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Número 225-226

Serie XXIII

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La paz: reflexión ética-decisión política

LA PAZ: REFLEXION ETICA-DECISION POLITICA
Introducción.
POR
MANUEL PORRAS DilL CORRAL
¡ Qué dificil es hacer sencillas las cosas! El
hombre mismo encuentra dificil ser humano.
(Ghalib) (1)
En todo tiempo y lugar, la paz se ha considerado un bien
inestimable, pero nunca como en nuestros días --cuando se aca­
ba de conmemorar
el trigésimo quinto aniversario de la Declara­
ción Universal de los
Derechos Humaoos--
ha habido un deseo
tan apremiante y generalizado de ella. La explicación pudiera ra­
dicar, en que algo muy grave está sucediendo a nivel mundial: el temor fundado de que nuestra supervivencia en un futuro
in­
mediato, como miembros de la comunidad humana univerSal,
está en peligro al quedar condicionada a
la «decisión» de unos
de

utilizar o no las armas nucleares, al «error» de otros en su
manejo, o al «fallo» de
los mecanismos

técnicos ideados para
su control.
Ante tan I?OCO halagüeño panorama, tenemos que encontrar
soluciones capaces de generar confianza y de superar la a¡n¡,na­
za
que sobre la humaoidad se cierne. Sólo un cambio de la con­
ciencia colectiva hará posible un mundo en
el que el terror desa-
(1) Cita tomada de El derecho de ser hombre, antología preparada
bajo la direcci6n de Jeanne Hersch. Unesco. Par!s, 1968. Traducido por
Go!lllalo Arias Bonet, Ediciones «Slgueme», Salamanca, 1973, pág. 84.
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MANUEL PORRAS DEL· CORRAL
parezca. Todo depende, en última instancia, del hombre y de su
actitud de aceptación o rechazo de sus semejantes. Ir potencian­
do en él aquellos sentimientos
y conductas que hagan ver en el
otro un «alter ego», y no un «inimicus», constituirá el mejor
modo de inidari la andadura, qüe nos ha de llevar a la meta
soñada de un mundo en paz, o lo que es igual, según expresión
agustiniana, en «ordenada conéordia», donde no existan enfren­
tamientos bélicos, donde las sombras de la amenaza nuclear hoy
latente se desvanezcan, y en el que el hombre, cada hombre con­
creto y real en paz consigo mismo, sea capaz de propiciar des­
de la base, ese
«aire» esperanzado

de paz.
J;.a tarea

no es fácil, pero la ocasión lo requiere. ¿Cómo es
posi~le vivir --convivir- en iun mundo dominado por la des­
confianza, la. ambición, el ansia de poseer más y de imponer unas
idea~ al servicio interesado de unos fines conducentes, las más
de lis veces; al engrandecimiento del Estado, en detrimento ·del
ser humano y

de cuanto significa? ¿Cómo no rebelarse de una
vez
jy por todas contra todo aquello que nos impide nuestra
plen~ realización

como hombres? ¿Cómo•
110 romper las cade­
nas
¡:¡ue aprisionan

a la humanidad sometida a la más feroz de
las
~sclavitudes, cual

es la del espíritu, a través de las
ideologías
impclrantes,
y alzarse de la postración en que se halla sumida, cla­
manHo por el respeto a su dignidad? ¿Cómo es factible lograr
la
pJenitud de
todos
y cada uno de los hombres, si se le impide
el
dfsarrollo armónico
de
Sus potencialidades?
1 1
Los !primeros pasos.
$ería ingenuo pensar que con buenos deseos, sólo de una
partt se

resolverían tan inquietantes temores. Pero habrá for­
zosákente de aceplarse que, para iniciar el camino, los primeros
pasok son fundamentales. Ello nos lleva a discurrir sobre la ne­
cesidad que

existe de crear una conciencia colectiva de pertenen­
cia), adscripción

a un orhe
en el que todos y cada uno de los
seres humanos que lo habitan
· forman parte de
la gran familia
universal; donde
lo solidatidad. ha de ser el motor impulsor, dada
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LA PAZ: REFLEXION BTICA-DECISION POLITICA
la interdependencia existente, de forma que el equilibrio se que­
braría
si no se tuviera presente esta circunstancia;
Somos partidarios de la «pacificación», en el sentido de crear
ese clima personal y social en el que la paz, enraizada
en. cada
hombre

