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Número 241-242

Serie XXV

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Hacia la civilización del amor. Homilía en la Misa del día de Difuntos [XXIV Reunión de amigos de la Ciudad Católica]

HACIA LA CIVILIZACION DEL AMOR
(HoMJtiA EN LA MlsA DEL DÍA DE DIFUNTOS)
POR EL
Rvdo. P. MANuEL MARTINEZ CANo
Queridos hermanos y amigos de la Ciudad Católica. Acaba­
mos de oít
las palabras de Cristo Nuestro Señor al Buen La­
drón: «hoy estarás conmigo en el Paraíso»; y hoy, aunque el
corazón nos dice que nuestros hermanos Domingo Obradors,
Francisco Rato y Eugenio Vegas Latapie gozan
de la presencia
del Altísimo, ofrecemos por ellos el Santo Sacrificio del Altar.
Por ellos y por tantos y tantos amigos de la Ciudad Católica
que ya nos dejaron, y que desde el anonimato o desde sus pues­
tos directivos, hicieron posible con su fidelidad, que hoy nos
reunamos en la cumbre del Tihidabo para celebrar la XXIV
Reunión de los amigos de la Ciudad Católica. Entre todos ellos
quiero recordar muy especialmente a mi profesor de filosofía,
P. Juan Roig Gironella, S. l.
Y aquí estamos un año
más con Speiro y la Societa d'amici
del

profesor Michele Federico
Sciacca para
sembrar ideas, por­
que sembrar ideas es
recoger hombres.

Y porque, como tantas
veces lo
hemos oído

decir, son las ideas las que gobiernan el
mundo; y nosotros queremos gobernar el mundo para que reine
Cristo Nuestro Señor.
Es cierto lo que hemos oído decir: se puede resistir la in­
vasión de los ejércitos, pero no la
invasión de
las ideas. Efecti­
vamente, no_ hay suficientes cañones para detener una· sóla idea.
Es. verdad: las ideas gobiernan al mundo; pero gobiernan al mun­
do una vez convertidas en sentimiento, una vez encarnadas y vi~
vidas por un hombre concreto, dotado de entendimiento y vo­
luntad y, sobre todo, dotado de un corazón grande y dilatado.
El sentimiento que debe mover a los amigos de la Ciudad Ca­
tólica no es otro que el amor. Amor a Dios sobre todas las cosas
y al prójimo como a nosotros mismos. Hermanos: si queremos
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P. MANUEL MARTINEZ CANO
que Cristo reine en el mundo es necesario que primero reine
en nuestros corazones, abrasados en su amor.
Pero entendamos bien qué es amor. «Sacrificarse totalmente,
eso es amor» ( Santa Teresa del Niño Jesús). Aquí podemos pre­
guntamos todos
y cada uno de nosotros hasta qué punto nos he­
mos sacrificado por la Ciudad Católica, por la Iglesia· de Cristo.
«Quizás no sabemos qué es amor,
y no me espantaré mucho;
porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determina­
ción de desear contentar del todo a Dios y procurar, en cuanto
pudiéramos, no ofenderle y rogarle que vaya siempre adelante la honra y la gloria de su Hijo y el
aumento de

la Iglesia Cató­
lica» (Santa Teresa de Jesús).
Hagamos, pues, un pequeño examen de conciencia. Escuche­
mos a San Pablo y apliquémonos sus palabras: «el amor es com­
prensivo
-y tú ¿eres comprensivo?-, el amor es servicial y
no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal
educado, ni-egoísta; no se irrita, no lleva cuenta del mal; no se
alegra de la mjusticia, sino que se goza en la verdad. Disculpa
sin limites, cree sin línútes, aguanta sin límites».
Tenía razón Luis María Sandoval cuando nos decía ayer que
debemos encontrar tiempo para la reunión semanal de estodio. Sí; tiene razón, porque es absolutamente necesario que profundice­
mos cada día más en el conocimiento del Magisterio auténtico
de la Iglesia. Así lo hacen nuestros jóvenes en su reunión sema­
nal de tres horas. Sí; hemos de estudiar. Ahora bien, en nues­
tras reuniones nunca faltan la visita al Amor de los amores,
el
rezo del Santo Rosario a la Virgen Santísima y la exposición de­
vota de la vida de un santo. Indiscutiblemente: hemos de bus­ car tiempo para estar «largos ratos a solas con Aquel que sabe­
mos que nos ama» (Santa Teresa de Jesús).
También tenía razón Miguel Ayuso en su intervención de
ayer tarde: no todos valen para todo; no todos hemos recibido
de Dios los
mismos carismas.

Todos y cada uno de los mortales
tienen una vocación específica
.. Pero

,también sabe Miguel
Ayuso
que

la llamada de Dios a la santidad es universal. Es para todos.
La santidad:
el amor a Dios por encima de todas las cosas. He
aquí la vocación específica de todos y cada uno de los cristianos.
«Sed santos como yo soy santo», nos dice la Sagrada Escritora.
Y Nuestro
Sefíor nos

exhorta a que seamos «perfectos como mi
Padre Celestial es perfecto». Sí, porque los demás carismas o do­
nes están ordenados hacia la santidad que se alcanza con la prác­
tica de la caridad cristiana. San Pablo nos lo recuerda: «Si ha­
blando lenguas de hombres y ángeles no tengo caridad, soy como
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HACIA LA CNIUZACION DEL AMOR
bronce que suena o címbalo que retiñe. Y si teniendo el don de
profecía y
conocimiento de todos los misterios y toda la ciencia,
y tanta fe que trasladase los montes, si no tengo caridad, no soy
nada. Y si repartiera toda mi hacienda y entregase mi
cuerpo al
fuego,

