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Número 241-242

Serie XXV

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Arte y Revolución

ARTE Y REVOLUCION
POR
JOSÉ DE ARMAS DfAz
Puso Dios al hombre sobre la tierra compuesto de materia y
espíritu. Y este dualismo desarrolla en él dos tipos de tendencias:
la una lo impulsa a
la satisfacción de necesidades sensuales, la
otra despierta un continuo afán de llenar el alma de goces in­
materi.ales. De la misma manera que de la amalgama del cuerpo
y el alma surge el ser humano,· del consorcio de sus correspon­
dientes tendencias resulta el
existir. Esta
dualidad
consciente
--evidenciada por las potencias del alma, que establecen su
primado sobre el cuerpo
--es lo

que distingue al
ser humano
de

todo
el resto de la creación y lo hace su rey.
La primera vez que el hombre abrió sus sentidos en medio
de la Naturaleza
y miró, oyó, tocó, gustó y olió a su alrededor,
su
espíritu se

vio turbado y pleno de
una sensación
inefable:
fa belleza. Por eso, quizás se ha definido la belleza como el
«destello de la esencia divina que al
· hombre
se revela en la
creación» (1).
·
· Decimos

que la belleza es una sensación inefable y no es
exacto porque, aunque su
germen está en lo invisible como una
idea abstracta, desde que penetra a través de
los sentidos
del
hombre
y se aloja en su alma, se manifiesta con atributos con­
cretos, como son la forma, el tamaño, el color, la intensidad,
etcétera. Pues bien, cuando
la belleza agita y turba el alma humana
y ésta reconoce la presencia de aquélla, . quiere también Dios
(1) CABELLO y Aso, L.: Estitica general, Casa Editorial de Mariano
Núñcz Samper, Madrid, 1904, ¡mg. 2s: ·
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que ciertos hombres sientan vivos deseos de reproducirla. Y
cuando lo hacen, tal actividad se llama arte y los hombres que
la desarrollan son artistas.
El arte es, pues, la expresión de la belleza. Y la belleza es
un valor universal hacia
el cual
todas
l~s artes
han tendido.
Los artistas gozan del concurso de las supremas cualidades
del alma humana, que constituyen «el genio» y no se limitan a la mera percepción de la belleza, sino que dirigen espontánea­
mente su selecto espíritu investigador hacia la misma esencia
de ella. Sienten la necesidad de reproducir la belleza tal como su espíritu la percibe, y, modificándola inevitablemente (2),
la
recrean de palabra si son poetas, con sonidos si son músicos,
de manera plástica si son pintores, escultores o arquitectos.
El artista, precisamente por esa potenciación del espíritu
que propicia una actividad trascendente, es un hombre superior,
como hombre, a los demás, y por eso se dice vulgarmente que
tiene algo de divino, siendo, sin embargo, nada más que un
elegido ( eso sí) por Dios para evidenciar el reflejo de su belleza. Sentadas todas estas afirmaciones,
cabe preguntamos:

y ade­
más de poner de manifiesto
la belleza, ¿cuál es la finalidad del
arte? El tiempo fluye en el arte como fluye la existencia de los
hombres por la historia. La actividad artística la ha desarto­
llado el hombre en todos
los tie~ y,

generalmente, se puede
afirmar que todo arte ha tenido la intención de eternizar el
momento que vive. No nos sorprende, por lo tanto, observar
en el estudio
de la Historia del Arte las mismas fluctuaciones
que nos encontramos en la historia del
pensamiento y
de las
culturas
(3). Toda cultura tiene su expresión máxima en el mun-
(2) «La realidad a través de un temperamento» llama a la interpreta­
ci6n artística MAm.mL ABRIL, en su ensayo De la naturaleza al espiritu,
eclit. Espasa-Calpe, S. A., Madrid, 1935.
(3)
« ... paralelamente a la historia del arte, ya se le considere gene­
ral, ya en su desarrollo dentro de cada siglo y de cada raza, va marchan­
do la historia de la Estética, inlluyendo de una manera recíproca los pre­
ceptos en los modelos y los modelos en los· preceptos, ampliando el arte
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do dd arte. El arte mide la calidad suprema de lo que la cul­
tura aspiró a realizar.
El
arte, pues,
tiene una finalidad existencial de la que no
podemos prescindir
en. su

estudio. No puede
afirmarse, como
lo hace Osear Wilde, que «d arte es perfectamente inútil». Lo
útil no necesariamente es bello, pero lo bello, por serlo, es en
esencia necesariamente útil.
El arte es útil no solamente por d beneficio moral que
aporta a nuestra
alma ~«recreo dd espíritu» lo definió Hegd-,
sino por
el beneficio que nos reporta su estudio. El arte, como
medida
existencial, cual
la historia, es maestro de la vida.
Es, realmente, bonito
y esclarecedor d mensaje que la Igle­
sia enseña a los artistas dentro de los Mensajes a la Humanidad
en
el Concilio Vaticano II, en d cual podemos leer: «Este mun­
do que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la
desesperanza.
La belleza, como la verdad, es quien pone la
alegría en
d corazón

de los hombres; es
d fruto
precioso que
sus formas pata albergar concepciones cada día más vastas y sintéticas, y
ensanchando las ciencias sus moldes para dar entrada y explicación a las
nuevas formas que el arte incesantemente crea. No admitimos, pues, que
se
dé arte alguno sin cierto género de teoría estética, explícir~ o implícita,
manifiesta o latente, ni en el rigor de los términos confesaremos jamás
que pueda crearse ninguna obra propiamente artística, por mera espon~
taneidad, con· ausencia de toda reflexión,_ como si trabajase sólo una fuerza
inconsciente y fatal. El arte, como todá obra humana digna .de este nom­
bre, es obra reflexiva; sólo que la reflexi.6n del poeta ·es cosa muy dis~
tinta de la reflexión del crítico y del filósofo.
»De aquí que al crítico y al historiador literario toque investigar y fijar,
estén escritos o no, los
cánones que han presidido el al'te literario de cada
época, deduciéndolos, cuando no pueda de las obras preceptistas, de las
mismas obras de
arte, y llevando siempre de freat,e el estudio de las unas
y de los otros. Pero entiéndase siempre que estos -cánones no son cosa
relativa -y transitoria, mudable de nación -a
nación y de siglo a siglo, aun~
que

en los accidentes lo
pate7.Can., sino

que, en lo que tienen de
verdad.e~
ro y profundo, se apoyan en fundamentos matemáticos e inquebrantables,
a lo menos para mi, que tengo todav!a la debilidad de creer en la Meta­
física», MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO, Historia de las Ideas Estéticas en
España, edit.
C. S. I. C., Madrid, 1974, advertencia preliminar) . pág. 3.
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resiste la usura del tiempo, que une las generaciones y. las hace
comunicarse en
la admiración» ( 4 ).
Hemos dicho que la belleza es el destello de
la esencia di­
vina. La absoluta belleza reside en Dios, que es el origen de
toda verdad, de toda bondad, de todo lo ·sublime, de todo
lo
eterno.
Es, pues, perfectamente lógico que si el hombre ve en Dios
el origen de toda belleza
y la belleza es el motivo del arte, la
realización artística tenga su origen en lo que liga
al hombre
con

