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Número 243-244

Serie XXV

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El orden en la ciudad y el urbanismo

. EL ORDEN EN LA CIUDAD Y EL URBANISMO
POR
PATRICIO H. -RANDLE
La esencia del orden.
La noción de orden está muy estrechamente vinculada al
concepto de
arquitectónica en tanto «sistema de partes sujeto
a ciertas proporciones establecidas uniformemente». Decimos ar­ quitectónica para no decir arquitectura e inducir a pensar en la
realización material, aunque, bien es sabido que la arquitectura
helénica
-o clásica- habla de órdenes ( dórico, jónico o corin­
tio) cuyas proporciones se fijan conforme a un canon
y a un mó­
dulo básico, con lo cual confirman, con un ejemplo éoncreto,
el principio de la arquitect.ónica CJ.ue, a su vez, -sé basa en la no~
ción genérica de orden.
La ciudad, no por estar consti_tuida materialmente por casas,
por productos edilicios, sino por estar caracterizada por un cierto
orden de éstos, está sujeta a una arquitectónica que es el urba­
nismo. Y la ciudad está condicionada
a un

cierto orden porque
' .
éste es su catisa final, la que mejor que cualquier causa material,
la que más rigurosamente
la define ( 1). Y a que como dice Santo
Tomás de Aquino en De
Causis: «la noci6n de causa implica
orden».
En la concepción clásica, según Ferrater Mora, la relación
de

las
Partes respecto

a un espacio está vinculada,
y aun subordi­
nada, a

la
relación respecto

a
.la cl~se a

la que pertenecen las par-
(1) PATRICIO H. RANDLE: Teoría de la ciudad, Buenos Aires, 1984,
cap.-1.
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tes, y, en último término, respecto a la idea (2). En la Edad Me­

igualmente este concepto. El concepto medieval
de orden, escribe Paul Ludwig Lansberg, no se refiere en modo
alguno, en su esencia, a una pluralidad de cosas
O' a sus relacio­
nes en la formas variadas de su separaci6n, · como ocurre ·en el
concepto moderno. Una cosa aislada puede, como tal, sólo estar
bien 'ordenada',
y es ¡usta, siempre que tenga con su idea, pre­
existente
en Dios,

la relación de
adecuación (3 ).
Ahora _bien, el concepto moderno de orden es apreciable­
mente distinto. Se produce una verdadera desontologización del mismo desde que, mientras
en la Edad Me lación de la cosa real con su idea, en la época moderna trata
únicamente de
la relación existente entre realidades entre sí.
Por tanto, esta desontologización aumenta con
la prioridad que
se acuerda a la cuantificación que convierte
el orden en una
meta configuración numérica.
En líneas generales, debe admitirse que modernamente se
entiende
el orden tan sólo como un mero encadenamiento de
unos términos con otros sin que exista relación alguna de jerar­
quía. O sea, no existe ningún principio ordenador y, por tanto,
ni se lo busca. De ahí que sea necesario enfatizar con Brian
Coffey que
el orden es la disposición de una pluralidad de cosas
u obietos

de
acuerdo con
la anterioridad
y la posterioridad pero
solamente en virtud de
un principir/ (

4 ). O como dice San Agus­
tín: que exista una relación reciproca determinada (no cualquiera)
entre las partes (De Ordine ).
El propio conocimiento científico no se verifica si no encuen­
tra el orden que relaciona una cosa con otra, afirma atinadamente
Calderón Bouchet. Y es que, como dice Aristóteles, es propio
del sabio ordenar, ya que la sabiduría es
la suprema
perfección
(2) JosÉ F'ERRATER MoRA: Diccionario de Filosofia, Buenos Aires,
1958, pág. 1.003.
(3) PAUL LUDWIG LANSBERG: La Edad ~edia y nosotros, Mé:~ico,
1925, pág. 142.
(4) BRIAN CoFFEY: The Notion of Order according to St. Thomas
Aquinas, The Modern Schoo!man, XXVII (1929), págs. 1-18.
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de la razón y ésta tiene por objetivo conocer el orden (5). De
donde colige Calderón ,Boucbet que
el conocimiento . científico
no
se produce si no se encuentra el orden que relaciona una cosa
con otra
(6). Condición mínima de la «ciencia», así como la de
la Metafísica es, además, conocer el orden que relaciona una cosa
con el
Ser.
En general, el sociólogo convencional de nuestro tiempo, o
el urbanista común, se contenta. ·con-· la versión «científica» del
orden. De ahí que, inclusive, se satisfagan con el descubrimiento
de ciertas

