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Número 227-228

Serie XXIII

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Religión y cultura

¿Qué es?
RELIGION Y CULTURA
POR
NARCISO }UANOLA SOLER
Doctor en Filosofía.
C.tedrátioo
de I. B.
Profesor del U. N. E. D.
«La Rdigión cristiana no es hoy un deforme ¡¡usano,
que con el tiempo debe trocarse en pintada mariposa.
Permaneciendo la misma,
se adapta a la diversidad de las épocas
y produce variados efectos:
el mismo sol que alumbrando hórridas montañas
las puebla de robustas encinas,
brillaodo sobre climas apacibles
los embellece con vistosos frutales
y los recrea con delicados perfumes».
Jaime Balmes.
l. LA ESENCIA DE LA CULTURA.
La cultura es todo lo enriquecido por la actividad específica
del
hombre,
que es racional y libre. Por su propia naturaleza es
un bien común.
¿Qué hace?
El hombre, por medio de su actividad cultural, continúa y
amplía la obra de Dios. Unicamente por el espíritu del hombre,
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NARCISO ]UANOLA SOLER
el ser puede de-ve!larse y acrecentarse, es decir, puede llegar a
ser «cultura». Esta consiste en el enriquecimiento del ser de las
cosas
y del mismo ser humano mediaote la actividad espiritual.
Destinatario de la cultura.
Lt¡ cultura es la expresi6n encarnoáa del espíritu, la inten­
ci6n y el fin del esplritu. La cultura es el vehículo con que los
seres espirituales, las personas, son capaces de comunicarse
y
enriquecerse: El. hombre es el destinatario de la cultura. La cul­
tura reside en la adquisición de los hábitos de
la técnica y del
arte, de las virtudes morales e intelectuales, para que de este
modo se
· logre una

inclinación permanente para obrar o hacer
bien su propia actividad.
Pero la cultura rruide meior en el es­
píritu enriquecido.
;. Qué da sentido a la cultura?
S6/o las metas supremas tiltratemporales del espíritu humano
hacen cobrar sentido a la búsqueda finita de los bienes tempora­
les e históricos. Es decir, s6lo dichas metas
hacen cobrar seniido
a lq misma

cultura
y al mismo humanismo. Así, pues, la cultura
es una participación del Bien
infinito, históricamente realizada
en

el hiempo. Por ello,
en los cambios culturales, lo que perma­
nece
es el bien o el valor de la verdad,
bondad y belleza que en­
carnan.
La cultura esencial.
Hay, pues, una cultura esencial, una creacion humana de
bienes
y valores permanentes en las cosas y en el· propio hombre.
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RBLIGIQN Y CULTURA
Cultura y auxilio divino,
La misma cultura natural no es moralmente posible sin el
auxilio de

la gracia
y fuera del cristianismo es moralmente irrea­
lizable.
La verdadera cultura consiste en edificar un mundo mejor
en la verdad y en la justicia. Dicha cultura no haoe parecer la
fidelidad viva a la herencia de las tradiciones,
sino que se funda­
menta en ellas. El fenomenismo agnóstico aotual no es un efecto
necesario
de

la cultura contemporánea.
La cultura debe estar subordinada
a la perfección integral del ser humano. Ella
dimana inmediata­
mente de la naturaleza racional
y social del hombre.
II. CULTURA E IDEOLOGÍAS.
Los valores culturales sociales y los valores de la persona­
lidad individual se hallan relacionados indisolublemente, puesto que la naturaleza individual
y social del ser hwnano también son
inseparables.
La cultura es la expresión de la naturaleza humana y de su
conciencia ética, en relación con las exigencias de dicha natura­
leza. De
alú se deduce que existe una igualdad fundamental de
la esencia moral de 'las culturas.
La cultura es
el desenvolvimiento del hombre en virtud de
las disposiciones espirituales. Es el conjunto de
fuerzas confor­
madoras,

como la religión, las convicciones sociales,
.las institu­
ciones

jurídicas, los vínculos profesionales y de vecindad, los
ideales de una nación.
La cuestión social
es una

cuestión de cultura
y la ley natu­
ral es

la ley
cultural más

esencial. Por
'ello, los

valores cultura­
les auténticos tienen una
transparencia de

Dios
y la realidad
plena

de
· la

cultura
viene condicionada

por la vinculación de la
misma al orden de
los valores

morales, que son comunes
a todos
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NARCISO JUANOLA SOLER
los pueblos, como resultado de la unidad de la naturaleza ra­
cional del

hombre.
Creer en un progreso social
ininterrumpido, es

caer
· en
un
craso error: El
nihilismo de

la intelectualidad
y el materialismo,
incrustado

en
el espiritu tJ,e la masa, hacen imposible creer en
el dogma infalible del progreso.
La solución del problema cultural consiste en la creación
de unas estructuras
de
vida social que permitan que el hom­
bre
pueda ser

aquello que está determinado a ser en virtud de
su propia
naturaleza.
El hombre es, por natoraleza, un ser de cultora y de comu­
nidad. Un
mínimo de

moral
y de moralidad, socitilmente garan­
tizada, es

el primer fundamento de toda cultura. A
travfs de
la
familia, alimento

vital
de toda cultura, el hombre hunde sus
ralees

en el substrato tradicional de la
cultura. La familia es,
pues, la célula moral
y cultural -por excelencia.
La

cultura ha de referirse al ennoblecimiento del ser hu­
mano en su integridad.
La sociedad tiene la misi6n de recrear
culturalmente al hombre. El acto cultural debe tener su fuente
en
la inteligencia.
Una cultura es perfecta si sus
realizaciones repercuten en

la
vida
y la dlevan intelectual y moralmente. Si la técnica mira a
lo útil, instrumenta/izando la realidad, la cultura respeta dicha
realidad, accediendo a ella por
modo de la contemplación.
La llamada «cultora general», vagamente educa el carácter y
la
inteligencia. Hoy en día, como lo era para los modernos,
el
principio del saber es el poder. Pero la libertad cultoral se basa
en el trascender
la utilidad inmanente, en el apartar la mirada
de todo aquello que tiene
significaci6n práctica. Así pnes,

cuando
el saber se pierde,
convirtiéndose en

un instrumento
aj~o a
la
teoreticidad,
· se

corrompe
la cultura. La cultura tiene que estar
informada
por. el acto filos6fico, que se cumple en la teoría y
sólo así

constituye un saber del ser humano libre
y que se sabe
libre. La libertad
cultoral se

pierde cuando se pierde
el carácter
filosófico

de la cultura,
cuando se

transforma en un saber puesto
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RELIGION Y CULTURA
al servicio de un sistema de poder ajeno a su valor te6rico,
cuando renuncia a la tarea de trascender el mundo de
la praxis,
cuando

se convierte en «ideología». Así,
la eclosión moderna
de las «ideologías» tiene su origen en el deslizamiento de
la
verdad desde la inteligencia a la voluntad ( voluntarismo irracio­
nal). El error será lo no coincidente con lo que el deseo quiere.
En la «ideología», el deseo de querer es el deseo de poder
y éste la esencia de dicho poder, que pone las condiciones para
conservarse

(la verdad ideológica). El fundamento de la «ideo­
logía» es, de este modo, el deseo de
poder, que impera sobre
los fines
culturales, eliminándolos

en cuanto fines teoréticos o
intelectuales.
La conquista técnico-científica no hace más que
acrecentar
la
soberanía del deseo cle poder, todo lo cual incre­
menta, a su vez,
la falta de sentido y la ocultación de lo real.
La «ideología» es
incapaz de

una
funclamentación pensante;
no
la tolera. De ahí que no pueda ser refutada. La «ideología»
nada tiene que ver con la verdad, es carente de verdad. La «ideo­ logía» no es más que una condición de eficacia impuesta por el
poder.
III. METAFÍSICA DE LA CULTURA.
La metafísica es la búsqueda del principio y del fin último
de lo que es en tanto en cuanto es,
la búsqueda del fundamento
absoluto o del sentido radical del ser, de todo ser. Hay, pues,
un problema metafísico de la cultura:
La cultura es obra del ser
humano
y el hombre no entiende su significado profundo mien­
tras no capta su inteligibilidad metafísica, es decir, mientras no
soluciona el problema de su verdad como hombre. La cultura por la cultura es «culturalismo», superstición e
idolatría, mito y no realidad, hecho
y no valor.
Si el hombre se toma a sí mismo como principio y fin últi­
mo, se absolutiza y se diviniza algo finito, o lo que es lo mismo,
se le niega en su ser propio. Ello implica suprimir el problema
metafísico y la reducción del ser humano, en contra
del orden
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NARCISO JUANOLA SOLER
del pensamiento y de la naturaleza humana, a su destino con­
tingente-histórico: El mito del super-hombre. De esta manera, toda cultura se considera autónoma, incondicionada y absoluta,
negando a las demás. La superstición de la cultura conduce al fanatismo de
la
misma, a la incomunicabilidad. Absolutizar alguna realidad con­
tingente es crear un
:lietiche, un
primitivismo refinado
y sutil,
sofisticado, que siempre ha estado en la base de toda forma de
inmanentismo.
Hay que indagar sobre la verdad de la verdad de la cultu­
ra.
La solución nos viene dada a partir de la verdad acerca del
hombre. Y
la verdad de la historia humana trasciende a la his­
toria: Esta, obra del hombre, tiene su sentido último más
allá
de la historia, en el orden eterno que la funda y gula y que ella,
imperfectamente, reproduce para que el hombre, a su través, rea­
lice
su destino
supratemporal.
A la cultura, pues; le es necesaria una norma interior, cons·
titutiva de su estructura, que marque su sentido y ditección
(teología de la cultura). Y si la vida es privada de su norma, también se encuentra así la cultura. La cultura, en definitiva,
se sustancia con la inteligibilidad metafísica del hombre. Al per­
derse hoy en día el sentido de la trascendencia y la conciencia
religiosa natural
y sobrenatural, se ha conquistado el sin-sentido
de
la inmanencia y, de este modo, el hombre se ha encerrado en
la finitud de la experiencia utilitaria y pragmática, hedonista,
acabando por renunciar a la metafísica, es decir, a la
razón que
le

