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Número 227-228

Serie XXIII

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Cristianismo deshidratado

CRISTIANISMO DESHIDRATADO
POR
THOMAS MoLNAR
No sugiero que mi propia experiencia como profesor en el
Departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de Y ale
me haya proporcionado pruebas concluyentes sobre las convic­
ciones y sensibilidad religiosa de los mejores estudiantes en
nuestra mejor Universidad. Sin embargo, lo que
sí pienso es que
me proporcionó
valiows puntos

de vista desde dentro sobre la
cuestión general de «los estudiantes y la religión» hoy en día y
en este país. Especialmente si tenemos en cuenta que Y ale es
una institución de
élite, que la famosa Escuela de Teología se
encuentra
dentro de su
campus, y que el clima intelectual de esta
Universidad

dicta, en cierta medida,
la mentalidad y actitud de
muchos

otros
colleges de toda la nación. '
Uno

de mis primeros destinos en la
enseñanza en
este país,
allá por lós primeros años cincuenta, me llevó al Noroeste, donde
varios pequeños
colleges se enorgullecían de la tradici6n here­
dada de las universidades del Noroeste, Harvard y Y ale entre ellas.
Allí fue donde aprendí que la afiliación religiosa ya no sig­
nifica gran cosa, que supervivía principalmente
ell algunas cerC"
monias bastante superficiales, especialmente en
1a institución dé
la

«chapel»: una convocatoria semanal más o menos obligatoria,
en
la cual oradores invitados se referían, generalmente, a cual­
quier terna imaginable, excepto a la religión. El lugar de ésta _;,y
esto es más verdad hoy que hace· treinta años--ha sido ocupado
por

cierto vago humanitarismo,
cuyo credo se expresa
en la
cues,
tión,

igualmente vaga: «¿qué podernos
hacer nosotros, los

ame­
ricanos, para ayudar
a los demás?». (En aquellós tiempos yo
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Fundaci\363n Speiro

THOMAS MOLNAR
no era lo bas~te audaz para responder, como lo haría ahora:
«¡abstenerse de intervenir!»).
Mis observaciones sobre religión en el Noroeste y sus
colle­
ges me hizo comprender mejor el clima religioso de Y ale cuan­
do

empecé a
enseñar allí. Encontré en Yale lo que podríamos
llamar un cristianismo deshidratado que es el penúltimo ( ¿o úl­
timo?) estado de un completo y
semi oficial abando~o de la fe.
Y

a no es siquiera necesario invocar la autoridad de un Gibbons
o de un Spengler que en sus diferentes, pero concordantes,
estl­
los

describieron las fases de decadencia como la osificación de la
religión o, si ustedes quieren -puesto que ninguno
de los dos
escritores fue notorio adepto de la religión-, del
mito central
de una civilización. En un determinado momento de la vida de
una sociedad, lo trascendente se hace débil y confuso, los sím­
bolos que anteriormente señalaban su presencia y su poder se ven
descartados. En el vacío resultante el pueblo empieza a sentirse liberado de lo que ahora le aparece como una
fuerza opresiva
rodeada

por un ritual sin sentido. A partir de este punto las
cosas empiezan a acelerarse en dirección
· opuesta.

Una especie
de ira reprimida se manifiesta ante la mera mención de Dios, de
la fe, de la creación o de la providencia, aunque al mismo tiem·
po se extlende una ávida recepción de múltiples «espíritus del
mundo», teorías paganas, gurús orientales y dioses sustltutlvos
propuestos por las ideologías dominantes. Sucede hoy día lo
mis­
mo que aconteció en Roma ya en tiempo de Cicerón: éste nos
informa, recordémoslo, que cuando dos miembros· de
la clase
sacerdotal se

encontraban, se guiñaban el ojo mutuamente, y
pronto empezó la invasión de dioses orientales, Magna mater,
Isis, Astarté y demás:
En otros térmihos, lo · que presenciamos en una institución
académica tan de primer orden como Y ale parece ser un ejem­
plo

de una
fase recurtente
de civilización en decadencia. Esto
hace que
el observarla

resulte intrigante, porque en tiempos
crí­
ticos el pueblo manifiesta un tipo de actitud dubitativa que no aparece cuando instituciones fuertes respaldan sus
s/es y sus noe,.
En el ocaso de las instituciones -Estado, Iglesia, Familia, Es-
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Fundaci\363n Speiro

