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Número 215-216

Serie XXII

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Jorge Adame-Goddard: El pensamiento político y social de los católicos mexicanos (1867-1914)

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Pero aquí tenemos el libro de Juan Andrés Muñoz. Reco­
miendo su lectura a los hombres de buena voluntad. Incluso a
aquellos que de buena fe creen -pues de creencia se ttata­ en la Democracia, y esperan que
. quizá

algún
día podrá haber
una educación suficiente para que los ciudadanos sean capaces de gobernarse por su razón bien educada.
A. d'ORS
Jorge Adame Goddard: EL PENSAMIENTO POLITICO Y
SOCIAL DE LOS CATOLICOS MEXICANOS (1867-1914)
(*)
Sobre todo a raíz de la realmente ttiunfal visita del Papa
Juan Pablo II
-la primera de sus grandes visitas pastorales---,
uno podía
preguntarse: «¿cómo
es posible que el
pueblo meji­
cano

-por lo demás tan
afín a nuestro pueblo español- re­
sulte ser tan extensa y profundamente piadoso, tan entrañable­
mente devoto de la Santísima Virgen
y a su maravillosa imagen
de Guadalupe, que ese pueblo realmente católico, digo, pueda
haber sido gobernado durante más de un siglo por políticos no­
creyentes, incluso anti-católicos y declaradamente masónicos?».
Una pregunta de este tipo es por sí misma suficiente para
cuestionar la autenticidad del sistema democrático de partidos,
pero no es de esta grave cuestión de la que vamos a tratar ahora,
sino más simple y modestamente de una historia silenciada, y
por ello mal conocida, pero verdadera, que es
la del meritorio
esfuerzo que los pensadores católicos mejicanos no dejaron de
hacer, contta-corriente, para mantener la conciencia católica de aquel pueblo, aunque su meritorio empeño no llegara a tener
consecuencias políticas tangibles. Nos referimos concretamente
al estudio que un notable profesor, joven jurista mejicano, Jor­ge Adame, hizo hace unos años
y ahora (1981) nos ofrece en
la serie de publicaciones de
la «Universidad Autónoma de Mé­
xico». Su título es
El pensamiento político y soda/ de los cató­
licos. mexicanos
y precisamente en los años «1867-1914». Quizá
mi única crítica sería precisamente a este título, y por la razón
ya dicha
de que, siendo el pueblo mejicano un pueblo mayori­
tariamente católico, de lo que se va a hablar en esta
documen­
tada

obra de Adame no es de un «pensamiento político» que
podtíamos decir que nunca tuvo aquel pueblo, o,
al menos·, nunca
llegó a tener en consecuencia con su Fe católica, sino del pen-
(*) Universidad Nacional Autónoma de México (1981), 273 págs.
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samiento y la accron de una minoría intelectual que sí lo tuvo,
pero no consiguió difundir sus ideas de una manera
eficaz, a
causa

probablemente del mismo sistema nacional de «estableci­
miento» del poder y, naturalmente, de la inevitable presión de
un imperio vecino.
La corriente de pensamiento católico, que fue etiquetada pri­
meramente como «partido conservador», terminó, como dice el
autor {pág. 7), «con los fusilamientos del emperador Maximilia­
no, y los generales Miramón y Mejía en el Cerro de Las Cam­
panas, el mes de junio de 1867». La política había llegado a ese
resultado al amparo de la nueva Constitución liberal de 1857; el intento de establecer en Méjico una monarquía católica había
quedado frustrado. Pero, a decir verdad, los propósitos del efí­
mero emperador Maximiliano distaban mucho de los de un ver­
dadero príncipe católico, sobre todo por su persistencia en la
nacionalización
de los bienes del clero, la secularización de ce­
menterios, la libertad de cultos y,
en. general,
un no disimulado
tufo anticlerical. Con
ello venía a

