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Número 215-216

Serie XXII

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El pensamiento contrarrevolucionario español. Alfredo Brañas y el regionalismo

EL PENSAMIENTO CONTRARREVOLUCIONARIO
ESPA~OL (*): ALFREDO B~AS
Y

EL REGIONALISMO
POR
FRANCISCO JOSÉ FBRNÁNDEZ DE LA GIGOÑA
SUMARIO: l. El hombre.-II. Brañas frente al Cardenal Primaclo.-III.
El Regionalismo.-IV, Regionalismo frente a fedetalismo.-V. La ten­
sión Estado-Región.-VI. De la teoría a la práctica.
I. El hombre.
Alfredo Brañas Menéndez, ilustre gallego de segunda mitad
del siglo
XIX, nació en Carballo, provincia de La Coruña, el 11
de enero de 1859. Su corta vida, moriría en Santiago el 22 de
febrero de 1900,
la llenó cumplidamente y su muerte fue con-
(*) Dentro de esta serie sobre el pensamiento contrarrevolucionario
espafío!, ban aparecido en Verbo los siguientes trabajos del mismo autor:
-•Ftay Atilano Dehaxo Solórzano», Verbo, núm. 117-118.
-«José Cadalso», Verbo, núm. 121-122.
- «Pedro de Quevedo y Quintana, Obispo de Orense», V erho, DÚ·
meto 131-132.
-«El manifiesto de los Petsas», Verbo, núm. 141-142.
-«El beato Ezequiel Moreno, Obispo de Pasto•, Verbo, núm. 151-
152.
- «Benito María Sotelo. de Noboa, ma,qués de Villavetde de Limia»,
Verbo, núm. 165-166.
-•La Instrucción Pastoral de los obispos refugiados en Mallorca»
(!.• parte), Verbo, núm ... 181-182.
-«La Instrucción Pastoral de los obispos refugiados en Mallorca»
(2.' parte), V erho, núm. 183'184.
-«La Unión Católica», Verbo, núm. 193-194.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
siderada como una verdadera frustración de grandes promesas
esperadas. Si Castelao le llamó «gran patriota
y home extraor­
dinario» (1)
y Curros «un ser providencial, un elegido por Dios
para
iniciar una época y empujar a la sociedad por el camino
de la
civilización» (2),

desde el otro extremo ideológico Juan
Barcia Caballero
afumó de

él que «parece poseer todas las ap­
titudes» (3 ). Y desde
el galleguismo actual, tan distinto de lo
que Brañas quería para su idolatrada Galícia, Ramón Piñeiro
ha escrito: «a forza da sua personalidade logrou unha influencia
profunda nos diversos eidos en que despregou a sua activi­
dade» (

4 ).
Como bien dice Baldo mero Cores Trasmonte en su extenso
artículo en la
Enciclopedia Gallega (5), «Brañas es un pensador
y un líder católico» ( 6 ). Y esa es su mejor definición. Catedrá­
tico de Derecho natural en la Universidad de Oviedo en 1887,
vuelve a su querido Santiago como catedrático de Economía
Política al año siguiente (7). Estamos en los días de plena ju­
ventud
y entusiasmo de Brañas y le vemos volcado en mil em­
presas de las que es su auténrica alma. No nos detendremos en su campaña regionalista, pues a este
tema está
declicado nuestro

trabajo. En 1886 es vicepresidente
de la Juventud Católica de Santiago (8). El Ateneo León XIII
tuvo en
él uno de los principales colaboradores (9), en unión
de su gran amigo
Vázquez de
Mella. Como agradecimiento a su
insigne miembro, que fue vicepresidente
y secretario general de
la institución, este Ateneo organizaría una velada póstuma en
(1) Cores Trasmonte, Baldom.ero: Gran Enciclopedia Gallega, IV, 46.
(2) Cores Trasmonte, Baldomero: op. cit., IV, 46.
(3) Barcia Caballero, Juao: El Regionalismo, La Coruña, 1981, prólo­
go, 16 ( es una reproducción facsímil de la edición de Barcelona, 1889.
(4) Piñeiro, Ram6n: Et Regionalismo, sin número de página. En el
prólogo para la edición de 1981.
(5) Cores Trasmonte,
Baldomero: Ca E. G., IV, 46-50.
(6) Cores Trasmonte, Baldomero: G.
E. G., IV, 48.
(7)
Cores Trasmonte,

Baldomero: G.
E. G., IV, 46.
(8) Cores Trasmonte, Baldomero: G.
E. G., IV, 48.
(9) Cores Ttasmonte,
Baldomero: G. E. G., IV, 48; G. E. G., III, 6.
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ALFREDO BRARAS Y EL REGIONALISMO
el Coliseo de la Rua Nova, el 18 de mayo de 1902, con el fin
de recaudar fondos para erigir un monumento a Brañas ( 10 ).
Los Círculos Católicos
de Obreros contaron también con la
activísima participación de Brañas que siempre se sobrepuso a
la enfermedad que le aquejaba si era preciso actuar en defensa
de la Iglesia (11). Desde ellos afirmó
más de una vez una doc­
trina social tan distante del liberalismo como del socialismo y
plena de resonancias corporativas. Así dijo en Ferro!: «La ne­ gación,
la duda y el odio nos trajeron el individualismo econó­
mico, el
aislamiento obrero
y la ·destrucción del régimen corpo­
rativo;
la fe y el amor han de devolvernos la organización
antigua

del taller y del trabajo, el principio
de la asociación
gremial y
la transformación de la gran industria» (12).
En esta misma línea está su discurso de 1896 en Santiago,
Necesidad de la organización gremial, y en igual sentido
insis­
tiría al año siguiente en Vigo ( 13 ). Para él era evidente la ne­
cesidad de una tercera vía, inspirada por el catolicismo, «equi­
distante de ambos
peligrosos extremos: el

egoísmo engendra la
explotación del débil por
el fuerte: la omnipontencia del Estado
o de la colectividad engendra la tiranía gubernamental y el des­
potismo de las
masas» (14).

Estamos, como se ve, en plena
escuela leonina cuyas encíclicas habían despertado en todo el
orbe católico una pléyade de entusiastas
c;livulgadores entre · los
que

hay que colocar por
mérito propio
a nuestro Brañas.
Cores Trasmonte_ señala que, pese a su innegable íntima amis­
tad con Mella, las afirmaciones de Brañas aunque coincidían en
muchos aspectos con los carlistas
-,-catolicismo, regionalismo,
gremialismo,

...
-«obedecían
a otros postulados muy distin­
tos» (15). No
lo entendemos así. Ramón Máiz Suárez, al na­
rrarnos las discrepancias
internas surgidas
en las
Ligas Galle-
(10) G. E. G., III, 6.
(11) Cotes Trasmonte, Baldomero: G. E. G., IV, 48.
(12)
Cores Trasmonte, Baldomero: G. E. G., IV, 48.
(13) Cores Trasmonte, Baldomero: C. E. G., IV, 48.
(14)
Cores Trasmonte; Baldomero: G.E. G., IV, 48.
(15) Cores Trasmonte, Baldomero: C. E. C., IV, 48.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
gas (16 ), se refiere a los artículos publicados por Brañas en El
Correo Español,
donde según Máiz «se muestra explícita y fer­
vorosamente partidario de
los postulados carlistas» ( 17 ).
Nos parecen extremadas ambas interpretaciones. Había una
coincidencia ideológica
fup.damental, eso

es evidente, pero. cree­
mos que así. como es imposible hablar
de. un

Brañas liberal o
anticarlista, creemos exagerado hablar de un Brañas carlista en
el sentido de militante del partido. Al menos no conocemos, por
el momento, datos que confirmen esa militancia. ¿Que había
comunidad de pensamiento o de ideales
en. muchísimos temas
o

en
la mayoría? Por supuesto. Y en su absoluta honradez no
vacilaba en reconocerlo aunque ello le apartara de antiguos ami­
gos. Pero creemos que no se puede pasar
de ahí. Ferrer, sin
embargo, lo incluye en el «obituario carlista» en .el año 1900 (18)
y le llama «catedrático carlista» { 19). Lo que si nos parece indudable es que Brañas, conforme
avanzaba en

años, y no olvidemos que murió muy joven, pre­
cisaba. sus ideas, aproximándose más, entendemos que desde su profundo catolicismo, a cotas señeras del
perisamiento tradicio­
nal.

Y no decimos que al pensamiento tradicional porque en éste
siempre estuvo.
11. Brañas frente al Cardenal Primado.
Y a al final de su vida tiene lugar su más resonante discur­
so. Fue
el pronunciado en el Congreso Católico de Burgos en
1899 (20). El más antiliberal de los Congresos Católicos tuvo
(16) Máiz Suárez, Ramón: G. E. G., XIX, 69-71.
(17}
Máiz Suárez, Ramón: G. E. G., XIX, 71.
(18) Ferrer, Melchor: Historia del tradicionalismo español, XXVIII,
vol. II, Sevilla, 1959, 275.
(19) Ferrer, Melchor:
op. cit., XXVIII, vol. I, Sevilla, 1959, 242.
(20) Ferrer, Melchor:
op. cit., XXVIII, vol. I, 242; Andtés Gallego,
José: La polltica religiosa en España: 1889-1913, Madrid, 1975, 170-171;
&Ailvides Gómez, Domingo:
Democracia :Y cristianismo en la España Je
la Restauraci6n: 1875-19}1, Madrid, 1978, 177.
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ALFREDO B&WAS Y EL REGIONALISMO
en la intervención del catedrático gallego, que llevaba el nada
aséptico título

de
Peligros que amenazan a la sociedad en el si·
glo

XX si se aparta del cristianismo,
su punto álgido. Todo el
mundó entendi6,
y los aplausos de muchos fueron atronadores,
que Brañas asumía la defensa de aquel santo
. var6n
que era el
arzobispo Spínola -luego
le harían cardenal casi in articulo mor­
tis-, frente a la figura mucho más ambigua del cardenal San­
cha.

Pero este era el hombre
de Le6n XIII, de Rampolla y de
la política del
ralliement, mientras que del arzobispo de Sevilla
s6lo se decía que iba camino
de los altares. Y esto en ocasiones
estorba en la Secretaría de Estado sobre todo cuando el
Carde­
nal

Secretario pertenece a la masonería si es verídico lo que se
cuenta de Rampolla. No estará de más en
la sucinta semblaza que de Brañas es­
tamos

haciendo, referirnos al blanco
de su ataques en el Con­
greso de Burgos, que sitúa a Brañas más en posiciones noceda­
lianas que carlistas, aunque éstos estuvieran también indignados
con el cardenal arzobispo
de Toledo.
Ciriaco
María Sancha y Hervás, nacido en Quintana del Pidio
(Burgos), el

18 de abril de 1833, es una
figura clave de la Igle­
sia

española en
las postrimerías del siglo XIX y en el umbral
de
ni. Y es una figura turbia, como turbia fue la política ecle­
sial de aquellos días. Sin embargo, ha sido personaje
poco es­
tudiado y s6lo conozco una amplia biografía del mismo, obra
de Isidoro García Herrera, que cuando redacto estas líneas no tengo a la vista (21 ).
Naturalmente, aparece en el
Diccionario de Historia Ecle­
siástica

de España
(22), con la relevaocia debida. Pero en la
bibliografía de esa v02 en el Diccionario se ve la escasa atenci6n
que a tan importante prelado
. se li, ha. venido prestando. Excep­
ci6n

hecha del citado libro de García Herrera, se menciona un
(21) García Herrera, Isidoro: El cardenal Sancha, arzobispo de To­
ledo: 1833-1909, Madrid, 1969.
(22) Diccionario Je Historia Eclesidstica de España, IV, Madrid, 1975,
2:166-2.167. .
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ .DE LA CIGORA
libro de Sola, que en realidad s~ refiere al Vioario .capitular de
Santiago de Cuba y después obispo de Almería Orberá y Carrión,
aunque
Sancha aparece en él por derecho propio, si bien esa
etapa de su biografía es temprana y sin incidencia en las graví­
simas cuestiones del
ralliement español en el que el cardenal fue
figura de excepcional importancia (23). Después, se cita un libro de Olmos, que parece general
so­
bre

_los obispos de Valencia (24).
Lo desconozco. Pero así como
el de
García Herrera

es amplio
y dedicado exclusivamente al
prelado Sancha, en éste, incluido entre todos los obispos de Va­
lencia, no puede tener
el relieve que se merece. Ignoro si Olmos
comienza sus prelados con el frustado _ intento
de nombrar a
Sari
Pedro