CRISTIANISMO DESHIDRATADO
cuela, Tribunales de Justicia- el pueblo muestra una acentuada
actitud de escepticismo, no porque sea dubitativo por naturaleza
o temperamento, sino porque la política más prodente es la de
no comprometerse. Cuando se
. trata

de un ambiente académico,
esto se presenta usualmente como el «pesar
los dos

lados de la
cuestión», conducta bien vista que realza el prestigio. En el caso del intelectual-profesor, esta conducta puede no ser
tan transparente, ya que
la política universitaria le ha enseñado
a ocultar tanto sus convicciones como su carencia de ellas.· Los
estudiantes, en cambio, se encuentran todavía en una edad más
inocente. Reflejan el no-compromiso del profesor con toda faci­
lidád; han aprendido, como los animales aprenden a mimetizar,
que una actitud
no comprometida es mucho más provechosa que
el entusiasmo natural. Este último recuerda al profesor su
pro­
pia

juventud cuando todavía no era político. Por consiguiente, el
estudiante aprende que es mejor «no enseñar sus cartas», sino
adoptar más bien el aire blasé y cansado del mundo, propio del
profesorado,
con objeto de navegar con seguridad a través de las
procelosas águas académicas. El resultado es que tratar con es­
tudiantes
--es decir,

enseñarles-, viene a ser la mejor manera
de ver por dentro las mentes de los profesores. Por supuesto,
no es que sea éste el vardadero objetivo; a pesar de los dictados del Zeitgeist, el verdadero objetivo es enseñar la verdad a los es­
tudiantes, cosa que éstos. agradecen inmensamente. Al estudian­
te le gusta saber que
no, se

encuentra ante un hombre precavi­
do y aburrido sentado en la cátedra, sino con alguien
entregado
a

buscar
y a captar la verdad; sólo entonces el espíritu interior
del
estudiante se moviliza: acompañará al profesor en sus ex­
ploraciones, comprobando su conocimiento y competencia como
pruebas de una vocación por la que él
-el estudiante- puede
llegar a
adquirir un

auténtico gusto.
Sólo se me permitió seleccionar a veinte de los treinta
y cua­
tro estudiantes que querían
. inscribirse

para mi curso-seminario
sobre la
·«tentación pagana». Muchos

candidatos indicaron sus
motivos para inscribirse en tarjetas que me fueron entregadas.
Algunas estaban bien escritas, hecho que, naturalmente, influyó
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Fundaci\363n Speiro

THOMAS MOLNAR
eri mi selección. de los que supuse mejores estudiantes. Otros
daban
r8"ones igualmente
buenas para ser incluidos: el curso
complementaría
la clase de estudios que habían iniciado. Otros
eran estudiantes
de religión y querían echar una ojeada «al otro
lado», al paganismo. Una tercera categoría admitía ingenuamente que se consideraban como «paganos»; en nuestra primera sesión
quedó claro que esperaban que yo los introdujera en prácticas
paganas: magia, encantamientos, doctrinas esotéricas (sólo uno
de. éstos

volvió tras
la primera clase).
Desde el

principio puse mis cartas sobre
la mesa: me pro­
ponía dos cosas; primero, situarlos en contacto con nuevos pun­
tos de vista y argumentos de por qué la civilización cristiana' se
debilita en
. ciertos

