Índice de contenidos
Número 225-226
Serie XXIII
- Textos Pontificios
- Estudios
- Actas
-
Información bibliográfica
-
Claudio Sánchez Albornoz: Orígenes y destino de Navarra. Trayectoria de Vasconia. Otros escritos
-
¿Una democracia participativa? Luigi Bagolini: Giustizia e società
-
Xaverius Ochoa: Index verborum ac locutionum Codicis Iuris Canonici
-
José J. Castellanos: México engañado. Por qué la prensa no informa
-
B. Radica: Lo vivido y lo anhelado; I. Rojnica: Encuentros y vivencias
-
AA.VV.: En defensa de la vida
-
- Crónicas
Autores
1984
Discurso de Vicente Marrero [San Fernando 1984]
certeza de que es Dios quien salvará la Ciudad y jue nuestro testimonio
obligado
sólo será válido en función de
su. providencia..
La
ley práctica
de este tiempo puede ser
esa certeza: Que ni por
la natúraleza de los
males presentes,
ni por la del bien
futuro que es
peramos, podemos espe:r,rr de nuestra
acción humana,
natural,. la des
trucción de esos males
ni el logro de ese bien.
Y esto no es una llamada al quietismo, nz' a la resz'gnadón, sino,
camo
vosotros
sabéis bien, una
prevblción contra ese análisz's excesiva ..
mente
racionalista cuya tentación todos hemos
experJ'mentado alguna
vez
que
cdiiduce al pesimismo y a descarga sobre los sufridos hombros
de la Iglesia la carga de desesperanza que éste conlleva.
·
No
podemos, de ninguna forma, echar a la Iglesia responsabilida
des en el ocaso de esta Ciudad, porque este ocaso tiene
eminéntemente
un
carácter escatólico. La
Iglesia fue provista por su fundador de unos
dones enmarcados en la esfera exclusivamente espiritual. Al
menos para
·
el
tiempo de estos últimos
2.000 años. lnte"ogarla a
ella sería como in
terrogar
al único que está en posesión de lo escatológico, quien --en ru
infinita
bondad
y sabiduría-no quiso dotarla de carácter infalible para
las cuestidnes
temporales, de la misma frorma que no quiso llamar en
su auxilio legiones de ángeles para .que establecieran su realeza antes
del fin de estos tiempos.
Pero esa
realeza. no lo
dudéis, llegará. Nosotros
somos, y debemos
seguir siendo el testimonio
viviente de
los derechos de soberania del
Señor sobre la Ciudad. El Señor es Rey de derecho sobre la Ciudad.
y lo será de hecho en ella en un dia que presentimos muy cercano y
por cuya llegada imploramos desde el. fondo de
,nuestros corazones.
¿C6mo
dudar que va a reJrasarse mucho, en esta hora del
odio, la
llegada
triunfal de ese rey que es todo amor, para quien la realeza ha
sido hasta
ahora una corona de -
espinas?
Todos
los avatares de
la Ciudad,
catalogados como buenos
o malos
por
!nuestros ojos
humanos son, en última
instando, designios
del amor
de aquel que cuando pudo venir para reinar, quiso venir para .morir
crw;ificado. De
ese amor
que no
ha dudado
·en abrirnos
su
cuerpa para
moStramos su fuente misma.
Confiemos
hasta la muerte en ese Cristo que nos ha propuesto como
soberano su
coraz6n sangrdnte, en
ese padre que ha abierto sus
entra~
ña, para mostrar á sus vacilantes hijos el látido tremendo _de su Amor.
DISCURSO DE VICENTE MARRERO
Amigos de la Ciudad Cat6lica!
Cuando nuestro
comtín amigo y maestro Juan V allet tuvo la debili
dad de invitarme a
dirigiroa unas
palabras en esta conmemoración
anual
de inuestro Patrón
San Fernando, habiendo entre· vosotros quienes po
dían hacerlo
mejor
y-sobre todo de modo· más vibrante que yo, me vino
a la mente, como suele suceder en similares
situaciones, la s~orrida
cita
de Menéndez Pelayo. Más en
concreto, -su
discurso pronunciado
sobre nuestro rey santo en el Tercer Congreso Católico
Nacional ce:
lebrada en S$1illa, en
octubre de 1892.