en su más profunda dimensión, pueda manifestarse
ex,
ternamente

en concierto armónico con
la de los demás. Pero
esta paz exige imaginación y entrega. Sabemos de las dificulta­ des que se han de superar para alcanzarla, si bien todos los
sa­
crificios

serán pocos hasta conseguir el objetivo. El bien de la
paz es algo inapreciable y por
el que ha de lucharse sin conce­
siones al desánimo. El hombre demanda hoy, más que en épocas pretéritas, una
puesta en orden de los principios
y valores sobre los que ha de
conformar su existencia, sin perder de vista la razón
teleológico
que

ha de orientar
todas sus

acciones.
Es un ser para la vida, no
como afumara Heidegger, un «ser para
la muerte» --Sein zum
Tode--.
Olvidar su propio fin
sería como

renunciar
de antema­
no a cuanto cobra auténtico sentido y contentarse con un «estat:
aquí» vado de contenido ..
La

encrucijada actual en la -que el mundo se encuentra, en
situación de «no retomo», apremia aviVar nuestras mentes. y, a
veces. dejar que actúe el «corazón» en la búsqueda de solucio­
nes que ofrezcan una salida airosa y planteen una respuesta de­
finitiva ante la catástrofe de dimensiones insospechadas,
pero evi­
dentemente

fatales, que de proseguir en esta escalada armamen­
tista, la humanidad padecería, como fruto de su «soberbia» y falta
de flexibilidad para saber plegarse, en· un momento histórico de­ terminado, a la llamada de su
· más primaria

y elemental tenden­
cia, cual es la de su propia conservación. Con razón se pregun­
ta Erich Fromm: «¿Cómo llegó el hombre, en la cúspide
de su
victoria
sobre

la naturaleza, a ser
el prisionero de

su propia
crea-·
ción y a estar en grave peligro. de destruirse a sí mismo?» (2).
(2) La revolución de la esp(!J'anza_._ Hacia una tecnología :humanizada,
traducción de Daniel lúnénez Castillejo. Título original: The revolution of
Hope. Toward a Humaniz.ed T~chnology; Fondo de Cultura Económica;
México-Madrid-Buenos Aires, 5.• reimpresión, Madrid, !98Ó, ¡,ág. · 13. ·
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MANUEL PORRAS DEL CORRAL
Hablar de paz, de derechos humanos, en un mundo tan _cris­
pado y caótico como el que vivimos, donde el más sagrado y
fun­
damental derecho -.el .derecho .ida vida--, si no se le niega ex­
plícita y
formalmente, si se le viola,

con tanta frecuencia como
impunidad, parece un sarcasmo. Hablar de la
paz por

aquellos
pueblos .que se ,autocalifican de civilizados
y no dejan de prose­
guir su' «loca»'. carrera. en busca de armas, cada vez más sofis~.
ticadas y con mayor capacidad de destrucción de todo cuanto
pueda no_ ya sólo
ser vida
sino también «natutaleza», es cuando
menos una burla .. Hablar de buenos deseos entre quienes, en su
· febril

carrera -acelerada y constante- por obtener un.
arma más
potente;·

se afanan por ir
delante de
su posible adversario para
el supuesto de un. conflicto bélico, no deja de constituir toda
una
'paradoja .
. ¿ Será el hombre, . capaz de · autodestruirse, de autoinmolarse.
cuando: el siglo_ ·veintiuilo comienza a atisbarse; cuando muchos
de los sueños imaginarios se-han hecho realidad; cuando nuestro
hábitat se
ha «empequeñecido» como consecuencia del progreso
alcanzado, al estrecharse las comunicaciones
y ampliarse los co­
nocimientos entre los pueblos; cuando la humanidad clama por
un mundo más
humano~
La razón no,-parece qqe sea suficiente.
Sólo la' razón fria, aquietada de. infilüencias interesadas, de­
bería
bástál' para poner coto
a
tan espeluznante espectáculo,
doride
el -hombre protagonista · de la historia -centro y eje sobre ·
el que la política ha de girar y por tanto servir-se le margina
comó. sr de «algo» se tbttata; donde

