Índice de contenidos

Número 293-294

Serie XXX

Volver
  • Índice

La conquista espiritual de Filipinas

LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE FILIPINAS
POR
NBMES10 RonR.fGuEz Loxs
La Conquista espiritual de las Islas Filipinas se inició con un
episodio digno de ser plasmado pot los pinceles del más genial
de los pintores.
Era el año de 1565 y
una flota que, bajo el mando de Miguel
López de Legazpi, había partido desde el puerto de Navidad,
llega

a
la isla de Cebú, muy cerca del islote de Mactán donde,
cuarenta años antes, Fernando
de Magallanes había muerto ama­
nos de los nativos.
Legazpi llega

a Cebú y los aborígenes se aterrorizan.
¿ Serían
castigados
por haber quebrantado el juramento de fidelidad dado
a Carlos V, así
como por haber dado muerte a Magallanes ? ¿ Ha­
bía llegado el momento terrible de
la venganza?
Los isleños huyen
despavoridos y se esconden al pie de la
colina Togoán.
Es entonces cuando Fray Andrés de Urdaneta toma entre
sus manos una pintura de
la Virgen de Guadalupe que había
traído a bordo de
la nave «San Pedro» y, acompañado por otros
religiosos, llevando a
la guadalupana entre sus manos se acerca
en son
pacífico a los aterrorizados aborígenes.
Ha sido el R. P. don Lauro López Beltrán quien rescató esta
decisiva pero
poco difundida anécdota, razón por la cual a él le
cedemos
la palabra en estos momentos:
«Los cebuanos que habían huido
despavoridos, al ver la pre­
ciosísima pintura
de Nuestra Señora de Guadalupe izada por
aquel religioso y sus compañeros de hábito que iban hacia ellos
sin más armas que aquel estandarte en que aparecía una púdica
doncella vestida con modesta túnica color de rosa y un manto
Verbo, núm. 293-294 (1991)
291
Fundaci\363n Speiro

NEMES/O RODRIGUEZ LOIS
color de cielo, con su rostro humildemente inclinado y sus ma­
nos ritualmente juntas, depusieron su temor, salieron de su es­
condite y a pasos lentos fueron a encontrarse con los apostólicos
frailes, primeros apóstoles de
la devoción guadal u pana en las
remotas Filipinas» ( 1 ).
Como al principio dijimos, fue aquel un precioso momento
histórico, digno de ser plasmado por un artista de la talla de
un Miguel Cabrera.
En aquel preciso instante
se estaba iniciando de modo pa­
cífico la conquista espiritual de las Islas Filipinas, una conquis­
ta espiritual que se encomendaba bajo la amorosa protección de
Santa María de Guadalupe.
Muy pronto
los isleños entran en pláticas con la gente de
Legazpi
y, finalmente, sellan un pacto de amistad.
Pocos
días después los españoles reciben una agradable sor­
presa: encuentran una imagen del Niño Jesús hecha en Flan:
des, la cual Magallanes había dejado en aquel lugar cuarenta
años atrás.
Esta imagen la había regalado el pintor italiano Antonio
Pigafetta a la reina de Cebú,
la cual se la .había pedido a Maga­
llanes para reemplazr a sus ídolos.
Legazpi adora públicamente la Sagrada Imagen y ordena que
el Santo Niño
sea venerado en la primera iglesia que en el fu­
turo se construya.
Han pasado los siglos y es hoy el día en que en la Catedral
de Cebú aún se venera una reliquia que puede considerarse como
la primera semilla del Evangelio en el archipiélago filipino: el
Santo Niño de Cebú.
Al tratar acerca de los primeros evangelizadores que llegaron
a las Filipinas hemos mencionado
al fraile agustino Andrés de
Urdaneta cuya biografía es tan apasionante como la mejor
no­
vela de aventuras.
: Andrés de Urdaneta había nacido en Villafránca de Oria
(1) Patronatos Guadalupanos, Editorial Juan Diego, l.ª edición, M~
xico, 1953, pág. 94.
292
Fundaci\363n Speiro

LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE FILIPINAS
( Guipúzcoa), en 1508 y tenía 17 años cuando trabó amistad con
un ilustre coterráneo suyo,
Juan Sebastián Ekano, el hombre
que había alcanzado la inmortalidad por haber sido el primero
en haberle dado la vuelta
al globo terráqueo.
La imaginación del adolescente se enciende con la narración
de las fantásticas historias contadas por su coterráneo y, sin pen­
sarlo dos veces, se embarca en una expedición que, bajo
el man­
do de Fray García Jofre de Loaisa, parte hacia el Pacífico.
No tiene caso narrar la serie de aventuras y desventuras que
el bravo guipuzcoano pasó en aquellos mares. Baste decir que
aún no cumplía los veinte años de edad cuando era
ya un ma­
rinero experimentado que conocía con gran detalle el clima, las
costumbres, flora, fauna y geografía de aquellas regiones.
Regresa a España, vuelve a embarcarse y, tras una serie de
peripecias en Santo Domingo y Guatemala, decide radicar defi­
nitivamente en la Nueva España donde el virrey don Antonio
de Mendoza le nombra corregidor de los pueblos de Avalos, que
eran una vasta comarca que comprendía parte de
los actuales
estados de Colima, Jalisco y Michoacán.
Es en la zona de Michoacán donde tiene oportunidad de
tratar con frailes agustinos y
es así como decide profesar, lo
cual hace en
marzo de 1553 en el Convento de San Agustín de
la ciudad de México.
Se encontraba . disfrutando de la paz del claustro cuando,
en 1559, una carta del rey Felipe II le ordena incorporarse a
la expedición que, desde la Nueva España, saldrá con rumbo a
las Islas del Poniente.
Fue así como, bajo el mando de Miguel López de Legazpi,
llegó nuevamente Urdaneta a las Filipinas. Era
el año de 1565.
Una vez consumada la conquista de las principales islas del
archipiélago -especialmente
la de Luzón-los expedicionarios
se propusieron buscar una ruta de regreso a la Nueva España.
Y
es que de nada servía que el archipiélago fuese conquis­
tado,
evangelizado y colonizado, si no se hallaba una ruta de
regreso que comunicase a
las Filipinas con el resto del Mundo
Hispánico.
293
Fundaci\363n Speiro