Dios: la religión.
Nos dice un bellísimo párrafo de Manuel Abril: «Las obras
de arre auténticas nos están diciendo siempre: somos hondas,
profundas, esenciales; somos hijas del Creador por
el intermedio
ele! hombre. Virtud doble. La naturaleza es de Dios;
el arte de
los hombres. La una, del Creador; el otro, de creadores. Las
obras del Creador son recreadas después, cuando pasan por el espíritu
'del hombre,

y son
allí sometidas a una elaboración ex­
clusivamente bu.mana, que se llama "creación" (con minúscula)
porque tiene una lejana analogía ---,Jejana pero indudable-- con
la actividad creadora del Propósito Hacedor que ha creado los mundos
y los seres. Eso dicen las obras de arte y en en eso
está su hondura» (5).
Pero el mismo autor dice también en otro lugar que: «Es
frecuente suponer
y dar por aceptado que las obras de arte son
bellas porque se parecen a las obras ele
. la naturaleza, cuando
la

verdad es que la
naturaleza nos
parece bella por la misma
razón que nos parece bella
una obra de arte: porque la una y
otra reúnen determinadas condiciones para que . al entrar en el
espíritu germine y
allí se desarrolle la sensación de belleza» ( 6).
Y esta meditación me lleva a pensar con una inquietud que acaso roce la osadía, si tal vez entre
el momento histórico· en
que el hombre percibió por primera vez la inefable sensación
(4) Concz1io Vaticano II (mensajes del Concilio a la humanidad: a
los artistas), edit. B. A. C., Madrid, 1966, pág. 841.
(5) MANUEL ABRIL, op. cit., pág. 16.
(6) Ibld., pág. 23.
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de la belleza y la creación de la primera obra de arte, no me­
diaría,
además de la necesidad imperiosa, íntima, de desahogar
esa
dUJ!ce sensación,

un fortísimo condicionante externo de sig­
no opuesto a lo meramente bello que lo hiciera reaccionar. A
mí se me hace difícil pensar que un hombre puro todavía,
poseído

de toda
la belleza formal e ideal, primigenia, presidida
por el orden natural instituido en el Paraíso Terrenal, tuviera
necesidad, ni aun como divertimento, de crear una obra de arte.
No
tenía el

arte entonces ninguna razón de ser porque todo
era
belleza

a los sentidos
¿ Y entonces? Entonces ...
En contra de fo que afirmara Emerson cuando dijo que «la
obediencia de un hombre a su propio genio es la
fe por exce­
lencia» (7), viene en nuestro auxilio Giambattista Vico
y nos
dice por boca de Ernesto Cassirer:
«La verdadera

muestra de
nuestro saber no es conocimiento de la naturaleza, sino el autoM
conocimiento humano. La filosofía que en vez de contentarse
con esto, postule un saber divino. absoluto, transgredirá sus pro­
pias fronteras, para dejarse llevar por peligrosos desvaríos. La suprema
regla del

conocimiento es, para Vico, el principio según
el cual
ningún ser conoce y penetra verdaderamente sino aquello
que él mismo crea. El campo de nuestro saber no se extiende
nunca más allá de los confines de nuestra propia creación» (8).
¿Careció
la naturaleza alguna vez de toda la belleza que Dios
puso en ella? Dios creó los espíritus puros, los ángeles,
y uno
de ellos, precisamente Luzbel,
el más bello, sugerido por la
soberbia, se rebeló
y se convirtió en Lucifer, despojándose del
ideal de belleza. Así nació la fealdad, que es antítesis de la
belleza. Y esta fealdad deambuló por
el universo, y, sintiéndose celo­
sa del gozo libérrimo del
hombre en la belleza, quiso cambiar la
estructura de valores creada por Dios en la naturaleza,
y sólo
(7) Citado por ALBERT CAMÚS en El revés y el derecho, edit. Losa­
da,

S. A., Buenos
Aires, 1962, pág. 100.
( 8) ERNESTO CASSIRER, Las cien'cias dé la cultura edit. «Breviarios» del
Fondo. de Cultura Económica, México-Buenos Aires, 1951. I. Obieto Je
lar ciencias culturales, p~. 19-20.
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pudo con el hombre, precisamente porque el hombre era libre.
Quiso
el hombre detener el tiempo, que aún le era inofensivo,
y
dialog6, como

nos relata Goethe, con Metistófeles diciendo:
«En el momento que yo pueda decir a cualquier instante: '¡de­ tente, eres tan bello!', mi alma es tuya». Y así se vio
el hom­
bre dispuesto a comprender también la fealdad. Fue, desde
el
Paraíso, la primera revolución de la historia. Se me ocurre que
tuvo que ser también entonces cuando
el hombre comenzó, por
contraste, a valorar la belleza.
Comienza entonces el verdadero y único sentido de la his­
toria, la verdadera filosofía de la historia, como nos explican
maravillosamente Bossuet
(9) y Donoso Cortés (10), la lucha ti­
tánica entre la
luz y las tinieblas; entre el alma ( destello divino
como ideal de belleza) y el
cuerpo de naturaleza caída; entre
lo trascendental y
lo inmanente.
Entonces sintió
el hombre la necesidad de religarse con Dios
y la belleza, y así nacieron la religión e inmediatamente el arte.
Es curioso constatar por
la ciencia arqueológica la localización
(9) BossuET, Discurso sobre la Historia universal, edít. Escelicer,
1964.
(10) JUAN DoNoso CORTÉS, Obras completas, edit. B. A. C., Madrid,
1970, t. II.
«La Historia, si bien se_ mira, no es otra caso sino la relación de los
varios sucesos dC esta lucha gigantésca entre el bien y -el mal, entre la vo­
luntad divina y la voluntad humana, entre el Dios clemeotlsimo y el hom­
bre rebelde»
(pág. 735).
«Antes del pecado, el espíritu y la carne, el hombre y fa_ naturaleza,
eran uno en· Dios; desunido el espíritu de Dios, se desunieron del espí­
ritu todas estas cosas; desunidas se hicieron independientes; siendo in­
dependientes, el espíriru. dej6 de ser soberano, dejó de ser obedecido; de­
jando de ser obedecido de todas ~as cosas y no queriendo obedecer a nin­
guna, cayó en estado de guerra permanente:
- Guerra con Dios para sustraerse a sus
iras.
-Guerra con sus pasiones para ponerlas freno.
-Guerra con la carne para sustraerse a sus antojos.
-Guerra con los animales pata sujetat1os a su yugo .
.,...... Guerra con la Naturaleza para ponerla a su servicio.
-Guerra con la muerte para no caer en ,;u mano» (pág. 259).
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de las más antiguas obras de artes en Mesopotamia, allí donde se cree estuvo
el Paraíso terrenal.
Vaga el hombre por el mundo durante miles de años bus­
cando religarse constantemente, y su pensamiento tropieza una
y otra
vez sin

encontrar respuesta divina definitiva. Comprende
poco a poco los fenómenos naturales y las cosas. Llega a per­
sonificarlos como encarnación del bien
y del mal, según los sig­
nos de
belleza o

de
fealdad que

ve en cada uno de ellos, inclu­
so los hace diablos o dioses, y en continua confusión extrava­
gante llega incluso a divinizar al mismo hombre y lo adora. Todo
ello por medio, si no exclusivamente, sí primordialmente, del arte, de la búsqueda y la expresión de la
belleza como

