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Número 243-244

Serie XXV

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Vicente Marrero Suárez: El padre Arintero y Ramiro de Maeztu

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solución política. Y volvió al Gobierno quien tanta culpa tuvo
en la gran derrota. Pero, como evidenciaban sus antecedentes,
no podía ser ese hombre el salvador de Méjico. Y pronto tendrá
que volver a partir hacia el destierro. La Revolución se instala en el poder. Gómez
F~rias, Ocampo,
Juárez,

Comonfort,
Lerdp ...

Y comenzó el despojo de la Iglesia.
Fue un episodio más de la que significó la tiranía liberal en el
siglo
XIX. La Constitución de 1857 ya no pudo dejar dudas a
nadie.
La guefra civil era inevitable. Y el salvajismo fue, una
vez más, el acompañante de los revolucionarios. El tratado McLane y las leyes de Reforma son dos hechos
vergonzosos de la historia de Méjico que pesan sobre Juárez de
modo tal que toda la hagiografía del poder no puede lavarle de
su responsabilidad.
_
La

pugna entre los dos Méjicos pareció inclinarse del lado
tradicional. El general Miramón, una de las figuras
más atrayen-
-tes

de
.la historia
mejicana, tuvo en
jaque a
Juárez pese a contar
éste con el apoyo nprteamericano que una vez más se inclinaba
a lo peor. Pensando sin duda, aparte las vinculaciones masóni­ cas, en las ventajas que ello le reportaría. Pero era imposible
mantener victoriosa una si_tuación tan desproporcionada y
Mi­
ramón tiene que abandonar la capital. El saqueo de la catedral
por los juaristas es buena muestra de cuáles eran sus inclinacio­ nes: Y
_al igual

que con la sede metropolitana ocurrió con las
restantes iglesias de Méjico capital. Como antes había
pasaclo
con

otras de los Estados.
·
Las

ejecuciones de Ocampo
y Santos Degollado y el asesina­
to de Comonfort cierran el período, dejando al indio
Juárez
dueño

absoluto de la situación revolucionaria. La intervención
extrajera que llevó al trono de Méjico a un archiduque austriaco masón se sale ya de este período. Seguramente Abascal la está
escribiendo ya. Será un nuevo servicio a su patria y a
la historia
de la contrarrevolución.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ D,E LA CIGOÑA.
Vicente Marrero: EL P. ARINTERO Y RAMIRO
DE MAEZTU (*)
Nuestro admirado amigo Vicente Marrero, autor de los más
fecundos por su producción
al tiempo que de los más variados
(*) VICENTE MARRERO, El P .. Arintero y Ramiro de Maeztu, La Vida
Sobrenatural, Salamanca, 1986, 67 págs.
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por las temáticas. que cultiva, con este breve libro sobre El
P. Arintero
y Ramiro de Maeztu, vuelve a acreditar su dedica­
ción a los estudios sobre este último. Una dedicación en
la que figura casi en solitario y que viene
de muy atrás, de 1955 en que publicó su
Maeztu,. por el que
obtuvo
el Premio Nacional de Literatura y que sigue constitu­
yendo la más completa aproximación a
la figura y a la obra de
don Ramiro. Empeño prolongado posteriormente con
la . edición,
dirigida también por
él, y que quedó inconclusa, de las Obras
de Maeztu.
* * *
Ahoi-a, en este breve .ensayo, apunta las relaciones del autor
de la Defensa de la hispanidad con el afamado teólogo domini­
co P. Arintero, quizá el
máximo cultivador
de la teología es­
piritual en nuestro siglo, muerto con fama de santidad en 1928
y cuyo proceso de beatificación está abierto. Relaciones que se enmarcan en el tema más amplio -que
Matrero esboza

y del que me consta tiene otros estudios en
el
coleto- de la religiosidad y profundidad espiritual de Maeztu.
Y que, ciertamente, referidas a su fase de madurez, no pueden
sino ser consideradas conio «unitarias» (pág. 16 ). Sin que al­
cancen a oscurecer tal calificación
el uso de expresiones verbal­
mente· cercanas -a Kant y a Nietzsche -aunque sin asumir· nunca,
ni siquiera en las fases ~teriores de su trayectoria personal, el
fondo de esas ideologías- o ci.ertas imprecisiones perfectamente
explicables al no tener detrás unos estudios sistemáticos de
teología. Lo que permanece imborrable, a pesar de todo, es una
espiritualidad centrada
en lo verdaderamente fundamental, que
tuvo ocasión de
rubricar con

su sangre en 1936.
Maeztu nombra frecuentemente
al P.

