clases bajas de la sociedad: los ladrones., los cogo
teras, los aventureros.
La opinión de Donoso Cortés, según la cual las revoluciones son casi
siempre hechas por las clases altas de la
sociedad, que
para este propósito
se sirven de las clases
bajas, está
basada
priilcipalmente en
un estudio
minucioso de la revolución francesa. Asimismo,
las revoluciones siguientes
también confirman esta opinión. Las teorías «sociológicas» aprioristas ( que
por ser aprioristas no merecen
el nombre de sociológicas, sino de «socioló
gicas», entre comillas, pues lo que es apriorista no puede ser reconocido
como Sociol6gico, sino como.
un!l simple
opinión gratuita), que pretenden
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pitalistas», descastados; y siempre, por regla general, las revo
luciones se hacen en favor
. de
la burguesía y nunca a favor de
la clase obrera. Los «revolucionarios profesionales» saben cómo servirse de la «cuestión social» y cómo manejar los dolorosos
problemas de los obreros y campesinos y son ellos quienes pa
gan
el «costo social» de la revolución de los «señotitos».
El hombre que trabaja, por ser trabajador es, por
definición,
constructor y no destructor. Mientras que el revolucionario es,
por definición, destructor y, por ende, no puede salir de entre
los que trabajan y construyen. Cada trabajador aprecia el tra
bajo-construcción, perfeccionamiento y detesta la destrucción,
el
desorden, el caos, es decir, el ambiente de vida de un revolucio
nario. El trabajador es honesto, ama
y aprecia la sociedad, pues,
por ser trabajador, sabe cuánto cuesta construir; aprecia lo cons
truido, pues
es el
efecto de
su esfuerzo, su
sudor, su fatiga y
es ajeno y alérgico a todo afán de destrucción. Este afán de
destrucción sólo puede brotar en una persona anormal, que nun
ca trabaja, nunca 1construye, nunca contribuye a la edificación
y perfeccionamiento de la sociedad y al desarrollo de la cul-
explicar las revoluciones por los conflictos sociales reales, implícitos e ine
vitables de algunos tipos de sociedades, sobre todo en caso de sociedades
muy heterogéneas, raras veces encuentran confirmación en los hechos. Así,
por ejemplo, se pretendió explicar el fenómeno de la revolución bolche
vique de 1917. Sin embargo, los detallados estudios posteriores demostraron
que los conflictos
rpiles, es
decir, los no despertados artificialmente por
la
propaganda subversiva dirigida desde Berlín, fueron en este tiempo muy
débiles en Rusia
y que «el pueblo» (las capas bajas de la sociedad) fue
sorprendido por la revolución
y en ningún momento se sintió protagonis
ta de ella. Extraordinario· material informativo
al respecto se halla reco
gido en
el interesantísimo libro L'utopie au pouvoir, de los autorse sovié
ticos
disidentes, Michel Heller, actualmente profesor de
la .Universidad de
Parfs (Sobonne) y Aleksandr M. Nekrich, actualmente profesor de la Uni
versidad de Harvard. Además, por otra parte, los documentos referen
tes
al papel del gobierno alemán en el desarrollo de la revolución bolche
vique, encontrados en los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, estudiados y publicados
por la Universidad de Oxford (In
glaterra),
demuestran que esta revolución fue
concebida, organizada y di
rigida por el gobierno alemán.
Fundaci\363n Speiro
MIGUEL PORADOWSKI
tura. Jesús fue un auténtico trabajador, carpintero y agricultor
y, por eso (pero no solamente por eso), no pudo ser un revo
lucionario,
un destructor.
