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Número 293-294

Serie XXX

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Apostillas a un libro sobre San Juan de la Cruz

APOSTILUS A UN LIBRO SOBRE SAN JUAN
DE LA CRUZ
POR
MARIO SORIA
Ha llegado a nuestras manos un notable libro de Luce ( ¿ Luz?,
¿Araluce?) López-Baralt, titulado
San Juan de la Cru:,; y el Islam,
ddnde se analiza con minuciosidad y abundantísima erudición el
estilo poético del santo, deteniéndose sobre todo en el
Cántico
espiritual (
1 ).
De las influencias musulmanas que la autora descubre o cree
descubrir en el contemplativo de Fontiveros, apoyándose
para
ello en varias hipótesis y señalando numerosos indicios de ín­
dole
literaria, no diremos sino que son posibles, y hasta quizá
probables, si bien muchos de los parecidos cabe calificarlos ( como
ya señalamos en otro lugar) de coincidencia de personas que, en
parecidas circunstancias, sienten de forma similar o emplean como
símbolos fenómenos u objetos de la naturaleza que ofrecen es­
pontáneamente un sentido traslaticio. Pero, supuesto el préstamo
doctrinal, como
lo suponía don Miguel Asín Palacios y · 10 de­
fiende la López-Baralt (discípula de aquél y, ¡ay!, de Américo
Castro), nada deslustra el prestigid del carmelita, genial asimila­
dor y eximio poeta, capaz
de continuar una tradición mística y
teológica, siendo al mismo tiempo originalísimo.
Por el contrario,
si resultara cierta dicha síntesis, aún se engrandecería más el
frailecico de Fontiveros, al menos desde el punto
de vista cul­
tural, pues juntaría en sí la inspitación de Occidente con la tan
rica de la poesía semítica. Precisamente refiriéndose al Cántico,
Menéndez y Pelayo lo llamó «poesía oriental, transplantada de
(1) El libro, editado por «Hiperión» y pulcramente escrito, es fruto
de seria investigación, aparte de estar animado del intento de comprender
el aspecto religioso de Sen Juan. Sin embargo, tiene cosas chocantes, a1
menos para un lector español. Por ejemplo, citar a Plotino ... , ¡en inglésr;
lo mismo que a muchos poetas árabes y hebreos, que así se ven disfra­
zados con pantalones vaqueros y camisa de colorines, a· pesar de que pa·
rece la autora dominar esas lenguas semíticas. ¿Seri que todo tiene que
someterse al maldito idioma imperial?
Verbo, núm. 293-294 (1991) 547
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MARIO SORIA
la cumbre del Carmelo y de los. floridos valles de Sión», por la
que «corre una llama de afectos
y encendimientos amorosos ca­
paz de derretir el mármol» (2).
Más nos interesan las conclusiones a que llega Luce
López­
Baralt respectd del estilo poético de fray Juan. La autora, des­
pués de un cuidadoso examen de las liras del Cántico, y ocasional­
mente también
de las estrofas de la Noche y la Uama, habla
de «poesía delirante», «delirio poético», «delirio verbal» (3), a
causa del abundantísimo número
de metáforas, de la irracidna­
lidad de las comparaciones, de la aparente inconexión de unas
estrofas con otras, de la multiforme significación de las palabras,
conforme
se explanan en la glosa. Por lo tanto, «la experiencia
espiritual
del santo es por esencia arracional, aconceptual, alin­
güística», ya que «si los vocablos significan todo, en el fondd
no significan nada» ( 4
). Y así, curiosamente, esta poesía llena
de vida y de color termina siendo la muerte de
la poesía, tan
inexpresiva como una pintura abstracta. San Juan, anulando las
palabras, las borra; en esto consiste su mensaje final, la incomu­
nicabilidad última de
su experiencia (5). Huelga decir que con
tal interpretación la hermeneuta no pretende desvalorizar
la obra
del carmelita, sino todo
lo contrario, ensalzar su peculiaridad y
conectarla con lo que ella afirma ser característica de la poesía
hebrea.
Seguramente, la razón de conclusiones tan radicales estribe
en
fundar el análisis del lenguaje sanjuanista, de forma exclusiva,
en un
criterio nominalista que, llevado a la práctica, tradúcese
en buscar nada
más que lá correspondencia de unos términos
respecto de otros, estableciendo una lógica que
se apega pedise­
cuarnente a las palabras, sin indagar la experiencia
del autor, ni
mucho menos el origen extraverbal de tales palabras, ni la rela­
ción que tengan entre sí las ideas que las mismas expresan. · Así
se califica de delirio, incongruencia o tautología, la multiplicidad
de un término ( «noche»,
pdr ejemplo) ( 6 ), dando por sentado
que «multiplicidad»
es «equivocidad» y sin pensar que el voca­
blo citado tiene por naturaleza y acrecienta después, gracias a
la especial perspicacia del carmelita, una capacidad de ser trans­
figurado
y de significar muchas más cosas de las que encierra el
simple significado relativo a la materialidad de la cosa expresada.
