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Número 293-294

Serie XXX

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El dinero del poder ¿Razón para un cambio constitucional?

EL DINERO DEL PODER
¿RAZÓN PARA UN CAMBIO CONSTITUCIONAL?
POR
FRANCISCO DE GOMIS
Un libro recientemente publicado me suscita sugerencias y
recuerdos.
La mayor parte de los hombre se mueven por apeti­
tos. S6lo unos pocos son capaces de abanderar los grandes ideales.
Es responsabilidad de éstos tratar
de conseguir que en el entorno
social de cada
circunstancia hist6rica no prevalezca un torrente
impetuoso de apetitos, sino que éstos se encuentren limitados y
encauzados al servicio del bien común, que
es el mejor bien po­
sible para cada individuo. Es la clásica definici6n de la Ley:
ordinatio rationis ad bonum comunae, la ordenaci6n de la raz6n ·
al bien común. Resultará siempre una degradaci6n del bien co­
mún, la arbitrariedad de la Ley, es decir, que ésta deje la norma
que
ha de aplicarse en cada caso al arbitrio de unos pocos
hombres.
Por eso, en los inicids de la vigencia de la Ley Constitucional
en los Estados Unidos, en el
año 1803, el juez Marshall, del Tri­
bunal Supremo de Washington, en una importantísima sentencia,
intetpreta y define la Constituci6n de los Estados Unidos como
una naci6n que «se rige por leyes y no por hombres».
Desde el siglo
XVIII se vive una profunda crítica· y revisi6n
de los fundamentos jurídicos de la sociedad con la secuela de
enfrentamientos sanguinarios y
dramáticos que han venido agitan­
do nuestra vieja Europa a partir de la Revoluci6n francesa. Estos
sucesivos enfrentamientos han sido abanderados bajo aspectos
parciales de
la realidad jurídica o sdcial, capaces de movilizar
amplios sectores de opini6n manejados como palancas de fuerza
por las sucesivas élites o minorías que han pugnado principal­
mente por establecer
su personal autoridad y poder por encima
de las consideraciones
más fundamentales exigibles para el bien
común. Esto
se ha venido produciendo en las diferentes escalas
de la jerarquía política,
con la tendencia, en muchos casos, de
atribuir a esta jerarquía unas facultades
excesivas, rayanas en la
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FRANCISCO DE GOMIS
arbitrariedad y con menosprecio de la prioridad de la Ley como
expresión de
un profundo y ético análisis de las necesidades del
bien común.
* • *
El libro al que me refería al comienzo de estas reflexiones
se titula «El dinero del poder. La trama económica de la España
socialista». Son sus autores José Díaz
Herrera y Ramón Tijeras.
Es una historia sobre el insoslayable problema del «amiguismo»,
penetrando en las mismas estructuras del Estado, en detrimento
de
un recto ordenamiento jurídicd, con casos escandalosos de
distorsiones y cohechos que afectan a las distintas actividades
re­
gidas por el Estado: venta de armas, suministros de petróleo,
contratos de limpieza municipal, cambios de calificación del
apro­
vechamiento urbanístico del suelo, subvenciones multimillonarias,
creación, adquisición y control de medios de comunicación
so­
cial, cesiones subvencionadas y sin adecuado control de bienes
del Estado, que originan entiquecimientos de fábula, con la
con­
siguiente cohorte de intermediarios y comisiones millonarias, etc.,
· en muchos casos, según parece, para obtener beneficios y comisio­
nes que ayuden
a financiar a los respectivos partidos políticos.
Se trata de un voluminoso estudio de 700 páginas, con unas
2 .000 personas o entidades citadas en las 22 páginas de su
mdi­
ce onomástico final. Supone un !mprobo y minucioso trabajo que
no
se ha realizado para otras épocas de nuestra historia, y que
por la concreción de datos referentes a sociedades, y a sus titu­
lares, actividades, inscripciones registrales, cifras barajadas,
ges­
tiones e influencias analizadas, y sus resultados sotprendentes
-muchas veces extraordinarios, otros escandalosos por su im­
portancia y efectos-nos hacen presumir que no es un trabajo
banal, sino realizado concienzudamente,
con un afán objetivo de
conocimiento y de información, en cuanto refleja una realidad
política, derivada
de unos planteamientos jurídicos que tienen
penosísimos
efectds de alcance social y moral. Es un esfuerzo
meritorio que ofrece una panorámica urilísima para reflexionar
sobre sus causas, efectos y posibles remedios, y para estimular a
todas las fuerzas políticas, de cualquier naturaleza, a luchar por
su remedio.
