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Número 293-294

Serie XXX

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El liberalismo y la Iglesia católica. Historia de una persecución. El reinado de Fernando VII (II)

EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICA:
IDSTORIA DE
UNA PERSECUCION. EL REINADO
DE FERNANDO VII
POR
FilANCISCO JOSÉ I'BRNÁNDEZ DE LA CIGOÑA
11. EN ESPERA DE LAS CoRTES
El carácter religioso de una guerra.
El alzamiento contra los franceses fue un fenómeno en ver­
dad sorprendente, y que no tiene patangón en Europa. Nada
,hacía suponer que una nación inmensa territorialmente, pero di­
vidida por océanos más inmeru;os todavía, lo que hacía difícil la
comunicación e incluso
el gobierno --a Filipinas eran muchos
meses lo que
se tardaba en llegar y a América algunos menos-,
con una población escasa -los europeos estaban entre diez y
ODce millones ( 1 )--, un sistema político anclado en el pasado y
lleno de inercias,
un ejército abandonado y que acababa de salir
de una
gran dettota -la guerra contra la República francesa-,
pues la «guetta de las naranjas» nd pasó de ser una parada mili­
tar para lucimiento de Godoy, que contaba con unos efectivos de
aproximadamente cien
mil hombres ( 2) cuya parte más selecta se
encontraba en Dinamarca, sirviendo a Napoleón (3) y con la Ar­
mada destrozada pocos años antes en Trafalgar, pudiera dar un
(1) Dl!sDEVISJ!S DU DEzERT, G,, La España lkl Antiguo Régimen, FUE,
Madrid,
1989, pág. 6.
(2) Dl!sDEVISES: Op. cit., pág. 495.
(3) ToRENo, conde de: Historia del levantamiento guerra y reoolu­
ción de España, BAE, Madrid, 1953, págs. 125-127; GARciA RÁMILA, Is·
mael: España ante la invasión francesa, Madrid, 1929, págs. 97-103.
Verbo, núm. 293-294 (1991) 445
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGO:RA
ejemplo que realmente asombro a Europa. El de una nación le­
vantada en armas contra sus invasores. Desde Galicia a Catalu­
ña, desde Navarra a Algeciras. Y desde 1808 hasta 1814. Eso no
ocurrió en ninguna otra
patria. Y el primer sorprendido fue
Napoleón.
Oaro que esa guerra fue desorganÍ2ada y que sufrimos mil
reveses. Cierto que el auxilio inglés fue muy importante y el
genio de Wellington, pese a su
prudencia, de suma ayuda. El
desastre de Rusia fue también de enorme peso. Pero lo funda­
mental, lo que decidió todo, fue un pueblo que
se negó a doble-­
garse ante Napoleón. Que odió a Francia con tal fuerza que por
encima
de desastres, destrucciones y muertes no cesó un solo día
en su lucha por la
independencia de la patria.
Y no hay que olvidar que ese pueblo estaba absolutamente
ocupado por el ejército más poderoso del mundo, que había de­
rrotado una y otra vez a austriacos, prusianos y rusos, había
ocupado Italia en un paseo militar, depuesto reyes, anexionado
naciones y que llevaba
la gloria en sus banderas.
Tras la efímera ilusión que despertó Bailén en julio de 1808,
vino. la gran catástrofe en la que toda la península se perdió ex­
cepto Cádiz .que permaneció sitiada casi tres años. Aunque no
simultáneamente, pues Galicia conseguiría liberarse pronto y
permaneció
ya española hasta el fin de la guerra, Valencia y Ba­
dajoz cayeron en 1.812. Las Andalucías se perdieron a comienzos
de
181 O y estarán bajo el poder francés hasta la retirada de
Soult en 1812, que fue
el año que marcó el comienzo del fin del
poder napoleónico tras la victoria de los Arapiles.
España, que parecía agotada como patria, con su
rey prisid­
nero, su ejército en el extranjero y la clase política al servicio
del francés,
se negó a someterse y se alzó en armas en una lucha
desigual y heroica que fue una verdadera reconquista de la
na­
ción y asumió verdaderos aspectos de cruzada religiosa.
Y
a ellos nos vamos a referir. Porque la guerra de
la Inde­
pendencia
bie:on puede ser considerada como la anticipación en
un cuarto de siglo del viejo lema carlista:
¡ Por Dios, por la
Patria
y el Rey !
