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Número 259-260

Serie XXVI

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Familia, ámbito de comunidad y libertad

LA FAMIIJA, AMBITO DE COMUNIDAD Y IJBERTAD
POR
SANTIAGO ARELLANO HERNÁNDEZ
Cuando se me ofreci6 la posibilidad· de participar en la po­
nencia sobre
la familia, no titubeé en aceptarla. Mí condici6n
de padre me animaba a ello: pero sobre todo, e independien­
mente de la mínima importancia del contenido de
mí ponencia,
me atrajo la ocasi6n que se me brindaba para agradecer en pú­ blico lo que durante tanto tiempo había reconocido en privado. Soy discípulo de «Schola Cordis Iesu»,
lá escuela que .en­
seña a
alzar la cabeza esperanzada en medio de unos tiempos
cargados de zozobra, porque, por el camino de las misericor­
dias de Dios y de sus maravillas, van preparando el adveni0
miento y triunfo del Reino de Nuestro Señor Jesucristo. Soy
estudioso an6nimo de los magistrales
· artículos
y ponencias
de
Verbo, uno de los pocos consuelos en la algarabía de la «cul­
turiscencia» de nuestros días, si me permiten el neologismo,
amigo de

los «amigos de la Ciudad Católica».
Y soy un profe­
sor de literatura de un
I. B. de provincias, enamorado de ta
tradición

española.
Desde esta mí tiple condici6n, pemútanme
romper

una lanza en pro del último reducto donde el hombre
puede todavía vivir como persona y encontrar la libertad, la
familia.
De entre los múltiples aspectos discernibles en el tema, quie­
. ro

en especial detenerme en dos: la
familia como
ámbito de
libertad y la
familia como

sociedad, cuyo fundamento
· es
la
a,.
munidad interpersonal.
Con el rigor y nitidez que le caracterizan, el Cardenal Rat­
zinger
en· su

conferencia «Libertad y liberación» publicada en
el
L'Obsservatore, el 3 de agosto de 1986, afirma: «En reali-
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SANTIAGO ARELLANO HERNANDEZ
dad, la familia es la célula inicial de la libertad, y mientras se
la considere intacta, se habrá conseguido por lo menos un es­
pacio mínimo de libertad».
Más adelante

argumenta: «La familia
es·
el espacio originario de la libertad, por ser el lugar donde
crecen las relaciones entre los hombres, que son relaciones de libertad, relaciones en que se fundamenta la persona humana».
Por ello se atreve a denunciar: «De
ahí que las dictaduras in­
tentan indefectiblemente destruir
,la familia para eliminar este
espacio de libertad, que de otra forma
.escaparía a
su control».
Y de donde nosotros podemos deducir el nombre que en pro­ piedad corresponde a cualquier
· forma

de gobierno que atente
contra la familia.
·
En

la
Exhortación apostólica Familiaris consortio, Su Santi­
dad Juan Pablo II hace hincapié en contemplar a
la familia
como

«comunión de personas». «En
el matrimonio y en la fa­
milia se

constituye un conjunto de relaciones
interpersonales
-relación·

conyugal,
paternWad-maternidad, fiJiación, fraterni­
dad-

mediante las cuales toda persona queda introducida en
Ju "familia humana" y en "la familia de Dios" que es la Igle­
sia».
Afirma más adelante:

«La
famiJia, fundada y vivificada
por el amor, es una comunidad de personas: del hombre
y de
la mujer esposos, de los padres y de los hijos, de los parientes.
Su

primer cometido es
el vivir fielmente la realidad de ,la co­
munión con el empeño
constanté de desarrollar -una auténtlca
comunidad

de personas... El
amor entre el hombre y la mujer
en
el matrimonio y, de forma derivada y más amplia, el amor
entre
fos miembros

de
la misma familia -,-entre padres e hijos,
entre hermanos
y hermanas, entre parientes y familiares­
está animado por un dinamismo interior e incesante que con­
duce la familia a una
. comunión_

cada vez más profunda e in­
tensa, fundamento
y alma de la comunidad conyugal y fami­
liar». Por

ello, con imperativo de conciencia nos recuerda: «To­
dos los miembros de
la familia, cada uno según su propio don,
tienen
la gracia y Ja responsabilidad de construir, dfa a día, la
comunión de las personas, haciendo de la familia una escuela
de humanidad más completa y más rica: es lo que sucede con
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LA FAMIUA, AMBITO DE COMUNIDAD Y LIBERTAD
el cuidado y el amor hacia los pequeños, los enfermos y los
ancianos;
con
el servicio· reciproco
de todos los días, compar­
tiendo
los bienes,
alegrías y

sufrimientos». No podemos olvidar
aquellas rotundas palabras que Su Santidad ha repetido
.en nu­
merosas

ocasiones: «La familia es
el único lugar donde al hom­
bre se le valora no por lo que tiene sino por lo que es».
Al
analizar la situación de la familia en el mundo de hoy,
Juan Pablo II titula
significativamente el
apartado:· «Luces y
sombras
de la familia en la actualidad» y afirma: «La situación
en que se halla
la familia

presenta
aspectos positivos
y
neg,>­
tivos:

signo, los unos, de la salvación de Cristo operante en
el mundo; signo, los otros, del rechazo que el hombre opone al amor
de Dios». Señala entre los primeros: «La conciencia más
viva de la libertad personal, la mayor atención a la calidad de
las
relaciones interpersonales en el
matrimonio, la
promoción
de la dignidad de la mujer, la procreación responsable, la edu­ ción de los hijos; se tiene además .conciencia de
la necesidad
de
desarrollar relaciones entre

las familias, en orden a una
ayuda recíproca
espiritual y material, al

conocimiento de
la mi­
sión

eclesial propia de la
familia en su responsabilidad en la
construcción de una sociedad
más justa».
Seña:la entre

los segundos: « Una equivocada
concepción teóri­
ca

y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí; las
graves ambigüedades acerca
de la relación de autoridad entre
padres e hijos; las dificultades
concretas que
con frecuencia
experimenta la
familia en la transmisión de los valores, el nú,
mero

cada vez mayor de divorcios,
la plaga del aborto, el re,
curso

cada vez
tuás frecuente

a
fa esterilización, la instauración
de una verdadera y propia mentalidad
anticoncepcionwl».
Otros