Nolasco obispo de la capital levantina a comienzos
del siglo
xm, que no quiso aceptar la designación, o si se re­
monta

a los primeros obispos del siglo r, San Eugenio o San El­
pidiano. Sea lo que sea,
y repito que no conozco el libro, no pa­
rece que pueda ocuparse de Sancha con
la extensión debida. Si
lo hubiera hecho, huelgan estas conjeturas.
La referencia a La Cruz, la gran revista católica de Carbo­
nero y Sol, al referirse al primer volumen del. año 1909, parece
ser la nota necrológica publicada a la muerte del cardenal. De
todas maneras son como muchos dos páginas, la 268
y la 269,
en
el .caso de que vayan dedicadas -íntegramente a Sancha. Bien
poco nos parace tratándose
del Primado de España. Como com­
paración

citaremos solamente las necrológicas aparecidas, por
ejemplo, en
el primer volumen de la misma revista correspon­
diente al año 1891. Al gran polemista del integrismo, .Francisco
Mateas Gago le consagra once páginas (25). Y al
dominico P._La­
rroca,

de mucha menos importancia que Sancha, tres (26).
-
Citar

la
Historia de la Iglesia cat6lica como lo hace Orive (27),
me parace un intento
de .llenar una bibliografía a todas luces.
(23) Solá, J. M.: El mártir de Cuba, Madrid, 1914.
(24) Olmos y
Canalda, E., Las prelados. valentinos, Madrid, 194~.
(25) La Cruz, 1901, I, 137-147.
(26)
La Cruz, 1901, I, 147-149, _
(27) Llorca: Historia de la Iglesia Cat6/ica, IV, Madrid, 1951, 617.
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ALFREDO BRANAS Y EL REGIONALISMO
insuficiente. Si la obra a la que se refiere es la de igual titulo
de los jesuitas Llorca, García Villoslada y Montalbán, en la
edi­
ción que manejo (28) no lo he encontrado y en el índice ono­
mástico no aparece (29). Por último, en las
Biografias del Epis­
copado español
de Salvadó (30), por la fecha de edición sólo
pudo ocuparse de su época de obispo auxiliar
de Toledo.
Fuera de
la bibliografía del Diccionario aparece citado ya en
siete ocasiones (31), en
la Historia de la Iglesia en España, di­
rigida por García Villoslada (32). Pero, como hemos dicho, en
nada se corresponde esta bibliografía con la importancia del per­
sonaje.
El nombre de Sancha comenzó a ser conocido en España por
su actividad en Cuba. Con motivo del cisma que se produjo en
aquella isla por el nombramiento al margen de Roma de un
obispo para Santiago de
Cuba, hecho

por Amadeo y Ruiz
Zo­
rrilla, Sancha fue encarcelado largo tiempo. Y los católicos es­
pañoles vieron en Orberá y en él una gloriosa bandera alzada
frente al trasnochado regalismo
del ministro, que en 1872 re­
vivía negras historias de intromisión del poder civil en asuntos eclesiásticos
(3 3 ).
Cándido Nocedal defendió brillantísimamente a las personas
de los valientes sacerdotes que resistían el despotismo de Ruiz
Zorrilla
y, sobre todo, lo que significaban de independencia de
la Iglesia frente al poder y de reconocimiento de la suprema
autoridad del Papa en el nombramiento de obispos. Mal se lo
pagaría Sancho años más tarde en la persona de su hijo, Ramón
(28) Llorca, García Villoslada y Montalbán: Historia de la Itl,esia Ca­
tólica, 2.• ed., BAC, Madrid, 1958.
(29) Llorca,
García Villoslada y Montalbán: op. cit., 882.
(30) Salvad6, J: Biograflas del Episcopado español, Barcelona, 1877,
355-359.
(31) Historia de la Itl,esia en España, BAC, IV, Madrid, 1979.
(32) La última cita del fndice onomástico viene equivocada, pues no
es en la página 630 donde aparece San.cha sino en la 6.31.
(33) Diccionario ...• IV, 2.166; Historia Je la Iglesia en España,
IV, 267.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
Nocedal, que tendría en el cardenal uno de sus más acérrimos
enemigos.
Aquella inicua persecución y, en cierto modo, la resonancia
que le prestó el verbo elocuente de Nocedal llevaría a Sancha
en 1876 a la sede
in partibus de Areopolis, como auxiliar del
Primado y con residencia en
Mad;id. En
1882 le tenemos ya
de obispo en Avila, en 1886 lo es de Madrid, después del ase­
sinato de su primer obispo Martínez Izquierdo. En 1892 se le
nombra arzobispo
de Valencia y en 1898 arzobispo de Toledo,
sede que
regiría basta

su muerte el 25 de febrero de 1909. En
1894 fue creado cardenal por León XIII que sería su gran va­
ledor. Los primeros años episcopales de Sancha parecen responder
a su decidida conducta cubana cuando era canónigo penitenciario del cabildo de Santiago de Cuba. Así, en 1882, publica uua du­
rísima réplica a una circular del Ministerio de Gracia
y Justi­
cia, al frente del
cual estaba Manuel Alonso Martínez (34). En
la circular ministerial se amenazba con responsabilidades
crimi­
nales a los «eclesiásticos que autorizan matrimonios de indivi­
duos de tropa, que por su situación no pueden contraerlo» (35).
Y se prohibía contraerlo «a los individuos de tropa que se
ha­
Uen en activo servicio y a los reclutas disponibles que no lleven
dos años en esta
situación» (36).
También

fue sonada su intervención censurando a Pida!,
Mi­
nistro de Fomento en 1884, y al que más tarde sostendría frente
a los integristas, con
motioo de
la intervención del catedrático
masón Morayta en
un acto que Alejandro Pida! y Mon presidía.
Se trataba de la inauguración del curso académico,
y en él pro­
nunció Morayta un discurso alabando la libertad de cátedra en
un sentido claramente condenado por la Iglesia (37). Y aquí terminan las actuaciones intregistas de Sancha. A la
(34) La Ciencia Cristiana, XXIII, 1882, 367-370.
(35) La Ciencia Cristiana, XXIII, 1882, 367.
(36) La Ciencia Cristiana, XXIII, 1882, 367.
(37)
Andrés Gallego, José: op. cit., 22; Benavides Gómez, Domin­
go: op. cit., 99.
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ALFREDO BRiffiAS Y EL REGIONALISMO
muerte de Alfonso XII, con otros veintitrés obispos presta fran­
co apoyo a la dinastía reinante oponiéndose al carlismo (38).
Con motivo del Centenario del III Concilio de Toledo exige
unas rectificaciones a Nocedal que no consigue (39). En 1899 reoomienda «la aceptaci6n sincera y leal del régimen constitucio­
nal». Son los Conseios del Cardenal Sancha al clero de su arzo­
bispado. La polémica se desata. Integristas y carlistas se abalan­
zan sobre lo que consideran abusiva intromisi6n política del
Primado. Nocedal no se queda a la zaga. Los sacerdotes Roca,
Ponsa y Corbat6 publican obras en contra del cardenal de To­
ledo ( 40). Sancha replica y deja en mal lugar a su compañero
en el episcopado Spínola, que .había aprobado el libro de su
can6nigo magistral
Roca y

Ponsa. Este y Sancha acuden a Roma,
el primero con un nuevo folleto contra el Primado titulado En
propia defensa, que Roma no le auroriza a publicar. En cambio
Le6n XIII, fiel a su política conciliadora con el liberalismo en
el terreno de los hechos y la política, escribe una carta de apoyo
a Sancha (41). Estamos en el punto álgido de la polémica entre los cat6li­
cos que nacieron en 1881 con motivo de la Uni6n
Católica (

42).
Es ese el momento del Congreso de Burgos que Sancha debía presidir. Pero comprende que no estaban los ánimos a su favor
y se ausenta discretamente. Entonces se produce el dicurso de
Brapas. Y como tantas veces ha ocurrido en España, las ovacio­ nes a Spínola, que tenía méritos sobrados en todos los terrenos
para merecerlas, fueron sobre todo aplausos contra Sancha.
_Cier-
(38) Benavides G6mez, Domingo: op. cit., 117.
(39) Benavides G6mez, Domingo:
op. cit., 141.
(40) (Roca
y Ponsa, José): Observaciones que el capitulo XIII del
opúsculo del Señor Cardenal Sancha, arzobispo de Toledo, ha inspirado a
un ciudadano español,
Sevilla, 1899; Corbató, José Domingo: Los Con­
seios
del cardenal Sancha o apologia católica del carlismo,
2.ª ed., Bar­
celona, 1899. (41) Benavides G6mez, Domingo:
op. cit., 169-183; Andrés Gallego,
José: o'p. cit., 166-175; Historia de la Iglesia en España, IV, 295.
( 42) Fernández de la Cigofia, Francisco José: «La Unión Católica•,
en Verbo, marzo-abril, 1981, núm. 193-194, 359-442.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGO!M
tamente carecía ya de autoridad para ser la cabeza indiscutida
del
catolicismo español.
Muchos no le perdonarían nnnca este
año de 1899
y sus Conse¡os.
A partir de entonces, su ÍÍgura se desdibuja en esa lucha
fratricida que sostuvieron los católicos españoles.
Se acercaba a
los setenta años. Aún se dirigirá al Presidente del Consejo de
Ministros, en nombre de los obispos españoles, defendiendo al arzobispo Nozaleda ( 43 ), y al Rey protestando de las medidas
anticatólicas del general López Domínguez que presidía un go­
bierno liberal (44). En 1903 impulsa la creación de la Acción
Católica en nn intento de
oonseguir nna

presencia política de
los católicos españoles que él, en no
poca medida, había

con­
tribuido a desunir aún más de lo que lo estaban. De Roma le
siguen apoyando, pero no se conseguirá tampoco nada en esta
ocasión· ( 45). Al año siguiente, en la I Asamblea
de la Buena Prensa
que se celebra en Sevilla, Roca Ponsa, que no debía haber ol­
vidado la polémica sostenida cinco años antes con el Primado
y que Roma le obligó a suspendet annque sin declarar en qué
estaba equivocado el canónigo sevillano,
lo que, por otra parte,
hubieta sido difícil en el tetreno
de la pura teoría, critica, en
presencia de
Sancha, la colaboración con
la legalidad vigente.
Era una tardía venganza del brillante polemista ( 46 ). Como
tam­
bién lo pareció a algunos el respaldo de Sancha al famoso artícu­
lo del P. Minteguiaga sobre el
mal menor del año siguiente (47)
en renovada beligerancia contra Ramón Nocedal. Particular resonancia_
había tenido,

en esta línea, contra el
integrismo del cardenal, el prólogo que escribió para el libro
del P. Muiños, en
el que entraba en abietta beligerancia con
integristas
y carlistas ( 48), ·
(43) Andrés Gallego, José: op. cit., 271.
( 44) Andrés Gallego, José: op. cit., 294.
(45) Andrés Gallego, José: op. cit., 316-317.
(46) Andrés Gallego, José: op. cit., 319.
( 47)
Andrés Gallego, José: op. cit., ~l.
(48) Muifios S,lenz,· Conradó: La f6rmula de la Unión de los Cató­
licos, 2.• ed., Salamanca, 1903.
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ALFREDO BRAAAS Y EL REGIONALISMO
«Algunas escuelas, antes políticas que católicas, guiadas tal
vez de buena fe y recta intención, han venido
esfotzándose en
unir

con lazo indisoluble, y hasta casi identificar su política co­
lectiva con la religión y la causa ele su partido con la de la Iglesia, con la
cual, en vez de favorecer los intereses sagrados de
ésta, al

contrario, les
han inferido un perjuicio inmenso, que
quizás nunca
podrán adecuadamente reparar,. ( 49 ).
Esa «tal vez buena fe
y recta intención», que de algún modo
parecía presuponer en esas escuelas, es pura cláusula de estilo. Porque, «pretendiendo ejercer un magisterio doctrinal que na­
die les había
ciado en asuntos religiosos» (50), mantenían, se­
gún Sancha,

un
«proceder vituperable,
pertinaz
y escandalo­
so» (51 ). En cambio, los
polémicos artículos del agustino Muifios,
que