Yo diría que es un libro que no tiene color político. En él
aparecen muchas personas puestas en
entredicho que pertenecen
al Partido Socialista, unas que figuran
entre sus jerarquías polí­
ticas,
otras que han abandonado estas jerarquías· para integrarse
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EL DINERO DEL PODER
en lo que llaman actividad privada, y ello se produce en el ám­
bito nacional, autonómico d municipal, con implicación de jetar­
quías en
cuyas manos está la potestad de las resoluciones que
reparten
riqu= o congdación sobre varios aspectos de la econo­
mía nacional, especialmente por las desmedidas atribuciones con­
cedidas por la Ley del suelo a unas pocas autoridades políticas
y funcionarios administtativos, en
las que existe un amplio mar­
gen
de discrecionalidad. Pero hay también en el libro la denuncia
de ottas personas que no pertenecen al Partido Socialista, inclu­
so militantes de su más acusadora opisición. Hay empresarios y
banqueros que por hallarse situados en el Olimpo de la riqueza
merecen acaso menos comprensiva consideración, al pugnar con
avidez sembrando cohecho y corrupción ; todo lo cual se denun­
cia en el libro con una enumeración circunstanciada que produce
estupefacción.
A
veces se hace cansada la lectura de tanto «caso» y de tanto
conocido, «compadre» o «emparentado», con el resultado de en­
riquecimientos especulativos espectaculares,
pdr lo que los hechos
que va denunciando resultan
por otro lado apasionantes, pues no
se trata ya de hechos aislados, sino de algo que por su abun­
dancia
se manifiesta como una enfetmedad de alcance político,
con el consiguiente menosprecio y adulteración del Estado de
Detecho y con el frecuente predominio de la arbitarriedad, todo
lo cual surge como mensaje del citado libro. Y podemos predecir,
sin pretender ocasionar escándalo, que con mayor
d menor inten­
sidad,
podrían producirse las mismas corruptelas denunciadas,
cual quieta que
sea el partido político en el podet, mienttas no
se corrijan los evidentes defectos intervencionistas del ordena­
miento jurfdico, con una correlativa y adecuada objetivación y
el consiguientes amparo legal, y mienttas no se restaure el pres­
tigio y la respetabilidad de la moral pública y privada.
Muchas de
las actuales estructuras jurídicas intetvencionis­
tas o estatistas proceden
.de los primeros veinte años del fran.
quismo -que todavía no han sido derogadas-, como la Ley
del suelo -hoy sustituida por la nueva que, en este aspecto
ha acentuado ese prestarse a arbitrariedades mayores
aún-, y que
se hallan actualmente al setvicio de las grandes empresas de · la
construcción, convettidas así en los verdadetos lobos de la especu­
lación de la vivienda; primero, al quedar libres de toda la concien­
zuda competencia del ahorro privado, que antes monopolizaba esta
invetsión ( con la consiguiente
abundancia de viviendas y correlati­
vo abaratamiento de los alquileres), de cuya actividad se desvió ma-
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FRANCISCO DE GOMIS
sivamente el pequeño ahorro por el escarmiento y expoliación
ocasionadas
por la congelación de alquileres y por la falta de con­
fianza en el legislador; y en segundo lugar, como consecuencia de
la
Ley del Suelo y de las sucesivas modificaciones de dicha Ley,
que, sin emplear antes las facultades de control de que disponía
la
Ley vigente en cada caso, y obedeciendo a los intereses especu­
lativos de
las grandes empresas, fue disminuyendd y asfixiando
las posibilidades de la iniciativa privada, mediante exigencias de
carácter
fiscal y plazos cortos de imposible cumplimiento para los
pequeños, eliminando así toda competencia en favor de las
ini­
ciativas de los grandes capitales, que han provocado un aluvión
incontenible
de construcciones sin estética ni control, sin aquella
buscada
y necesaria solidez y permanencia del pequeño ahorro, y
en perjuicio de la colectividad, que a falta de vivienda en el mer­
cado
se ha visto abocada por necesidad a sufrir un monopolio cu­
yos fabulosos beneficios han originado en pocos años fortunas es­
pectaculares, que surgen como setas, y que constituyen grupos de
presión que son socialmente perniciosos bajo todos los aspectos,
realizando incluso
la especulación del sueld urbanizado por ellos
que venden
al pequeño constructor con singular abuso y provecho.