no teniendo caridad, nada me aprovecha». Un llamamiento
al Amor, ese es el banderín de enganche al que nos llama Nues­
tro Señor.
Convenzámonos hermanos: «no está el aprovechamiento del
alma
(y de los pueblos) en pensar mucho, sino en amar mucho»
(Santa Teresa de Jesús). Por esta
verdad estoy
convencido de
que el mundo en que vivimos, nuestra sociedad contemporánea,
no será de los ideólogos, ni de los tecnócratas, ni de los «políti­
cos». «El mundo
será de. quien

lo ame más y se lo demuestre
mejor» (San Juan Vianney), Pero entendamos bien el amor, por­
que el amor no sabe estarse-ocioso: «así que, donde prende, obra
grandes cosas, y si se niega a obrar es señal de que no existe».
(San Gregorio ). Porque quien ama de
verdad «no
se contenta
con amor sólo
sino junto

amor, obras» (Santa Teresa de Jesús).
Y convenzámonos de una vez por todas: si queremos que Cristo
reine en la sociedad

no podemos seguir ni un momento más
cruzados de brazos quejándonos estérilmente de los males que
nos desbordan. Es absolutamente necesario que hagamos obras
y más obras impregnadas de amor a Dios, «si uno tiene de qué
vivir y viendo a sus hermanos -en necesidad le cierra las entra­
ñas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?» (San Pablo).
Nuestros contemporáneos están hartos de palabras, discur­
sos y programas políticos y, a la vez, están sedientos de
cariño.y
amor.

Seamos, pues, en el· corazón
· de
este
mundo· materialista,
el

amor de Dios. Sí, seamos nosotros los mensajeros del amor
de Dios, porque como
decía el

gran
convertido Chesterton,
«el
mundo está lleno de ideas sanas que se han vuelto
locas». Y a
los

locos o se les ama, o se les margina. A los locos no se les
puede hacer pensar
ni razonar. No perdamos, pues, el tiempo
discutiendo o enseñando esta o aquella otra verdad; hablad abier­
tamente y con valentía a todos los hombres
de la única Verdad,
de esa Verdad que es Dios, de ese Dios que es Amor. «Dios es
~mor, y el que permanece eri el amor, en Dios permanece, y
Dios en él» (San Juan). ¡Ah!, ¡cuándo llegará aquel venturoso
día que puedan decir de nosotros, «mirad cómo se aman»!
«Ser amados de Dios, estar unidos a Dios, vivir
en la pre­
sencia

de Dios: ¡oh!, qué
bella vida y qué bella muerte» (San
Juan
M." Vianney). De esto se trata, hermanos, de establecer en
el mundo ese nuevo sistema de vida que quiere instaurar el
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P. MANUEL MARTÍNEZ CANO
Papa: la civilización del amor. Y es que no hay otra salida: o
reina Cristo Nuestro Señor con su infinito amor o reina
el prín­
cipe de este mundo, Satanás, con su odio infernal.
Amigos de la Ciudad Católica: no os dejéis arrastrar por la
mediocridad reinante. Como fieles hijos de la Iglesia debéis as­
pirar a la santidad. Trabajad incesantemente por el Reinado
So­
da! de Nuestro Señor Jesucristo. Como intelectuales católicos
que sois, no os limitéis. a contemplar las
ideas en
ese mundo
platónico fantástico; muy al contrario, como Menéndez Pelayo, amad tiernamente a Nuestro Señor. Saboread estos versos suyos:
¿Qué quieres
mi Jesús? Quiero quererte.
Quiero cuanto
hay en mí del todo arte.
Sin tener más placer que el de agradarte,
sin tener más temor que el ofenderte.
Quiero olvidarlo todo y conocerte. Quiero ignorarlo todo por saberte.
Quiero, amable Jesús, quiero abismarme
en ese dulce abismo de tu herida
y en tus divinas. llagas abrasarme,
morir a
mí para vivir tu vida.
perderme en Ti Jesús y no encontrarme.
Amigos de la Ciudad Católica, como
piadosame'nte creemos,
nuestros

hermanos Domingo, Faustino
y Eugenio, gozan ya del
infinito amor de Dios. También nosotros «al atardecer de la
vida seremos juzgados sobre el amor». Mientras esperamos ese
día, pidamos

a la Madre del Amor Hermoso que «aprendamos
de una vez a amarnos en este mundo, como luego nos amatemós
en el cielo» (San Francisco de Sales). Pedírselo con fervor y .
ternura. Estoy convencido de que muchas cosas no las conse­
guimos porque no se las pedimos a la Virgen Santísima. Si,
pe­
dírselo con todas vuestras fuerzas, porque no es absolutamente
necesario para que reine Cristo que la Virgen nos alcance «el
más bello regalo que nos puede hacer Dios en la Tierra; un
amor dulce
y delicado al prójimo» (Beato Luis Guanella).
Queridos hermanos: no sé si me he explicado con claridad,
os he querido decir que un sólo acto de amor a Dios vale más que todas las ideas, más que toda la creación. Un acto de amor
a Dios es más útil a la Iglesia que todas las demás obras jun­
tas. Amemos, amemos . a Dios con todo nuestro corazón, con
toda nuestra alma, eón todas nuestras fuerzas.
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