Índice de contenidos
Número 241-242
Serie XXV
- Textos Pontificios
- Aniversarios
-
Estudios
-
La metafísica del ser y la noción de Creación en el pensamiento de Sciacca
-
El catolicismo americano
-
Las nuevas formas de reproducción humana ante el Derecho Natural
-
«La teología de la revolución» de Karl Marx (II)
-
Contenido ideológico del liberalismo
-
El «correcto canonista». (A propósito de los «Escritos reunidos» de Hans Barion)
-
- Actas
-
Información bibliográfica
-
Jean Dumont: La revolution française ou les prodiges du sacrilège
-
Guillaume Maury: L'Eglise et la subversion. Le C.C.F.D.
-
Santo Tomás de Aquino: Comentario al «Libro del alma»
-
Carlos Alvear Acevedo: Medio milenio de evangelización
-
Giovanni Gozzer: Estado, Educación y Sociedad: el mundo de la «escuela libre»
-
Fernando Mota Martínez: El fracaso del Estado mexicano
-
Autores
1986
La llamada teología de la liberación
LA LLAMADA TEOLOGIA DE LA LIBERACION
POR.
ANGEL GONZÁLEZ ALVAREZ
La llamada teología de la liberación no es, a pesar de su
apariencia, una teología de genitivo. No estamos, en efecto, ante
una teología sectorial dirigida a un tema peclectamente definido
y con posibilidad de universalización. Creada por teólogos ibero
americanos de formación europea, pronto manifiesta una serie de
virtualidades que llaman la atención de los teólogos. Este nuevo
movimiento teológico hay que situarlo en tomo a 1965.
Tri¡s
años
después ·recibe su primer respaldo en la reunión de Mede
llín. La más consistente de las primeras formulaciones es, sin
duda, la
Teologla de la liberaci6n, de Gustavo Gutiérrez. Con
este acontecimiento,
la teología iberoamericana corta el cordón
umbilical que le unía a España y
· a
Portugal
· y
queda lista para
establecer una peculiar manera de hacer teología en atención a
las necesidades de los países iberoamericanos.
Con ello
se pierde
la perspectiva de universalidad que debe caracterizar toda tarea
científica, filosófica o teológica. El primer problema de la teología de
la liberación tiene que
buscarse en el esclarecimiento del concepto de libertad. Diríase que
la libertad se ha enconttado _secularmente secuestrada. Di,
aquí que el primer propósito de los teólogos de la liberación sea
precisamente liberar
la libertad del secnestri> en que la han te
nido
determinados individuos.
Los teólogos de la liberación pien
san
que
la libertad no es patrimonio individual sino comunión
de
todos los espíritus. La teología de la liberación lo que intenta
es, si se pertnite la redundancia,
liberar la libertad. ¿Liberarla
de qué?
De una concepción y de un
ejercicio individualistas
que
tienden a recluir al hombre en
sí mismo,
creando
una atmósfera
43
Fundaci\363n Speiro
ANGEL GONZALEZ ALVAREZ
propicia a las evasiones ante las tareas sociales. Se impone,
pues, devolver
la libertad a su propio sujeto, el cual no se en
cuentra en los individuos sino en la sociedad o por mejor decir
en el pueblo hartamente necesitado de ella ya que está sujeto a
mil opresiones. La urgente necesidad de verse libres de semejan
tes opresiones explica la aparici6n del movimiento de libera
ci6n, caracterizado esencialmente por lo
que se
ha llamado la
apropiaci6n
social de la libertad y su devolución al pueblo como
único sujeto natural. Con toda su simplicidad
y gravedad se ha
asumido
la llamada opci6n socialista. Lo que llevo dicho sólo
nos coloca en los comienzos,
pero abre
el camino que debemos
proseguir.
¿Qué significa
el
titulo Teolog/a
de la
liberación? La
teolo
gía es la ciencia de Dios obtenida a la luz sobrenatural de la
revelación. No se trata pues, de una simple teodicea que se ocupa
del estudio metafísico de
la primera causa del ser. Estamos co
locados ante el oficio del teólogo propiamente dicho. Tampoco
es difícil
poner de relieve
el significado literal de la palabra
«liberación». Es la acción o el efecto de liberar o liberarse de
cualquier carga o impedimento. En nuestro caso
debet!a tratarse
primariamente
de la liberación de la esclavitud del pecado. Se
trata de
una. esclavitud
radical en
el sentido de que a ella tene
mos que referir todas las demás esclavitudes de orden
cultural,
social, político y econ6mico. Pero no es. precisamente de esto de
lo que
t~ngo que
ocuparme porque
la que se me pide · es que
hable de un complejo de doctrinas actuales que convienen en reducir
el extenso campo de la teología a la que dieron el nom
bre de teología de la liberaci6n.
