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Número 221-222

Serie XXIII

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Lenguaje, democracia y soberanía. Respuesta de Estanislao Cantero a la carta del Dtor. Mario Saraiva

ESTANISLAO CANTERO.
Pero continúa . en pie la cuestión que me movió a dirigirle
esta carta.
{Dónde reside.
originariamente
la soberanía?
¿Tiene una esencia democrática?
Si. no la tiene, ¿de dónde. le. viene?
Está claro
que hablamos en términos comunes, en el sentido
de la política aplicada, sin
·entrar en

el origen divino del poder,
que me parece que no viene aquí a cuento. Además, Santo To­
más y

los teólogos que le siguieron, como Suárez, colocan la
base de la soberanía en la colectividad. ¿No será esto, en cierto
modo, doctrina democrática? Ante
la quiebra generalizada de la Partitocracia, que es lo
mismo
que· decirlo

del
Democratísmo, hoy es una dominante de
los pensadores modernos descubrir otra forma de Democracia.
Esa fue
la tarea que inspiró mi modesto estudio, porque me pa­
recía una contribución, pequeña, es cietto, pero
útil para la me­
diocridad general
-la pasividad del pensamiento que, menta­
lizada por la propaganda, no ve alternativas en lo que se les pre­
senta como un opresivo dilema. U optar por los partidos
polí­
ticos

como vehículos de libertad, o someterse a perderla, cayen­
do en una dictadura de perspectivas dramáticas.
Con mi mayor consideración
MÁRIO SARAVIA
Lx, 8-XI-83. (Traducción de Lurs MARÍA SANDOVAL).
LENGUAJE, DEMOCRACIA Y SOBERANIA
Respuesta de EsTANISLAO CANTERO a la carta del Dtor. Mario Saraiva.
En mi recensión crítica al libro de Mario Saraiva, Outra
Democracia. Uma
Alternativa Nacional, que ha motivado la pre­
cedente carta abierta de su autor, y tal como puede verse en
el
número 217-218 de Verbo, tras una crítica elogiosa, tan sólo
objetaba tres cuestiones.
La primera, emplear la palabra democracia para designar un
sistema político
-el que

el auior propone-- que por carecer
de
todos los elementos típicos de la democracia moderna y por ser
contrario a ella, no es democrático. La segunda, que el empleo
de dicha palabra genera confusión -sobre todo en
el lector y en
el hombre «de la calle» no habituado a distingos doctrinales-
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LENGUAJE,. DEMOCRACIA Y SOBERANIA
al aplicar a un sistema político diferente y contrario al que co­
múnmente se denomina democracia la misma denominación. La
tercera, negar que el régimen
partitocrático sea

democrático.
Tales objeciones, para las cuales me había servido de la crí­
tica de Maurras a la democracia, se basan en que la única demo­
cracia que hoy existe es la democracia moderna.
• La carta de Saraiva muestra que
él no acepta la identificación
de
la democracia con la de:tnocracia moderna. Es más, niega que
la democracia moderna sea democracia y la denomina
democra­
tismo. Pero para ello es preciso acudir a una nueva definición
de las palabras, como advertía en mi crítica.
En efecto, para él la democracia es el régimen que se corres­
ponde con la voluntad mayoritaria del pueblo. Y no es democra­ cia el régimen que carece de la aprobación popular. Pero con tal
definición, la clásica división tripartita -monarquía, aristocra­cia, democracia- pierde toda su significación. Cualquiera de esas tres formas se refunde en un nuevo concepto
de democracia, ya
que el
significado de

la democracia en esa triple
clasificación es
distinto

del de aprobación del pueblo. Aprobación del pueblo
con la que debían de contar cualquiera de esas tres formas. de
gobierno en la triple división. En cambio, no será democracia
la democracia moderna nacida de
la Revolución francesa, porque
al haber sustituido al pueblo por la masa, en el mejor de los casos, tendrá la aprobación de ésta, pero no contará con la apro­
bación de aquél.
Con esta
utilización del

