Índice de contenidos
Número 221-222
Serie XXIII
- Aniversarios
-
Estudios
-
¿Qué es el pluralismo?
-
La estrategia de la rosa
-
El pacifismo y la paz
-
José Pedro Galvão de Sousa en la cultura brasileña
-
El imperio marxista de la fuerza frente a la fuerza de la justicia
-
Forjadores de México (III)
-
Consideraciones sobre el proyecto de ley de despenalización del aborto
-
La medicina española en 1983: aspectos religiosos de algunas cuestiones
-
Louis Salleron nos habla del cáncer socialista
-
Carta abierta del Dr. Mario Saraiva a D. Estanislao Cantero
-
Lenguaje, democracia y soberanía. Respuesta de Estanislao Cantero a la carta del Dtor. Mario Saraiva
-
- Actas
- Información bibliográfica
- Crónicas
Autores
1984
¿Qué es el pluralismo?
· ¿QUE ES EL ''PLURALISMO"?
POR
RAFAEL GAM.BRA
Vivimos hoy, en los años ochenta, bajo el signo del plura
ralismo.
Formamos parte --dícese--de una sociedad pluralista;
nuestra Constituci6n es pluralista; hasta en la Iglesia se escu
chan voces a favor de «un sano pluralismo» y de una Iglesia
pluralista.
Quizá nadie sepa a ciencia cierta lo que el término y el ca
lificativo significan y suponen, pero son voces que hoy «suenan
bien». Como
en las décadas cuarenta y cincuenta «sonaba bien»
el término
unidad: el Estado unitario, la España una, la unidad
de destino ... ¿Lleg6 alguien a dilucidar con claridad lo que sig
nificaba aquello de «la unidad entre las
. tierras y los
hombres
de España? Si se medita como designio, poco puede imaginarse de más sombrío e inquietante (¿Un monocultivo universal? ¿ Una
generaci6n
in vitro uniforme?). Sin embargo, vivido como ideal
de la época, movi6 muchas voluntades
y entusiasmos.
¿Qué significa hoy
--qué oculta
en su aparente inocu.idad
el calificativo
pluralista, la constante apelación al pluralismo
como a una virtud o un ideal?
No significa, ciertamente, la observación -por lo demás ob
via- de que los hombres
y los pueblos son todos diferentes.
Que la individualidad de los humanos
y la variedad de sus agru
paciones históricas es un dato de la realidad tan. básico como lo
es, por otro lado, la unidad e inmutabilidad de los conceptos o de las leyes científicas.
Más bien
al contrario, los
actuales parti
darios
del «pluralismo», que son también y siempre liberales y
racionalistas,
ven con muy poca simpatía esa variedad de lo que
25
Fundaci\363n Speiro
RAFAEL GAMBRA
existe cuando de leyes o de ordenaciones políticas se trata. La
frase que más ha irritado a liberales «pluralistas» en los últimos
tiempos ha sido aquella que inventó Fraga para publicidad tu
rística: «España es diferente». Era para ellos como
el reconoci
miento de una lacra,
de un estigma colectivo. La variedad y di
ferenciación en usos, leyes, costumbres, incluso en la edificación,
el arraigo en un modo de vivir, les molestó desde que nacieron
a la historia. De aquí que, hacia
el exterior, estos pluralistas fueran siem
pre «homologadores», europeizadores, aspirantes al «nivel euro
peo», niveladores de
•su patria.
Y hacia el interior, siempre uni
formistas, centralizadores; estatistas. Baste recordar el Código ci
vil contra los derechos forales, la Universidad napoleónica contra
las universidades corporativas, la división provincial contra los
países históricos. Su ideal fue siempre igualitario por supuesta mente racional:
enseñanza única
y obligatoria para todos los ciu
dadanos, seguridad social igualmente única y obligatoria, una
edi
ficación protegida, social y masificada ...