Comienza semejante doctrina, a mi modo de ver, con un etror
fundamental sobre la interpretaci6n del cristianismo. La Instruc
. ci6n de
la Sagrada Congregación
para la doctrina de la fe lo
denuncia con estas palabras:
«Ante la urgencia de compartir el
pan, algunos se ven tentados a poner entre
paréntesis y
dejar
para mañana
la evangelizaci6n. Es como si se dijera: en primer
lugar, el pan,
la palabra para más tarde. Es un error mortal
oponer ambas cosás»-.
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Fundaci\363n Speiro
LA LLAMADA «TEOLOGIA DE LA LIBERACION»
Otros teólogos ponen en primer plano la lucha por la jus,
ticia y la libertad humanas, entendidas en sentido económico y
político y a ello reducen la salvación. El Evangelio pierde la
trasoendencia
y queda reducido a mero sentido terrestre.
He aquí un texto fundamental de la
Instrucci6n sobre algu
nos aspectos de la teologia de la
liberación: Las diversas teolo
g!as de las liberaci6n
se sitúan, por una parte, en relación con la
opci6n preferencial por los pobres reafirmada con fuerza y sin
ambigüedades, después de Medellín, en la conferencia de Pue
bla,
y, por otra, en la tentación de reducir el Evangelio de la
salvación a un evangelio terrestre. Centro
.la exposición
en la autodenominada
Teología de la
liberaci6n
que se presenta con una interpretación de la existencia
cristiana que se aparta contradictoriamente de la fe
profesacia
por
la Iglesia.
La denuncia de la
Sagr~da Congregación
no puede ser más
certera: «Préstamos no criticados de la ideología marxista
y el
recurso a las tesis de una hermenéutica bíblica dominada por el
racionalismo son la raíz de una nueva interpretación, que viene
a romper lo que tenía de auténtico el generoso compromiso
inicial en favor de los pobres».
¿Cómo no advertir que partiendo de idénticas premisas
y
utilizando el mismo método necesariamente se llega a las mis
mas conclusiones? Más grave aún
~s la
inadvertencia de que
el
ateísmo y la negación del espíritu en la persona humana, de su
libertad
y sus derechos pertenecen a la esencia misma de la
concepción marxista. La precipitación en el juicio no hace buenas migas con el quehacer científico, filosófico o teológico. Y la
precipitación llevó a muchos teólogos a tomar como método de su quehacer el llamado «análisis marxista». Su razonamiento ini
cial es
el siguiente: «Una situación de gravedad explosiva exige
una acción eficaz que no admite espera. Y una acción de esta
naturaleza presupone un análisis científico que nos permita
co
nocer las causas reales de semejante miseria. No tardaron en
surgir teólogos avispados que creyeron encontrar las líneas maes
tras de semejante análisis trazadas por Carlos Marx
y sus pri-
45
Fundaci\363n Speiro
ANGEL GONZALEZ ALV AREZ
me.ros discípulos. Hay, pues, que aplicarlo con urgencia a la
situación del tercer mundo y de toda Ibeoramérica.
La fascinación ejercida por
el término «científico» determinó
que muchos teólogos tragasen
el anzuelo del marxismo. Olvi
daron la regla fundamental del método que el profesor que les
habla formuló de esta manera:
«El método
de
una disciplina
debe
ser congruente con la estructura noética del objeto que
investiga y debe
estar adaptado
al
peculiar nivel de los destina
tarios de la enseñanza». Pero los teólogos de la liberación de
jaron incumplida la regla fundamental propia de su oficio. En vez
de aplicar el método de investigación con sus procedimientos
y formas de enseñanza propios de la teología, tomaron prestado
por el marxismo un método incongruente con la realidad que se
pretende conocer.
La primera condición de un análisis es la docilidad a la reali
dad que se pretende describir. Pero el análisis marxista impone
su
· lógica
y obligó a los teólogos de
la liberación a aceptar un
conjunto de concepciones incompatibles con la visión cristiana
del hombre. No advirtieron que en la lógica del pensamiento
marxista, el
«análasis» no
es separable de
la praxis ni de la con
cepción marxista de la historia.
De este modo el análisis se con
vierte en instrumento de crítica y ésta es un momento del com
bate revolucionario del prol~tariado investido de su misión his
tórica.