define. En el fondo,
también se ha quedado sin la fe en la
inmanencia.
La crisis actual del hombre es crisis y fracaso de las formas
culturales inmanentistas. Sólo una cultura cristiana es verdadera
cultura. Si hoy Europa subsiste es gracias a los conceptos me­
tafísicos que el cristianismo puso en la cultura occidental, con­
ceptos como «persona», «libertad», «amor», «caridad», etc. A
pesar del laicismo
imperante, todavía

se
vive de
la impronta
cristiana (Jerusalén), de la
razón (Atenas)

y del derecho (Roma).
La cultura debe expresar la verdad del hombre, de lo con-
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REUGION Y CULTURA
trario ·es un remedo de cultura. Por ello siempre será conforme
a la verdad cristiana.
La cultura, cargada de los valores humano-­
naturales,

que por ello son cristianos, debe informar al mundo:
Esta es su finalidad social, la expresión de la integralidad
del
ser humano.
IV. TEOLOGÍA DE LA CULTURA.
La crisis de la cultura es crisis de la trascendencia. La crisis
de la cultura es el aspecto aparente de la crisis de los
funda­
mentos metafísicos. La crisis de la cultura es el fondo de las
filosofías de la inmanencia, únicamente preocupadas en justificar
· la

realidad física
y la realidad humana sin recurrir a la trascen­
dencia, fundando este mundo sobre sí mismo
y presentándose,
a la vez, como la «nueva» metafísica.
La única realidad que hoy se considera es la realidad histó­
rica, que se identifica con la realidad política o económica, en
cualquier caso con un valor puramente humano, mundano,
terre­
no,

laico, arreligioso; con un valor finito y relativo que, de este
modo, viene absolutizado.
La crisis de la cultura es las crisis
del fundamento, de un fundamento absoluto del pensamiento.
Una de las consecuencias de las culturas inmanentistas es
la incomprensión
y la falta de respeto que hay entre ellas. En
efecto, negada una verdad absoluta y trascendente, negada una
verdad objetiva, no es posible evitar
el subjetivismo de la ver­
dad. El relativismo subjetivista, ya sea entendido empírica o
idealísticamente, no pierde su
esenci,rl inmanentismo: Siempre
consiste

en una absolutización ficticia
y arbitraria de algo rela­
tivo.

De
ahí la pretensión de cada postura de identificarse con
Ia verdad

absoluta y la transformación del respeto en
fanatismo
intolerante.

Ello engendra
la incompatibilidad de las distintas
culturas, su no cooperación y su ·falta de mutuo respeto. Es
im­
posible acercarlas entre sí, ya que falta cl fundamento común
de una verdad real
y objetiva que las haría fructíferas.
Cuando se niega la existencia de una verdad absoluta, cuan-
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NARCISO ]UANOLA SOLÉR
do se niega la verdad trascendente, se cae en un dogmatismo
absoluto, o bien en un absoluto escepticismo (problematicismo ).
Entonces, ya no hay posibilidad de entenderse, ya que falta un
punto de referencia independiente de nosotros mismos:
Ya. no
puede haber ni respeto ni
tolerancia. En el fondo, todo estriba
en ser o no humildes ante la verdad, ser o no amantes y
obedien­
tes

ante
ella.
Hay un acto de moralidad radical, metafísico: El reconoci­
miento de la trascendencia teológica. La moralidad de la
cultura,
pues,

es
el reconocimiento metafísico (teorético) de dicha tras­
cendencia, la honestidad cultural por
excelencia.
La cultúra es el fruto de la libertad espiritual. En este sen­
tido, el progreso de la· cultura es un progreso moral o no es tal.
La «incultura» de las culturas inmanentistas, obnubiladas por
la praxis· y la utilidad, violeotan el fin del ser humano en un
angosto
espacio de

terreno y en
el breve

tiempo histórico, desna­
turalizando así su aspiración fundamental, real y natural.
De
esta manera se niega el fundamento de la libertad, que es autén­
tica en el reconocimiento de sus propios
límites, o
sea, en el
re­
conocimiento de la trascendencia que la funda y garantiza.
No hay verdadera cultura donde todo está limitado al tiempo
y a la historia. La condición de la cultura es, todavía, la acep­
tación de la concepción dualista
de la realidad Dios-mundo. La
cultura «moderna» ha tratado de abolir lo ultratemporal y meta­
histórico y
ha señalado con esto la decadencia de la cultura
occidental,

que ha venido a ser culturalismo subjetivista,
caótico
e infecundo.
El Occidente moderno se muestra satisfecho
de la sola
cultura
y resuelve la esencia de la vida espiritual en la historia.
Pero la cultura es, en verdad,
el camino a través del cual el
hombre ha de conquistar el fin ultraterreno, purificarse y resca­
tar la actividad mundana del espíritu, o bien perderse. Así,
el
Occidente se halla descontento, histérico, decadente y paradóji­
co: le ha quedado un simbolismo de
la cultura, sin una verdade­
ra cultura real, ontológica, metafísica; teológica. La cultura ac­ tual está en la zona mediocre de todo
lo que se halla desengan-·
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REUGION Y CULTURA
chado de lo eterno. El Occidente ha querido resolver lo eterno
en el tiempo, el ser en
.el devenir, la trascendencia en la inma­
nencia, lo metahistórico en lo histórico: el Occidente se ha vuel­
to occidentalismo.
La cultura actual, al do admitir la dualidad Dios-hombre,
ha negado a ambos y ha incidido en un monismo ateo e inhuma­
no. Sólo la consideración de las dos realidades, debidamente
je­
rarquizadas, ni opuestas ni separadas, sino orientando la una a
la
otra, pueden
salvar la cultura de Occidente.
La estructura auténtica, la filosofía esencial de la cultura de
Occidente es dualística. Grecia, Roma
y Jerusalén son los tres
elementos constitutivos de dicha civilización. Alemania es la tie­
rra del monismo
y del panteísmo y, en este sentido, no es preci­
samente

una forma de
civilización occidental.
Hoy

en
día, ya perdida la confianza en la absolute:. de los
valores humanos, cosa que era inevitable una
ve:, negada la con­
cepción dualista de la metafísica clásica, y sin reconquistar la
certe:.a de la existencia del Absoluto trascendente, se ha perdi­
de toda confianza y se
ha concluido proclamando la no existen­
cia de valores, ya que no existe un fundamento absoluto de los
mismos. Es el mismo concepto de persona humana el que se ha
perdido. El inmanentismo es, pues, la amenaza más grave,
la muerte
de
la civilización occidental. Sólo se puede superar la crisis me­
diante
la restauración de la metafísica dualista o · de la trascen­
dencia.
V.
IGLESIA Y MUNDO MODERNO.
A raíz del racionalismo y del empirismo, la filosofía, la cien­
cia,
la política y el derecho son considerados como investigacio­
nes autónomas, separadas de
la religión. El punto culminante
fue alcanzado con el iluminismo del setecientos. Ello señala el
comienzo de
la crisis europea, el regnum hominis, el laicismo ra­
cionalista
y materialista. El alma inspiradora y fecundadora de
la civilización ya no es el catolicismo.
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' Asimilar el catolicismo al mundo moderno es el intento del
laicismo. El catolicismo, permaneciendo firme en su núcleo, pue­
de (
y lo hace) expresar aquellos ideales del mundo moderno que
pertenecen a exigencias
na.torales del
ser humano, tales como la
exigencia de atenerse
a lo

concreto y a los descubrimientos de las
ciencias. Pero el mundo moderno debe despojarse de sus
pre,.
juicios

anticonfesionales.
Se trata, pues, de volver a
unir lo que ha sido separado, de
componer un divorcio nefasto, no de exacerbar un conflicto o una indiferencia. Para ello hay que distinguir entre «catolicis­
mo
civil» y