regularidades.
Nuestra pretensión va un poco más allá. Intentaremos inser­
tar
el tema en una perspectiva más amplia, para lo cual, inevita­
blemente, deberemos adatar algunas versiones que se desvían
del concepto de orden tal cual lo hemos delineado.
Negaciones -y diBtorsiones del concepto de orden,
Retomando lo expuesto por Ferrater Mora, el · hombre mo­
derno acepta como primera imagen del orden, a algo desonto­
logizado, no subordinado jerárquicamente a un principio superior,
sino que se trata de un orden
inmanente. Y

así, en la ciudad tan­
gible, :d pensamiento urbanístico coi:riente se conforma con un
orden puramente material o eficiente. -
El

orden que satisface es
el que hace que la ciudad funcione
y que sus partes no choquen entre sí; vale ·decir, un principio
de organización de trabajo de consuno pero en absoluto no me­
tafísico, ni ético y ni siquiera estético ya que, en esta última ma­
teria rige, inclusive, un
ctj.terio ecléctico.
El concepto de orden no trascedente qqeda adscripto, así, al
de mera regularidad (7)
y al. de regularidad de naturaleza física.
(5) Etica a Nicomaco, lect. 1, núm. 1, citado por RÜ8ÉN CALDB;RóN
BoucHET: «Sobre las causas del orden J)Olítico», Buenos Aires, 1976, pá­gina 10.
(6) RtTBÉN CALDERÓN· BoucHET, ibid.
(7) Conforme a THOMAS KUHN {Stritcture of Scientific Revolutions) los
paradigm_as científicos son configuraciones estables de actividád .. científica,
Chicago, 1962.
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PATRICIO H. RANDLE
Y es entonces cuando suele aparecer el concepto de totalidad
como patrón
tle ese

todo. Pero ese todo no es perfectamente
(completamente) definido, salvo en su propia inmanencia
y, aun­
que las partes se ordenen al todo, lo hacen de una manera
-di­
ríamos a;í-puramente mecánica, o relativa, o funcional. Falta
la noción de jerarquía integral, metafísica, ética y estética, esto
es,
la sujeción a la Verdad, el Bien y la Belleza. De ahí la ciudad
contemporánea.
En

vez de esa jerarquía integral
hay una jerarquía «ersatz»
fundada en meras valoraciones, o en actos de preferencia o re­
chazo; esto es, en bienes formales, en verdades <::orivencionales
y en una belleza fruto del gusto pasajero. De aquí al desorde.'l
hay

un paso.
Esto lo interpreta fielmente Ferrater cuando dice que
La
idea de desorden es asl una simple idea práctica: el resultado
de
una decepci6n
del
esplriJu, pero
no la
expresión de
una
ausen­
cia
de

algo positivo
(8). Se siente la enfermedad, pero no se con­
ceptualiza ni se valora siquiera relativamente
I.a salud.
El

urbanismo moderno sabe bien que la ciudad
espontánea
hoy. ella esta desordenada

(oomo no
lo estaba la medieval, por
ejemplo)
y conoce perfectamente los síntomas de ese desorden;
pero solamente los síntomas materiales. Carece de una idea clara
y definida de la dudad en orden porque, culturalmente,
los
urbanistas

no están contestes en aceptar la existencia de ese
orden metafísico del cual
el· orden