muchos
podría enumerar
el propio Pontífice y no
sería el

menor la mentalidad generalizada entre
los jóvenes
del
mundo occidental de haber
perdido. la

ilusión de desarrollar la
vocación al amor por el
camino del

matrimonio y de la familia,
apostando. su

vida por
el sexo sin amor, la pareja inestable o la
promiscuidad de todo tipo. Certeramente diagnostica Roma el fundamento de todos estos
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SANTIAGO ARELLANO HERNANDEZ
males: «En la base de estos fenómenos negativos está muchas
veces una corrupción de la idea y de
la experiencia de la liber­
tad, concebida no como la capacidad de realizar
la vetdad
del
proyecto de Dios
sobre el matrimonio

y la familia, sino como
una· fuerza autónoma de
. auooafirmación, no

raramente. contra
los demás., en orden al propio bienestar
egof:sta».
Las

últimas palabras del Pontífice
nos pueden

setvir de guía
para comprendet que la crisis
. que

padece la institución familiar
no es
fruto de

un ataque· aislado y
nuevo, \SÍ:no la última. conse­
cuencia inevitable de
un modo

de entendet al hombre y su fe-
. licidad como individuo desvinculado de
· todo

compromiso con
los demás
y hasta consigo mismo. La· modernidad nos ha acos­
tumbrado
a contraponer

la
concepción teocéntrica de

la
. vida
medieval

a
un antropocentrismo libettador

de vinculos humi­
llantes y redentor de toda limitación que pueda parecer inhe­
rente a la naturaleza
humana. Nada
puede
opooetse al
simple
acto de querer.
La voluntad se hizo señora de la tazón y el hom­
bre
la medida de .todas las cosas. Un yo solitario y rebelde,
regido por
el· ímpetu de cualquiet deseo . y olvidado o desdeña­
dor
de.todo lazo próximo

o
vecínal, arremete incontenible

en la
vida de los pueblos occidentales. Su
proceso devastador

en estos
últimos siglos no se detuvo
en los

muros
de la patria, ni en el
valladar de las regiones y comarcas. Su podet de destrucción
·
tenía

que extendet sus consecuencias
hasta las mismas entrañas
del

hogar. Sin duda que
la familia está asaltada bárbaramente
por la

permisividad licenciosa de
las costumbres y por la pér­
dida progresiva del recato y del pudor que la envilecedora por­
nografía destruye. Sin duda que
la sociedad de consumo, que
incita
a identificar la felicidad

con
la posesión lo más efímeta
posible de objetos
-use y

tírelo-- como modo
eficaz de
en­
contrar todo

tipo de sensaciones placenteras que alivien o entre­
tengan nuestro caminar, amenazá con esclavizar· a nuestras .gen­
tes. Nada hay más exasperante qúe el lamento hipócrita de .una
sociedad que habitúa a sus ciudadanos desde su
niñez más
tier­
na a
la búsqueda desenfrenada de los . butdos placetes y satis­
facciones
físicas y

se
msga las vestidnras amargamente ante la
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LA FAMIUA, AMBITO DE CQMUNIDAD Y L!IBERTAD
plaga desoladora de la droga. Sin. duda que el cerco económi­
co, la parca ayuda familiar, el encarecimiento abusivo de
las
viviendas,
la

consrruoción de
pisos esrrechos y poco conforta­
bles,

los impuestos que esquilman
ahorros y patrimonios, etcé­
tera,

amenazan
y debilitan la vida familiar. Sin embargo, mucho
nos tememos que
tod\>S estiOs
hechos no son causa directa, sino
consecuencia de
lo que el Santo Padre ha llamado «fuerza autó,
noma

de autoafirmadón».
En la raíz de todos los males creo
que debemos colocar la rebeldía del hombre moderno, que
ha
creído encontrar el fundamento de su independencia en la elimi­
nación de todo lo que sea o recuerde la huella de Dios en él.
¿Por qué
engañarnos? El «seréis oomo dioses» se signe

oyendo
entre los mensajes
h1,eradores de la promesa contemporánea.
Hasta
tiempos
recientes la

dulznra de
la manzana
prohibida
podía encandilar

y attaer el
corazón de
muchos. ¿Será verdad
que el hombre podrá
,il fin quedar liberado de su males? Y los
frutos

aparentes parecían afianzar la contraposición del hombre
como.
centro de

nuesttas
posibíli la
hegemonía de
Dios:
el anrropocentrismo al teocenrrismo. El tiempo se ha
enoa:rgado
de

que descubramos que, rras la dulzura de la promesa, se
en,
cuentra Ja amargura de nuesrra propia desrruoción. No era po­
sible. Li grandeza del hombre no podía lograrse a costa de Dios.
Es ambigno, si no perverso,
oontraponer antropocentrismo
a
teooeritrismo. Ningún espíriru cristiano, medieval o

moderno,
olvida al hombre al invocar a Dios.
El hombre

signe siendo el
centro de
las inquietudes para quien mira a Dios como el origi­
nal
de nuestm semejanza e

imagen. Al
Dios centro de todo se
contrapone

un yo oentto de todo, que en
perspectiva sicológica
se

llama egooentrismo;
egofsmo, en moral; y en teología, egola­
tría. Al
teoceorrismo medieval ha suplantado la egolatría mo­
derna,

no el antropocentrismo, Y
a .su
verdadera grandeza
y dig­
nidad, el

desmoronamiento de
la misma vid,i humana.
La
soledad, la

incomunicación, la desconfianza; la esclavitud
física y síquica
han sido las oonsecuencias de aquella secular doc,
trina que cristalizó en el siglo XVIII en el lema de Libertad,
Igualdad
y Fraternidad, para sarcasmo de sus desoendientes.
ll29
Fundaci\363n Speiro

SANTIAGO ARELLANO HERNANDEZ
No se puede poner remedio ,a las consecuencias, si previa­
mente no se atienden
las premisas.