«denota los tesoros de humildad
y dé nobles sentimientos de
que abunda su corazón» ( 52 ), «revisten una importancia excep­
cional
y hay en ellos un · mérito nada común y mucho que se
debe aprender» (53 ). Por ello deben ser recogidos en un libro,
para
que su

doctrina sea «ampliamente extendida por todas las
ciudades
y pueblos de nuestra Península» (54), ... «en bien de
los intereses de la Iglesia
y de las generaciones contemporá­
neas»
(55). Bien

se ve de
qué pie
cojeaba Sancha.
Pero Sancha, como León XIII, experimentó el fracaso
· de
su política

de
ralliement y, pese a todos sus esfuerzos, no con­
siguió que
las honradas masas a las que había apelado Pidal se
movieran de donde estaban
para acudir al campo alfonsino: Poco
•ntes de su muerte le vemos en Barcelona reclamando, una vez
más, la unión
de los católicos en défensa de fa Iglesia. Al lado
de Vázquez de Mella y ante veinte mil personas. Pidal había conseguido reunir en torno suyo, quizá
más por

animadversión
(49) Sancha, Cardenal: Prologo al libto del P. Muiños, XII.
(50) Sancha, Cardenal: op. cit., XIII
(51) Saricha, Cardenal: op. cit. XIII.
(52) Sancha, Cardenal: op. cit. XV.
(53) Sancha, Cardenal: op. cit. XV.
(54) Sancha, Cardenal: op. cit., XV.
(55) Sancha, Cardenal: op. cit., XV. ·
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
a los Nocedal que por admiración a Pida! (56 ), un considerable
grupo de personalidades de la política y de
la inteligencia. Pero
cuando
la Iglesia quería conseguir masas; aun en 1907, tenía
que apelar a los carlistas. Era el fracaso de los intentos del
cardenal.
Para
terminar este

breve apunte sobre la persona de Sancha
señalemos solamente sus enfrentamientos con varios hermanos
en el episcopado. Ya nos hemos referido al encuentro con Spí­
nola, arzobispo de Sevilla, en 1899. Contra Morgades, obispo
muy poco simpático que desde Barcelona alentaba tendencias
nacionalistas y que ha pasado
a· ¡a historia

como el perseguidor
implacable y al margen de toda caridad de aquel genio de
la
poesía, gloria impar de Cataluña y de España que fue mosén
Jacinto Verdaguer, gestiona ante el Papa medidas (57). Pero es con el anciano Monesci:llo con quien
Sandia parece
encarnizarse

de modo que resulta incluso enfermizo. Ya se ha­
bía mostrado reticente ante el nombramiento de Quesada como
obispo auxiliar
de Montescillo (58). Nombrado sucesor de éste
en Valencia, cuando el cardenal es trasladado a Toledo, se apre­
sura Sancha a restablecer la cofradía de los Desamparados que
Monescillo había suprimido (59). Creemos que esa actuación del
anciano cardenal Monescillo y Viso, como otras de esa época,
no fue acertada.
Sanz de

Diego relata bastante detalladamente
el desgraciado episodio ( 60
), y

quien desee conocer con
más
extensión
el

tema, desde
el enfoque de la suprimida cofradía,
puede acudir a la obra El Emmo. Sr. Cardenal Arzobispo de
Valencia
y la Antigua y Real Cofradla de Nuestra Señora de los
Santos Inocentes Mártires
y Desamparados (61). Pero nos te-
(56) Mateos Gago Fernández, Francisco: Opúsculos, VI, Sevilla, 1884;
Polémica con Santiago de Limiers, -Secretario de la Uni6n Cat6lica, 384<390.
(57) Andrés Gallego, José: op. cit., 229.
(58)
Sanz de

Diego, Rafael:
Medio siglo
de relaciones Iglesia-Estado:
El cardenal Antol/n
Morcillo y Viso (1811-1897), Madrid, 1980, 90.
(59) Sanz de Diego,
Rafael: op. cit., 246.
(60)
Sanz de

Diego,
Rafael: op. cit., 241-248.
(61) Valencia, 1886. Obra que debió tener gran difusión, pues
Sanz
672
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO BRANAS Y EL REGIONALISMO
memos que el restablecimiento de Sancha pudo tener más que
ver con una desautorización de Monescillo que con deseos de
restaurar la justicia, pues pronto le veremos criticando al ar­
wbispo de
Toledo con motivo de la condena de
El Movimiento
Católico
(62), por su intento de reunir un Concilio Nacional (63),
acusándole de que
la calumnia de Corbató contra la Reina Re­
gente María Cristina, modelo de dignidad y de virtudes católi­
cas frente
a las últimas reinas que había padecido España -Ma­
ría Luisa, María Cristina e Isabel-, calumnia que le atribuía
la pertenencia a la masonería,
se· había

publicado de acuerdo
con Monescillo (64), pidiendo a Roma que le reprenda (65) ...
Decir
ql'e lo

de Sancha hacia Monescillo es
enfermizo, nos
pare­
ce incluso caritativo con Sancha. Este era el hombre a quien Brañas se enfrentó en el Con­
greso Católico de
Burgos. Estaba

entonces en la cúspide de su
poder: Arzobispo, Primado, Cardenal ... No le arredraban a Bra­ ñas los poderosos. Estaba demasiado adiestrado en
la lucha pe­
riodística para
te',ller a

nadie. Solamente podía infundirle
res:
peto

su condición de pastor de
la Iglesia y de tan elevada je­
rarquía. Pero en aquella enconada
y triste polémica que sucinta­
mente hemos expuesto, todos creían combatir por la Esposa de
Cristo. Todos tenían obispos que les cubrieran las espaldas. Y
Papas que respaldaran. sus afirmaciones. Los integristas al gran Pío IX con
el Syllabus y la Quanta cura. Con el inconveniente
para ellos de que Pío XI había muerto, si bien ahí estaban sus textos magisteriales. Los
mestizos a León XIII, que aunque no
afirmaba doctrinas

contrarias a las de su predecesor, sino que
más bien las precisaba con inmortales
encíclicas, recomendaba
en

el
terreno de _ la política tácticas que parecían no concordar
con no poco de lo predicado.
de Diego cita una segunda 'edición · de ese mismo afio y en la misma im­
prenta en que se . hizo la primera que poseo.
(62) Sanz de Diego, Rafa!'i: op. cit. 314.
(63) Sanz de Diego,
Rafael: op. cit., 316.
(64)
Sanz de

Diego, Rafael:
op. cit., 321.
(65) Sanz de

Diego, Rafael:
op. cit. 318.
673
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIG01M
Brañas, que era un intelectual, no transigía con los principios
ni admitía atemperaciones de éstos en la práctica. Y eso fue lo que le ocurrió a la mayoría de los integristas,
partido en el que
militaban innumerables sacerdotes. Los carlistas, salvo excepcio­
nes, no entendían demasiado de pricipios, pero no estaban dis­
puestos a aceptar la dinastía que les había derrotado varias ve­
ces. Y que además les había derrotado apoyada en los ene­
migos de Dios. En los que habían matado a los frailes y robado
a la Iglesia. Y
el Papa y la mayoría de los obispos españoles
querían
que, por el bien de la Iglesia, los católicos de España
participasen unidos en la
vidá póblica.
Y
como el triunfo po­
lítico del carlismo era imposible en aquellos años, recomenda­
ban el apoyo a la dinastía liberal, porque con el abstencionismo
era imposible influir en
la adopción de una política favorable
a la Iglesia y con
la división no se podía oonseguir un gran par­
tido católico. Además, preferían que se votase a Cánovas antes
que a Sagasta y a Mauta que a Canalejas.
Pero había católicos que argumentaban que Cánovas no era
candidato recomendable:
_había impuesto

el artículo once de la
Constitución de 187 6 en contra de la voluntad del mismo Pío IX.
Y que Mauta postulaba unas libertades
de perdici6n, condenadas
por el
Syl!abus. Se oponían, por tanto, a esas candidaturas arras­
trando a considerables masas al abstencionismo o a la multipli­
cación de candidaturas
de católicos más o menos netos, con gran
preocupación de los obispos que veían, así, grandes probabili­
dades de triunfo en Sagasta,
_López Domíngue2, Moret o Cana­
lejas.
El problema era complejo y Brañas lo resolvió desde su ca­
tolicismo, inclinándose decididamente por un bando de los dos
en que se dividían los católicos. Aunque en el otro estuviera el
cardenal Primado de España, Ciriaco María Sancha y Hervás.
No se puede concluir esta nota biográfica
· sobre

Brañas sin
hacer mención

a su incansable actividad periodísticas. En nume­
rosos periódicos gallegos aparecieron. colaboraciones suyas con
gran frecuencia
y llegó a dirigir El Libred6n, periódico católico
674
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO BRANA.S Y EL REGIONALISMO
de Santiago (1885-1887) (66). En esas publicaciones se encuen­
tran muchos artículos de Brañas que están reclamando al estu­
dioso que les dedique sus horas.
Confío que,

antes o después,
algún licenciado de la Universidad compostelana elegirá al Bra­
ñas periodista como objeto de su tesis doctoral. Tendríamos así
un acceso fácil a lo que, hoy por hoy, es tarea imposible.
III. El Regionalismo.
El pensamiento contrarrevolucionario siempre sintió, con raí~
ces hundidas en la tierra inmediata, que es una verdadera pa­
tria (67), sin menoscabo de esa patria grande -España-, que
tan en el corazón llevaron nuestros pensadores, la necesidad de
resolver en un esquema armónico, las tensiones entre los anti­
guos reinos españoles y el Estado central, entre las regiones y
la capital de España.
Nuestra patria, que es obra de siglos, constituye como otros
países del mundo un conglomerado de regiones con historias distintas aunque no c.iertamente distantes, con lenguas peculia­res en algunos casos, una de ellas incluso no procedente del
viejo tronco latino, con costumbres e idiosincrasia variadas que,
en
·su conjunto,

integran esta maravillosa nación
de. bellezas
y
contrastes que la historia ha hecho una patria, aglutinando lo
diverso en

una totalidad que ha adquirido una fisonomía única
en el conjunto
· de

las naciones, que ha Uenado
el mundo con sus
gestas, que gobernó ese mundo por más de dos siglos, comple­ tándolo, pues los espacios conocidos resultaban pequeños para
una raza conquistadora y misionera como la nuestra. TocÍo ello
ha hecho que desde fuera se identificara con el nombre de Es­
paña la pluralidad interior que convive en nuestro suelo.
(66) Cores Trssmonte, Baldomero: G. E. G., IV, 46; P. P., M . .C.:
G. E. G., XIX, 61.
( 67) Marcel.ino. Menéndez Pelayo, a quien nadie tschará de antiespa­
ñol, dice en su testamento . al legar a Santander su biblioteca: «Por gratitud
a la ciudad de Santader, mi patria ...... Cfr. Artiglls Manuel: La vida y
la obra de Menindez Pe/ayo, Zaragoza, 1939.
675
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
Estas tensiones que cuando hubieran podido ser más disgre­
gadoras se disolvieron prácticamente sin consecuencias: uni6n
de los condados pirenaicos, e:xpansi6n del primitivo foco de re­
sistencia asturiano hasta integrarse en el reino leonés que agru­
paba a Galicia, León y el Principado, fusi6n de este reino con
Castilla,
de Cataluña con Aragón, anexiones por conquista de
Valencia, Baleares, Murcia, La Mancha,
Extreniadura, Andalucía
y

Canarias, unión matrimonial de Castilla y Arag6n y posterior
integraci6n de Navarra, completaron una vocaci6n de unidad a
que nos empujaba la geografía, mientras que una fe común her­
manaba corazones y proponía empresas que s6lo desde la uni6n
podían emprenderse.
Pero

esa España, trabajosamente unida en la sangre y el es­
fuerzo, no

era un mont6n
de arena de granos iguales y cuya
posici6n relativa es indiferente al conjunto, sino, más bien, un
mosaico multicolor cuya alteraci6n podría destruir la obra de arte. El Estado moderno fue fortaleciendo el poder central en de­
terioro de las diversas parcelas locales, pero también se necesita­
ron siglos pata que el mosaico se convirtiera en masa informe
de arena, o al menos lo pareciera.
El poder de la casa de Austria y, sobre todo, el absolutismo
de la de Borb6n supusieron una indudable labor unificadora
que el prestigio y la universal aceptaci6n de la monarquía hicie­
ron posible, aunque con hechos tan graves como las Comunida­
des castellanas, las Germanías de Valencia, la guerra de Cata­
luña, la
sepataci6n de

Portugal y la guerra de Sucesi6n.
Cada uno de estos hechos, cuyo estudio evidentemente se
sale del prop6sito de este trabajo, es de tal complejidad que
las posiciones simplistas son siempre
patciales y
err6neas. No
fueron guerras de buenos contra
malos, sino

que en ambos cam­
pos existían buenas
y poderosas razones e intereses muy legíti­
mos que defender. Es, además, imposible juzgar el pasado con ctiterios exclusivos
de hoy, pues ello conduce a fabricar una
historia que
nadá tiene
que ver con la realidad. Así, por ejem­
plo, se ve hoy
conmeniorar por

alguno el 11 de septiembre ca­
talán como fecha de independencia y secesi6n
etiando en

realidad
676
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO BRARAS Y EL REGIONALISMO
lo es plenamente española aunque fuera antiborbónica. Porque
Casanova y los catalanes que le
seguían lucbaban

con heroísmo
y fidelidad por el Rey de España aunque ese Rey no fuese
Fe­
lipe

V. Y lo mismo cabría decir de los valencianos y su batalla
de
Almansa.
Fue

el Estado liberal, nacido de la Revolución Francesa y
de las Cortes de Cádiz, el que dio el último golpe a la variedad
española, creando el Estado centralista, dividido en provincias
arbitrarias e iguales cuyos órganos rectores eran meras sucursa­
les del poder central. Se había convertido ya el Estado-mosaico en el Estado-montón de
arena, Y el pensamiento contrarrevolu­
cionario alzó su voz para oponerse a esa lógica consecuencia de
los principios de la Revolución El Estado, apisonadora de desigualdades sociales, que hizo de
un hombre un voto para poder
ejetcer sobre

todos ellos un do­
minio que le sería imposible ante
una sociedad organizada, acabó
con
todas las peculiaridades regionales que se oponían a la omni­
potencia de la capital de España.
Y ello tuvo trági~s consecuencias para _ un mañana que es­
tamos viviendo hoy. Ese Estado; perturbador de los fueros y
tradiciones navarros y vascongados era, además, en no pocas
ocasiones, sectario y persegnidor de la Iglesia. Y el profundo ca­
tolicismo de aquellas regiones del norte de España, donde el
carlismo tuvo cuna y
corte, llevó desde

una
lógica y
legítima
aversión al Gobierno de Madrid a extrapolar odios, identifican­
do Madrid con España y gobierno liberal con gobierno de la
nación.
Y el carlismo, derrotado una y otra vez, tuvo un brote en­
venenado, nacido del odio y el resentimiento que se
llamó Arana
o
Agnirre, PNV o ETA.
Evidentemente no son identificables todos esos nombres, ni
sus conductas, ni sus ideologías. Pero el origen estuvo en una
desaforada invasión del Estado liberal en las conciencias y en
las libertades navarras y vascongadas que se habían opuesto, con
desgraciada fortuna, al liberalismo en el campo de las armas. Y algo parecido
cabría decir de