Arintero -el maestro
:A.tintero dice con énfasis en alguna oc~sión-, principah:nente
en sus obras de madurez, entre las que sobresalen las dos de­
fensas
que llegaron a ver la luz de la trilogía que había planeado:
Defensa de la hispanidad y Defensa del Espiritu. En la primera
le cita incluso como uno de los grandes
valores positivos y uni­
versales de nuestra .. cultura: «La tradición espafiola -escribe-­
puede mostrar modestamente, pero como. valores positivos y
universales, un Balmes, un Dm¡oso, un 'Menéndez Pelayo, un
González Arintero».
La primera vez que Marrero encuentra una referencia al
P. Arintero en los escritos de Maeztu es en un artículo de 1921
publicado en
El Sol bajo el título de «Misticismo» (pág. 28 ).
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En arúculos posteriores se va advirtiendo el influjo creciente
que sus doctrinas místicas empiezan a ejercet en el espíritu del
escritor, Es entonces cuando empieza a preguntarse --con esa
honestidad tan característica que
glosó Salvador

de Madariaga
en su
España-, «¿cómo no. he oído hablar ante.s de él?».
En este interrogante, en que Marfero encuentra· compendia­
da la admiración devota del periodista universal por el sabio
dominico, está el arranque de un gran esfuerzo
para dar a co­
nocer la trascendencia de
la obra de Arintero. «Me atrevo a
esperar --escribe en
Las Provincias el 26 de diciembre de 1932-
que si ahora volviéramos a tener otro P. Arintero, no se nos
moriría sin que nuestras clases educadas tuvieran alguna idea
de su grandeza».
Y es que,
cualldo comenzó a conocerle -el tema de los
contactos personales lo trata el autor de la mano del P. Lebra­ to, O. P. y haciéndose eco de
·la tradición

oral de la orden de
predicadores (págs. 34-36}-, quedó impresionado por su lumi­
nosa doctrina sobre el universal llamamiento a la santidad y por su desarrollo de la acción del Espíritu Santo en las almas a tra­
vés de los dones, como destaca
el P. Armando Bandera, O. P.
en su muy ajustado prólogo. La labor de difusión cultural de Maeztu con el P. Arintero
al fondo logra su
«más inspirado

encomio»
(pág. 47) en un ar­
tículo de 1932 publicado en
ABC: «Si se es gran figura' intelec­
tual --estampa casi en los comienzos- por la amplitud de la sabiduría, la firmeza y cuantía de la obra, el estilo
señor y la
influencia sobre las almas superiores, ¿qué duda cabe que, a la
muerte de Menéndez Pelayo, «el» maestro era González Arin­
tero?».
La gran ilusión de Maeztu fue revitalizar lo que llamaba el
catolicismo tradicional español. Que se le aparecía, en los últi­ mos años, sumido en una dolorosa crisis.
¿Quién le

iba a decir.
-se pregunta Marrero- que, muy pocos
fueses después

de
haberse lamentado de la indefensión del hecho cristiano y civili­
zador, surgiría en España
. una

explosión del espíritu religioso
como no se conocía desde bacía tiempo? España -como le
ocurriera a él años antes- se había reencontrado con los gran­
des principios rectores de su historia. Había recuperado su pulso.
Se había reconciliado con Dios.
* * *
Nos encontramos ante una obra en la que el discurrir de la
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narracton va perfectamente acompasado con los textos a que
se refiere. Para ello, el autor ha tenido que podar su discurso
de digresiones, tratando de perfilar sólo unas líneas básicas en­
tre
jas que

deja fluir
el pensamiento del propio Maeztu.
Lo ceñido de sus páginas y lo acertado. de las sugerencias
que aporta, demuestran que Vicente Marrero ha dado en la diana
con este tipo de ensayo, en el qµe se desenvuelve con la misma
maestría que en sus obras más «abundantes», presentando ade­
más
la inestimable ventaja de ahorrar las insistencias frecuentes
y los hiatos discursivos que se han reprochado a algunas de sus
obras.
· ·
No

quiero, sin embargo, dejar sin mención ciertas observa­
ciones que vierte en
. las. primeras