(2) «De la -poesía mística», en San Isidoro, Cervantes y otros estudios
(Madrid, 1959), pág. 68.
(3) Op. cit., págs. 52, 55.
(4)
Op. cit., pág. 84.
(5)
Op. cit., pág. 85.
(6)
Op. cit., págs. 73 y sig,.
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APOSTILLAS A UN LIBRO SOBRE SAN JUAN DE LA CRUZ
Las palabras,· como lo prueba magistralmente San Juan, hállanse
dotadas de una virtualidad extraotdinatia, que nace de su vínculo
con
la realidad y que es todo lo contrario de un capricho. Esto ya
lo demostró Platón en su Cratilo. La metáfora y el símbolo, si no
son puros disparates, se
basan en una analogía entre la expresión
traslaticia,
la naturaleza y la experiencia; descubrir esas analogías
es obra del genio, no convertir la realidad en un batiburrillo
paranoico.
So pretexto de orientalismo, .de ponderar la indeter­
minaci6n del árabe y del hebreo ( cosa que
ya habían advertido
sin alharacas Melchor Cano y Luis de León), lenguas de hipoté­
tica influencia en
la poesía del carmelita, se mete de contrabando
un terminismo absolutamente inadecuado para la interpretaci6n
de textos tan preñados de sentido real como los de Juan de
Yepes. Por otra parte, «la asombrosa flexibilidad y multiplicidad
semántica» del léxico sanjuanista (7) tiene
un límite, porque lo
contrario sí sería delirio genuino: ese límite es -lo repetimos­
la analogía, esa participaci6n física, metafísica y a veces verbal, de
unos
seres en otros, analogía que traza límites y rechaza, por
Id tanto, la arbitrariedad. Aparte de ello, no obstante los vaive­
nes y meandros, existe en
los. póemas una lógica férrea, confor­
me se nota en la glosa de los mismos. San Juan, libre en
poesía, aunque no tanto como
se pretende, porque incluso las
estrofas del
Cántico obedecen, con todos sus quiebros de itine­
rario, a una dirección definida, intenta ser muy claro en sus
conceptos filos6ficos y teol6gicos y no duda en cuanto al fin de
sus escritos: conducir las almas a
la contetnplaci6n. Nada más
lejos, pues, de él que la divagación y la incoherencia. Pero esto
no
puede advertirse si no se consideran juntos todos los elemen•
tos de
la obra del carmelita.
Si el instrumento analítico es nominalista, no menos sufre
del mismd vicio el objeto analizado, tal como correlativamente
se lo concibe. San Juan -sostienen-emplea a veces la alego­
ría, a veces da a una misma palabra sentidos dispares ; en ocasio­
nes la glosa no corresponde a lo glosado, sino violentamente,
etcétera. La L6pez-Baralt llega a escribir que el comentario
es
adventicio al poema, según una teoría habitual entre los desmis­
tificadores de
la poesía sanjuanista (8). Además ----Observa la·
exegeta-los comentarios del santo consisten substancialmente
en una especie de circuito verbal· que comienza con el sentido
caprichoso de un
término ( «noche», «agua», «fuego», ere.), sigue
con
el desarrollo de otros significados no menos gratuitos y vuel-
(7) Op. cit., pág. 72.
(8) Op. cit., págs. 66 y sig.
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MARIO SORIA
ve al concepto primero, cerrándose así un círculo significativo
completamente artificioso (9).
Pero,
¿ qué es esto sino suponer que los tratados de San Juan
forman una algarabía
semántica que no esconde otra cosa que
un monumental desvarío? Sin
embargo, no es así. Considerando,
por ejemplo,
el pasaje de la Llama, III, § 8, que cita la autora para
probar que
el carmelita pasa del «fuego» al «agua» y de ésta a
aquél, en una especie de confusa metasemia, para terminar
donde
había empezado; considerando --decíamos-este pasaje en su
contexto, veremos que San Juan, desde el párrafo primero, sigue
l6gicamente el desarrollo de su idea. Comienza definiendo las
«lámparas de fuego» (los atributos divinos} y aplica tal definici6n
a
t y allá con entusiasmo casi lírico, pero nunca de forma incohe­
rente.
En cuanto al fragmento aducido, el «agua» sirve para
indicar . el aspecto subjetivo, la sed del alma, que al concepto
de «fuego», iluminador del alma, objetivo, no correspondía. En
otras palabras, existe una complementariedad de total pertinencia
entre ambas ideas, aunque expresadas de modo casi torrencial a
pattes, entrecortadamente, si bien en otros pasajes, contiguos a
aquéllos, el discurso se aquiete y desenvuelva en largas y pausa­
das Oraciones.
