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Número 215-216

Serie XXII

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Discurso de Javier Badia [San Fernando 1983]

Me ha tocado este año dirigirme a vosotros en esta cena de amistad y camaradería por la que conmemoramos nuestra festividad, la festividad de San Fernando, nuestro Patrono. Y yo tengo que agradecerle a Juan Vallet que me haya dado esta oportunidad. Oportunidad que para mí ha sido sobre todo de reflexión. Vivimos en un tráfago constante, acosados por los minutos, que no nos dejan detenernos en el camino y meditar sobre aquello que hacemos o dejamos de hacer. Es bueno que de vez en cuando nos veamos obligados a hacer una meditación más extensa. Al menos, en mi caso, así ha sido.

Antes de la cena, en la Misa, hemos rezado juntos por Jerónimo Cerdá y María Teresa. Ayer se cumplió el año justo de su muerte en esta vida, cuando venían de Valencia a Madrid para reunirse con nosotros, una vez más, sin haber faltado nunca a la cita de San Fernando desde el año 75. Matrimonio ejemplar donde los haya, en sí mismo y por su labor constante de apostolado. Jerónimo, colaborador de «Verbo», organizador de la XX Reunión de amigos de la Ciudad Católica, en Benicasim, en 1981, y, también, disertante a tos postres de esta cena de amistad. Los dos siempre estuvieron entregados a la causa común de la Fe, trabajando en la misma dirección. Compenetrados. Y, dando ejemplo, en todo momento, de sacrificio y buen hacer. «Verbo» le debe a María Teresa muchos suscriptores. No podemos olvidar que la amistad puede y debe ser fecunda. En palabras de Jerónimo Cerdá: «Sirvamos a la amistad con la verdad». Una verdad que para nosotros se resume en nuestro lema: «Omnia instaurare in Christo». Y esa es también nuestra misión.

Desde que Pío XI nos hablara de la «caridad política»: «Cuanto más vasto e importante es el campo en el cual se puede trabajar, más imperioso es el deber». Y esto lo aplicaba al «terreno de la política que mira los intereses de toda la sociedad entera». Quedó marcado un camino, un rumbo a seguir. Porque «es el campo de la más vasta caridad, de la caridad política, del que se puede decir que ningún otro le es superior, salvo el de la Religión». Y de ahí, para abajo. Porque esta caridad política la debemos aplicar a las áreas de nuestro quehacer profesional y desde nuestras responsabilidades.

Si echamos un vistazo a nuestro alrededor, ¿qué vemos? ¿Veis paz? Preguntadle a la Guardia Civil, que vive acuartelada en Vasconia. ¿Veis concordia, buen entendimiento entre los ciudadanos? Daos una vuelta por cualquiera de esas manifestaciones que se convocan a diario por grupos de huelguistas de Banca, de feministas, de abortistas… ¿Veis seguridad política, seguridad social? De repente, una noche, nos anuncian que se ha expropiado Rumasa. El ciudadano vive temeroso porque no sabe por dónde le va a venir el próximo impuesto o con qué canción de las Vulpes van a pretender entretenerle por televisión. ¿Veis, por último, tranquila convivencia en orden? A vosotras, salís a la calle y os pueden dar un tirón del bolso, o, quizá, otra cosa peor. Aunque para esa, ya os dan la solución, aborto libre y gratuito. A cualquiera de nosotros nos puede sorprender el atraco nuestro de cada día en el Banco o en la tienda de la esquina. Pues bien, nada de eso hay, en efecto, ni paz, ni concordia, ni seguridad, ni convivencia, necesarios para «vivir la virtud», fin último que señalaba Santo Tomás de A quino en su De regimine principum, para que, en aras del bien común necesario, los componentes de la comunidad política lleven juntos «una vida buena que aisladamente no podrían conseguir».

Nuestro objetivo es, por tanto, restaurar el tejido social y político que haga posible la recuperación del hombre espiritual. ¿Cómo hacerlo? El camino lo trazó ya Acción Española, «Covadonga de la reconquista espiritual de España», en felices palabras de Eugenio Montes. Formación de minorías directoras. Minorías capaces de mover a la «caridad política» desde esas múltiples organizaciones que conforman la sociedad: asociaciones, cuerpos intermedios, medios de comunicación, etc.

Pero, antes de la acción, es necesaria la formación. Formación doctrinal. Una deficiencia ¡tantas veces denunciada! Eugenio Vegas, nuestro común maestro, la ha señalado como causa del mal: «Mientras, perdure la inculta política que hoy continúa reinando, será inútil cuanto se haga para sacarnos del caos actual» (marzo de 1936). Son palabras, para nuestra desgracia, de plena actualidad.

Speiro, palabra griega que se traduce por sembrar. Y ahí hemos llegado. De nada sirve la excelente semilla si luego no se planta en el terreno apropiado. Bien abonado, aireado, regado y cuidado. El terreno es la sociedad. Los abonos, los riegos y los cuidados, que harán posible que esa semilla florezca y dé fruto, son los cuerpos sociales. Penfentenyo, de L'Office International, ha dicho que: «La verdadera potencia social (…) se halla en su encuadre natural: artesanos y campesinos, ingenieros, jefes de empresa, cuadros militares, magistrados..., gentes todas de lo real, competentes y responsables». Así se robustecerá el tejido social.

Acción cultural. Esa es nuestra faena. Nuestra labor. Qué mejor que recordar, para terminar, ese hermoso poema de Cristina de Arteaga:

«Sin saber quien recoge, sembrad,
serenos, sin prisas,
las buenas palabras, acciones, sonrisas...
Sin saber quien recoge, dejad
que se lleven la siembra las brisas».