Des.de que
lo leí por ·vez
primera
nunca ·he
podido olvidar lo
que en aquella solemne ocasi6n dijo de
la
823
Fundaci\363n Speiro
fe de-este «Servidor e caballero de Cristo, Alférez del Señor Santiago~
cuya
seña tenemos», que
«por lo.s alttsimos juicios
de Dios, de un ma
trimd-nio incestuo'so y
disuelto por la
Iglesia, hizo
nacer al único rey
de España que tenemos en los altades». Los
actos de
nuestra ;ornada de
hoy. ceñidos
a la celebración con
memorativa de
la Santa
Misa
·y a esta grata cena de hermdndad y
camaraderia, no tienen otro horizonte que reafirmar con nuestra pre
&tmcia esa
fe. la· de nuestros mayores, acrisolada en la eiemplaridad
de
un
santo que además de
rey; nuestro
único
rey santo
que corona una
ejecutoria como la de nuestra patria en su
más eminente dimensi6n
pública y comunitaria.
Añorabti, entonces, Menéndez Pelayo, que
figuras como la de-
San
F erndndo no
fuesen
todavía rescatadas
por quienes con dotes poéticas
las liberasen
de los estudios eruditos de que han sido
hasta ahora
·pri
mordialmente objeto. Por lo
visto, tenemos
aún mucho que aprender los
españoles de
cines patrióticos
como el
,nglés para infundir vida y gran
des
pantallas a estos modernos y tan actuales persona;es de la Edad
Media.
y con más fundamento, ahora, e1n el caso de San Fernando, para
ensalzarlo, al menos, como «rey de las tres religiones». Pero no es esa
dimenSMn de la fe de San Fernando, por muy sublime que haya sido,
pero
de
te;as abajo,
lo que quisiera glosar brevemeinte esta noche, des
pués de
lo que nos acabdn de decir. con voz juvenil, Begoña, y con aire
más
maduro, 'Juan Carlos García de
Po/avieja, sino la fe que más
di·
rectamente atañe a
los
altísimos "juicios de
Dios que
hizo nacer
de ren
glones
aparentemt!nte torcidos
un designio tan
recto.
Angulo
de mira que no hemos de. olvidar nunca. Sobre todo en este
muy concreto
momento histórico
en el que parece consumarse una de
las derrotas
más
aJ.armantes del
catolicismo
militante español,
que, no
en
vano, coincide
también
con uno
de los más bajos estiajes de espa
ñolía de
nuestra vida
cívica. Pero, sin
duda, son situaciones de esta
mdole ---de noche
oscura- las que ponen
más a prueba la clase de
nuestra fe y la calidad
Je· estrella
de nuestro lenguaje, que por
bocá de
Santa Teresa le dice al Altísimo: «Alabaos muy mucho porque desper
táis a quienes nos despiertan». En vela cdnstante el
ho'Ínbre de
fe sabe que no tiene la vida dormida
y si duerme ha de despertar, quiéralo o no. Esa fe, que no ha variado
-aunque su dimensión pública
entre nosotros, al
m~_os en
apariencia,
parezca ser ahora otra o seguir distintos derroteros-, nos incita -para
decirlo con el Evangelio-- a
buscar primero el
reino de
Dios y su ;us
ticia,
que
todo
lo demás se nos dará por añadidura. Y quien no lo
busque en primer
lugdr, co"e ya el riesgo de
perder este reino
y ef
otro, como le está sucediendo
al actual antropocentrismo «teológico»-.
con
más difuso «humanismo»
que entereza cristiana. y
católica, como
si la fe no fuese la forma de 'Vida que más ensancha, enriquece y hace
más verdadero al hombre.