material es una mera conse­
cuencia.
O sea, que se admite la existencia del orden desde el punto
de vista formal, como es
el orden de la matemática que, en
rigor, admite una variedad de órdenes, ninguno ele los cuales
tiene prelación sobre otro.
Y, sin embargo, la idea de desorden
prevalece en los espíritus sensatos; lo que les impulsa a perse­
guir un orden rector. En esta búsqueda pueden caber dos acti­
tudes:
la del idealista que busca un orden que no alcanza ple­
namente pero al cual
se puede acercar tcomo suele ser el ideal
(8) Josll FllRRATER, op. cit., pág .. 1.004.
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EL ORDEN EN LA CIUDAD Y EL URBANISMO
realista del médico frente al enfermo) y la del utopista que
imagina arbitrariamente un orden artificial que se aleja cada
vez
que pretende acercarse a él. No faltan tampoco quienes niegan lisa
y llanamente el 'ordo'
como
última raz6n

espiritual de este mundo,
al decir de Teodo­
ro Haecker,
como el auténtico con;uro contra la confusi6n de
estos
dlas deducen
la incertidumbre de la posibilidad de que
muchas de

las que llamamos
leyes naturales
no sean más que esta­
dísticas,
y hasta la irrealidad de la causalidad en general la es­
tablecen como 'absolutum',
por decirlo
así; la casualidad en lu­
gar
.de la

causalidad, la
casualidad que
tiene a
la causalidad por ...
casualidad; ¡realmente un mundo
a la

inversa!
El marxismo es la versi6n de este orden subvertido. desde
que la noción de orden -social, para esta secta, es otra cosa sús­
tancial y distinta. No en vano el orden político marxista ---<:omo
derivación
de aquél- se
concteta en
un
.sis time
rígido. Pero
aun sin llegar a ese extremo, importa considerar el pensamiento
filomarxista existente en Occidente.
Para éste
--obligado a

defender sus tesis con más inteligen­
cia que los
inteleétual.es de 1a Unión Soviética-la· ciudad no
es sino el mero. producto' de diversas praxis. Esto quiere decir
que no existiría un fin al
· cual

todo se ordena sino
que,. por . el
contrario,

del juego espontáneo de fuerzas de las relaciones so­
ciales en sí
mismas, de

los
mecanismos de formaci6n de .las prác-.
ticas

sociales
(10), según habla Alain Touraine, surgirá una ex­
plicaci6n
a posteriori.
Esta explicación se produciría a. partir de su actividad y de
dar un 'sentido' a sus prácticas. A_ la vez, estas prácticas logrp­
rían un · cierto equilibrio a partir· del · equilibrio de ciertas normas
( no descubiertas en
la indagación de un orden natural sino puros
~tes de razón) las que, .a su .vez, configurarían_ un. ;er(lTquía
de sistemas (Sic).
Ahora bien,

cabe preguntarse, para que haya una
· verdadera
(9) ThonoRo HAECKER: Virgilio, padre de Occidente, Madrid, 1945, V.
(10) ALAIN ToURAINE: Pour la Sociologie, París, 1974, pág. 58.
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jerarquía -un orden, en otras palabras-, ¿no debe haber previa­
mente un
fin?. ¿Cómo ·podría, por

el contrario,
el fin estar de­
terminado por la
praxis?
El orden en la ciudad.
Científicamente se puede definir la ciudad como una concen­
tración de funciones. En verdad, la ciudad no queda definida
ni por los edificios ni por la gente, sino por una peculiar forma
de organizarse o de vivir: lo que los geógrafos llaman «género
de vida» urbano.
Ahora bien, todo lo que funciona, funciona tendiendo
·a un
fin.