El individualismo renacentis­
ta y su exaltación del yo, desvincu:ladp de todo· lazo social y
moral, descencaclenó el huracán que sigue dejando inhabitable
la morada de los hombres.
Sus promesas
parecieron
atractivas
a

la mirada,
sus consecuencias
estaban reservadas a nuestro tiem­
po para
, que

pudiéramos saborear la amargura que habían de
ocasionar.
En su magnífico ensayo Sociologla del Renacimiento, A. von
Martín afinna tajantemente: «A partir del Renacimiento, la so­
ciedad dejó de ser comunidad». El individuo pasó a ser elemento
de una sociedad sin
lazos de

creencias
'y tradiciones; la sociedad
se convirtió
. en

campo
libre de

batalla, dé
intereses donde
los
más hábiles, arrastrados por la ambición de tener, olvidaron las exigencias que el poseer implica para los demás, y
lo identifica­
ron con
el valer. Es honrado el que tiene y valioso el que posee.
A partir de ese momento, y con
Ja lentitud
que
las transforma­
ciones sociales exigen,

los pueblos pasaron a ser más nación que
patria. Si los pueblos son
naciones (lugar

de los nacidos) sin
patria
('sin la herencia cultural e hlstórica de nuesttos padres),
lo patrio termina identificándose con el Estado, único todopode­
roso;
y la sociedad, aglomeración amorfa y masificada de indi­
viduos, que sólo el Estado absoluto tiene el deber de
planilicar.
En

este ambiente, la arraigada aspiración
medieval y cdstiana._de
lograrlá
sociedad

fraternal universa:! se convirtió en la considera­
ción del
otro como

enemigo
y cobró sobrada actualidad la sen­
tencia latina: Romo homini lupus. Nada existe más triste para
un eamorado

de nuestra patria que
contemplar a
los hijos na­
cidos en
el mismo solar como extraños, , aunque hablen el mismo
idioma y vivan pared con pared. En realidad, ¿no creen que,
en este
sentido, la

pérdida de lazos
y tradiciones ha transfonna­
do a nuestros ciudadanos en auténticos apátddas?
Y o suelo decir que el primer divorcio moderno
se dio
cuando
el individuo se desvinculó
ele aquella red de compromisos y
amores que nos ayuntaban como célul:as vivas de la vida de la
patda.
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LA FAMIUA, AMBITO DE COMUNIDAD Y UBER.TAD
EJ.. entramado de la vida social quedó roto y las relaciones
personales de

fidelidad, lealtad, servicio
y generosidad quedaron
suplantadas por
el interés,

medro,
provecho, y hasta el amor se
redujo
a mero

goce sexual.
Bien sabemos cómo España
se resistió

a sucumbir ante esta
concepción de
illa existencia: más aún, cómo derrochó la sangre
de sus gentes y su economía, consciente de que no peligtaba
sólo su propia identidad, sino el porvenir de la condición hu­
mana. Con una radicalidad que otros pueblos no pudieron o no
supieron captar, España vislumbra
las consecuencias que

iba a
desencadenar esta

locura para Europa
y aun para la misma hu-·
manidad; y adelanta desenlaces que sólo el transcurso de cinco
siglos ha permitido hacer evidentes. Sé que la historia o la
filosofía son instrumentos de

cono­
cimiento que

pueden desentrañar con rigor· impecable el pasado
de los hombres o las claves de su pensar. También la literatura se acerca
al acontecimiento humano y, en su intento de repro­
ducir,

si no no lo que sucedió,
1~ . que

pudo
haber sucedido,
ahonda en las claves del
vivir y crea, con el instrumento del
mito, ámbitos de realidad cuya verosimilitud permite contemplar y
seguir la trayectoria de las vicisitudes del espíritu humano.
Un
grito enérgico de condena de
la· nueva sociedad, contundente,
es
el
lamento elegíaco

de Jorge Manrique
'en «Las
coplas a
la
muerte de su padre». No es ·sólo la contemplación efímera de
un
mundo recientemente pasado lo que se nos canta. Con
la cla­
ridad del que ha caído en la cuenta de la vanidad
de las cosas
tras que andamos y corremos, advierte a
cada .hombre: ,,Recuer­
de el alma dormida» que, si esta vida es camino, «cumple tener
buen tino para
andar esta jornada sin errar». Advierte de los
peligros que las nuevas formas literarias ocultaban: «dejo las in­
vocaciones de los
famosos poetas y oradores, no curo de sus
ficciones, que traen yerbas secretas, sus sabores». Y sentencia con
la condena de olvido en esta vida, para aquellos que opta­
ron
por los placeres y dulzores de esta vida trabajada que trae­
mos, como
se compru,;ba

en las bellísimas estrofas del
ubi sunt.
¿Qué se hizo el rey don Juan? ¿Los infantes de Aragón, qué se
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SANTIAGO AREUANO HERNANDEZ
hicieron? . . . ¿Qué oe hicieron las damas, sus tocados, sus ves­
tidos, sus olores? ¿Qué se
hizo aquel trovar? Y el silencio como
única resi,uésta sanciona acerca de la inconsistencia de tanta
grandeza y pretensión. Por el contrario, los hombres, que como
su padre optaron por el camino de
la virtud,
que «no dejó
gran­
d~s
tesoros, ni alcanzó muchas riquezas. ni vajillas», serán dignos
de figurar entre

los hombres que
han sobrevivido al tiempo
como uno más de los virtuosos héroes de la antigüedad que han
merecido la

recompensa de la fama.
Vida que
«aunque tampoco
es eterna
ni verdadera: más con todo es muy mejor que la otra
temporal,
perecedera. Y añade:
«El vivir
que es
perdurable no
se

gana con estados mundanales ni con vida delectable donde
moran los
pecados infernales». Existen dos maneras de llevat
a cabo la existencia humana: o entolándose en los estados mun­
danales, o

cumpliendo fielmente con los compromisos y obliga­
ciones sociales y morales que los estamentos u oficios comporta­
ban:
«mas los

buenos religiosos
gánanlos con
oraciones y con
lloros; los caballeros famosos con trabajos y aflicciones contra
moros». Las coplas no son
sólo un