traicionar Maximiliano el ideario
de los que le habían traído al poder. Pero fue precisamente a
éstos a los que el nuevo régimen republicano de Juárez vino a
tratar como «traidores» a la Revolución, a la vez que a
Maxi­
miliano.
Pero si las personas que defienden unas ideas verdaderas pue­
den quedar eliminadas por la violencia, aquellas ideas mismas siempre pueden sobrevivir,
y así ocurtió también en esa ocasión.
Nuestro libro se dedica a haoernos
la historia de la «resistencia»
católica bajo la opresión de esa Constitución liberal de 1857, es
decir, hasta el año 1914. Naturalmente, esa historia debería ser
proseguida hasta nuestros días, aunque las condiciones
consti­
tucionales

hayan podido quedar ligeramente modificadas.
Dentro del período de casi medio siglo a que se refiere el
autor, distingue éste dos etapas claramente diferenciables; antes
y después de
la encíclica Rerum novarum de 1890. En la pri­
mera,
el pensamiento católico es de neta «resistencia» al libe­
ralismo; después de la encíclica, el pensamiento católico se es­
fuerza por señalar las ventajas de la doctrina social católica
respecto al régimen liberal. A estas etapas se dedican sendas
partes de la obra: una primera (págs. 12-121) -«El tradicio­
nalismo político»- que va de 1867 a 1892,
y otra segunda
(págs. 123-246) -«El catolicismo social»-, hasta que el pen­ samiento católico
será aherrojado

violentamente por la
Revolu­
ción

de Carranza de 1914.
A la primera etapa, llamada de
los «conservadores»

por su
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firme adhesión a la Fe tradicional atacada por el liberalismo,
corresponden, entre otros, los nombres de Alejandro Arango y
Escandón, Ignacio García
Aguirre, el

obispo José María Díez
de Sollana y el
arzobispo Pelayo

Antonio de la Bastida y Dáva­
los, figuras todas ellas cuya actividad
se centra

principalmente
en las décadas de los años 40 a 60. El principio básico de estos
pensadores, fieles al magisterio tradicional de la Iglesia, era el
de que la sociedad civil «debe organizarse respetando la natura­
leza y

fines que le dio el Creador, y que los gobernantes ejercen
legítimamente la autoridad» -más exactamente,
diría yo,

la «po­
testad»- cuando legislan y gobiernan siguiendo los principios
contenidos en la ley natural y la divino-positiva. La historio­
grafía liberal, como suele ocurrir, ha silenciado totalmente esa
corriente del pensamiento católico tradicional. De hecho, los que
mantenían tal pensamiento «quedaron excluidos por completo
de la administración pública y no
tuvieron, desde

ese año ( 1867)
en adelante, oportunidad para participar en la dirección pública
del país». A pesar de haber sufrido esta contradicción -que,
por lo demás, es muy propia de todo lo realmente
cristiano--,
aquellos

pensadores
católicos permanecieron
fieles a sus princi­
pios, gracias a su profunda convicción intelectual y moral, inase­
quibles a las tentaciones del
oportunismo; y

esta fidelidad hizo
posible la continuidad de la
. segunda

etapa del «Catolicismo
Social».
Fue esta segunda etapa (págs. 123-246) la de una generación
de católicos que, impulsados por la
Rerum novarum, se preocu­
pan muy especialmente de los problemas sociales, como el pau­
perismo, las grandes diferencias de riqueza, la necesidad del
fo­
mento cultural, etc. A esta etapa corresponden nombres como los de Trinidad Sánchez Santos, Miguel Palomar y Vizcarra, Refu­
gio Galiodo, Francisco Pascual García, los obispos Emeterio Val­
verde Téllez, Othón Núñez, José Mora y del Río, Ramón !ba­
rra, Miguel de la Mora y los sacerdotes José Castillo y Piña y
Bernardo Bergoend; un papel relevante debe reoonocerse, en esta
línea, a la obra
La cuesti6n social en México, que publicó; en
1913, el jesuita Padre Alfredo Méndez Medina. Pero, en gene­
ral, estos autores se limitaron a difundir la doctrina
soci;.J. pon­
tificia.