Cataluiia. El gran obispo de
677
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
Vich, Torras y Bages, quizás convencido de que España, entre­
gada al liberalismo no tenía salvación, se intentó al menos salvar
la «tradició» catalana en una Cataluña católica.
Por otro lacio, desde la extrema izquierda, aquel fanático que
fue Pi y Margall, con su pacto sinalagmático1 conmutativo y bi­
lateral acababa también con la unidad española en aquel conse­ cuente logro de su pensamiento político que fue el cantonalismo.
Que hizo

añorar a los reinos de taifas como modelo de colabora­
ci6n y hasta de conciencia nacional.
En este contexto aparece
· el intento sistematizador de Alfre­
do Brañas, publicado precisamente en Barcelona, en 1899 con
el
título de El

Regionalismo (68), y reeditado en facsímil en
1981 (69), casi un siglo después.
El esfuerzo de Brañas es importante aunque el resultado sea
desigual. El libro, de ttescientas cincuenta y nueve páginas, de
las que las veintiuna primeras corresponden a un
prologo del
también

pensador conttarrevolucionario y amigo de Brañas, Juan
Barcia Caballero, tiene dos partes claramente diferenciadas. Apro­
ximadamente las cien primeras (70) contienen la teoría regiona­
lista de nuestro autor, siendo las siguientes un recorrido por el
regionalismo en
el mundo (71) y en España (72), con un último
capítulo con
el siguiente título: «Programa de una buena y
eficaz propaganda regionalista. Formación
de. un
gran partido
pol!tico-social» (73).
El

encendido regionalismo de
Brañas hace
que sus ilusiones
y esperanzas
turben, en

ocasiones, su
visión de
la realidad, por
lo que ve regionalismo donde no lo hay, se prometen unos
re­
sultados que el paso de los años demostt6 carentes de base y
acepta unas premisas históricas que, aun admitidas en su tiem­
po, generalmente hoy no se tienen en pie. Concretamente, su
678 (68)
Brañas, Alfredo: Bl Regionalismo, Barcelona, 1889.
(69)
Bralias, Alfredo: op. cit., 2.• edición, La Corufia, 1981.
(70)
Brañas, Alfredo:
op. cit., 23-114.
(71) Brañas, Alfredo:
op. cit., 115-144.
(72) Brañas, Alfredo:
op. cit. 145-352.
(73)
Brañas, Alfredo: op. cit. 353-359.
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO BRAl'íAS Y EL REGIONALISMO
prehistoria gallega es mucho más folklórica que científica y lo
mismo podría decirse de
algún otro lugar de su libro.
Pese a ello, tiene
el mérito indudable de enfrentarse con
una cuestión que ya entonces se presentaba como importante y
preocupante y, como en toda labor de pionero, más que la obra definitiva hay que valorar
el arrojo, las intuiciones, los caminos
abiertos. Que
• otros,

por ejemplo su gran amigo y correligio­
nario si no totalmente en el carlismo
sí en

la causa
católica,
V ázquez de Mella, andarán hasta elaborar una doctrina regiona­
lista tan distante de utópicos y descabellados separatismos como de los totalitarismos opresores de las tradiciones regionales de
los Estados nacidos del liberalismo.
El discurso de reoepción en la Academia
de la Historia del
catedrático de la Universidad
Central, Sánchez Moguel (74 }, iden­
tificando
el. regionalismo con el separatismo, indigna a aquella
alma profundamente enamorada de su Galicia natal pero que
siente a España hondamente.
Y, em: este punto, .no estará de más señalar, frente a espíri­
tus alicortas, que llevados de un indudable pero equivocado
amor a
España,> quisieron
suprimir todas las peculiaridades
re­
gionales

como peligros para la unidad de
la patria, que somos
españoles por ser gallegos, andaluces, vascos o catalanes. Y que
si previamente no hubiéramos sido hijos de
alguna de

esas
pa­
trias chicas, chicas por su ámbito territorial que no por la be­
lleza

de sus tierras o las gestas de sus hitorias, nada sentiríamos
por esa patria grande que abraza a todas y a todas ha encami­
nado a una epopeya que superó cuanto cabría imaginar de
cual­
quier país.
Y,

esto sentado, es lógico y natural admitir que quien nace
gallego ame
la lengua de Rosalía y de Pondal,. quien catalán la
de Verdaguer
y quien vasco, la de lparraguirre. Y, con la len­
gua, tradiciones, fiestas, bailes
y peculiaridades regionales co­
nocidas desde la cuna, aprendidas con
el amor materno, sen­
tidas en
el alma porque entraron por los ojos del niño mucho
(74) Brañas, AHredo: op. cit., 62.
679
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGO/M
antes de que ese niño supiera lo que es España y tampoco Ga­
licia, Castilla, Cataluña, Navarra,
d País

Vasco, Andalucía, Va­
lencia,
Canarias ...
Sánchez Mogud ve d regionalismo fundado en la «autono­
mía local y, consiguientemente, en d fraccionamiento, en la re­
partición de la patria en cien nacionalidades independientes, sin
otros vínculos
recíprocos que

los que voluntariamente quieran
establecer, de
tal suerte que si un Estado o región, en el per­
fecto uso de su autonomía, quisiera aislarse y vivir separado
de los
demás, no

habría principio ni procedimiento
legal de
im­
pedirlo» (75). Ante esa imputación de separatismo se indigna Brañas:
«¿Qué regionalista ha pedido jamás tales monstruosidades, como
no fuesen aqudlos discípulos y
adeptos de

algún partido radi­
cal, que ha soñado con
la transfiguración de España_ por medio
de un
contrato bilateral?»

(76).
El separatismo es, pues, para Brañas una «monstruosidad»
y acertadamente lanza el riesgo del mismo a quienes efectiva­
mente lo auspician, a los federales de Pi y Margall. Pero ya antes, al exponer desde las
primeras páginas

los
propósitos que le habían llevado a la publicación de su
obra,
nos

decía de su decisión de «refutar los errores que se prolon­
gan con motivo de acusar a los regionalistas de
enemigos de la
patria., defensores dd separatismo · político y acólitos inconscien ·
tes de las ideas federales que pretenden sustituir
la robusta mo­
narquía, cuya unidad se
rubricó a· la sombra de la Cruz ante los
muros de Granada, con una democracia cantonista o federativa,
considerada como una utopía política de los partidos radica­
les» (77).
Este no es,
verdaderamente, d lenguaje

del separatismo. Y
a lo largo de
la obra de Brañas aparecen constantes referencias
en este sentido. Porque pata
él el regionalismo «no es la auto-
(75) Brañas, Alfredo: op. cit., 63.
(76)

Brañas, Alfredo:.
op. cit., 63.
(77)

Brafias, Alfredo:
op. cit., V.
680
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO BRARAS Y Ii,L REGIONALISMO.
nomía absoluta» (78), sino que «supone \lflª región encerrada
dentro de ciertos límites, si no demográficos y políticos, por
lo menos etnográficos, que úene
derecho a no ser confundida.
con los demás pueblos de la nación,
ni tampoC<> a ser separada
radicalmente de ellos,
de la misma manera que el hijo o la mu-.
jer dentro de la
familia úenen

derecho a reivindicar su propia
personalidad, sin perjuicio de la
unidad del hogar domésúco, ni
menoscabo de la autoridad paterna» (79).
Nos parecen concluyentes las palabras de Brañas
y aun el
símil que utiliza. Eso, en verdad, es el regionalismo, aun quizá
prescindiendo de algo entonces muy de moda y todavía hoy
utilizado por algunos de los más extravagantes fautores de
se­
paratismos

como es
lo «etnográfico». En la actualidad es cientí­
ficamente insostenible considerar a Galicia como un reducto celta conservado en virtud de no se sabe qué milagro entre las mon­
tañas del noroeste peninsular. Pero tampooo hay que enfaúzar
sobre un «racismo» de Brañas, pues ello estaría muy lejos de su
pensamiento y de su profundo senúr católioo.
La fácil broma de Sánchez Moguel, ,hay que reconocer que
los apellidos se
lo ponían como dicen que las carambolas a Fer­
nando VII, Brañas
la transcribe: « Y ninguno de estos acérri­
mos mantenedores de la pura
raza gallega,
maravillosamente con­
servada hasta el
día, ninguno es gallego por entero, ninguno
ejemplat putísimo, no ya de anúgua, pero
ni aun de moderna
sangre

gallega; así, por ejemplo, el señor Murguía es hijo de
un gallego y una bascongada, y el señor Vicetto de una gallega
y un italiano ...
» (80).
Rechaza Brañas la malévola acusación del catedráúco anda­
luz, si bien hay que admitir que aun siendo recurso fácil en el
centralista, no carece por completo de importancia y valor: «Real­
mente es cosa que asombra ver argumentar de esa manera» (81).
(78) Brañas, Alfredo: op. cit., 57.
(79) Brañas, AHredo: op.
cit., 57.
(80) · Brañas, Alfredo: op. cit., 67.
(81) Brañas, Alfredo: op. cit., 67.
681
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGO!M
Sin embargo, es p.reci~o tener en cuenta que el incremento
de las comllllicaciones; la emigración, la televisión, que ha in­
troducido
el castellano en

muchos hogares en que la lengua ha­
bitual era
el catalin,

el vascuence o el gallego, los cantantes
juveniles de

moda que han hecho
lo mismo en ese sector, que
en inglés se denomina con
la descriptiva palabra teen-agers, etc.,
estm haciendo

caer fronteras que durante siglos existieron mis
de facto que de iure. Entrar o salir de Galicia fue, por muchí­
simos años,
lllla aventura de

la que Aymerico Picaud da bue­
na cuenta en su
Codex Calixtinus. Manzana! y Foncebad6n, Pie­
drafita, los Codos de Larouco o las
Port>llas mantenían
lengua,
costumbres y regionalismo en
. Ulla especie

de santuario que ape­
nas se abría con
la llave del Camino de Santiago. Hoy, el ga­
llego que trabaja en
Bilbao y
allí se casó con una extremefia,
que cultiva como deporte nacional el ver los seriales de tele­
visión, cuyos hijos cantan las canciones de moda y su mujer
lee las revistas del «corazón»
sed difícil

que llegue a integrar
una familia gallega,
extremefia o

vasca. Mis bien
ser,! Ulla fami­
lia-nada,

que ya es pena y posiblemente no
sed ni
familia,
lo
que todavía es peor. Ni aisladamente
ni como grupo familiar serm ya teselas de
un mosaico sino auténticos granos de arena, idénticos a millo­
nes de granos
más, carne

de cañón en manos de cualquier Es­
tado, que les
exprimid para

obtener de
ellos llllos impuestos
que

se
invertirm después

en pagar los gastos de
Ullas autono­
mías engañosas, correas de transmisión de unos partidos cen­
tralistas que lo mismo podrían ser españoles que franceses, ale­
manes o italianos.
Posiblemente Uegue a morir así, con el transcurso de no de­
masiados afios, el mismo. regionalismo. No será en beneficio de
Espafia. Porque eso que tal vez siga
llammdose Espafia

no ten­
dd nada

de esa patria común que hicieron nuestros mayores,
no se reconocerá en su pasado y carecerá de
un futuro impo­
sible

sin
fe ni esperanill.
El

regionalismo
· de
Brafias no sólo respeta
la unidad nacio­
nal sino que
la admite cordialmente. «Su verdadera misión se
682
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO BRANAS Y EL REGIONALISMO
limita a procurar la independencia política y social de la región
en
el grado que no se oponga a la wúdad nacional» (82). Y
esas regiones sólo constituirían estados independientes
si, por
los motivos que fuere, llegara a romperse la
wúdad nacional
es­
pañola. A lo que Brañas apostilla: «lo que nosotros
creemo~
una

desgracia» ( 83 ).
Pues bien, ese regionalismo no es otra cosa que una aplica­
ción de lo que luego se ha llamado el principio de subsidiarie­
dad: lo que se puede hacer desde Galicia, Cataluña, Valencia ...
y para esas mismas regiones no debe hacerse desde Madrid.
Que lo hará peor: por la distancia, la falta de conocimiento del
terreno,. etc.
Y a este principio general se añade una consideración que
todavía le da más valor imperativo. Y ello porque no se pro­
duce aquí solamente el principio
de que lo que puede hacer el
más débil no debe ser estorbado por injerencias abusivas del
más fuerte sino que, además.,. ese ente menor tiene una perso­
nalidad clara y diferenciada, una historia, un espíritu que debeh
ser operativos en beneficio, en primer lugar, de ellos mismos
y,
después, de toda la comwúdad nacional. Porque, según Bra­
ñas, «las regiones con vida
y fisonomía propias son, dentro del
Estado, otras tantas sociedades perfectas
y naturales, no escla­
vas del poder, aherrojadas
con las

cadenas de la esclavitud po­
lítica, sino matronas que ostentan orgullosas sobre sus robustas sienes el símbolo grandioso de la libertad nacional» ( 84 ).
Una vez más son los pensadores contrarrevolucionarios acé­
rrimos defensores de
la libertad, de la libertad concreta que
lleva al
máximo autogobierno

posible dentro de la conservación
de la unidad patria. Mientras que los teóricos del liberalismo,
en nombre de una libertad abstracta
y teórica,. aplican sus dic­
tados centralistas, ahogando desde la capital, por medio de mi­
nistros, delegados, gobernadores o lo que sea, las legítimas as­
piraciones
y peculiaridades de las diversas regiones de España.
(¡¡2) Brañas, Alfredo: op. cit., 84, ,
(83)
Brañas, Alfredo: op, cit., 85,
(84) Brañas, Alfredo: op. cit., 24,
683
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ . DE LA CIGORA
No nos detendremos en .Jas interesantes con•ideraciones· · que
hace sobre lo que es un Estado y lo que es una nación que,
ciertamente, podrían-ser
puntualizadas en algunos aspectos.

