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Número 215-216

Serie XXII

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Juan Andrés Muñoz: La educación política como función de gobierno del Estado

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von Misses, aun compartiendo lo que de crítica tiene al inter­
vencionismo estatal y a
la socialización creciente.
Por todo ello, y aunque en su inspiración
obed=a a
un
im­
pulso sanamente conservatista -de ese conservatism.o neutro que
constituye uno de los brazos de que consta la tenaza de la tradi­
ción-, encontramos también en este libro ingredientes ideoló­
gicos viciados de
conservadurismo. O de liberal-conservadurismo,
por seguir la terminología qué reivindica y bajo la que se adscribe
con. éxito creciente un importante sector de opinión
de la dere­
cha española.
Quizá este dato haga luz en torno de la
Biblioteca del Pen­
samiento Conservador
que piensa editat la Fundación Cánovas
del Castillo y de la que es adelantado este, por lo demás, admi­
rable libro.
MIGUEL Aruso
Juan Andrés Muñoz: LA EDUCACION POLITICA COMO
FUNCION DE GOBIERNO DEL ESTADO
(*)
El tema de la necesidad de una recta educación de los ciuda­
danos para una razonable convivencia política es antiguo, y el autor no deja de hacernos la historia del mismo. Aunque esta his­
toria sea más detenida pata la época moderna (págs. 119-212),
no deja de derivar de
aquélla vieja

idea platónica de que la
paideia es, precisamente, la educaci6n necesaria para ser un buen
ciudadano, un buen miembro vivo de la polis. Una realidad po­
lítica, esta de la
polis, que tiene poco que ver, a pesat de lo
que pueda decir algún autor de pensamiento algo
.más burdo,
con la civitas romana. Porque, como es notorio, a base de la
polis nunca se llegó a hacer un «Imperio», y de ahí el fracaso
notorio de la empresa gigantesca de Alejandro Magno y la
im­
posibilidad

de fundir luego, en las
basileiai helenísticas, el ré­
gimen de las antiguas poleis autónomas. con el de la chora. Esta
diferencia entre la
polis griega y las res publica romana no deja
de ser acertadamente señalada por el autor (pág. 107). De
ahí
también que nada parecido encontremos, en Roma, a la idea de
una educación pública del ciudadano, sino que todo se centre
allí -Cicerón, como siempre, es el gran mentor- en una tradi­
ción moral de catácter
·.tiimiliat. No podía ser de otro modo,
dado que todo el munélo
social romano,
desde la pertenencia a
(*) EUNSA, Pamplona (1892), 493 págs.
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la civitas (por el nomen familiar), hasta la misma distinción
fundamental
entre (/iberi = hijos o descendientes) y esclavos (la
familia en su sentido más estricto, de donde el moderno «fá­
mulo») sean realidades familiares antes que sociales o políticas.
Pero la

idea de que la educación
del ciudadano es necesaria
para el buen funcionamiento de la república ha sido una idea típicamente
liberal. Por

eso mismo, dentro de la experiencia
particular de

España, fue el pensamiento «institucionista», su­
cesor del «krausismo» decimonónico, el que más insistió en que
la solución política de España estaba en la «educación» de la
juventud. Así fue, en efecto, aunque hoy sabemos que Educa­
ción y Gobierno son realidades muy distintas.
Pero las ideas tienen sus ·sorpresas paradójicas, y fue, pre­
cisamente, bajo un régimen no-liberal, como el del General Fran­
co (desde 1936 -al menos en una zona de España- hasta 1975, una duración poco comparable con la de los
otros regímenes
anteriores

más efímeros), cuando se llegó a organizar un sistema
de educación cívica -con el quizá poco afortunado titulo de
«educación política» o «formación del
espíritu nacional-,

no
sólo a niveles educacionales inferiores, sino incluso a nivel uni­
versitario. Como el tiempo pasa rápidamente, pronto se olvidará
el poco favor que los universitarios dispensaban a una terna de
asignaturas marginales que se impartía en· la Universidad:
la
de la educación religiosa, política y deportiva. Era todo un ideal
-«idealístico» diríamos--de

formación «integral» del univer­
sitario.
De hecho, las tres asignaturas se bailaban desacredita­
das:
la formación «religiosa» no siempre encontró el profesorado
más adecuado para impartirla, y no se tomaba en serio; la «po­
lítica» se hizo pronto odiosa, y la «deportiva» despreciable
(y
no sin cierta razón, porque con eso del «deporte» ocurre lo que
decía Nietzsche de las fiestas: que son más fáciles
dé organizar
que de conseguir que se divierta uno en ellas). Ese sistema_, en
el fondo, correspondía al antiguo ideal helénico de la paideia
del ciudadano, pero en una forma poco afortunada, y casi diría
inútil.
De un modo u otro, en muchos países se ha intentado im­
partir una educación política a .los jóvenes, con vistas a
pre­
pararles

para su futura acción ciudadana, y el lector
encontrará
en

este bien elaborado libro una documentación enorme, con
toda
la documentación de un número suficente de naciones, pues,
aunque
algunas de
ellas no hayan respondido a las encuestas del
autor, el material acumulado por él para más de una docena de
Estados es muy ilustrativo. Ya el hecho de
haber elegido