Curiosamente, se pretende hacer de San Juan un discípulo de
Occam, para el cual no había otras ideas que las cosas mismas,
amasijo de sensaciones, sin -enlace con esencia alguna, ni siquiera
la divina (10), de lo cual se deducía la designaci6n accidental y
momentánea del objeto individual; y secuaz, por afiadidura, de
un terrninismo que, al socavar toda 16gica y todo apoyo ontol6-
gico, deja la experiencia del carmelita reducida a un misterio
muy seductor estrictamente hablando, pero inconsistentísimo
cuando lo aborda el intelecto. Como también a Raimundo Lulio
lo someten al mismo bafio de ácido, concretamente al Libro del
amigo
y del amado, transforman esta preciosa obra en una
especie de ecuaci6n lingüística, donde no existe significado
al­
guno, sino una verborrea obsesiva, una paralalia más propia de
que la investigue el psiquiatra que
el crítico literario, porque los
térrninds aparentemente diversos pueden substituirse unos por
otros (11
}. Cdnviene recordar al respecto lo que escriben Tomás
y Joaquín Carreras Artau: «Hay, pues, en el
Libre de amic e
(9) Op. cit., págs. 71 y sigs.
(10) GUILLERMO DE OccAM: Super quatuor libros Sententiarum sub­
tilissimae quaestiones, I, d. 35, q. 5.
(11) I.óPEZ-BARALT: op. cit., p,lg. 374.
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APOSTILLAS A UN LIBRO SOBRE SAN JUAN DE LA CRUZ
amat una recia· contextura filosófica: quien la desconozca, no
puede saborear todas las bellezas de esta obra singular. No sólo
la mística,
sino toda la filoso{ía luliana, auténticamente y sin.
desviaciones está compendiada en este breviario del amor mís·
tiro y es presentada según un nuevo estilo, y vista -y en algu­
nos puntos
ampliada-con el prisma del amor divino. Esta
obra, quizá como ninguna otra, conduce hasta
kcúspide del pen·
samiento filosófico luliano» ( 12).
Otra consecuencia de este análisis, basado en una especie de
positivismo terminista,
es la falta de valor científico de la prosa
de fray Juan, marrado ensayo de dar a entender lo inefable,
aparte del divorcio entre el comentario
y el sentido, sea el que
fuere, que tengan los versos. Tal examen, o termina con la
des­
valorización en cuanto son glosa, de los cuatro comentarios, o
con la
concepción de los mismos como otras tantas obras absurdas
por su fin y su contenido. Consecuentemente,
se insiste en la hi­
potética convicción del propio auto¡: de ser arracional su expe­
riencia y casi nonada sus explicaciones: «Sería ignorancia pensar
que los dichos de amor en inteligencia mística, cuales son
los
de las presentes canciones, con alguna manera de palabras se
puedan bien explicar» ( 13 ), omitiendo que San Juan, un poco
más adelante, advierte que «el orden que llevan estas canciones
es desde que un alma
comienza a servir a Dios hasta que llega al
último estado de perfección, que es matrimonio espiritual» (14),
Y valga esta observación para los otros tres libros, donde va
exponiendo el carmelita cuidadosamente la materia, puntualizan­
do aspectos oscuros, desarrollando, sistematizando.
Además,
se establece una división infundamentada, a nuestro
juicio, entre la presunta univocidad semántica rígida de las len­
guas occidentales, de la que
es consecuencia la hermenéutica limi­
tada
-- comentarios en prosa que de sus versos hacen Dante, Bruno, et­
cétera, y, por otrd lado, la equivocidad supuestamente indefinida
del estilo peculiar de San Juan, nacida hasta cierto punto de la
indeterminación significativa
de los idiomas semíticos. Se olvida,
sin embargo,
concretamente respecto de la Biblia y según lo prueba
el frondosísimo alegorismo alejandrino, que los exegetas
po­
dían ad libitum, siempre que no chocasen con la ortodoxia, adap­
tar los textos sagrados
y darles el sentido conveniente para sus
exhortaciones o sermones, que es lo que hace San Juan. Tal
(12) Historia de la /ilasafia española, vol. I (Madrid, 1939), pág. 592.
(13) Cdntica, prólogo, § 2. Cf. LóPEZ BARALT: op. cit., pág, 57.
( 14) Cdntico, argumento, § 1.
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libertad, prácticamente ilimitada, terminó cayendo en la extra­
vagancia de los predicadores barrocos y del gerundismo, extrava­
·gancia imposible si hubiera habido desde el principio la rigidez
interpretativa que
afirma la López-Baralt (15). La diferencia en­
tre esa florescencia parásita y las adaptaciones sanjuanistas
se
basa en que la primera carecía de toda relación, natural o sobre­
natural, con·
la realidad, mientras que la última surge de intelec,
clones e intuiciones asombrosamente profundas.
Si a Dios se refiere el santo con abundancia de términos, ¿ es
ello signo de equivocidad semántica o más bien de incapacidad
del hombre para abarcar
un ser infinito, del cual ya dijo alguien
muy
poco inclinado a la poesía y siempre ansioso de aprehender
racionalmente, distinguiendo y definiendo
-nos referimos al Doc­
tdr Angélico--, que más bien podía determinarse de El lo que no
era que lo que era? (16).
!Jea, por otra parte, anclada en la
tradición, pues cabe
hallarla en el pseudodionisio, San Juan Da­
masceno, etc. (17). ¿Qué cosa más natural, entonces, que inten­
tar, mediante la acumulación de conceptos e imágenes, alzarse
hasta lo
infinito?