NEMESIO RODRIGUEZ LOIS
Era necesario encontrar una ruta por el Pacífico del Norte
que uniese
un puerto de la isla de Cebú con la bahía de Aca­
pulco.
Solamente de esa manera se podía garantizar que los prime­
ros españoles y mexicanos llegados a las Filipinas no quedasen
aislados sino que, detrás de ellos, llegaran
más soldados, frailes
y todo lo necesario para edificar una nueva nacionalidad sobre
bases firmes.
Era imprescindible hallar una ruta de regreso. Eso era lo
que
se llamaba el tornaviaje.
Legazpi encomendó
al Padre Urdaneta que descubriera la
ruta de regreso a
la Nueva España.
El 10 de junio de 1565 la nave «San Pedro» zarpa del puer­
to de Cebú. Urdaneta había trazado de antemano el itinerario.
Urdaneta sostenía una curiosa teoría náutica:
si las corrien­
tes de vientos cerca del Ecuador iban de este a oeste, en el
norte y en el sur debía de haber otras que
fueran en sentido
contrario. El fraile las situaba por encima de
los cuarenta gra­
dos norte.
Las anteriores expediciones que habían llegado hasta las Fi­
lipinas, al intentar el regreso habían encontrado vientos en contra,
o
sea aquellos que soplaban de este a oeste. Por lo tanto, regre­
sar a esa altura era navegar contra el viento y exponerse a un
seguro naufragio.
En cambio, si se enfilaban proas hacia el norte, a más de los
cuarenta grados de latitud norte, se podrían aprovechar lo que
hoy conocemos como vientos alisios, que son lo
que soplan des­
de los polos hacia el Ecuador. Navegando confortne a ellos no
había ningún problema.
Esa era la teoría de Urdaneta. Decidió probarla por medio
del tornaviaje.
De si esta teoría resultaba acertada dependía lapo­
sibilidad de establecer en Asia una colonia hispanocatólica.
Tras varios meses de ver sólo mar
y cielo, el 26 de septiem­
bre vieron las costas americanas de
la Alta California. En esos
momentos se abrían para España, México y la Iglesia católica
los caminos del Océano Pacífico y del Oriente pagano.
294
Fundaci\363n Speiro

LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE FILIPINAS
Llegaron a Acapulco el 8 de ocutbre. La hazaña estaba con­
,sumada. Era un hecho que el regreso de Oceanfa era posible.
Mérito indiscutible de Fray Andrés de Urdaneta.
Comentando
esta proeza náutica nos dice Mariano Cue­
vas, S. J., que «ojalá se pudiese precisar el punto mism0· donde
terminó el heroico viaje para
l_evantar en él, hecha de buen
hronce, una estatua al monje y marino. Aparecerfa con la mano
.derecha apretando un Crucifijo, mientras su brazo izquierdo re­
¡posaría en un áncora con sus amarras. Sus ojos mirando al cielo.
«Figuren en su pedestal, prisma de seis caras, los escudos
.de México, España, Filipinas, Villafranca, Acapulco y el de la
Orden de San Agustín, porque después de cuatro siglos, Urda­
neta es legítima gloria de todos ellos» (2).
A partir del momento en que el
Padre Urdaneta encuentra
una segura ruta de regreso, las cartas de navegación sufren una
:transformación radical.
Se había encontrado un camino duradero que durante un
cuarto de milenio uniría a las Filipinas con la Nueva Espafia.
Gracias a la
hazaíia de Urdaneta, fue posible consolidar la
,conquista de Filipinas y lograr una ruta continua para la co­
ttiente de soldados, colonizadores y misioneros que en lo suce­
:sivo empezaron a llegar desde la Nueva Es pafia.
«Pudo Urdaneta quedarse en España en espera de mitras o
,de recompensas por su hazaña, mas el agustino pidió únicamente
regresar a su convento de la ciudad de México.
De hecho per­
tenecfa ya, como otros tantos, al Nuevo Mundo. De España
había salido siendo un adolescente.
Su nueva patria era Méxi­
co. Concedido el permiso para volver a la Nueva España, no
esperó más. No tenía otra ambición que dedicarse al servicio de
Dios. Los últimos años de su vida terrena estuvieron consagra­
.dos a la oración en su convento de San Agustín de la ciudad
,de México. Murió a la edad de 60 años el día 3 de junio de
1568» (3 ).
(2) Monie y Marino, Editorial Layac, l.' edición, México, 1943, p,!g. 271.
(3) FRANCISCO SANTIAGO CRUZ, La Nao de la China, Editorial Jus,
1.' edición, México, 1962, págs. 68 y 70.
295
Fundaci\363n Speiro

NEMES/O RODRlGUEZ LOIS
Los primeros religiosos que pasaron a las Filipinas fueron
los agustinos que venían con Legazpi y Urdaneta. Cuando éste
regresó a la Nueva España buscando su famosa ruta del torna­
viaje, un pequeño
grupo de estos frailes se quedó con Legazpi
y dio los primeros pasos tendentes a la evangelización de
los
naturales.
Primeramente erigieron una iglesia en Cebú y
se dedicaton
a instruir a los nativos. Fueron bautizados algunos jefes indí­
genas y
al llegar un nuevo contingente de misioneros pudieron
pasar
ya a Luzón y Pana y.
«A López de Legazpi», nos dice el historiador Francisco
Morales
Padrón, «sólo le falta fundar la población capital. Es­
cogió el sitio indicado y el día 24 de junio de 1571 para lle­
varla a cabo. Manila
se llamó la ciudad cuya primera piedra
puesta por manos hispanas bendijo el provincial agustino Fray
Diego de Herrera. Manila quería decir 'donde hay nilad'. Y
nilad era un árbol que abundaba en aquellas orillas
del río Pa­
sig, auténtica cuna de la esencia de España en Oceanía» ( 4 ).
Como dato anecdótico diremos que fue el arquitecto Juan
de Herrera, constructor del Monasterio de
El Escorial, quien firmó
los planos que el rey Felipe
II le envió a Legazpi para edificar
en Manila una iglesia,
un convento, una casa de gobierno y
ciento cincuenta
casas para colonizadores que muy pronto lle­
garían desde México.
Cuando
Legazpi murió, en agosto de 1572, los agustinos ha­
bían edificado ya en Manila su primer convento. Cinco años des­
pués, en 1577, llegaban los franciscanos.
En 1579 Manila se erige en sede episcopal y se nombra
como primer obispo
al dotninico Fray Domingo de Salazar, quien
trajo consigo varios frailes de su orden.
Fray Domingo
de Salazar, a quien se debe el establecimiento
de la Iglesia jerárquica en Filipinas fue
uno de los muchos dis­
cípulos del gran teólogo Fray Francisco de Vitoria, lo cual nos
( 4) Historia· del D·escubrimento y Conquista de América, Editora Na­
cional, l." ed., Madrid, 1973, págs. 377 y 378.
296
Fundaci\363n Speiro

LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE FILIPINAS
da una idea de la categoría intelectual de los personajes que la
Corona Española recomendaba
para ocupar puestos importantes
en el Nuevo Mundo.
«Los discípulos de Vitoria», nos dice el historiador Fray
Santiago Rodríguez,
O, P., «influyeron de manera determinante
en la vida religiosa, cultural y política de su época, tanto en
Europa como América.
En Trento fueron estrellas fulgurantes,
que iluminaron el mundo durante muchos siglos, A nuestras
tierras americanas llegaron muy pronto, como una bendici6n
di·
vina» (5).
De este personaje,
el citado autor nos dice que era de origen
noble nacido en
la Rioja y que, siendo estudiante en la Univer·
sidad de Salamanca, ingres6 en el convento de San Esteban que
los dominicos tenían en aquella ciudad.
Fue el
más joven de los discípulos de Francisco de Vitoria
que evangelizaron nuestro país.
Realiz6 durante veinte años fe.
cunda labor misionera en la M:ixteca y después enseñ6 Teología
en México.
Felipe II lo nombra primer obispo y arzobispo de Manila.
Escribi6 sobre la instituci6n del Santo Rosario
y, finalmente,
muri6 en Madrid en 1596.
Nos dice
el P. Constantino Bayle, S. J., que «en 1575 se
abre el ciclo misionero en grande: pasma, por un lado, el ardor
de los religiosos, que en bandadas
se ofrecen a la jornada peli ..
grosísima, incomparablemente más dura que la de América,
cuanto a la navegaci6n del Pacífico añade la del Altántico, en
aquellas naves inc6modas e inseguras, que por término medio
se perdían de tres, dos, y de 300 pasajeros, los 200 por naufragio
o por el escorbuto y epidemias;
y, por otro lado, la liberalidad
del
rey a quien cada fraile desembarcado en Manila costaba el
triple de los que arribaban a Veracruz o Cartagena. De 1575 a
1595, o
sea en veinte años, salieron de España para las islas
(y señalo desde España, porque muchos, quizás
más de otros
(5) Fray Francisco de Vitoria y el problema americano, Conferencia
sustentada en Cocoyoc (Morelos), el 30 de octubre de 1986, con motivo
del
Primer Congreso Interamericano de Historia, promovido por FUNDICE..
297
Fundaci\363n Speiro

NEMESIO RODRIGUEZ LOIS
tantcis sallan de México) 106 agustinos, 178 franciscanos, 145
dominicos y 25 jesuitas: total,
454 misioneros» (6).
A pesar de que la colonización de Filipinas era un pésimo
negocio para Corona de España, Felipe
II exponía sus motivos:
«Con tal de mantener una ermita, si más no hubiese, de con­
servase el nombre y veneraci6n de Jesucristo, porque las islas
de Oriente no hablan de quedar sin luz de su predicación, aun­
que no tengan oro ni plata».
Idealismo puro. Un santo afán de llevar la fe de Cristo has­
ta aquellas islas paganas era el móvil que impulsaba a los reyes
de España.
Fue tan
· rápida e incesante la afluencia de misioneros que
llegaban desde la Nueva España que, a principios del siglo
XVII,
había ya 30 conventos formales, sin contar los curatos y vica­
rías que dependían de los conventos mayores. La mayoría de
las ocasiones, la fundación de un convento equivalía a la fun­
dación de un poblado.
En 1614
lcis dominicos fundan en Manila la célebre Univer­
sidad de Santo Tomás,
la cual aún hoy sigue siendo un foco de
cultura hispanocatólica en aquel alejado rincón del mundo. Esta
Universidad
-dicho sea de pase>-es la más antigua universi­
dad occidental en el Oriente.
Tras la erección de
la sede episcopal de Manila, elevada a
metropolitana en 1595, surgen como
diócesis sufragáneas las de
Cebú,
Luzón, Nueva Cáceres y Nueva Segovia.
Entre los misioneros que
más se distinguieron encontramos
al dominico Miguel de Benavides, al franciscano Juan de Plas­
cencia y
al jesuita Pedro Chirino, fundador del primer seminario
que existió en Filipinas.
A mediados del siglo
xvn, cien años después de su descu­
brimiento, había en las Filipinas alrededor de dos millones de
cristianos.
Esto tenía su importancia, ya que la ocupación y evartgeli-
(6) La Expansión Misional de España, Editorial Labor, 2.' edición,
Barcelona, 1946, p,lgs. 206 y 207.
298
Fundaci\363n Speiro

LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE FILIPINAS
zación de las Filipinas no tendía tanto a integrarlas a la Corona
Española, sino que
más bien lo que se pretendía era contar con
una base firme para proyectos
más ambiciosos como lo eran la
evangelización e intercambio cultural con China y Japón.
Filipinas estaba destinado a ser un punto de enlace entre
Oriente y Occidente, entre la
fe de Cristo y las diversas religio­
nes paganas que predominaban en aquella zona.
Por eso fue que, tanto España como la Iglesia pusieron es­
pecial interés en la evangelización de todos los pueblos del ar­
chipiélago.
En vista de que España se encontraba en el lado opuesto
del globo terráqueo, la conquista, colonización y evanvelgízación
del archipiélago filipino
se debió en gran parte a la Nueva Es­
paña o sea a México.
Como prueba indiscutible de la gran influencia de México
en Filipinas tenemos el culto que en aquellas
islas se le tributa
a la Virgen de Guadalupe.
En 1601 en la isla de
Luzón, muy cerca de Manila, se erigió • el templo y convento de Nuestra Señora de Guadalupe, el cual
fue construido por Antonio de Herrera. Este
santuario, a orillas
del río Pasig,
es uno de los monumentos arquitectónicos más
bellos de Filipinas.
Durante cerca de tres siglos los filipinos iban en
peregrina'
ción hasta aquel lugar y allí rendían ferviente tributo de amor
a nuestra Virgen Morena.
Desgraciadamente, en febrero de 1899, las tropas yanquis
que invadieron el archipiélago bombardearon e incendiaron el
santuario sin necesidad alguna. A
raíz de este infortunado suce­
so, se perdieron manuscritos, joyas valiosas, libros importantes
y la imagen guadalupana que allí recibía culto.
Antonio Pompa y Pompa, autoridad en lo relativo a la
de­
voción que los filipinos sienten por la Virgen de Guadalupe nos
proporciona los siguientes datos:
«Don Rodrigo de Vivero, pariente de don Luis de Velasco,
segundo virrey de México, cuando fue enviado como Capitán
299
Fundaci\363n Speiro