Pasando del plano sociol6gico al plano teol6gico, conviene
Dios-Padre ha creado todo por el Verbo
y para el Verbo En
recordar
que, a la luz de
la fe, es decir, de la Revelaci6n,
carnado. Jesucristo, el Verbo encarnado en Jesús, es el Sumiso
al Padre, en el absoluto sentido de
la palabra y, como tal, no
puede ser un «revolucionrio», menos todavía en el sentido del «revolucionario profesional» de Bakunin o de Marx, como
quie
ren
presentarlo algunos escritores, que siguen al respecto
la tra
dici6n talmúdica, desde David Strauss
y Ernesto Renan hasta
los de hoy día «te6logos»
(?)dela «Teología(?)
marxista de
la
revolución», los que confunden a Cristo con Satanás (el domi
nico
Jean Cardonnel), el
grah rebelde y el «revolucionario pro
fesional»
por
definición.
Cristo
no es y no puede ser un destructor, un rebelde y, por
ende, un revolucionflrio, _ pues es un constructor «por excelen
da» de la única posible sociedad perfecta: la del Reino de Dios.
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Se habla hoy día, frecuentemente, de Cristo como de un re
volucionario e incluso se pretende presentarlo como un modelo
del revolucionario; de ahí la pregunta de muchos: ¿fue
Cristo
un revolucionario?
Para contestar esta pregunta -que para unos es una blas
femia, mientras que para otros es un título honorífico- con
viene recordar que, tanto el término «revolución»·, como también
el término derivado de él, «revolucionario», son usados en dis
tintos sentidos.
En efecto, el término «revolución» se emplea, desgraciada
mente, en muchos sentidos, incluso contradictorios, que podría
mos reducir a dos principales, a saber: general y limitado.
En el sentido general y amplio, revolución significa todo
cambio brusco y qJ-mpleto; o sea, hacer las cosas al revés; o
bien tomar una posición completamente opuesta a la anterior.
En este sentido, el término «revolución» puede ser aplicado a
todos los aspectos de la vida social, incluso en las ciencias. En
la astronomía tenemos, por ejemplo, la así llamada «revolu
ción copernicana»: no es el Sol que gira alrededor de la Tierra,
sino al revés, es la Tierra que gira alrededor del Sol. En física
tenemos el paso del concepto de átomo como partícula, la más
pequeña, simple e indivisible, al concepto contrario· de átomo como núcleo compuesto de protoplasma y electrones. En la
fi.
losofía, por ejemplo, el paso del realismo al idealismo. En teo
logía, por
ejemplo,
el paso del toecentrismo al antropocentrismo.
En un sentido más restringido, limitado sólo a
lo sociológico
la revolución significa un cambio brusco
y violento en la estruc-
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tura de la sociedad, efectuado por la destrucción violenta y com
pleta de la sociedad histórica; por la demolición violenta y de
liberada del edificio social, bajo el pretexto que ya no sirve,
que no puede ser mejorado, modernizado, porque lo nuevo sólo
puede ser construido sobre las ruinas y los escombros de lo viejo.
A los dos conceptos de «revolución», arriba mencionados,
corresponden los dos conceptos del «revolucionario». Así, tene
mos a un «revolucionario», Copérníco, quien introduce un cam
bio completo y brusco· en la astronomía y, por ende, en toda la
cultura y cosmovisión, y a tantos otros científicos quienes, de
vez de cuando, revolucionan las distintas ciencias, sin provocar
ningún cambio destructivo en la misma sociedad, sino solamente
cambios-reformas, que, por muy profundas
y radicales que sean,
no son destructivas, sino constructivas, pues permiten que la
sociedad histórica, es decir, la tradicional, se perfeccione y siga
desarrollándose sin sufrir interrupción en su vida histórica, pa
sando solamente a una nueva fase, pero guardando la continuidad.
Se trata, pues, de los revolucionarios pacíficos, que introdu
cen grandes y radicales cambios, sin hacer daño a nadie ni a
nada. Lo único que les mueve en su labor «reVolucionaria» es
el amor a la verdad y el· amor es siempre constructivo y nunca
destructivo. Huelga decir que estos «revolucionarios-reformado
res» provocan también no menos revolucionarios cambios en la
vida
y estructura de la sociedad. En este sentido, Cristo es el
más grande ·<~revolucion_ario-reformador» en la historia.