Incluso
cuando, por motivos (para ellos) más o menos in
confesables, se han puesto a admitir diferencias territoriales, las
han visto con sus mismas lentes unitarias y uniformistas. Las
actuales
«autononúas» son
su
fruto, En
vez de variedades fora
les o derechos histórieos, sólo
han sabido ver «provincias más
grandes», con· igual
«techo autonómico», sometidas a una misma
ley de
autonomías y
a una Constitución de nueva planta. No
sólo ignoran las verdaderas autonomías forales
-romo en
el
caso de Navarra y de las propias provincias vascongadas-- sino que las combaten como antaño
y procuran someterlas a «entes
aútonómicos» nuevos, nacidos de los partidos políticos, centra
listas también en su propio ámbito.
Lo cual no es obstáculo -antes al contrario-- para que ta
les manejos resulten disgregadores
y disolutorios de la verdadera
unidad nacional. Es un hecho que se cumple tanto en
el mundo
moral y político como en
el físico. Si previamente he hecho rí
gida
y uniforme a una sustancia antes flexible, y pretendo ahora
doblarla en configuraciones nuevas, resultará normal ·que se cas
0
26
Fundaci\363n Speiro
¿QUE BS BL PWRALISMO?
que y rompa en mil pedazos. Lo Ulllco que, por prme1p10, no
puede
hacer el racionalismo uniformista -liberal o socialista
es crear autonomías: eso lo podrán hacer otras personas, otros
movimientos, con sentido -hist6rico. y jurídico y también con
prudencia política.
Lo mismo, pero en grado eminente, podría decirse de las
frecuentes apelaciones
al pluralismo por parte de la Iglesia pro
gresista o de los eclesiásticos
aggiornados. No se trata en abso
lnto
de reivindicar la variedad inmensa de ritos; de costumbres,
de jurisdicciones,
de bulas, de la Iglesia de siempre, tan s6lida
en su unidad como rica en su diversidad. Ni
de preservar, por
ejemplo, el espíritu del franciscanismo, tan diferente del domi nicano o del agustiniano o del jesuítico,
dentro todos de una
misma Iglesia. No, todo esto es indiferente o estorba a cierta mentalidad mayoritarialmente extendida después del Concilio.
La nneva Iglesia aun imponiendo las lenguas llamadas vernácu
las,
ha uniformado todo hasta la extrema monotouía. El mismo
«Día del amor fraterno» con iguales carteles filantr6picos se
celebra en Australia y en Venezuela;
la misma «Eucaristía» con
idénticas preces sociales e igual predicaci6n liberal o socialista
puede oirse en Norteamérica o en Sudáfrica. La riqueza multi
secular del culto cat6lico se susrituy6 por
la monotonía más
absoluta.
¿Qué es,
pues, el
pluralismo? Si no se trata de reivindicar
la diversidad de formas y modos de vida ni de derechos que
preexistieron
al Estado moderno, ¿qué significa ese término plu
ralismo?
Simplemente, la negaci6n de la unidad última -unidad re
ligiosa- en que se asienta en su origen y de hecho toda civili
zaci6n humana, toda patria, toda familia. La unidad profunda que cimenta su continuidad y hace posible la variedad y la liber tad en
lo demás. De ese pluralismo, y s6lo de ese, se trata.
Decía el profesor. Sánchez Agesta en una conferencia sobre
la Constituci6n española que el primer acuerdo que en ella se
establece es
el de que no estamos de acuerdo. Y que el único
origen posible de la ley y de la autoridad es la voluntad huma-
27
Fundaci\363n Speiro
RAFAEL GAMBRA
na, la voluntad mayoritaria. Lo mismo viene a decirse en las
demás Constituciones
liberales. Se
trata simplemente de la ne
gaci6n del principio religioso como fundamento último de las
normas y de las costumbres. No
por vía de tolerancia ante un
pluralismo de hecho, siempre reductible a una religiosidad úl tima más amplia,
sino por
vía de un ideal humanístico, antropo
céntrico. Se trata, en fin, de la proclamaci6n del ateísmo como
cimiento de la sociedad y del Estado: la religión de la «com
presión universal» que practica
y difunde la ONU y la UNESCO,
su insttumento cultural.