Pero
sí conviene señalar -eómo Brañas asume íntegramente la -con~
cepción tradicional de la sociedad política en la que el primer
elemento es la familia
(85).
En contra .de las tesis liberales, para Brañas «los individuos
no constituyen el elemento material de la sociedad
civil, como
han

creído Rousseau, Spedalieri, Burlamachi, Locke y los
de­
más

partidarios del.
contrato social: semejante concepción ato­
mística

de la sociedad nos llevaría a la doctrina absurda del
absolutismo despótico, del imperio de la mayoría y de la exal­
tación del
individuo, que

ha,
engendrado en
los estados
modernos
la extremada división política

y administrativa, que es la rémos
ra más grande de su
progreso y

civilización. El individuo no es
más que la
molécula social, en lenguaje del distinguido econo­
mista

belga Mr. de Molinari. La familia es el germen y princi­
pio de la sociedad. Así lo entendía Rousseau, a pesar de sus
errores,
cuando, decía

en su famoso
libro: «la
más
antigua de
las
sociedades y la única natural es
la familia; puede decirse que es
el modelo de las sociedades políticas». El mismo acérrimo de­
fensor del
estado natural y salvaje del hombre ailimenta con esa
primera
duda· los argumentos

poderosos e iodestructibles de sus
adversarios». (.86 ).
«Pero, dentro

de la familia, no puede alcanzar el hombre
su perfección
natural... Después

de aquel soberano mandato
enunciado en estas breves pero sublimes palabras:
Creced y mul­
tiplicaos
y llenad la tierra, escribió Dios en el Código iomortal
de sus divinas leyes aquella otra sentencia
··complementaria: Ama
a tu
pr6¡imo como

a ti mismo.
Es decir, multiplicaos, creced y
formad nuevas familias, pero no viváis aislados ni en lucha,
ni separados por odios
y venganzas; vivid por el amor y para el
amor: estrechad los lazos naturales y comunes que os juntan
y
(85) Brañas, Alfredo: op. cit., 32.
(86)

Brañas, Alfredo:
op. cit., 32.
684
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO BRANAS Y EL .REGIONAUSMO
aproximan unos a otros; en una palabra, vivid en sociedad, li­
gados por los vínculos de la caridad y de la obediencia, que
son como el compendio de
todas nuestras virtudes» (87).
El temperamento eminentemente religioso de Brañas nos re­
fiere, en estas p!tlabras,
el rechazo tradicional a la teoría del
pacto social. Nunca existió tal pacto. La necesidad agrupó a di­
versas familias en
torno a

un jefe natural
--el más
fuerte, el
más inteligente ... - para sobrevivir. Ha
sido la naturaleza, obra
de Dios para los creyentes, la que impuso la vida social y no
un pacto utópico, inexistente y ridículo en los albores de la
humanidad. Familia, municipio, región, estado, van surgiendo natural­
mente hasta integrar el
_edificio social.

Cerremos la lectura del
capitulo segundo del libro de Brañas mencionando una referen­
cia que hace a Fourier y sus falansterios en la que le califica
de «loco» (88). Y es
que cualquier

veleidad
socialista es im­
pensable en el esquema intclectual de Brañas. Por eso no puede
leerse, en ese sentidd, su conocida y hermosa poesía:
Erguete e
anda (
88 bis). Es el sentimiento de su Galicia oprimida desde el
centralismo
el que inspira sus sonoras y recias estrofas. Su tie­
rra tiene que romper las cadenas de la pobreza impuesta, las cadenas de la
. dependencia

esclava
pi,ro no
para constituir una
sociedad socialista
sino una patria libre y cristiana, coma en
Irlanda, coma en Irlanda.
IV. Regionalismo frente a federalismo.
Brañas señala diferencias entre ambos conceptos políticos que,
tal como · él configura el regionalismo; no siempre nos parecen
netas. Define la federación como una de las posibles formas de organización política, «que consiste en la agrupación de va-
(87) Bralias, Alfredo: op. cit., 33.
(88) Bralias, Alfredo: op. cit., 37.
(88

bis)
Brañas, Alfredo: ¡Erguete' e anda! (1900); Murguía, M.: Po­
litica y Sociedad en Galicia, Madrid, 1974, 206-209.
685
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOf rios pequeños estados o cantones independientes que se gobier­
nan por sí mismos bajo
la dirección moderadora de un poder
central» (89). En cambio, el
regionalismo, para él, «no es ,ma
idea

exclusivamente política. Cualquiera que sea la forma gu­
bernamental del Estado, con
ella se armoniza siempre la doc­
trina regionalista» (90).
Y señala, a continuaci6n, las que entiende diferencias sus­
tantivas entre ambos conceptos:
l. «El federalismo supone la división de un territorio en
diversos pequefi.os estados o cantones independientes, y la doc­
trina regional no admite la región-estado, o sea, la sociedad po­
lítica con existencia sustantiva, sino que
tan sólo considera a la
región como
parte del todo., gozando de cierta autonomía dentro
de la unidad o integridad de la
patria» (91).
Aquí

se encuentra la esencia del regionalismo tradicional que,
en uno de sus primeros y más sobresalientes epígonos, es inob­
jetable aun desde el más celoso defensor de la integridad na­
cional. La región como parte indisoluble de
la nación y con la
mayor autonomía posible.
2. «En
la federación cada cantón tiene un gobierno y cons­
titución particular; y en el regionalismo cada región depende
del gobierno que rige
la totalidad del Estado, y no tiene más
constitución que la
general y
común a todas las demás regiones
que componen la nacionalidad independiente» . ( 92 ). Aunque no queda claro lo que Brañas entiende por
constitu­
ción,
nos parece que esta nota diferencial es menos nítida que
la primera. La cuestión no es demasiado grave, pues es aquella
primera nota la esencial y las siguientes añaden sólo
precisio­
nes no sustantivas. Pero, aun así, creemos que no se puede ob­
jetar seriamente, desde el pensamiento contrarrevolucionario, a
que las diversas regiones se constituyan de acuerdo con su his-
(89) Brafias, Alfredo: op. cit., 41.
(90) Brafias, Alfredo: op. cit., 40.
(91) Brafias, Alfredo: op. cit., 45.
(92) Brafias, Alfredo: op. cit., 45.
686
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ALFREDO BRARAS Y EL REGIONAUSMO
toria y sus tradiciones, no de modo uniforme sino con variacio­
nes o, por decirlo así, con
constituciones particulares. Por otra
parte, y Brañas lo reconoce, estudia e
iw:luso pretende
regla­
mentarlo: las regiones tienen también sus gobiernos ya que sin ellos no cabe la autonomía. Creemos que la diferencia radica, y así puede deducirse tam­
bién de la obra de Brañas, en que los Estados federales pactan
unas condiciones de la federación en las que se establece Jo que será competencia del Gobierno federal y lo que
ha de que­
dar bajo la jurisdicción de cada Estado, mientras que en el re­
gionalismo, que parte de una concepción política totalmente di­
ferente, el Gobierno del Estado asume por su propio derecho todo lo que compete al bien común estatal, mientras
que, y

tam­
bién por propio derecho y no por delegación, las regiones asu­ men la gobernación de todo aquello que les es propio. Y no lo
es, naturalmente,
nada que pueda atentar contra la unidad na­
cional. 3. «En
las federaciones el poder central sólo entiende en
los asuntos de interés general del Estado
y . en :las relaciones di­
plomáticas o internacionales;
y, en el sistema regionalista, el
único poder
real y efectivo que extiende su esfera de acción a
todos los órdenes de la vida es la autoridad soberana que rige
los destinos de la nación
entera» (93).
También

aquí nos parece que se queda corto Brañas. Los
asuntos de interés
· general

del Estado y las relaciones interna­
cionales por supuesto que son competencia del poder central
·
en

un Estado federal y también en uno regionalista. Pero resulta
excesivo decir que «el único poder
·real y efectivo que extiende
su esfeta de
ácci6n a todos los órdenes de la

vida» es el poder
central. En primer lugar, porque no es es
«el único

poder real y
efectivo», ya que
el de las regiones debe serlo también así, pues
sin él no es posible la
descentralización y el regionalismo. Y,·
además,

porque en garantía de las
libertades· individuales
es con-
(93) Brañas, Alfredo: op. cit., 45.
687
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
veniente que el poder central y el regional extiendan su esfera
de acción a lo menos posible, ya que no son los individuos para
el Estado,
sino . éste

para los individuos
y en todo aquello en que
no sea necesaria su intervención conviene que ésta no exista.
El principio de subsidiariedad vuelve a ser la regla áurea
que mide todas las actuaciones del poder. El poder intervendrá
en lo que sea necesario para
el bien común. El estatal en la es­
fera del Estado y en la regional. El regional en ésta. Y ninguno
cuando esa intervención
no se precise. Y ello no por virtud de
pacto, cesión o tratado, sino por el concepto mismo de auto­
ridad. 4. «En las federaciones, cada Estado tiene su representa­
ción
políric:>1, como

persona jurídica o moral, en el Consejo o
Dieta particular de los Estados;
y dentro del sistema regiona­
lista no se explica semejante forma de representación, porque la
región, como hemos dicho ya, no es un Estado independien­
te» (94). Pero aunque no sea un Estado independiente cabe una re­
presentación ante el poder central. Que,
efectivamente, no

será
como la de los Estados soberanos en los org-anismos interna·
cionales o la de los Estados federados en el órgano rector de la
federación. Pero no repugna a la idea de un regionalismo tra­
dicional que, en órganos consultivos, deliberativos o consulto­
rios
exista una

representación regional.
Pese a todas estas puntualizaciones que heinos hecho a las
notas distintivas de
Brafias, creemos

que muchas de
ellas res­
ponden

más a cuestiones semánticas que de fondo. Pues asi
como pudo parecernos que
Brafías se

quedaba corto en los po­
deres que
· attibufa

a la
región, cuando

se ocupe de la descrip­
ción de éstos, más adelante lo veremos, nos parecerán incluso
excesivos algunos de ellos.
Las
analogías que pueden darse
entre federación
y regiona­
lismo
sólo

pueden
inducir, según

Brañas, «a espíritus vulgares
y superficiales a confundir lastimosamente ambos sistemas» (95).
(94) Brañas, Alfredo: op. cit., 45.
(95) Brañas, Alfredo: op. cit., 46.
688
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO BRANAS Y EL REGIONALISMO
Y a que «la federación y el regionalismo convienen en con­
denar toda
cenrralizaci6n política
y administrativa, como opues­
ta al desarrollo de los intereses individuales y al
prc¡greso de

los
pueblos; reprueban toda injerencia del poder soberano en los asuntos que resuelven mejor por sí mismas las pequeñas agru­
paciones que viven dentro de un territorio determinado; y es­ tudian y tratan de dar solución a un problema análogo de so­
ciología, aunque desde puntos de vista diferentes, porque
la fe­
deración atiende solamente a la organización política y a las
puras formas gubernamentales, y el regionalismo abarca todo el
orden social, civil, político,
económico, histórico,