Tenemos también el otro tipo del «revolucionario» que co
rresponde
al concepto sociológico de la revolución, arriba men
cionado.
Se trata del caso patológico del revolucionario que so
lamente busca la completa
destrucción de
la sociedad histórica,
la cual, sin embargo, por muy mala que parezca1 siempre tiene
también algo apreciable, positivo, bueno y de valor y, por ende.
no debería ser destruida sino reformada, mejorada, limpiada de
sus tatas, vicios e imperfeciones. ·Incluso cabrían en algunos ca
sos medidas drásticas, radicale§, es decir, de reformas muy pro
fundas, pero siempre hechas con el
afán de salvar a la sociedad
y no destruirla.
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¿FUE CRISTO UN REVOLUCIONARIO?
Una sociedad histórica puede estar -romo una petsona
gravemente enferma y necesitar una intetvención
quirw:glca, do
lorosa,
pero que siempre se proyecta en vista al bien del enfer
mo, para su salvación, su retorno a la salud y, por esta razón,
las medidas aplicadas no son en realidad del carácter
revolucio
nario
sino reformador, pues no
están motivadas
por el afán de
la destrucción, sino por la preocupación por el mejoramiento,
no movidos por el odio, sino por el amor. En nuestro época -que comienza
. con
la revolución indus
trial y la Revolución Francesa- el concepto y el término del
«revolucionario» se
identifica con
el concepto del «revolucio
nario profesional», elaborado durante la Revolución Francesa (Ba
beuf y Buonattatti), desarrollado y profundizado durante las
revoluciones siguientes (los hermanos Blanqui), y que encontró una definición y
precisión en
el famoso
Catecismo del revolucio
nario,
atribuido por unos a Bakunin y por otros a Niechayev (1).
(1) La polémica sigue al respecto; véase: Le Contrat Social, vol. I,
núm.
2. Dado que el texto completo del «Catecismo del revolucionario»
es poco conocido, nos parece conveniente citar algunos párrafos ilustra
tivos:
«l. El revolucionario es un hombre consagrado. El no tiene ru m
tereses personales, ni negocios, ni sentimientos, ni ligazones, ni propiedad,
ni un nombre siquiera. Todo en él está absorbido por un solo interés
exclusivo, por un solo pensamiento, una sola pasión: la revolución.
2. En
la profundidad de su ser, no sólo en las palabras, sino de
hecho, él· ha roto toda relación con el orden civil y con todo el mundo
civilizado. Con las leyes, las conveniencias; con la moralidad y las con
venciones generalmente
reconocidas en
este mundo.
De esto es el enemi
go implacable. Y si él continúa viviendo en este mundo no es· sino para
destruirlo
con
más seguridad.
3. Un revolucionario desprecia toda doctrina y renuncia a la ciencia
de este mundo,
dejándofa para
las generaciones
futuras. El no conoce más
que· una sola ciencia: la ciencia de destrucción. Para eso y nada más que
para eso él estudia la mecánica, la física, la química y tal vez la medicina.
Con el mismo objeto estudia, día y noche, la ciencia viviente: los -hom
bres, los caracteres, las
posicioi::ies y todas las condiciones de orden social
actual en todas las esferas posibles. El fin es el mismo: la destrucci6n más
nipida y
más segura de ese orden de porquería.
4. Desprecia la
opinión pública.
Desprecia
y odia la moral social ac-
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Los revolucionarios del siglo XIX y del xx, los socialistas, comu
nistas,
n,arxistas y
neo-marxistas,
empezando por
el mismo Marx,
pasando por Lenin, Trotsky, Stalin y Mao y llegando a Pide'
tual en todos sus instintos y en todas sus manifestaciones. Para él es moral
tOQ9, l_q_
,_que favorece el t_riunfo de 1a revolución, e inmoral ,y· criinin~
todo lo que lo dificulta. ·
5. El revolucionario es un hombre consagrado. No tiene compasión
para
el Estado . en ·general y para todas las clases civilizadas de la socie
dad. Ni
él debe esperar más piedad para sí mismo. Entre él y la sociedad
hay luchá-a muerte; abierta u ·oculta, pero siempre incesante e irreconci
liable. Debe
habitúarse a
soportar
la tortura.