NEMESIO RODRIGUEZ LOIS
General de Filipinas, impulsó el culto guadalupano iniciado por
Urdaneta y
López de Lega.zpi» (7).
Con el tiempo, el conocimiento y veneración de la Morenita
del Tepeyac
se extiende a Cebú y Pagsanján (provincia de La­
guna), a donde llegó una imagen guadalupana en 1687.
De unos afios a esta parte, es mucho lo que se ha insistido
acerca de la
vocación misionera de México, o sea de la misión
que tiene nuestra patria
de predicar el Evangelio de Cristo a
pueblos que aún desconocen el gran acontecimiento de la
Re­
dención.
El hecho de que
sea México el único pueblo donde existe
un retrato de la Virgen María que ha sido pintado por pinceles
que no son de este mundo, así como
el hecho de que -a pesar
de nuestra muy atormentada
historia-aquí se mantenga tanto
la
fe como la fidelidad al Papa, son claros indicios de que nues­
tro pueblo habrá de jugar un papel decisivo en la instauración
de la civilización del amor.
Dentro de los pueblos. del Mundo Hispánico, México está
llamado• a ser
-al igual que también lo fuera Espafia en otros
tiempos-la nación misionera por excelencia.
No deja de ser significativo el hecho de que
el Papa Juan
Pablo
II, el evangelizador más grande de los últimos tiempos,
iniciara su pontificado misionero visitando precisamente México.
Pues bien, esa vocación misionera de nuestro México se
inició hace más de cuatro siglos cuando desde aquí enviábamos
frailes hacia
.el lejano Oriente que allí predicaron a los pueblos
paganos la
feliz noticia contenida dentro del Evangelio.
Cuánta razón tiene el historiador Fray Lino Gómez
Canedo,
O.F.M., al decirnos que «por México pasó, desde el siglo XVI,
uno de los principales caminos de comunicación entre el mundo
occidental y
el Extremo Oriente. Por aquí cruzaron -y aquí
(7) Album del IV Centenario Gaudalupano, Obra publicada por la
Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe, 1.• edición, Mé­
xico, 1938, pág. 89.
300
Fundaci\363n Speiro

LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE FILIPINAS
permanecieron durante largas temporadas-- navegantes, conquis­
tadores, comerciantes, viajeros curiosos
y misioneros» ( 8 ).
A bordo de la legendaria Nao de la China partieron infini­
dad de misioneros mexicanos que llegaron hasta Filipinas, alli
evangelizaban a los nativos y, posteriormente, marchaban con
rumbo a otros puntos del lejano Oriente, especialmente China
y Jap6n.
Uno
de ellos es San Felipe de Jesús, el protomártir mexica­
no, quien es considerado como el prototipo del misionero que
México enviaba al Oriente legendario y quien, por ser
el más
conocido, es considerado como el primer misionero mexicano
martirizado en aquellas tierras.
La vida y martirio de San Felipe de Jesús parecen arranca­
das de entre las páginas de la más interesantes de las novelas
de romance y aventuras: el clásico joven calavera que llega en
plan de diversi6n a las Filipinas, que
se hace fraile, que muere
mártir. en lejano
país y que -en prenda de santidad-hace
reverdecer una higuerra
seca.
«Quien no tiene fe no puede entender estas delicadezas de
la providencia, lo mismo que quien no tiene un . oído musical
cultivado no puede gozar una sinfonía. Cuando
el cielo dio a
México su tesoro mejor, la Virgen en
la advocaci6n de Guada,
!upe, lo dio bellamente, con rosas y un retrato incomparable.
Cuando de nuevo le dio un Santo,
se lo dio bellamente, haciendo
reverdecer la higuera reseca sobre la que el mismo
santo había
jugado cuando niño» (9) ..
Y a que mencionamos a San Felipe de Jesús como todo un
precursor de la vocaci6n misionera de México en el lejano Orien­
te, de justicia
es mencionar el martirio de un hermano de nues-
(8) La expansión hispanoamericana en Asia. Siglos XVI y XVII (Com­
pilación que Ernesto de la To:t:re Villar hizo del XXX Congreso internacio­
nal
de Ciencias Humanas en Asia y Africa del Norte, celebrado en México
del 3 al 8 de agosto de 1976), Fondo de Cultura Econ6mka, l.' edición,
México, 1980, pág. 15.
(9) XAvIER EsCALADA, S. J.: Felipillo, Imprenta Antonio Murguía,
!.' edición, México, 1972, pág. 14.
301
Fundaci\363n Speiro

