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Número 225-226

Serie XXIII

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Discurso de Vicente Marrero [San Fernando 1984]

certeza de que es Dios quien salvará la Ciudad y jue nuestro testimonio
obligado
sólo será válido en función de
su. providencia..
La
ley práctica

de este tiempo puede ser
esa certeza: Que ni por
la natúraleza de los
males presentes,

ni por la del bien
futuro que es­
peramos, podemos espe:r,rr de nuestra
acción humana,

natural,. la des­
trucción de esos males
ni el logro de ese bien.
Y esto no es una llamada al quietismo, nz' a la resz'gnadón, sino,
camo
vosotros

sabéis bien, una
prevblción contra ese análisz's excesiva ..
mente

racionalista cuya tentación todos hemos
experJ'mentado alguna
vez

que
cdiiduce al pesimismo y a descarga sobre los sufridos hombros
de la Iglesia la carga de desesperanza que éste conlleva.
·
No

podemos, de ninguna forma, echar a la Iglesia responsabilida­
des en el ocaso de esta Ciudad, porque este ocaso tiene
eminéntemente
un
carácter escatólico. La

Iglesia fue provista por su fundador de unos
dones enmarcados en la esfera exclusivamente espiritual. Al
menos para
·
el

tiempo de estos últimos
2.000 años. lnte"ogarla a
ella sería como in­
terrogar
al único que está en posesión de lo escatológico, quien --en ru
infinita

bondad
y sabiduría-no quiso dotarla de carácter infalible para
las cuestidnes

temporales, de la misma frorma que no quiso llamar en
su auxilio legiones de ángeles para .que establecieran su realeza antes
del fin de estos tiempos.
Pero esa
realeza. no lo

dudéis, llegará. Nosotros
somos, y debemos
seguir siendo el testimonio
viviente de

los derechos de soberania del
Señor sobre la Ciudad. El Señor es Rey de derecho sobre la Ciudad.
y lo será de hecho en ella en un dia que presentimos muy cercano y
por cuya llegada imploramos desde el. fondo de
,nuestros corazones.
¿C6mo

dudar que va a reJrasarse mucho, en esta hora del
odio, la
llegada

triunfal de ese rey que es todo amor, para quien la realeza ha
sido hasta

ahora una corona de -
espinas?
Todos

los avatares de
la Ciudad,
catalogados como buenos
o malos
por
!nuestros ojos

humanos son, en última
instando, designios
del amor
de aquel que cuando pudo venir para reinar, quiso venir para .morir
crw;ificado. De

ese amor
que no
ha dudado
·en abrirnos
su
cuerpa para
moStramos su fuente misma.
Confiemos

hasta la muerte en ese Cristo que nos ha propuesto como
soberano su
coraz6n sangrdnte, en

ese padre que ha abierto sus
entra~
ña, para mostrar á sus vacilantes hijos el látido tremendo _de su Amor.
DISCURSO DE VICENTE MARRERO
Amigos de la Ciudad Cat6lica!
Cuando nuestro
comtín amigo y maestro Juan V allet tuvo la debili­
dad de invitarme a
dirigiroa unas

palabras en esta conmemoración
anual
de inuestro Patrón

San Fernando, habiendo entre· vosotros quienes po­
dían hacerlo

mejor
y-sobre todo de modo· más vibrante que yo, me vino
a la mente, como suele suceder en similares
situaciones, la s~orrida
cita

de Menéndez Pelayo. Más en
concreto, -su
discurso pronunciado
sobre nuestro rey santo en el Tercer Congreso Católico
Nacional ce:
lebrada en S$1illa, en

octubre de 1892.
Des.de que
lo leí por ·vez
primera
nunca ·he
podido olvidar lo

que en aquella solemne ocasi6n dijo de
la
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Fundaci\363n Speiro

fe de-este «Servidor e caballero de Cristo, Alférez del Señor Santiago~
cuya

seña tenemos», que
«por lo.s alttsimos juicios

de Dios, de un ma­
trimd-nio incestuo'so y

disuelto por la
Iglesia, hizo
nacer al único rey
de España que tenemos en los altades». Los
actos de

nuestra ;ornada de
hoy. ceñidos
a la celebración con­
memorativa de
la Santa

Misa
·y a esta grata cena de hermdndad y
camaraderia, no tienen otro horizonte que reafirmar con nuestra pre­
&tmcia esa

fe. la· de nuestros mayores, acrisolada en la eiemplaridad
de
un

santo que además de
rey; nuestro
único
rey santo
que corona una
ejecutoria como la de nuestra patria en su
más eminente dimensi6n
pública y comunitaria.
Añorabti, entonces, Menéndez Pelayo, que