sectores
y por qué, entonces, el paganismo,
las ideas grecorromanas y también particularmente el hinduis­
mo penetran en las descuidadas defensas; segundo, demostrar que el estudio de
la religión y su sistematización en doctrina y
teología son disciplinas racionales articuladas, inseparables de la
filosofía, psicología, teorías cosmológicas; en otras palabras, del
resto del espectro del conocimiento. Ciertamente estábamos en
un departamento universitario
de estudios religiosos, por lo cual
resultaba natural que yo diese por supuesto que los estudiantes aceptaban
la religión como una disciplina de conocimiento. Pero
yo pretendía ir más
allá y mostrar que, lejos de resultar la cien­
cia Jo que influye sobre la religión ( con objeto de acabar
elimi­
nando tales cuentos y supersticiones infantiles), es la cosmovisión
religiosa, hasta en sus detalles doctrinales, lo que proporciona
el
contexto dentro del cual la ciencia se desarrolla o falla en su in­
terpretación de los fenómenos. No anuncié estos objetivos en simples palabras. Preferí ex­
plicarlos con precisión sólo al final del curso. Pero las cosas es­ taban claras desde
el principio para los estudiantes. ¿Qué clase
de estudiantes? Eran pre-graduados, aún no maleados por la arro­
gancia mini-profesional, por

la estrechez de la especialización y
por
la negativa a todo tipo de conocimiento general que tanto
perjudican a un verdadero estudioso.
Lo más importante es que
estaban ansiosos de aprender, pero al mismo tiempo nada
clise
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CRISTIANISMO DESHIDRATADO
puestos a abandonar sus posiciones mentales ya adoptadas, signo de resistencia que
el profesor debería aceptar siempre con satis­
facción,

como un signo de reflexión. Un punto
de vista
mante­
nido vigorosamente (pero no ciegamente) puede ser modificado,
mientras que la indiferencia, que frecuentemente es una forta­
leza fanáticamente defendida, no da motivos para moverse en
ninguna dirección; Naturalmente, existía una predisposición en
estos estudiantes a sentir curiosidad en
materias religiosas

y, al
mismo tiempo, a aceptar solamente la imagen socialmente con­ sagrada, más bien neutral, de la religión. Supuse que sus cur­
sos anteriores habrían sido de dos tipos: unos introductorios que
mirarían a la religión como un factor
bistórico-cuftural sin

pri­
vilegio alguno sobre otros factores, y otros más concentrados y
eruditos que introducirían a los estudiantes. en estudios especia­ lizados de historia de las religiones, pero sin conectarlos con
otras
disciplinas,

con lo que no someterían el material estudiado a un
arbitraje exterior. Sobre todo -y este
punto· es

esencial- en
nombre de la neutralidad
académica nadie

habría plenamente
Jan.
zado ante estos estudiantes la· pregunta: ¿es posible establecer la
superioridad de una religión sobre otra? En una palabra, sus
profesores habrían ignorado siempre la sabia sugerencia de
Aris­
tóteles

de que cada rama del conocimiento debe ser pesada en
una balanza especial; que la ética, por ejemplo, no puede ser
juzgada por medidas mecánicas, ni las matemáticas
pueden ser
«marxistas» o «burguesas», como nos enseñaba ·en la Universi­
dad de Btuselas un geómetra marxista.
Los estudiantes y yo chocamos de frente cuando establecí,
desde el principio, la distinción entre
religión -por lo cual yo
entendía las monoteístas: Cristianismo, Judaísmo e
Islam--,-' y
paganismo -por lo cual yo entendía todos los otros sistemas .
de

ética, de cosmovisiones panteísticas o de terapias psíquicas-.
Aquellos estudiantes
4Uf tendían a adoptar el «paganismo»
poseían

todavía suficiente tradición cultural monoteísta para
en:
frentárseme

cuando me negué a llamar religión al paganismo.
Querían que

defendiese al paganismo como una cosmovisión tan
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THOMAS MOLNAR
admirable y autosuficiente como la religión· monoteísta. Esta
manzana de

discordia permaneció basta el final.
La segunda dificultad procedió del hecho de que los estu­
diantes,
la ·mayoría procedentes de buenas escuelas preparatorias,
carecían de base, tanto en historia como en filosofía. Incluso los
más brillantes, que se habían comprometido en serias investiga­ ciones durante los varios cursos que habían recibido, mantenían
una casi invencible aversión a manejar la tabla cronológica, a
captar la enórme distancia temporal desde Platón a Plotino, a comprender que los períodos de civilización
no, están