lenguaje, viene a identificarse go­
bierno legítimo con gobierno democrático y legitimidad con de­
mocracia. Pero con este modo de designar a
la realidad política
no hay forma de entenderse. Por una parte habrá que convenir
en decir que la democracia moderna, la democracia actual, parti­
tocrática, de soberanía popular
y sufragio general, el democra­tismo, etc., no es democracia, cuando como tal ha sido consa­
grada, de tal forma que ha venido a ocultar el primigenio sen­
tido de la palabra democracia. Por otra parte, habrá que conve­
nir en decir, por ejemplo, que las monarquías medievales y del Ancien Régime eran democracias. Ello obligaría a una revisión
total de las doctrinas políticas y hasta a una nueva redacción de
la historia, sin que se vea, verdaderamente, razón alguna para
ello. La confusión, es evidente, sería el resultado más inmediato,
sin que se vea ventaja alguna para proceder a esa nueva redefi­
nición que, por otra parte, estaría destinada al fracaso, pues el común sentir
identifica la democracia con la democracia moder-
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RESPUESTA ESTANISLAO 'cANTER.O AL DTOR. MARIO SARAIVA
na. La. mayoría de la gente seguiría pensando que esta nueva
democracia
-que la otra democracia- sería la moderna corre-
gida

de algunos
de sus «excesos». . .. .
Salvo

que se considere una ventaja utilizar el poder. que la
palabra democracia tiene
hoy día. Pero ese poder -del que es
preciso despojarla, mostrando con claridad que la democracia es el mal
y la muerte, como decía Maurras--se encuentra li- •
gado a una nueva mentalidad
revolticionaria que
ha hecho la
democracia moderna, nuevn n;iito, .nueva religión y hasta nuevo
dios. Por ello, si se busca el amparo del poder de la palabra.
democracia, necesariamente habrá que aceptar ampararse en la
mentalidad que le concede
tal poder. Con lo que no se habrá
adelantado nada
-y sí retrocedido aún más-para intentar sus­
tituir el desorden reinante -la democracia moderna- por un
orden conforme con la naturaleza de las cosas. Efectivamente, existieron otras democracias diferentes de la
actual. Pero al hablar de la democracia, ¿cuántos piensan en la
antigua o clásica? ¿Tendrá éxito el intento de Mario
Saraiva?
Anteriormente

a este libro, otros se propusieron análoga tarea.
Así,
y para no salir de Portugal, Jacinto Ferreira, en su Para
um verdadeiro

governo do povo.
Creo, sin embargo, más acer­
tado denominar al nuevo sistema
-que es
el de la tradición­
Monai:-quía, y contraponerlo a la democracia, tal como otro in­
signe· portugués, António Sardinha, hacía en su A teoría das
Cortes Gerais.
La segi:mdá · cuestión que plantea la carta de Mario Saraiva
es el -a su juicio-- vado doctrinal existente en torno al origen de
la sobetanía. Toda su carta gira en tomo a esta cuestión, que
constituye un punto crucial en la
teoría políticá, del que creo
que pueden

producirse confusiones.
Creo que la

aprobación del pueblo que Saraiva requiere para
que un Sistema político sea democrático y 1egítimo no es más
que el consensus al que Francisco Suárez se refería. Pero ese con­
senso, necesario para la existencia
y durabilidad de un régimen
político no es
lo mismo que la soberanía.
La sobetanía como

poder independiente e ilimitado es un
cóncepto que surge

sobre
todo con
Bodino
y que si se aceptó
por algunás monarquías, sin duda desde la Revolución
francesa
ha

sido una constante y desgraciada realidad, eufemísticamente
denóminada
·soberanía popular.

Pero ese concepto de soberanía
no lo comparte
el pensamiento tradicional; para el cual la sobe­
ranía es un poder independiente e ilimitado en el
márco de
su
esfera de

actuación propia, pero·
no· fuera
de
él. As!, el ¡ioder
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LENGUAJE, DEMOCRACIA Y SOBERANIA
en el pensamiento ttadicional depende de las leyes de Dios y
está limitado por la sociedad, por los poderes sociales de los
múltiples
y diversos
cuerpos intermedios, que constituían una
barrera que impedía que
el poder del soberano, traspasando su
ámbito de actuación, se entrometjeta en ellos, comprometiénw
dose el g9bernante a respetar las libertades concretas.
Y el poder del soberano era suyo
y no del pueblo. Eran y
son, poderes diferentes. La comunidad política, el Estado, esa
sociedad que llamarnos perfecta, para existir necesita no sólo el
elemento material del pueblo, sino que precisa la autoridad, a
quien corresponde dirigirla en orden a su fin específico. Pero
esa autoridad no reside en la multitud, ni siquiera en los hom­
bres agtupados en cuerpos intermedios. La autoridad es el ele­
mento formal sin el cual el elemento matetial, los hombres, no
son más que muchedumbre desorganizada; Y éstos no poseen
esa autoridad, ese poder. La autoridad está esencialmente unida
a la sociedad
y es tan necesaria c~mo ,ésta. Ambas tienen su
causa en la
naturaleza, creada
por
Dios, y así como la segunda
no depende del contrato social, tampoco la primera depende del
consentimiento popular. También esto es docttina tradicional. Frente a Jacobo I de Inglaterra, Belarmino y Suárez habían
indicado, es cierto, que el poder venía de Dios a la comunidad
y que ésta necesariamente lo tenía que ttansmitir al gobernante.
Pero si
esta doctrina