se pierde de vista la
mi'
sión que la

, sociedad y
el Estado verdaderamente tienen: sér
cauce que canalice
las aspiraciones del ser humano y atienda a
su
realización; y donde, al fin, los pueblos obnubilados por el
fulgor · de los

niveles· alcanzados por la
técnica, encenegados por
la soberbia de su poder,' olvidan el rol que han de jugar: ayudar
a

ser al hombre.
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LA PAZ: REFLEXION ETICA-DECISION POUTICA
Pero aunque sea rriste, hay que reconocerlo, fa razón. no
parece
que sea suficiente --como testimonian. los acontecimien­
tos que en espiral peligrosa se suceden a
diario-,-para

sujetar
este «caballo desbocado» de la carrera de armamentos empren­ dida, y que a ritmo de vértigo, nos arrastra a un final trágico.
Ante este estado de cosas tan singular, en el que la dimensión ra­ cional humana, al parecer
ne;, basta

para
paliar los

males a los
que irreversiblemente nos precipitamos, habrá que poner en jue­ go
la «lógica del corazón» de la que hablara .Pascal: «el corazón
tiene
razones que
la
razón no
conoce» (3 ), que «no significa
--como manifiesta Zubiri- el ciego sentimiento
por oposición
a la pura razón cartesiana,. sin_o el conocimiento constitutivo del
ser cotidiano y radical del hombre» ( 4 ), para que ésra con su
conocimiento y entrega total al servicio de tan noble causa, como
es la salvación de
la humanidad, acuda en momento ran extre­
mo a impedir que se consume
el drama.
Conscientes de los obstáculos que se
han de superar, pero
firmes en
el objetivo que se ha de conseguir, el hombre, en un
momento de «lucidez», quizás pueda, al fin -aunque sea en el
último instante--, tomar conciencia de la gravedad del dislate.
que supondría un conflicto bélico nuclear
y así evitar la heca­
tombe.
Fe en el hombre.
Porque tenemos fe en el hombre, y en cuanto él es capaz· de
realizar,
es por lo nos sentimos confiados en que el tan temido
como imprevisible holocausto final no llegue a producirse.
La Historia nos ha ofrecido, a lo largo de los siglos, ejemplos
de la sinrazón del hombre en
su. pretensión
de imponerse al orro,
de dominar a los demás. Irracionalidad que se ha visto agravada
(3) Pensamientos, traducción X. Zubiri, Espasa..caJ.pe, S. A., Madrid,
1%2, pág. 58.
(4) Naturaleza, Historia, Dios, Editora Nacional, séptima edición, Ma­
drid, 1978, pág. 136.
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. MANUEL PORRAS DEL CORRAL
en nuestros días. El grito que lanza, el famoso personaje Beren­
ger de Ionesco, al
final: «¡Contra

todo el mundo me defende­
ré, contra todo el
mundo, me

defenderé! ¡Soy el último hom­
bre, seguiré siéndolo hasta el
fin! ¡Yo

no capitulo!» (5), pudiera
ser representativo de toda una época. Pero siempre enmedio de
la oscuridad del momento se ha iluminado el
horizonte con la
luz

cuando menos de la esperanza, que
. ha
proyectado claridad
en las tinieblas
y devuelto confianza para el restablecimiento del
orden, impidiendo al hombre consumar lo que pareda
inevitable
que

sucediera. Ahora, en este periclitar
del siglo veinte,· espera­
mos

que la «raz6n histórica» una vez más se cumpla.
En este momento importante, en que lo más sagrado del
hombre, de todo hombre -la vida- está en peligro, se hace
necesaria una seria reflexión en torno al método que ha de em­
plearse para obtener
el propósito deseado de la paz universal.
Y a hemos mencionado, que la tarea es árdua
y el íter a recoger
lleno de escollos, pero que bien merece, es más, lo exige tan
supremo bien. Hoy, más que nunca, el desorden se ha adueñado por do­
quier, y expresión de ello son los ataques y violaciones que los
derechos humanos padecen en toda la geografía
universal, de
diversa manera o con incidencia dispar, pero en cualquier caso
no respetando los mínimos éticos que la propia dignidad huma­
na demanda. No es de extrañar que en esta coyuntura, una vez
eliminados los «frenos» que sujetan las acciones de los hombres;
la escala de valores por los que se rige la humanidad hayan tras­
tocado el orden natural y lógico
de los mismos, y de espaldas a
los
principios más