consuetudina­
rio, tradicional y literario de los pueblos, siendo indiferente a
las formas de gobierno, por más que algunas le favorezcan más que otras» (96). Creemos que a las diferencias que Brañas señala, ciertas, hay
que añadir otra que es la fundamental.
La diversa concepción
del poder
y del Estado que subyace en el federalismo pimar­
galiano, el único que tuvo incidencia en nuestra patria, derivado
del famoso pacto sinalagmático, conmutativo y bilateral y el que
alienta en el regionalismo tradicional, en
el que el poder viene
de Dios, como medio necesario para la
· existencia
de la sociedad
y que, por lo mismo, requiere ordenación al bien común en la autoridad y obediencia en el súbdito.
V. La tensión Estado~región.
Sentadas estas bases teóricas, hay que descender ya a los he­
chos concretos y
· con
ello entramos de lleno en el tema de la
desceritralizaci6n. Aquí
Brañas es clarísiínci y

contundente.
«La descentralización. administrativa implica, necesariamente,
la descentralización política, y ambas ho · significan otra cosa que
la conciliación de la vida particular de las localidades con la
vida del Estado: no puede decirse que haya o deba
de haber
(96) Brañas, Alfredo: op. cit. 46.
689
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIG01M
centralización o descentralización en cualquier Estado. Una y otra se armonizan
perfectamente, porque
lejos de ser ideas contra­
rias,
significan cierta

correlación o coexistencia de que depende
el orden político de las nacionalidades. No todo ha de estar cen­
tralizado, ni tampoco
una descentralización absoluta o integral
conviene a los pueblos»
(97).
Estamos, ya lo habíamos apuntado, en plena operatividad del
principio de subsidiariedad.
Y esa descentralización, no podía
ser de otra forma, no termina en
la atribución de competencias
o
en que sean asumidas por el órgano regional, sino que ha de
continuar a las entidades menores: provincia, comarca, munici­
pio, parroquia ... que integran la región correspondiente (98).
Pero para Brañas la región trasciende con mucho a una di­
visión política a la que se conceden unas facultades administra­
tivas de las que

hace renuncia
el Estado en favor de esa parcela
territorial existente con base en la realidad o creada arbitraria­
mente. «Hay en la región mucho más que lo meramente político y
administrativo: la naturaleza del suelo, las cualidades de raza,
las influencias de la tradición,
el imperio de las costumbres, la
idiosincracia individual, según el talento y las diversas aptitudes,
el progreso económico, la enseñanza pública, el lenguaje y las
bellas artes; todo esto y otras cosas más que singularizan o es­
pecifican a un pedazo de territorio nacional, esto sin contar los
principios eternos de la justicia y del derecho de gentes que así
lo exigen es lo que forma
el verdadero elemento psíquico, el alma
del regionalismo» (99).
Nos movemos en el campo de las realidades. Pata él Ga­
licia existe, tiene un
alma 'y está en el alma de los gallegos. Es
algo completamente distinto
a la división provincial creada ar­
tificialmente por

el poder central. Pero el reconocimiento de esa
existencia y de las facultades políticas
y administrativas que le
(97) Brañas, Alfredo: op. cit. 55 y 56.
(98) Braña,, Alfredo: op. cit., 58.
(99)
Brañas, Alfredo: op. cit., 59.
690
Fundaci\363n Speiro

/l:LFBEDO BRAAAS Y EL REGIONAUSMO
son propias nada supone en favor del separatismo. Ya lo hemos
visto
y podríamos seguir acumulando citas: «No aspiramos a
descentralizamos de

tal
modo que peligre la unidad nacio­
nal» ( 100 ). Porque esa
descentralización radical sería federalis­
mo puro (101).
Creemos que con este pensamiento de base las autonomías
que establece
la Constitución de 1978 seúan mucho menos in­
quietantes aunque mucho nos tememos que ese profundo sen­ timiento de la unidad de España que Brañas llevaba en su
co­
razón no es compartido, ni siquiera a nivel de declaraciones re­
tóricas, por los actuales defensores de esas autonomías. Y es
que el regionalismo es difícil
sentirlo fuera
del pensamiento
tra­
dicional. Pues desde la concepci6n liberal conduce inexorable­
mente, en el mejor de los casos, a la federación
y, en los demás;
a la independencia de las
nacionalidades qúe integran el Esta­
do español.
Ya está en situación, con lo hasta ahora expuesto., de defi­
nir Brañas las aspiraciones del regionalismo. Y nos parecen pre­
cisas
y verdaderamente asumibles por todos aquellos que, ena­
morado.s de nuestra patria
España, amamos
también con toda· el
alma aquellas regiones en
las que nacimos o en· [as que nos he­
mos integrado porque nos han, cautivado
. en
los años que en
ellas vivimos.
«En la esfera politica los, regionalistas queremos autoridades
con
atribuciones propias, conocedoras de las necesidades de la
región, morales, fuertes, capaces
e· ilusiradas,

elegidas o desig­
nadas por las diferentes clases sociales, pero sin que tales auto­ ridades gocen de completa independencia, pues' han de estar so­
metidas o subordinadas 'al Soberano
de la nación. La soberanía
no se entiende en este caso «dividida»,
porque eso sería

absur-'
do, sino «prorrogada» para las
especialidades o

particularidades
que
ofrecen los

territorios regionales» (102).
(100) Brañas, Alfredo: op. cit., 59.
(101)

Brañas, Alfredo: op.
cit., 59. ·
(102)

Brañas, Alfredo: op.
cit., 66.
691
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOJ'l"A
Nada hay que puntualizar a este postulado de Brañas, si bien
se puede señalar que la representación propugnada es la corpora­
tiva
-las diferentes clases sociales-y no la individualista libe­
ral. Y no es, ciertamente, la única vez que la sostiene (193). «En la esfera
administrativa todos los servicios públicos· han
de estar
descentralizado,, concediendo sólo al Estado, o mejor
dicho, al poder central, la intervención estrictametne necesaria
que requieran los intereses nacionales en aquel o aquellos ser­
vicios que, como los impuestos, el ejército, la armada, etc., con­
vienen por igual a todas las regiones que componen el Esta­
do» (104).
«En

la esfera
socia!., la región está ligada a las demás, no
sólo por los intereses
· comunes del territorio nacional y en el
que, todas ellas se encuentran enclavadas,
smo por
la participa­
ción que tienen en lo que puediera llamarse la «fisonomía»,
el
«carácter» o la «personalidad» propia del Estado. En efecto:
fijándonos, por ejemplo, en España, vemos que a
partir de
la
unidad política realizada en
el siglo XV, y aún mucho antes de
esta época, toda la
península ibérica,

dominada sucesivamente
por romanos, godos y árabes, adquirió un
«carácter» peculíar
formado

por la mezcla etnográfica de esas tres
razas que,
sal­
picado por los restos de otras civilizaciones primitivas, consti­
tuyó la raza puramente española. Hubo, desde esa suspirada uni­
dad
(105), sentimientos comunes, lenguaje común, religión ún·.
ca, costumbres comunes, historia y tradiciones comunes. Pero
en el fondo de esa unidad se conservaba una variedad natural
que realzaba más que nada la diversidad de lenguas, indicadoras siempre, según el sabio Wisseman, de la diversidad de razas.
No
había más

que una
;usta-posici6n de cualidades gótico-ará­
bigo-latinas, sobre la cualidad
especial de
cada raza. Así es que
fue honra para los íberos
el glorioso' nombre de espafioles desde
la epopeya de Covadonga hasta
la' conquista·
de Granada, y desde
(103) Brafías, Alfredo: op. cit. Cfr!, p. ej., pág. 65.
(104)
Brafías, Alfredo: op. cit., 66.
(105) El subrayado es nuestro.
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ALFREDO .BRANAS Y EL REGIONALISMO
el imperio de las Ai;néricas hasta la guerra de la Independencia,
pero cada
español mostraba bajo el apelativo común otro. nom­
bre
tan querido y seguramente más iunado, el de ,catalán,. v.asco.,
aragonés, cántabro, valenciano, and.alµz y gallego,. que eran sus
títulos predilectos. El primero era el nombre de la patria; el
segundo el apellido de familia. ¡Decidnos si entre la familia y
la patria
puede existir
jamás antagonismo alguno!» (106).
Este párrafo no parece capital en Brañas. Dejando de lado
alguna consideración
«etnográfica.. que

hoy
. resulta
insostenible
aunque la apoye en
la autoridad .de Wisseman, es un fiel reflejo
de la realidad nacional. Las
regiones españolas

no han constituido
España porque ella representaba los intereses comunes de todas
ellas. Por diversos motivos y circunstancias esa unidad se hizo.
Y de aquellas peculiaridades surgió esta España y esta raza es­
pañola que participa de los caracteres y cualidades de todos. No
hubiera sido España, tal cual es, si en vez
de catalanes, la es­
quina nororiental de la península la habitaran bretones; el sur,
flamencos; Galicia, napolitanos y, Castilla, magyares. Hubiera
sido otra nación aunque hubiera llevado el mismo nombre. Esas
regiones telld.ían a 1a unidad, naturalmente. Y con acierto cali­
fica Brañas esa tensión de suspirada. Y, sobre todo, unos senti­
mientos comunes catalizados por una única· religión configura­
ron costumbres, historia y tradiciones comunes que es lo que
hace
una patria.

Patria, una, pero que encierra mil variedades
y
en la que nada habla de rompimiento cuando la fe de Cristo une
y ensancha corazones
y el Rey es el que gula a esa raza española
en las hazañas a que la fe le impulsa.
Recuerdo cómo unos versos que oí hace tiempo a Eugenio
Vegas, salidos de la pluma de otro santanderino como él, me
parecieron entonces,
y hoy sigo pensado lo mismo, fiel reflejo
de un pueblo identificado con su
Rey en

la defensa de la causa
de Dios. En siglos de «fe flaca
y descaecida» sonarán a unos a locura
y a otros a necedad. Pero así se hizo España, y así fue grande
(106) Brañas, Alfredo, op. cit., 6/, y 67.
693
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGO1M
y cuando dejaron de tener significado España casi no es España,
y el epílogo de
Los Heterodoxos, de un tercer santanderino, más
que amenaza parece sombría realidad.
Así decía José del Río:
«Reina Felipe II, el taciturno, en España,
y en sus rezos y en sus sueños de grandeza le acompaña
la nación, que toda
ella del monarca es el remedo;
una y otro monologan en litúrgica oración ... Y se forjan las espadas vencedoras de Toledo
entre el lento monorritmo de los kiries y del Credo
y en el fuego de las piras de
la Santa Inquisición» (107).
Y eso era en verdad España. Una, en la riquísima variedad
de sus antiguos reinos.
«En la esfera histórica el regionalismo rinde fervoroso culto
a los hechos que forman los anales políticos de la región:
Ca­
taluña, Aragón y Valencia, que tienen una historia brillantísima;
Navarra que figura también en primera línea; Galicia que desde
su antigua Monarquía sueva ciñe a sus sienes los lauros de tan­
tas victorias; Asturias, cuna gloriosa de nuestra reconquista, han
sido las primeras que opusieron un baluarte inexpugnable a los
enemigos de la patria común. Todas esas regiones cuentan como de la patria sus propias conquistas, y hacen
.a la vez suya la
campaña que en provecho de todos realíza el Estado. ¿Qué los
regionalistas son enemigos de
la patria? ¡Ah!, ¡Que respondan
por nosotros las sombras ilustres de
la inmortal Gerona y de la
invicta Zaragoza, y los héroes de Vigo y Puente-Sampayo!» (108).
Ese sentido de historia común, compartida
y participada, que
hace tener de todos a San Ignacio de Loyola y al Gran Capitán,
a Cortés y a los almogávares, que ha iluminado los ojos de los
niños de cualquier escuela del más remoto pueblo de España soñando aventuras que parecen imposibles a cualquiet
mortal
(107) Río Sáinz, José del: Versos del mar Y otros poemas, Santander,
1925.
(108) Brañas, Alfredo: op. cit., 70.
694
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ALFREDO BRAA'AS Y EL REGIONALISMO
que no sea español, lo percibe claramente Brañas como uno de
los lazos más indestructibles de la cohesión de la patria común.
«En la esfera de las
costumbres cada región ofrece una va­
riedad digna de estudio. No es posible desarraigar del
corazón
de

los hombres ciertos hábitos contraídos por recuerdos anti­
guos, amor de los progenitores, conservación de los usos tra­
dicionales, carácter de raza y educación popular . . . Y, si em­
bargo, los habitantes de la región participan de las costumbres
generales porque también son españoles» (109). Nos parece un acierto de Brañas el distinguir dos tipos de
«costumbres»: las locales y las nacionales.
Es evidente que exis­
ten ambas. Hay costumbres de pueblos de Galicia, concretas y
determinadas a un restringidísimo ámbito territorial. Las hay
también generalizadas prácticamente a toda la región. Pero tam­
bién hay un modo de ser español
y esto quienes mejor lo dis­
tinguen son los extranjeros. La denominación de «gallego» que
se aplica a cualquier español en Argentina, es prueba evidente
de que por mucha diferencia que encontremos entre un vasco
, y un mallorquín es mucho más lo que les une que lo que les
separa.
«En la esfera literaria las regiones poseen un idioma parti­
cular . . .
y en ese idioma se producen las mejores obras científi­
cas y literarias. Mas no se crea por eso que los regionalistas
rompen tampoco con la unidad literaria nacional: prueba de ello
es que catalanes
y gallegos suelen escribir, y antes de ahora han
escrito muchas obras en prosa y verso, usando del lenguaje cas­
tellano. Pues que, Balmes
y Roca, ¿no han producido sus. libros.
en castellano? ¿No ha sucedido hasta ahora lo mismo en Ga­
licia con Vicetto, Murguía
y la Sra. Pardo Bazán?» ( 110).
¡Qué diferencia entre la amplia
y comprensiva posición de
Brañas, que escribe su obra sobre
el regionalismo en castellano,
y la cicatera de algunos personajillos de hoy que basan su nom­
bre
y fama en no usar jamás la lengua de Cervantes!
( 109) Brañas, Alfredo: op. cit., 70 y 71.
(110)