Esta situación legal provoca aventura, cohechos y corrupción,
elimina la competencia, disminuye la oferta de viviendas de alqui­
ler, la encarece y priva a
la sociedad de la fuente más estable y se­
gura del ahorro privado, deseable en un Estado de Derecho bien
constituido, privando a este ahorro de unos razonables beneficios,
que hace suyos, multiplicados por
la especulación sin competencia,
la
gran empresa avasalladora que surge de esta desacertada legis­
lación.
* * *
Estos problemas debiera proclamarlos con claridad y tener
estudiados una verdadera alternativa de poder. No parece posi­
ble la subsistencia de una situación política, de una partitocracia
de cualquier color, sin arraigo social, sin afiliación política, sin
colabdración económica de dicha afiliación, suficiente, en forma
de cuotas voluntarias, en cuyo defecto los partidos necesitan
sub­
vencionarse con ayudas millonarias estatales, que ·con ser extra­
ordinarias, no cubren ni remotamente su insaciable voracidad, y
así vemos
· en el libro comentadd que la casi unanimidad de los
partidos aceptan
financiarse por medios ilícitos, quedando los
cauces legales
sometido~ a los grupos de presión, en detrimento
de
más modestos intereses; y suscitando una legión de interme­
diarios, que
sdn los vivos de siempre que ven a su alcance unos
enormes beneficios personales a realizar.
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EL DINERO DEL PODER
Y aun no resultan suficientes los subsidios y las presiones
interesadas para financiar a los partidos ; los diferentes clanes
po­
líticos luchan por el control de casinos y loterías, que se ofrecen
como
un maná al pueblo español, a través de la televisi6n, desde
que en 1978 el Gobierno de U.C.D.
despenaliz6 el juego en Es­
paña.
Según resulta de este libro, en 1989 los españoles gastaron
588.000 millones
de pesetas en lotería, es decir, 75.000 pesetas
por habitante
y año, en lugar de haber encauzado esa fuerza eco­
nómica para educar a los españoles en el trabajo y en el ahorro.
S6lo se habla de ocio, de derechos, de
un maná gratuito bajo el
espejuelo del milagro económico, y
de enriquecimientos millona­
rios individuales, fruto instantáneo del juego
de azar, no de la
propia formaci6n, esfuerzo y actividad creadora. Tal cúmulo de
circunstancias negativas,
¿ no obligan a considerar la necesidad de
una revisi6n fundamental de la legislación
y aun del sistema polí­
tico adoptado?
Al acabar la lectura
del libro vienen a la memoria las palabras
del gran político catalán Francisco Cambó, referidas a comien­
zos del siglo: «Cuando se inici6 nuestra vida política, los partidos
turnantes eran ya una
'birria'. No tenían ni programa, ni caudi­
llos, ni masas.
