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Número 293-294

Serie XXX

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Vito-Tomás Gómez García, O.P.: El cardenal Fr. Manuel García y Gil, O.P., Obispo de Badajoz y Arzobispo de Zaragoza (1802-1881)

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
tridentina. Al gran poeta y humanista se une para completar su
personalidad, emblemática para los tiempos que corren, del es­
p!ritu que se muestra implacable con los iletrados pretenciosos
y los ingorantes en
la cátedra, con los escolásticos estériles, los
esp!ritus incapaces de cualquier tipo de apertura y de libertad de
pensamiento.
Las injusticias y el sufrimiento le impulsan a ser­
vir a la verdad y a
Cristo. La prueba difícil se transforma en él,
en luz y salvación y capacidad reflexiva y creadora. De las ma­
nos de los que quieren perseguirle, él sabe sacar el bien máximo.
La reflexión filosófica y su transparencia poética, hace de
Fray Luis, según Guy,
un precursor de un existencialismo cris­
tiano. Entre
él y otro salmantino ilustre, Unamuno, un puente
se establece, a través de siglos de grandes intensidades, pero
también de espacios vacíos. Los nombres que él forja, no perte­
necen ni a los nominalistas, ni a los estructuralistas que del no­
minalismo muchos se nutren.
El filósofo de los nombres de ple­
nitud será para Guy «un mendicante del azul», según
la expresión
de
Mallarmé. El expresa una nueva visión del mundo y realiza
una nueva experiencia metafísica. En el centro de su filosofía
está
la idea de la perfección espiritual, la paz, la. salvación y la
armonía en el sentido musical de la palabra. Una pluralidad de
imágenes susceptibles
de converger en una sola imagen. Para la
estética filosófica de hoy, que ha sabido hallar en Ockham una
anticipación, un acercamiento al mundo reflexivo e imaginativo
de Fray Luis
de León hubiera sido por lo menos de la misma
utilidad
como clave interpretativa en todo proceso perteneciente
al mundo de la creatividad.
JORGE UscATESCU.
Gómez García, Vito-Tomás, O. P.: EL CARDENAL
FR.
MANUEL GARCIA Y GIL, O. P., OBISPO DE
BADAJOZ Y ARZOBISPO DE ZARAGOZA (1802-1881) (*)
La historia eclesiástica de la España · reciente, y más concre­
tamente la de nuestros. obispos, ha sido un yermo. Importantí­
simas figuras del episcopado español carecen aún hoy del menor
estudio biográfico y ello repercute en notables carencias
de
nuestra historia general contemporánea, dado el notable papel que
la Iglesia ha jugado en ella.
(*) Valencia, 1990, 944 págs.
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INFORMA.CION BIBLIOGRA.FICA.
La obra de la que ahora damos cuenta, extensísima en pági­
nas e información supone
un paso importante que ojalá sea
seguido por otros historiadores que, si son tan serios en sus
es­
tudios. como el dominico G6mez García, contribuirán a paliar
tan llamativa laguna.
.
El cardenal García Gil