«civilización
católica». Un

catolicismo civil empe­
queñece la función de la Iglesia, hasta
el punto de identificarla o
mezclarla en asuntos estrictamente pol1ticos, es decir, instrumen­
talizándola, adaptándola a la civilización moderna, resolviéndola en ella, disolviéndola, ajena ya a las preocupaciones religiosas,
mundanizándose y negando su origen y
finalidad ·sobrenarurales.
La tarea de la Iglesia es reconquistar el curso de la civili­
zación y volver a ser su motivo inspirador y directivo. El
pro­
blema

verdadero es
el de la mundanidad bien entendida, esto
es, cristiana: luchar en
el mundo con espíritu cristiano, fuerte,
seguro y ortodoxo en lo esencial. Este es el surco fecundante
de la tradición que constituye, no un peso que
hay que atrastrar,
sino

un muelle que
impuha el avance, el conservar innovando.
La libertad, la justicia,
la sociabilidad, la democracia, el pen­
samiento, la historia, etc., son concebidos por
el mundo moderno
y contemporáneo de una manera que la Iglesia no puede acep­
tar. Pero no se trata sólo de condenar y rechazar, o peor, con­
denar el aspecto teórico y buscar el compromiso en lo práctico:
se trata de atraer los auténticos valores de
la modernidad al
surco del cristianismo,
. a

fin de que fructifiquen con
y para él,
pero no contra él. El gran problema consiste en
ha= fructificar
la tradición, en demostrar que no es toda conservadurismo, sino
revolución perenne, desplegamiento cotinuo de la verdad, que
es una e idéntica, pero inagotable en su unidad e identidad.
Las personas que han sucumbido a los cantos de sirena del
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RELIGION Y CULTURA
laicismo moderno seguramente han sido buenos cristianos, pero
no cristianos buenos: creían, pero no tenían fe. Es indispensable hoy día, para que
exista una

civilización
católica, que
el pensamiento católico tradicional se torne intrín­
seco en nosotros y nos hagamos intrínsecos a
él. No se trata de
adaptarlo a las contingencias,
ni a los intereses, ni a los gustos.
Sin ello, la civilización moderna
está condenada

a la esterilidad
y a la destrucción de si misma.
Para
lo~ católicos

es injustificable un divorcio entre Iglesia
y civilización. La Iglesia no es, como dice el laicismo, un grave
y persistente obstáculo
para el avance de

la civilización. Hay
que
decir con toda energía que una cosa es obstinarse en salvar
lo viejo y otra muy distinta defender intransigentemente
lo eter·
no: a esto no podemos renunciar. La verdad de la Iglesia, pre­
cisamente

por ser verdad, ofrece la real posibilidad de satisfa­
cer todas las exigencias de la humanidad, es decir, de formar e
informar la
civilización actual.

Es más, sólo el catolicismo ha
efectuado y efectúa una civilización auténtica, basada en el «ca­
pital del espíritu».
Desde el Renacimiento hasta hoy día, el laicismo ha roto la
unidad de la fe y la razón,
ha celebrado la autonomía de ésta
respecto de aquélla. Pronto esa autonomía se convirtió en con­ traposición y ésta en ocupación del lugar que antes habitaba
la fe. En otras palabras, el hombre, primeramente, se despren­
dió de Dios, luego se puso contra Dios
y, finalmente,

se colocó
en su lugar.
La Iglesia conservó y conserva el mensaje de Cristo, así
como

las verdades racionales naturales. A la famosa frase de
Pitágoras: «el hombre es la medida de todas las
cosas», opuso
la

verdad de que «Dios es la medida de todas las cosas, incluso
del hombre». La civilización moderna, al rechazar la Revelación
y al hacer a la razón la generadora . de la verdad, constituye la
civilización del hombre-Dios, antítesis de la civilización cristiana
del Dios-hombre: desde este punto de vista es la civilización
del anti-Cristo: su inmanentismo es el elemento esencial que la
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NARCISO JUANOLA SOLER
hace anticristiana. Así, pues, desde esta perspectiva no cabe eon­
ciliación alguna entre
la Iglesia y la civilización moderna.
Toda exigencia verdaderamente fundada, esto es, que res­
ponda a
la verdadera naturaleza humana, no puede menos que
hallar acogimiento en la Iglesia. Una doctrina que satisfaga tal
exigencia no puede estar en oposición con las enseñanzas dogmá­
ticas, filosóficas, morales y sociales de
la Iglesia. Hay, pues,
siempre, una verdad «católica», es decir, universalmente verda­
dera que, como en verdad es un avance de
la civilización y eomo
«católica» es un entiquecimiento
· de

la verdadera civilización
católica. Si una exigencia natural del hombre se declara satisfecha por
una doctrina contraria a la Iglesia, estamos seguros de
que· ello
es

imposible
y obligados o demostrar ( aspecto negativo) que tal
doctrina es errónea y que, por
lo tanto, no satisface tal exigen­
cia; y a demostrar (aspecto positivo) que tal exigencia queda ple­
namente

satisfecha por la verdad de la Iglesia,
sin las eonse­
cuencias negativas que
la presunta verdad acarreaba según la ló­
gica de] error. Aquí, el progreso de la civilización católica tam­
bién es doble: por un lado, se demuestra el error de una doc­ trina que se tenía por verdadera; por
otro lado,

se adquiere,
sobre la
· enseñanza

de la Iglesia,
la verdad que la nueva exigen­
cia
ha provocado.
La exigencia de lo concreto que está en
el· fondo
del
mate­
rialismo

y del positivismo,
¿es contraria
al mensaje de la Igle­
sia? No, pero cuando. se pasa a la
afirmación de

que todo es
material, o que todo es un hecho de experiencia sensible, o que
un determinismo causal regula indefectiblemente todos los fenó­
menos físicos y psíquicos, que el espíritu es una manifestación
de
la materia, que la libertad no . es sino una manifestación de
la espontaneidad mecánica, que no existe una génesis espiritual de lo
real ni una racionalidad ordenadora, que no hay ninguna
finalidad ni en el hombre ni en las cosas, entonces la Iglesia
está en contra, ya que todas estas negociaciones no son necesa­
rias para salvar las exigencias de lo concreto.
Lo mismo ocurre con la ciencia. Si ésta cree resolv~r todos
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RELIGION Y CULTURA
los problemas, si se arroga el derecho de substituir o abolir a
la metafísica, olvida que debe estar subordinada a los fines es­
pirituales

del hombre y, entonces,
la Iglesia debe combatir se­
mejante

usurpación
y arbitrariedad en. favor de una ciencia
auténtica.
La Iglesia, pues, al rechazar el ídolo de la ciencia, su
endiosamiento, es garantía del progreso científico.
La Iglesia, al rechazar la disolución del concepto de Dios
en una divinidad itnpersonal, lejana, puro ente de razón; la Igle­
sia, al negar
la identificación de Dios con el mundo ( el panteís­
mo) reivindica la personalidad propia de Dios y la nuestra. Tam­
bién, pues, contra el panteísmo la Iglesia defiende la civilización.
La Iglesia ha defendido la civilización contra aquelJas
filo­
sofías inmanentistas que, en su decaída arrogancia, se presenta­
ban como la panacea de todos los adelantos. Cuando el inma­
nentismo
va más
allá del hecho humano de experiencia y se
deifica, identificando a Dios con
la historia, negando la legiti­
midad de la metafísica, entonces se contrapone a las
exigencias
naturales

verdaderas que la Iglesia defiende. La Iglesia, que
puede aceptar la nueva ciencia de la historia, se ve obligada a rehusar el inmanentismo en defensa de
la misma persona huma­
na y en nombre de una historia que halla sus últimas razones en principios de orden metafísico y hasta teológico, principios
únicos que permiten explicarla y fundarla.
1.a. civilización

moderna no ha liberado al cristianismo de
todo
lo «mitológico» y «primitivo». De ser así, resultaría que
ese cristianismo «mejor» sería un cristianismo sin trascendencia
divina, sin Revelación, etc., y se fundarla en una religión mera­
mente laica y racional del hombre autosuficiente y
h'bre en
el
uso incondicionado de su divina razón
y voluntad. La Iglesia no
es la

conservadora de un cristianismo fosilizado y muerto,
co­
rrompido por la institución eclesiástica. Es muy urgente resti­
tuir las cosas a su sitio, haciendo constar que, desprendidos de
la enseñanza del Magisterio, el cristianismo se corrompe necesa­
riamente, pues queda fuera de su
legltitna y

divina fuente eter­
na,
tornándose fluido,

problemático, interpretable de las mane­
ras más diversas, dispares
y contradictorias, . convirtiéndose en
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un sistema de filosofía o en un conjunto de normas prácticas · o
en
un mero orden de moralidad, o sea, en un cristianismo que
ya no puede reconocerse como tal.
Hoy
día, la Iglesia, en nombre de la verdadera civilización
y de la sana cultura cristiana, lucha contra el anticristianismo ac­
tual, al que le quedan dos soluciones: o bien que se arrepienta,
o bien que se ahorque. La
trágica civilizaci6n laicista no es más
que

una parodia
y una ruinosa involución. Su adbesi6n a un
cristianismo social

sin Dios, sin Cristo y sin la Iglesia, niega
todo contenido y todo
significado al ctisrianismo, el cual es ta­
chado de
«arqueológico» y