La ley fundamental de la historia se identifica con la ley de
la lucha de clases, e implica que
la sociedad está fundada sobre
la violencia. Pues bien, a
la violencia que constituye la relación
de dominación de los ricos sobre los pobres deberá responder
la contrarrevolución más revolucionaria mediante la cual se in
vertirá esta relación.
La lucha de clases es, pues, presentada como una ley objeti
va, necesaria. Entrando en su proceso al lado de los oprimidos
«se hace la verdad», es decir, se actúa científicamente. En con
secuencia, la concepción de
la verdad exige la afirmación de la
violencia necesaria y con ello se desemboca en el amoralismo
político.
46
Fundaci\363n Speiro
LA LLAMADA «TEOLOGIA DE LA LIBERACION•
La lucha de clases tiene carácter de universalidad. Se refleja
en todos los campos de la existencia desde los religiosos
y éticos
hasta los culturales e institucionales. La concesión hecha a las tesis marxistas pone radicalmente
en duda
la existencia y la naturaleza de la ética. El carácter
trascendente
de
la distinción entre el bien y el mal, principio
de
la moralidad, está implícitamente negado en la óptica de la
lucha de clases.
Lo que «las teologías de la liberación» ban acogido como
un
principio es
precisamente la teoría de
la lucha de clases en
tendida como ley fundamental de la historia.
De todo ello se quiere obtener la conclusión de que la lucha
de clases divide a la Iglesia,
y que en .función de ello hay que
juzgar las
realidades eclesiales. Para que nada faltase, se acusa
de mala
fe la afirmación según la cual el amor, en su universa
lidad, pueda vencer lo que constituye
la ley estructural de la
sociedad capitalista. En la concepción marxista, la lucha de clases es
el motor de
la historia. La historia debe
· ser
entendida como una realidad.
Dios mismo se hace historia
y en, ella no se puede distinguir
entre historia de la salvación e historia profana. Así se
explica
la
tendencia a identificar el reino de Dios
y su devenir en el
movimiento de liberación humana, y hacer de la historia el ob
jeto de su propio desarrollo como proceso de
autottedención
del
hombre
· mediante la lucha de clases. En esta línea no han
faltado quienes pretendan identificar a Dios con la historia,
y
a definir la fe como fidelidad a ella. En consecuencia, las llama
das
virtudes cardinales reciben nuevo
contenido. La
fe es fide
lidad a
la historia, la esperanza, confianza en el futuro y la ca
ridad
opción por
los pobres. Pero esto
sólo puede significar una
polithación radical de las. afirmaciones de la fe y de los juicios
teológicos. Con
ello. toda
afirmación de
fe y toda proposición de
teología quedan subordinadas a un criterio político dependiente
de
la lucha de clases como verdádero .motor de la historia.
Repárese ahora en
la terrible consecuencia de denunciar como
aciitud
contraria de amor a
los pobres, la voluntad de amar á
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Fundaci\363n Speiro
ANGEL GONZALEZ ALV AREZ
todo hombre cualquieta que sea su pertenencia de clase e ir a
su encuentro por los
caminos del
diálogo.
Aunque se afirma que el hombre no debe
ser objeto
de odio
se defiende también qne en
virtud de
la
pertenencia objetiva
al
mundo de los
ricos, él. es
ante todo un enemigo de clase que es
preciso combatir. La universalidad del amor al
prójimo se con
vierte
en principio escatológico, válido únicamente
para el
«hom
bre nuevo» que
sutgirá de la revolución victoriosa.
La concepción de
la Iglesia. quedará vacía de su carácter
como
don de la gracia de Dios y misterio de
fe. Por eso se ha
podido afirmar que las teologías de la liberación que tienen en
su favor el mérito de
haber valorado
los grandes textos de los
profetas
y del evangelio sobre la defensa de los pobres, conclu
yen en una amalgama ruinosa entre el pobre de la escritura y el
proletario de Marx.
Algo_ análogo
sucede con la Iglesia del pueblo. Entienden
por
ella una Iglesia de clase que ha tomado conciencia de ser
la Iglesia del pueblo oprimido. Por esta
vía no se tarda en llegar
a una contraposición más radical en que
la ortodoxia como recta
regla de la
fe se sustituya por la idea de ortopraxis como cri
terio de verdad.
A partir de aquí sutgen numerosas inconveniencias
por no
calificarlas
de errores. Conviene afirmar con claridad que
la
nm:va hermenéutica presentada por ciertas teologías de la libe
ración,
conducen a una relectura esencialmente
polltica del
Evan
gelio y de toda la Sagrada Escriturá.