contraste
con la fealdad,
con. un

sentido existencial
trasceiidente.
Su

camino en pos de la Redención es
tan largo, y los testi­
monios artísticos tan prolijos, que hacer mera mención de las
ideas principales que los informaron, además de escaparse de
nuestra pretensión, sería inacabable.
Consideremos ya al hombre encuadrado en la estructura de
valores cristiana de la cultura occidental, cuyas columnas bási­
cas Ramiro de Maeztu ve construidas en tres capitales: Atenas
que es el saber, Roma que es el poder y Jerusalem que es el
amor, y que para Zubiri son la Razón, el Derecho y la Religión
De estos tres valores, el supremo es
el tercero. Los demás
valores son derivados de ese Amor y a
él están subordinados.
Jerusalem para nosotros es Cristo, que es la gran fuerza
viva
que ha penetrado la cultura de Occidente y que constituye la
espina dorsal en la cual se apoya toda la historia y todo el arte
de Occidente.
El cristianismo vino a
. anunciar
la revelación de toda una
serie de valores, perfectamente estructurada, los cuales hasta en­
tonces eran parciales,
y los ha totalizado. El cristianismo fue la
luz liberadora después de una larga noche de titubeos en el
pen­
samiento humano: «La Verdad os hará libres». No las verda­
des, no. La Verdad. Por eso el cristianismo no es un valor, sino
una estructura de valores que, como nos dijo magistralmente
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Enrique Zuleta ( 11), se hace hist6rica, comprometiendo a quien
lo asuma de una manera· radical: «Quien no está conmigo, está
contra
mí».
En el devenir de. los tiempos esta estructura de valores es
continuamente atacada por las fuerzas del mal. Y es curioso
observar que nunca fue atacada en su totalidad estructural, por­
que eso es dialécticamente imposible, sino parcialmente, en sus
valores concretos: así registramos en la historia estos ataques
y
los llamamos revoluciones. A partir de la venida de Jesucristo, todo
el arte de Occiden­
te está inundado de su espíritu, como no
podía ser
menos, El
hombre ha encontrado de nuevo la fuente de la Belleza,
y se
religa a ella, en contra de la fealdad. Decimos que la estructura de valores cristianos se hace bis­
t6rica
y ello nos sugiere hacer un pequeño recorrido a saltitos
por
·la Historia
de la Cultura, dejando sin mencionar siquiera
muchos hitos

importantes y glosando, aunque sea
muy super­
ficialmente,

aquellos accidentes revolucionarios que más incidie­
ron en .el arte.
El primer gran capítulo o movimiento de la historia, abar­
ca un dilatado
periodo de

tiempo.
Comienza en
el
siglo r:
La
fe estaba viva con
el recuerdo físico de Jesucristo, la doctrina
era confirmada por los primeros colegios apost6licos
y avalada
con la
sangre de los

primeros mártires. El pensamiento y
el arte
estaban
. relegados

a las catacumbas. Apenas
tenían los

cristianos
tiempo ni lugar, ni sosiego, ni siquiera necesidad _de memoriR
zar artísticamente unos · hechos cuyas imágenes estaban graba­
das aún en las retinas de sus ojos. Adornan, eso sí, las paredes
y techos de aquellas sagradas cuevas con una serie de símbolos evocadores
.de . las imágenes

literarias de las
sagradas escrituras.
De una manera simple, esquemática, como si s6lo pretendieran
dejar a la posteridad un testimonio desnudo, unívoco, primige­
nio, total; un testimonio, en suma, tan vivo que quizás no deba
(_11) ~QUE ZULETA PuCEIRO, Moderniza_ci6n y cultura, conferencia
pronunciada en la XXII Reunión de amigos de la Ciudad Católica, el· 29
de octubre de 1983.
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llamarse ni siquiera fe, puesto que si fe es creer lo que no ve­
mos, a aquella gente sólo le bastó mirar
y oír (12).
Secóse la sangre de los primeros mártires. Salen los cristia­
nos de
las catacumbas a predicar la buena nueva por el mundo,
y paulatinamente va siendo necesario por primera vez plantearse
el esquema de
la doctrina que ayudara a su difusión. Aparecen,
en su defecto, una serie de desviaciones doctrinales, llamadas
herejías. Ya no bastaba
la exclusiva noticia del testimonio oral
de padres
y abuelos, y junto a la cristianización de algunos pa­
ganos
y a la construcción de una pastoral de argumentación de
la verdad, aparecen los primeros Pantocrator, el más prístino
ideal de
la belleza, el mismísimo Dios-Padre hecho arte.
Después de estos pocos siglos de los primeros balbuceos en
el mundo, tenemos un segundo gran período que abarca desde el
siglo v hasta
el siglo xm y aún al XIV, donde los valores cris­
tianos llegan a arraigarse en todo Occidente
y se afirman con
ahinco para siempre. Las grandes figuras señeras de
este· perío­
do

son San Agustín (
13) y Santo Tomás de Aquino ( 14 ), que
(12) MARCBLINO MEN:ÉNDEZ PELAYO, op. cit., Introducción Filósofos
Cristianos,
pág. 145: «No vino a enseñar estética ni otra ninguna ciencia
humana el Verbo Encarnado; pero presentó en su persona y en la unión de
sus dos naturalezas el prototipo más alto de la hermosura, y el objeto más
adecuado
del amor, lazo entre los cielos_ y la tierra. Por _él se vio magnifi­
cada con sigular ·excelencia la naturaleza- humana, y habitó entre los _hom­
bres todo bien y tocia belleza. Ya le había llamado proféticamente el Sal­
mista: «Resplandeciente en hermosura sobre los hijos de los hombres». La
revelación por- Cristo -instauró todas las disciplinas y también la discipli­
na de lo bello, aclarando, rectificando y completando lo que entre som­
bras habían alcanzado por el esfuerzo de su r~n los :filósofos antiguos;
pero esta influencia del Cristianismo en la filosofía del arte se ejerció len­
ta y calladamente, de tal modo que, _por ·muchos siglos, .los apologistas,
los doctores.
y los te6logos· cristianos apénas fijaron su atención en la ca­
tegoría de la belleza ... ».
(13) SAN AGUSTÍN, Confesiones, lib. X, cap. XXXIV, edit. Agui­
lar, S. A., Madtid, 1952, pág. 541: «Toda belleza procede de la belleza
suma, que es Dios. La hermosura que, concebida en el alma del artista,
pasa por
sus

manos primorosas, viene de aquella Hermosura
superior a
nuestras
almas ... , mas

los creadores de las hermosuras
externa~ y
sus
éna-
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JOSE DE ARMAS DIAZ
se nos presentan como dos gigantescos tajamares del gran puente
bajo el cual discurre la corriente del pensamiento. En la Edad
Media, la vilipendiada Edad Media, la teología, ciencia máxi­
ma, como máximo es su
infinito objeto,

es
la reina de todas
las ciencias económicas, políticas y sociales que a ella, a
la teolo­
gía, están subordinadas. La Edad Media asume como
máxima realización establecer
en
el mundo el valor cristiano de la paz, cuyo concepto instru­
mental es el orden,
el orden que preside este magnífico período,
y que está en toda la sociedad coordinando los valores de la
libertad, la igualdad y la justicia, bajo el primado de lo religioso.
Los pueblos se gobiernan como quieren ellos mismos
y pac­
tan con sus señores naturales y reyes, libertades y privilegios con
aspiración de eternidades.
morados seguidores extraen de aquella Hermosura soberana la norma de
aprobaci6n, pero