Eran sindicatos de concupircencias para el usufructd
del poder. Nunca nosotros llegamos a decir lo que de ellos dijo
Maura
... » (Meditacions, edit. Alpa, pág. 296 ). Análogamente se
expresa, por aquellas mismas fechas, uno de los más grandes
pen­
sadores contemporáneos de la lengua catalana, Dr. Torres y Bages,
a la saz6n obispo de Vich:
«Los años de gobierno parlamenta­
rio, sistema artificioso y de gran vanidad, bajo el brillante en­
gaño de unas elecciones ciegas e inconscientes, fundadas
en la
materialidad del número de votos, han ido formando una verda­
dera oligarqu!a, que ha conseguido tener a la nación en sus
ma­
nos, mejor dicho, debajo de sus pies, que ya no es gobierno re­
presentativo y ni siquiera parlamentado, pues ninguna correspon­
dencia existe entre
los legisladores y el país que representan, ni
en las deliberaciones públicas obtiene
ningún resultado la cien­
cia ni la elocuencia; unos cuantos, formando sociedad para la
explotación del país en su provecho, bajo la denominación de
partido tal o
cual, han llegado a hacer suyo el gobierno de la
naci6n, y
por turno o por violencia quieren gozar de las ventajas
del poder. La mentira de que sea el
parlamentarismo el gobierno
del país
por el país, es hoy evidente para todos, siendd una vieja
fórmula que incluye
lo contrario de lo que dice. Los ciudadanos
más virtuosos y rectos están casi alejados de la vida política,
siendo una regla general, que naturalmente tendrá loables excep-
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FRANCISCO DE GOMIS
clones, que la mayor parte de los que van a la política es para
pescar, constiyendo un oficio y un modus vivendi de un conjunto
de hombres que en su inmensa mayoría tienen
escasa significa­
ción en
la propiedad, en la industria, en el trabajo o en la ciencia
nacional. Estamos
quizás condenados a rener gobiernos oligárqui­
cos, porque no existe ninguna aristocracia; la oligarquía es una
aristocracia espúrea, y, por lo tanto, desastrada ... » (La Tradició
Catalana, edit. Ibérica, 1913, pág. 112, 113 ). Y más adelante
añade: «sus caudillos generalmente adquieren
el dominio por la
fuerza o por la astucia
... y las gentes que los sostienen y ayudan
a conquistar el poder, viven sobre el
país como las milicias feu­
dales, bajo la apariencia honesta de servicios, empleos y oficios
bien retribuidos, o teniendo exenciones y privilegios ocultos a
costa de aquellos
de· sus conciudadanos que no se ocupan más
que de trabajar ... » (op. cit., pág. 114).
Son palabras duras que merece el sistema. Pero yo diría que
muchos políticos son honestos, y que hay una minoría que
se
agita mucho, y que estimulada por las posibilidades que le ofrece
el sistema, y por las conocidas necesidades económicas de los
partidos,
se ofrecen como arbitristas para dar soluciones, movi­
dos en realidad por un afán de propio enriquecimiento, y sin dar
verdaderas soluciones a los partidos, sino más bien mancillán­
dolos con
su propia deshonra. Lo que importa es mejorar la fór­
mula que
se adopte en el sistema representativo a fin de eliminar
unos gastos
de los partidos que son un expolio a la nación y las
facilidades de corrupción.
El papanatismo de ser incapaces de
cualquier crítica, o de escandalizamos por ella, sería de funestas
consecuencias.
Claudio Sánchez Albornoz, que fue presidente de la República
Española en
el exilio, y afamado historiador, decía en 1975, poco
antes de iniciarse la transición polltica:
«He hecho el elogio en­
trañable del sistema demoliberal y parlamentario. Pero he señala­
do a
la par lo inexorable de su caducidad. Hoy me atrevo a ca­
Uficar de necio al intento de volver a él en España con las carac­
terísticas de hace medio siglo» (Mi testamento político, edit. Pla­
neta, pág. 169)
... «si la fortuna ayuda a los audaces, el temor
ha castrado siempre a lo pobres de espíritu. Avancemos hacia
el
Estado histórico posible en nuestra tierra . . . No nos vistamos
figurines aienos. No hemos sido demasiado imaginativos los his­
panos»
(op. cit., pág. 170).
Con una visión análoga, dice en 1938 Francisco Cambó:
«Creo que
el retomo al liberalismo político de algunos Estados
gobernados hoy por regímenes totalitarios, no significará nunca
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EL DINERO DEL PODER
un retorno a los principios absurdos de la Revolución francesa,
sino más bien a los sistemas orgánicos y bastante complejos de
siglos
atris, a base de que puedan convivir un fuette podet en
lo alto
y una sociedad organizada a base de municipios, comarcas
y regiones, y en agrupaciones profesionales de las que no estén
excluidas las instituciones culturales, públicas y privadas» (op.
cit., pág. 428 ). Dice también: «en los inicios de mi vida política
el catalanismo criticaba los principios de la Revolución francesa.
Nuestra ideología, basada en
la escuela histórica, eta en el fondo
antilibetal y antidemocrática... tal como
en Francia, y palses in­
fluidos por Francia, se entendla y se predicaba la democracia»
(op. cit.,
pág. 197). Acaso los catalanistas de la Lliga pecamos al
de;arnos influir por el liberalismo a la francesa, atenuando ex­
cesivamente el vigor de los principios de nuestra ideología inicial»
(op. cit., pág. 198).