canto nostálgico del pasado,
sino un grito de

advertencia que mira hacia el
futuro: «no se
engañe nadie, no». En ellas. se condena la nueva sociedad que se
avecina, ambiciosa, sensual, lujosa.
Gran patte de nuestra literatura clásica nace para hacer evi­
dentes
las consecuencias
de una sociedad regida por los únicos
afanes del lucro
y de la ,lujuria desenfrenada. La mejor novela
picaresca
El Guzmán de Alfarache, no· patece ser sino la cons­
tatación en cabeza de
Guzmán, propia
y ajena, de los
maleo que
una sociedad así acarrearla.
Sin

embatgo,
los dos

,textos en que se
refleja de
un modo
sobrecogedor la nueva sociedad
son La Celestina y E/ Lazarillo
de Tormes.
En el primero podremos observar el desmoronamiento de la
sociedad medieval y

la aparición
. de
un
mundo diferente.
Los
grandes móviles

que
orienmn el
comportamiento de los más

no se apoya1'.án en las virtude,; del espíritu. La lujuria y la avari­
cia se habrán señoreado del corazón de los seres humanos. La
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LA FAMILIA, AMBITO DE COMUNIDAD Y LIBERTAD
palabra no. se utilizará como vehículo de la verdad, sino como
celada

en la que se ocultan
Jas más
viles intenciones. Como lema
que preside toda la obra, confiesa el
criado Pátmeno

cuando ya
ha sido transformado en désleal y fojnrioso: «no sepas hablar y
quitarte han el i>lma sin que
sepas quién».
Lema que
podría
servir
de

advertencia para tantos contemporáneos nuestros que
tan ingenuamente se abandonan a los medios de comunicación.
No creo que
.exista obra más actual,

de entre las
clásims,
que La Celestina. El pansexualismo que .la anega se identlfira
fácilmente
con el erotismo y. sensualidad de nuestto tiempo. El
nócleo temático de
la tragicomedia es la aspiración a la felicidad
por medio de unas relaciones amorosas que rechazan claramente
el matrimonio, lo que llamaríamos hoy el amor libre, tan exten­
dido entre nuestros jóvenes.
Dejando a un lado

las relaciones de medro e interés que
co11Stltuyen el entramado del

mundo
social de
la Celestina,
vale
la pena detenerse en el estudio que el autor realiza de la pasión
amorosa de los personajes. No
escatima Fernando
de Rojas la
idealizació¡,. de

los dos amantes, no oculta su
entusiasmo y ad­
miración
ante la

belleza de Calisto y Melibea. El auto XIX se
ha reconocido unánimemente como una de las escenas
más su­
blimes

de
la literatura amorosa universal. No se puede idealizar
más ni
la belleza del encuentro ni la de los enamorados, pero
no -como situación· definitiva, sino como premisa r..dical de una
argumentación concesiva.
Concedo tanta
belleza, pero, ¿luego?
En
Ia temporalizi,ción de

ese amor, en
fa historia de los dos
amantes, ¿qué desenlace
pediría la lógica de los planteamientos?
De sobra es conocido el final tráfico que espera a los principa­
les personajes de la obra
.. Recordad la

importancia dramática
que la µ,.uerte desempeña.

No
creo acertada
la
i¡,.terpretación
que

ach..ca a
rastigo el final trágico, justa sanción al mal obrar.
No. No
sería verosímil. La . ei el que obra mal recibe en esta vida, al menos, castigo semejante.
Considero que la muerte ha de interpretarse de
manera simbó­
lica, Los que optan por un modo de amar o de vivir de ral ma­
nera
han
apostado por
la muerte. ¿ Cómo
imaginar a
un Calisto
1133
Fundaci\363n Speiro

SANTIAGO ARELLANO HERNANDEZ
fiel compañero de . una Melibea que hubiera perdido los encan­
tos de
la juventud? El amor er6tico es plural y breve en el tiem­
po. ¿Cómo expresar que este modo de amar, por bello e intenso
que sea, implica necesariamente el
fina] de

la muerte? Muerte
física o síquica, no existe
otra salida para quienes elijan este
modo de amar.
Ex.tensivo lo hace el autor al nuevo entramado
de
las relaciones

sociales: la avaricia, el ansia de tener a toda
costa, aboca
a la sociedad a caer en manos de la violencia. La
muerte convierte a La Celestina en obra trágica y no en melo­
drama. Es tragedia porque
el desenlace no está puesto para que
lloren los corazones sensibleros, sino
para que reflexionen los
espectadores y puedan
salir purificados

tras la
contemplación
(la catarsis aristotélica). No menos aleccionador es la segunda
solución del desenlace
para los
que no mueren, la vivencia an­
gustiosa. del sentimiento de soledad. ¡Qué estremecedoras resul­
tan las
palabras de

Pleberio,
padre de
Melibea, ante
el cadáver
de su hija!: «¡Qué solo estoy, nadie puede comprender mi mal!».
{;on ser todos
tan magistralmente presenta­
dos por Femando de Rojas,
ninguno alcanza en

hondura a
la
función que encarna el personaje central de Celestina. ¿ Vieja
hechicera? ¿Bruja embaucadora? ¿Simple trabajadora que vive
de un oficio bien hecho? ( ¿Qué importa cuál sea si con harta
maestría le
sirve como
a
cada cual el suyo para sobrevivir?). ¿O
maestra

indiscutible de la nueva sociedad? Con
ce11tero juicio
Ramiro

de Maeztu
la llamó «sabia del hedonismo». Sí, «sabe­
dora»

de las claves de
la nueva sociedad. Pero no para disfrute
solitario y secreto. Celestina nos sobrecoge porque se
alza como
maestra
inconfundible de

los nuevos tiempos.
Hamlet puede
dudar.
Celestina arguye, . sentencia,

denuncia inapelablemente,
está en
posesión de .los secretos

del
saber de

la
modernida ¿Quién

podrá atreverse contra su saber? En
dos ocasiones de­
muestra Celestina su maestría: la más conocida, en el acto cuar­
to, cuando se
enfrenta a
Melibea y es
cap:)Z de
desmoronar su
virtud, transformando·su rechazo a Calisto en entrega sumisa
y
apasionada. Pero no menos genial y sobrecogedor el encuentro
de Pármeno,
el criado leal, con Celestina en el acto primero.
· 1134
Fundaci\363n Speiro