· De ahí
la importancia
ex
cepcional
que se otorga al acontecimiento del Exodo en cuanto
efectiva liberación de
la esclavirud polltica. Lo más grave de las
teologías de la liberación no está tanto en lo que dicen, como en
lo que silencian, o en lo que no toman en consideración alguna.
Hay que denunciar en las teologías de la liberación el uso
excesivo de una hermenéutica esencialmente
polltica de la Es
critura. Privilegiando la dimensión polltica se ha llegado a negar
la radical novedad del Nuevo Testamento. Y en algunos casos a
desconocer a Jesucristo como verdadero Dios y verdadero hom
bre.
Lo mismo sucede con el carácter específico de la libetaci6n
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Fundaci\363n Speiro
LA LLAMADA «TEOWGIA DE LA LIBERACION»
que nos aporta y que es ante todo libetación del pecado, fuente
de todos los
males y
de todas las esclavitudes.
Hay que reconocer que en muchos casos se
c.;nservan literal
mente
las fórmulas de la
fe pero se le atribuye nueva significa
ción, lo que viene a representar una negación de la
fe de la
Iglesia. Por un lado, se rechaza la doctrina cristológica en nom
bre del criterio de clase; por otro, se pretende alcanzar el Jesús
de la historia a
partir de
la experiencia revolucionaria de la lu
cha de los pobres por su liberación.
Se pretende
también con
frecuencia revivir una experiencia
análoga a la que
habría sido
la de Jesús. Pero también parece
claro que en muchos casos se niega la fe en el Verbo encarnado,
muerto y resucitado por todos los hombres. Se le sustituye por
la figura de Jesús que es una especie de símbolo que recapitula
en sí las exigencias de la lucha de
.los oprimidos.
Y así se da
una interpretación exclusivamente política de
la muerte de Cristo
y, por ello, se niega su valor salvífico y toda la economía de la
redención.
Al aplicar el mismo criterio hermenéutico a la vida eclesial,
y a
la constitución jerárquica de la Iglesia y los fieles, se con
vierten en relaciones de dominación que obedecen a
la ley de la
lucha de clases. Se ignora simplemente la sacramentalidad que
hace de
la Iglesia una realidad espritual irreductible a un análi
sis puramente sociológico. La misma Eucaristía deja de ser el don del cuerpo y de la
sangte de Cristo para convertirse en celebración del pueblo que
lucha. La unidad, la reconciliación, la comunión en el amor ya
no se conciben como don que recibimos de Jesucristo. Es la
clase histórica de los pobres la que construye la unidad de la
Iglesia. La Eucaristía llega a ser así Eucaristía de clase. Al mis
mo tiempo se niega la fuerza del amor de Dios que se nos ha
dado.
La Instrucción de
la Sagrada Congregación para la doctrina
de
la fe concluye con un texto de Pablo · VI en el Credo del pue
blo
de Dios que me permito leer porque no tiene desperdicio:
«Confesamos que el Reino de Dios iniciado aquí abajo
en la
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Fundaci\363n Speiro
ANGEL GONZALEZ ALVAREZ
Iglesia de Cristo no es de este mundo, cuya figura pasa, y que
su crecimiento propio no puede confundirse con
el progreso de
la civilización, de la ciencia o de la técnica humanas, sino que consiste en conocer cada vez más profundamente las
dquezas
insondables
de Cristo, en esperar cada vez con más fuerza los
bienes eternos, en corresponder cada vez más ardientemente al amor de Dios, en dispensar cada vez más abundantemente la
gracia y la santidad entre
los hombres.
Es este mismo amor el
que impulsa a la Iglesia a preocuparse constantemente del ver
dadero bien temporal de los hombres. Sin cesar de recordar a
sus 'hijos que ellos no tienen una morad.a permanente en este
mundo, los alienta también, en conformidad con la vocación y
los medios
de cada uno, a contribuir al bien de su ciudad terre
nal, a promover la justicia, la
paz y la fraternidad entre los hom
bres, a prodigar ayuda a sus hermanos, en particular a los más
pobres y desgraciados. La intensa solicitud de
la Iglesia, Espo
sa de Cristo, por las necesidades de los hombres, por sus alegrías y esperanzas, por sus penas y esfuerzos; nace del gran deseo que
tiene de estar presente entre ellos para iluminarlos con la luz
de Cristo y juntar a todos en El, su único Salvador. Pero esta
actitud nunca podrá comportad que la Iglesia se conforme con
las cosas de este mundo ni que disminuya el ardor de la espera
de su Señor y del Reino eterno». Sólo ahora estamos en condiciones de plantear e intentar
resolver el problema teológico de la liberación. Parece referirse en primerísimo lugar a la liberación del pecado con su secuela
de la muerte eterna. Estaríamos
en. Jo que la Iglesia pide en la
misa de difuntos: «Dales, Señor, el descanso eterno y brille para
ellos la luz perpetua». En este sentido se puede hablar de dos concepciones radical
mente distintas
de la liberación:
una se refiere a la justicia en
el mundo
y otra se interesa por la relación entre la liberación
de las
opresiones y la liberación integral como salvación defini
tiva del hombre. A esta última se refiere, sin duda alguna el
tema cuya
exposición se
me encargó al titularlo «la verdadera
liberación».