«La fe ·ti'ene-sus propios ojos», nos dice
San
Agustín. Incesante hontanar, de saberes y de razones, tan s6lo los
ciegos
que se empeñan. en no ver o los -que son sordos por no querer
ofr ignoran que
una
vida vivida
en la Fe ilumina al ser todo y torna
transparente al mundo. Este mundo nuestro que nos -ha
tocado; en
suerte pero
tdn-fuera de
gOzne y
tan sordamente
hastil a la verdadera fe. que-
con la
v~tolera
de
.esta
Segunda mitad
de siglo
-se nos
ha entrado de
ronddn por las
puertas de nuestra casa. Y es .que nos falló la· guardia. la confianza, la
824
Fundaci\363n Speiro
fe en vela constante. Solemos olvidar que hay más virtud en sa,berse
defender
que en atacar. como sostiene Santo
Tomás y no se cans6 de
insistir
entre 1nosotros Maeztu. Fe que, en cualquier wersi6n, no ignora
que si el hombre propone, Dios dispone
y ·más en esta época de Es
tados
demenciales.
Al menos nosotros, a
la sombra tutelar de inueStro rey· y santo pa
trono San
Fernando, mientras sintamos arder
esa fe, como en esta gra
tísima noche
de gozosa confraternidad, -sabremos siempre
que por
los
caminos
más inusitados
daremos en el mismo epicentro de la vida en
que confluyen un misterio
de libertad y uñ misterio de amor. Y esto
en
un
marco eminentemente
creador, como ha sido el de nuestro pueblo,
de los
más dotados artísticamente de la tierra, con la calidad de estrella
de nuestra aportaci6n
histórica, «Gracia en
gracia de Dios», de que
hablaba M enéndez
Pelayo, o
«Cristo de los
pueblos», como
con
un
sentido más bellamente
trágico
y también más actual. glosaba Maeztu.
Asi hemos de pensar y comparar en _ lo que
significaron ayer
los
reyes
de lá Cristiandad
cuando acertaban a llevar alas en -las plantas como
San Fernando, y en los obstáculos que encuentran hoy nuestros
gobier·
nos en lo
que ya puede llamarse el absurdo camino de espinas de Es
paña hacia
Euro-pa. Lo que ayer era la reserva moral del mundo hoy
se ha vuelto en otro tipo de reserva
y suspicacia ante el temor de una
especulaci6n
intolerable con el. sacrificio unilateral de nuestro pueblo,
de tal modo que lo que en los
momentos de
más
espkndor de
nuestra
historia era timbre de adelantado y de legítimo orgullo. hoy se revela
como la larga
y secuaz marcha de una nación astillada que no ve con
los ojos de la fe- y que cada
vez más
desconfiada y distraída lleva
ca.
mino
de
parecerse a aquel campesino vasco que se pas6 toda la mañana
buscando la
pipa cuando la tenía en la boca.
Seria negar la
e'iVidencia si JZo se
reconociese que hoy, tras la
de·
rrota
del catolicismo militante en la Península Ibérica
y también en
Hispanoamérica
-al fin
y al cabo la mitad· o más del catolicismo mun
dial-. se ha pretendido imponer en el mundo
político y
social el
de.,
crédito
como
consigna de
todo lo que hay
de. especial empeño en que se
vea como
catolicismo autoritario
o nacional catolicismo, cuandó no
cómó
oscurantismo
u opresl6n,
términos" ambiguos y tendenciosos con los que
se desvirtúan o se
ideologir.an los
ámbitos tan
fecundos de la «Ciudad
Cat6lica»,
en suma, de la fe, de lo más variado, alegre; llevadero
y di·
versificado
en su
pletórica densidad
ontol6gica que conoce la Historia.