«conservador».
De ahí el auge de un
cristianismo genérico, sin dogmas y sin Iglesia, según el viejo
mito racionalista de la
religión naturalista,

fuera
y en contra del
catolicismo confesional ( el
deísmo). El camino de
este
deísmo
es

llegar desde el
ateísmo individual,

úpico
de la cultura del pa­
sado, al ate!smo colectivo.
El responsable directo de la descristianización de
la sociedad
Y. de la cultura es el inmanentismo: de
él derivan el panlogismo,
el

historicismo, el relativismo, la deificación del ser humano, la
autonom!a de
la voluntad, el activismo, el vitalismo, la exalta­
ción de
la voluntad de poder y hasta el materialismo. La conse­
cuencia

es que el hombre, desprendido de toda dependencia de
Dios, decae por debajo del hombre. El desvincularse
de Dios es
una
caída del

esp!ritu a
la materia. El verdadero humanismo· no
puede ser más que cristiano: no es una renuncia a la vida, sino
un enriquecimiento de la misma, el perfeccionamiento espiritual
de la

naturaleza
humana en
cuanto elevación a lo sobrenatural.
Si
privJIIDOs a

la civilización del cristianismo, la habremos
privado
de la esencia por la cual es civilización. La «religión»
de la libertad lo es de una libertad hecha ídolo o fetiche. En
verdad el hombre, sin Dios, no sabe
d6nde tiene

sus raíces: des­
prendido del cielo, las busca en el subsuelo
de la materia o se
acomoda a un escepticismo nefasto. Es
la Iglesia la que, en
nombre
de la civilización y de la salvaci6n de la naturaleza hu­
mana, restituye el hombre a Dios y restituye su dignidad de
creatura espiritual, señalándole,
además, la Revelación.
1010
'
Fundaci\363n Speiro

REUGION Y CULTURA
La Iglesia enseña que hay deberes de justicia y caridad, que
hay
instituciones sociales
que hay que salvaguardar y que obligan
ante Dios, que la humana perfectabilidad trasciende a la esfera
de lo sobrenatural. La Iglesia no sólo es caridad, sino también
verdad: es caridad cristiana en cuanto, primero, es verdad. Debe­
mos defender las posiciones de la Iglesia porque vale la pena
defenderlas, para ·que la civilizacióen laica no nos arrastre. El lai­ cismo no ha sábido
dar nada mejor de lo que ha dado la Iglesia
y lo que ha dado contra ella se derrumba.
La civilización mo­
derna no ha superado a la Iglesia, sino que la ha descuidado y
como la ha descuidado no la conoce. La antítesis no se encuen­ tra entre la Iglesia y la civilización moderna, sino entre aqué­
lla y

todo lo que hay de anticivilización en ésta. El alejamiento
de la Iglesia no ha sido un progreso del hombre, ni está justifi­
cado por ninguna razón valedera y positiva: ello mismo
ha sido
una prueba apologética de la verdad eterna del
cristiani~mo. Nin­
gún

problema ha sido jamás ignorado por la Iglesia, ni lo es
hoy. Todos pueden hallar sn solución, la solución verdadera, en una civilización cristiano-católica. La misma idea de hombre
no es
jamás la que piensan los hombres, sino la que Dios ha
pensado desde la eternidad. La Iglesia no condena el mundo, sino
la mundanidad. No
prohíbe el aprecio de los bienes, sino el apego a ellos (la ido­
latría); no niega el pensamiento, sino aquel que confunde la li­
bertad de investigación con la arbitrariedad de negar la verdad o
de ponerse como verdad absoluta. El cristianismo no está en
contra de los valores de la civilización moderna, sino en contra
de su idolatrización o superstición.
Sin embargo, la
cultura actual va

más allá, ya que
ni trata
de superar lo absurdo del dogma de la problematicidad de todo,
A ello se añade un sentido trágico de la existencia humana. Sólo
la Iglesia puede enseñar hoy día a los hombres el camino que
puede sanar a nuestra civilización enferma.
Es necesario que los
«conservadores» combatan a
ultranza para conservar a
toda costa
lo que debe ser conservado. Hay cosas que no pueden progresar
porque son eternas y siempre verdaderas.
La civilización futura
iOll
Fundaci\363n Speiro

NARCISO JUANOLA SOLER
será cristiana o no será. La neutralidad en las cuestiones esen­
ciales, en las .decisiones que afectan a la esencia de la misma vida
espiritual es siempre una traición. Es necesario resistir, pero
más que todo, es imprescindible conquistar, orientar, informar a
esta época nuestra para que el mundo de mañana sea cristiano.
Hay que conquistar el derecho a no pertenecer
al número de los
«tolerados» y ser
el rostro de la vida social.
Anticlericalismó y anticatolicismo son frutos del inmanentis­
mo y del racionalismo modernos.
El laicismo es una concepción de la vida mundana que en­
seña a vivir como si Dios no existiera, que dice que Cristo es
sólo hombre y que la Iglesia no es de origen divino. Este lai­
cismo, no sólo es anticlerical, sino también ateo, anticristiano y
anticatólico.
El clericalismo no es un principio o categoría
religiosa, sino
sólo

una categoría política.
La Iglesia no puede ignorar las contingencias político-socia­
les,

no puede hacerse extraña a
la historia, que es la de sus hijos.
La Iglesia puede ignorar
el peligro
de ciertas doctrinas, no puede
dejar que el Estado obre negando su independencia y misión. El clericalismo es el actuar una política
parcial, mezclarse

en
los acontecimientos políticos partidistas, servirse de
la acción de
apostolado para hacer una política militante. Los católicos deben
ir contra este clericalismo auténtico, pero sin caer en el anticleri­
calismo laicista, ya que, entonces, incurtirían también en lo po­
lítico.
No es lícito pretender que la Iglesia se haga
extrafia a

la
vida, ni reaccionar frente al clericalismo con intolerancia: siem­
pre es necesario evitar el salto del anticlericalismo
al anticatoli­
cismo sólo porque en la práctica se den injerencias que debe­
rían ser evitadas. El «paso» se da del clericalismo al anticlerica­
lismo ( dos posiciones políticas).
Un católico, que por reacción frente al clericalismo se hace
anticatólico, demuestra haber perdido
la fe. En rigor, de verdad,
sólo es anticlerical el católico auténtico. Este católico no puede
1012
Fundaci\363n Speiro

REUGION Y CULTURA
afiliarse al anticlericalismo (laicismo), de lo contrario está ha­
ciendo política.
La Iglesia no es clerical. Quien no es católico y cristiano, en
rigor, de verdad, tampoco es anticlerical, sino que es un laicista,
es decir, anticatólico ( terreno religioso) y anticlerical ( terreno
político).
De buena gana querría éste encerrar al católico en las
sacristías.
Hoy, los verdaderos clericales son los laicistas, ya que tie­
nen una voluntad de conquista del mundo, entendida como reli­
gión laica y mundana (espíritu de dominio del mundo como fin).
En un católico de veras, el clericalismo es corregido por
su
catolicismo;

en un laicista no, es su religión. Alimentar el mun­
danismo y el activismo es reducir más la vida interior El llamado anticlerical no es sólo eso: es, además, anticató­
lico. De su misión seculatizadora hace una religión:
la diviniza:
ción

de
lo mundano. Y esos anticlericales, en cuanto laicistas, ha­
cen de
clei,icales, ya
que representan un nuevo «clero», intole­
rante y dogmático,
ia' «longa manus» del Estado laicista.
Los católicos también son ciudadanos. Por ello,
la Iglesia tie­
ne

el derecho de
guiat a

los fieles en la conducta de su vida.
La Iglesia no puede traicionar su misión y debe afumar su esen­
cia católica. No hay que ,servirse de Cristo para conquistar po­
líticamente el mundo, sino servirse de
la -acción apostólica para
conquistar el mundo en favor de Ctisto.
VI. IMPIEDAD CULTURAL E IMPIEDAD RELIGIOSA
(EL OSCURECIMIENTO DE LA INTELIGENCIA).
«Debe la civilización europea -todo cuanto es
y todo
Cl.1$to tiene a la posesi6n en que está
de
las principales verdades sobre el individuo,
sobre la familia y sobre la sociedad,.,»,
J. Balmes,
«... acontece que hay clenas ideas que, aun
cuando sean hijas del cristianismo, sin embar-
1013
Fundaci\363n Speiro