Esta influencia francesa
y sus funestas consecuencias para la
vetdadera libertad
es analizada exhaustivamente, en muchos de
sus escritos, por Eugenio Vegas Latapie, en uno de los cuales se
insetta esta carta del Conde de Aranda del 7 de julio de 1786,
dirigida a su compañero de Gobierno Floridablanca:
«Rousseau
me
dice que, continuando España as!, dará la Ley a todas las na­
ciones, y aunque no es ningÚn doctor de la Iglesia, debe tenérsele
por conocedor del corazón humano,
y yo estimo mucho su juicio»
(Escritos pollticos, edit. Cultura Española, año 1940, pág. 97).
Lo esencial de la democtacia es el hombre, su dignidad y
libettad, no el modo de formular
el sistema de representación
política, en el que debe prevalecer la posibilidad de una efectiva
defensa de las libettades individuales concretas al mejor servicio
del bien común. Muchas voces
se levantan hoy en el mundo para
la revisión del actual sistema de representación política, que se
basa todavía en una definición tenida por mítica e intocable hasta
fecha reciente, patrocinada por la Enciclopedia y la Revolución
francesa,
como fundamento básico del sistema representativo, y
que fue proclamada en el Contrato Social de Juan Jacobo Rous­
seau. Dice: «chacun se donnant
tout entiet, te! qu'il se trouve
actuellement, lui
et toutes ses forces, dont les biens qu'il possede
font partie» y, como consecuencia, «la aliénation totale, de cha­
que associé, avec tous ses droits, a la communauté» (cit. Vallet
de Goytisolo, Reflexiones sobre
Catalunya, edit. Fundación Caja
de Ahorros de Barcelona, pág. 117).
Esta definición resulta hoy trasnochada. Francia, patria
de los
grandes excesos centralistas, inoculó esta fórmula a la sociedad
europea por
el prestigio, cultura, refinamiento y poderío coetáneo
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FRANCISCO DE GOMIS
a la época en que la adoptó la Revolución. «Nunca las comuni­
dades dieron potestad a nadie sobre sí mismas sino con ciertos
pactos o leyes
... », razonaba en el siglo xv, Francesc Eiximenis
(Vallet de Goytiso)o,
op. cit., pág. 115). «¡ Qué diferencia entre
el pacto social roussoniano, quimérico y tiránico, y el pactd
social que podemos denominar escolástico, nacido del desarrollo
histórico de los pueblos y fuente de la verdadera libertad
polí­
tica!» (Torres y Bages, op. cit., pág. 183).
Hoy
ningún hombre libre y culto se traga el sofisma rousso­
niano
ni admite entregar la totalidad de su patrimonio, de su
familia y de su ser, mediante
el simple voto, a una abstracción
política para que ésta pueda disponer a su antojo.
El hombre, afirma la doctrina católica, es creado a imagen y
semejanza de Dios. Esta
es su dignidad. Dios le respeta su liber­
tad y le atribuye autoridad, enaltecida por la caridad, sobre todo
lo que le
es propio. Nadie puede sustituir al padre en su respon­
sabilidad
familiar, en la educación de los hijos, en preservar en
torno suyo al ambiente moral, en la administración y ahorro de
sus bienes y prevesión de futuro. El Estado debe ayudarle, no
sustituirle,
el político sólo puede ser su servidor, no miembro
de una
orgamzación de asalto y monopolio del poder, que lo
manipule y especule a sus expensas hasta llegar a aplastarle en
casas extremos, como el dramatismo que nos llega del Este y nos
descubre lo sucedido bajo la mentira del mesianismo marxista;
Sería de desear que la iniciativa particular y en especial los
profesionales del Derecho, individual y colegiadamente, empren­
diesen el estudio y concienzasen a la opinión para la modificación
de nuestra
Ley constitucional, que hoy constituye una supervi­
vencia del espíritu afrancesado, mediante la adopción efe la fór­
mula rousseauniana, que es una forma sutil de disimular con
oropeles
el monoplio centralista del poder, tan contradictorio con
nuestra tradición de libertades y con nuestra cultura. Y también
para eliminar la desorbitada carga económica inherente a la
par­
titocracia y que es causa muy principal de los graves problemas
denunciados por el libro objeto de este comentario.