Ahí están, tan cerca
el uno
dél otro, Alfonso
X el Sabio, que al
de·
cir
de Mariana, «contemplaba el cielo
y miraba las estrellas, más en el
entretanto
perdió la tierra
y el reino». Y su padre, San Fernando, muy
superior
a él como
Político y soldado. El destino no suele prodigar se·
guidos
dos genios iguales; pero la Historia
y singularmente la historia
de los reinos
cristianos cont6
siempre. de trecho en trecho, más allá
de graves limitaciones, contrariedades
y divisiones /raticidas -Seculares
y religiosas-con la fecundidad arrolladora de esa fe que, en última
instancia, está
en
monos del
Altísimo
y de su divino Hijo. Señor de la
Historia. Confiemos en ella. sobre todo en
estos. momentos,
cuando
Ul fe pa·
dece tantos corrimientos de acentos que producen alteraciones sismicas
so
capa
de accidentales, llámense catolicismo
sociol6gico, democracia
cristiana,
privatización liberal,
cristianos
para el socialismo, neutralismo
tecnocrático, teología antropoc~ntrica o
cualquier otra
formtl de indige.v-
825
Fundaci\363n Speiro
tión de libertades o de pueriles laicit.aeiones e identificaciones. Un autén
tico
renacer de la Ubertad en la fe de cara a la tan ansiada y espera
d~ renovación
nacional,
no se conseguirá
nunca desplazando la
fe -de
su_ acento o
centro más_ genuino
hacia otros
tangenciales, pero
ad¡eti-_
vados
de tal modo que
desubstancializa su sustantivid_ad más propia é
integradora. Una cultura tan inequívoca y entrañablemente signada como
la nuestra por
los valores cristianos
ha de vivir de su fe de siempre,
limpia del polvo y paja por grandes que
hayan sido
sus defectos,
limita
ciones
y caídas. Sobre todo en momentos como éstos de mayor abati
miento
y postración, entre el tiemvo que e.r «la paciencia de Dtos», como
dice
San
Agustfn, y la humildad que, al parecer unánime de los grandes
maestros de la espiritualidad de todas las épocas, nos avecina a la mag
nar,.imidad, porque
le deja
al cielo vfa libre para que él le guíe el cora
zón
y le conduzca, aunque sea por senderos inusitados o muy intrinca
dos,
a la meta
más justa,
a su blanco más nitido, reconfortante y en
salzador de
vida. Blanco que se compendia
en una
sola
palabTa: fe,
la
,verdadera y
católica_ fe de
Cristo, por
la que se ha de estar siempre
dispuesto a empeñar y,
si fuere preciso, dar la vida.
826
Fundaci\363n Speiro
obligado
sólo será válido en función de
su. providencia..
La
ley práctica
de este tiempo puede ser
esa certeza: Que ni por
la natúraleza de los
males presentes,
ni por la del bien
futuro que es
peramos, podemos espe:r,rr de nuestra
acción humana,
natural,. la des
trucción de esos males
ni el logro de ese bien.
Y esto no es una llamada al quietismo, nz' a la resz'gnadón, sino,
camo
vosotros
sabéis bien, una
prevblción contra ese análisz's excesiva ..
mente
racionalista cuya tentación todos hemos
experJ'mentado alguna
vez
que
cdiiduce al pesimismo y a descarga sobre los sufridos hombros
de la Iglesia la carga de desesperanza que éste conlleva.
·
No
podemos, de ninguna forma, echar a la Iglesia responsabilida
des en el ocaso de esta Ciudad, porque este ocaso tiene
eminéntemente
un
carácter escatólico. La
Iglesia fue provista por su fundador de unos
dones enmarcados en la esfera exclusivamente espiritual. Al
menos para
·
el
tiempo de estos últimos
2.000 años. lnte"ogarla a
ella sería como in
terrogar
al único que está en posesión de lo escatológico, quien --en ru
infinita
bondad
y sabiduría-no quiso dotarla de carácter infalible para
las cuestidnes
temporales, de la misma frorma que no quiso llamar en
su auxilio legiones de ángeles para .que establecieran su realeza antes
del fin de estos tiempos.