NARCISO JUANOLA SOLER
go apenas se las reconoce como tales, a causa
de que andan disfrazadas con traje munda­
no ... »-. «De ahí resulta que muchas veces no
apreciamos debidamente la influencia cristiana
en la sociedad que nos rodea y que atribuimos
a
otras. ideas

y a
otras causas

fenómenos
cuyo
origen

se encuentra evidentemente en
la re­
ligión>.
La inteligencia, dice M. F. Sciacca, también es piadosa. ¿Por
qué

razón? Porque permite descubrir que el hombre es ser en
relación a Dios
y ahí está todo el ser que le compete ser. El mal
consiste en rechazar el límite, que es el signo de la inteligencia.
La razón, cuando se pone como principio de verdad y de toda
verdad, no es racional
ni razonable.
Dicha inteligencia de la verdad no se deja
ni consciente en
ser medida por las cosas, por los
cákulos, por

su
eficacia prácti­
co-operativa.
Los

hombres nacen de la
. caída, del

oscurecimiento de la in­
teligencia, del rechazo del límite: nace por un cambio de condi­
ción y sigue por crisis
sucesivas. Así,

pues, perder la conciencia
de la necesidad del principio no histórico, es el oscurecimiento
de la inteligencia, la pérdida del ser.
La criatura es insignificante desde el punto de vista del de­
venir desmemoriado, cerrado a la inteligencia
y abierto sólo a los
sentidos
y a lo empírico, sobre el que la razón ejecuta sus cál­
culos exactos y estúpidos a la vez.
La

dimensión religiosa es el primer artículo del estatuto on­
tológico del ser humano. Y con la religión se suscita la
fe.
La inteligencia es una mendiga de Dios; la pérdida del límite
es la caída en la estupidez, la vida animal junto con
el cálculo
racional, la ceguera respecto
al límite.
El

pecado contra el ser,
el bien, la verdad... es vivir como
estúpidos, corrompiéndonos
(al no
ver las profundidades de su
propio ser, o bien
al negarlas,

las depone por negligencia o por
soberbia, iniciándose as! un proceso de substitución reductivo ).
1014
Fundaci\363n Speiro

REUGION Y CULTURA
Hay que querer al hombre y a las cosas según la alteridad
por amor, que procede mediante el reconocimiento del ser, se­
gún justicia, ejecutando todo acto en el espíritu de inteligencia. Así, cada uno reconoce
la propia nada en relación al ser infinito
y

así se descubre
la verdad del mundo. En esta inteligencia del
ser se encuentra el motivo para no resolverse en el mundo, lo
cual sería
·. la señal de la estupidez. La pérdida de la dialéctica
de los límites conlleva el oscurecimiento de la inteligencia, un
método reduccionista

y la «egoidad» por odio.
La estupidez es
autoritaria, prepotente, presuntuosa, activista
(sin inquietudes espirituales). Si yerra, no lo reconoce. Es irri­ tante, provocadora,
enfática, niveladora en la ausencia de valo­
res y de reflexión crítica.
Lo utiliza todo sin comprenderlo. Es
lúpócrita, grosera,

astuta, hábil,
triunfalista y tiene a la masa
de su parte.
La pérdida de la luz de la razón implica la caída del hombre
en lo animal-racional y
la puesra de la razón al servicio de los
instintos. Así, la estupidez se hunde en la sensualidad, en el
poder, en el
éxito, en

los instintos ... , en la carencia
del límite.
No nacemos estúpidos, pero lo somos cuando sobrepasamos el
límite, o bien cuando lo rechazamos. Reconquistarse como hom­
bres es admitir la estupidez y atravesarla. La estupidez opera siempre según el principio reductivo en
vez del principio relacional. Por eso niega la
diatéctica de

los
límites
y busca una nivelación perfecta, oscureciendo las caracte­
rísticas naturales
propias de todo lo creado. También opera con
el método de
la substitución.
La estupidez niega cualquier alteridad, rechaza todo princi­
pio, nivela
y absolutiza sin dar un verdadero valor. Lo bueno
es para

ella una mera representación para un momento de rui­
dosa publicidad. La reducción es intercambiable a comodidad y
la alteridad por amor es substituida por
la egoidad. Esa ausencia
de todo principio es, pues, impiedad. La «pietas» es
respeto, veneraci6n, afecto, justicia, benigni­
dad, sentimiento religioso. La estupidez es
i"e;rpetuosa, injusta,
maligna,
pérlida. Su

odio es negador, substitutivo,
adialéctico
1015
Fundaci\363n Speiro

NARCISO JUANOLA SOLER
(si bien se cubre de pacifismo, humanitarismo, cosmopolismo ... , etcétera).
La estupidez es la anticultura, que pretende
culturizar a to­
dos
anónimamente, a

nivel de slogans prefabricados
y repetidos
sin pensar. La estupidez no respeta ni principios ni leyes, ya
que le falta la medida
de !a inteligencia. El estúpido habla como
masa (lo opuesto a comunidad y pueblo). Al nivelar por debajo
de la depresión espiritual, las relaciones humanas ya no son ta­
les, sino una arbitrariedad de egoísmos calculados, donde
cual­
quier trivialidad puede ser erigida en visión universal (las opi­
niones prefabricadas se hacen
valer como opinión pública,
dado
el desorden mental y la carencia de conciencia moral).
El Dios-consumo se aparece con el Dios-producción. Todo
ello
lanzado al

aire por los medios de comunicación de
masas y
apoyado por un espíritu tecnológico que sólo busca la felicidad
en una ciudad secularizada totalmente. La estupidez sólo cree
en el «optimum» de felicidad, en
el bienestar técnico-industrial,
en el prestigio del consumo, en la sacralidad de las relaciones
sociales. Hace falta mucha paciencia y humildad para restituirlo todo a su ser y a sus límites, lo cual no es sino hacer justicia
con
el amor por delante. ._
Desde el siglo XVII comenzó para Occidente la parábola del
oscurecimiento de la inteligencia por la pérdida del ser, llegando al nihilismo. Dicha
para'bola está

destinada a descender
hasta la
identificación de Dios con las cosas y el hombre. Así,
el saber se
reduce a un
conjunto de

sensaciones-hechos-fenómenos sin ser,
racionalmente calculables para fines prácticos.
Nietzsche es el denunciador
de la muerte por nihilismo de
Occidente. Sólo el discurso sobre
el ser, la inteligencia del ser, el pro­
blema del principio, permite redescubrir los valores de Occi­
dente para reinstaurarlos en una nueva cultura. Es
nécesario
atravesar

la zona de la estupidez occidentalista que se
ha ido
historizando.
La falta de conciencia del nihilismo ha engendrado la auto­
eXllltación del occidentalismo en

su optimismo débil, que des-
1016
Fundaci\363n Speiro

RELIGION Y CULTURA
plaza el fin último y lo coloca en· el tiempo. La toma de esa
conciencia, sin la reconquista del ser, ha engendrado el
pesimismo
débil

de Nietzsche, que desemboca
en la
nada. Nietzsche demos­
tr6 la imposibilidad de vencer el nibilismo con el paliativo del
mañana.
La estupidez occidentalista tiene dos caras: el ser en el des­
precio fingido por el tener y
el. tener
en
la pérdida del ser. Hoy
día, el

hombre tiende a lo primitivo en ausencia de lo origina­
rio: es
la indiferencia pacifista y humanitaria, la vida sensible
según los cálculos racionales. Se asume la decadencia como pro­
greso ( corrupción).
Los auténticos valores culrurales son Grecia, Roma y Jeru­
oalén. No

el helenismo, el romanismo, sino la
hélade y la roma­
nidad. Con el cristianismo
y en la época que va de Carlomag­
no, al

Renacimiento, dichos valores renacen en
la cultura de Oc­
cidente.
Las épocas de corrupción cambian las estructuras
sin cam­
biar las disposiciones interiores. Con Bacon, el Occidente em­
pieza a corromperse. El Iluminismo lo lleva al
culmen y celebra
su rriunfo con la Revolución francesa. Más tarde, los Estados
Unidos no harán
sino expandir la civilización iluminista difun­
dida por la potencia inglesa (jamás ha sido Occidente).
El occidentalismo exporta técnica
y bienestar a costa del
alma, en la orgía de la producción y el consumo, fin de sí mis­
mos. La
industrialización del

tercer mundo le sirve para llevar
a cabo una nueva forma de colonialismo, que arrolla las culturas
locales. El control tecnocrático sobre la masa universal conjura el peligro de la inteligencia
y de la alteridad por amor. Esta es­
tupidez occidentalista está gobernada por la egoidad
por, odio:
es

humanitaria porque así consolida dominios. Hay que atravesar el occidentalismo
y recuperar la aporta­
ción técnico-industrial en una verdadera cultura, basada en el
signo de la inteligencia,
Con la Reforma,
la atención se centra en los intereses terre­
nos. Así, el siglo
XVII inicia la marcha del occidentalismo. El
mundo moderno no se preocupa por el principio del saber, sino
1017
Fundaci\363n Speiro