figuras como la de-
San
F erndndo no

fuesen
todavía rescatadas
por quienes con dotes poéticas
las liberasen

de los estudios eruditos de que han sido
hasta ahora
·pri­
mordialmente objeto. Por lo
visto, tenemos

aún mucho que aprender los
españoles de
cines patrióticos

como el
,nglés para infundir vida y gran­
des
pantallas a estos modernos y tan actuales persona;es de la Edad
Media.
y con más fundamento, ahora, e1n el caso de San Fernando, para
ensalzarlo, al menos, como «rey de las tres religiones». Pero no es esa
dimenSMn de la fe de San Fernando, por muy sublime que haya sido,
pero

de
te;as abajo,
lo que quisiera glosar brevemeinte esta noche, des­
pués de
lo que nos acabdn de decir. con voz juvenil, Begoña, y con aire
más
maduro, 'Juan Carlos García de

Po/avieja, sino la fe que más
di·
rectamente atañe a

los
altísimos "juicios de

Dios que
hizo nacer
de ren­
glones
aparentemt!nte torcidos

un designio tan
recto.
Angulo

de mira que no hemos de. olvidar nunca. Sobre todo en este
muy concreto
momento histórico

en el que parece consumarse una de
las derrotas

más
aJ.armantes del

catolicismo
militante español,
que, no
en
vano, coincide

también
con uno

de los más bajos estiajes de espa­
ñolía de

nuestra vida
cívica. Pero, sin

duda, son situaciones de esta
mdole ---de noche

oscura- las que ponen
más a prueba la clase de
nuestra fe y la calidad
Je· estrella

de nuestro lenguaje, que por
bocá de
Santa Teresa le dice al Altísimo: «Alabaos muy mucho porque desper­
táis a quienes nos despiertan». En vela cdnstante el
ho'Ínbre de

fe sabe que no tiene la vida dormida
y si duerme ha de despertar, quiéralo o no. Esa fe, que no ha variado
-aunque su dimensión pública

entre nosotros, al
m~_os en
apariencia,
parezca ser ahora otra o seguir distintos derroteros-, nos incita -para
decirlo con el Evangelio-- a
buscar primero el

reino de
Dios y su ;us­
ticia,
que

todo
lo demás se nos dará por añadidura. Y quien no lo
busque en primer
lugdr, co"e ya el riesgo de

perder este reino
y ef
otro, como le está sucediendo
al actual antropocentrismo «teológico»-.
con

más difuso «humanismo»
que entereza cristiana. y

católica, como
si la fe no fuese la forma de 'Vida que más ensancha, enriquece y hace
más verdadero al hombre.
«La fe ·ti'ene-sus propios ojos», nos dice
San
Agustín. Incesante hontanar, de saberes y de razones, tan s6lo los
ciegos

que se empeñan. en no ver o los -que son sordos por no querer
ofr ignoran que

una
vida vivida

en la Fe ilumina al ser todo y torna
transparente al mundo. Este mundo nuestro que nos -ha
tocado; en

suerte pero
tdn-fuera de
gOzne y

tan sordamente
hastil a la verdadera fe. que-

con la
v~tolera
de

.esta
Segunda mitad

de siglo
-se nos

ha entrado de
ronddn por las
puertas de nuestra casa. Y es .que nos falló la· guardia. la confianza, la
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Fundaci\363n Speiro

fe en vela constante. Solemos olvidar que hay más virtud en sa,berse
defender

que en atacar. como sostiene Santo
Tomás y no se cans6 de
insistir

entre 1nosotros Maeztu. Fe que, en cualquier wersi6n, no ignora
que si el hombre propone, Dios dispone
y ·más en esta época de Es­
tados

demenciales.
Al menos nosotros, a
la sombra tutelar de inueStro rey· y santo pa­
trono San
Fernando, mientras sintamos arder
esa fe, como en esta gra­
tísima noche

de gozosa confraternidad, -sabremos siempre
que por

los
caminos
más inusitados

daremos en el mismo epicentro de la vida en
que confluyen un misterio
de libertad y uñ misterio de amor. Y esto
en

un
marco eminentemente

creador, como ha sido el de nuestro pueblo,
de los
más dotados artísticamente de la tierra, con la calidad de estrella
de nuestra aportaci6n
histórica, «Gracia en