LA FAMILIA, AMBITO DE COMUNIDAD Y LIBERTAD
Léanse despacio y con atención, descubrirán en la vieja a uno
de los primeros maestros. de la
sociedad nueva.
Escojamos un
fragmento cualquiera:
«Pármeno.-¡Oh Celestina! Oído he a mis mayores que un
ejemplo de lujuria o avaricia
mucho mal

hace; y que con aque­
llos debe hombre conversar que
le hagan

mejor; y aquellos de­
jar, a quien él mejores piensa hacer. Y Sempronio
(criado desleal
y

corrompido) en
su ejemplo
no me hará mejor,
ni yo a él sa­
naré su vicio. Y puesto que yo a
·lo que

dices me incline (al amor
de Areusa) sólo yo
querría .saberlo, porque

a Jo menos por el
ejemplo fuese oculto
el pecado. Y si el hombre vencido del de­
leite va contra la vittud, no se atreva a la honestidad.
Celestina.-Sin prudencia hablas, que ninguna cosa es alegre
posesión sin compañía. No te retraigas
ni amargues, ·que la na­
tura huye
lo triste y apetece lo deleitable. El deleite .,,; con 1os
amigos en
las <:osas sensuales,

y especial en recontar las cosas
de amores y comunicarlas: esto hice, estotro me dijo, tal donaire
pasamos ... Y para esto, Pármeno, ¿Hay deleite sin
compañía?
¡Alahé,

alahé,
la que las sabe las tañe! Este· es el deleite, que
lo
al, mejor hacen los asnos en el prado.
Pármeno.--No querría, madre, me convidases a consejo con
amonestación de deleite, ·como hicieron los que careciendo de
razonable fundamento, opinando, hicieron sectas envueltas en dulce veneno, para captar y
tomar las

voluntades de los flacos,
con po1vos de
•abroso afecto

cegaron
los ojos
de
·,1a razón.
Celestina~¿Qué es

razón, loco? ¿Qué
es afecto,
asnillo?
La discreción que no ,tienes,
lo determina;

y de la discreción ma­
yor
es la

prudencia; y la prudencia no puede ser sin experimento;
y la experiencia no puede ser más que en los viejos; y los an­
cianos somos llamados padres;
lós buenos

padres bien aconsejan
a sus hijos, y especial yo a ti, cuya vida y honra más que la mía
deseo. ¿Y cuándo
me pagarás

tú esto? Nunca, pues a los padres
y a
los maestros

no puede
•ser hecho

servicio igualmente.
Pármeno.-Todo me recelo de recibir dudoso consejo.
Celesrina.-¿No quieres? Pues decirte he
Jo que dice el sa­
bio: «Al varón que con dura
cerviz al

que le castiga
menosprecia,
1135
Fundaci\363n Speiro

SANTIAGO ARELLANO HERNANDEZ
arrebatado québrantamiento le vendrá y sanidad ninguna le con­
seguirá ... ».
¡ Cuántos a,spectos podríamos deducir de· este diálogo en ver­
dad
dramático por enfrentado!
Estamos en los .aledaños del 1500.
¿Qué se nos
dice de

la razón? ¿Qué
se nos

afirma de la ex­
periencia como única fuente de conocimiento? Quiero, sin em­
bargo, destacar otro aspecto: Estamos ante un viejo tópico
literario, el diálogo de un anciano
y un joven. ¿Qué cabía es­
perar? ¿No debía hacer
gala el

anciano de su venerabilidad y
el joven de su imprudencia y temeridad? ¿No estamos ante un
mundo
al revés: el anciano corruptor y el joven virtuoso? ¿Cuan­
do más adelante examinemos un
fragmento de El Lazarrillo de
Tormer y escuchemos los consejos que le da el arcipreste de
San Salvador a su vecino
y criado Lázaro, podréis asentir con­
migo
en que,

desde una
perspectiva simbólica
es harto siguifi­
tivo que los maestros de
la modernidad sean la vieja Celestina
y un clérigo relajado. No han sido nunca los jóvenes la causa
directa de

su propio descarrío,
moral o
ideológico.
Los jóvenes
se apartan del
bien a

causa de la doctrina corrompida
y de los
ejemplos perversos que transmiten quienes tienen
la responsa­
bilidad de
enseñar la

verdad: la ancianidad
y la clerecía, en
nuestro caso.
En cuanto al tema que venimos tratando habremos compro­
bado que para Celestina el mundo nuevo se caracteriza por la
exaltación de
la lujuria y de la sensualidad: La natura huye lo
triste. Me permitiréis
uora cita

más, aunque más breve, y podréis
conocer
el juicio de Celestina sobre Ja avaricia y la adquisición
de riquezas:
«Pármeno.--Celestina, todo

tiemblo en oírte. No sé
qué ha­
ga,
perplejo estoy.

Por una parte
téngote por
madre, por
otra,
amo

a Calisto. Riqueza deseo; pero quien torpemente sube a lo
alto, más aína cae

que subió. No querría bienes
mal ganados.
Celestina.-Yo
sí. A

tuerto o a derecho, nuestra casa hasta
e! techo». Sensualidad
y ansia de riquezas a «tuerto o .a derecho», las
claves del nuevo mundo. La sociedad tenía forzosamente que
1136
Fundaci\363n Speiro

LA FAMILIA, AMBITO DE COMUNIDAD Y LIBERTAD
dejar de ser comunidad. ¿Tarde o temprano no le llegarían .sus
consecuencias
a. la
misma familia?
Un mensaje casi semejante
fo vamos a encontrar en 1a céle­
bre

novela
El Lazarilio de Tormes. En algunos de los valores
diríamos que.
Lázaro parece un

discípulo aventajado de
la mo­
ral

de Celestina. Como. es bien sabido, .El Lazarillo es
la. novela
que trata de contar
«por extenso»

la historia de un jovencito
cualquiera que tras una
serie de cirolmtancias vitales y

de apren­
dizajes
te6rico-prácticos que le van

transmitiendo los diferentes
personajes con los que entrecruza su vida, termina por asumir
con la más absoluta
. indiferencia y pasividad una situación. de
deshonra social y moral. El Lazarillo es
fom,almente una
carta
que escribe el propio Lázaro a un personaje
principal al que
designa