No hay, pues, pdr qué poner de relieve, como algo extraor­
dinario o peculiarísimo, que el santo denomine de dieciocho'
ma­
neras distintas en el Cántico a Dios ( 18). La abundancia termi­
nológica, fuera de constituir el placer de los buenos escritores,
que
con ella se deleitan como los patinadores haciendo cabriolas
para demostrar
su maestría, es signo de un idioma desarrollado,
que discierne los mil aspectos de cada
cosa. ¿ Cómo extrañarse
de que en una «Selva
de epictetos», copiada a principios del si­
glo XVI, se recopilasen centenares de adjetivos empleados por
poetas e historiadores?
¿ Y que a uno de los nombres que los
mismos se aplicasen fuese Dios? Así, Este
es «infinito», «mirador
de los pecados», «inspector», «salutífero», «inmortal»,
«bené­
vdlo», «eterno», «fabricador del mundo», «inscogitable», «impa­
sible», «clemente», «incorp6reo», «vengador», «misericordioso»,
«poderoso», «sempiterno», «inmaterial»,
«provífero», «criador»,
«empíreo», «astripotente», «celipotente», «omnipotente» ( 19).
Veintitrés denominaciones,
dncd más que las de San Juan.
Por lo que
se refiere a la aposición, que también sirve para
(15) Op. cit., pág. 115.
(16) Suma teol6gica, I, q. 3, preúnbulo.
(17) Cf. Lms BILLOT: De Deo uno et trino, cap. II, q. 3, preámbulo.
(18) LóPEZ-BARALT: op. cit., pág. 65.
(19) «Selva de epictetos», en C411donero de Garci Sáncbez de Bada­
ioz (Madrid, 1980), pág. 428.
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A.POSTILLAS A. UN LIBRO SOBRE SAN JUAN DE LA. CRU:Z
caracterizar como «tan poco occidental» (20) la poesía de San Juan,
en realidad
es un medio de expresión que, además de omitir vo­
cablos que en este caso son superfluos, como el verbo, hace
resaltar con brevedad y eficacia
la semeja112a entre los dos tér­
minos de una comparación y, en el caso que nos ocupa, el leve
parecido de la entidad infinita con lo finito que a ella se compara.
Equivocada, por lo tanto, es
la interpretación de las dos liras
siguientes:
«Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sdnorosos,
el silpa de los aires amorosos ;
la noche sosegada
en par de los levantes del aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora» (21),
como «asociación de elementos aparentemente inconexos» (22),
«visionarias» (23
), «enigmáticas» (24 ).
La aposición no es sino una consecuencia de la imposibilidad
señalada, además de expresar
la rica intuición del poeta, porque,
si bien
se examinan las comparaciones de las dos estrofas men­
cionadas, veráse que en ellas nada hay de caprichoso, sino que
todas corresponden a impresiones placenteras normales, aunque
sublimadas hasta lo absoluto mediante
la musicalidad del verso
y el espíritu misterioso que les insufla San Juan.
La aclmiración
a la hermosura de la naturaleza en sus distintos aspectos ; la
soledad, tan grata a un contemplativo; el .contento de una
co­
mida con amigos, etc., están transmutados en intuiciones y sen­
saciones ultraterrenales, pero conservan el cordón umbilical con
el mundo que les dio el ser. No nacieron
de madre disparata­
da,
ni hay por qué ir a buscarles padre oriental (25). El propio
San Juan habla de ser «Dios todas las cosa al alma y el bien de
todas ellas» (26), y Agustín Antolínez,
el insigne agustino co-
(20) LóPEZ-BARALT, op. cit., pág. 203.
(21) Cántico, estrofas XIV y XV.
(22) LóPEZ-BARALT, op. cit., pág. 23.
(23) Ibídem.
(24) Op. cit., pág. 203.
(25) Ibídem.
(26) Cántico, XIV-XV, § 5.
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mentador de los tratados místicos del doctor carmelita, indica
igualmente que el
alma, a la luz divina, discierne «la grandeza
de Dios
y de su sabiduría, que así reluce en la armonía de las
criaturas, hechuras de sus dedos y de sus manos» (27). Precisa­
mente
un poeta algunos años anterior a San Juan declara con la
aposición un sentimiento parecido de la naturaleza, relacionándolo
también con una persona, de
forma en apariencia incongruente:
«Flérida, para mí dulce y sabrosa
más que la fruta del cercado ajeno,
más blanca que la leche y más hermosa
que el prado
por abril, de flores lleno» (28).
Y también en este caso
es dable determinar la analogía entre
los sentimientos
de la vista y el gusto con el amor, tal comd lo
hacen los versos sanjuanistas. La paradoja expresiva no hace más
que ocultar una sutil relación.