fue
un gallego de 1802, cuya larga
vida
-fallecía en 1881-, es un excelente hilo conductdr para
seguir la agitada historia española del siglo
XIX. La guerra de la
Independencia
es el período de su infancia. El Trienio liberal,
con· toda su carga antirreligiosa, le hallará terminando sus estu­
dios eclesiásticos.
Se ordena sacerdote con la restauración fernan­
dina poco después de ingresar en la orden dominicana.
La gran tragedia eclesial y cultural que fue la
desamortiza­
ción
le llega cuando contaba algo más de treinta años y le reduce
a la condición de exclaustrado. Desde ella
comenzó a destacar
nuestro exfraile. Las intrusiones en el gobierno de las
diócesis,
una de las características de los gobiernos liberales que llevó a
situaciones cuasi cismáticas, dieron
ocasión a que García Gil de­
fendiera los derechos y la libertad de la Iglesia frente a las pre­
tensiones
de las autoridades que querían gobernadores de las
sedes vacantes o impedidas, que llegaron a ser la inmensa
mayo­
ría de las de España, dóciles a la política antieclesial.
Tras el concordato de 1851 entre Pío
IX e Isabel II, la Igle­
sia española
entró en un época de tranquilidad que se había
iniciado
años antes con los primeros gobiernos moderados des­
pués del derrocamiento de Espartero. Se pudieron nombrar obis­
pos para las numerosisimas diócesis vacantes cuyos titulares ha­
blan fallecido y en 1853 es creado García Gil obispo de Badaj02.
Poco iba a durar la tranquilidad de la Iglesia, pues al año si­
guiente de su nombramiento, el bienio liberal resucita los viejos
fantasmas antieclesiales y desamortizadores.
El nuevo obispo se
manifestó· contra la libertad de cultos que postulaba la Consti­
tución en sintonía con
sus demás hermanos en el episcopado.
Y tuvo las naturales dificultades con los
representantes del Go­
bierno y las autoridades locales en defensa de los bienes de la
Iglesia amenazados
y de los conventos de religiosas que las re­
nacidas ideas desamortizadoras querían suprimir.
Breve fue su
aprendizaje episcopal, pues en 1858 era nom­
brado arzobispo de Zarag@a. Y, como en Badaj@, a poco de
tomar posesión, tuvo que enfrentarse con un grave problema
político: el de la «cuestión
romana»; ·
El arzobispo de Zaragoza sostuvo desde el primer momento
los derechos del Papa sobre sus Estados con actitud decidida.
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
Que se reflejó en pastorales, donativos y visitas a Roma. Cuandd
O'Donnell, que presidía en 1865 un gobierno de
la Uni6n Libe­
ral, reconoció el nuevo reino de I talla, estalló la indignación de
los obispos y de muchos católicos españoles.
Sin embargo, Gar­
cía Gil en esta ocasión calló pese a que antes de producirse
el
reconocimiento había representado a la reina su esperanza de
que no avalara con su firma el acto diplomático. Al año siguien­
te, 1866, volvemos
ya a encontrar actuaciones del arzobispo
solidatizándose con el Papa reducido a la ciudad de Roma. Y en
1867 vuelve a viajar a la ciudad pontificia, lo había hecho
ya
en 1862, en inequívoco apoyo al Papa despojado.
En 1864, con motivo de la publicación de la encíclica Quanta
cura
y del Syllabus, debemos anotar un enfrentamiento de los
obispos españoles con
las reliquias del viejo regalismo. Las nor­
mas vigentes en España no
permitían publicar los documentos
pontificios sin el previo placet. Nuestros prelados vieron la oca­
sión de desembarazatse de esta pesada losa que coartaba gravemen·
te su libertad pastoral y varios de ellos publicaron la encíclica sin
la previa autorización del Gobiemd. Entre ellos
el arzobispo de
Zaragoza.
La revolución de 1868 supuso la caída del trono y la perse­
cución a la Iglesia.
La primera· actitud de García Gil fue con·
ciliadora con el nuevo régimen y colocaba a
la Iglesia por en·
cima de
los avatares políticos. Pero los acontecimientos le for­
zaron .a intervenir. Uno de sus sufragáneos, el obispo de Huesca,
habla sido expulsado de la diócesis por la Junta revolucionaria
y
García Gil escribió al ministro Romero Ortiz en favor del
preladd. También escribió al nuncio con motivo de
la actitud hostil
del gobierno y del populacho. El 7 de noviembre, en carta al
ministro de Gracia y Justicia, lamenta los decretos referentes a
seminarios, conferencias
de San Vicente de Paúl, jesuitas y, so­
bre . todo, el que suprimía las órdenes relgiosas. El arzobispo
reivindicaba la validez del Concordato de 1851 y pedía la revo­
cición de aquellos decretos. Poco después defendía la unidad
católica y protestaba de
la incautación del patrimonio artlsticd
y documental
de la Iglesia.
· El 29 de marzo de 1869 firmó con el obispo de Huesca y
autorizado por
sus sufragáneos de Pamplona, Tarazana, Jaca y
Terne!, una representación a las Cortes Constituyentes pidiendo
la conservación de la unidad católica. Y en agosto de ese mismo
año publicó
una pastoral de carácter conciliador recomendando
la sumisión debida a las autoridades, en obediencia a lo que re'
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lNFORMAClON BIBLIOGRAFICA
clamaba el regente general Serrano. No era un prelado demasiado
valeroso. Con respecto al juramento que exigía el Gobierno, amenazando
con gravísimos males al eclesiástico que no lo prestara, García
Gil, que había salido hacia
Roma para participar en el Concilio,
manifestó a su gobernador que él no lo prestaría. Creemos que
el estar rodeadd de una serie de obispos más decididos que él
le llevó a esta resolución. De haberse encontrado en Zaragoza
tal
vez. se hubiera indinado a las posturas contemporizadoras de
unas instrucciones llegadas de Roma.
En enero de 1870 firmó con los obispos españoles que se
encontraban en el Concilio la protesta por el matrimonio civil.
Firmó también la exposición de nuestros prelados sobre el jura­
mento de
la Cdnstitución (26 de abril) y sobre los proyectos en
materias eclesiásticas (27 de abril), abiertamente antigubernamen­
tales.
Se mostró poco favorable al reconocimiento de Amadeo
de Saboya. Y alertó a sus fieles contra la publicación madrilefia
El Grito de Guerra. Eco de los obreros.
La Restauración supuso una clara mejoría de las relaciones
Iglesia-Estado. Y en ese contexto fue elevado al cardenalato
García
Gil en los últimos días de Pío IX (1877). Nada dice el
biógrafo de su actitud ante el
artículo de la Constitución cano­
vista referente a
la unidad católica y que tanta conmoción causó
1'11 nuestra patria. Tal vez fuera una consecuencia más de su ca­
rácter conciliaddr. .
En el Concilio Vaticano representó un digno papel y fue uno
de los miembros de la importantísima
comisión De fide, en la
que fue el obispo que reunió el mayor número de votos de sus
compañeros. . .
No hemos hecho mención de su celo pastoral ni de sus vir­
tudes, aunque en la obra baya no pocas referencias a ello. Nos
parece
de menos interés para la historia de España, si bien la
tienen mucha para
la del biografiado. ·
Es, por todo lo expuesto, un excelente estudio que es de de.­
sear sirva de estímulo a otros que contribuyan a · paliar las lla­
mativas penurias de nuestra
historia eclesiástica que tanta inci­
dencia tienen en la general de España.
FRANcrsco JosÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA.
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