páginas, como encuadre de
la
figura de Maeztu, y que me parecen discutibles. Maeztu, es
cierto, no
confudi6 religión y política ~y en esto no sólo se
ajusta a la enseñanza del Concilio, como sostiene Matrero, sino que es fiel a la doctrina perenne de la Iglesia-, pero
sü pensa­
miento

se inscribe en la tradición· católica y española que pro­
pugnan de consuno un régimen de
cristiandad. De ahí que no
encuentre afortunada la referencia que a
· la situación de cris­
tiandad,
considerándola superada, hace.
Finalmente, quiero hacer una digresión que me sale espo­
tánea
de la lectura del hermoso libro de .Martero y del repaso,
que en los días en que
lo leía estaba haciendo, de la obra del
Morente converso. Quizá por esa proximidad me brota un acer­
camiento entre ambas figuras. Y si no osaré entrar a analizar
los modos de actuar de
la gracia, sí me internaré en los proce­
sos intelectuales que
. hay

detrás de sus respectivas trayectorias
espirituales. Y que desde caminos cabalmente inversos llegan a
encontrarse en un punto: Maeztu, que según propia confesión
nunca llegó a romper del todo los lazos que le unían a
la Igle­
sia, llegó a la vivencia más pura de la
fe desde su apasionado
amor a España; a Morente,- en cambio, europeizador de la es­
cuela institucionista, es la recuperación de la fe en Cristo· la que
le

abre de modo fulminante los ojos a
fas claves
de la tradición
y la historia españolas.
Ambos llegan
-
diferente, si se quiere, pues, como
mostró Femández de la Mora en un articulo espléndido, sus con­
cepciones de la hispanidad
so1;t distinta.._:__

a la simbiosis de la
religión y la patria. No para hacer de ésta objeto de un culto
idolátrico, ni para convertir aquélla en modo alguno en su
an­
cilla.
Sino para llevar las almas a Dios: procurar la «salus anima­
rum» que, en definitiva, es la. «suprema lex».
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Recordarlo, hoy que la idea misma de Estado católico es
objeto de todo tipo
de escarnios, es algo que podemos deducir
de la expetiencia de un Morente,. al conmemorar el cente)lario
de

su nacimiento.
Es algo que podemos deducir de la experien­
cia

de un Maeztu, cuyas relaciones con el
P. Atintero, en el
cincuenta aniversario del fusilamiento de aquél, son primorosa­
mente reconstruidas y descritas por ese agudo pensador y escri­
tor de talento que es Vicente Marrero.
MIGUEL Aruso.
Gabrkl Alférez Callejón: SISTEMAS SOCIALES
CONTEMPORANEOS (*)
El mejor elogio de este libro la hizo don Eugenio Vegas
Latapie con estas palabras: «Muy útil para el conocimiento de
falsas doctrinas, expuesto muy asequiblemente en preguntas y
respuestas y considerando un acierto el presentar sistematizados
los diferentes puntos tratados por los Papas en sus encíclicas
desde
Le6n XIII

hasta Juan Pablo II
».
Conociendo la mentalidad de Gabriel Alférez Callejón en el
terreno religioso, político y social, podríamos adelantar
a priori,
sin. necesidad de previo examen, que su obra Sistemas sociales
contemporáneos, en la línea de sus producciones precedentes,
El orden político al alcance de todos y La participación política
al alcance
áe todos, tenía

que poseer como características esen.
ciales
la seguridad de un criteric;, ortodoxo en el planteamiento
y solución
de los temas que · trata y el sentido pragmático con
que aborda las cuestiones
y las hace asequibles a los lectores
inenos verS_ados· eri -es:is materias.
Y, efectivamente, después de 1eer y analizar detenidamen­
te Sis.temas-sociales·- contemporánoes1 comprobamps a posteriori
que
las dos caracterlstic;as reseñadas, seguridad de criterio y des­
treza funcional en su presentación, responden adecuadamente al
fondo y a la forma del libro que comentamos.
Iniciando esta
breve recensión

por la forma o estructura ex­
terna de la obra, tres
· factores

llaman nuestra atención:
a) La concepción sintética del problema social en sus tres
derivaciones, la totalitaria,
la liberal y la católica, que constitu-
( *) Villena-Artes Gráficas, Avda. Cardenal Herrera Orla, 242, Madrid.
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