esenciales que han de normar la convivencia
humana, impeten otros carentes de referencias a la trascendencia
y a cuanto un orden objetivo debiera suponer. Recientemente
Juan Pablo II, en su discurso a los miembros de la Pontificia Academia de las Ciencias, ha afirmado que: «Allí donde la cona
(5) Rinoceronte, traducción: María Martfnez Sierra, revisión para ·ta
, edición española de Miguel Salabert.' Título original: Rhinacéros, Alianza
Editorial, S. A., Madrid, 1982, pág. 201.
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LA PAZ: REFLEXION ETICA-DECISION POUTICA
versión a la verdad, la libertad, l.a jnsticia y el amor no llegue a
ser exigencia ampliamente reconocida y puesta en práctica por
doquier, la paz social es inestable por careoer de su razón
más
honda,

que se encuentra en el corazón
del hombre» ( 6 ). ·
El movimiento pendular,

en el que
el reloj
de
la política de
nuestros días, marca posiciones tan dispares a veces como
falta:¡
de realismo acerca del hombre, al ofreoer visiones deformadas
del mismo, donde unas veces desde concepciones individualistas
-en su

exaltación de lo «individual», sin referencia a lo comuni­
tario, a los otros- mutilan la auténtica dimensión que como
ser social tiene; y donde otras veces, desde doctrinas colectivistas
-en su reducción del hombre a lo «comunitario»- suplanta y
anula todo reconocimiento real y concreto de lo que es el hom­
bre, en tanto ser libre. Son dos planteamientos que forzosamen­
te hemos de superar para situar las cosas en su verdadeto lu­
gar, de modo que la persona, en su doble proyección individual
y comunitaria, con su carga de dignidad, sea respetada en todo
momento, no sólo como una exigencia ética, que ·ha- de cum:.
plirse, sino también como una valoración de cuanto implica,
que la política ha de efectuar, y de este modo adecuarse a ser
instrumento que potencie y desarrolle al hombre, tanto como ser
social, cuanto ser libre.
La consideración del hombre como perteneciente al mismo
grupo, a
la comunidad universal, es clave para iniciar un modo
de entender las
relaciones entre
los hombres
y los pueblos, que
marque una nueva forma de convivencia, en la que
la dialéctica
«nosotros-ellos» -in group-out

group-- quede superada al ser
factor
integrado; la adscripción .de todos a la misma comunidad.
Al menos,

en sentido análogo al que al término «comunidad» da
Max Weber: «Una relación social cuando y en la medida en que
la actitud en la acción social ( ... ) se
inspira en
el sentimiento
subjetivo (afectivo o tradicional) de los partícipes de constituir
(6) La ciencia al serviciq de la.paz,_L'Osservatore Romano, edición se­
manal en castellano, 18 de diciembre de 1983, pág. 8 (704).
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MANUEL PORRAS· DEL CORRAL
un todo» ( 7 ). De ahí la necesidad de promover y fomentar todo
aquello que suponga
ccrear una
mayor conciencia colectiva
·de
nuestra

identidad comunitaria, lo cual constituye un
difícil em­
peño, al
tropezar forzosamente·

con estructuras de poder e inte­
reses (fundamentalmente los económicos),. con
la inercia de unos
y
la pasividad de los más, peto. en cualquier. caso imprescindible
para devolver a la humanidad la confianza perdida y producir un
mundo. más de acuerdo con lo que el hombre es y
significa.
Podría

pensarse que cuanto. decimos es utópico
--algo irrea­
lizable

por el hombre-, un sueño
-.Slo factible
en
ese «otro
mundo»

no real-, pero en todo caso se estará de
acuerdo con
nosotros en que es indisj;,ep.sable en estos momentos, en los que
el hombre atraviesa una de las mayores crisis de identidad de
cuantas ha sufrido a lo largo del devenir histórico,
romper «in
radice»