6: Severo cónsigo mismo, debe serlo también para con: los demás.
Todos los sentimientos de afecto, los
sentimientp~ suavizantes
de
pare~"
tesco,
de amistad, de amor, de reconocimiento deben ser aventados en él
por la
pasión única
y fría de
la obra revolucionaria. No existe para él mis
que una sóla alegría, un solo consuelo, una recompensa y u:ha satisfacción:
el éxito de la revolución. Noche y día debe él tener un solo pensamiento,
un solo fin: la destrucción implacable. Persiguiendo ese fin, fríamente
y
sin descanso, debe estar dispuesto a perecer y hacer perecer por sus · pro
pias manos
a todos
aquellos
que le
impiden lograr ese
fin,
8.
El revolucionario no puede tener amistad ni afecto sino por hom
bres que
hayán probado,
con sus actos, que son como él mismo,
agentes
revolucionarios.
El grado de amistad, de dedicación
y las "'demás obliga
ciones
hacia un compañero tal, no se
mi'den sino
por su grado de utili
dad
para llevar
a cabo la obra práctica de
la revolución.
9. Un revolucionario entra en el mundo_ del Estado, en
el mundo
ele las clases, -en el mundo así llamado civilizado; y vive en ese medio
sólo porque
tiene fe en su destrucción
próxima y total, No es revolucio
nario
_si anda
en ese mundo _con miramientos, cualesquiera _que sean. No
debe vacilar ante la destrucción de una posición cualquiera·, de un. lazo
o de un hombre que pertenezcan a ese mundo. Debe aborrecer todo
y a
todos por igual. Tanto peor para él si tiene en ese mundo ataduras de pa rentesco, de
amistlld o
de amor. Si esos
l~S· pueden detener su mano,
no es revolucionario.
10.
··Persiguiendo· el ·fin de . una
destrucción _implacable, un revolucio
nario puede, y a
menudo debe,
vivir en medio de la sociedad,
fingiendo
completa
indiferencia
por lo que
verdaderamente es.
Un revolucionario debe
penetrar en todas partes, en
la clase alta como en la media, en el almacén
del
comerciante, en fa Iglesia, en el palacio aristocrático, en el mundo bu-
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Castro y a los tupamaros, brigadas rojas, miristas ( «Movimien
to Izquierda Revolucionaria), chilenos, venezolanos, bolivianos y
otros, se identifican con el ideal del «revolucionario profesional»,
descrito en el
Catecismo del revolucionario, incluso los que no
leyeron este documento y no saben que existe.
Se trata de un
caso de
la patología social, pues es un caso de complejo de odio,
odio de
sí mismo proyectado a
la sociedad (2).
En el fondo se trata del
satanismo, un
tema demasiado am
plio para ser tratado en esta oportunidad, pero que debe ser
mencionado, pues, de otra manera, el hecho mismo sigue sin
explicación. Es evidente que las teorías modernas de la psico
logía respecto al «trauma» no llegan al fondo del asunto. Ahora bien, si es así -que los revolucionarios de nuestro
tiempo se identifican con el ideal del «revolucionario profesio
nal», descrito en el
Catecismo del revolucionario y, por ende,
con el satanismo-- es evidente que no se puede hablar de Cristo
como un revolucionario, pues no solamente sería eso la más
grande blasfemia, sino también lo absurdo. Incluso si se habla
de Jesucristo (3) solamente como un personaje histórico -que,
rocrático, militar y literario, en la tercera sección (policía secreta) y aun
en
el palacio imperial».