NARCISO ]UANOLA SOLER
por el dominio y la autosufidencia. Los valores son reducidos a
los prácticos
y los criterios pragmáticos imperan con fines utili­
tarios y económicos. Es el prevalecer de las pasiones y de los
fanatismos. Es
el prevalecer de la acción sobre la contemplación,
de la utilidad práctica sobre la verdad, de la física sobre la
me­
tafísica,

de la tarea sobre la virtud, de la ciencia sobre la
filoso­
fía. Es el auge de las ideologias.
El ser se mundaniza, se naturaliza, se historiza, ,se seculari­
za
y se pierde envilecido. Perdido el ser se pierde el saber. La
posición de Bacon, a través del empirismo y del iluminismo y
por medio de Kant, atravíesa el siglo XIX y el nuestro.
El Occidente considera que, desde la Patristica hasta el Re­
nacimiento, el ser ha
empapado el

tener. Con la ruptura del
equildbrio renacentista

comienza el occidentali.smo
y su marcha
hacia el nihilismo. En este sentido,
Descartes fue

el primero que
redujo el pensamiento a la razón matemática. Por un lado se substituye el ser por
el método y, por otro
lado, se 'reduce
el ser a algo incognoscible, inútil al progreso ..
Así,
el

occidentalismo entra en auge con el iluminismo, que
per­
sigue

a la inteligencia:
y a la verdad para liberar al hombre de
supersticiones
y prejuicios: se hace al cristianismo responsable
de todas las miserias.
La espontaneidad, la razón naturalista, la
utilidad, la reforma de estructuras, la demolición de las iglesias
confesionales ... , etc., todo para realizar el paraíso en la tierra.
El fin de la filosofía
y de la religión son ahora la realidad social
y politica, sin que ningún principio las controle. El iluminismo es, pues, una etapa del occidentalismo en su
primera fase burguesa, democrática y materialista. El
positivis­
mo

y
la izquierda
hegeliana, con
el surgir de la cuestión social,
engendran un nuevo iluminismo. Tanto el
socialismo en
la
teo­
rización

de Marx como
el capitalismo en la liberal, son el an­
verso y el reverso de una concepción materialista que reduce
todo valor al bienestar. Es la vida e tema reducida a lo secular
perpetuo del «horno
faber» que

habla de Dios en términos de
antropología cultural, como uno de tantos mitos superfluos.
· Este vacío es

el
trampolín de
lanzamiento del binomio
pro-
1018
Fundaci\363n Speiro

REUGION Y CULTURA
ducción-consumo y la consideración del hombre como m~ancía.
Propaganda,

publicidad, estadística
y sociología: radical secularis­
mo, desacralización occidentalista, coincidente con el nihilismo,
inconsciente de la pérdida del ser. Y del ser que deviene se llega
a la nada del ser:
el nominalismo contemporáneo es la gnoseo­
logía de
la nada. Así, el occidentaHsmo se consume en su efec­
tividad. Su ciega rebelión contra Occidente le ha sumido en la
oscuridad de la inteligencia. Ciencia y técnica se
substraen al

servicio del hombre.
La
autoridad se cambia por el autoritarismo tecnocrático. Por su­
puesto no se admite superestructura alguna, menos religiosa, en
la sociedad del
bienestar, intrínsecamente

totalitaria
y démocrá-
tica

en las formas.
·
Es

como si
el hombre estuviese más allá de la medida del
ser, más allá de todo límite. Pronto el ideal iluminístico-hegelia­
no-marxista de que el hombre puede realizar la razón en la his­
toria pierde el halo de la
gran aventura. Este occidentálismo no
calcula
sino en base a la lógica de poder, convergiendo en una
tecnocracia anónima a nivel mundial, que achata
las aristas

del
comunismo
Y, del neocapitalismo.
Bienestar como fin de sí
mismo, nivel
de
vida ...
,
etc. Esto
es el motivo de la acción humana, de la tecnocracia que odia la
inteligencia y la oscurece. Esta trata de persuadir al sentido. co­
mún para que no haga preguntas y responda automáticamente.
De ahí la intransigencia dogmática contra la inteligencia. No im­
porta la verdad, sino la eficiencia y los resultados ( el «optimum»
de felicidad).
Es el «horno calculans».
La civilización de la imagen oontribuye a ello: se mira sin
saber ver. Por otro lado, las relaciones humanas son rápidas y
superficiales. Sabemos de los demás lo que se ve de ellos, no
lo que son, por lo que lo que más importa hoy
dfa es

el tener.
El hombre vive sin existir, rinde y no molesta. El occiden­
talismo centra su
interés en

el hacer, en los derechos de la masa
democrática que se vuelve esclava. Este es
el precio de la plani­
ficación racional tecnológica, de la estupidez que margina
la in­
teligencia, de la razón funcional
y práctica que es dirigida por
1019
Fundaci\363n Speiro

NARCISO JUANOLA SOLER
los instintos y por la m_alicia ininteligente, astuta, oportunista,
prepotente y
servil. Todo se alinea en

la horizontal terrestre,
reducida al mecanismo producción-consumo.
La autoridad económica se hace autoritaria respecto a los
otros valores, que no ve o niega. Se destruye
e1 ambiente para
debilitar al hombre radicado en un hábitat humano. Se esteri­
lizan los sentimientos del amor y la
fe religiosa. Se destruye
todo principio moral. Se abre la vía al poder industrial-sindical
absoluto. La tecnocracia reduce todo valor a la técnica, usada como
instrumento de poder. Se destruye el paisaje para que éste ya no
sea un motivo de contemplación, se lo desacraliza y profana para
que no sea motivo de sentimientos religiosos. Se
elimina el pro­
ducto
genuino.

Y a no se
respeta ni

se sabe escuchar a
la natura­
leza. Se obra sin pensar en las consecuencias, alterando los equi­
librios naturales, tanto del hombre como de la
naturaleza. Las
mega-tecnópolis

son la sede de una humanidad secularizada, in­
clinada al puro
éxito material.

Los hábitats son funcionales, im­
personales y,

así, esterilizan la fantasía y los afectos. La casa
viene a ser una máquina para habitar, desacralizada y desacrali­
zaote, donde la familia se agrupa, en la imposibilidad de cons­
truir vínculos afectivos y según el nivel económico: cada uno
está encerrado en sí mismo y sin escolta de alma. La tecnoctacia realiza debates a nivel práctico-utilitario para
que la gente no se distraiga del «hacer». Quien piensa, sobra.
Se resuelven las cuestiones por los cálculos de los datos, alcan­
zando un acuerdo a nivel práctico. Y si no se arranca el consen­ timiento (es
la_ tecnoctacia

pseudodemocrática).
Los planes se
elaboran tecnocráticamente, luego se persuade a las masas y, por
último, se someten los planes a
conswta, que, claro está, da el
beneplácito. La cuestión está en no elevar intelecrualmente al
hombre y esterilizar su formación religiosa.
La operación tecnoctática
exige la colisión con el sindicalis­
mo y la domesticación con
el comunismo. Debilitadas las ideolo­
glas, el poder industrial y sindical se acercan en
lo referente
a la
administración del poder decisorio. Así se hace
invenoñle el
1020
Fundaci\363n Speiro

REUGION Y CULTURA
colectivismo productivo-consumístico. La tecnocracia intenta des­conectar
la carga revolucionaria del comunismo para que se bu­
rocratice
y se cambie en un socialismo incoloro y un humanitaris­
mo
genérico (

de rostro humano). El totalitarismo tecnocrático
intenta castrar al comunismo,
al· liberalismo

y a
las religiones,
de modo que surja una burguesía
sin ideal, un social-romunismo
sin

revolución y un catolicismo-cristianismo sin fe ni eternidad.
La
16gica del

totalitarismo tecnocrático
construye al hombre­
cosa,

cerrado al ser
y a la verdad, al hombre corrompido en los
sentimientos y en
la fantasía. Se desmitifica y terrestriza el sen­
timiento moral
y religioso. La moral libertina ocupa pronto su
lugar: la libertad
coincidiría con
el libre despliegue de la espon­
taneidad (pornografía
y erotismo conquistan sus placeres arti­
ficiales). Se repite lo primitivo por exceso de corrupci6n y se
pasa de lo originario ( el signo natural, moral
y religioso que le
daba
significado). Las

drogas
y el hedonismo se instalan en la
sociedad y el amor sexual es conducido por niveles técnico-cien­
tíficos. Todo

lo natural en el amor
y en la familia es puesto en
berlina. Lo íntimo se hace público
y ello rinde copiosas ganan­
cias. A

la tecnocracia le urge siempre el persuadir de que la
familia es represiva y la moral esclavitud.
El

hombre se considera como un conjunto de necesidades
físicas (lo demás son tabús). El triunfalismo amoral se presenta,
pues,
como liberador: la estupidez, privada de medida, degenera
en insensatez. La cultura democrática se identifica con la lucha
contra el pensamiento formativo. Así, la sociedad se
finge so­
cialista

y cristiana para vaciar al socialismo
y al cristianismo;
se finge pacifista y feminista para mejor vender
armas y d""!oler
a

la mujer. Se habla
de tener muchas cosas, pero en el olvido
del

ser. Lo importante es el aprendizaje de lo útil
y rentable,
los hechos del
día, para una masificaci6n de la cultura.
La impiedad cultural, consecuencia de la pérdida del ser y
de
la inteligencia, eleva a principio el pasar. La cultura se re­
duce al comentario de lo que sucede, en vez de formar
al hom­
bre integral.
La tecnocracia adormece la cultura para fomentar
una escatología mundana
y un profetismo terrestre, un retorno
1021
Fundaci\363n Speiro