NEMESIO RODRIG UEZ LOIS
tro protomártir, el .fraile agustino Juan de las Casas quien, en
1607, fue muerto a
flechazos cuando predicaba el Evangelio en
las Islas Filipinas.
Un dato que muy pocos conocen pero que
nos habla de la
entrega generosa de aquellas familias novohispanas que sabían
ser fecundas y dentro de las cuales brotaban infinidad de
voca­
ciones religiosas.
Fray Juan de las Casas -de la Orden de San Agustín y
hermano carnal de nuestro muy venerado San Felipe de Jesús­
fue otro misionero que nuestra patria envió al lejano Oriente
para
allá regar con sangre de mártir la semilla evangélica.
Detrás de Felipillo llegaron miles y de estos miles una gran
parte eran mexicanos. Hablaremos brevemente de algunos
de
ellos.
En primer lugar, hay que hablar de dos heroicos compatrio­
tas que
--cruzando el Océano Pacífico a bordd de la Nao de la
China y haciendo escala en
Filipinas-fueron martirizados en
Japón durante la primera mitad del siglo
XVII.
Se trata del agustino Bartolomé Gutiérrez y del dieguino Bar,
tolomé Laurel quienes fueron beatificados por Pío IX en 1867.
Dos mexicanos que se encuentr.an en los altares veinte años
antes de que naciera el beato Miguel Agustín Pro, S. J., y que,
inexplicablemente,
han sido relegados al rincón del olvidd, sien­
do que tienen méritos más que suficientes para recibir el culto
propio
de los santos.
Casi nadie
se acuerda de estos dos beatos a excepción de
personas muy contadas, entre ellas el canónigo don Luis Avila
Blancas, quien, en la
sacristía de la iglesia de la Profesa de la
ciudad
de México, exhibe dos bellas esculturas policromas que
él mismo mandó
tallar con el objeto de honrar la memoria de
ambos personajes.
Asimismo, en la Colonia la Patera, allá por
los rumbos de
Vallejo y Azcapotzalco, existe -desde el 18 de agosto de 1985-
una capilla erigida en honor de estos dos mártires que fue cons­
truida gracias a la generosidad del doctor don Juan Mora Ortiz
y que
es atendida por frailes franciscanos.
302
Fundaci\363n Speiro

LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE FILIPINAS
Aparte de estos dos testimonios de público reconocimiento
al heroico
, martirio del beato Bartolomé Gutiérrez y del beato
Bartolomé Laurel, no sabemos de algún otro santuario o de
alguna otra persona que, actualmente,.
se acuerde de esos dos
santos mexicanos que .sirvieron de ejemplo a los miles de
mi­
sioneros que, partiendo desde la Nueva España, se fueron a
predicar el Evangelio hasta el Oriente lejano y misterioso.
Refiriéndose en concreto al beato Bartolomé Gutiérrez nos
dice su compañerd de hábito el historiador y cronista Fray
Ni­
colás Navarrete, O.S.A.:
«Su apoteosis ha sido consumada en el cielo y en la tierra.
Allá forma
parte del coro de los mártires ·• que lavaron sus esto,.
las en la Sangre del Cordero' ... Con el beato Bartolomé Laurel,
humilde lego franciscano, martirizado también en Nagasaki en
1627, y San Felipe de Jesús, muerto a lanzadas
allí mismo en
1597, forma Fray Bartolomé Gutiérrez la trilogía
de santidad
de la Iglesia y de
la patria mexicana, Rosal de Santa María de
Guadalupe» (10).
Otros mexicanos ilustres que destacardn en las Filipinas son
varios criollos que llegaron a ocupar altas posiciones dentro de
la jerarquía eclesiástica de aquel país.
Fray Pedro de Agurto quien nado en la ciudad de México
en la primera mitad del siglo
XVI y siendo muy joven fue servi­
dor del obispo Zutnárraga.
Al morir su protector, tomó el há­
bito en el convento de San Agustín.
Hizo estudios de Teología y Artes
cdn gran aprovechamien­
to. Desempeñ6 por varios años la cátedra de Teología escolástica,
sustituyendo en la Universidad de México a Fray Alonso de la
Veracruz.
Destac6 en el
III Ccmcilio mexicano. Fue el primer rector
del colegio de San Pablo, prior de México y provincial agustino
en 1584.
En 1595 lo designan obispo de Cebú y
es así como nuestro
(10) Historia de la provincia Agustiniana de San Nicolás de To/entino
de Michoacán, Editorial Porrúa, 1.• edición, México, 1978, tomo 1, pági­
nas 269 y 270.
303
Fundaci\363n Speiro

NEMESIO RODRIGUEZ LOIS
fraile Se embarca en Acapulco con rumbo a las Filipinas en
donde brilló
por su humildad, ya que actuaba como un simple
cura que administraba los sacramentos, predicaba
el Evangelio
y practicaba con todos la caridad.
Falleció en Cebú el
día 14 de octubre de 1608.
Aparte del anterior, desde México fueron otros prelados
-mexicanos por supuesto-a quienes se les concedió el honor
de
colocar sobre sus sienes

la mitra de Manila.
Y, así, tenemos a Miguel de Poblete, nacido en la ciudad de
México en 1610, quien fue arzobispo de Manila, ciudad a la
cual llegó el 22 de julio de 1653.
A Carlos Bermúdez de Castro, natural de Puebla, doctor en
Leyes por la Real
y Pontificia Universidad de México, quien
tomó posesión de la arquidiócesis de Manila en agosto de 1728.
A Manuel Rojo Luiván
y Viera, nacido en Tula, quien tam­
bién fue arzobispo de Manila en 1759 y quien, por fallecimiento
del gobernador Pedro Manuel de Arandia,
se hizo cargo del go­
bierno de toda· la Capitanía de Filipinas.
Al hablar acerca de los ilustres mexicanos que, en su día,
tuvieron la oportunidad de gobernar
la Iglesia filipina conside­
ramos oportuno mencionar algunas aportaciones culturales que
-siempre con finalidad evangelizadora- hizo la Nueva España.
Como. todos bien sabemos, en el México del virreinato, el
teatro fue un valioso recurso

utilizado por
los misioneros para
presentar -de modo didáctico y agradable-los fundamentos
de la
'fe de Cristo.
Fue así
como se pusieron en escena las tradicionales pastore­
las que no son más que obras teatrales
---cimicas o trágicas según
fuese
el casd--'-en las cuales se presentaba un compendio de la
historia de la salvación y, dentro de la misma, la gran impor­
tancia del nacimiento de Cristo así
como las tentaciones que el
demonio
le va poniendo a la humanidad a todo la largo de su
existencia.
,Es un hecho histórioo reconocido por todos que, gracias a
los diversos recursos evangelizadores utilizados por los
frailes
304
Fundaci\363n Speiro

LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE FILIPINAS
-piñatas, posadas o pastorelas-, la fe católica echó raíces pro­
fundas en el
alma del México mestizo que se estaba formando.
Pues bien, otra de las influencias recibidas por
los filipinos,
no tanto de la Vieja, sino de la Nueva España, fue también el
llamado teatro evangelizador.
En lo que a producción teatral
se refiere, destacan las come-·
días en las cuales siempre entran en acción moros y cristianos.
Todo el enredo consiste en que los moros
quiere11 casatse con
las princesas cristianas y los criStianos con las princesas moras.
Hablando brevemente de la trama de estas comedias, diremos
que suelen iniciarse cuando los padres de una princesa mora
convocan a un
torneo para que ella escoja a uno de los muchos
príncipes que a dicho evento acuden.
Es entonces cuando un príncipe cristiano se introduce entre
los moros y lo mismo ocurre con los moros con respecto a
las
princesas cristianas.
Unas y otras se enamoran de los príncipes extranjeros, sus
padres se oponen a estos romances y en esta oposición se Pintan
los atdides de que echa mano una mujer para lograr su empresa.
El enredo desapatece en el momento en que el príncipe moro
se bautiza
y se convierte a la fe católica.
Cada una de estas comedias tiene su héroe, quien
-cuando
suele verse en apuros-sale siempre bien librado gracias a la
ayuda de algún Santo Cristo o de alguna otra imagen o reliquia
que le dio su madre antes de morir.
Y
ya que hablamos de las comedias en las cuales entraban
en pugna moros y cristianos, prudente será hacer una leve refle­
xión.
Al igual que en las restantes naciones del mundo hispánico,
también hasta las Filipinas llegó la tradición del apóstol Santiago
como eterno aliado de los cristianos en su lucha contra los sa­
rracenos.
Esta tradición que los pueblos hispánicos conocieron por me­
dio de representaciones teatrales o festividades religiosas es un
resabio de la Reconquista española.
305
Fundaci\363n Speiro

NEMESIO RODRIGUEZ LOlS
Sin embargo, entre los filipinos ocurre algo muy peculiar
que no se dio en
el resto del mundo hispánico.
Cuando
se hablaba de la lucha de moros y cristianos, los
habitantes del virreinato del río de la Plata o de la Nueva Espa­
ña veían tales luchas como una representación histórica, o sea,
algd lejano en el tiempo y en el espacio.
Cosa que no ocurrió en Filipinas.
Cuando
se les hablaba a los filipinos de la lucha de moros
y cristianos, éstos comprendieron de inmediato la cuestión. Y
la comprendieron porque los moros, con todo su fanatismo anti­
cristiano, se hallaban entre
ellos.
No olvidemos que la isla de Mindanao es musulmana en su
inmensa mayoría.
Así, pues, en el momento en que se pone en escena este tipo
de comedias, los filipinos no representan una vieja lucha que tuvo
lugar quinientos años atrás entre un reyezuelo musulmán y un
monarca leonés o castellano.
Nada de eso, el filipino -que para entonces está ya bauti­
zado-siente que los personajes de la comedia están siendo re­
presentados por él y que se ajustan por completo a su idiosincra­
cia. A fin de cuentas también
él ha sufrido las incursiones y
atropellos de los piratas moros que llegan desde las islas cercanas.
La semilla de la fe había arraigado tan profundamente en la
Nueva España que daba frutos en poco tiempo. Y esos frutos
consistieron en extender e implantar
esa fe cristiana en las leja­
nas y exóticas Islas Filipinas.
Pdr todo esto es que se dice que la conquista, colonización y
evangelización fue mérito indiscutible de la nación mexicana.
A pesar de que la gran meta era China y
el resto de Asia, lo
cierto es que la fe echaba raíces profundas entre los filipinos.
Pues bien, esas raíces de catolicismo depositadas en el surco
filipino muy pronto dieron frutos.
En septiembre de 1637 Lorenzo Ruiz exclamaba ante un
tribnnal
japonés que lo juzgaba en Nagasaki:
-
Soy cristiano. Lo confieso hasta la hora de mi muerte y
por Dios daré
mi vida.
306
Fundaci\363n Speiro

LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE FILIPINAS
Después de dos días de terribles torturas, muri6 colgado por
los pies. Junto con varios frailes dominicos, este seglar
-único
casado del grupo, padre de dos hijos y una hija-conquistaba
la palma del martirio.
En e~s momentos, Lorenzo Ruiz se convertía nada menos
que en el protomártir filipino. Un siervo de Dios que tuvo el
privilegio de ser beatificado en su país de origen.
Hasta hace algunos años era tradición que todas las ceremo­
nias de bearificaci6n y canonización se celebrasen dentro del
Va­
ticano.
Por vez primera en la historia de la Iglesia, el Papa Juan
Pablo
II realiz6 una beatificación fuera de los muros de la Ciu­
dad Eterna, correspondiéndole el honor a Lorenzo Ruiz quien,
junto
con otros compañeros de martirio, fue beatificado en Ma­
nila en febrero de 1981.
Pocos años después, en octubre de 1987, Juan Pablo
II
canonizaba al protomártir filipino, quien, desde entonces, es vené­
rado por sus compatriotas con
el culto debido a un santo.
En
el momento en que los católicos de todo el mundo vene­
ran en los altares a San Lorenzd Ruiz
estfu reconociendo implí­
citamente
oómo la semilla del Evangelio sembrada por España
y por la Iglesia en el Nuevo Mundo dio frutos al ciento por uno.
Y es que, aparte del filipino
San Lorenzo Ruiz, son seis los
nacidos en tierras de Hispanoamérica que
han alcanzado ya la
categoría de santos. Ellos son: San Martín de Porres y Santa Rosa
de Lima (peruanos); Santa Mariana de Jesús y
San Miguel Pe­
bres Corderd (ecuatorianos); San Roque González de Santa Cruz
(paraguayo) y
San Felipe de Jesús (mexicano).
Esto tiene una gran importancia, especialmente ahora que
estamos en vísperas de que, en 1992,
se celebre el medio milenio
del inicio de
la evangelización del Nuevo Mundo.
El hecho de que en tierras de América y Filipinas hayan
na­
cido héroes de un temple excepcional cuya santidad ha sido re­
conocida por la Iglesia, significa que aquella gran empresa mi­
sionera, tan generosamente impulsada por
los reyes de España,
307
Fundaci\363n Speiro