bruscamen°
te divididos, a asimilar el hecho sorprendente de que en el Re­
nacimiento se desarrollaban todavía viejos métodos
de pensa­
miento, y a que la Iglesia, opuesta doctrinalmente a tantos de sus hijos docentes, los toleraba, sin embargo, permitiendo am­
plias posibilidades a la ciencia; y tantos otros ejemplos. En estos
casos podía yo, prácticamente, leer las biografías intelectuales de
mis alumnos, los cursos en los que habían sido más bien adoc­ trinados que instruidos, incluso el
milieu en que vivían. Ellos
habrían preferido netas dicotomías, por no decir la confirma­ ción de prejuicios semiatraigados. Necesité de toda mi habilidad
dialéctica para hacerlos retroceder desde la
idée re(Ue a las pre­
misas para animarles a confiar en
el razonamiento. Es éste un
mar de muy peligrosa navegación. La idea
aceptada sin
examen
es un puerto a cuya seguridad renunciamos con la mayor repug­
nancia.
Una aparente concordancia se produjo al principio, cuando
se persuadieron de que la verdadera dicotomía se da entre los
dioses que, por muy majestuosos o potentes que sean, forman
parte de un cosmos preexistente y el Dios-creador que lo formó
todo de la nada, que permanece fuera del universo,
lo vigila y lo
sostiene. Desde luego, la cristiandad propone un Dios así, pero
resulta duro extraer la inevitable conclusión de que este Dios
libre no fue obligado a crear y que la
creación, incluido

el hom­
bre, es contingente, y no
-ccimo gustaría

a nuestro
orgullo-­
necesaria.

Una gran parte del éxito de todas las ideologías mo­
derna estriba en su insistencia, en que, por más que el universo
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Fundaci\363n Speiro

CRJSTIANISMO DESHIDRATADO
sea producto de la casualidad, el hombre es autónomo ( evidente
contradicción) y produce su propia humanidad y sus propios «va­
lores». Lo que yo pretendía que mis alumnos aceptasen en este
punto es que existe literalmente un abismo entre
. decir
que
el universo es
eterno y

extrae de
. sus
entrañas, por así decirlo,
dioses y hombres, o decir que
el universo es resultado de un
Creador externo que, además, tiene en
su poder
el intervenir
en la historia e incluso asumir carne y sangre. Una especie de tregua confesional se estableció mediante la demostración de
que el viejo y el nuevo Testamento
se complementaban

y que
Y ahweh, el Dios antropomórfico, prefiguraba a Cristo,
el. Dios­
hombre. Sólo una única
girl pagana disintió en este punto.
Otro partido .de oposición de un solo miembro adoptó un
argumento tal
vez espontáneo

pero más probablemente producto
de libros de exégesis o de los proliferantes estudios de los mi­
tos. Todo en la vida de Cristo, argumentaba este brillante alum­
no, está prefigurado en varias mitologías: nacimiento de una vir­
gen, muerte violenta, resurrección. Esto es verdad, pero la uni­ versalidad del tema no contradice su historicidad y, además, per­
manece la diferencia de que en ninguno de los mitos existe
un
·contenido ético, un dios como fuente de la bondad, que favorece a los humildes, a los pobres de espíritu y a los que sufren. Hay
en
las mitologías

dioses de
luz contra
dioses de oscuridad, dio­
ses desmembrados y devoradQs por otros más poderosos, dioses
que luchan entre sí por el dominio sobre los hombres. Pero
sólo en la religión monoteísta se encuentra un Dios que recom­ pensa la fe y las buenas acciones, que dice que «a una buena ac­
ción realizada con el menor dd mis hijos,
Yb la miro

como
hecha a
Mí mismo».
Debido

a que el antiguo paganismo ha tenido muy
«buena
prensa»
desde

el Renacimiento y a que nadie se atreve realmen­
te a criticar a «los griegos», debido a sus espléndidas realizacio­
nes, el término pagano difícilmente implica nada peyorativo. Yo
·tuve que esperar hasta la tercera parte del curso, dedicado
· al
«neo
paganismo» de

tipo contemporáneo
para plantear el · per­
nicioso tema. Desde entonces, la
clase no

tuvo dificultades en
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Fundaci\363n Speiro