Pero esa
realeza. no lo
dudéis, llegará. Nosotros
somos, y debemos
seguir siendo el testimonio
viviente de
los derechos de soberania del
Señor sobre la Ciudad. El Señor es Rey de derecho sobre la Ciudad.
y lo será de hecho en ella en un dia que presentimos muy cercano y
por cuya llegada imploramos desde el. fondo de
,nuestros corazones.
¿C6mo
dudar que va a reJrasarse mucho, en esta hora del
odio, la
llegada
triunfal de ese rey que es todo amor, para quien la realeza ha
sido hasta
ahora una corona de -
espinas?
Todos
los avatares de
la Ciudad,
catalogados como buenos
o malos
por
!nuestros ojos
humanos son, en última
instando, designios
del amor
de aquel que cuando pudo venir para reinar, quiso venir para .morir
crw;ificado. De
ese amor
que no
ha dudado
·en abrirnos
su
cuerpa para
moStramos su fuente misma.
Confiemos
hasta la muerte en ese Cristo que nos ha propuesto como
soberano su
coraz6n sangrdnte, en
ese padre que ha abierto sus
entra~
ña, para mostrar á sus vacilantes hijos el látido tremendo _de su Amor.
DISCURSO DE VICENTE MARRERO
Amigos de la Ciudad Cat6lica!
Cuando nuestro
comtín amigo y maestro Juan V allet tuvo la debili
dad de invitarme a
dirigiroa unas
palabras en esta conmemoración
anual
de inuestro Patrón
San Fernando, habiendo entre· vosotros quienes po
dían hacerlo
mejor
y-sobre todo de modo· más vibrante que yo, me vino
a la mente, como suele suceder en similares
situaciones, la s~orrida
cita
de Menéndez Pelayo. Más en
concreto, -su
discurso pronunciado
sobre nuestro rey santo en el Tercer Congreso Católico
Nacional ce:
lebrada en S$1illa, en
octubre de 1892.
Des.de que
lo leí por ·vez
primera
nunca ·he
podido olvidar lo
que en aquella solemne ocasi6n dijo de
la
823
Fundaci\363n Speiro
fe de-este «Servidor e caballero de Cristo, Alférez del Señor Santiago~
cuya
seña tenemos», que
«por lo.s alttsimos juicios
de Dios, de un ma
trimd-nio incestuo'so y
disuelto por la
Iglesia, hizo
nacer al único rey
de España que tenemos en los altades». Los
actos de
nuestra ;ornada de
hoy. ceñidos
a la celebración con
memorativa de
la Santa
Misa
·y a esta grata cena de hermdndad y
camaraderia, no tienen otro horizonte que reafirmar con nuestra pre
&tmcia esa
fe. la· de nuestros mayores, acrisolada en la eiemplaridad
de
un
santo que además de
rey; nuestro
único
rey santo
que corona una
ejecutoria como la de nuestra patria en su
más eminente dimensi6n
pública y comunitaria.
Añorabti, entonces, Menéndez Pelayo, que
figuras como la de-
San
F erndndo no
fuesen
todavía rescatadas
por quienes con dotes poéticas
las liberasen
de los estudios eruditos de que han sido
hasta ahora
·pri
mordialmente objeto. Por lo
visto, tenemos
aún mucho que aprender los
españoles de
cines patrióticos
como el
,nglés para infundir vida y gran
des
pantallas a estos modernos y tan actuales persona;es de la Edad
Media.
y con más fundamento, ahora, e1n el caso de San Fernando, para
ensalzarlo, al menos, como «rey de las tres religiones». Pero no es esa
dimenSMn de la fe de San Fernando, por muy sublime que haya sido,
pero
de
te;as abajo,
lo que quisiera glosar brevemeinte esta noche, des
pués de
lo que nos acabdn de decir. con voz juvenil, Begoña, y con aire
más
maduro, 'Juan Carlos García de
Po/avieja, sino la fe que más
di·
rectamente atañe a
los
altísimos "juicios de
Dios que
hizo nacer
de ren
glones
aparentemt!nte torcidos
un designio tan
recto.