La aposición, con todas las paradojas que consigo lleva, es
un expediente que se emplea desde los orígenes de la poesía
indoeuropea, no sólo por el hebreo y el árabe, y que se muestra
siempre que una lengua abunde en
participios y posea una decli­
nación lo suficientemente rica para ¡:,rescindir de las formas
per­
sonales del verbo. As! caracteriza un objeto de modo estático,
como una relación de imágenes
d conceptos, con toda precisión,
lo mismo formal que conceptual. Naturalmente que las asocia­
ciones no pueden reducirse a la identidad entre unos términos y
otros,
porque entonces no habría aposición, sino tautología o
repetición ; tienen que ser semiequ!vocas o apoyarse en la ana­
logía, tal como lo lleva a cabo San Juan, o bien enumerar pro­
piedades, hecho que constituye en el fondo una identificación
parcial del sujeto con una de sus características, sinécdoque en
la
cual también entran la similitud y toda su carga de problemas
ontológicos y semánticos. Recordemos algunos ejemplos del
gé­
nero.
Ya el Bhagavadgita o Canción del bienaventurado emplea la
aposición al referir las manifestaciones fenoménicas de
Bhaga­
vat (29), pasaje donde la parquedad con que se emplea el ver­
bo «asmi» («soy»), convierte toda la tirada en una larga aposi­
ción. P!ndaro da otro ejemplo:
(27) Amores de Dios y el alma (El Escorial, 1956), pág. 92.
(28) GARCILASO DE LA VEGA: Egloga III, octava 39.'.
(29) Lectura X, verso 19 y sigs.
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APOSTILLAS A UN LIBRO SOBRE SAN IUAN DE LA CRUZ
ro 'tal lt1tapal xai. loaLécpavot xal tioíbt(l.Ot,
'Ellá8oc; epEtop.a, xi..e,vai 'AOava,,
aa,p.óvwv ?t,ol,.í•Opov. (30)
De Horacio espiguemos dos:
«Maecenas atavis edite regibus,
o
et praesiclium et dulce decus meum» (31), y
«(senex) dilator, spe longus, iners, avidusque futuri,
clifficilis, querulus,
laudator temporis acti
se puero, castigator censorque minorum» (32).
Que Virgilio nos proporcione
otro par:
«Salve, magna pareos frugum, Saturnia tellus,
magna virum: tibi res antiquae
lauclis et artis» (33),
«Est locus, Hesperiam Graia cognomine clicunt,
terra antiqua, potens
armis atque ubere glebae» ( 34 ).
Y todavía un moderno, Angel Poliziano, que acumula paran-
gones hasta ser casi empalagoso:
«Puella delicatior
lepuscolo et cuniculo,
Coaque tela mollior
anserculique plumula ;
puella qua lascivior
nec vemus est passerculus,
nec virginis blandae sinu
sciurus usque lusitans
... » (35),
(30) Fragmentos, 64 (Oxford, 1968). ( «¡Oh la brillante, la coronada
de violetas, la celebrada, baluarte de Grecia, famosa Atenas, ciudad sa·
grada!»)
(31) Odas, I, 1, vs. 1 y sig.
(32)
Arte poética, vs. 172 y sigs.
(33)
Ge6rgicas, II, vs. 173 y sig.
(34) Eneida, I, vs. 530 y sig. (35) Odas, VIII, vs. 1 y sigs. ( «Muchacha más tierna que lebrato y
conejo, más suave que tela de Cos y plumilla de ansarón; más retozón
que ella,
ni paiarito primaveral, ni ardilla siempre iuguetona en el regazo
de una virgen cariñosa». En la traducci6n parecen estas comparaciones in·
sfpidas
y artificiosas, horras de todo valor poético, -porque se pierde la
suavidad nacida de la aliteraci.6n de la ele, y tampoco cabe conservar la
u repetida, cuyo sonido reiterado semeja una flauta. No menos desaparece
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MARIO SORIA
eco, sin duda, de un Catulo que también ensatta aposiciones:
«Cinaede Thalle, mollior cuniculi capillo,
ve! anseris medullula
ve! imula oricilla,
ve! pene languido senis situque araneoso ... » (36).
A estos ejemplos cabe
agregar el credo cristiano, extensa enun­
ciación de las personas de la Santísima Trinidad, o esta oración
de Gemisto Pletón:
8sS 'Jta11evÉLop; 1tavuTCép"CatE, · ee~x.e, 'Jttl}LJJ.Í'flCJ"CE ~a­
atAeü, Ü~ta-re, '1CavolxttpfLOV, ipt1.avfJpro'1CÓttrCe µ.dve xal
oop.'lta6Éatate, ó,c; dv;Etx.vlaa'tov, file; dveEepet>v1¡"Cov
xal licpatov [tó] Tjic; ,'lle; d¡aOóu¡to<; 1tilaroc;, r¡ dim­
po<; <¡> Añadamos el «Retrato de la amada», soneto de Francisco
Berni, donde las aposiciones burlescas, patodia del Bembo,
se
suceden casi sin interrupción:
«Chiome d'atgento fine, irte ed attorte
Senz'arte intorno ad
un bel viso d'oro ...
Occhi di perle vaghi, luci torte: ..
Ciglia di neve; e quelle ond'io m'accoro,
Dita e man dolcemente grosse e corte
....