no
la regla del buen uso».
(14) MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO, op. cit. «La doctrina de Santo
Tomás de Aquino acerca de la belleza se resume en tres conclusiones fun­
damentales. Primera, diferencia racional entre el bien y la hermosura, en
cuanto
el uno se refiere principalmente a la facultad apetitiva, y la otra
a la potencia cognoscitiva: el primero a la voluntad, la segunda al enten­
dimiento. Segunda, el bien es causa final; lo hermoso causa formal. Ter­
cera, la belleza consiste en cierta claridad y debida proporci6n» (pág. 171 ).
Con lo
cual queda por primera vez y definitivaroenre esrablecida, después
de un-
maravilloso razonamiento
del Doctor
Angélico, la racional diferen­
cia entre el bien y la hermosura, entre la -estética y la ética como ciencias
diferentes.
Por eso, a pesar de considerar al arte entre las cinCO virtudes intelec~
tuales de su sistema. (sabiduría, ciencia, entendimiellto, arte y pmdencia)
concluye

don Marcelino
el razonamiento tomista con un juicio que para
nuestro propósito tiene un gran valor: «La razón procede de distinto modo
en laS obras artificiales y en las morales: en las artificiales se· ordena a un
fin. particular excogitado por ·ella misma; en las morales, se nrderia al :fin
común de toda la vida. Pero todo· fin particular se ordena siempre, y en
último término,
al fin común. En el arte se peca, pues, de dOS lllodos: o
por
desviación del
fin particular que se propone· el -artífice, y este es pe­
cado propio del arte, o por desviación del fin, común, del fin humano, lo
cual propiamente no es pecado del artífice en cuanto artífice, sino en cuan~
to hombre, al paso que en el primer ejemplo es culpable sólo en cuanto
artífice• (pág. 175).
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ARTE Y REVOLUCION
Las artes son· fiel reflejo, por supuesto, de todo ello. El Ro­
mánico con sus gruesas y redondas colu~s, los pórticos llenos
de imágenes en el exterior, para invitar al pueblo a leer en ellos
la gloria de Dios y la comunión de los santos. En el interior,
los arcos de medio punto para que
la vista no se entretenga en
banalidades. Los frescos de dibujos simples y recortados, colorea­ dos con sobriedad. Los paredones pétreos, casi sin huecos, por­
que se entendía que
la luz emanaba del templo al mundo, y no
del mundo al templo, como se cree en nuestros días. Toda una teofonía hincada en tierra, firme, segura, horizon­
tal, sólida, para que de los claustros brotara la cultura, expan­
diéndose por
el universo mundo en millones de primorosos ma­
nuscritos

miniados, impregnada de inciensos y remansada a los
sones del canto gregoriano. Todo esto así, conformado en la paz de las «formas que
pesan», que

diría Eugenio D'Ors.
Pero el espíritu de la cristiandad se aburre, aspira a lo
su­
blime,

se inflama
y, en la subida, qniere asaetar el mismo cielo.
Las columnas de la Casa de Dios se multiplican, se afilan;
diría­
mos incluso que en el ascenso se debilitan, pero aún están todas
juntas apoyándose unas a otras, y, ramificándose como palmeras,
distribuyen sus fuerzas para sostener
la techumbre.
La luz que
la Iglesia había vertido en el mundo vuelve a
penetrar en
el templo por las grandes vidrieras ojivadas, y, en
cegadora policromía, va cambiando a cada hora del día el aspec­
to
y la perspectiva del interior de las catedrales. Las vírgenes
se

contornean en itálicas eses (15).
(15) GIORGIO VASARI, Vida de grandes artistas, edit. M. Aguilar, Ma­drid, 1946, pág. 44: « ... si bien fue Omabue casi la primera ocasión de
renovarse el arte de la pinnua, Giotto, con todo y ser criatura suya, ino­
vido de loable ambición y ayudado por el Cielo y la Naturaleza, fue el
que, elevándose más alto con el pensamiento, abrió la puerta · de la verdad
a los que
la han reducido después a la perfección y grandeza en que la vemos en nuestro siglo que, acostumbrado cada día a las maravillas, los milagros y las imposibilidades vencidas de los artífices en este arte, ha
llega.do hoy a tal punto, que ya no se maravilla de cosa que hagan los boJ;nbres, aunque sea más divina que humana».
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IQ$E DE ARMAS DIAZ
Fray Angélico difumina los contornos del dibujo y, esbo­
zando tímidamente las primeras perspectivas, osa contrastar los
primeros claroscuros del arte
pict6rico.
El

señor feudal se hace cortesano. Quedan en
la torre he­
rrnmbrientas las trompas,·
y las mandolinas tañen en los salones
palaciegos a impulsos afeminados de los trovadores del burgo. Efectivamente, surge la duda. Dante
Alighieri, esa gran figu­
ra bifronte de la historia, la manifiesta en el tránsito entre la
Divina Comedia, que resume el mundo trascendente cristiano, y
el Tratado de la Monarquía, que abre el mundo al iumanentismo
renacentista.
Con la paternidad de Ockam nace el nominalismo. El no­
minalismo, que surge frente al mundo
comunitario medieval,
incrusta

en la escolástica tomista al individualismo. Primará a
partir de ahora el individualismo frente a la colecrividad. Mueren
las ideas generales, las universales. Surgen las verdades frente a la Verdad, las bellezas frente a la Belleza, los bienes frente al
Bien. Y casi sin darse cuenta, la Cristiandad se ve encarada de
bruces
con la

primera gran revolución de la historia del pensa­
miento: El Renacimiento, que no es ni más ni menos que el re­
nacer del paganismo, enriquecido (por decirlo de alguna mane­
ra) con muchos valores parciales del cristianismo. (16). Alejado de todo atisbo de trascendencia,. Maquiavelo publi-
(16) «El Renacimiento no es solam,ente un renacer del arte; el arte
nunca ha sido más fuerte y más
itnt>é,rtante que

en los
siglos que pre­
ceden
inmediatamente al Renacimiento. Este es más bien la paganizacióh,
la secularización de un arte ya demasiado vital para someterse al control
religioso.
Del mismo modo que la filosofía del mismo período muestra la
lenta emancipaci6n de la razón del co.ptrol del dogma sobrenatural, el arte
se· emancipa del control eclesiástico. Todavía puede usarse para expresar
un sentimiento
religioso individual, pero esta ya no será su función ex~
elusiva.