NARCISO JT]ANOLA SOLER
a los viejos mitos del hlllÍlanitarismo y del pacifismo, cosa muy
distinta del amor a la humanidad y de
1a paz. El único valor es
1a vida y éste no se subordina a nada. La sociedad neocapitalista y
1a marxista están destinadas a
encontrarse en
· un

socialismo tecnológico, o en una tecnocracia
socialista. La sociedad del bienestar habría encontrado su límite si se
hubiera acompañado del despertar
religioso, capaz

de contrastar
su impiedad y sn desacralización. Pero
1a tecnocracia ha recha­
zado el principio dialéctico de
1a revolución y lo ha vaciado del
ideal religioso del

porvenir, reduciendo el marxismo a materia­
lista histórico, a un socialismo pragmático.
De aW el nuevo
cristianismo como religión
laica que

iguala a todos en un uni­
forme nivel de vida, después de abolir todas las supersticiones.
Se ha buscado comprometer políticamente a los católicos hasta
hacer prevalecer en ellos los intereses económicos sobre los
re­
ligiosos y aplazando el ataque directo contra el comunismo. Se
trata de hacer encontradizos al catolicismo y al comunismo so­
bre
la común plataforma

del bienestar: una república mandada
por la tecnocracia socialista y cristiana a su manera.
Se ha atacado todo lo que sea verdad revelada y se ha con­
siderado al hombre autónomo: Es la impiedad religiosa. Se ha
racionaJizado la fe y se la ha · purificado del misterio de lo so­
brenatural y de la ascética, substituyénddla por la sociabilidad. El mismo vocabulario· teológico se ha traducido en términos de sociología, de tecoología.
Bl hombre

accidentalista ha aceptado
el mito del progreso infinito como su cumplimiento y felicidad. Y
1a sociedad del bienestar. tiene 1a hipocresía de llamarse
cristiana. Se

presenta la total desacralización como la nueva re­
ligión del porvenir,
fa espera inminente del reino terrestre. Se
trata, pues, de hacerse libres para seguir los instintos y reali­
zar
la libertad sexuaIT, redúciendo la caridad cristiana a un sen­
timiento humanitario: un
apocalipsis secular e

impío.
Se quiere imponer a la Iglesia la obligación de que
bautice
ese

socialismo tecnológico o esa tecnocracia socialista, Se grita
contra sn riqueza y se ahoga en su opulencia.
1022
Fundaci\363n Speiro

RELIGION Y CULTURA
Todas las revoluciones se intentan, menos una: la, interior.
La oración, la contemplación, el recogimiento ... etc., no se en­
tienden por impiedad.
Hay que atravesar el compromiso mun­
dano con plena fidelidad en la fe. Y para ello es
necesaria la
gracia

que desciende por la
oración, Hay
que reconquistar el
bienestar en una concepción que no lo haga
fin de sí mismo y
no substituir la fe en Dios
por la fe en la civilización. Hay que
atravesar la estupidez y
el nihilismo, asumir el sistema para
haedo humanamente válido en

sus conquistas: retorno a
la in­
teligencia. Es una empresa
de la humanidad, pero la semilla es
católica.
VII. ¿CULTURA CRISTIANA?
Hoy día se ha realizado una auténtica fractura entre la ver­
dad católica y la civilización moderna que, anticristiana en su conjunto, está bañada
de ctistianismo, pero deformado, despo­
tenciado,
decapitado de

lo sobrenatural, de la
Revelación y
de
la Iglesia. Nuestra gran tarea consiste en volver a hacer vital
el ctis­
tianismo, de modo que substancie en su integridad, sin divorcios
ni separaciones, a la misma vida. Es necesario que no se separen filosofía y religión, verdad
racional y verdad revelada: no
sólo convienen

una con la otra,
sino que las dos están presentes en el acto concreto del pensar
concreto y encarnado. El cristiano, que piensa y cree en la
pa­
labra de Cristo, no está obligado como filósofo, a abstraer de
la verdad revelada, a pensar como si no fuera lo que es, a igno­
rar u olvidar a propósito
el contenido de su fe. Debe existir una
unidad en la necesaria distinción entre
fe y razón.
No se comprende por qué un filósofo cristiano, conservando
fa distinción de los dos órdenes y sin poner como fundamento
de
la indagación racional verdades reveladas, debe rehusar aque­
lla aportación de luz que le suministra la v con un artificio
puede pensar haciendo

abstracción de su
fe. Si
lo logra, significa que vive su pensamiento, pero no su fe.
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NARCISO JUANOLA SOLER
La separación parte de una premisa muy discutible, a saber:
que el filósofo cristiano, aunque no
lo fuese, como tal habría
pensado las
núsmas cosas

que ha pensado ( todo habría sido lo
núsmo, aun

sin
la Revelación).
Con

Cristo
y después de Cristo, la condición humana no es
ya aquella de antes. Quien conoce a Cristo no queda ya como
antes y, cuando piensa, piensa en
la luz de la divina Palabra
y no lo habría pensado sin
ella, aunque aquello que piensa como
filósofo sea una verdad racional. Ello es así, porque Cristo no
ha revelado solamente Dios al hombre, sino también
el hombre
a sí mismo, le ha hecho conocer el significado verdadero y el
destino
auténúco de la prueba de la vida. Al revelarle su filia­
ción divina, le ha dado
la verdadera ley moral, que es amor in­
condicional a Dios. En el Evangelio hay verdades reveladas que
son
comprensibles y que han tenido sólo desde entonoes un nue­
vo significado (así los conceptos de persona, espíritu, libertad,
fanúlia, etc.).
Cristo, además de revelar a Dios, ha revelado el hombre a
si
núsmo, al hombre

su humanidad profunda, la verdad humana
de sí
núsmo.
Entre

fe y razón hay más que una pura conveniencia racio­
nal. Es la unidad concreta del hombre cristiano.
La reconstruc­
ción de tal unidad en la distinción es
la tarea actual a realizar.
La filosofía cristiana, como filosofía, no puede defender y ga­
rantizar sino la validez objetiva del orden racional autónomo;
como cristiana, no puede ignorar
la Palabra de Cristo, que eleva
y potencia ese orden. Su mérito estriba en la consideración in­
tegral del hombre integral, porque ninguna doctrina es tan in­
tegral como
el cristianismo. En definitiva, la excelencia de lo
creado
culnúna en Dios, que se hizo Hombre para que el hom­
bre conociera toda su dignidad. Tres son los principales enemigos
del humanismo cristiano:
la exaltación de lo colectivo y el predonúnio de la técnica,
el orgulloso humanismo de las filosofías y corrientes culturales
de la autosuficiencia humana, que rechazan lo sobrenatural en
el nombre de · la libertad de pensamiento y en nombre de la
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RELIGION Y CULTURA
autonomía de la razón; la comideración de que el hombre, des­
pués del pecado original no es ca:paz
de. nada
(Lutero-Calvino­
Kierkegaard-K. Barth).
No es cristiana,
lllÍ es humanista, la concepción laicista e in­
manentÍsta
del hombre,
propia de la cultura de la civilización
moderna, en cuanto ésta niega el hombre concreto por un ima­
ginario hombre abstracto,
como· es

el que halla la consistencia
de su vida
y el significado del mundo exclusivamente en el mun­
do. Un humanismo verdadero queda abierto a los valores
re­
ligiosos. Si el humanismo
comiste en
hacer fructificar, en su pleni­
tud, los dones que el hombre
ha recibido, es ·decir, que sea más
integralmente

hombre, dicho humanismo no puede estar
sin Dios
ni contra El. Afirmar al hombre es afirmar a Dios. E[ fallo gra­
ve del humanismo ateo es el no ver que la recuperación del
hombre sin Dios es la más clara negación del hombre. , La visión del cristianismo en la filosofía contemporánea se
concteta en formas de fideísmo
religioso (

corriente que va de
Pascal a Kierkegaard, Barth, Chestov ),
fideísmo laico

(Unamuno,
Jaspers); o en formas de
racionalismo deístico,

lejanas al mismo
cristianismo, o de irracionalismo (existencialismo ateo).
VIII.
RELIGIÓN Y CULTURA EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA.
Según el Vaticano II, la cultura dimana de la naturaleza
racional
y social del hombre de forma inmediata. Cultura es el
cultivo de los
bienes y valores naturales, el desarrollo de las
cualidades corporales
y espirituales de la persona humana inte­
gral. Cultura es la promoción de
la capacidad de admiración y
contemplación; el cultivo de los sentidos religioso, moral y so­
cial del hombre. La cultura es, pues, una preparación para recibir el Evan­
gelio, para difundirlo
y explicarlo mejor, para investigarlo y
comprenderlo más profundamente, para expresarlo más bien.
La Iglesia no está ligada a ninguna cultura en particular.
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NARCISO ]UANOLA SOLER
La «buena nueva» no hace sino renovar cu'llquier cultura del ser
humano caído. La autoridad pública tiene
el deber de fomentar
todas aquellas condiciones
y medios que hacen posible la pro­
moción

de la vida cultural; el deber de procurar una cantidad
suficiente de

bienes culturales; el procurar unas condiciones de
trabajo que fomenten dicha cultura. La cultura, en fin, es el
tratar de conservar la estructura
de

toda la persona humana,
que se

base en Dios
y que ha sido
sanada en Cristo. En
los escritos

de Juan Pablo II, la palabra «culto» se
re­
laciona con «cultura», es . decir, que a la substancia de la cul­
tura pertenece la

admiración
y la veneración de lo divino. Así
lo decía, en México, el 24 de enero de 1979.
En la Pastoral de la
Cultura, el