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Fundaci\363n Speiro
POR.
ANGEL GONZÁLEZ ALVAREZ
La llamada teología de la liberación no es, a pesar de su
apariencia, una teología de genitivo. No estamos, en efecto, ante
una teología sectorial dirigida a un tema peclectamente definido
y con posibilidad de universalización. Creada por teólogos ibero
americanos de formación europea, pronto manifiesta una serie de
virtualidades que llaman la atención de los teólogos. Este nuevo
movimiento teológico hay que situarlo en tomo a 1965.
Tri¡s
años
después ·recibe su primer respaldo en la reunión de Mede
llín. La más consistente de las primeras formulaciones es, sin
duda, la
Teologla de la liberaci6n, de Gustavo Gutiérrez. Con
este acontecimiento,
la teología iberoamericana corta el cordón
umbilical que le unía a España y
· a
Portugal
· y
queda lista para
establecer una peculiar manera de hacer teología en atención a
las necesidades de los países iberoamericanos.
Con ello
se pierde
la perspectiva de universalidad que debe caracterizar toda tarea
científica, filosófica o teológica. El primer problema de la teología de
la liberación tiene que
buscarse en el esclarecimiento del concepto de libertad. Diríase que
la libertad se ha enconttado _secularmente secuestrada. Di,
aquí que el primer propósito de los teólogos de la liberación sea
precisamente liberar
la libertad del secnestri> en que la han te
nido
determinados individuos.
Los teólogos de la liberación pien
san
que
la libertad no es patrimonio individual sino comunión
de
todos los espíritus. La teología de la liberación lo que intenta
es, si se pertnite la redundancia,
liberar la libertad. ¿Liberarla
de qué?
De una concepción y de un
ejercicio individualistas
que
tienden a recluir al hombre en
sí mismo,
creando
una atmósfera
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propicia a las evasiones ante las tareas sociales. Se impone,
pues, devolver
la libertad a su propio sujeto, el cual no se en
cuentra en los individuos sino en la sociedad o por mejor decir
en el pueblo hartamente necesitado de ella ya que está sujeto a
mil opresiones. La urgente necesidad de verse libres de semejan
tes opresiones explica la aparici6n del movimiento de libera
ci6n, caracterizado esencialmente por lo
que se
ha llamado la
apropiaci6n
social de la libertad y su devolución al pueblo como
único sujeto natural. Con toda su simplicidad
y gravedad se ha
asumido
la llamada opci6n socialista. Lo que llevo dicho sólo
nos coloca en los comienzos,
pero abre
el camino que debemos
proseguir.
¿Qué significa
el
titulo Teolog/a
de la
liberación? La
teolo
gía es la ciencia de Dios obtenida a la luz sobrenatural de la
revelación. No se trata pues, de una simple teodicea que se ocupa
del estudio metafísico de
la primera causa del ser. Estamos co
locados ante el oficio del teólogo propiamente dicho. Tampoco
es difícil
poner de relieve
el significado literal de la palabra
«liberación». Es la acción o el efecto de liberar o liberarse de
cualquier carga o impedimento. En nuestro caso
debet!a tratarse
primariamente
de la liberación de la esclavitud del pecado. Se
trata de
una. esclavitud
radical en
el sentido de que a ella tene
mos que referir todas las demás esclavitudes de orden
cultural,
social, político y econ6mico. Pero no es. precisamente de esto de
lo que
t~ngo que
ocuparme porque
la que se me pide · es que
hable de un complejo de doctrinas actuales que convienen en reducir
el extenso campo de la teología a la que dieron el nom
bre de teología de la liberaci6n.