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EL REINADO DE FERNANDO VII
No han faltado interpretaciones que han querido minimizar
el carácter religioso de la guerra e incluso pretendido encontrar
reivindicaciones sociales y políticas preliberales y hasta premar­
xistas en el
alzamiento popular. A nada que se analicen esas ar­
gumentaciones
se hallarán absolutamente vacías de contenido.
Martínez de V elasco rechaza
la interpretaci6n «revolucionaria»
que da Artola al fen6meno de las Juntas que surgieron en
Es­
paña como en primavera las flores para oponerse a los france­
ses ( 4 ). Su tesis nos parece mucho más fundada que la rebatida. ·
Las citadas Juntas, y

a ellas nos referiremos algo más detenida­
mente después, estaban compuestas
por las autoridades sociales
y religiosas y el pueblo las admiti6 con plena adhesi6n. Nada
menos revolucionario
-y por lo mismo nada más tradicional-'--,
que aquellas reuniones de nobles, obispos, capitanes generales,
regidores, sacerdotes seculares y regulares, magistrados, intenden­
tes, cao6oigos
...
Nos parece definitiva la afirmaci6o del nada sospechoso Mo­
rend Alonso: «Los españoles de 1808 protagonizaron y vivieron
la revoluci6n sin darse cuenta» (5). Curioso revolucionarismo
aquel en el que
ningún protagonista se sabía ni pretendía tal.
Por ello
es incompensible que páginas después pueda escribir:
«La rebeli6n del pueblo tuvo
un carácter de protesta social tanto
d más que de actitud patri6tica» ( 6 ). Y el razonamiento es real­
mente peregrino: «En el país vasco, en
la guerra contra la Con­
venci6n, la reacción popular contra el invasor se produjo exacta­
mente en los mismos lugares en que una crisis alimentaria muy
dura
había provocado en 1766, un motín en cadena: Azpeitia,
Elgoibar, Loyola, Eibar, Ondárroa» (7). Seguramente aquella
es­
casez de 17 66 explicará también las guerras carlistas y hasta la
El' A. Parece mentira que tales cosas puedan escribirse sin rubor .
. Continuemos con las contradicciones de estos historiadores
(4) MARTÍNEZ DE VELASCO, Angel: La formad6n de la Junta Central,
EÜNSA, Pamplona, 1972, págs. 82 y sigs. . ·
(5) MORENO ALoNSo, Manuel: La generación española de 180.8, Alian·
za: Universidad, Madrid, 1989, pág. 101.
(6)
MoRENo: Op. cit., pág. 101.
(7)
MORENO: Op. cit., p,lg. 109.
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
empeñados en justificar que las cosas tuvieron que ser como ellos
quisieran que hubieran sido. «Formadas
{las Juntas) por elemen­
tos de la nobleza provincial
y por el clero supieron canalizar la
revolución según sus intereses,. ( 8 ), que, evidentemente, no eran
nada revolucionarios
y así engañaron al pobre pueblo que que.
ría, claro que sin saberlo ni decirlo, la revolución.
Sin embargo, esos nobles y esos clérigos eran revolucionarios,
también naturalmente
sin saberlo: «Las declaraciones de todas
las Juntas provinciales, prácticamente sin excepción, muestran
su oposición a las instituciones del Antiguo
Régimen,. (9). Pues
fue justamente todo lo
contrarid. Esas Juntas provinciales mos·
traron, sin excepción alguna, una adhesión total a las dos insti·
tuciones capitales del Antiguo Régimen: la Monarquía
y la Iglesia.
Que no aceptaran a las ministros
de Fernando pasados al
enemigo o al Consejo de Castilla que se encontraba en Madrid
supeditado a Murat no refleja el más
mínimo carácter revoluciona­
rio. Solamente demuestra que no aceptaban lo que
para ellos era
una traición.
Tampoco tiene el menor matiz revolucionario el asesinato de
algunos mandos militares que para el citado Moreno «era una
clara manifestación de revuelta social claramente revoluciona­
ria,. (10). Porque lo único clarlsimo es que los lamentables asesi­
natos de Solano en Cádiz ( 11 ), del conde del Aguila en Sevi­
lla (12), de. Lomas en Jaén (13), del conde de la Torre del
Fresno en Badajoz (14), del
barón de Albalat en Valencia (15),
(8) MoRENo: Op. cit., ¡mg. 119.