THOMAS MOLNAR
entender el paganismo a su manera, una vez que Nietzsche,
Spengler y Heidegger les fueron presentados, e igualmente los
«neo-politeístas» disfrazados de psicoterapeutas, hijos de Heideg­
ger y de Jung. Como contemperáneos de los acontecimientos y
del clima de los tiempos, los estudiantes podían apreciar plena­
mente la síntesis que se les presentaba. Las cosas empezaron a tener sentido cuando las modernas teorías cosmológicas se pre­
sentaron yuxtapuestas a las antiguas, o cuando se descubrieron
las extrañas afinidades entre la nueva visión de las partículas
subatómicas y el misticismo oriental y la epistemología budista.
Mis palabras de despedida sugerfan la esperanza de que, en el
futuro, estos hombres
y mujeres jóvenes observarían el paisaje
intelectual más

inteligentemente. Y que
serla más dif!cil enga­
ñarlos con fantasías o doctrinas supuestamente nuevas
.. Creo
que
estas esperanzas .no eran vanas.
¿Por qué atribuir tanta importancia a una sola clase en un
Departamento de Estudios Religiosos? Porque, en contra de la
creencia popular, nuestros tiempos
no son pluralistas ni ofrecen
muchas posiciones que compiten entre
~í. Por el contrario, no­
sotros

hemos presenciado
la formación de inmensos icebergs ell
el océano intelectual o, dicho de otro modo, Ínl1lensos bloques
ideológicos que entorpecen los frágiles
esfuerws de
la auténtica
curiosidad.
· A

pesar de los millares de ofertas académicas
---- ría
decir,

a causa de ellas- las mentes son incapaces de enfocar
la verdad de las cosas. Naturalmente, mi clase reflejaba esta si­
tuación: los estudiantes esperaban la adición de un fragmento
más a los muchos
y diversos que habían ido recogiendo de cur­
sos, conferencias, libros, periódicos, programas de televisión; de
eruditos
y de farsantes y de instituciones tanto más agresivas
cuanto más desintegradas. Por ejemplo, el último curso de ética
ofrecido por

la Escuela de Teología, en la primavera de 1984,
será
«La ética y la revolución en Africa del Sur». El nombre
del reverendo que la dictará debe ser cubierto por el velo de la
caridad.
De este modo, a los
estucµantes se

les enseñan ideologías con­
formistas bajo diversas etiquetas, sin que importe lo brillante
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CRISTIANISMO DESHIDRATADO
que sean estas etiquetas ni los nuevos que resulten sus medios
de propaganda. No ignoro que varios de mis alumnos se resisten a
t!Sta indoctrinación

académica, pero incluso ellos carecen de la
preparación necesaria para distinguir lo auténtico de lo falsifi­
cado. En resumen,
están dispuestos

a recibir una enseñanza or­
todoxa, pero les avergüenza admi tirio porque los slogans que
los asedian insisten en que deben ser abiertos, eclécticos y tole­
rantes. En los «estudios
religiosos,. esto

significa que lo más
te'
compensado es una especie de ecumenismo, de forma tal que la
«religión» sea

estudiada, mientras que la verdad religiosa quede
diplomáticamente fuera de la cuestión. Nadie aceptaría enseñar
biología en esta forma. El argumento usual es que la enseñanza ideal
debe queclitr
equidistante

de todas las autoproclamadas verdades, y que los
es,
rudios

consisten en análisis desapasionados. A esto sigue el fa­
moso mandamiento de «ausencia de valores» que está inscrito
invisiblemente en los rótulos de todas las universidades. Estoy
convencido de que la experiencia de todos, con profesores
«libres
de valores», es de dos Clases: o son muy ab~s o son muy
agresivos. Pero creo que los esrudiantes quieren oír a hombres
de convicciones, que no creen en «valores» sino en la realidad.
En cursos sobre religión lo primero que desearían sería averiguar
-aunque no necesariamente lo
admitall-'-si