con
el titulo de « Vuestra merced» en contestación a la
que éste le dirige pidiéndole
que le
dé noticias del «caso» o
suceso que está
en boca

de todos en Toledo. El caso no es otro
que 1as fundadas sospechas que existen de que la esposa de Lá­
zaro es la amante
del Arcipreste

de San Salvador. Ante tal
situación, ¿qué reacción podemos
esperar de Lázaro? Es verdad
que
el hambre ha sido el acicate de su vivir, que el ciego k
ei:iseñó a «tener vista» en un mundo en que hay que saber un
punto más. que el diablo para sobrevivir, qµe el clérigo de Ma­
queda se le desveló como paradigma de la avaricia y de la cruel­
dad,
y que las honras al Escudero no le servían para darle de
comer, y lo que es peor todavía, que no podía esperar ayuda de
nadie sin mediar algún tipo de interés: la lección que saca del
cabezazo· contra el toro de piedra en el puente de Salamanca· no
puede ser más iluminadora: solo estoy; por mí mismo me las he de valer. Pero todo ello, ¿justifica el cinismo del desenlace?
Con un «yo» comienza
la obra. Un-«yo»

testigo de la exal­
tación renacentista de la individualidad. Un
«yo»· que

en su
requiebro irónico delata
la trarnsformación que el mundo está
sufriendo
.. «Yo

a bien tengo que cosas nunca vistas ni oídas»
no qued..,_ en
el olvido. Así comenzaban también los libros de
caballería. Las asombrosas
hazafias de
los caballeros eran en
verdad cosas nunca vistas ni oídas; pero, ¿cuáles son las cosas
1137
Fundaci\363n Speiro

SANTIAGO ARELLANO HERNANDEZ
nunca ·vistas ni oídas del pregonero-de Toledo, Lázaro de Tor­
mes?

Un caso de deshonra. El héroe
se nos
ha transformado
en antihéroe.
La vida cotidiana se ha convertido en materia no­
velable.
Estamos a las puertas de la novela moderna.
Y a
no es
posible
el héroe, colectivo,. de la epopeya. El protagonismo no
podrá ser sino
el individuo marginado y solitario, sus aventu­
ras, las mil correrías
azatosas que
para satisfacer las necesidades
deberá llevar a cabo en ·medio
·de una

sociedad insolidaria. El
pueblo, como ayuntamiento de todos
para lograr el bien común,
ya no existe. La ciudad medieval
(polis y dvitas) da paso a la
ciudad comercial y «burguesa». Los demás serán la sospecha y
reto para el embaucamiento y
el fraude. No encuentro ·verso
más
expresivo

de esta actitud de desconfianza
ante los
demás
que
el conocido de Lope de Vega «¡Qué tengo yo, que mi amis­
tad procuras?
¿Qué interés
se te sigue, Jesús mío?». Ese
tener
y ese interés delatan los m6viles de la sociedad, aunque nos· .es­
tremezca que tan profundamente
el genial Lope se lo dirija ..in­
cluso

al mismo Jesucristo. Lázaro de Tormes és uno de los pri­
meros prototipos de
la nueva sociedad que se perfila desde el
Renacimiento. No existen otros ideales que los del tener. En
el Lazarillo se constata el cambio que el lenguaje está recogiendo.
Antes, buenos eran los que obraban.
el bien, ahora, los que ha­
cen bienes. «Arrímate a los buenos, para que seas uno de ellos». Le dijo
la madre a Lázaro. Lo practic6 al pie de la letra. Apren­
di6 a estar·cerca de los poderosos.
¿Qué importa
perder
el es­
píritu, si a cambio vas a disfrutar de los · bienes y. placeres de
este mundo?
Escuchemos- !a lecci6n

última que recibe del Ar­
cipreste de San Salvador:
«Lázaro de Tormes, quien ha de
mirar a

dichos de
malas
lenguas, nunca medrará; digo esto porque no se maravillar!~ al­
guno, viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir de ella. Ella
entra muy a tu honra y suya.
Y esto te lo prometo. Por lo tanto
no mires lo que pueden decir, sino a lo que toca,
.digo a
tu
pro-
vecho». ~
· Con estos mensajes «liberadores» se inicia la construcción
de la nueva sociedad.
La novedad de la ,promesa podía embaucar
Fundaci\363n Speiro

LA FAMILIA, .AMBITO DE COMUNIDAD Y LIBERTAD
a muchos. Pero; ¿pol'. cuánto tiempo? Yo sostengo que España
se

dio cuenta de
!as consecuencias
funestas que
acarrearían tales
plantamientos.

No puedo interpretar de otro modo
el trágico
desenlace de la
La Celestina, advertencia para caminantes. Ni
siquiera la
corrosiva actitud

de Lázaro, aunque
no se
nos cuenté
el final de su vida
ni conozcamos sus vicisitudes posteriores.
Creo que el silencio del áutor, no otorga asentimiento a la tesis. Sino todo lo .contrario. No
olvide,mos que

en la España de los
.
Siglos de Oro la honra ocupaba el puesto primero en la escala
de
valores. ¿Qué
condenas no provocaría un
modo de vida que
llegaba a admitir la pérdida del honor a cambio del medro ma­
terial? De cualquier manera, sí que vale la pena tener en cuenta
nuestra gran literatura clásica.
Don Quijote

es el último héroe
que combate contra el mundo
· social de

las Celestinas y de los
Lázaro de Tormes. Su derrota no augura sino los rumbos que
la civilización occidental está tomando. No es la espada la que
puede vencer la rebeldía del
espíritu.' No
hay página
más con­
movedora
ni profunda que la que nos nana la muerte . de Don
Quijote. Quien quiera entender la genialidad de nuestra inigua­
lable novela que comience por el último capítulo de la segunda
parte. En 61 se encuentran
fas claves

de toda
la obra. Don. Qui­
jote muere a causa de la melancolía que le ha ocasionado la
imposibilidad de restaurar
el código de valores de la antigua
cristiandad.
· Recuperada la razón, se da cuenta de la raíz de su
locura y