Brafias, Alfredo:
op. cit., 71.
695
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FRANCISCO JO~E FERNANDEZ . DE LA CIGOI'
«En la esfera económica el regionalismo aboga por el sistema
del «oportunismo», o sea, el
protecci.;riismo moderado: El

ene­
migo del orden económico regional es el «libre cambio» de la
escuela radicalista, defendido por
l.;s patriotas

de «nuevo cuño»,
que espetan la salvación de la patria de la
supr~sión d~ · las adua­
nas,

del
pernicioso' laissez passer, medio infalible de hacer nau­
fragar la industria nacional. Así es
q;,e las regiones

que hasta
ahora parecían
más unitaristas como la castellana y andaluza,
comienzan a defender sus fuéros, siendo, en nuestro concepto, el
señor Gamazo uno de los representantes regi.;nales de la prime­
ra en el orden económico» ( 111 ). Se trata, como se ve de un
alfilerazo de

Brañas al
lib,ralismo económico
que tenía en Moret
a uno de sus abanderados. Entra también Brañas en consideraciones sobre
la organiza­
ción política
y representa en ello posiciones absolutamente tra,
dicionales,

distinguiendo entre un
self-government .racionalista y
otro que él llama católico, rechanzando en el primero «la liber­
tad

absoluta. del individuo, en
la concepción atomística del Es­
tado, según la entendían
Rousseau y los enciclopedi~tas» (112).
En
este extremo sus opiniónes son tajantes: «La igualdad social
de todos los ciudadanos
y la libertad omnímoda de dirigirse
cada uno por sí mismo, dio margen a esa absurda doctrina del
gobierno libre, a la aniquilación total del principio de autoridad
y a la falsificación escandalosa de la teoría parlamentaria inglesa
que nada tiene que vet con el
self-government igualitario, naci­
do después de
los infaustos

días de la Revolución Francesa» ( 113 ).
Brañas, enemigo de todo totalitarismo,
rechaza «la teoría

de
la
unidad absoluta del poder que defendieron con más tesón que
nadie un filósofo
y dos soberanos, es a saber: Juan Jacobo Rous­
seau, Luis XIV de Francia
y Federico II de Prusia» (114). El
primero da origen
al «absoutismo democrático» (115), los se-
(111) ·Brañas, Alfredo: op. cit., 71.
(112) Brañas, Alfredo: op. cit., 77.
(113) Brañas,
Alfredo: op. cit., 78.
(114) Brañas, Alfredo:
op. cit., 78.
(115) Brañas, Alfredo:
op. cit., 78.
696
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ALFREDO BRANAS Y EL REGIONALISMO
gundos al «imperialismo despótico» ( 116 ). « Y como una reac­
ción contra el despotismo de uno solo
y el despotismo de las
masas» (117), la sociedad está expuesta a caet en brazos de los
anarquistas. Para evitar ambos extremos, Brañas propone la ver­
dadera idea del self-governnent» ( 118 ). «La que reconoce den­
tro del Estado la representación legítima de las clases sociales
y la coopetación de las agrupaciones naturales de individuos en
el régimen
y gobetnación de los pueblos» ( 119). Estamos pues
en pleno corporativismo o doctrina de los cuetpos intermedios.
Antiparlamentario convencido, sigue a Perin . en su acusación
contra «la soberanía del númeto, abstracción hecha de todas las
diversidades de aptitud, dignidad e importancia social que in­
troducen entre los hombres, pata la influencia política,
uná tan
profunda

diferencia» (120). Hoy,
«la idea

igualitaria lo ha do­
minado todo» ( 121)
y ello es la causa del estado de desorgani­
zación social.
Pero, ya lo hemos señalado
y Brañas insiste de nuevo, no
es
el extremo del despotismo, la centralización, la monarquía
absoluta o
la dictadura el remedio de los males del parlamen­
tarismo liberal. Pata
el catedrático gallego una organización so­
cial

regionalista conseguiría ese equilibrio entre la anarquía y
el despotismo en que se debaten las naciones que hao olvidado
los saoos principios de la política, sabia combinación de la teoría
y la práctica.
Brañas constata que «no es de presumir que un poder cen­
tralizado descienda con justicia y equidad a todos los pormeno­
res de la administración provincial y municipal, y conozca con
la exactitud debida las necesidades
de las localidades, y se pene­
tre del modo de ser de cada una y atienda con reguralidad y
acierto a todos los servicios públicos; las leyes revisten cierta
(116) Brañas, Alfredo: op. cit., 78.
(117)
Brañas, Alfredo: op. cit., 79.
(118) Brañas, Alfredo:
op. cit., 81.
(119) Brañas, Alfredo:
op. cit., 81.
(120) Brañas, Alfredo:
op. cit., 81.
(121) Brañas, Alfredo:
op. dt., 80.
697
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
uniformidad que se opone a la desigualdad social de las diferen­
tes agrupaciones que forman el Estado;
y por doquier la igual­
dad monstruosa que es consecuencia de una centralización absor­
bente forma un contraste doloroso con la diversidad de los in­tereses legítimos de los pueblos» ( 122 ).
Así es, verdaderamente, pero, ¿no supondría esa organizaR
ción regional una grave quiebra de la unidad nacional? Y, aun
concediendo las dificultades de una administración central para ententender
y atender las peculiaridades y las necesidades lo­
cales, ¿no será más difícil todavía que desde esa estrecha visión
local se

puedan entender
y atender las necesidades de la nación?
No, en el pensamiento de Brañas. Porque si las regiones
«forman una colectividad independiente
y autónoma, un círculo
social capaz de regirse y gobernarse por sí mismo en lo tocante
a sus intereses particulares» ( 123 ), no puede olvidarse nunca
que «componen parte integrante del territorio nacional
y se ha­
llan sometidas a la autoridad política del mismo» ( 124 ).
Estas son, a nuestro entender, las bases características del
regionalismo de Brañas:
1. Su competencia viene definida por los intereses de la
región. 2. No son independientes sino subordinadas a la autoridad
de la nación. Evidentemente se produce una tensión dialéctica que en oca­
siones puede ser conflictiva. Pero eliminarla desde el centralis­ mo es acabar con
la vida regional. Es suprimir obstáculos al po­
der del Estado. Es obviar dificultades por
el expedito procedi­
miento de acabar con la libertad. Así pueden justificarse todas
las dictaduras
y aun todos los crímenes.
Con un juego limpio por parte de
la autoridad estatal que
respete las peculiaridades e intereses regionales en todo lo que no atente a la unidad de
la patria com6n y con una comprensión
(122) Brañas, Alfredo: op. cit., 81 y 82.
(123) Brañas,
Alfredo: op. cit., 83.
(124) Brañas, Alfredo:
op. cit., 83.
698
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO BRAJ'MS Y EL REGIONALISMO
regional de lo que trasciende los límites de esas comunidades
para integrar esfuerzos y sacrificios en el ámbito más extenso de la nación, cabe lograr una armonía que no por difícil es me­
nos deseable. Y no se olvide que el expediente sencillo de nom­
brar en las provincias un omnipotente delegado del poder cen­ tral que imponga la voluntad del gobierno por encima de nece­
sidades y peculiaridades puede producir una engañosa apariencia
de facilidad política, pero, a la larga, engendrará males mucho
mayores que los que pretenden evitarse.
La actnal situación de
las provincias vascongadas puede ser claro ejemplo de ello.
Los pueblos, si tienen vida propia, son como los hombres,
desiguales. Pretender igualarlos desde el gobierno es ir contra la
naturaleza misma de
las cosas. Y sólo podrá lograrse cuando esos
pueblos hayan dejado de
existir como tales pueblos. Lo que
puede ser un ideal de comodidad administrativa y política, pero ello ha de producir resentimientos e indignaciones en aquellos
a los que se pretende nivelar con un patrón común que desco­
noce peculiaridades históricas, tradiciones, lengua, usos y cos­
tumbres. Y admitiendo, naturalmente, que comunes a todos los es­
pañoles deben ser una serie de normas sin las cuales sería ilu­
soria la existencia de una nación.
VI. De la teoría a la práctica.
La organización administrativa y política de la reg1on que
Brañas propone es, sin duda, lo más endeble de su obra. Porque
descendemos del terreno de los principios a las realizaciones
concretas que pueden ser múltiples
y variadas.
Que la región se divida en provincias, ésta en circunscrip­
ciones y, a su vez, ésta en distritos y que sus órganos represen­
tativos sean las Diputaciones, los Municipios y los Ayurttamien­
tos es, como se ve, accidental. Y no nos detendremos en su
análisis. Sí tiene, en cambio, gran importancia el postulado de
representación corporativa que Brañas sostiene y que asciende
699
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOI'IA
desde la mínima entidad política local hasta la cúpula del go­
bierno de
la nación.
El gobierno de la región propondría al nacional su presu­
puesto de gastos e ingresos y sobre él las Cortes nacionales
de­
terminarían «el recargo o aumento necesario con que se debiera
de concurrir a levantar las cargas o atenciones generales del Es­
tado, sin que este aumento excediese jamás de la tercera parte
del total de los ingresos» ( 125). Aún con todas las dificulta­
des técnicas que el sistema tributario implica creemos que la
propuesta de Brañas atiende a dos finalidades bien concretas
con independencia de que sean acertados o no los porcentajes
propuestos. En primer lugar, atender a las necesidades
economicas

re~
gionales,

pues no puede existir
ninguna posibilidad de super­
vivencia si los fondos públicos no son recaudados por las enti­
dades infraestatales. La penosa situación de nuestros municipios
no tiene otro origen que la mendicidad a
la que se ven some­
tidos respecto al poder central que, gracias a ella, consigue ha­
cerlos dóciles y dependientes. Pero Brañas comprende que hay unas necesidades del Go­
bierno nacional que tienen que ser atendidas
y que ese gobier­
no no puede ser tampoco, incluso por razones de dignidad,
el
mendigo de las regiones. Por ello las aportaciones regionales,
que son los ingresos
del Estado, vienen dadas en función de
sus propios presupuestos y, obviamente, serán más cuantiosos
cuanto mayores sean aquellos.
Y hay que tener en cuenta que
los gastos núlitares Brañas los incluye, al menos en buena parte,
en los presupuestos regionales respectivos. Sin embargo, nos
parece que el tratamiento que propone para el Ejército es in­
viable, si bien, a fines del siglo pasado
~ando Brañas
escri­
be
su. libro

faltaban aún nueve años para el desastre del noven­
ta y ocho- podía tal
vez ser factible.
Lógicamente, será competencia de la región presentar a las
Cortes (nacionales) «proyectos de ley siempre referentes a los
(125) Brafias, Alfredo: op. cit., 88.
700
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO BRMIAS Y EL REGIONALISMO
asuntos regionales» ( 126) así como nombrar a todos los emplea­
dos inferiores y proponer, en terna, al gobierno central los «de
cierta categoría» ( 127), que determina por un criterio bastante
prosaico pero muy real: aquellos cuyos sueldos superen una de­
terminada cifra. Funcionarios, todos, que deben tener arraigo
en la región, lo que nos parece una muestra evidente de buen
sentido y un modo de atajar los virreinatos a los que siempre se
ha mostrado tan propicio el poder central para premiar unos
servicios, generalmente de partido, en personas que nada sa­
ben de la región a la que van destinadas y a
la que no tienen
el menor interés en servir sino sólo al gobierno que les envía
y que puede promocionarlos a más elevados destinos.
Pero no hay en Brañas
el menor atisbo de racismo porque
«el
regionalismo no es exclusivista, ni egoísta, ni es posible que
desatienda
la unidad política nacional: de ahi que no pueda
cerrar la puerta a los demás compatriotas que por antiguas afec­
ciones, simpatías profundas u otras circunstancias especialísimas,
quieran optar a las ventajas políticas y civiles que se otorgan a
los naturales de una región» ( 128 ). Para él, quien lleva residien­
do en una región un determinado número de años es, a todos
estos efectos, natural de esa región.
Consecuente también con su espíritu descentralizador postula
el régimen de propiedad de los bienes para ayuntamiento y mu­
nicipios,
fiel siempre a su idea de que la inmediatez es fuente
de buena administración.
Naturalmente, sería facultad del poder central «la formación,
sanción y promulgación de las leyes de observancia general en
el Estado» ( 129), aunque respecto a la legislación civil un Có­
digo general no sería obstáculo a los derechos particulares de
cada región, teniendo aquel un carácter supletorio, «como suce-
(126) Brañas, Alfredo: op. cit., 88 y 89.
(127) Bralías,
Alfredo: op. cit., 88.
(128) Brañas,
Aliredo: op.
cit., 90.
(129) Brañas,
Aliredo: op.