Para este estudio, Salvador de Madariaga nos ofrece una
opi­
nión que coincide totalmente con la de Torres y Bages, anterior­
mente expuesta- acerca del alcance y disparidad de los términos
«oligarquía» y «aristocracia», con otras profundas reflexiones para
el estudio que se propone: «
... un gobierno -afirma-es siem­
pre una oligarquia y debiera ser siempre una aristocracia... La
diferencia que separa las diversas formas de gobierno no es que
en las autocracias gobiernen menos personas que en las
demo-
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EL DINERO DEL PODER
eradas. La verdadera diferencia está en el método de selección,
para escoger a los
pocos que en uno y otro régimen gobiernan.
En las autocracias la selección la hace el autócrata, o con
más
frecuencia, un pequeño grupo que ejerce en su nombre la auto­
ridad, mientras que en las democracias esta selección tiene lugar
con
una intervención mayor o menor del pueblo. Pero el verda­
dero problema que late
ba¡o el Je las formas de gobierno es c6mo
asegurar que el gobierno sea
ttna aristocracia. Que el lector de­
mócrata no se asombre ante esta palabra tan calumniada, corrom­
pida por
un siglo de mala interpretación. Aristocracia significa,
al fin y al cabo, que el poder está en manos de los mejores. Y,
¿ quién se atreverá a elevarse contra esta doctrina»? (Salvador
de Madariaga,
Anarqu!a y ierarqu!a, Aguilar, 1935, pág. 200 y
siguientes, cita de Eugenio Vegas Latapie,
Consideraciones sobre
la Democracia, Afrodisio Aguado, 1965, págs. 171).
En el mismo trabajo de Madariaga, citado por Vegas Latapie,
el primero plantea la necesidad de «organizar la democracia mis­
ma» por la «introducción de cuerpos intermedios rejuvenecidos»
«sería neoesario» . . . «Pero,
¿ puede estar organizada la democra­
cia? .
. .
¿ Se puede organizar lo que no quiere estar jerarquiza­
dd? ... La alternativa es dura: el partido o la patria. Pero no hay
opción: presentado así, no hay alternativa, no puede existir
más
que la patria». (Op. cit., Madariaga, pág. 225; Vegas Latapie,
págs. 172, 173).
Respectd a la idiosincrasia de los diferentes pueblos y sus
tradiciones políticas,
dioe Francisco Cambó: ... «el sistema par­
lamentario sigue funcionado a la perfección en Inglaterra.
Lás­
tima que los ingleses, que espontáneamente se sienten diferentes
de los otros habitantes del planeta, no comprendan que sus ins­
tituciones, que tan admirablemente les funcionan a ellos, son, o
pueden ser, fuentes
de desastre y anarquía para otros países. El
amor del inglés al sistema parlamentario lo ciega de tal manera
que le impide comprender que en
la mayor parte de los Estados
parlamentarios del mundo,
sólo se podrá llegar, progresivamente,
a un régimen democrático, a base de
haoer que el Parlamento
no se elija, ni funcione, ni tenga las facultades que tiene en
Inglaterra (
op. cit., págs. 1.657). Su esoepticismo se manifiesta
especialmente cuando afirma: «No hay duda de que la presión
de la masa, la masa amorfa, sin religión y sin patriotismo, pre­
para el
fin de los regímenes democráticos, y quizás el fin de toda
nuestra civilización»
(op. cit., págs. 930).
No sólo los pensadores, sino también los políticos antiguos
se ocuparon de las diferentes formas políticas desde la más re-
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FRANCISCO DE GOMIS
mota antigüedad. Darlo, rey de Persia (s. IV a. J. C.), cabeza de
su dinastía, expuso estas raras consideraciones:
«¿ Qué diré del
estado popular, en el cual
es imposible que no vayan anidando
el cohecho y la corrupción en
el manejo de los negocios ? Adop­
tada una vez esta lucrativa iniquidad y familiarizada entre los que
administran los empleos,
en vez de odio no engendra sino harta
unión en los magistrados de una misma gavilla que se aprove­
chan privadamente del gobierno y se cubren mutuamente por no
quedar en descubierto ante el pueblo.
De este modo suelen andar
los negocios de la república, hasta tanto que un magistrado les
aplica el remedio, y logra que el desorden público cese y acabe.
Con esto . . . ábrese camino para llegar a ser monarca» (Herodoto
de Halicarnaso,
Historias, Círculd del Bibliófilo, 1977, tomo l.º,
págs. 296).