Comienza semejante doctrina, a mi modo de ver, con un etror
fundamental sobre la interpretaci6n del cristianismo. La Instruc
. ci6n de
la Sagrada Congregación
para la doctrina de la fe lo
denuncia con estas palabras:
«Ante la urgencia de compartir el
pan, algunos se ven tentados a poner entre
paréntesis y
dejar
para mañana
la evangelizaci6n. Es como si se dijera: en primer
lugar, el pan,
la palabra para más tarde. Es un error mortal
oponer ambas cosás»-.
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Otros teólogos ponen en primer plano la lucha por la jus,
ticia y la libertad humanas, entendidas en sentido económico y
político y a ello reducen la salvación. El Evangelio pierde la
trasoendencia
y queda reducido a mero sentido terrestre.
He aquí un texto fundamental de la
Instrucci6n sobre algu
nos aspectos de la teologia de la
liberación: Las diversas teolo
g!as de las liberaci6n
se sitúan, por una parte, en relación con la
opci6n preferencial por los pobres reafirmada con fuerza y sin
ambigüedades, después de Medellín, en la conferencia de Pue
bla,
y, por otra, en la tentación de reducir el Evangelio de la
salvación a un evangelio terrestre. Centro
.la exposición
en la autodenominada
Teología de la
liberaci6n
que se presenta con una interpretación de la existencia
cristiana que se aparta contradictoriamente de la fe
profesacia
por
la Iglesia.
La denuncia de la
Sagr~da Congregación
no puede ser más
certera: «Préstamos no criticados de la ideología marxista
y el
recurso a las tesis de una hermenéutica bíblica dominada por el
racionalismo son la raíz de una nueva interpretación, que viene
a romper lo que tenía de auténtico el generoso compromiso
inicial en favor de los pobres».
¿Cómo no advertir que partiendo de idénticas premisas
y
utilizando el mismo método necesariamente se llega a las mis
mas conclusiones? Más grave aún
~s la
inadvertencia de que
el
ateísmo y la negación del espíritu en la persona humana, de su
libertad
y sus derechos pertenecen a la esencia misma de la
concepción marxista. La precipitación en el juicio no hace buenas migas con el quehacer científico, filosófico o teológico. Y la
precipitación llevó a muchos teólogos a tomar como método de su quehacer el llamado «análisis marxista». Su razonamiento ini
cial es
el siguiente: «Una situación de gravedad explosiva exige
una acción eficaz que no admite espera. Y una acción de esta
naturaleza presupone un análisis científico que nos permita
co
nocer las causas reales de semejante miseria. No tardaron en
surgir teólogos avispados que creyeron encontrar las líneas maes
tras de semejante análisis trazadas por Carlos Marx
y sus pri-
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me.ros discípulos. Hay, pues, que aplicarlo con urgencia a la
situación del tercer mundo y de toda Ibeoramérica.
La fascinación ejercida por
el término «científico» determinó
que muchos teólogos tragasen
el anzuelo del marxismo. Olvi
daron la regla fundamental del método que el profesor que les
habla formuló de esta manera:
«El método
de
una disciplina
debe
ser congruente con la estructura noética del objeto que
investiga y debe
estar adaptado
al
peculiar nivel de los destina
tarios de la enseñanza». Pero los teólogos de la liberación de
jaron incumplida la regla fundamental propia de su oficio. En vez
de aplicar el método de investigación con sus procedimientos
y formas de enseñanza propios de la teología, tomaron prestado
por el marxismo un método incongruente con la realidad que se
pretende conocer.
La primera condición de un análisis es la docilidad a la reali
dad que se pretende describir. Pero el análisis marxista impone
su
· lógica
y obligó a los teólogos de
la liberación a aceptar un
conjunto de concepciones incompatibles con la visión cristiana
del hombre. No advirtieron que en la lógica del pensamiento
marxista, el
«análasis» no
es separable de
la praxis ni de la con
cepción marxista de la historia.
De este modo el análisis se con
vierte en instrumento de crítica y ésta es un momento del com
bate revolucionario del prol~tariado investido de su misión his
tórica.
La ley fundamental de la historia se identifica con la ley de
la lucha de clases, e implica que
la sociedad está fundada sobre
la violencia. Pues bien, a
la violencia que constituye la relación
de dominación de los ricos sobre los pobres deberá responder
la contrarrevolución más revolucionaria mediante la cual se in
vertirá esta relación.
La lucha de clases es, pues, presentada como una ley objeti
va, necesaria. Entrando en su proceso al lado de los oprimidos
«se hace la verdad», es decir, se actúa científicamente. En con
secuencia, la concepción de
la verdad exige la afirmación de la
violencia necesaria y con ello se desemboca en el amoralismo
político.