(9) MORENO: Op. cit., pág. 119.
(10)
MoRENo: Op. cit., pág. 121.
(11) ToRENO: Op. cit., págs. 65-66; AYERBE, marqués de: Memorias,
BAE, XCVII, pág. 247; MARTÍNEZ DE VELASCO: Op. cit., págs. 69-70.
(12) MORENO: Op. cit., pág. 38; BLANCO WmTE, José: Cortas de Es·
paña, Alianza, Madrid, 1977, 2.• ed., págs. 318 y 382.
(13) ARTOLA, Miguel: Los afrancesados, Alianza, Madrid, 1%9, pág. 92.
(14) AzANzA, Miguel José de y O'FARRIL, Gonzalo: Memoria ¡ustificati·
va ... , BAE, XCVII, Madrid, 1957, pág. 308; AYERBE: Op. cit., pág. 242;
MARTÍNEZ DE VELASCO: Op. cit., pág. 72.
(15) AzANZA: Op. cit., pág. 308.
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EL REINA.DO DE FERNANDO Vil
de Filangieri en Villafranca del Bierzo (16), de San Juan en la
retirada a Talavera (17), no tienen nada de revuelta social, que
ni se atisba en
ningún documento contemporáneo, sino que sim­
plemente fue la manifestación del sentinúento popular indignado
por lo que ellos creían, con
raiaón o sin ella, y en no pocos casos,
sin
ella, una traición que favorecía a los odiados franceses. Y
así
lo reconoce sin la menor vacilación el mismo Artola (18).
No vale
la pena insistir en la ausencia del carácter revolu­
cionario de
la insurrección popular porque este tema si que es
meridianamente claro. El pueblo español no aprovechó una situa­
ción ideal para cualquier revolución
más que para declarar la
guerra a los franceses que habían ocupado su patria, encarce­
lado y depuesto a su rey y que amenazaban, o al menos ellos así
lo creían, a su religión. Y por lo hemos visto del reinado de
José no estaban en esto último muy equivocados.
Que en esa inmensa explosión nacional aparezca alguna voz,
que además no es popular, con alguna afirmación
revolucionaria
nada dice en contra de los que afirmamos. Y aun esas voces son
tan
escasas que apenas se oye· más que la de Flórez Estrada afir-.
mando en junio de 1808 que «la soberanía reside siempre en el
pueblo» (19). Pero aun ese texto, de un revolucionario radical
como luego se manifestaría el asturiano, está lleno de matizacio­
nes, seguramente para no alarmar a la Junta del Principado que
no hubiera
adnútido tan tajante afirmación de la soberanía po­
pular que suele aparecer en las citas sin su continuación: «La
soberanía reside siempre en el pueblo, principalmente cuando no
existe
la persona en quien la haya cedido, y el consentinúento
unánime de una Nación autoriza todas las funciones que quiere
exercer. Por esta razón, en las presentes tjrcunstancias, en que no
(16) GARCÍA RÁMILA: Op. cit., págs. 33-34.
(17)
ToRENO: Op. cit., pág. 149; GARCÍA DE Ll!ÓN Y PizARRo, José:
Memorias, I, Revista de Occidente, Madrid, 1953, pág. 122; AYERBE:
Op. cit., pág. 252; MoRENO: Op. cit., pág. 00; ALVARADO, Francisco: Car­
tas criticas, 11, Madrid, 1825, pág. 20.
(18) lU (19)
MARTfNEz DE VELASCO: Op. cit., págs. 145-146.
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FRANCISCO /OSE FERNA.NDEZ DE LA CIGORA
podemos oir la voz de nuestro amado Soberano, serán lexitima­
mente convocadas las Cortes
... • (20).
No voy a negar
la condición revolucionaria de F1órez Estra­
da que tiene
más que acreditada. Sólo preteudo señalar que su
tan cacareada proclamación de
la soberanía popular eu jwúo de
1808, aunque deje traslucir su fondo ideológico, tampoco fue el
gtito del alcalde de Móstoles de
la revolución española.