La función por la función misma es la entelequia -lo
qµe
lleva un fin en sí mismo-- :-si no es Dios mismo, es un: ídólo, o
una \ltopía.
Por

tanto, una vez más, es
e!'fin el
que ordena a los medios.
Es
el fin el que exige un orden, sin el cual es impensable alcan­
zarlo. De donde
el orden, en la ciudad, no es un aditamento,
ni un accidente,
sino algo
que pide su propia esencia.
El urbanista, en
. consecuencia,

no debe imaginarse que provee
un orden propio, sino que más bien de lo que debe ocuparse es
de descubrir un· orden subyacente en la
ciµdad para

subordi­
narse a
él.
Es dificil, sin embargo, que en una civilización como la que
protagonizamos hoy, los urbanistas se percaten de ello. Todo
contribµye más

bien a inducirlos a creer que el desafío de la
época es el de la creatividad, el de
la invención, el de la fór­
m\lla o

el método. ideal.
Es tal la presión de la tecnología (no de la técnica
per se,
ni de la ciencia) qµe en vez de servirse de ella se concluye ha­
ciéndose tributario. En lugar de usarla como
medio -y en la
. medida y modo que lo aconsejen unos fines libremente elegidos­
se propone planear la ciudad para el siglo
=r como
símbolo del
adelanto tecnológico.
Es un hecho palpable que los arquitectos usan los materia-
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EL ORDEN EN LA CWDAD Y EL URBANISMO
les que les provee la industria y no la industria la que fabrica
lo que le requieren los arquitectos. Del mismo
modo. procede
la

generalidad de los urbanistas cuando planean la ciudad para
la civilización industrial, subyugados por sus realizaciones espe­
cíficas, aun cuando en ello vaya un grave deterioro para la vida
humana y social.
Se habla de calidad de vida, pero se la restringe a lo medible
cuando lo más relevante
y esencial del concepto es, no sólo lo
cualitativo, sino lo irreductible a cantidad por su propia im­
ponderabilidad.
Es inútil pretender ordenar la ciudad por métodos cuanti­
tativos. Estos. pierden el sentido de completamiento, de perfec­
tibilidad con que debe concebirse
la organización urbana y que
exige no

tanto metodologías como penetración en lo que es
esencial, más que medición de lo que es puramente mudable.
Porque, no en vano Aristóteles eStableCe una correlación entre
el orden y el habitus y afirmando que la diferencia fundamental
entre ambos reside en la menor permanencia del primero
( 11 ).
La ciudad supone de tal modo las relaciones con el todo,
que el solo pretender conocerla implica
per se buscar el orden
4ue rige esas relaciones; sea a _nivel fenoménico comO metafísi­
co. Las
'expresiones «buscar»,

«encontrar» suponen la preexis­
tencia de un orden: O sea, se desea.ria la mera posibilidad de
que ese orden sea una pura creac_ic;>n huma~a; _Pc,r lo 1n:enOS en
su raíz más esencial. El orden urbano debe ser 'descubierto,. pfi·
mero,

en el orden
polítlco natural,
porque. es el
ord~ básico
de la polis y porque es un orden moral natural qúe el hombre
puede,
o no, obedecer por ignorancia o por rebeldía, conforme
a su libre albedrío. Pero que con su con,ducta
el hombre no
puede modificar.
. · ' -l .,
Para construir una verdadera polis es necesario aceptar la
existencia de un orden natural, porque de
él se
deducirá
el' de­
recho

-lo que sea justo en el caso
con.creto---ya

que
sin jus­
ticia no se puede arribar al bien comllll. (fin último de la ciu-
(11) Citado por JosÉ FERRAWR MoRA: Dp. cit., pág. 1.003.
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PATRICIO H. RANDLE
dad} pues constituye junto con la paz social -la tranquilidad
en
el orden-los dos pilares de la vida política.
Y asf como hay un
contrato social
--como el de Rousseau-,
idealista,
irreal y