sus padres y su
ambiente originario «tenían
razón» o

si, de acuerdo con sus sofis­
ticados profesores, han de descartar su anterior ortodoxia (lo
cual lleva consigo, habirualmente,
liceptar la nueva ortodoxia de
estos

profesores)
.. En este

conflicto interior de la mente y el alma
del esrudiante, los libros son de utilidad limitada. Les presentan
una tercera, cuarta o décima posibilidad. Y los sacerdotes. o
mi·
rustros
tienen

hoy
día opiniones tan diversas como los lib~s y
los
maestros.
Así, el

alumno inteligente se ve condenado
a vivir
en un vado espirirual. La religión le es enseñada como si fuera
sociología o literarura, mientras que la sociología y la política
le son enseñadas como una
religión. La

visión
de que la. teo­
logía
es la reina,
de las ciencias y de que la filosofía es Su ~sclava
(ancilla) es considerada como medieval y objeto de burla; sin
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THOMAS MOLNAR
embargo, aceptamos una ciencia política impregnada de ideolo­
gía que
ha ascendido al vértice de la pirámide académica, lo mis­
mo que aceptamos la función anciliar de otras disciplinas,
entre
ellas la literatura y el arte, todas ellas obligadas a servir a la
ideología reinante. El problema principal estriba en que, en nombre de la igual­
dad democrática de todas las ramas del saber, se le niega a la
religión su superioridad ordenadora sobre las demás. Como ya
hemos indicado,
el respeto por el conocimiento no impide la
formación de una jerarquía entre las disciplinas: ayer era la re­
ligión, hoy la ciencia política, mañana será otra
cosa, ·Como
los
mismos historiadores de la ciencia señalan, existe siempre una visión organizadora y ordenadora, exterior a las ciencias, que
presta sentido a todo el comportamiento científico. Esto es, por
supuesto, aún más verdad cuando se trata de las llamadas cien­
cias
human~,. como

lo era en el siglo
XIX cuando se trataba de
la Geisteswissenschaften, las ciencias del espíritu. Tomemos una
disciplina popular, como la
psicología, punto
favorito de reunión
de un número cada vez mayor de estudiantes, que ven en ella,
principalmente, una salida hacia carreras confortables
y remune­
rativas, embellecidas con el aura de «ayudar al prójimo». Antes
del siglo
xvm tal disciplina y tal nombre simplemente no exis­
tían o eran considerados como un epifenómeno de la fisiología.
Los
antecedentes
accesibles de la psicología en los siglos
re­
nacentistas fueron los múltiples manuales sobre cómo debían
los hombres comportarse en la corte real para tener éxito en lo
referente a la etiqueta, cortesanía y consejos a los príncipes.
The book of the Courtier (1528) es el modelo del genre .. Mucho
más atrás, a través de la Edad Media, las «vidas de santos»
cumplían una función similar. Establecían tipos y estereotipos para dibujar al hombre ideal, acorde con las exigencias de una
existencia más elevada. A
•su manera, la terapia intenta hoy día
hacer lo

mismo, aunque con ideales muy rebajados.
Los mismos cambios y transformaciones pueden señalarse en
la evoluci6n de todas las disciplinas. Sin embargo, las
doctrinas
religiosas

cambian poco ( véase el profundo estudio del Cardenal
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CRISTIANISMO DBSHIDRAT ADO
Newman sobre 1a cuestión en The Development of Christian
Doctrine) o no cambian, por mucho que varíen los estilos de
comportamiento y

lenguaje. Así pues, la religión representa una
forma compacta de verdad, e incluso el
desacuerdo con ella sirve
de brújula para un amplio espectro de pensamiento y acción.
Cuando esta influencia estabilizadora es eliminada de la
perspec­
tiva de los estudiantes, éstos buscan desesperadamente otros prin­
cipios ordenadores que no pueden cumplir esa finalidad a la que
nunca estuvieron destinados. La
«confusión» de