del
tiempo que

ha perdido en acciones esforzadas
y
nobles, pero inútiles. No siente otro pesar que el de no haber
dedicado su vida a
la lectura de· obras que le hubiesen· aprove­
chado a su alma. Alonso Quijano,
el bueno, tal es el verdadero
nombre de nuestro héroe,
quiso ser

caballero y fracasó, le ten­
taron para que se evadiese en el mundo idílico
de. las

novelas
pastoriles, al
final se dio cuenta de que lo único importante era
ser santo, seguir la ruta que habían
señalado nuestro
grandes
místicos, el hacia dentro, como única
alternativa válida

a
la
oferta de vivir a la altura de los sentidos y de las sensaciones
que
estaba imponiéndose como ideal de vida. España
fracasó
políticamente

y su hegemonía
cultural fue
desbordada por
el
1139
Fundaci\363n Speiro

SANTIAGO ARELLANO HERNANDEZ
triunfo de la Europa que surge después de la paz de W estfallit.
La literatura española de los siglos XVIII y xrx no es sino la va­
cilación de seguir siendo
fiel a las rafees hispánicas o apostar
con mayor o
menqr intensidad por tomar
el tren de
la cultura
foránea.

Estúdiese el tema de
europeizar o

no a
España desde
el

siglo
XVIII a nuestros días.
Volvamos a nuestro tema. Desde
la perspectiva que nos da
el panorama que he pretendido exponer
¡ qué profundidad ad­
quieren las palabras iniciales
citarlas de

Su Santidad Juan Pa­
blo II
!.: «La fuerza autónoma de autoafirmación, no raramente
contra
1os demás,
en orden
al propio bienestar egoísta». Sí, ahí
creo
encontrílr las claves del

desmoronamiento de la
sociedad
tradicional

y de la
situación de
desconcierto en que se encuentra
el hombre moderno. Desde los fundamentos de un individualis­
mo egoísta y hedonístico, era inevitable que
!a sociedad familiar
sufriese sus
embestidas y

perturbaciones. Primero
la familia en
sentido extenso. La que supone no sólo padre, madre e hijos,
sino el parentesco y
fos que

conviven en la casa y prestan en
ella un servicio. Etimológicamente «fanrllia». proviene de fánm­
lus

que significa siervo o criado. Si el primer divorcio de hecho
fue la desvinculación del individuo de
los lazos

que le unian
con
fa comunidad patria, el segundo ha ,¡ido la ruptura de los
compromisos de servicio y amor ·debidos a los miembros de
toda la
familia. Nada

más monstruoso que el abandono
de los
padres

mayores o de los familiares enfermos. ¿Podíamos extra­
ñarnos del divorcio
legal de

nuestros días? En el Renacimiento
la sociedad

general dejó de ser comunidad. En
nuestros días Ie
ha llegado el turno a la sociedad familiar. El hombre y la mu­
jer son contemplados como individuos
diferenciados por intere­
ses

y necesidades. Declaraba recientemente en un programa te­
levisivo de la tarde una sicóloga a
. la

pregunta del entrevistador
de por qué se separan los matrimonios, con estas
ilustrativas
palabras: «la desaparición

del
deseo». No

creo que la cita nece­
site constatación
por estar

tan divulgada en nuestros días. Está
dato. El

mundo de las relaciones interpersonales resulta inima­
ginable para quienes conciben al ser humano como encrucijada
1140
Fundaci\363n Speiro

LA FAMIUA, AMBITO DE COMUNIDAD.Y LIBERTAD
de apetencias. Ya enseñaba Garrigou Lagrange: «Desarrollar la
individualidad es vivir la vida egoísta de las pasiones; constituir­
se en centro de todos y terminar siendo, al fin, esclavo de
mil
bienes pasajeros que nos proporcionan una míseta vida momen­
tánea». Cuando
la familia se concibe como
suministro de
apeten­
cias y
deseos no

se puede en modo alguno comprender qué
pueda ser una comunidad de vida y amor. En ella
l;is relaciones
interpersonales

no
podrán tener
cabida. La casa quedará reduci­
da a pensión o
posada pero no a aquel lugar-donde sea posible '
que
el corazón encuentre también su descanso,
Las leyes del divorcio son
el reconocimiento .jurídico de la
descomposición del ser humano como persona. El divorcio no
es
el reconocimiento de la separación marital de un · hombre y
una mujer. Eso es la separación. El divorcio es
el reconocimiento
jurídico de
fa no existencia de vínculos de paternidad y mater­
nidad respecto a los hijos y entre ellos como esposos. El divorcio
no «divorcia» a
fa pareja en cuanto pareja, sino a la pareja en
cuanto familia. Resulta chocante que una
sociedad que se· con­
. fiesa

mayoritatiamente divorcista defienda
por el contrario el
derecho de los padres a la educación de los hijos. Los jueces que aplican
fa Iey del divorcio exigirán garantías para cubrir fas ne­
cesidades
materiales; pero,
¿cómo poder
atender las necesidades
.
espirituales,

si precisamente
la pareja divorciada ha renunciado
al derecho que tienen los hijos de que, aunados, les dediquen
su amor
y desde ese amor les interpreten fa vida? La educación
exige ,Ja condición irrevocable de paternidad y maternidad con­
juntamente. Quien es divorcista antepone la condición de indivi­ duo a la de
persona, reclama

lo que corresponde como animal,
ha renunciado a lo que le corresponde como hombre.
Ningón
argumento ad · hominem más contundente contra el divorcio que
la inclinación natural de todos a responsabilizarse de la • educa­
ción de los hijos.
'La pérdida de los fazos de .comunidad trajo consigo la pérdida
de los compromisos de solidaridad y la conciencia de que los
otros
son

contricantes y adversarios
y difícilmente amigos si compa­
ñeros. Recordad el hamo himini lupus. ¿Podía llegar la agre-
1141
Fundaci\363n Speiro