abstracto, donde se debe ser concreto, también
hubo un pactismo cristiano tradicional en el origen de las ciuda­
des medievales en las que
el señor negociaba las franquicias
con los nuevos burgueses. En este caso,
el orden de la ciudad
estaba basado en una célula básica de la vida social:
fa familia,
y no en átomos dispersos como son los protagonistas del con­ trato
rousseauniano. De ahí que se hablase de los pueblos como
de «entramados de familias», evocando, implicitamente,
el sen­
tido literal del término orden que en griego
habría sido

original­
mente el de
la disposici6n de las hebras en un te¡ido, algo asi
como el cañamazo que, en este caso,
sería el

de
la vida

social (12).
Orden formalista en urbanismo.
Contrariamente a esta visión profunda,· la opinión despre­
venida que oye mentar este
concepto de' orden

a propósito de
la ciudad, se llena espontáneamente de imágenes: las calles rec­
tas formando una
retícula perfecta,

el tráfico regular en caudal
y velocidad, la almra de
fachadas pareja,

etc .
. El

orden
sugiérése en
primera instancia de
· modo
visual,
morfológico, y más
aún, simplificante.

Pero se trata de un
grnve
error. Ordenar·no tierie por qué ser-unificar, homogeneizar, igua·
lar, aplanar. Por el contrario, ordenar debe suponer concertar,
regular, armonizar lo dispar, lo diferente. Lo primero es un
falso orden
níecánico; lo

segundo un auténtico orden orgánico.
La ciudad, por su contenido humano, se asimila más a
éste que
a

aquél.
· ·
Pero, ¿lo sabemos

en los hechos? En la práctica
·es más
fácil

reconocer
el desorden que el orden.
Hay un urbahiSmo moderno que no necesariamente cae en
(12) RuBÉN CALDERÓN Bo~CHET: Op. cit., pág. 102.
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la rigidez de la retícula y de la altura de fachadas, pero sí en
la de nn orden artificial puramente formalista. Por ejemplo, se
propone convertir las calles en nuevos canales circulatorios, evi­ tar cruces a
nivel y

otras sugerencias prácticas encomiables. Sin
embargo, no se han valorado las consecuencias vitales que ello
supone: la abolición de la calle como algo más que un canal
vehicular, como es la arteria al
cuerpo social:

flujo
de vida.
Hay ciudades nuevas o sectores urbanos construidos
ex-ni­
hilo que tienen fa perfección formalista de las maquetas y que
hacen agradable impresión sensible vistas a vuelo
de· pájaro

pero
cuya vida real no es paradisíaca, ni mucho menos. En estos ejem­
plos se sacrificó el auténtico orden urbano
por el

formalismo
visual.
En muchos casos se desarraigaron familias que vivían dentro
del mayor desaliño material creyendo que, transporuíndolas a
aquellas ciudades, de diseño ordenado, se les solucionarían todos
sus problemas. Hecha la experiencia, pudo comprobarse que se
había subestimado el orden invisible de las barriadas espon­ táneas y que se lo había sacrificado por nn
nuevo orden

mate­
rial. Es
más, en

los Estados Unidos hay sociólogos que han
descubierto nna vida
social más rica en los slums tradicionales
que en los barrios de clase media.
Y, en

Francia, por vía opues­
ta, sé han tenido que demoler· enormes monobloques (HLM)
perfectamente ordenados sobre el
terreho, a

causa de que a
30 años de construidos, en lugar de generarse una armónica vida
vecinal, por sus características inhumanas ( falta de insonoriza­
ción, largos corredores comnnes, desarraigo de sus habitantes, etcétera), produjo más delicuencia juvenil y reyertas
eptre fa­
milias que la· de los bidonvil/es, materialmente más precarios.
Es verdad también que la ciudad actual duele y golpea por
su falta de unidad, de coherencia, por su
fragmentación deli­
berada, por su inorgánicidad, por su desorganización exterior
-toda vez que sea más o menos explícita- en base a elemen­
tos inconexos, neutros, no jQstificadámente jerarquizados.
En esto coincide todo aquel que se asoma al problema: desde
el apocalíptico Spengler hasta el mentor de
la, nouvelle droite
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PATRICIO H. RANDLE
Alain de Benoit, pasando por el neo-marxista Henri Lefebvre.
En las ciudades mundiales. -escribe Benolt-se reencuentra el
esp!ritu de análisis, la raz6n puramente anal!tica que