Todo
el reino de la .naturaleza se abre de par en par al artista,
y en él podrá vagar libremente para seleccionar, idealizar y retratar lo que
querrá. No ·debemos sacar la _c:pnclusión de Q.ue tal libertad le será buena
)?ara siempre ... , al fin:al le fue perniciosa~. Es admirable leer estas hones­
tas palabras llenas de objetjvidad de una pluma tan poco sospechosa de
religiosidad como la de HmmERT REAn en su libro Arte y Sociedad, edito­
torial Península, Barcelona 1977, pág. 10.
176
Fundaci\363n Speiro

ARTE Y REVOLUCION
ca su Prlncipe. La política ocupa el lugar de la sagrada teología.
Los reyes arman grandes ejércitos, y ya no lucharán más señor
contra señor, sino pueblos contra pueblos, aunque sean cristia­
nos. Se rompe la paz medieval.
Todas las ciencias quedan supeditadas a la ciencia política.
Y aunque las libertades de los pueblos empiezan a encadenarse
a las grandes monarquías, paradójicamente, como siempre que
disminuyen las verdaderas libertades, se sublima el valor abstrac­
to de la libertad, cuyo concepto instrumental será el equilibrio.
El individuo

vive también en un constante, frágil e inestable
equilibrio de pasiones, de virtudes y de conocimientos.
En el campo de las bellas artes la novedad más significativa
es la aparición del retrato. Retratar es intentar etetnizar la
in­
dividualidad del hombre y su genio. El retrato es la exaltación
de
la personalidad y la vanidad individuai. Surgen por doquier
los monumentos a petsonalidades famosas. Es Italia y sus capi­
tales, cuna del paganismo clásico, la que manda en el arte de
este período. Las plazas italianas se llenan con los bronces de
Donatello y los mármoles de Miguel Angel. Los palacios se adornan con los cuadros de Rafael y de Leonardo y sus geniali­
dades.
Es, sin embargo, el arte arquitectónico el que utiliz~ com­
pletamente el concepto instrumental del equilibrio. La contem­
plación de un palacio renacentista tiene que hacerse desde lejos,
y
el análisis de sus elementos, necesariamente, ha de efectuarse
en función de todo el conjunto con un ánimo desapasionado y
frío,
sereno, como serena es la sensación que emana de su si­
métrico equilibrio. La arquitectura se impone por primera vez
fuertemente
y se le supeditan la escultura y la pintura, repro­
duciendo constantemente éstas, además, modelos arquitectónicos.
Esta corriente invade Europa, dejando secuelas maravillosas
en la pintura flamenca. A partir de ahora se constata un obscu­
recimiento en las artes plásticas de casi toda Europa, que en
cierto modo es iluminado por la música.
En
su consecuente

recorrido reivindicante de libertad
abs­
tracta,

el Renacimiento arrastra ya las ideas que inmediatamente
177
Fundaci\363n Speiro

]OSE DE ARMAS DIAZ
van a provocar la mayor hecatombe que hasta entonces había
ocurrido
en la Cristiandad. La exaltación de la libertad es tan
extravagante que llega hasta la conciencia de la propia Iglesia
Católica, cuya mitad arde en la
herejía de

manos de
Martín Lu­
tero y todos los reformadores que en Europa fueron. Sálvase
Italia de esta hoguera por el providencial poder temporal que
Dios
había tolerado

en manos de los pontífices.
España, las Españas de las libertades concretas; las Españas
reformadas por Cisneros, que se adelantó a
cincelar la ortodoxia
hispana con el primor de un joyel plateresco; las
Españas auste­
ras

de las foralidades mediavales, quedan aparte, distinguidas,
incontaminadas. El espíritu renacentista queda detenido en los Pirineos y en los puertos de la hermosa y apacible costa medi­terránea de los reinos valencianos y catalanes; en la
fe berroqueño
de la cantábrica Euskalerría
y en la dulzura intransigente de la
Lusitania atlántica, que se prolonga hasta las fronteras del Nuevo
Mundo. Bien es verdad que penetran algunos signos de renova­ ción, pero estos son tamizados por el peculiar espíritu hispano
que en un esfuerzo titánico, bajo la égida de SS. MM. CC. los
reyes don Carlos I y don Felipe II, asume la misión redentora
de toda la Cristiandad y la lleva a Trento.
Trento, el hispánico Trento, es la primera y yo diría que
única contrarrevolución que se ha planteado y realizado con ca­
tegoría universal dentro de la historia del cristianismo, ya más
propiamente llamado católico. Y a esa maravillosa obra de arte
contrarrevolucionario, que realizaron nuestros trasabuelos como
instrumentos de la Divina Providencia, hemos de acudir cada vez que nuestra fe se tambalee o hayamos de encontrar argu­
mentos y definiciones para la defensa de nuestra
fe. Porque en
ese sentido ( entiéndaseme bien), en ese sentido global de cohe­
rencia hasta las últimas consecuencias,
desde, entonces

no se ha
dicho, y dudo mucho pueda decirse, nada
más importante,

mien­
tras no se nos demuestre lo contrario.
En España surge el Barroco, que es el primado de la afirma­
ción
de la voluntad
ad maiorem Dei gloria, dirigida al Altísimo.
Nada hay más existencial que el barroco hispánico, en el que las
178
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ARTE Y REVOWCION
formas están basadas sólidamente como en el -"Románico, pero
en su aspiración de
. altura
no se levantan rectilíneas y ligeras
como las góticas, sino se retuercen en un lucha llenas de curvas,
interrupida de tropezones dialécticos argumentales, que se re­ trotraen a sí mismas para fortificarse, pero siempre ascedentes. Imposible, completamente imposible, glosar aquí la larga
teoría de

santos, descubridores, escultores, pintores, literatos,
filósofos, pensadores exquisitos de la belleza, artistas todos en suma de las virtudes católicas ( 17 ), que llenan de esclarecedora
luz toda la Edad Moderna, y cuyas ascuas tenemos nosotros, pre­
cisamente nosotros, el inelndible
y profético deber de aventar
para encender renovados fuegos que iluminen los obscuros siglos que sucedieron y de cuya Revolución aún estamos muriendo.
Locke escribe primero la
Ep!stola de Tolerancia, y

luego su
Tratado de Gobierno.
Al Bartoco sigue en Europa un período de
tibieza ideológica
en

el que las utopías se hacen comunes, los despotismos estatales
aumentan, las fronteras se cierran cada
vez más.

En las artes
europeas, aún las religiosas, salvo algnnas excepciones que con­
firman las regla, se observa una imitación afeminada de todos
los estilos anteriores superpuestos, cuyos elementos degenerados
forman indefinibles conjnntos
sin nna personalidad muy signi­
ficada. Sin embargo, una música preciosa surge en este período,
llena de connotaciones naturalistas, sin faltar una fuerte
refe­
rencia

religiosa
--en muchos

casos de origen protestante-- y po­
lítica. Francia, sus modas y sus gustos priman en el occidente cristiano, con la resistencia del hemisferio hispano que es tam­
bién vencida al fin, en el año de 1700, con la desgraciada ex­
tinción de
la gloriosa dinastía de los Austria,.
Y de Francia, lógicamente,
tenía que
venir la reacción. Es­
tamos a finales del siglo
XVIII, cuando Juan Jacobo Rousseau
escribe su
Contrato Social. Sus tratados sobre la igualdad y sobre
la libertad llegan al paroxismo. Las naciones pretenden sacudir-
(17) Cfr. GABRIEL DE ARMAS MEDINA, Sentido religioso de la Historia
de
España, edit. Speiro, Madrid, 1969.
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Fundaci\363n Speiro