Si este
pluralismo ateo es para las naciones un suicidio in
directo, para
la Iglesia sería un suicidio directo, la negación de
sí misma, de toda religión, una
contradictio in terminis, el su
premo absurdo.
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Fundaci\363n Speiro
POR
RAFAEL GAM.BRA
Vivimos hoy, en los años ochenta, bajo el signo del plura
ralismo.
Formamos parte --dícese--de una sociedad pluralista;
nuestra Constituci6n es pluralista; hasta en la Iglesia se escu
chan voces a favor de «un sano pluralismo» y de una Iglesia
pluralista.
Quizá nadie sepa a ciencia cierta lo que el término y el ca
lificativo significan y suponen, pero son voces que hoy «suenan
bien». Como
en las décadas cuarenta y cincuenta «sonaba bien»
el término
unidad: el Estado unitario, la España una, la unidad
de destino ... ¿Lleg6 alguien a dilucidar con claridad lo que sig
nificaba aquello de «la unidad entre las
. tierras y los
hombres
de España? Si se medita como designio, poco puede imaginarse de más sombrío e inquietante (¿Un monocultivo universal? ¿ Una
generaci6n
in vitro uniforme?). Sin embargo, vivido como ideal
de la época, movi6 muchas voluntades
y entusiasmos.
¿Qué significa hoy
--qué oculta
en su aparente inocu.idad
el calificativo
pluralista, la constante apelación al pluralismo
como a una virtud o un ideal?
No significa, ciertamente, la observación -por lo demás ob
via- de que los hombres
y los pueblos son todos diferentes.
Que la individualidad de los humanos
y la variedad de sus agru
paciones históricas es un dato de la realidad tan. básico como lo
es, por otro lado, la unidad e inmutabilidad de los conceptos o de las leyes científicas.
Más bien
al contrario, los
actuales parti
darios
del «pluralismo», que son también y siempre liberales y
racionalistas,
ven con muy poca simpatía esa variedad de lo que
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Fundaci\363n Speiro
RAFAEL GAMBRA
existe cuando de leyes o de ordenaciones políticas se trata. La
frase que más ha irritado a liberales «pluralistas» en los últimos
tiempos ha sido aquella que inventó Fraga para publicidad tu
rística: «España es diferente». Era para ellos como
el reconoci
miento de una lacra,
de un estigma colectivo. La variedad y di
ferenciación en usos, leyes, costumbres, incluso en la edificación,
el arraigo en un modo de vivir, les molestó desde que nacieron
a la historia. De aquí que, hacia
el exterior, estos pluralistas fueran siem
pre «homologadores», europeizadores, aspirantes al «nivel euro
peo», niveladores de
•su patria.
Y hacia el interior, siempre uni
formistas, centralizadores; estatistas. Baste recordar el Código ci
vil contra los derechos forales, la Universidad napoleónica contra
las universidades corporativas, la división provincial contra los
países históricos. Su ideal fue siempre igualitario por supuesta mente racional:
enseñanza única
y obligatoria para todos los ciu
dadanos, seguridad social igualmente única y obligatoria, una
edi
ficación protegida, social y masificada ...
Incluso
cuando, por motivos (para ellos) más o menos in
confesables, se han puesto a admitir diferencias territoriales, las
han visto con sus mismas lentes unitarias y uniformistas. Las
actuales
«autononúas» son
su
fruto, En
vez de variedades fora
les o derechos histórieos, sólo
han sabido ver «provincias más
grandes», con· igual
«techo autonómico», sometidas a una misma
ley de
autonomías y
a una Constitución de nueva planta. No
sólo ignoran las verdaderas autonomías forales
-romo en
el
caso de Navarra y de las propias provincias vascongadas-- sino que las combaten como antaño
y procuran someterlas a «entes
aútonómicos» nuevos, nacidos de los partidos políticos, centra
listas también en su propio ámbito.