tan parti­
cularmente carac;eriza al esplritu de

la
burguesl¡¡, ese
'pícaro
genio de

la abstracci6n
y la separación', venido no se sabe de
d6nde. Todo lo que
-otrora
estaba
ensambl(Jdo se
reencuentra
desvinculado, deshecho, separado, dasificado (
13 ).
En efecto, las grandes ciudades han crecido siguiendo un
orden mecánico (si es que ha habido alguno), y los urbanistas se
han limitado ( en la mayoría de los casos) a separar {primero
mediante zonificaciones

simplistas) o a clasificar las
-funciones
urbanas

sin
ning6n atisbo
de jerarquización. Tal es
el caso de
la «Carta de Atenas» que enuncia indiscriminadamente las ac­ tividades: habitar,
traba;ar, circular, recrear

el cuerpo
y el es­
p!ritu como

si todas tuviesen la misma importancia.
O, tal vez, no se pensó que con simplemente aislarlas no se
estuviesen sentando sino las bases de un urbanismo
sin arqui­
tectónica, que no hace más que racionalizar la realidad, pero
que es incapaz de darle sentido. O, tal
vez/ se trata de una
deliberada omisión consciente, que mana de una neutralidad en
materia filosófica y
moral, de

una_ suerte de neutralismo relativista
que deja librada a la conciencia
de cada

uno
--a la -manera
del
laicismo militante--
el ·sistema de· valores que se prefierá, como
si pudiese haber verdadera polis sin una estrecha integración de
creencias.
Aunque este aspecto es muy interesante, debemos dejarlo de
lado para proseguir con
el hilo de nuestra disquisición. Habíamos
dicho .que
existía una coin,cidencia entre autores diversos;
es la
coincidencia en la crítica.
1 En efecto, Henri Lefebvre dice bien
que
la_ ~uta y lr, calle se -liacen esenciales pero , desérticas en su
misma
:circulación-incesante y siempre repetida. La venta ( sé re,
fiere,

sin duda, a los locales de negocio) se convierte en algo
más importante que la
producci6ni el. intercambio más que la
(13) ALAIN DE BEN'OiT: ~La ville face a son destin», en Eléments,
núm. 24-25 (1977-78), pág. 23'
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EL ORDEN EN LA CWDAD Y EL URBANISMO
actividad, los intermediarios más que los cre{lliores, los medios
· más

que los
fines.Y todo
se hunde en el
tedio (14).
Lamentablemente Lefebvre no nos da la salida, olvidando quizá
que la alternativa socialista ya fracasó en los albores de la Unión
Soviética, antes de que
el régimen se fosilizara, cuando se pre­
tendió la fórmula de
las· comunidades utópicas al día siguiente
de
la Revolución.
Como quiera que sea, una ciudad ordenada
urbanísticamente
-pero

sólo en las apariencias visuales-- no es necesariamente
una ciudad

en orden. Y otra, aparentemente desordenada en las
formas exteriores, puede responder a un orden esencial. En el
primer caso se hallarían las ciudades que responden a trazados
geométricos -barrocos o neoclásicos- y, en el· segundó la ciu­
dad prototípica del Medioevo. No ha sido fácil reconocer que
la
ciudad medieval estaba asentada en un orden funcional admira­
ble.
La leyenda negra impedía esta revaloración. Curiosamente
fue un anarquista intelectual -que ni siquiera da testimonio de
cristianismo- quien
contribuyera a