24 de febrero de 1979, Juan
Pablo II
decía que los objetivos más importantes de ila cultura son
el empeño en descubrir el pleno significado del hombre
regene­
rado

en Cristo, el permitir su desarrollo integral, el realizar la
síntesis de
fe y cultura y el atestiguar un cristianismo viviente.
La fe no hace sino abordar la antropología en la perspectiva
de

la vocación y salvación plenas del ser humano. La
fe es, pues,
luz
y guía de la cultura. Ello permite rechazar las visiones par­
ciales

acerca del hombre. Las culturas
han sido el vehículo de
la Palabra divina, su carácter es instrumental. Una civilización
digna del hombre no puede ser sino
cristiana (
Gniezno,
.3 de
junio de 1979). El decir
cultura «católica» no qmere decir sino
que

el
ángulo cultural es «universal», ángulo propio de la mis­
ma

inteligencia humana (Bolonia, 16 de junio de 1979). La
di­
visión

entte
la fe y la cultura no hace sino impedir la evangeli­
zación (Universidad Gregoriana, 15 de diciembre de 1979). La autonomía de la cultura, deda el Santo Padre en Munich,
el 19 de
noviembre ed

1980, no representa una protesta contra
Dios o contra la fe. El 1 de abril de 1980 dijo
que la ciencia y
la cultura tienen un sentido pleno, coherente y unitario si están
ordenadas a la consecución del fin último
del hombre, es decir,
la gloria de Dios.
En Kinshasa, el 4 de mayo de 1980, después de afirmar un
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RELIGION Y CULTURA
legítimo pluralismo cultural, como las distintas maneras de ca­
minar cada pueblo hacia la verdad única, recomendaba la fide­
lidad

a la verdad total acerca del hombre, o sea, el no poder
prescindir de la ética, la metafísica y la
religi6n, La «buena

nue­
va», afirmaba en Nairobi, el 7 de mayo de 1980, no hace sino reforzar los valores espirituales que se
hallan en el coraz6n de
la cultura.
Ante la U. N. E. S. C. O., el 2 de junio de 1980,
afirm6 que
el

ser humano es el sujeto de la cultura, así como su objeto
y
su término. La cultura, decía, lo es si se relaciona con lo que
el hombre «es», en toda su totalidad e integralidad. La cultura
debe buscar al hombre total. La misma vinculación del Evange­
lio y del hombre es generadora de cultura. Para crear cultura
hay que considerar al hombre como un sujeto portador de la trascendencia de la persona. Por ello,· las
afirmaciones que

se
refieren al hombre, pertenecen a
la sustancia misma del mensaje
de Cristo.
En el VIII Congreso Tomista, el 13 de septiembre de 1980,
hizo resaltar

la vinculaci6n del Evangelio y del hombre, de la fe y
la cultura, diciendo que la recta filosofía eleva el hombre a
Dios
y que la Revelaci6n acerca Dios al hombre. No se trata,
pues, de separarlas.
En Colonia, el 15 de noviembre de 1980, rechazaba el tecni­
cismo científico
funcioaalista y

su
«raz6n instrument1lll». Sin
embargo,

especificaba, no hay que entender que la cultura téc­
nico-científica, por el hecho de serlo, es contraria a Dios. Al con­ trario, la ciencia es la capacidad para la verdad.
El
5 de

octubre de
1981~ en
un congreso de laicos, el Santo
Padre sintetizaba el ideal de una cultura cristiana en las bases
signientes: una renovación de
la cultura,

la
expresi6n integral
del

hombre, el servicio al mismo hombre, el enraizamiento en la
tradici6n,
la apertura a la trascendencia y basamento en las cos­
nunbres populares
y en las nobles realizaciones científico-técni­
cas.

La cultura, pues, es del hombre, se hace a partir del hom­
bre y para el hombre (Universidad portuguesa, 15 de mayo de
1982).
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NARCISO ]UANOLA SOLER
Para que sea válida una cultura, decía Juan Pablo II en la
Universidad portuguesa, no se puede dejar de atribuir la prima­
cía a
la dimensión espiritual del hombre. La cultura no es algo
ajeno a la fe. La cultura tiene, pues,
el papel de mediadora y
colaboradora. El mismo Dios se sirvió de una cultura para ex­
presar

la Palabra de Dios, hasta
el punto de que el Santo Padre
nos habla de
«Encarnación cultural».

Los creyentes tienen así
el deber de renovar la cultura a la luz de una sana antropología
y a la luz del Evangelio. En Lombardía, el 15 de enero de 1982, afirmaba que la cul­
tura católica es luz que ilumina la experiencia humana
y permite
conocerla a fondo, hasta
el punto de que, quien no tiene fe, de­
deberla reconocerla.

La cultura que la
fe engendra, pues, no es
sólo razón, ya que reconoce la contemplación
y se dilata en la
caridad, atendiendo a todo hombre y a todo el hombre. La mi­
sión de la cultura católica es, de este modo, fundamental en el terreno civil y social. Ninguna
democracia puede

subsistir si
falta una moralidad común que impregne la cultura. No sólo hace falta la libertad
en las instituciones, :sino, lo más impor­
tante,
hace falta
.Ja libertad de las instituciones.
La cultura debe estar · orientada por la fe, debe dirigirse
hacia su cumplimiento en la fe. La fe está llamada a
impregnar
la

cultura. Una fe que no :se haga cultura es una fe no acogida
plenamente, no pensada enteramente, no vivida fielmente. El
Evangelio no es necesariamente incompatible con las culturas. En Ibadan, Nigeria,
el 15 de febrero de 1982, Juan Pablo II
decía que la ciencia y la religión,
al ser dones de Dios, no pue­
den ni deben contradecirse. Se necesita, afumaba,
la religión para
el diálogo, para .Ja comprensión, para considerar la verdad funda­
mental acerca del ser humano. Por ello, una educación
sin reli­
gión es una educación incompleta
y sujeta a distorsiones mani­
puladoras.
En México, el 24 de jullo de 1982, 1sosterna la inseparabilidad
de

la concepción del hombre
y de su dimensión espiritual y mo­
ral. Hay que
mirar, decía,

al hombre en su totalidad.
Por fin, en
Madrid, el

2 de noviembre de 1982, sus palabras
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I
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RBLIGION Y CULTURA
repetían lo que ya tantas veces había dicho y pregonado a todos
los vientos: que el vínculo del
Evangclio con el hombre es crea­
dor
de cultura, que ciencia) fe, si bien son dos órdenes de co­
nocimiento distintos y autónomos en sus procedimientos, con­
vergen finalmente en el descubrimiento integral del hombre que tiene su origen en Dios. El hombre es, como
afirmaba Séneca,
una «res sacra». Y las
·raíces de la paz social son de orden cul­
tural y moral:
la paz es una conquista espiritual del hombre.
Hay que evitar, por tanto, toda ideología de
la producción-ron­
sumo

que
-materializa al

hombre, hay que evitar el fatalismo, hay
que evitar
el permisivismo hedonista, hay que evitar el agnos­
tismo que desaloja a Dios de
la cultura. Sólo así se defiende al
hombre. No existe, por un lado, una razón sin puertas ni ventanas,
que se armonice, por el otro lado, con una
fe hermética. La lla­
mada «falta de humanismo» de la Edad Media nos hizo marrar
los ideales de entonces;
el «humanismo» de la Edad Moderna
no ha mejorado dicha
edad. Esa «falta de humanismo» no equi,
vale

a una falta
· de

humanidad, no es una carencia incompatible
en el sentido humano. Por otra parte, el «humanismo», a secas,
siempre es antropocéntrico. La teología de la fe no excluye la
razón; ni el llamado «Sacro Imperio» de la Edad
Media anula
la

política. El «humanismo» no hace sino
dar a los elementos
humanos del catolicismo una vertiente antropocéntrica que los desnaturaliza
y· les

hace perder la exaltación que deben a su
conjunción con
el orden divino. Todo ello conlleva una secula­
rización a corto o a largo plazo:
el ateísmo implícito que, poco
a poco, se va haciendo explícito. En definitiva, no se puede dar
de lado al último
fin, al que, de hecho, está ordenado el hom­
bre. Tampoco se puede dar de lado
el conocimiento del estado
histórico en que se encuentra la naturaleza humana. Un estado
de naturaleza pura es un estado puramente posible que, de hecho,
no ha existido nunca. De ahí la insuficiencia de la ética natural en orden al bien divino y sobrenatural, la única y vetdadera fi­
nalidad del hombre en su estado existencial.
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