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Número 225-226

Serie XXIII

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Discurso de Begoña García-Conde del Castillo [San Fernando 1984]

como español. Si vtvunos este ambiente derrotista es debido a
una falsa interpretación de
la religión, pero todo a nuestro alre­
dedor sigue siendo religión.
Terminó

sus palabras recordando
la idea principal de su dis­
curso, que es Dios el que lleva la iniciativa por caminos aparen­
temente extraños, pero para conseguir, de un modo
U otro,

los
fines que se
había propuesto.
Era

casi la una de la madrugada
y, lentamente, nos fuimos
despidiendo. En las mentes de todos los asistentes, por lo menos
así lo creo, quedó flotando una vaga comparación entre San Fer­
nando
y nuestros actuales gobernantes. Y una oración ...
Agustín Losada Pescador.
DISCURSO DE BEGO~A GARCIA-CONDE DEL CASTILLO
Queridos amigos:
Un año ~ 'nos hemos reunido para honrar a fl,Uestro Santo Pa­
trón, San Fernando. La Iglesia celebra hoy, 30 de mayo, la festividad
de lM Rey Santo que ded1'c6 su vida al servicio de una causa sagrada,
y
al que su triple faceta de conquistador, gobernante y santo, le llevó
en busca de una sociedad cristiana auténtica, de uln auténti"co Estado
Cristiano.
Momentos antes de venir a compartir esta cena de hermandad, he­
mos

estado juntos en· Misa-, hemos comulgado juntos, y juntos todoS,
cada uno ~ su intimidad, hemos pedido a San Fernando, a Nuestro
Señor Jesucristo y a Nuestra Santísima Madre por España. Por esta
España nuestra que contempla sin el más ligero atisbo de escalofrto, el
desmoronamiento
de
los principios morales con que se había construido
la civilización cristiana. Yo estoy segura que _a nuestra petición se han
$ido aquéllos que ahora echamo9 de menos por haber compartido ayer
con

nosotros
otras cenas
y que hoy están celebrando el día con el mis­
mísimo
San Fernando. A ellos, seguro, les "ha oido mejor que 'a nosotros.
Por eso

a ellos nos
con/i Pero

la celebración de la Festividad
no debe quedarse <:in meros sig­
rios exterµos. Es una ocasión --como algunas más que se . nos brindan a
lo largo del año--para volver a. considerar el norte de nuestra tarea, el
sentido de
· todo nuestro

quehacer diario: desde la labor
más ostentosa
hasta la actividad más i1nsignificante, desde el tiempo dedicado al es­
tudio profUndo de Ul.14 . deterniinada cuestión, hasta el ocupado en la
simple_ có1'Vet8tlción tdn un ·amigo.
Estamos

empeñados en hacer realidad la presencia de Dios en la
sociedad
y en la subOrdinaci&,i de ésta a su divina doctrina. Estam0'8
empeñados en la

-conquista espiritual del mundo, y para ello contamos
con
(as armas m_ás eficaces:

la
oraci6n, el

estudio y la
acción eficaz.
Ld. lglesi'a nos· propone Ir,, imitación de un Rey Santo, pues la re·
conquista

de
Sdn Fernando
fue la auténtica reconquista del Reinado
Fundaci\363n Speiro

Social ,.de Cristo.. Reconquista que hoy. siete siglos más tarde. reempren­
demos

nosotros, dedicando nuestra
vida, día a dta, los

sesenta
mbzutos
de coda ho~ a difundir la Y,erdad, que al fin y a la postre es la única
dock-/ina que libra al hombre de las ataduras que le impiden llegar a
Dios._
Y es -que, a medida que el hombre se va olvidan.do de Dios, se ·va
haciendo
más esclavo de las pasiones humanas, esclavo incluso del pro­
pio hombre. Ello
explica que
cuanto
más se o_lvida -un pueblo de Dios-,
más esclavo se hace de la represión políti"ca, de la tirania del más po­
deroso.
Y ¿por qué se olvida el hambre de Dios? La, respuesta no oculta
ningún misterio:

le resulta gratificante regodearse
en el satdnico «s,erdis
como dioses», y sustituye el «Dios ·_hizo al hombre» por el «hambre se
hace Dlos. Aparta. los ajos

de Dios
y los vuelve hacia sí, empieza a
quererse y acaba por adorarse. Se olvida del ord del Sumo Hacedor,
y se crea él misma su propio orden. Y, así, coma
bien
señaúzba Aparisi y Guijarro: «La justicia de Dios se susdtuye por
la voluntad del hambre que es muchas veces
pasión a
capricho».
El hdmbre moderno está preñado de escepticismo y de materlalismo.
Es pasivo de

espíritu, renuncia a
la profundlzación y acepta sin paliati­
vas la que lee a lo que oye, no importándole ni
cuando ni donde

lo
lee o la
oye. Está sumido t,n una anestesia que le permite conservar
en ilrada intfimo las funciones_ vitales, pero que le impide reaccioriar
contra

el
más mínima estímulo. Se comporta -como una aut~tica .com­
putadora
que sólo da
lar respuestas que previamente se le han intra·
ducido,
acorde cdn un

programa
tambi~ previamente establecid6.
Ante

este desolador
panorama; los

amigos de
la Ciudad Católica
asumen la
gravfsima tarea de la formación de élites. Elites que sepan
cuál
es el

justo
setntido del

ser del hombre, de
su origen y de su /ilh
de su significación en el mundo. Elites que posean una formación dac·
trinal seria y prafuda. Elites, en fin, que desde los cimientos naturales, ·
ca"nstruyan la saciedad cristiana que hemos perdido y que ahora que­
remos recuperar. Sabemos -porque
ast nas -lo enseñó Pio XII-que «de /.a forma
dada -a la sociedad, ·conforme o no a
las ley.es d~vtias, depende y se
insi'núa también el bien· o el n1.al en las almas, es decir. el que los hom.
bres, llamados todos a ser viviflcado-por la gracia de Jesucristo, e,n los
tranées del