echar luz sobre estas cuali­
dades:
Lewis Mumford.
El

gran etror de la civilización maquinista de las ciudades
fue justamente tomar como fin a lo que era un medio. El caso
hiperbólico lo constituyó el urbanismo del «período rosa» de la
revolución
marxista-ieninista soviética, 01ando se intentó una jac­
tanciosa correspondencia entre las formas urbanas y la organiza­
ción industrial que, naturalmente, no prosperó. El propio régimen se encargó, luego, de estigmatizarlas.
La fe excesiva en los instrumentos distrajo a la humanidad de
la importancia de la elección de los fines. Peor aún, los medios
fueron implícitamente sustituyendo a los fines. Y aquí se pro­
duce el primer desorden de
la ciudad contemporánea que, sb
duda,

es el más grave de la historia, por mucho que Babilonia
y la

Roma decadente no hubiesen sido acontecimientos irrele­
vantes, porque ahora toda la civilización se juega en las grandes
ciudades y casi no hay nada fuera de ellas.
(14) lU!NRI LBFEBVRE: Introduction a la Modernité. Citado por
ALAIN BENOiT, loe. cit.
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PATRICIO H. RANDLE
Pero hay que decir, además, que contrariamente a lo que se ·
cree,
el verdadero orden, aun formalista y aparente, no es mo­
notonía, ni uniformidad. Al contrario, como dice Santo Tomás,
no existe orden sin distinción. Lo que equivale a decir que la
variedad es una precondición para
que· exista verdadero

orden.
Y
así es,

porque un barrio nuevo de casas para obreros en
Buenos Aires, lo mismo que un suburbio victoriano de Londres
en base a casas del tipo «semi-detached», no pueden exhibir un orden genuino, ya que se trata de expresiones
-monocordes que
impiden

ese mínimo de distinción de que habla el Aquinate.
Es lo mismo que un ruido unísono; que no es melodía. Porque
la armonía musical es fruto de un orden en el que necesaria­
-mente intervienen notas distintas.
Por eso es que no hay un prototipo arquitectónico ideal y
singu1ar para edificar una ciudad, como creían· los utopistas, o
los capitanes de la industria de la construcción en
el siglo xrx
en Inglaterra. Como tampoco
existe. una

fórmula única, ni per­
fecta, para

la disposición de las masas edilicias ni para la dis­
posición de vacíos y llenos. Porque esto precisamente es lo que
tiene de arte el urbanismo: el modo de combinar los elemen­
tos plásticos que componen la ciudad.
Ya en
_los principios

del Renacimiento,. León Baustista Al­
berti concebía la ciudad
. como

un
.lugar ordenado

donde la gente
pueda vivir. Un estudio
crítico de

De
Re Aedificatoria expresa
que
z¡na ciudad compuesta de edificios hermosos y correcta­
mente ornamCntados reVelarán la existencia de un orden, pero
también harán algo más:· facilitarán ese orden proveyendo lu­
gares
para la
participación en las actividades que ordenan
la·
ciudad (15).
De· todas maiieras,. aéettar con él orden esencial y aparente
que debe tener una ciudad no es fácil. Constituye el gran desafío
a los urbanistas
y, antes de ellos, a los políticos urbanos. Ca­
millo Sitte, piÓnero del urbanismo a fines del
· siglo
pasado, se
(15) CARROLL WILLIAM WESTFALL: In this most perfect Paradise,
The Pensylvania, U. P., 1974, pág. 61. .
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EL ORDEN EN LA CIUDAD Y EL URBANISMO
planteó una duda profunda al comienzo de sus estudios en su
Viena natal. Mientras veía construir
la Ring¡trasse -avenida y
conjunto de edificios a lo largo del terreno que había ocupado
la antigua
muralla-se

inquietó profundamente por no poder
descubrir
la razón po• la cual todos los proyectos que se habían
hecho para el concurso de la obra no podían. competir con la
ciudad antigua en
punto a

belleza (16).
A través de sus investigaciones sobre
· la percepción del es­
pacio, la fisiología
d.e la visión y la historia del arte, Sitte des­
cubre