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La lucha de clases tiene carácter de universalidad. Se refleja
en todos los campos de la existencia desde los religiosos
y éticos
hasta los culturales e institucionales. La concesión hecha a las tesis marxistas pone radicalmente
en duda
la existencia y la naturaleza de la ética. El carácter
trascendente
de
la distinción entre el bien y el mal, principio
de
la moralidad, está implícitamente negado en la óptica de la
lucha de clases.
Lo que «las teologías de la liberación» ban acogido como
un
principio es
precisamente la teoría de
la lucha de clases en
tendida como ley fundamental de la historia.
De todo ello se quiere obtener la conclusión de que la lucha
de clases divide a la Iglesia,
y que en .función de ello hay que
juzgar las
realidades eclesiales. Para que nada faltase, se acusa
de mala
fe la afirmación según la cual el amor, en su universa
lidad, pueda vencer lo que constituye
la ley estructural de la
sociedad capitalista. En la concepción marxista, la lucha de clases es
el motor de
la historia. La historia debe
· ser
entendida como una realidad.
Dios mismo se hace historia
y en, ella no se puede distinguir
entre historia de la salvación e historia profana. Así se
explica
la
tendencia a identificar el reino de Dios
y su devenir en el
movimiento de liberación humana, y hacer de la historia el ob
jeto de su propio desarrollo como proceso de
autottedención
del
hombre
· mediante la lucha de clases. En esta línea no han
faltado quienes pretendan identificar a Dios con la historia,
y
a definir la fe como fidelidad a ella. En consecuencia, las llama
das
virtudes cardinales reciben nuevo
contenido. La
fe es fide
lidad a
la historia, la esperanza, confianza en el futuro y la ca
ridad
opción por
los pobres. Pero esto
sólo puede significar una
polithación radical de las. afirmaciones de la fe y de los juicios
teológicos. Con
ello. toda
afirmación de
fe y toda proposición de
teología quedan subordinadas a un criterio político dependiente
de
la lucha de clases como verdádero .motor de la historia.
Repárese ahora en
la terrible consecuencia de denunciar como
aciitud
contraria de amor a
los pobres, la voluntad de amar á
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todo hombre cualquieta que sea su pertenencia de clase e ir a
su encuentro por los
caminos del
diálogo.
Aunque se afirma que el hombre no debe
ser objeto
de odio
se defiende también qne en
virtud de
la
pertenencia objetiva
al
mundo de los
ricos, él. es
ante todo un enemigo de clase que es
preciso combatir. La universalidad del amor al
prójimo se con
vierte
en principio escatológico, válido únicamente
para el
«hom
bre nuevo» que
sutgirá de la revolución victoriosa.
La concepción de
la Iglesia. quedará vacía de su carácter
como
don de la gracia de Dios y misterio de
fe. Por eso se ha
podido afirmar que las teologías de la liberación que tienen en
su favor el mérito de
haber valorado
los grandes textos de los
profetas
y del evangelio sobre la defensa de los pobres, conclu
yen en una amalgama ruinosa entre el pobre de la escritura y el
proletario de Marx.
Algo_ análogo
sucede con la Iglesia del pueblo. Entienden
por
ella una Iglesia de clase que ha tomado conciencia de ser
la Iglesia del pueblo oprimido. Por esta
vía no se tarda en llegar
a una contraposición más radical en que
la ortodoxia como recta
regla de la
fe se sustituya por la idea de ortopraxis como cri
terio de verdad.
A partir de aquí sutgen numerosas inconveniencias
por no
calificarlas
de errores. Conviene afirmar con claridad que
la
nm:va hermenéutica presentada por ciertas teologías de la libe
ración,
conducen a una relectura esencialmente
polltica del
Evan
gelio y de toda la Sagrada Escriturá.
· De ahí
la importancia
ex
cepcional
que se otorga al acontecimiento del Exodo en cuanto
efectiva liberación de
la esclavirud polltica. Lo más grave de las
teologías de la liberación no está tanto en lo que dicen, como en
lo que silencian, o en lo que no toman en consideración alguna.
Hay que denunciar en las teologías de la liberación el uso
excesivo de una hermenéutica esencialmente
polltica de la Es
critura. Privilegiando la dimensión polltica se ha llegado a negar
la radical novedad del Nuevo Testamento. Y en algunos casos a
desconocer a Jesucristo como verdadero Dios y verdadero hom
bre.