«i Haga Dios que no los persas, sino los enemigos de los
persas, dejen el Gobierno
en manos del pueblo!», fácil de mani­
pular demagógicamente,
para así mejor debilitarlos y dominarlos.
(Herodoto de Halicarnaso,
op. cit., pág. 295.)
Esta
es la conclusión pesimista que rige para los pueblos pa­
gands de la antigüedad; pero también para los que, próximos a
nosotros, sin ser paganos, destierran de la jerarquía de valores
sociales y públicos aquellos principios de derecho natural y
reli­
gioso que constituyen la substancia de nuestra civilización, y tran­
sigen o adoptan en lo público y en lo social los mismos valores
que los paganos, resucitando los poderes
despóticos, bajo diferen­
tes apariencias.
Frente a éstos se alza la voz de la Iglesia: «... una sana de­
mocracia, fundada sobre los inmutables principios de la ley natu­
ral y de las verdades reveladas, será resueltamente contraria a
aquella corrupción que atribuye a la legislación del Estado un
poder sin freno ni límites, y que
hace también del régimen demo­
crático, no obstante las contrarias, pero vanas apariencias, un ver­
dadero y simple sistema de absolutismo» ... «El absolutismo de
Estado consiste de hecho
en el principio erróneo de que la auto­
ridad del Estado es ilimitada, y que frente a ella
-hasta cuando
da libre curso a sus intenciones
despóticas sobrepasando los lími­
tes del bien y del mal-no se admite ninguna apelación a una ley
superior y moralmente obligatoria.»
«La majestad del derecho po­
sitivo
--aiíade--tan sóld es inapelable cuando se conforma --o
al menos no se opone--al orden absoluto establecido por el
Creador e iluminado con una nueva luz por la revelación del Evan­
gelio . . .
Este es el criterio fundamental de toda sana forma de go­
bierno, incluso la democracia ... » (Pío XII, año 1944, El proble-
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EL DINERO DEL PODER
ma de la democracia, n.º 12, Col. de Excíclicas y Doctos. Ponti­
ficios, Edit.
Acción Católica Española, Madrid, 1967).
Desde Inglaterra, por bota de la entonces jefe de Gobierno,
Mrs. Thatcher, nos llega
un alegato en favor de los que debieran
ser las modernas democracias, con
pal,lbras análogas a las del
papa
Pío XII acabadas de referir. Dice Mrs. Thatcher: «Debemos
hacer que las leyes impulsen
en los ciudadanos los mejores instin­
tos y convicciones
... » . . . «la intervención del estado no debe
nunca
eliminar las responsabilidades individuales». «Yo considero
que los políticos tienen que concienciarse
de que la educación re­
ligiosa debe tener un sitio en los programas escolares. La religión
cristiana ( que engloba muchas
de las grandes verdades morales y
espirituales
de la religión hebrea) forma parte natural de nuestra
herencia nacional. Creo que es
un deseo de la mayoría de la gente
preservar y cultivar este patrimonio. Durante siglos
ha sido nues­
tra savia vital y
de hecho nosotros constituimos una nación con
unos ideales basados en la Biblia.» Y
a~ 111atiza: ... «cuando al­
gunos cristianos se encuentran para interciúnbiar pareceres, su ob­
jetivo no es ( no debería ser) establecer cuál es el pensamiento de
la mayoría,
sino cuál es el pensamiento cristiano, algo totalmente
diferente».
Y bajo estas premisas afirma: «Soy en todo caso
una fanática
de la democracia y asumo esta postura
no porque crea que la opi­
nión de
la mayoría será inevitablemente ;usta y verdadera ( ningu­
na mayoría puede privarnos de las derechos que hemos recibido
de Dios),
sino porque creo que es la salvaguarda más eficaz del
individuo y que más que ningún
otro sistema limita el abuso de
pcider por parte de una minoría. Este es un concepto cristiano»
(Margaret Thatcher, ABC, 23-XI-1990, «Soy una fanática de la
democracia»). Mrs. Thatcher es
un exponente de temple, inteligencia y ele­
vado pensamiento. Quiera Dios otorgar a España una fórmula
adaptada a nuestro pueblo para elegir como gobernantes a los
mejores. Acabo con la evocación que hace Mrs. Thatcher de
un himno,
que yo elevo a Dios: «TE CONSAGRO MI PATRIA».
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