con los planteamientos imperantes
de los tiempos actua­
les y ofrecer otras opciones que permitan cambiar
de rumbo e
iniciar una nueva singladura, en la· que los valores que confi­
guren
.nuestra . convivencia

estén impregnados de un sentido es­
piritualista de la vida
tan distante del materiailsmo hoy do­
minante.
A modc;, de conclusiones.
De cuanto llÚamos expuesto, · se concluye: que la ainenaza
nuclear
actuafes uli peligro

real e inminente para la
humanidad,
aiite
fa Fual el hombre no puede quedar en mero espectador de
. un

fantasmag6tico y trágico
final. Que hora es ya de insuflar un
nuevo .aire
al cuerpo aterrorizado de la famiiía universal c¡ue le
haga
cobrar sentido
de su verdadera significación,
dotándole de
nuevas
energías con:

las qué. afrontar la solución de
t,µi inquie­
tant~ cuestión:,.
como

es la
. de la destrucción: y exterminio total,
(7) Economía y sociedad. Esbozo de sociologia comprensiva, traduc.
ci6n de José Medina Echevarria y otros. Titulo original: Wirtscha/t und
Gesellscha/t. Grundriss
der V erstehenden So:t.iologie, Fondo

de Cultura
Económica, México, l." reimpresión, 1%9, 1, pág. 33.
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LA PAZ: REFLEXION ETICA-DECISION POLITICA
encauzando sus impulsos y los frutos de sus avances científicos
y técnicos al servicio de una sociedad más humana, donde la
justicia

impere
y en el que la solidaridad -expresión de la par­
ticipación
y del amor-_ sea el factor que presida la convivencia
universal.
Los esfuerzos que en aras del logro de este
fin se lleven a
cabo nunca serán bastantes, contando con las limitaciones natu­
rales del hombre. Pero en cualquier caso, cuantas medidas se
adopten, cuantos sacrificios se impongan, cuanto mayor sea la
capacidad de generosidad de los hombres, cuanto más elevado
sea el diálogo, cuanto más se conozcan los pueblos, mayores se­
rán las posibilidades de alcanzar la meta ansiada.
Propugnamos, en consecuencia, un cambio de mentalidad
orientado a ayudar al hombre, que sirva para su realización in­
tegral y favorezca la consecución de su plenitud.
En sede teórica y a largo plazo, la solución que venimos man­
teniendo producirá sus resultados, en un proceso lento, como es
todo aquello que hace referencia al campo de la educación, es
decir, que se orienta
al desarrollo integral del hombre, una vez
persuadidos los hombres, la sociedad y el Estado, de la necesi­ dad de entendimiento mutuo, respeto y tolerancia, en un mundo
más libre, más igual, en definitiva, más justo y en paz, en el que
la verdad prevalezca y el amor solidario -participación
desinte­
resada

en los quehaceres comunes- sea la clave para la convi­
vencia dentro de esa· gran faniilia universal que constituimos
todos.
Sin embargo, hemos de reconocer
-que
a corto plazo y hasta
tanto la solución anteriormente expuesta llega, sólo un plantea­ miento pragmático y realista por parte de los que dirigen los
destinos de los pueblos, hará posible evitar la muerte que de­
pararía una conflagación nuclear en ese trance final, apocalíp­ tico, al que la humanidad parece estar abocada de producirse
el
enfrentamiento bélico entre·· las grandes superpotencias.
Forzoso será tener presente en esta ocasión
--a modo de
presupuestos--que

el hombre requiere, para su perfecciona­
miento y· plenitud, gozar de una serie de valores (la libertad, la
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MANUEL PORRAS DEL CORRAL
igualdad, la justicia, etc.) de maneta que sólo. respetando el jue­
go armónico de los
mismos podemos
decir que se desarrolla.
Allí
donde

no existen o donde existiendo no pueden set vividos ple­
namente -al menos
los «primarios»- al quedar bajo influen,
cias

físicas o psíquicas su efectividad, el hombre no es tratado
conforme a las exigencias ontológicas. ¿Puede hablarse de una existencia auténtica como hombre
allí donde. no se le petmite
su plena
realización?
Desde