de la traslación suponía un verdadero acier­
to· frente

a
la· monarquía

de derecho divino, posteriormente
-y
aunque existieran diferencias esenciales- se prestaba a confu­ siones con lo que luego afirmaría la doctrina revolucionaria de
la soberanía popular. Tras el resurgimiento neoescolástico,
Le6n
XIII y San Pfo X aprobaron, sin lugar a dudas, la doctrina de
la designación. El poder no va_ al pueblo en ningún caso. El po­
der va directamente de Dios al gobernante. El pueblo lo que
puede hacer es designar quién ejerce el poder, quién ejerce la
autoridad, pero nada más.
· Así,

pues, la doctrina de
la soberanía popular es una doc,
trina

falsa. De ser cierta,
la autoridad, el poder, estaría sometido
constante
y perpetuamente a la muchedumbre, con lo que su
ejercicio resultaría imposible, lo que equivale a negarle virtuali­ dad alguna, El elemento formal de la sociedad no sería sino el
mismo elemento material. Es como si el alma no sólo dependiera
del cuerpo, sino que fuera el mismo cuerpo.
En cuanto a los ejemplos, cuando se produce una extinción
de una dinastía o un cambio de régimen político, es cierto que
el pueblo puede determinar, o elegir si se prefiere, quién será el
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RESPUESTA ESTANISLAO CANTERO AL DTOR. MARIO SARAIVA
nuevo rey o cuál será el nuevo régimen, Pero ello no significa que la
soberruúa resida
en
él. Eso
es perfectamente compatible
con la doctrina de la designación. Pero, además, no sólo puede ser legítima la aparición de una nueva dinastía o de un cambio
de régimen político porque así lo determine el pueblo, También
pueden ser legítimos otros sistemas en los que el pueblo no in­
terviene. La ocupación,
la fuerza o el compromiso -como el de
Caspe- en el que muy pocos intervienen, pueden ser igual­
mente legítimos. Será preciso contar con
la aprobación del pue­
blo para que el régimen pueda perdurar, pero eso viene después,
cuaodo ya se ha producido el hecho. El
consensus y la soberaoía
son, pues, cosas distintas.
Creo que el nudo de la carta de Mario Saraiva se encuentra
precisamente en esta cuestión, respecto a la cual, brevemente,
he . procurado expresar la . teoría inmediatista del pensamiento
tradicional.
Por otra parte, creo que la- distancia que nos separa no es
grande. En buena parte consiste en una cuestión semántica
1 mo­
tivada por la utilización de la palabra democracia y la expresión
soberanía del pueblo. Saraiva
parece, por

su carta, que se mues­
tra partidario de la doctrina mediatista y traslacionista del po­
der, por supuesto sin ninguna connotación con la
soberruúa po­
pular

y
la democracia modernas. Pero, hoy día, ¿es. factible
sostener
esa doctrina? Yo creo que no.
Y, concluyo, de nuevo con Maurras: los enemigos de la de­
mocracia moderna no debemos emplear
la palabra democracia
para designar
realidad~ políticas

actuales o virtuales diferentes
de la democracia moderna. El lenguaje tiene sus normas y su
lógica. No es posible, ante lo dañino de la palabra democracia,
pretender emplearla para designar- algo bueno y contrario a ella.
Finalmente, creo que no hice sino una sencilla crítica -sin
duda elogiosa y favorable- y no más que eso. No pretendí co­ rregir a nadie
-y menos en el presente caso, en que la obra
de . Saraiva es demoledora de la democracia moderna-, ni le­ vaotar polémica alguna con lo que no era más que una recen­
sión crítica.
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