cit., 91.
701
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
de en la actualidad con el Derecho romano en Cataluña y Na,
varra»

( 130).
Con esto concluye la parte sustantiva de la exposición de
Brañas. Restan aún más de doscientas páginas que dedica a un
recorrido, tanto por el mundo como por España del estado del
regionalismo en su época. Lo creemos de escaso valor. En oca­siones, la ilusión le hace concebir esperanzas y ver realidades
donde no hay más que hechos de ambigua interpretación que
el paso de los años se encaragría de disipar como germen de
fecundo regionalismo. Otras veces las interpretaciones no nos
parecen correctas.
Y, por último, en no pocos casos, encontra­
mos en ese periplo interesantes precisiones de su pensamiento.
Nos limitaremos, brevemente, a detenernos en algunas de ellas. No podía faltar en Brañas una clara preocupación por la
agricultura. A ella dedica las páginas ciento cinco y ciento seis
de su obra. Y, como dato curioso, encontramos una cierta vi­
sión ecologista, hoy tan de moda, cuando propugna una «regla­
mentación de los
cultivos, dictando
leyes que evitasen la des­
trucción de muchos de ellos por incuria, abandono o ignoran­
cia de los propietarios» (131). El antisocialismo del catedrático gallego es rotundo: «el Es­
tado no puede
ni debe de constituirse jamás en industria, ni a
guisa de protector hacer una competencia irresistible a los inte­
reses privados» (132). Sin embargo no postula, como era pre­
visible en persona no liberal, el
laissez faire absoluto. Tanto en
agricultora como en industtia los gobiernos regionales tienen un
papel: «fomentando ciertas industrias
agrícolas por

medio de
subvenciones, premios, etc.» (133) u ocupándose en «favorecer
con premios, exposiciones, privilegios, etc., a la industria en ge­
neral de toda la región» (134).
Y, en tema tan controvertido en
su época, cual fue la polémica proteccionismo-libre cambio, la
(130) Brafias, Alfredo: op. cit., 91.
(131) Brafias, Alfredo: op. cit., 105.
(132) Brafias, Alfredo:
op. cit., 107.
(133) Brafias, Alfredo:
op. cit., 105.
(134) Brafias, Alfredo:
op. cit., 107.
702
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ALFREDO BRMAS Y EL REGIONALISMO
postura de Brañas fue, ya lo hemos dicho, ecléctica. Ni el uno
ni
el otro. Lo que convenga ( 135). Respecto a la enseñanza,
tema
que no desarrolla demasiado, sostiene que
«la instrucción
primaria

debería de ser obligatoria
y gratuita» ( 136 ).
Opuesto, como lo es el pensamiento tradicional a
la monar­
quía ·absoluta, ve en ella, adeni.ás, ·Brañas, «una barrera inex­
pugnable al ideal regionalista» (137). Y no es precisamente pro­
feta cuando, refiriéndose a Rusia, afuma que «esa aspiración,
conocida con el nombre de panslavismo, es una utopía irreali­
zable; las asechanzas nihilistas por un lado, y las luchas
anti­
panslavistas
por otro, concluirán por demostrar a Rusia que el
cesarismo agoniza
y la idea regional vence al fin y domina a la
idea unitaria» (138). Los nuevos zares comunistas no hacen pre­
ver próximo, un siglo después de que Brañas escribiera su libro,
ese ocaso del cesarismo ruso.
El viejo ideal del régimen de cristiandad es evocado, en cam­
bio, con nostalgia
y acierto en la persona de San Luis: «Los
que acusen a San Luís de monarca absoluto y califiquen su po­
lítica de absorbente
y centralizadora, lean el siguiente párrafo
de un historiador francés, nada sospechoso,
y se convencerán del
error que padecen en este caso: «La centralización, justificada
en vista de reformas necesarias, no tenía nada de alarmante para
el pa(s. La grandeza moral de San Luis, el esplendor de su jus­
ticia, la moderación que
tenía en el ejercicio de sus derechos,
hacían amar
el progreso de su autoridad. Tenía demasiados es­
crúpulos para caer nunca en lo arbitrario;
sabia respetar todas las
libertades,
generales o locales.
aunque fuesen privilegios, y con­
sultaba a los grandes, al clero
.. a
los vecinos de las ciudades en
todos los asuntos que le interesaban» (139).
En los
día de

Brañas, la II República. liberal, parlamentaris-
(135) Brañas, Alfredo: op. cit., 108 y 109.
(136)
Brafias, Alfredo: op. cit., 111.
(137) Brañas, Alfredo: op. cit., 127.
(138) Brañas, Alfredo: op. cit., 128.
(139)
Brañas, Alfredo: op.

cit.
Recoge la cita de Dareste: Histoire de
France, tomo II, 261.
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Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSB FBRNANDBZ DE LA CIGOf.rA
ta y sectaria, era un contraste demasiado penoso con la Francia
de San Luis. Pero la situación política que vivía el país vecino
no hace añorar a Brañas
el sueño fácil e infecundo de la dicta­
dura. Porque no es esa solución permanente de gobierno, como
Javier Urcelay demostró en excelente conferencia en la XXI Reu­
nión de amigos de la Ciudad Católica, cuyo texto, cuando se
publique, será referencia muy
útil al hablar de dictaduras. Para
Brañas, «los franceses, cansados de tantas farsas parlamentarias
y avergonzados con los procesos de Wilsson, los desaciertos del
viejo
Mt. Grevy y la falsa política de Carnot, concluirán por
echarse en brazos de un Boulanger, es decir, del que podría ser
el más vulgar de los dictadores» (140).
El recorrido de nuestro autor por las diversas regiones es­
pañolas es también una constante
afirmación de

antiseparatismo.
La unidad de España,lograda en los años gloriosos de Isabel y
Femando, ha sido objeto en los días de hoy de no pocas reti­
cencias cuando no de abiertos ataques por individuos de distin­
tas regiones. Aquellos reyes habrían acabado con unas sacrosan­
tas libertades y, nunca se lo perdonarán, hicieron España. Muy
otro es el sentir de Brañas, para el· cual «la unidad política de
la monarquía española (se hizo) bajo
el cetro inmortal de los
Reyes Católicos» (141 ).
Y del mismo Pedro IV, el del
Puñalet, qne afirmó su auto­
ridad frente a la fronda de los magnates de su reino, dice nues­ tro autor: «Pedro IV no hirió con su puñal las libertades tradi­
cionales sino las absurdas concesiones
realizadás por

su antece­
sor, el débil Alonso III» (142).
Pero es

aún más significativa la clarísima afirmación espa­
ñola que hace al referirse a determinadas actitudes catalanas de
su tiempo: «Recientes ejemplos vienen a demostrar que se ha
confundido lastimosamente el regionalismo con el sistema fede­
rativo,
y que algunos catalanes en el delirium tremens del amor
(140) Brañas, Alfredo: op. cit., 130.
(141) Brañas, Alfredo:
op. cit., 146.
(142) Brañas, Alfredo:
op. cit., 155.
704
Fundaci\363n Speiro

ALFREDO BRARAS Y EL REGIONALISMO
a su país, han solicitado de los poderes del Estado la indepen­
dencia absoluta del Principado catalán. Felizmente para nosotros,
aparecieron en el acto regionalistas ortodoxos que en el corazón
mismo de Cataluña, en la invicta Barcelona,
han puesto las co­
sas en su
verdadero punto

de vista, a
fin de que no se tildase
a los catalanes de separatistas
y enemigos de la unidad nacio­
nal» (143).
El célebre
Mensa;e de la Uiga a la Reina Regente, en 1888,
entiende Brañas que supera el separatismo para articularse en
un sano regionalismo. Nos tememos que no. Era, a nuestro en­
tender, demasiado maximalista, y prueba de ello son las mismas
rectificaciones de Romaní
y Torroja a las que Brañas alude ( 144 ).
El problema radica, nos parece, en que
el necesario regionalis­
mo de hoy no puede calcar la situación de los viejos reinos que
integraron España. No han pasado en vano cinco siglos.
Pero
no

es sólo la historia.
La interdependencia e intercomunicación
de nuestra época
nada tienen que ver con las que existían cuan­
do cuando Isabel y Fernando y ni siquiera con las de la época de
Brañas. Ello modifica, pues, muy considerablemente el esque­
ma de autarquía regional. De todas formas, y volviendo al
Men­
sa¡e,
es preciso admitir que el reconocimiento del Jefe del Es­
tado, la contribución económica de
Cataluña a
los gastos de Es­
paña y la participación de
· su

ejército fuera del Principado en
tiempos de guerra
eran una

superación del puro separatismo en
la
afirmación de

la
existencia de
la realidad española.
Pero por encima de la interpretación de hechos Concretos
que hay que ver con
la óptica de la época, está la afirmación
de los principios. Y nos parece que sigue siendo· válida
la crí­
tica del autor que ve despertar,· «después de los Reyes Católi­
cos»,
«la idea

antipolítica de la concentración del poder, arte­
mente mezclada y confundida con
la más patriótica y grandiosa
de la unidad nacional» (145).
(143) Brañas, Alfredo: op. cit., 163 y 164.
(144) Brañas, Alfredo: op. cit., 165.
(145)

Brañas, Alfredo:
op. cit., 170.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
Pero también aquí es preciso no absolutizar. Una cierta con­
centración es necesaria. Como lo es el podet. Lo que hay que
evitar es que esa concentración y ese podet acaben con las sa­
nas libertades regionales, con las libertades concretas que ha­
cen al hombre digno de
tal nombre.
Disiento en cambio totalmente de
la visión que Brañas tiene
de las Germanías valencianas ( 146) y de las Comunidades de Castilla (147). El romanticismo latía fuette aún en las venas
del paladín del regionalismo. Y
la historia todavía no había es­
tudiado suficientemente
aquellos movimientos.
Sin embargo, el
ver escrito «los nombres simpre gloriosos de ... ,· el obispo Acu­
ña» (148), hace inevitablemente pensar que, si no
el sectaris­
mo, los suefios y las ilusiones, a veces, cegaban a Brañas.
Sueños e ilusiones que al introducirle en los remotos días
de su Galicia idolatrada -y nuestra también-, le hacen incu­
rrir en las fantasías propias de los historiadores gallegos de la
época, como Vicetto y Murguía. Aquellos «celtas» en los que «latía el sentimiento regionalista» (149), las «huellas imperece­
deras que dejaron los fenicios en las costombres» (150), «el tipo
griego que se conserva en las mujeres de Muros y Noya» (151).
los cincuenta y cuatro mil
árabes muettos

en Caldas de Re­
yes (152), etc., son afirmaciones en
la actoalidad insostenibles.
Esta es la parte más endeble del libro de Brañas. No le
descalificaremos por ella, puesto que otros «historiadores» hoy
ensalzados muy por encima de sus méritos
-y no

les negaremos
los que indudablemente tienen-, incurren en interpretaciones todavía mucho más pintorescas de nuestros antiguos días. Es
el tributo pagado a la época y el abordar la historia con la pre­
tensión de que justifique unas posiciones previas y determinadas.
(146) Brafias, Alfredo: op. cit., 189.
(147)
Brafias, Alfredo: op. cit., 194 y 195.
(148) Brafias, Alfredo: op. cit., 195.
(149)
Brafias, Alfredo: op. cit., 224 y 225.
(150)
Brafias, Alfredo: op. cit., 227.
(151) Brañas, Alfredo:
op. cit., 228.
(152) Brafias, Alfredo:
op. cit., 235.
706
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ALFREDO BRAJliAS Y EL REGIONALISMO
El mérito de Brañas no está ciertamente en esto. Es su afir­
mación regionalista, repetimos que discutible o muy discutible
en sus aspectos concretos pero importante en
el terreno de los
principios
la que le hace figurar, por derecho propio, en el pen­
samiento contrarrevolucionario de nuestra patria. Sus ideas en­
troncan directamente con toda la tradición foral tan querida al
carlismo y, no es, por ello, extraño que Brañas se aproximara
tanto a él. Su desaparición, cuando apenas contaba cuarenta años,
frustró muy fundadas
esperanzas. Quede
como
final de este tra­
bajo el epitafio que, en 1905, se colocó sobre su tumba, en
el
Panteón de Gallegos Ilustres de Santiago: «Aquí yaz Alfredo
Brañas, bo cristiano, agarimo da terra gallega, sabido maesa na
Escola compostelana. Deus o teña no ceo» ( 153 ).
(153) Cores Trasmonte, Baldomero: G. E. G., IV, 47 y 48. El Espasa,
IX, 601, transcribe el epitafio de este modo: «Bon cristiano -Sabeo maeso
da escola Compostelana -Agarimo
da sua terra».
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