Angulo
de mira que no hemos de. olvidar nunca. Sobre todo en este
muy concreto
momento histórico
en el que parece consumarse una de
las derrotas
más
aJ.armantes del
catolicismo
militante español,
que, no
en
vano, coincide
también
con uno
de los más bajos estiajes de espa
ñolía de
nuestra vida
cívica. Pero, sin
duda, son situaciones de esta
mdole ---de noche
oscura- las que ponen
más a prueba la clase de
nuestra fe y la calidad
Je· estrella
de nuestro lenguaje, que por
bocá de
Santa Teresa le dice al Altísimo: «Alabaos muy mucho porque desper
táis a quienes nos despiertan». En vela cdnstante el
ho'Ínbre de
fe sabe que no tiene la vida dormida
y si duerme ha de despertar, quiéralo o no. Esa fe, que no ha variado
-aunque su dimensión pública
entre nosotros, al
m~_os en
apariencia,
parezca ser ahora otra o seguir distintos derroteros-, nos incita -para
decirlo con el Evangelio-- a
buscar primero el
reino de
Dios y su ;us
ticia,
que
todo
lo demás se nos dará por añadidura. Y quien no lo
busque en primer
lugdr, co"e ya el riesgo de
perder este reino
y ef
otro, como le está sucediendo
al actual antropocentrismo «teológico»-.
con
más difuso «humanismo»
que entereza cristiana. y
católica, como
si la fe no fuese la forma de 'Vida que más ensancha, enriquece y hace
más verdadero al hombre.
«La fe ·ti'ene-sus propios ojos», nos dice
San
Agustín. Incesante hontanar, de saberes y de razones, tan s6lo los
ciegos
que se empeñan. en no ver o los -que son sordos por no querer
ofr ignoran que
una
vida vivida
en la Fe ilumina al ser todo y torna
transparente al mundo. Este mundo nuestro que nos -ha
tocado; en
suerte pero
tdn-fuera de
gOzne y
tan sordamente
hastil a la verdadera fe. que-
con la
v~tolera
de
.esta
Segunda mitad
de siglo
-se nos
ha entrado de
ronddn por las
puertas de nuestra casa. Y es .que nos falló la· guardia. la confianza, la
824
Fundaci\363n Speiro
fe en vela constante. Solemos olvidar que hay más virtud en sa,berse
defender
que en atacar. como sostiene Santo
Tomás y no se cans6 de
insistir
entre 1nosotros Maeztu. Fe que, en cualquier wersi6n, no ignora
que si el hombre propone, Dios dispone
y ·más en esta época de Es
tados
demenciales.
Al menos nosotros, a
la sombra tutelar de inueStro rey· y santo pa
trono San
Fernando, mientras sintamos arder
esa fe, como en esta gra
tísima noche
de gozosa confraternidad, -sabremos siempre
que por
los
caminos
más inusitados
daremos en el mismo epicentro de la vida en
que confluyen un misterio
de libertad y uñ misterio de amor. Y esto
en
un
marco eminentemente
creador, como ha sido el de nuestro pueblo,
de los
más dotados artísticamente de la tierra, con la calidad de estrella
de nuestra aportaci6n
histórica, «Gracia en
gracia de Dios», de que
hablaba M enéndez
Pelayo, o
«Cristo de los
pueblos», como
con
un
sentido más bellamente
trágico
y también más actual. glosaba Maeztu.
Asi hemos de pensar y comparar en _ lo que
significaron ayer
los
reyes
de lá Cristiandad
cuando acertaban a llevar alas en -las plantas como
San Fernando, y en los obstáculos que encuentran hoy nuestros
gobier·
nos en lo
que ya puede llamarse el absurdo camino de espinas de Es
paña hacia
Euro-pa. Lo que ayer era la reserva moral del mundo hoy
se ha vuelto en otro tipo de reserva
y suspicacia ante el temor de una
especulaci6n
intolerable con el. sacrificio unilateral de nuestro pueblo,
de tal modo que lo que en los
momentos de
más
espkndor de
nuestra
historia era timbre de adelantado y de legítimo orgullo. hoy se revela
como la larga
y secuaz marcha de una nación astillada que no ve con
los ojos de la fe- y que cada
vez más
desconfiada y distraída lleva
ca.
mino
de
parecerse a aquel campesino vasco que se pas6 toda la mañana
buscando la
pipa cuando la tenía en la boca.