con
el rigor metódico que es característico del genio ger­
mánico, que la antigua Viena había sido construida con una
imaginación rica, basada en la intuición y que, ·en cambio,_ en los
sectores nuevos, el racionalismo consciente quitaba sabor ~ todo
lo creado.
O sea, descubre que había un orden subyacente que valía
más que el orden geométrico explícito limitado a la simetría,
el equilibrio de masas y vados monumentales. Aquel otro orden
retenía, por el contrario,
la sensación de lo imprevisto, la ten­
sión vital

entre las masas,
la diversidad de los puntos de vista;
en suma, una serie de virtudes naturales que el orden rígido
de las regularidades racionales
había limitado.
Y

no es que Sitte no aceptase
la simetría clásica; lo que no
toleraba era su abuso. ¿Acaso en 1a Acrópolis falta la simetría?
Por cierto que no; pero también hay que decir que no es el
principio fundamental de la composición del conjunto. Por otra
parte,
· Sitte

descubre, estudiando Brujas, que la ittegularidad
fue muchas veces deliberada en la Edad Media, como cuando
se realizan intersecciones de calles sin necesidad de ser un cruce
ortogonal en «la solución» del damero.
Por otra parte, hay que destacar que existe un orden
intra­
urbano,
el que fuera explicado magistralmente por Gastón Bar­
det al describir los escalones comunitarios ( 17) y otro
extrai.r­
bano como el que fue propuesto como paradigma por Walter
(16) Cfr. CAMILO S1TTE: Der Stadtebau .. nach seinen kunstlerischett
Grundsatzen, Viena, 1889.
(17) GASTON BARDET: Pie"e sur Pierre, París, 1984, 0pág. 233.
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PAT.RICIO H. RANDLE
Christaller después de sus investigaciones regionales en el sur
de Alemania (18). Pero
el mérito de Bardet, o de Christaller,
no fue el de
inventarlos, sino, por el contrário, el de haberlos
descubierto en la realidad misma, claro que sabiamente observada.
De modo
análogo, la
planificación
uroona tampoco
debe ser
concebida cómo un
· orden

totalmente artificial, arbitrariamente
impuesto a la ciudad, sino, en todo caso, como un correctivo de
excepción, toda vez que suple el orden que se ha desvittuado
por extravío de la inteligencia, o por negligencia de la volun­
tad, o por desenfreno de las palabras humanas (19).
De .ahí que sólo es buen urbanista aquel que posee esa sa­
biduría que consiste en saber servitse del conocimiento de la información disponible. Porque sabio, dice Aristóteles, es aquel
que ordena las cosas a un fin; no
el que acumula conocimiento
sin «redondear» ningón pensamiento fecundo e integrado. Y
el
orden, sin un fin, es una entelequia. Por eso, el fin al cual d.,be
ordenarse el urbanismo tiene que ser coincidente con el fin de
la ciudad. Y por eso también
es que

si la política es la ciencia
de los fines, de las opciones, de la metas elegidas, entonces no
puede haber urbanismo sin·política urbana (20).
Concl118ión.
El descubrimiento del orden en la ciudad y en el urbanismo
no es tare.a sencilla
y no se reemplaza con la fácil elaboración de
un orden artificial. Ni al modo de Rousseau,
ni. al de Marx, en
lo socio-político; pero tampoco al modo de los diseñadores de ciudades que proceden como si
la ciudad fuese una boja de pa- ·
pel en blanco
· en

la
cuál se

complacen con hacer dibujos geomé­
_tricos, más o ffienos regulares.
(18) WALTER CHRISTALLER: Die Zentralen Orte, Jena, 1933.
(19} Cfr. P. H. RANDLE: Raz6n de ser del Urbanismo, Buenos Aires,
Oikos 1984, pág. 234. .
(20) P. H. RANDLE: «Sin política urbana no hay urb_anismo», en
Civilidad, año 11, núm. 15, pág. 60.
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