Lo cual no es obstáculo -antes al contrario-- para que ta
les manejos resulten disgregadores
y disolutorios de la verdadera
unidad nacional. Es un hecho que se cumple tanto en
el mundo
moral y político como en
el físico. Si previamente he hecho rí
gida
y uniforme a una sustancia antes flexible, y pretendo ahora
doblarla en configuraciones nuevas, resultará normal ·que se cas
0
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Fundaci\363n Speiro
¿QUE BS BL PWRALISMO?
que y rompa en mil pedazos. Lo Ulllco que, por prme1p10, no
puede
hacer el racionalismo uniformista -liberal o socialista
es crear autonomías: eso lo podrán hacer otras personas, otros
movimientos, con sentido -hist6rico. y jurídico y también con
prudencia política.
Lo mismo, pero en grado eminente, podría decirse de las
frecuentes apelaciones
al pluralismo por parte de la Iglesia pro
gresista o de los eclesiásticos
aggiornados. No se trata en abso
lnto
de reivindicar la variedad inmensa de ritos; de costumbres,
de jurisdicciones,
de bulas, de la Iglesia de siempre, tan s6lida
en su unidad como rica en su diversidad. Ni
de preservar, por
ejemplo, el espíritu del franciscanismo, tan diferente del domi nicano o del agustiniano o del jesuítico,
dentro todos de una
misma Iglesia. No, todo esto es indiferente o estorba a cierta mentalidad mayoritarialmente extendida después del Concilio.
La nneva Iglesia aun imponiendo las lenguas llamadas vernácu
las,
ha uniformado todo hasta la extrema monotouía. El mismo
«Día del amor fraterno» con iguales carteles filantr6picos se
celebra en Australia y en Venezuela;
la misma «Eucaristía» con
idénticas preces sociales e igual predicaci6n liberal o socialista
puede oirse en Norteamérica o en Sudáfrica. La riqueza multi
secular del culto cat6lico se susrituy6 por
la monotonía más
absoluta.
¿Qué es,
pues, el
pluralismo? Si no se trata de reivindicar
la diversidad de formas y modos de vida ni de derechos que
preexistieron
al Estado moderno, ¿qué significa ese término plu
ralismo?
Simplemente, la negaci6n de la unidad última -unidad re
ligiosa- en que se asienta en su origen y de hecho toda civili
zaci6n humana, toda patria, toda familia. La unidad profunda que cimenta su continuidad y hace posible la variedad y la liber tad en
lo demás. De ese pluralismo, y s6lo de ese, se trata.
Decía el profesor. Sánchez Agesta en una conferencia sobre
la Constituci6n española que el primer acuerdo que en ella se
establece es
el de que no estamos de acuerdo. Y que el único
origen posible de la ley y de la autoridad es la voluntad huma-
27
Fundaci\363n Speiro
RAFAEL GAMBRA
na, la voluntad mayoritaria. Lo mismo viene a decirse en las
demás Constituciones
liberales. Se
trata simplemente de la ne
gaci6n del principio religioso como fundamento último de las
normas y de las costumbres. No
por vía de tolerancia ante un
pluralismo de hecho, siempre reductible a una religiosidad úl tima más amplia,
sino por
vía de un ideal humanístico, antropo
céntrico. Se trata, en fin, de la proclamaci6n del ateísmo como
cimiento de la sociedad y del Estado: la religión de la «com
presión universal» que practica
y difunde la ONU y la UNESCO,
su insttumento cultural.
Si este
pluralismo ateo es para las naciones un suicidio in
directo, para
la Iglesia sería un suicidio directo, la negación de
sí misma, de toda religión, una
contradictio in terminis, el su
premo absurdo.
28
Fundaci\363n Speiro