Por lo demás, esta corriente había de oontinuar después
de la nueva Revolución, y aún tuvo un cierto florecimiento en
1922, cuando se
creó el

«Secretariado Social Mexicano». Pero
esta historia posterior, hasta nuestros días, excede del marco
cronológioo propuesto por el autor, cuyo principal intento ha
74"
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sido d de mostrar la continuidad entre aquellos primeros «tra­
dicionalistas»
y· los
nuevos «reformadores».
El autor realiza un minucioso examen de las incidencias de
esta resistencia católica doctrinal ante la Revolución mejicana,
analizando la forma en que se introdujo en Méjico
la idea de
«Estado», y

las formulaciones de
la doctrina católica sobre los
temas fundamentales de la vida social
-poder, libertad, familia,
relaciones de la Iglesia con el Estado-, así como la frustración
de ciertas esperanzas de
libertad política

y participación de al­
gunos católicos que pudieran concebirse bajo
d régimen

de Por­
firio
Díaz, vencedor en d levantamiento de 1876. La abstención
polí.tica de

los católicos que estas circunstancias adversas les im­
pusieron eran análogas, después de todo, a las que dominaban en la misma época en Italia. Los católicos mejicanos se
limitaron
a

una acción de simple difusión doctrinal, de la que es máxima ex­
presión la «Sociedad Católica de la Nación Mexicana» que, aunque
de vida
efímera, fue d gran

impulso para lo que luego se lla­
maría la «Acción Social Católica», que siguió fundamentalmen­ te las reglas de actuación
dd «motu

propio» de San Pío X, de
18 de diciembre de 1903. Se constituyó, incluso, un partido
pó-.
lítico católico y se agruparon sindicatos católicos. En general,
los

laicos no colaboraron muy eficazmente en esta lucha, a pesar
de sus sentimientos católicos, sino que las iniciativas, siempre
episcopales, solían tropezar entre aquéllos con una enervante in­
diferencia. La cruenta reacción sectaria de Carranza vino a in·
terrumpirlas de raíz, pues todos los obispos ( a excepción del enton­
ces de Cuemavaca, que se hallaba en
territorio de
Zapata) hu­
bieron de

abandonar Méjico, aparte las matanzas de clérigos y
religiosos, y la ley dectoral de 1916 prohibió los partidos con «denominación religiosa». Esto no impidió, sin embargo, que
el
pensamiento social católico estuviera presente en la discusión
por la nueva legislación laboral, al lado, esto sí, del socialismo
y el anarquismo. En un epílogo, el autor muestra, por cotejo de
textos, la clara importaocia
dd pensamiento
social católico en
los resultados de esa acción laboral conjunta de 1906. Y la acti­
vidad de los defensores de la doctrina social católica iba a adqui­rir mayor auge a lo largo del siglo
.XX. Como dice el autor (pá­
gina 261), de 1920 a 1926, se celebraron catorce semanas socia­
les, dos congresos agrícolas y cinco congresos nacionales; en
1925, la «Unión de Damas Católicas Mexicanas» contaba con
216 centros y
más de
23 .000 asociadas;
_la «Asociación
Católi­
ca
de la Juventud Mexicana», con 1-70 grupos y 5.000 socios;
la «Confederación Nacional Católica
dd Trabajo»,

con 348
agru-
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paciones y 19.500 socios. No sin encontrar una y otra vez clifj.
cultades y duras hostilidades oficiales, todo este movimiento ca­
tólico

prosperó en México. Pero el pueblo mexicano se hallaba
bajo la presión de un sistema que hacía prácticamente imposi­
ble que toda esta acción social pudiera alcanzar los niveles
gu­
bernamentales. La posible coincidencia en reivindicaciones, que
podríamos llamar de «justicia social», no era suficiente para que,
por
la confesionalidad católica de sus defensores, se les libera­
ra de
la censura de «reaccionarismo» que había descalificado ya
a sus antecesores de la primera época, los católicos del «partido
conservador».
Se diría que, en esta ocasión de la historia mexicana, como
en otras muchas análogas de otros momentos y países,
la hos­
tilidad por parte
del «establecimiento» gobernante no se debía a
una contradicción en los principios de política social, sino a la
intolerancia contra la religión que los inspiraba. Hasta el punto
de que en la historiografía liberal se ha llegado a imponer el
pre­
juicio

absolutamente falso de una como indiferencia de la Igle­
sia por los postulados
más elementales

de la justicia social. A
modo de ejemplo, suelo aducir, cuando este error se repite, la crasa igoorancia general de lo que
el Catedsmo universal de San
Pío X nos enseñaba cuando calificaba como pecados «que cla­
man al Cielo» la defraudación del salario y la opresión del
po­
bre.