Estos ejemplos, entresacados de los 26 largos párrafos, son suficientes
para
darse cuenta de que solamente un hombre anormal, un psicópata o
un-endemoniado pudo componer este Catecismo del revolucionario y sólo
las personas anormales, desiquilibradas o ppsesas pueden tomar en serio
estos principios de vida.
Marx y sus seguidores: Lenin, Trotsky y Stalin
sus «revolucionarios profesionales», formados
y educados en las escuelas
de Capri
y de Longjumeau, que hicieron la revolución bolchevique y que
tienen actualmente a tantos seguidores en todas partes del mundo,
dan el
triste testimonio de la tenebrosa presencia de Satanás en la sociedad hu
mana. (2}
Estas son las conclusiones dd libro sobre Karl Marx de la es
critora francesa, judía, profesora de
la Universidad de Besan~on, Fran
i;oise P. Lévy (Karl Marx: histoire d'un boúrgeois aUemand, Grasset, PaM
rls, 1976).
(3} En las obras que se refieren a este tema, escritas principalmente
por los judíos, protestantes y ateos marxístas-leninistas confesos, en los úl
timos cincuenta
años, qmpezando por la infame obra de David Strauss
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MIGUEL PORADOWSKI
como tal, tiene que ser aceptado por todos, incluso por los no
creyentes--, Cristo
es un personaje que siempre es movido por
el amor al hombre y que siempre busca
la felicidad del hombre,
no solamente la eterna,
sino también la. terrenal. Identificar, pues,
su papel histórico con
la revolución, movida por el odio y por
el
afán de destrucción, es sencillamente absurdo. Jesucristo fue
un reformador radical, preocupado por el perfeccionamiento del
hombre y de
la sociedad; no un destructor, sino un constructor
y esto lo tiene que reconocer toda persona honesta y objetiva,
sea creyente o atea. Quien quiere ver en Cristo a un revolucio
nario e incluso un modelo del revolucionario marxista, se en·
gaña a
sí m;smo y engaña a los demás.
¿Quiénes son, en realidad, casi
todos. los revolucionarios?
¿De
dónde provienen, de qué grupo social? Casi siempre
y casi
exclusivamente provienen de la clase alta o de la
burguesía adi
nerada,
como denunció en su tiempo Donoso Cortés, haciendo
su «estudio profundo de las revoluciones». No provienen casi
·nunca de
la clase obrera o campesina, es decir, no se reclutan casi
nunca entre los trabajadores ( 4
), Casi
todos los «revoluciona
rios profesionales» se reclutan entre los «señoritos», alérgicos
al trabajo, burgueses (5), h;jos de los «liberales» y de los «ca-
(1835), Das Leben ]esu, se u_san nombres: «Jesucristo», «Cristo» o «Jesús»
sin distinci6n ninguna, lo que, desde el punto de vista católico es eviden
temente inaceptable.
( 4) Usando
el término «trabajador» en el sentido amplio, dado por
la encíclica Laborem exercens.
(5) Oaro e8tá que a ellos se juntan también otros «señoritos» alérgi
cos al trabajo, de las clases bajas de la sociedad: los ladrones., los cogo
teras, los aventureros.
La opinión de Donoso Cortés, según la cual las revoluciones son casi
siempre hechas por las clases altas de la
sociedad, que
para este propósito
se sirven de las clases
bajas, está
basada
priilcipalmente en
un estudio
minucioso de la revolución francesa. Asimismo,
las revoluciones siguientes
también confirman esta opinión. Las teorías «sociológicas» aprioristas ( que
por ser aprioristas no merecen
el nombre de sociológicas, sino de «socioló
gicas», entre comillas, pues lo que es apriorista no puede ser reconocido
como Sociol6gico, sino como.
un!l simple
opinión gratuita), que pretenden
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¿FUE CRISTO UN REVOLUCIONARIO?
pitalistas», descastados; y siempre, por regla general, las revo
luciones se hacen en favor
. de
la burguesía y nunca a favor de
la clase obrera. Los «revolucionarios profesionales» saben cómo servirse de la «cuestión social» y cómo manejar los dolorosos
problemas de los obreros y campesinos y son ellos quienes pa
gan
el «costo social» de la revolución de los «señotitos».