JOSE DE ARMAS DIAZ
se el yugo de los Estados todopoderosos, pero ya tienen perdido
el norte de la verdadera libertad ( 18). Por primera vez ruedan
(18) «Fue Juan Jacobo el primer escritor romántico, no sólo por ha­
ber introducido en el arte de su tiempo elementos novísimos, entre los
cuales
hay que contar la contemplación de la naturaleza, no ya como tema
de

paisaje o poesía descriptiva, sino como asociada a todas las emociones
humanas
y como fuente de cavilación solitaria y vaga, mezcla de indefini­
ble placer y melancolía; no s6lo por haber vuelto a descubrir el lengua.­
je de la pasión, totalmente olvidado, y- haberle contrapuesto_ a la galante­
ría de los salones; no sólo por haber iniciado la protesta espiritualista y
semictistiana en medio de la ola de ateísmo que amagaba inundar a Fran­
cia; no sólo por sus anatemas contra la civilizaci6n artificial, sus pinturas
idílicas de la vida salvaje
y sus utopías sociales y pedag6gicas; no s6lo por­
que representa
la invasión de la democracia en el arte y en la vida, sino
por que él mismo fue el primer romático en acción, el primer enfermo de
lo
que luego, en 1830, se llamó el mal del siglo; el abuelo de CHILDE HA­
ROLD, de RENÉ, de WERTHER, de ADOLFO, de ÜBERMANN; el patriarca de
una legión de neu.r6patas, egoístas, melanc6licos y soberbios, inhábiles para
la acci6n, consumidos mísetamente por su-propio fuego, hastiados e iludidos
por las quiméricas pompas
de su espíritu, corromped.ores de la sincera vi­
sión del mundo y homicidas lentos de su propia conciencia -y energía. Ese
estado del alma, funesto y enervante sin duda, pero no desprovisto de ín­
tima y misteriosa poesía, se mostr6 por primera vez en la persona y en
los escritos
de Juan Jacobo Rousseau, ciudadano de Ginebra, misántropo
incorregible y grosero, cuya vida fue un tejido de aspiraciones ideales y
de
bajezas innob]es. Hoy henios venido a averiguar que pas6 loco la ma­
yor parte de su vida; pero los contemporáneos ni mucho menos los in­
mediatos sucesores. se percataron de ello; de tal modo que empezaba a
serles
familiar el estado de ánimo que él describía con aquella lógica suya
tan sinceramente sofística. No hay ejemplo de mayor complicidad entre un
escritor y su tiempo. Lo que hoy nos parece declamaci.6n insensata, sen­
siblería, paralogismo y mala retórica, fue para los contemporáneos un to­
rrente de lava hirviendo. Esos libros que hoy se nos caen -de las manos
tuvieron fuerza para desquiciar
el orden social antiguo, para cambiar d
sistema de educación, para alterar todas las relaciones de la vida, para
crear un nuevo tipo de hombres que dur6 por dos o tres generaciones y no

yo si enteramente ha desaparecido. Porque Rousseau ha tenido singular
fortuna en esto de sobrevivirse a sí mismo; cuando no triunfa como so­
cialista nivelador y tiránico, triunfa como individualista anárquico y fe­
roz ... No dejó Rousseau escrito
alguno de teoría literaria; pero basta ver
con cuánto encarnizamiento ataca la ·cultura de su tiempo y aun toda la
180
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ARTE Y REVOLUCION
las coronas en toda Europa, y los tronos y los altares saltan he­chos astillas, como gráficamente nos dice V
á:,quez de
Mella. El
brazo armado de Bonaparte haría estremecer de insana envidia al
mismísimo Atila.

Su
férrea y
caprichosa voluntad de hijo pre­
dilecto de
la Revoluci6n distorsiona todos los solares cristia­
nos, que ya no volveran jamás a conocer la paz. A partir de aquí las fuerzas revolucionarias de todci el mun­
do se organizan ideológicamente y, por primera vez, como una
bandadas de aves carroñeras, se abalanzan sobre los valores disper­sos de
la estructura católica, tratando de deglutirlos rápidamente
uno a uno.
Ya es casi total la Revolución en la esfera del pensamiento.
El arte, como máxima expresión de
la cultura, se hace también
revolucionario. En nuestra patria, afrancesada por una dinastía
foránea, que se estrena anulando las libertades tradicionales de sus reinos y acepta todo el desiderátum revolucionario con
la
Constitución de 1812, nace el Rousseau del arte universal. Nos
duele reconocerlo, pero
tenemos-que
decirlo: Goya es un pintor
demoniaco. Este genio revolucionario que, sabiendo pintar la
paz y el orden, como demuestran muchos de sus cuadros aristo­ cráticos y populares, al fin
busc6 el

reverso de todas las cosas
convirtiendo la realidad en un fenómeno de extravagancia, con
un trasfondo marcadamente político, que se intuye desde los im­
presionantes retratos de una familia real ( que ya de por sí era
una caricatura), hasta la histeria esotérica de la «pintura negra».
Los contadísimos cuadros de tema religioso de Goya, no mueven
en absoluto a la piedad. Goya abre, como nos enseña Vicente
Matrero {19), las puertas de par en par, no a
la Revoluci6n en
el arte, sino a la Revolución del arte. De modo que a partir de
cultttra, en la famosa paradoja premiada ·en 1750 por la, Academia Dijón
sobre la influencia de las ciencias y de las. artes en la perversión de las
costumbres»,
MAR.cELINO MENÉNDEZ PELAYO, op. cit., t. 11, págs. 636 y
siguientes.
(19) VICENTE M.ARRERO Su.ÁREZ, Cultura moderna y tradición, confe­
rencia pronunciada en la XXII Reunión de amigos de la Ciudad Católica,
el 31 de octubre de 1983.
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]OSE DE ARMAS DIAZ
él, el arte ya no se limitará a ser consecuencia o efecto de re­
volución, sino causa de revolución.
Durante el siglo XIX se afirman todas las tesis económicas
de

Adam Smith, que, unidas a la exaltación de la libertad abstrac­
ta, nos conducen a exagerar el absurdo de la igualdad, la igual­
dad revolucionaria,

que es
el liberalismo romántico, con su con­
cepción instrumental,

que es la democracia
(20).
Durante el Romanticismo no se menciona para bien a Dios
ni a la religión, sino de vez en cuando y casi siempre como una
concesión a las conveniencias y no a las convicciones. El ideal
prístino y verdadero de la Belleza es totalmente abandonado, y
si aún las artes no son formalmente repugnantes es «porque la
belleza puede estar tan
sólo en el modo de expresar, y no en lo
que se expresa». Pero todas las artes resultan ñoñas, decadentes
y servilmente imitativas de estilos anteriores, desde la
me,iquina
imitación

gótica en la arquitectura, hasta los relamidos lienzos
y
la literatura que exalta, desfiguradas, las canciones de gesta.
La decadencia es un factor común, y hasta la tuberculosis mor­
tal se

revela como un valor que propicia la motivación artísti­
ca
(21). El arte romántico es el de los semblantes tristes.
(20) Los intelectuales liberales hacen de la democracia un dogma
político, casi religioso, y a través de ella van inoculando en la sociedad
el virus que pronto va a ponerla en agonía. Se han percatado de que
«contra la guillotina y el hacha los pueblos tarde o temprano reaccionan;
pero contra el veneno social no hay modo de combatir, ya que cuando se
quiere
luchar contra él todo el organismo se encuentra emponzofíado»,
como nos dice EUGENIO VEGAS, y añade: «Si en todo tiempo la opinión
pública ha ejercido una influencia~ mayor o menor, en la gobernación del
Esta.do, en el ciclo de la democracia, ·det sufragio· universal y de las ba­
rricadas,

todo lo que influye en
las masas
lo hace directa y decisivamente
en
la política. El dramaturgo que satiriza a un rey o a un sacerdote, el
novelista que eleva a nivel de héroe
al insurrecto y al· conSpirador, el pen­
sador