esta concepción antropológica, con carácter transitorio
e
iomediato y

hasta tanto la
paz. anide en todas las conciencias
y pueblos -fruto del quehacer colectivo--, parece
inevitable que
los

políticos -garantes del bien común- se vean abocados a
adoptar, con

prudencia y resolución
~una vez
agotados cuantos
recursos sean posible emplear en favor de
la. paz-,-, las

medidas
conducentes a garantizar una existencia digna,
aunque para

ello
-de no cesar el rearme por ambos lados o de no producirse un
desarme simultáne~ sea necesario progresar en la investigación
científica y tecnológica y en la posesión de armamentos nucleares.
Mal «remedio», pero mal menor, el de la disuasión del agresor
en potencia en esta situación límite. Desarmarse unilateralmente~
quedar

inerme ante un previsible ataque, o sea renunciar
~ la
«legítima defensa» en estas circunstancias, cuando el «otro», en
su afán de imposición de dominio y conquista, avan.za día a dí,¡,
construyendo armas cada vez más letales y est.á dispuesto a arra,
sar con todos fos valores, o al menos con los más primarios,
que expresan la dignidad humana, en la primera ocasión que el
desfallecimiento del contrario se lo permita, sería para el polf,
tico

contribuir a configurar una sociedad inhumana
y, por tan­
to, ajena a las exigencias que todo ser humano concreto
y real
demanda por naturaleza para el cumplimiento de sus fioes, tanto
naturales como sobrenaturales. Serla, al fin y al cabo, renunciar
a la causa que ha de servir.
.
En

esta hora en que la humanidad se encuentra, se hace
preciso desde el punto de vista del iusfilósofo, ofrecer
una re­
flexión

ética sobre el verdadero significado que, para el hombre
de hoy, una conflagración nuclear
uriiversal conllevaría,

y
taro,
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LA PAZ: REFLEXION ETICA-DECISION POUTICA
bién, cómo no, el «precio» que tendría que pagar una parte de
la humanidad quizás, para eludir de momento ese peligro ... Pre­
cio sin
duda .demasiado
oneroso, si pensamos que la «ley» de la
moneda en que habría de efectuarse
el pago, es la de la digni­
dad humana. Reflexión moral, que obligadamente, el
político· ha
de

plantearse -pues como afirma Thomasius: «nadie puede ser
un buen politicus que no sea, de hecho, un buen ethicus» ( 8
)-',
analizando

los pros y contras que la adopción de una u otra
postura acarrearía, sopesando las ventajas e inconvenientes que
ello irrogaría y, en definitiva, determinando con toda las firmeza
exigible,
el
camino a
seguir con vistas a lograr la salvaguarda
del bien común, de los derechos humanos, del hombre en última
instancia, fin y razón de ser de
la actividad política.
Ciertamente ante la situación descrita el político no puede
quedar impasible, ha de actuar. Ya dijo Gracian: «No es cordura
salir a recibir los males, pero sí el salirles al encuentro para
vencerlos» (9). Con este espíritu de afrontar
el desafío, de en­
frentarse con los «males» que la amenaza nuclear representa,
tanto psíquica como físicamente -por la capacidad de destruc­
ción de la vida, por la universalidad de su proyección y por la
irreversibilidad de sus resultados-, ha de luchar en
p,o de

la
paz tenazmente, sabedor de que como ha dicho
Juan Pablo

II
«Pax perpetuo aedificanda: la paz se ha de estar construyendo
siempre» (10). Y, así, garantizar a cada hombre concreto y real
su identidad, o lo que es lo mismo, su propia dignidad.
(8) Proyecto sumario de las reglas fundamentales, cita tomada de «De:
recho natural y dignidad humana», de Ernst Bloch•, traducción de Felipe
González Vicen. Título original: ·Naturnecht und mensliche würde, Agui-
lar, S. A. de Ediciones, Madrid, 1980, pág. 393. ·
(9) Oráculo manual y arte de prudencia, Ediciones Anaya, S. ,A,, Sa­
lamanca, 1978, pág. 173.
(10) La ciencia al servicio de la paz (discurso a los miembros de la
Pontificia Academia de las Ciencias). «L'Ossetvatore Romano, edición se­
manal en castellano, 18 de dictembre de 1983, pág. 8 (704).
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