gracia de Dios», de que
hablaba M enéndez
Pelayo, o

«Cristo de los
pueblos», como
con
un
sentido más bellamente

trágico
y también más actual. glosaba Maeztu.
Asi hemos de pensar y comparar en _ lo que
significaron ayer

los
reyes
de lá Cristiandad

cuando acertaban a llevar alas en -las plantas como
San Fernando, y en los obstáculos que encuentran hoy nuestros
gobier·
nos en lo

que ya puede llamarse el absurdo camino de espinas de Es­
paña hacia
Euro-pa. Lo que ayer era la reserva moral del mundo hoy
se ha vuelto en otro tipo de reserva
y suspicacia ante el temor de una
especulaci6n

intolerable con el. sacrificio unilateral de nuestro pueblo,
de tal modo que lo que en los
momentos de

más
espkndor de
nuestra
historia era timbre de adelantado y de legítimo orgullo. hoy se revela
como la larga
y secuaz marcha de una nación astillada que no ve con
los ojos de la fe- y que cada
vez más
desconfiada y distraída lleva
ca.
mino
de

parecerse a aquel campesino vasco que se pas6 toda la mañana
buscando la

pipa cuando la tenía en la boca.
Seria negar la
e'iVidencia si JZo se

reconociese que hoy, tras la
de·
rrota

del catolicismo militante en la Península Ibérica
y también en
Hispanoamérica
-al fin

y al cabo la mitad· o más del catolicismo mun­
dial-. se ha pretendido imponer en el mundo
político y

social el
de.,­
crédito

como
consigna de

todo lo que hay
de. especial empeño en que se
vea como
catolicismo autoritario

o nacional catolicismo, cuandó no
cómó
oscurantismo

u opresl6n,
términos" ambiguos y tendenciosos con los que
se desvirtúan o se
ideologir.an los

ámbitos tan
fecundos de la «Ciudad
Cat6lica»,

en suma, de la fe, de lo más variado, alegre; llevadero
y di·
versificado

en su
pletórica densidad

ontol6gica que conoce la Historia.
Ahí están, tan cerca

el uno
dél otro, Alfonso

X el Sabio, que al
de·
cir

de Mariana, «contemplaba el cielo
y miraba las estrellas, más en el
entretanto
perdió la tierra
y el reino». Y su padre, San Fernando, muy
superior
a él como
Político y soldado. El destino no suele prodigar se·
guidos

dos genios iguales; pero la Historia
y singularmente la historia
de los reinos
cristianos cont6

siempre. de trecho en trecho, más allá
de graves limitaciones, contrariedades
y divisiones /raticidas -Seculares
y religiosas-con la fecundidad arrolladora de esa fe que, en última
instancia, está

en
monos del
Altísimo
y de su divino Hijo. Señor de la
Historia. Confiemos en ella. sobre todo en
estos. momentos,

cuando
Ul fe pa·
dece tantos corrimientos de acentos que producen alteraciones sismicas
so
capa
de accidentales, llámense catolicismo
sociol6gico, democracia
cristiana,
privatización liberal,

cristianos
para el socialismo, neutralismo
tecnocrático, teología antropoc~ntrica o

cualquier otra
formtl de indige.v-
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tión de libertades o de pueriles laicit.aeiones e identificaciones. Un autén­
tico
renacer de la Ubertad en la fe de cara a la tan ansiada y espera­
d~ renovación
nacional,

no se conseguirá
nunca desplazando la

fe -de
su_ acento o

centro más_ genuino
hacia otros

tangenciales, pero
ad¡eti-_
vados

de tal modo que
desubstancializa su sustantivid_ad más propia é
integradora. Una cultura tan inequívoca y entrañablemente signada como
la nuestra por
los valores cristianos

ha de vivir de su fe de siempre,
limpia del polvo y paja por grandes que
hayan sido

sus defectos,
limita­
ciones
y caídas. Sobre todo en momentos como éstos de mayor abati­
miento
y postración, entre el tiemvo que e.r «la paciencia de Dtos», como
dice
San
Agustfn, y la humildad que, al parecer unánime de los grandes
maestros de la espiritualidad de todas las épocas, nos avecina a la mag­
nar,.imidad, porque

le deja
al cielo vfa libre para que él le guíe el cora­
zón
y le conduzca, aunque sea por senderos inusitados o muy intrinca­
dos,
a la meta
más justa,
a su blanco más nitido, reconfortante y en­
salzador de

vida. Blanco que se compendia
en una

sola
palabTa: fe,
la
,verdadera y

católica_ fe de
Cristo, por

la que se ha de estar siempre
dispuesto a empeñar y,
si fuere preciso, dar la vida.
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