_curso de la vida
terrena, respiren

el sana y vital aliento de
la verdad
y de la virtud moral o el bacilo morboso y muchas veces
mortal del error y de la depravación». Par
eso queremos una sociedad
donde se respete el Orden inscrita por
Días en

el mundo, porque cuan­
do se aétúa coino si se descattociera, _ o cuando se desconoce realmente,
sabrevitJne el

caos
y el. hambre se pierde en el fárrago de sus propias
ideas. Por ello, para restaurar

el tejido
social y politicó, para revitalizar· la
sociedad,
y_ hacer posible . la recuperación espiritual del hambre, es de
vital·
importancia el estudia· y la difusión de los principias esenciales e
inmutables

de la Doctrina Social
y del Derecho Público Cristiano.
Speiro, a través de sus publicacidnes, especialmente a través de Verbo,
ha .ida· creando un cuerpo de ideas,· de direcciones -políticas, sociales y
culturales. U na . doctrina, en definitiva,. acorde can la arma/µta del Orden
Natural.
·
Pera

de
nada n~ valdl'á recrearnOS en las

simples
formulaciones
teóricas

o en románticas declaraciones
de principios.
De·
nada 'nos valdrd
81'9
Fundaci\363n Speiro

convertirnos en bibliotecas ambulates. Debemos hacer u,n acto de vo­
luntad

para
pasar del

saber a la acción, pues es un
deber al que no po­
demos ni debemos permanecer a;enos.. A

ella estamos todos obligados.
cada quién, cuá,í-do. d6nde y cómo le dicte su recta conciencia. Acción
que

no será
eficaz sin Un estudio previo, ya que la idea debe preceder
al acto --operatio .sequitur esse--, y el pensamiento al hecho. En _este
estudio

y difusión de la Verdad, de
la única eerdadera doctrina, hemos
encontrado nuestra vocación.
Porque somos católicos,

porque tenemos fe en un
Unico Dios, Crea­
dor

y Señor del cielo y de la tierra, y porque
tenemos confianza en
Nuestra

Madre, la
Virgen Santísima a

la que cuidaba San Fernando
de
ll~var siempre en el arzón de su caballo

cada vez que emprendía
al­
guna de sus conquistas----. sabemos que nuestra tarea culminará con la
victoria. ,
Y pórque
ttNU!mos esperanza rw nos dejaremos ganar_ por el desalien­
to que nace del olvido, de
la única razón que debe presidir todo nues­
tro obrar: la Gloria de Dios, la. Salvación de las almas
y nuestra pro­
pia
satisfacción.
DISCURSO DE JUAN CARLOS GARCIA DE POLA VIEJA
Amigos de la Ciudad Católica:
El nombre
por el
que
ha querido defbiirse nuestro combate intelec­
tual
lleva, ya, implícito

en
las dns palabras que

lo conforman, todo lo
más nuclear

del
problema que
ha originado la crítica
situación de las
sociedades contempordn·eas, e

indirectamente forzado nuestra presencia
en la batalla trascendente de las ideas. «La Ciudad
Católica» ...
Con

la
asunci6n de

tal
título . hemos

querido
-creo--, poner en el
frontispicio

de este afán cultural -no con
bitenci6n de desafío, sino
como

testimonio obligado de un dogma social de valor universal-,
el
enUnciado breve de esa convicción inalterable por la-que creemos que,
puesto que
Dios existe ·no

como una
posibilidad· lejana sino

con la cer­
canta y potencia de quien es _EL SEROR, a él se deben todo poder y
toda gloria, tanto en el universo material como en el inaprensible.
El enunciado dC esa convicción por /.a que creemos que, habiéndo­
nos enseñado el mismo Dios la forma correcta de orar,
r,esponde a
la
verdadera naturaleza de las
cosas creadas el

que lo que
pedimos al
di­
_rijirnos a

nuestro Padre, lo apliquemos en nuestra vida
Nldividual y
colectiva. Y puesto que solicitamos por encargo del mismo· Dios que
SE HAGA SU VOLUNTAD ASI EN LA TIERRA COMO EN EL
CIELO, debemos poner en práctica su voluntad e,n todas las dimensiones
de

la
vlda, de l"9 cuales no puede de ninguM forma quedar excluida la
Ciudad,
·que no
es, -~n definitiva, otra cosa que la proyección del con­
junto

de
nuestr09 vidas
individuales.
O Dios es el Señor, o no lo es •.
Y puesto que -lo
creemos y lo sabemos-lo es, no hay raz6n hú­
mana ninguna
que

justifique-
__ -ef desprecio de su voluntad en las leyes
que arbitran el

funcionamieto de la Ciudad.
No
.hay raz6n humana ningulla que justifique ese desprecio hacia
la

,voluntad del Señor -que,
nos guste

o no, se
,ha convertido,

tras
lin
Fundaci\363n Speiro