Seria negar la
e'iVidencia si JZo se
reconociese que hoy, tras la
de·
rrota
del catolicismo militante en la Península Ibérica
y también en
Hispanoamérica
-al fin
y al cabo la mitad· o más del catolicismo mun
dial-. se ha pretendido imponer en el mundo
político y
social el
de.,
crédito
como
consigna de
todo lo que hay
de. especial empeño en que se
vea como
catolicismo autoritario
o nacional catolicismo, cuandó no
cómó
oscurantismo
u opresl6n,
términos" ambiguos y tendenciosos con los que
se desvirtúan o se
ideologir.an los
ámbitos tan
fecundos de la «Ciudad
Cat6lica»,
en suma, de la fe, de lo más variado, alegre; llevadero
y di·
versificado
en su
pletórica densidad
ontol6gica que conoce la Historia.
Ahí están, tan cerca
el uno
dél otro, Alfonso
X el Sabio, que al
de·
cir
de Mariana, «contemplaba el cielo
y miraba las estrellas, más en el
entretanto
perdió la tierra
y el reino». Y su padre, San Fernando, muy
superior
a él como
Político y soldado. El destino no suele prodigar se·
guidos
dos genios iguales; pero la Historia
y singularmente la historia
de los reinos
cristianos cont6
siempre. de trecho en trecho, más allá
de graves limitaciones, contrariedades
y divisiones /raticidas -Seculares
y religiosas-con la fecundidad arrolladora de esa fe que, en última
instancia, está
en
monos del
Altísimo
y de su divino Hijo. Señor de la
Historia. Confiemos en ella. sobre todo en
estos. momentos,
cuando
Ul fe pa·
dece tantos corrimientos de acentos que producen alteraciones sismicas
so
capa
de accidentales, llámense catolicismo
sociol6gico, democracia
cristiana,
privatización liberal,
cristianos
para el socialismo, neutralismo
tecnocrático, teología antropoc~ntrica o
cualquier otra
formtl de indige.v-
825
Fundaci\363n Speiro
tión de libertades o de pueriles laicit.aeiones e identificaciones. Un autén
tico
renacer de la Ubertad en la fe de cara a la tan ansiada y espera
d~ renovación
nacional,
no se conseguirá
nunca desplazando la
fe -de
su_ acento o
centro más_ genuino
hacia otros
tangenciales, pero
ad¡eti-_
vados
de tal modo que
desubstancializa su sustantivid_ad más propia é
integradora. Una cultura tan inequívoca y entrañablemente signada como
la nuestra por
los valores cristianos
ha de vivir de su fe de siempre,
limpia del polvo y paja por grandes que
hayan sido
sus defectos,
limita
ciones
y caídas. Sobre todo en momentos como éstos de mayor abati
miento
y postración, entre el tiemvo que e.r «la paciencia de Dtos», como
dice
San
Agustfn, y la humildad que, al parecer unánime de los grandes
maestros de la espiritualidad de todas las épocas, nos avecina a la mag
nar,.imidad, porque
le deja
al cielo vfa libre para que él le guíe el cora
zón
y le conduzca, aunque sea por senderos inusitados o muy intrinca
dos,
a la meta
más justa,
a su blanco más nitido, reconfortante y en
salzador de
vida. Blanco que se compendia
en una
sola
palabTa: fe,
la
,verdadera y
católica_ fe de
Cristo, por
la que se ha de estar siempre
dispuesto a empeñar y,
si fuere preciso, dar la vida.
826
Fundaci\363n Speiro