que divaga sobre la maleficiencía de las leyes o de las instituciones,
todos
ellos están

ejerciendo una
influencia política que, tarde o temprano,
se
hará sentir por

medio de hechos dolorosos y
sangrientos en la vida pú­
blica

de las naciones»,
EUGENIO VEGAS LATAPIE, ROmanticismo y demo­
cracia,

edit. Cultura Española,
1938, págs. 38 y 39.
(21) ar. LEOPOLDO CORl'EJOSO (médico tisi6logo), El dolor en la
182
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ARTE Y REVOLUCION
Sólo la música parece mantener un rumbo novedoso sin des­
preciar
la belleza formal, aunque su fondo está inundado de ro­
manticismo revolucionario, con
la particularidad de que baja
de los salones a los teatros
y grandes auditorios, sin estar libre
de todas las complicidades del medio ambiente. No es extraño que entre todo este maremagnum, un judío
llamado Carlos Marx comience a construir un sistema
de va­
lores con la pretensión de derrumbar, definitivamente, toda la estructura cristiana
y poner orden ( que no paz) en esta deca­
dencia inerme. Su principal arma es la subversión de los valores
de libertad e igualdad, llevando coherentemente hasta su
fin los
postulados de las grandes revoluciones anteriores. Su caldo de cultivo son las masas hambrientas que resultaron de
la explo­
sión industrial que ocasionó el liberalismo
burgués. Surge
el
socialismo que,

consecuentemente, se radicaliza en la concepción
comunista
y totalitaria de la sociedad. Todo está subvertido.
Lenin dice: «¿Libertad para qué?». La humanidad se despedaza
en dos grandes guerras mundiales y más de media Europa queda
sojuzgada, como había profetizado Donoso Cortés, por los hijos
de la tercera grao Revolución.
La frontera es una muralla de acero y ametralladoras que al
principio se llamó «de la Vergüenza». Hoy ya
ni siquiera existe
vergüenza para acordarse de
dla. Dentro

de aquel imperio no
existe
ni arte ni nada que no esté bocetado por la mano de
Lucifer. ¿Para qué, si no, había tenido Nietzsche la osadía de
firmarse «El Crucificado»? Fuera, en el llamado mundo libre, que vive democráticamen­
te por consentimiento de

los ingleses de América del Norte con
la cabeza bajo el ala, como el avestruz, «la historia del chico que mirando al cielo preguntó 'Papá: ¿para qué artículo hace
propaganda la luna?' es una alegoría de lo que se ha hecho de
la relación entre el hombre y la naturaleza en la edad. de la ra­
zón formalizada»

( 22 ). La belleza que resta en la naturaleza es
vida y en el arte (ensayos medicobiográficorsabre tuberculosos célebres),
Joaquín Gil, editor, Barcelona, 1943.
(22) MAX: HocKEIMER, Crítica de la raz6n instr.umental, Editorial
Sur, S. A., Buenos Aires, 1973, pág. 111.
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]OSE DE ARMAS DIAZ
utilizada para exaltar la fealdad. La ignorancía se enseñorea,
insolente, en todos los campos artísticos y el
éxito sustituye
al
mérito. «Hoy
día, repetimos con Camús, la celebridad más gran­
de consiste en ser admirado o detestado sin
haber sido leído» (23
).
Picasso, ese monstruo del cínismo (24) que Dios tenga en
la Gloria, se sumerge en el poso de basura que las revolucíones
han dejado

en el llamado mundo libre, y lo revuelve con ma­
licía manifiesta

para
manchar a
España y al mundo con sus
aberraciones. Deforma conscientemente toda
la obra del Creador,
y con
especíal fruición la figura humana. Es el pintor de la
fealdad por excelencia. Llega hasta profanar la eterna imagen del Espíritu Santo, convirtiéndola en símbolo de la
«paz» mar­
xista universal

(que no es lo mismo que la Paz
cristiana, sino
todo

lo contrario), con esa paloma blanca que siempre sueltan
al vuelo los más belicosos y que las multitudes admiran hasta
la tortfcolis. Casualidad ... , coincidencia ... nos dirá algún mente­
cato; siendo en verdad absoluta carencia de originalidad creati­
va
y, desde luego, premeditada y diabólica blasfemia. Picasso
es
el punto más antirreligioso del arte, si es que esa manera de
emplear el ingenio merece tal nombre. «Acaso tras algunos si­
glos, cuando
la corrupción del gusto haya ganado nuevas bata­
llas a la belleza eterna,
el Guernica no suscite pesaclillas» co­
menta don dauclio Sáncbez Albornoz en una de sus últimas
(23) ALBERTO CAMÚS, op. cit., pág. 105.
(24) P1cASSo declara, en 1952, a la revista Découvertes: «En el arte la gente busca consudo y exaltación, pero los refinados, los ricos, los ocio­
sos, los destiladores de quintaesencia, buscan lo nuevo, lo extrafio, lo ori­
ginal, lo extravagante, lo escandaloso. Yo mismo, tras d cubismo, he con­
tentado a estos
maestros y

a estos críticos con todas las
bizarrerías

extra­
vagantes

que me
han pasado por la cabeza, y cuanto menos las comp:ten­
dfan, más
me

admiraban. A fuerza de
divertir con
estos
jue~ a
esos
frí­volos, he sido célebre muy rápidamente. Y hoy, como se sabe, soy célebre
y rico. Pero cuando estoy solo, a solas conmigo mismo, no tengo el valo,;­de considerai-me como un artista en el sentido grande y antiguo de la palabra. :Fueron grande• pintores Giotto, Tiziaoo, Rembrandt y Goya; yo soy únicamente un payaso público que ha comprendido su tiempo y hil explotado lo mejor que ha podido la imbecilidad, la vanidad y la codicia
de sus contemporáneos»..
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ARTE Y REVOLUCION
obras, y añade, «Me alegraría que me regalaran un cuadro de
ese gran pintor... para venderlo, porque yo no colgaría en mi
casa ninguna de sus mamarrachadas»
(25).
«Nuestro tiempo, nos dice Maurois, creo que peca por el
temor
de ofender la belleza desconocida. Se admira con fervor
lo que no se comprende... los compradores de cuadros,
obse­
sionados por los errores que antaño se cometieron con los im­
presionistas o los
'fa uves', ahora no se atreven a reír cuando
tienen ganas de hacerlo y se quedan pasmados ante las telas
dudosas, . . . aterrados por el miedo de negligir un genio o de
ser conceptuados fósiles, acogen con ternura cualquier esper­
pento» (26 ).
Después de Picasso viene el ocaso total de
la belleza, la ne­
gación o
lo que es peor, la ignorancia y el olvido de Dios. Esta­
mos ahora en el tiempo que pareció ver el ilustre magistral de
Sevilla, P.