Labbra di latte; bocea ampia, celeste;
Denti d'ebano,
rari e pellegrini».
Sin duda que, en número y variedad, la lujuriante
riqueza del
B"'agavadgita casi no admite cotejo con la parquedad occiden­
tal, siendo además esta última menos imaginativa que aquélla;
pero el principio tropológico es el mismo, pues s6lo varía la for­
ma de realizarse.
De otro lado, la polisemia surge en castellano ya antes de
San Juan, fundándose en metáforas, patonomasias,
homofonías,
sinonimias, cuyo atrevimiento depende sólo del ingenio del autor.
el metro yámbico de los pies~ que les da a los versos un ritmo rápido
de danza.) (36) Cármenes, XXV, vs. 1 y sigs. (37) «Plegaria al Dios único», en Tratado de las leyes (Parls, 1982),
apéndice I. ( «Dios padre universal, el superior a todo, el eminente, el
más grande señor, d. sublime, el misericordiosísimo, el soló amantísimo
de los hombres y omnicompasivo, ¡cuán irrastreable, cuán ininvestigable e
inefable el piélago de tu amor, la filantropía sin límites!»)
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APOSTILLAS A UN LIBRO SOBRE SAN JUAN DE LA CRUZ
Parecería, a juzgar por ciertos críticos, que el carmelita injertó
una planta extraña en una lengua que hasta entonces habíase
limitado a llamar
pan al pan, y que, no habiendo prendido el
injerto, volvió el patrón a la insipidez original. No sabemos, en­
tonces,
cómo juzgar, por ejemplo, estos versos de Garcilaso:
«Tu templo y tus paredes he vestido
de
mis mojadas ropas, y adornado,
como acontece a quien ha ya escapado
libre
de la tormenta en que se vido» (38);
ni qué decir del lenguaje de Quevedo y de Baltasar Gracián,
poliedros
semánticos de asombrosa variedad e inesperado efecto.
Porque el lenguaje barroco, con su caleidoscópica diversidad,
nada tiene que envidiar a
las posibels conJbinaciones de un idio­
ma que,
como el árabe, mediante el simple cambio de vocales, man­
teniendo incólume el
orden y número de las consonantes radi­
cales, puede alterar por completo el sentido de las palabras y
llevar a cabo los
retruécanos más agudos y sorprendentes (39).
Las
analogías, juegos de dicción, ingeniosidades y demás, háganse
como se hicieren, usando el sentido místico de un vocablo o el
vulgar, la pronunciación,
los conceptos, las imágenes o cualquier
otro elemento, brotan siempre que se desarrolla una literatura,
con mayor o menor chispa y propiedad, conforme al talento de
los autores.
El propio lenguaje autogenerante que señala el libro como
característico de San Juan y opuesto a «la lengua unívoca y
limitada de
sus contemporáneos europeos» (40), y del cual con­
cretamente da el ejemplo de «noche» y de «lámparas de fue­
go» (41), o
sea el ir desgranando metáforas de metáforas, igual
que en
los retablos barrocos surgen volutas de volutas y planos
de planos, ese lenguaje también
se halla en poetas respecto de
los cuales hay que advertir que, si sufrieron la influencia árabe
o judía, no fue de un modo
especialísimo ni abrumador, como
se pretende con San Juan. En un soneto del capitán don Francis­
co de Aldana dedicado a
su hermano, se refiere el autor a la
ausencia de aquél y manifiesta su tristeza con nueve tomparacid­
nes, cosa ya notable, puesto qne el poemita no consta más que
~e catorce líneas; pero, además, un tropo se desenvuelve en
(38) Soneto VII, vs. 5 y sigs.
(39) LóPEZ-BARALT: op. cit., pág. 221.
(40)
Op. cit., p,lg. 21. .
(41) Op. cit., págs. 75 y sigs.
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MARIO SORIA
otros, hasta quizá por un instante perderse de vista el objeto de
los versos:
«Cual sin arrimo vid, cual planta umbrosa
viuda del ruiseñor que antes solía
con dulce canto, al parecer del día,
invocar de Titón la blanca esposa ... » (42).
Sin embargo, Aldana nunca
se extravía, no obstante sus
correrías tropológicas. Mucho menos, San Juan, cuya prosa está
claramente dirigida a
exponer el camino de la contemplación y
sus vicisitudes, incluso a veces hasta con machaconería y repeú­
ción de términos, como si el autor estuviese mucho más deseoso
de la exactitud que de la variedad y la elegancia del léxico.
El lenguaje místico está impregnado de equivocidad.
Si bien
se mira, todo lenguaje está en la misma situación, supuesto que
se considere ser la palabra designación fundada de una cosa o
expresión del pensamiento, no sólo mera significación arbitraria.
El paso de
la realidad material al concepto y la manifestación
oral de una idea dan por sentada una metamorfosis semántica
que,
al· mismo tiempo que dota de ciertos caracteres a lo signi­
ficado,
lo priva, siquiera parcialmente, de otros. Pero concreta­
mente la lengua del misticismo funde y confunde sentidos que
en apariencia nada tienen que ver unos con otros y que corres­
ponden a cerradas individualidades, a átomos significantes.