nuestros mejo­
res estudiantes
-el más corriente estado mental en nuestros
campus-no tiene más que esta raíz. Y la mayor parte de los
miembros de las facultades no hacen sino colaborar en esta ta­ rea -empezando por TV y los
media -,:le reali2ar con los es­
tudiantes la operación de extirparles todo compromiso con la
verdad. Esto es tanto más lamentable cuanto que gran número de es­
jos jóvenes poseen buenas mentes y podrían convertirse en di­ rectivos de la sociedad. Cabría argumentar -y los estudiantes lo
hacen así- que los graduados de Y ale están destinados,.
general­
mente, a tales posiciones: en el derecho, la investigación, el go­
bierno, los· negocios, las artes. Tal como están las cosas, lo que
ellos aportarán a estos puestos será, sobre todo, el conformismo
que se les ha imbuido. A lo
largo de su vida, la confusión inte­
lectual

podrá extenderse en sus mentes
y convertirse en indife­
rencia

moral.
De hecho pertenecen a la élite, pero la élite no
pertenece
a nada, como Santayana, agudo observador de los am­
bientes intelectuales
y de la vida pública, observó hace tres cuar­
tos de siglo. La vida en América es tal -escribió- que el en­
tusiasmo de los jóvenes por grandes hechos patrióticos es cana­
lizado hacia los negocios. Estas palabras siguen siendo exactas, a condición de que extendamos el sentido de la palabra
negocios
de forma que abarque el derecho, la dirección de empresas y la
burocracia. En cierto modo, pues, son los estudios una pérdida de tiem­
po. Que no se me interprete mal: mi alumnado en Y ale era bri­
llante. Algunas de las síntesis en una sola página qne yo les. pedía
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THOMAS MOLNAR
después de cada sesióu de dos horas eran maravillas de con=i­
tración

intelectual ( y las preguntas
añadidas en una segunda pá­
gina calaban tan profundamente en los temas que, a menudo, es­
cribí una página más para contestarlas). Cuaudo hablo de pérdi­
da de ·tiempo me refiero · a dos cosas: la base cultural y el curso
habitual de los estudios los
apartan a
menudo, y cada vez
más,
de

una vida mental
estructur~da por · una
jerarquía de realida­
des. En la sociedad industrial occidental, con su ideología cen­
trada en la producción, resulta fuerte la tentación
de mirar toda
otra empresa como frívola. La conversación en nuestra sociedad se
considera siempre como algo frívolo, a causa
del pudor puritano
ante las

cosas que carecen de una
finalidad práctica. La segunda
dificultad es el carácter fragmentario de los estudios que blo­ quea la aparición de un razonamiento común trascendente
· al ni­
vel de los negocios, de un universo cultural en el que la élite
se sienta en su casa. Cuando la gente culta e inteligentemente
vivaz llega al
mercado de
las ideas, desde sus distantes y diver­
gentes reductos, sus energías mentales se ven desgastadas y su
conversación se marchita en monólogos o insustancialidades.
Uno de los más altos logros
.de una

sociedad es el estableci­
miento de un lenguaje común entre los miembros de su
élite in­
telectual. (Esto sería aún más importante en la actualidad, cuan­
do los miembros de la
élite moral y espiritual -el clero-ha­
blan en lenguas diferentes y contradictorias). No soy el primero
en argüir que la presente estructura de la enseñanza, con su frag­
mentación
y plétora de posibilidades y su orientación a lo prác­
tico y a la moda última, bloquea la aparición de
tal élite y babe­
liza su lenguaje. Las mentes existen
y existe la curiosidad, pero
también ellas se hunden en
la confusión o el desuso por falta de
un principio ordenador que
reúna las diferentes posibilidades ya
desde el nivel escolar.
Tal como están las cosas, sólo nos queda esperar que los
mejores usarán en el futuro de sus facultades para
algo más
que la consecución de objetivos prácticos en su vida.
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