SANTIAGO ARELLANO HERNANDEZ
sividad a los mismos miembros de la familia, que también sus
componentes
pudiesen ser lobos

los unos para los otros? Terri­
ble injusticia es que puede
naée_r un niñc, al

que se le niegue el
derecho a la
ternura y cariño. de unos padres. Faltaba, sin em­
bargo, que
el niño

pudiera encontrar en sus padres a los prime­
ros enemigos
y a su madre como al primer lobo carnicero. ¿Qué
otra cosa es la
ley horrenda del aborto, crimen que salpica a
todos los ciudadanos, sino el reconocimiento de que los padres
pueden deshacerse
,de los miembros

no nacidos molestos o defi­
cientes, con ayuda
y auxilio ·de la misma sociedad?
La sociedad
ha recorrido un largo y lento proceso. Los sig­
nos parecen' indicar que nos encontramos, como afirmaba el poe­
ta Eduardo Carranza, . de grato recuerdo, en el atardecer del
Renacimiento. La vana pretensi6n de colocar
al hombre
en lu­
gar de Dios,
la egolatría de los siglos precedentes y nuestros,
nÓ s6lo
ha sido imposible sino que ha arruniado al mismo hom­
bre.
La muerte de Dios, como se está repitiendo con tanta ver-·
dad,
ha supuesto la muerte del hombre.
No
puedo, por razones de espacio
y tiempo, entretenerme en
demostrarlo desde el ámbito de
la literatura. Simplemente re­
cordar
fa impresión de tristeza que despierta la literatura de
nuestro
siglo. El árbol de la ciencia, de Baroja, con razón, reco­
nocida como paradigmática dentro de los escritores del 98, es la
historia de

uli hombre, Andrés (
aner, andr6s) Hurtado (¿Roba­
do?), que no encuentra otra salida racional
a·Ia vida
que la del
suicidio.
Luces de Bobemia comienza exaltando el suicidio co­
lectivo, como única actitud noble ante la esperpéntica situación de
nue.tra civilización. La Colmena, se subtitula caminos incier­
tos
y nos cuenta fa frustración exi.tencial de unos seres huma­
nos hastiados
y derrumbados por el sinsentido de la misma vida.
Tiempo de silencio nos cuenta el fracaso del proyecto de vida
imaginado por el protagonista, Pedro, incapaz
de superar
las
dificultades que
el tiempo. y el espacio le presentan.· La. lista
sería interminable. Es verdad que
existen otras
respuestas
desde
la literatura. Además de la que han dado escritores comprome­
tidos con
la fe, no es menos significativa la que podemos encua-
1142
Fundaci\363n Speiro

LA FAMIUA, AMBITO DE COMUNIDAD Y LIBERTAD
drar en la denominada literatura de la evasión. Como si de ci­
clos alternativos se tratase, se han ido sucediendo movimientos que denuncian
la situación humana y movimientos que preten­
den soslayar el pesimismo con
la. diversión
y el
entretenimiento.
La

década
de los ochenta está ofreciendo una literatura que
quiere ocultar la amargura con una diversión desenfrenada. ¿Por
cuánto tiempo? En tanto no se subsanen las premisas de
!a re­
beldía ni se restauren
los cimientos dé la

cristiandad no tardará
en vivirse de nuevo
la amargura existenciru que conlleva .. Es
doloroso,
no obstante, doblemente
doloroso, que
España, que
supo combatir durante tanto tiempo y resiStir ·empecinadamente,
haya. decidido en el último momento subirse a un tren del que
hace tiempo que se sabe que no lleva a ninguna parte.
¿Estamos todavía a tiempo? Se preguntaba Jaques Leclercq
en la conclusión de su gran libro
La familia, editado por Herder.
Con optimismo plausible, respondía: «Frente a
la inteligencia
dotada del tremendo poder de equivocarse y de aplicar
a las
consecuencias

del error toda la fuerza de
la lógica hecha para
conducir a la verdad, la naturaleza permanece inflexible, ranto
como
los principios y

ella es quien debe decir
la última palabra.
Los hombres pueden raciocinar, pueden negar la naturaleza y
sus exigencias, negar el derecho natural y
la moral. La natura­
leza, impasible, les deja decir, continúa desarrollando
las fases
de su ciclo
eterno; y nada pemtlte sospechar la más pequeña
sombra de un movimiento de impaciencia o enojo en
Aquel cuya
voluntad

soberana se manifiesta en
el mundo. La naturaleza
impasible deja decir, pero castiga. Por un proceso lento tan irre­ sistible como el de las estaciones o
el de 1a marea el que se
equivoca se envilece y, si persevera en el error, muere a causa
de él». Poco antes había dicho: «El error puede apoyarse en ar­
gumentos irrefutables en apariencia, pero basta ponerlo en prác- tica para que se hunda».
·
Creo

que el hombre moderno ha bebido
el cáliz
de su pro­
pia locura.• Basta mirar alrededor y comprobar
el hastío y la
triste.za ·que agobia el corazón de nuestros contemporáneos. La
literatura espejo de su tiempo no podía reflejar otra cruda reali-
1143
Fundaci\363n Speiro

SANTIAGO ARBLLANO HERNANDEZ
dad. Nunca del hombre se han escrito mayores vilezas ni se ha
contemplado
como ser
más desvalido y desvencijado.
Dice Leclercq: «El mundo contemporáneQ se
ha visto des­
garrado ·entre dos filosofías,.
una de las cuales es la ex,presión
de

todos
los siglos,

que
la otra cree derribar bajo la capa de pro­
greso... La primera está basada en la naturaleza del hombre.
Responde a su necesidad de perfección
y permite todos fos pro­
gresos,
mientras

que
la segunda

parte de una ilusión individua­
lista y, prometiendo la felicidad, agotada la fuente de
· la vida,
arruina la

educación. y amenaza desmoronar la civilización».
Partíamos nuestra

charla de dos citas
fundamentales, la
de
Ratzinger que consideraba a la familia como último reducto

la

libertad y la
de Juan Pablo II que nos presentaba la familia
como comunidad de vida y amor. Creo que tras la exposición
podtá
valorarse la trascendencia de su actualidad y urgencia.
Es
la familia el lugar originario de la libertad. Es fa familia
una comunidad de vida y amor. Para bien
del hombre,

para sal­
vaguardia de
la humanidad, es necesario recorrer en sentido·
inverso el camino de
la historia. Urge educar hombres verdade­
ramente libres que desde su libertad personal formen· familias
libres que hagan municipios libres y que, por serlo, constituirán regiones libres que harán libre a nuestra patria
y desde ésta, li­
bre a la humanidad.
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