Así,
cuando Cristo afirma: « Yo soy la vid y vosotros los sarmientos»
(Juan, XV, 5), «Quien come mi carne y bebe mi sangre, en Mí
mora y Yo en él» (Juan, VI, 57), o Cuando escribe San Pablo:
«Vivo yo, mas no yo, porque vive en mí Cristo» (Gal. II, 20),
no emplean metáforas para
expresar una identidad moral, sino
que
se refieren a una verdadera participación ontológica, que
parece absurda
si no se atiende a su origen.
Investigadas desde este punto de vista la teología y la litur­
gia bizantinas, hallaríanse también infinidad de
formas significa­
tivas similares, que superan el simple artificio retórico para con­
vertirse en medid de expresión del misterio cristiano. Particular­
mente
es ejemplo de lo que afirmamos el dogma de la Santísima
Trinidad, donde ( tal como lo
exponen San Gregorio de Nisa,
San Juan Damasceno, San Máximo, entre otros) los mismos
conceptds puede decirse
que coinciden y difieren, significan igual
cosa y la contraria,
al modo de círculos móviles, ora concéntri­
cos, ora secantes o tangentes, no dejando, sin embargo, nada de
(42) FRANCISCO DE ALDANA: Poeslas castellanas completas (Madrid, 1985), XXXIV, vs. 1 y slgs.
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APOSTILLAS A UN LIBRO SOBRE SAN JUAN DB LA CRUZ
equivoco, porque los autores afinan, repiten, aclaran, pero tODI­
bién explayan los aspectos contradictorios de la an,bigüedad. Así,
empleando los recursos de una lengua
extremadan,ente maleable
por su flexión y la abundancia de prefijos, amén de muy expre­
siva y, por lo tanto, capaz de gran concisión, los escritores usan
palabras casi idénticas, que apenas
varían, pero cuyo sentido es
muy diverso, según el caso oblicuo o si está o no prefijado un
término. Huelga decir que tal
an,bigüedad no se refiere sólo a
las palabras y
lds conceptos, sino que corresponde tan,bién a las
cosas designadas. Y como las fórmulas
trinitarias, no se deter­
minan de forma distinta las relativas a
la encarnación, síntesis de
lo finito y lo infinito, del hombre y Dios, y a la deificación,
simbiosis del fiel y Cristo, incorporación misteriosa de una vida
inferior en otra,
superior.-De igual modo, la teología de Occiden­
te proporciona ejemplos abundantes de
un lenguaje que fuerza
el significado, con el
fin de hacer concebible una situación anó­
mala. Valga como prueba de ello este pasaje de San Agustín,
donde el pensamiento pendula violentamente entre dos extremos
morales y ontológicos, demostrando así, maestría literaria aparte,
la diferencia abismal que separa a Dios del hombre y a la virtud
del pecado: «Sero te
an,avi, o pulchritudo tan, antigua et tam
nova, sero te amavi ! Et ecce intus eras, et ego foris, et ibi te
quaerebam, et in ista formosa quae fecisti, deformis irrueban,.
Mecum eras, et tecum non eran,. Ea me tenebant longe a te,
quae si in te non essent, non essent» (43).
Por lo tanto, el caso
de San Juan de
la Cruz no es más que un desarrollo, siguiendo
la cultura de su época y su propia sensibilidad, de esta forma
semántica que desborda
an,plian,ente la univocidad significativa.
Amén de que
el propio lenguaje de los sentimientos profanos
se complace con la paradoja y las antítesis. Lope de Vega, por
ejemplo, describe magistralmente
el amor merced a contradiccio­
nes reales, no inventadas, que no se anµlan entre si ni compo­
nen un absurdo, sino que indican una verdad superior, corres-
(43) Confesiones, lib. X, § 38. («Tarde te amé, ¡oh hermosuta tan
antigua como nueva!, tarde te amé. Y, ved, Tú estabas dentro, y fuera,
yo, y aquí te buscaba; y en las cosas hermosas que hiciste, yo, deforme,
irrumpía. Estabas conmigo,
pero yo no contigo. Lejos de Ti me retenía
aquello que,
si en Ti no estuviera, no serla».)
Aclaremos,
para algún ofuscado-o malpensado, que esta dialéctica nada
tiene que ver con la de Hegel.
El alemán llevó la abstracción hasta sus
últimas consecuencias, vaciando de conteni_do las ideas, pero pretendiendo
dej81'les la ambigüedad propia de lo. real y concreto, y, lo que es peor,
intentando comprender lo real mediante las nociones asf empobrecidas. En
cambio, la teología cristiana piensa siempre ontol6gicamente.
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J),lA"RIO SORIA
pondiente a un ser heteróclito, más cierto en su proteica variedad
que cualquier ecuación matemática:
«Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso ... »,
y así hasta el final del soneto. La intuición del español puede
corroborarse con impresiones similares, que juntan toda clase de
contrarios,
sacadas de Eurípides, Ovidio, Dante, Catulo, Miguel
Angel Buonarrotti, Leopardi, Petrarca, Goethe, Racine, Metas­
tasio, etc.