este
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tema para un esrudio monográfico de esta seriedad demuestra
el
valor y esfuerzo del autor, y no podemos menos de felicitar­
nos por ello, pues no hubiera sido fácil que este necesario es­
tudio se hubiere hecho (precisamente en España, y después de 1975) con
la serenidad y valentía que ha demostrado el autor.
Ha tenido éste la delicadeza de incluir mi nombre en la habitual
lista introductoria de personas a las que se agradece la colabo­ ración o, al menos, el interés, pero he de confesar
que, por

lo
que a mí respecta, mi principal «mérito», si así puede llamarse·,
consistió en confirmar al autor en su decisión de no dejarse
llevar por el
lastre del
desprestigio que
la «formación política»
había dejado en la memoria de nuestros universitarios, desgracia­
damente sensibles excesivamente a los vaivenes de la moda
y
del temor del «qué dirán».
Porque la realidad -y
ahí está la gran paradoja- es que
la «formación política» resulta, mucho más necesaria en un
ré­
gimen

que pretende ser democrático que en uno sin tales pre­
tensiones, que parte, este último·,
de la idea de que es el go­
bierno quien debe tener ideas claras de política y no necesa­
riamente los gobernados. Sin embargo,
entre nosotros la

experien­
cia ha sido precisamente la contraria: tan pronto se empezó a
defender la democracia, empezó a declarase inútil la educación
política del ciudadano
Y; por

eso, se suprimió legalmente la
asignarura que parecía afligir a nuestros estudiantes universi­
tarios. La demagogia, una vez más, prevaleció sobre la demo­
cracia rectamente entendida ( si es que cabe entenderla
¡recta­
mente, pues, por lo general, no se cree necesario el esfuerzo
intelectivo de entenderla, por creer que basta «practicarla», y de practicarla en el sentido de que manden todos, lo que como
decía el inteligente Bossuet, equivale a admitir que no mande nadie).
Efectivamente, si las decisiones políticas deben depender,
aunque sea algo indirectamente, de la voluntad popular, sería
lógico exigir que el pueblo ruviera la debida educación política
-y la Etica necesaria- para saber hacer uso de su poder. Pero no ocurre así en la práctica. Lo que se busca es la voluntad
irtacional y

sin
lfmites éticos.
ya que la racionalidad o la mora­
lidad no añaden nada· «práctico» a la voluntad.
Y a eso achaco
yo la tendencia actual a prescindir de la «exposición de moti­
vos» en las nuevas leyes. ¿Para qué exponer motivos de
razón,
si

basta la voluntad?
sic volo: sit Pro ratione voluntas. Este
parece ser el principio de la actual democracia, un régimen que
llega a hacerse realmente «bestial», a fuer de «irracional».
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Pero aquí tenemos. el libro de Juan Andrés Muñoz. Reco­
miendo su lectura a los hombres de buena voluntad. Incluso a
aquellos que de buena
fe creen -pues de creencia se trata­
en la Democracia, y esperan que quizá algún día podrá haber
una educación suficiente para que los ciudadanos sean capaces
de gobernarse

por su
razón bien
educada.
A. d'ORS
Jorge

Adame Goddard:
EL PENSAMIENTO POLITICO Y
SOCIAL DE LOS CATOLICOS MEXICANOS
(1867-1914) (*)
Sobre todo a raíz de la realmente triunfal visita del Papa
Juan Pablo II
-la primera de sus grandes visitas pastorales-,
uno podía preguntarse: «¿cómo es posible que el pueblo meji­
cano -por lo demás tan
afín a nuestro pueblo español- re­
sulte ser tan extensa y profundamente piadoso,
tan entrañable­
mente devoto de la Santísima Virgen y a su maravillosa imagen
de Guadalupe, que ese pueblo realmente católico, digo, pueda haber sido gobernado durante más de un siglo por políticos no­
creyentes, incluso anti-católicos y declaradamente masónicos?».
Una pregunta de este tipo es por sí misma suficiente para
cuestionar la autenticidad del sistema democrático de partidos, pero no es de esta grave cuestión de la que vamos a tratar ahora,
sino más simple y modestamente de una historia silenciada, y
por ello mal conocida, pero verdadera, que es la del meritorio esfuerzo que los pensadores católicos mejicanos no dejaron de
hacer, contra-corriente, para mantener la conciencia católica de aquel pueblo, aunque su meritorio empeño no llegara a tener
consecuencias políticas tangibles. Nos referimos concretamente
al estudio que un notable profesor, joven jurista mejicano, Jor­
ge Adame, hizo hace unos años
y ahora (1981) nos ofrece en
la serie de publicaciones de
la « Universidad Autónoma de Mé­
xico». Su título es
El pensamiento polftico y social de los cat6-
licos mexicanos
y precisamente eu los años «1867-1914». Quizá
mi única crítica sería precisamente a este título, y por la razón
ya dicha de que, siendo el pueblo mejicano un pueblo mayori­
tariamente católico, de lo que se va a hablar en esta documen­
tada obra de Adame no es de un «pensamiento político» que
podríamos decir que nunca tuvo aquel pueblo, o, al menos·, nunca
llegó a tener en consecuencia con su Fe católica, sino del pen-
(*) Universidad Nacional Autónoma de México (1981), 273 págs.
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