NEMESIO RODRIGUEZ LOIS
gue una de las empresas más gloriosas dentro de la historia de
la humanidad.
Y eso que
-debido a las razones de brevedad exigidas por
este
trabajo-omitimos mencionar la extensa lista de beatos y
siervos de Dios
nacidos en Hispanoamérica que se encuentran
también a un paso de los altares.
Como detalle digno de meditarse
diremos c6mo en el caso
del martirio de San Lorenzo Ruiz encontramos un paralelo entre
México
y Filipinas.
El primer mexicano que subi6 a
los altares fue, como antes
dijimos,
San Felipe de Jesús, quien --después de haber vivido
un tiempo en
Filipinas-fue martirizado en Nagasaki (Jap6n).
Y el primer filipino protomártir. del catolicismo, San
Lorenzo
Ruiz fue también en Nagasaki donde gan6 la palma del martirio.
Al hablar
de Filipinas como naci6n hispanocat6lica en pleno
Océano Pacífico sale siempre a tema el hecho de que en aquel
país
se esté perdiendo el idioma español.
Si analizamos superficialmente la cuesti6n, lo más fácil será
echarle
la culpa a los Estados Unidos acusándolos de haber im­
puesto el inglés como dictadura lingüística una vez que España
dej6 de tener soberanía sobre el archipiélago.
Por lo pronto habrá que empezar hablando de
la difícil geo­
grafía de un país disperso integrado por más de siete mil islas
e islotes, lo cual hizo muy ardua la empresa de castellanizar el
territorio.
Y es que no es lo mismo controlar una amplia extensión de
tierra firme que andar
sal tanda de islote en islote y, cada vez
que esto se hacía, empezar de nuevo la etapa que se acababa de
concluir.
Otro punto importante
es que -a diferencia de lo ocurrido
en
otros territorios del imperio español-hasta las Filipinas no
solían ir familias, sino que
más bien llegaban frailes y soldados.
No
olvidemos que durante mucho tiempo se consideró a las
Filipinas como una especie de base militar y religiosa desde la
cual habrían de partir soldados y misioneros hacia la conquista
del lejano Oriente.
308
Fundaci\363n Speiro

LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE FILIPINAS
"llli .duda cabe que el hecho de que -a diferencia de lo ocurri­
do en México o en
el Pero-no se hubiese establecido un tejido
social a base
de familias allí establecidas, contribuyó en mucho a
que los nativos no se castellanizasen.
El catedrático Rafael Berna!, quien
estuvo varios años en
Filipinas estudiando este problema, nos dice al respecto:
«Todo lo que no sea la ciudad de
Manila se abandona prác­
ticamente en manos de los conventos de misioneros, los españo­
les tan sólo van a las provincias, una vez al año a cobrar los
tributos
...
»En Manila se levantan murallas formidables, dentro de las
cuales, la zona llamada 'intromuros', no pueden vivir naturales
ni chinos
...
»En Filipinas, .en el campo, las costumbres españolas, fuera
de las aportadas por la religión, no permean ni se logra estable­
cer el idioma.
»Durante los primeros años
de la conquista y pacificación,
el filipino no aprende el español, porque tiene pocos tratos con
el 'castila'. Posteriormente los mismos frailes, celosos de su
po­
der sobre los pueblos de naturales, se opondrán a la enseñanza
del castellano para seguir siendo siempre el mediador indispensa­
ble entre
las autoridades de Manila y el pueblo» ( 11).
Ahora bien,
hay que reconocer el hecho de que, en los últi­
mos años del siglo XIX y primeros del actual, el idioma español
llegó a un florecimiento fuera. de lo común.
En esa época destacan una serie de literatos filipinos que
escribieron en lengua española sus mejores obras:
t Julio P. Hernández (1880-1917) el único filipino cervan­
tista quien, en 1905, publicó en Llolo
un cuento titulado «¿ Qué
fue de Sancho Panza después que murió Don Qui¡ote!'».
t Tirso de Irureta Goyena (1888-1918) quien en 1917 pu­
blicó un volumen titulado Por el idioma y cultura hispanas, que
constituye
una de las más ardientes defensas del hispanismo en
Filipinas.
(11) México en Filipinas, Universidad Nacional Autónoma de Méxi~
co, l.ª edición, México, 1965, pág. 99 y 100.
309
Fundaci\363n Speiro

NEMESIO RODRIGUEZ LOIS
t Manuel Rávago (nacido en 1870) quien siendo niño em­
pezó a escribir en la Revista católica. Desde el primer momentd
acreditó
su inclinación por los clásicos y en especial por los mís­
ticos. Sus obras están impregnadas de un espíritu profundamente
cristiand.
t Y, de manera muy especial, el poeta y héroe de la indepen­
dencia José Rizal (1861-1896) quien en sus novelas
Noli me
tangere y El filibusterismo habla

de aquellos años tormentosos.
En su novela El filibusterismo, Rizal
-quien, por cierto,
escribió toda su obra en
español-toca a fondo este problema.
El autor nos pinta el caso de un grupo de univeristarios -fer­
vientes partidarios de la independencia- que deseban una Aca­
demia de castellano. Y es aquí donde se dio el caso parodójico
de que fueran las propias autoridades coloniales españolas
las
que frustrasen el proyecto.
En dicha obra, José Rizal interpreta fielmente las tesis que
defendían
ambas tendencias, tanto de quienes deseaban la caste­
llanización del archipiélago como de quienes se oponían.
Quienes estaban a favor pensaban, según Rizal,
más o menos
de la siguiente manera:
«¿Acaso se tema que comprendamos las leyes y las podamos
obedecer? . . .
¿ Qué será de Filipinas el día que nos comprenda­
mos unos a otros?» ( 12).
En cambio, quienes se oponían replicaban de un modo des­
pótico que representa fielmente Rizal al poner en labios de uno
de
sus personajes las siguientes frases:
«Los indios no deben saber castellano
... No deben sabetlo
porque luego se meten a discutir con nosotros y los indios no de­
ben discutir, sino obedecer y pagar ... Nd deben meterse a inter­
pretar lo que dicen las leyes ni los libros
...
» ... aquí no se trata solamente de la ensellanza del castella­
no, aquí hay una lucha sorda entre los estudiantes y la Universi­
dad
de Santo Tomás; si los estudiantes se salen con la suya,
(12) El Filibusterismo, Casa Ediwial Maucci, l.' edición, Battelona,
1911, pág. 162.
310
Fundaci\363n Speiro

LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE FILIPINAS
nuestro prestigio queda por los suelos, dirán que nos han vencido
y
¡ adiós fuerza moral, adiós todo! Roto el primer dique, ¿ quién
contiene a esa juventud? Con nuestra caída no haremos
más que
anunciar la
de ustedes. Después de nosotros, el gobierno» (13).
Esto tiene una explicación lógica.
Las miles de islas que forman el archipiélago eran algo simi­
lar a una Torre de Babel. Más de cien dialectos se hablaban en
todas ellas:
subguanon, samarnon, bikol, pampagno, ilokano,
pangasinan, negro magindanad, tagalo, etc., tan sólo por
mencio­
nar unos cuantos.
Pues bien, los caudillos insurgentes -con el propósito de
aglutinar a todos los habitantes del archipiélago en contra de
España-recurrieron al idioma.
Y fue así
como se dio la paradoja de que se combatía contra
España,
se pugnaba por una nación independiente y para ello se
prentendía que el aglutinante principal fuese el idioma español.
Esa
es la explicación por la cual en aquellos años el caste­
llano haya alcanzado un florecimiento tan fuera de lo común.
Ahora bien, una
vez que España perdió la soberanía sobre
las Filipinas, este afán por el idioma castellano fue disminuyendo
paulatinamente. Y fue así
cómo uno de tantos dialectos, el tagalo, que se
hablaba en la isla de Luzón -la más importante del archipiéla­
go--se fue imponiendo sobre los restantes hasta convertirse,
junto con el inglés, en lengua oficial.
Cuánta razón tiene don Gregorio Salvador, miembro de la
Real Academia Española, al decirnos que «no
se puede hablar
estrictamente de un 'notable retroceso' o de una 'paulatina
desa­
parición' del español en Filipinas como si el español hubiese sido
la lengua de aquel país en otro tiempo, que no lo fue. Fue la
lengua
de la Administración y de la minoría indígena ilustrada
que luchó por la independencia. Era
el idioma que pudo haberle
dado cohesión nacional a las siete
mil islas del archipiélago y
las ciento once etnias que lo habitan. Pero en la colonización
es-
(13) Idem, págs. 123 y 124.
3ll
Fundaci\363n Speiro

NEMESIO RODRIGUEZ LOJS
pafiola se antepuso siempre la evangelización a la castellaniza­
ción y los misioneros aprendieron las lenguas indígenes sin inten­
tar extender la propia. De
ahí que la cohesión al país sea de
la religión, con un 86
% de católicos, no es espafiol con ese
2
% de hablantes que antes dije» (14 ).
El idioma castellano, nave a bordo de la cual llegó la fe cris­
tiana hasta las Islas Filipinas va desapareciendo
poco a poco, del
mismo modo que también fue desapareciendo en el mar la estela
que dejara tras de sí el último galeón que, con
rumbo a Manila,
saliera de Acapulco un nostálgico día del afio 1815.
Preocupados por este fenómeno, las autoridades filipinas ha­
cen intentos para que
la lengua castellana no se pierda del todo
y eso explica el que hace algunos meses Raúl Manglapus, minis­
tro de Asuntos Exteriores, haya instado a sus diplomáticos a que
aprendan cuanto antes el español ya que,
segón el mismo expli­

«tenemos otra familia a la cual pertenecemos. Tenemos que
recordarlo y revivir nuestros lazos».
Quizás con ello se dé un cierto viraje a la refortna que en
1987 se le hizo a la Constitución en el sentido de que el español
dejase de ser asignatura obligatoria en las escuelas y universidades.
El hecho
es que hoy en día si Filipinas forma parte del mun­
do hispánico esto
se debe no tanto a una lengua que -debido
a la falta de inmigración de familias--nunca llegó a enraizarse
como debiera.
Más bien, si Filipinas forma parte del mundo hispánico,
esto es debido a que cerca del 90
% de sus habitantes profesan
la religión católica.
Un
caso único allá en el lejano Oriente.
Es tal la importancia que las Filipinas tienen para la Iglesia
católica que dicho
pa!s ha sido visitado por dos papas en poco
más de diez
afios: Paulo VI en noviembre de 1970 y Juan Pa­
blo
II en febrero de 1981.
Asimismo la jerarquía eclesiástica cuenta con dos sedes car­
denalicias que son Manila y Cebú, regidas actualmente por los
(14) Artículo publicado en el diario madrileño ABC, el sábado 14 de
julio de 1990.
312
Fundaci\363n Speiro

LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE FILIPINAS
emjnentísimos cardenales Jaime L. Sin y Ricardo Vida!, respec­
tivamente.
Pocas horas antes de morir, el papa Juan Pablo I recibió
en audiencia a un
grupo de obispos filipinos y a ellos les dijo
lo siguiente: «Somos conscientes de que Filipinas tiene una
gran
vocación de ser la luz de Cristo en el lejano Oriente: a proclamar
su verdad, su amor, su justicia
y salvación con la palabra y con
el ejemplo entre sus vecinos los pueblos de Asia».
De este modo Filipinas constituye la gran esperanza de la
Iglesia católica, ya que está destinada no sólo a ser un puente
cultural entre Oriente y Occidente, sino a transformarse a
me­
diano plazo en la nación evangelizadora de los pueblos paganos
de Asia y Oceanía.
Claro está que antes de cumplir con dicha
vocación. misione­
ra, preciso será que Filipinas
tnadure en el conocimiento y prác­
tica de su
fe hasta lograr un desarrollo pleno que le permita pa­
sar de la categoría de evangelizado a la categoría de evangelizador.
Quizás esto explique el sentido del mensaje que Juan Pa­
blo II dirigió a los filipinos cuando estuvo entre ellos:
«Nuestros hermanos y hermanas
de Filipinas han querido y
siguen queriendo de modo particular a Cristo niño: el Santo
Niño.
»Ni duda cabe que
el papa hacía clara alusión a la venera­
ción que aquel pueblo siente por el Santo Niño de Cebú.
» "Los hombres", añadió el Sumo Pontífice», «no pueden
saber con qué metro
la Providencia divina, en sus designios
inescrutables, quiere medir el crecimiento de ese Niño en
la sa­
biduría de los pueblos del Extremo Oriente, en los años que pasan
y las generaciones que
se suceden y, en fin, en la misteriosa
historia del desarrollo de
la gracia divina, mediante la cual crece
el reino
de Dios en el corazón de cada hombre y en la historia
de la humanidad».
Feliz comparación
ya que el catolicismo de los filipinos bien
podría compararse con un niño que
se desarrolla rápidamente y
que está destinado a ser un dinámico difusor del Evangelio como
también en su día lo fueran sus ancestros mexicanos y españoles.
31}
Fundaci\363n Speiro