Otra peculiaridad de San Juan indica el libro, peculiaridad
de la que luego se buscan los orígenes semitas: cierta incoheren­
cia en la sucesión de las estrofas del Cántico y la substituibilidad
de unas por otras, o
sea el poder cambiarlas de orden sin que se
altere el significado por el contexto, característica que se extien­
de también a partes enteras de la glosa correspondiente ( 44 ).
Esta curiosa propiedad que, ciertamente, San Juan en la obra
citada la extrema, no
es tampoco privativa de él. Para corrobo­
rar lo que decimos, examínense los tercetos de la elegía sexta
de Fernando de Herrera y se verá que muchos pueden mudar
de sitio sin que sufra el significado del conjunto, tercetos que
se sujetan al orden que les asignó el autor, sólo merced al juego
alternado de la rima, o sea de forma completamente artificiosa
y exterior ( 45). Mayor todavía
es la posibilidad de mudanzas en
la
«estanza» primera del mismo autor, donde las octavas reales
repiten lamentaciones, siendo
tan tenue el hilo argumental, que
quizá sólo la estrofa primera y las dos últimas tengan un lugar
firme. (46).
Quienes se admiren de esto o lo encuentren no más que en
un solo poeta, nada saben del lenguaje del verso. Creen. que la
poesía antiguamente
se desarrollaba con la rigidez de la Etica
de Espinoza o de los versificadores parenéticos, no diciendo nada
cuyas premisas no
se . hubieran sentado, no estando nada nunca
salvo en su sitio. Olvidan, sin embargo, que hasta en los libros
de pensamiento puro, en las exposiciones científicas, en los
ma­
nuales pedagógicos hay muchísimo de arbitrario, no sólo confor­
me a la conveniencia del escritor, sino atendiendo a
los diversos
(44) LóPEZ-BARALT: op. dt., págs. 21 y sigs.
{ 45) FERNANDO DE HERRERA: Poeslas { edici6n de Viceote García de
Dieg0; Madrid, 1970), págs. 126 y sig.
{ 46) Op. cit., págs. 169 y sigs.
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APOSTILLAS A UN LIBRO SOBRE SAN JUAN DE LA CRUZ
puntos de vista. · Y se olvida, . igualmente, que la poesía por lo
general no discurre rectilíneamente: lo hace por saltos, retornos,
sorpresas, anticipaciones, obediente a la
imaginación y el senti­
miento. Para entenderla y dirigirla ha la
raz6n de lidiar con
briosos caballos y no siempre logrará dominarlos.
La disconfor­
midad que a
veces se observa. entre la poesía y la prosa de
San Juan nace del fundamento heterogéneo de ambas; pero las
discordancias parciales no impiden
.el acuerdo superior, la sín­
tesis de verso
y glosa, lírica y teología, espontaneidad y sistema,
inventiva
semántica y sujeción al dogma, contemplación y teoría
de la contemplación, amor y sabiduría.
Por último, se pregunta uno
si no resulta excesivo el afán
de los críticos literarios de husmear antecedentes de cualquier
idea, comparación o sentimiento notable que encuentren en
un
escritor. No hay duda de que es útil detectar tales influencias,
aunque no fuese
más que para aclarar lo que un texto dudoso
quiera decir; pero,
¿ no se concibe que los áutores, además de
consultar modelos, tienen inventiva?
¿ Es necesario reducirlo
todo a una especie de espurio tradicionalismo, cuyo origen vaya
uno a saber en qué
PÚtrida fuente sociol6(¡ica, racial o política
se oculta? Además, la influencia es algo etianescente, que cabe
probar cuando se menciona literalmente la. persona o libro del
que
se ha sacado cierto concepto; sin embargo, caso de haberse
leído o escuchado, pero después olvidado, una idea, de tal
ma­
nera que quepa admitir una brumosa causalidad inconsciente,
¿ también hablaremos de influencia? Y si se trata de ideas que
circulan por un medio
cultural,. si bien no se encuentran en es­
crito alguno o el autor no ha llegado . a conocerlas claramente,
¿ le daremos a esa etérea huella tanta importancia como para re­
bajar el mérito . de un poeta o de un contemplativo? ¿ Basta sa­
car de debajo de cualquier piedra un indicio para construir todo
un andamiaje
teórico, sin investigar la peculiaridad de un escri­
tor
y otras circunstancias que señalen, no el limitado juego de
causas y efectos verbales, sino la coincidencia respecto de un
gran saber universal, nacido de la común naturaleza
y de una
revelación general?
De otro lado, todo influjo que no se traduz­
ca en mera repetición, se transforma y asimila mediante la ac~
tividad del portador nuevo de la idea. Esta transformación, ¿ no
produce a veces, en lugar de la continuación o conservación de
lo transmitido, más bien una repulsa o un efecto opuesto a la
causa original? E incluso suponiendo tal conservación, . ¿ no se
asiste al nacimiento de algo nuevo, que tiene mucho más de
quien lo da a luz que del lejano inductor?
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