Roca y Pansa, cuando
afirmaba: «Un
arte sin Reli­
gión no es arte, carece de inspiración, se convierte en elemento
de corrupción, esclavo de la carne, o resulta rebajado, esclavo
de
la ejecución, de una imitación o copia servil... porque ha
roto su relación con la Belleza suma, origen de toda belleza,
el Señor» (27).
Los llamados medios de comunicación social (radio, periódi­
cos, televisión, etc.), pretenden divulgar la cultura entre las ma­
•as, y la cultura se masifica. Las consecuencias de este fenómeno
«han sido recientemente tratadas por Etienne Gilson, que se­
ñala: en las artes plásticas, el peligro de industrialización de lo
bello y el
engaño de
confudir la obra de arte con su imagen,
pensando que puede haber experiencia estética real a través de
las reproduciones de obras de arte; en música, la disolución de
la sustancia musical, nadie hace ya música, no queda sino es-
(25) Cfr. Cuunrn SÁNCHEZ ALBORNOZ, Del ayer y del hoy en España,
edit. Planeta, Barcelona, 1980, págs. 197 y 220.
(26) Cfr. ANDRÉ MAURoIS, Diálogos vivo,, edit. Plaza y Janés (colec­
ción «Botella. errante»), pág. 35.
(27) JosÉ RocA y PoNSA, Cuestiones candentes, tip. Rodriguez, Gimé-­
nez y Compafifa, Sevilla, 1929, pág. 11.
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JOSE DE ARMAS DIAZ
cuchar; en literatura de masa, la transformación del libro im­
preso en un negocio de cifras importantes y su comercializaci6n, que comporta la prosecución ya no del resultado artístico, sino
del éxito comercial, con
la consiguiente prostitución de autores
y crítica, la primacía de la novela y de
la propaganda, etc., y,
también, por Jules Gritti, que al hacer balance de las técnicas
de masa difusoras de la cultura, anota su sumisión al mercado,
fa homogeneización de lo heterogéneo en valor, la universaliza­
ción de lo superficial y epidérmico, la sumisión al denomina­
dor común,
la pasivización

de los consumidores,
la vulgariza­
ción» (28).
El

caos en que aparecen las artes actuales es el de la des­
composición de la civilizaci6n con absoluta ausencia de proyec­
ción trascendente.

Se
""1iiben todos

los detritus, rebuscados mor­
bosamente en los basuteros de nuestra lujosa y
democrática so­
ciedad

de consumo. En los llamados «collages» se puede encon­
trar adherido a un lienzo lo mismo una tapa de retrete usada,
que una cola de rata, que un trozo. de ropa interior de señora.
Los «punk», esos repugnantes muchachos y muchachas em­
badutnados de hirientes colores, son
1~ encarnación
diabólica de
la anarquía estética que rige
el mundo. Y no es extraña su apa­
rición, porque ya son varias las generaciones que están aspiran­ do «contraarte» por doquier. Como
escribió José Gil More­
no de Mora, «un arte de saber hacer que en lugar de añadir
reste, que retire, que vacíe de Bondad, Verdad y Belleza el
alma
de los niños, es una obra que los incapacitará en mayor o menor
grado, pero infaliblemente, a la ulterior comprensión y percep­
ción de
la verdadera Belleza, de la verdadera Bondad, de la
auténtica Verdad. No nos extrañemos tanto de ver hijos de
pa­
dres

más o menos piadosos perder toda fe, toda esperanza y
todo amor en edades de primera enseñanza y revolverse luego
con una rabia destructora
sin 16gica aparente».
{28) JuAN VALLET -DE GoYT1SOL01 Sociedad de masas y Derecho, "Tau~
rus Ediciones, S. A., Madrid, 1968, pág. 205.
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ARTE Y REVOLUCION
«Esta es la responsabilidad que está pesando sobre el mun­
do actual, en el cual son impuestos edificios horrendos y cuar­ teleros, vestidos de aparente buena técnica, a la necesidad de vi­
viendas; en el que películas de perversa intención son realizadas
por excelentes directores y actores que las avalan; en
el que
pinturas de colorido atractivo pero, sobre todo, apoyadas en tre­ mendas promociones publicitarias, familiarizan horribles formas
de desorden y de caos; en que obras teatrales y novelas de
bue­
na

pluma se complacen en derramar crasos errores, sucias in­
moralidades y falsas doctrinas; en que conocidos talleres dictan
e imponen modas feas, degradantes y que rebajan la personali­ dad; en el que decoradores de fama montan para los hogares y
lugares públicos ambientes de pesadilla» (29).
Y a es un hecho la realidad tecnológica de imbéciles tarados,
dirigida por matemáticos programadores
bajo la tiranía de

la
ese
taclística,
que

predijo Orwell para estos años
(30), y

que Juan
Vallet analiza magistralmente en sus profundos estudios (31), con su arte cibernético de rayas, puntos y silbiditos (32). Y lo
malo no es que las máquinas se humanicen, sino que los hom­
bres están maquinizados.
Ya estamos en el tiempo que
profetizó para

nosotros, hace
muchos años, un pensador que
había perdido

la fe, Ernesto Re­
nán: «Los valores morales bajan, esto es
seguro. El

sacrificio
(29) JosÉ G1L MORENO DE MoRA, «Influencia del arte en la educaM ci6n», en Verbo, núm. 99, pág. 951.
(30) GEORGE ÜRWELL, 1984, Edic. Destino, S. L., Barcelona, 1980. (31) JUAN VALLET DE GoYTISOLO, op. cit., e Ideologia, praxis y mito de la tecnocracia, edit. Montecorvo, S. A., Madrid, 1975.
(32) Signo anecdótico, si se quiere, de la incidencia nociva que sufre la cultura por parte de la tecnología y su abuso, además de signo de malcriadez colectiva, es el siguiente ejemplo que ahora me permito expo­ner como desahogo personal: cualquier expectador de un teatro o audito­rio que esté escuchando un concierto, obra, conferencia, etc., a cada hora en

punto sufrirá durante uno o dos minutos la
impertinente, desagrada­ble y polifónica agresión de las señales horarias que emanan de multitud de sofisticados relojes electrónicos japoneses. Sucede, invar,4ablemente, siem­pre, en todos los ambientes.
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]OSE. DE ARMAS DIAZ
desaparece, casi. Se ve venir el día donde todo será sindicado,
donde el egoísmo
organizado reemplazará
el amor y la devoción.
Habrá extraños combates. Las dos cosas que hasta ahora han resistido solas a la caída del respeto, el ejército y la Iglesia,
serán pronto arrastradas por
el torrente general.
»Un inmenso rebajamiento moral, y quizás intelectual, segui­

al día en que la religión desaparezca del mundo. Nosotros
podemos estar sin religión porque otros la tienen por nosotros.
Aquellos que no creen serán arrastrados por la masa más o me­
nos creyente, pero el día en que la masa no tenga ya
más un­
pulso religioso, los bravos, ellos mismos, irán cobardemente al asalto. El hombre vale en proporción del sentimiento religioso
que
él lleva consigo desde su prÍlnera educación y que perfuma
toda su vida. Las personas religiosas viven de una sombra, noso­
tros,
vivÍlnos de

la sombra de una sombra. ¿De qué se vivirá
después de nosotros?» (33). No es tiempo de cantar optimismos infantiles
y acomodati­
cios. Este enorme vacío
lo cubre sobria pero ampliamente la
virtud capital de
la Esperanza. Pero hay que moverse, después
de reflexionar ante el Sagrario.
Cristo nos exige lo que mi maestro, nuestro maestro, el tan­
tas veces incomprendido Eugenio Vegas, le exigió a un preten­
dido rey: que seamos héroes, sabios
y santos.
(33) ERNESTO RENAN, Feuilles DetacMes, Calman-Levy Editeurs, Pa­
rís (cantos XIV, XVII y XIII).
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