Lo mismo sucede con el carácter específico de la libetaci6n
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Fundaci\363n Speiro
LA LLAMADA «TEOWGIA DE LA LIBERACION»
que nos aporta y que es ante todo libetación del pecado, fuente
de todos los
males y
de todas las esclavitudes.
Hay que reconocer que en muchos casos se
c.;nservan literal
mente
las fórmulas de la
fe pero se le atribuye nueva significa
ción, lo que viene a representar una negación de la
fe de la
Iglesia. Por un lado, se rechaza la doctrina cristológica en nom
bre del criterio de clase; por otro, se pretende alcanzar el Jesús
de la historia a
partir de
la experiencia revolucionaria de la lu
cha de los pobres por su liberación.
Se pretende
también con
frecuencia revivir una experiencia
análoga a la que
habría sido
la de Jesús. Pero también parece
claro que en muchos casos se niega la fe en el Verbo encarnado,
muerto y resucitado por todos los hombres. Se le sustituye por
la figura de Jesús que es una especie de símbolo que recapitula
en sí las exigencias de la lucha de
.los oprimidos.
Y así se da
una interpretación exclusivamente política de
la muerte de Cristo
y, por ello, se niega su valor salvífico y toda la economía de la
redención.
Al aplicar el mismo criterio hermenéutico a la vida eclesial,
y a
la constitución jerárquica de la Iglesia y los fieles, se con
vierten en relaciones de dominación que obedecen a
la ley de la
lucha de clases. Se ignora simplemente la sacramentalidad que
hace de
la Iglesia una realidad espritual irreductible a un análi
sis puramente sociológico. La misma Eucaristía deja de ser el don del cuerpo y de la
sangte de Cristo para convertirse en celebración del pueblo que
lucha. La unidad, la reconciliación, la comunión en el amor ya
no se conciben como don que recibimos de Jesucristo. Es la
clase histórica de los pobres la que construye la unidad de la
Iglesia. La Eucaristía llega a ser así Eucaristía de clase. Al mis
mo tiempo se niega la fuerza del amor de Dios que se nos ha
dado.
La Instrucción de
la Sagrada Congregación para la doctrina
de
la fe concluye con un texto de Pablo · VI en el Credo del pue
blo
de Dios que me permito leer porque no tiene desperdicio:
«Confesamos que el Reino de Dios iniciado aquí abajo
en la
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ANGEL GONZALEZ ALVAREZ
Iglesia de Cristo no es de este mundo, cuya figura pasa, y que
su crecimiento propio no puede confundirse con
el progreso de
la civilización, de la ciencia o de la técnica humanas, sino que consiste en conocer cada vez más profundamente las
dquezas
insondables
de Cristo, en esperar cada vez con más fuerza los
bienes eternos, en corresponder cada vez más ardientemente al amor de Dios, en dispensar cada vez más abundantemente la
gracia y la santidad entre
los hombres.
Es este mismo amor el
que impulsa a la Iglesia a preocuparse constantemente del ver
dadero bien temporal de los hombres. Sin cesar de recordar a
sus 'hijos que ellos no tienen una morad.a permanente en este
mundo, los alienta también, en conformidad con la vocación y
los medios
de cada uno, a contribuir al bien de su ciudad terre
nal, a promover la justicia, la
paz y la fraternidad entre los hom
bres, a prodigar ayuda a sus hermanos, en particular a los más
pobres y desgraciados. La intensa solicitud de
la Iglesia, Espo
sa de Cristo, por las necesidades de los hombres, por sus alegrías y esperanzas, por sus penas y esfuerzos; nace del gran deseo que
tiene de estar presente entre ellos para iluminarlos con la luz
de Cristo y juntar a todos en El, su único Salvador. Pero esta
actitud nunca podrá comportad que la Iglesia se conforme con
las cosas de este mundo ni que disminuya el ardor de la espera
de su Señor y del Reino eterno». Sólo ahora estamos en condiciones de plantear e intentar
resolver el problema teológico de la liberación. Parece referirse en primerísimo lugar a la liberación del pecado con su secuela
de la muerte eterna. Estaríamos
en. Jo que la Iglesia pide en la
misa de difuntos: «Dales, Señor, el descanso eterno y brille para
ellos la luz perpetua». En este sentido se puede hablar de dos concepciones radical
mente distintas
de la liberación:
una se refiere a la justicia en
el mundo
y otra se interesa por la relación entre la liberación
de las
opresiones y la liberación integral como salvación defini
tiva del hombre. A esta última se refiere, sin duda alguna el
tema cuya
exposición se
me encargó al titularlo «la verdadera
liberación».
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