El hombre que trabaja, por ser trabajador es, por
definición,
constructor y no destructor. Mientras que el revolucionario es,
por definición, destructor y, por ende, no puede salir de entre
los que trabajan y construyen. Cada trabajador aprecia el tra
bajo-construcción, perfeccionamiento y detesta la destrucción,
el
desorden, el caos, es decir, el ambiente de vida de un revolucio
nario. El trabajador es honesto, ama
y aprecia la sociedad, pues,
por ser trabajador, sabe cuánto cuesta construir; aprecia lo cons
truido, pues
es el
efecto de
su esfuerzo, su
sudor, su fatiga y
es ajeno y alérgico a todo afán de destrucción. Este afán de
destrucción sólo puede brotar en una persona anormal, que nun
ca trabaja, nunca 1construye, nunca contribuye a la edificación
y perfeccionamiento de la sociedad y al desarrollo de la cul-
explicar las revoluciones por los conflictos sociales reales, implícitos e ine
vitables de algunos tipos de sociedades, sobre todo en caso de sociedades
muy heterogéneas, raras veces encuentran confirmación en los hechos. Así,
por ejemplo, se pretendió explicar el fenómeno de la revolución bolche
vique de 1917. Sin embargo, los detallados estudios posteriores demostraron
que los conflictos
rpiles, es
decir, los no despertados artificialmente por
la
propaganda subversiva dirigida desde Berlín, fueron en este tiempo muy
débiles en Rusia
y que «el pueblo» (las capas bajas de la sociedad) fue
sorprendido por la revolución
y en ningún momento se sintió protagonis
ta de ella. Extraordinario· material informativo
al respecto se halla reco
gido en
el interesantísimo libro L'utopie au pouvoir, de los autorse sovié
ticos
disidentes, Michel Heller, actualmente profesor de
la .Universidad de
Parfs (Sobonne) y Aleksandr M. Nekrich, actualmente profesor de la Uni
versidad de Harvard. Además, por otra parte, los documentos referen
tes
al papel del gobierno alemán en el desarrollo de la revolución bolche
vique, encontrados en los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, estudiados y publicados
por la Universidad de Oxford (In
glaterra),
demuestran que esta revolución fue
concebida, organizada y di
rigida por el gobierno alemán.
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tura. Jesús fue un auténtico trabajador, carpintero y agricultor
y, por eso (pero no solamente por eso), no pudo ser un revo
lucionario,
un destructor.
Pasando del plano sociol6gico al plano teol6gico, conviene
Dios-Padre ha creado todo por el Verbo
y para el Verbo En
recordar
que, a la luz de
la fe, es decir, de la Revelaci6n,
carnado. Jesucristo, el Verbo encarnado en Jesús, es el Sumiso
al Padre, en el absoluto sentido de
la palabra y, como tal, no
puede ser un «revolucionrio», menos todavía en el sentido del «revolucionario profesional» de Bakunin o de Marx, como
quie
ren
presentarlo algunos escritores, que siguen al respecto
la tra
dici6n talmúdica, desde David Strauss
y Ernesto Renan hasta
los de hoy día «te6logos»
(?)dela «Teología(?)
marxista de
la
revolución», los que confunden a Cristo con Satanás (el domi
nico
Jean Cardonnel), el
grah rebelde y el «revolucionario pro
fesional»
por
definición.
Cristo
no es y no puede ser un destructor, un rebelde y, por
ende, un revolucionflrio, _ pues es un constructor «por excelen
da» de la única posible sociedad perfecta: la del Reino de Dios.
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