Como, desgraciadamente, el
Catecismo de San Pío X ( de
1905) no suele andar en manos de las gentes, no resultará
inopor­
tun.o

copiar aquí sus puntos 967 y 968. Dicen así: «967.
¿Cuáles son los pecados que se dicen clamar ál
Cielo? Los pecados que se dicen claman al Cielo
son ciJatro: l.º, el homicidio voluntario; 2.º, el pe­
cado impuro contra el orden de la naturaleza; 3.º,
la
opresión del pobre; 4.º,
la defraudación o reten­
ción injusta del jornal del trabajador.
968. ¿Por qué se dice que estos pecados claman al Cie­
lo? Dícese que estos pecados claman al Cielo por­
que
lo dice el Espíritu Santo, y porque su· iniqui­
dad
es tan
grave y manifiesta que provoca a Dios
a castigarlos con 'los m~S --severos castigos» ..
Está es la doctrina de la Iglesia Católica, que tratan de si­
lenciar
-¿cómo

no?- los mismos que defienden
y practican el
terrorismo, el aborto
y la sodomía.
La Historia es siempre aleccionádora, aunque· muchas veces
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sus páginas puedan parecer monótonas por reiterativa&, Y, en
efecto, lo que este libro nos mues_tra, una vez más, es cómo
los
cat61icos cumplen con un grave debet cuando defienden eso que
podemos llamar «la justicia
social», pero
no deben por ello es­
perar que se les re~nozca d mérito, y menos que se cuente con
ellos para una realizaci6n política efectiva. Porque lo que los
enemigos de la Iglesia buscan no es tanto
la implantaci6n de
un orden justo cuanto la de un desorden anti-cristiano, Para ello
suelen encubrir sus propósitos con el color de la filantropía
pero hay momentos, como ocurre cuando se trata de procurar
el aborto, que tales pretextos se abandonan ya como inservibles,
y el
prop6sito real se pone al descubierto sin más camuflajes.
En
fin, una historia ésta,
la de Adame, que hace pensar;
pero cuyos nombres y momentos también es de justicia recordar.
A. d'ORS
Abelardo Pithod: CURSO DE DOCTRINA SOCIAL (*)
Abelardo Pithod naci6 en Mendoza (Argentina), en 1932. Cur­


estudios universitarios en Córdoba
y Mendoza, graduándose
en Filosofía. Después obtuvo el diploma de Psicología en
la
Universidad de Madrid. También estudi6 en París, en el Insti­
tuto Cat61ico y en
la Maison des Sciences de L'Homme. Ha
ejercido la docencia universitaria durante más de quince
. años
en

Cuyo, tanto en
la universidad estatal como en la cat6lica.
Luego, ingresó en el Consejo Nacional de Investigaciones
Cien­
ríficas

y Técnicas, y desde entonces se dedica exclusivamente
a la investigación en el campo de la psicología social. Ha
public
cado

numerosas obras y artículos
. de
revista sobre
diferentes _te­
mas

de su especialidad y actualmente dirige los Cuadernos del
Centro de Investigación de Cuyo (C.
L C.). _
El libro que reseñamos resume muchos años de
emeñanza
en

el Centro de Formaci6n Teol6gica del Arzobispado de
Men­
doza, así ·como
múltiples conferéncias sobre la

doctrina
social
cat6lica. ·
Su prop6sito es

que sirva de texto sobre
la materia et1 cen­
tros de enseñanza media, y es patente su preocupación didáctica
que
se refleja en una guía con que. inicia el libro, para facilitar
. . . ' . . -. . . .
(*) Colecci61l dC ensayos doctrinariOs. Cruz y Fi~ro. Editores; Bu;
nos Aires, 1979, 265 págs., 18 cms.;rústica.
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