Y así prácticamente todos. Citaremos sólo a otro exaltado,
correligionario de Flórez Estrada
y personaje arquetípico del
comunetismo español: Juan
Romero Alpueute. Al que una co­
rrieute histórica de hoy quiere coronar con unos laureles que
nunca
mereció y me da la impresión que la empresa va a teuer
poco éxito.
En su proclama de Zaragoza del mismo alío de 1808 .El grito
de
la raz6n al español invencible o la guerra espantosa al pérfido
Bonaparte de un togado aragonés con
la pluma (21 ), lo que eu­
contramos son invocaciones a «nuestro angelical Femando» (22),
«nuestro
gran Fernando» (23 ), «Femando el perseguido y el
deseado» (24) ... Alguna expresión que podría ser realmente cho­
cante eutonces, como cuando dice: «hasta el nombre ominoso de
rey se acaba• (25), es para aliaclir inmediatameute que será así
porque
se cambiará por el de «Gran Padre de los españoles• (26).
La revolución ineucontrable no
era otra cosa que echarse en
brazos del
rey: « Vosotros, abatidos y amarrados a las cadenas
del más violento despotismo que han visto los siglos, las rom­
pisteis valieutes para echaros gozosos eu lo dulces brazos de vues­
tro compañero,
de vuestro amigo, de vuestro hermano el ange-
(20) GARciA RÁMILA: Op. cit., pág. 17.
(21)
Zaragoza, en la imprenta de Mariano Miedes. Edición actual en
ROMERO ALPUENTE, Juan: Historia de la revolución española y otros esM
critos, I. Edición preparada e introducida por Alberto Gil Novales. Centro
de Estudios Constitucionales, Madrid, 1984, págs. 15-54.
450
(22) ROMERO: Op. cit., pág. 17.
(23) ROMERO: Op. cit., pág. 17.
(24) ROMERO: Op. cit., pág. 28.
(25) ROMERO: Op. cit., pág. 22.
(26) ROMERO: Op. cit., pág. 22.
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BL REINADO DE FERNANDO Vil
lical Fernando» (27). El lenguaje no puede ser más deplorable
pero ya hubiese querido Luis XVI que los ultrarrevolucionarios
franceses, y a Romero Alpuente
se le llamó el Robespierre es­
pañol, hablasen así.
¿ Qué venía a traer Napoleón? Así hablaba a los españoles
según Romero Alpuente: «Se acabó España; se acabó
tu religión;
se acabaron tus gerarquías ; se acabaron tus costumbres ; hasta el
ayre natal se acabó para tus hijos; los bienes de esta gran nación
y los de sus ricos vasallos se confiscan para concluir la conquista
del mundo, y toda esta deliciosa rierra
se declara oficina de es­
clavos para el reemplazo de mis exércitos» (28). Es otra versión
del por Dios, por la Patria y el Rey. Que
se repite constante­
mente: «La Religión, Fernando, la salvación de todos llaman a
sus hijos a grandes gritos al glorioso campo del honor» (29). Y
este era el lenguaje de los revolucionarios
más conspicuos. Nos
ahorrará el de los tradicionalistas.
Hubo, sin embargo, personas que quisieron negar o atenuar
el carácter religioso de la guerra. Eran, ciertamente, gentes in­
teresadas en ello puesto que en Cádiz acaudillaron las medidas
antieclesiales de las Cortes. Me 'refierd a Agustín Argüelles y
al
conde de Toreno. El primero, en su Examen bist6rico de la re­
forma constitucional que hicieron las Cortes generales y extraor­
dinarias desde que se instalaron en la isla de Le6n, el dia 24 de
septiembre de 1810, hasta que cerraron en Cádiz sus sesiones
en 14 del propio mes de 1813 (30), apología pro domo sua que
ha merecido escaso crédito -«¡ Tan corto es su mérito y tan
pobre es su fama!», en palabras de Alcalá Galiana (31)-, en
varias ocasiones arremete contra las motivaciones religiosas de la
·guerra.
Hablando de los críticos de las Cortes que imputaron a los
(27) ROMERO: Op. cit., pág. 31.
(28)
ROMERO: Op. cit., pág. 32.
(29)
ROMERO: Op. cit., pág. 36.
(30)
!ter ediciones, S. A., Madrid, 1970.
(31) MoRÁN ÜRTÍ, Manuel: Poder .y Gobierno en las Cortes de Cádiz
(1810-1813), EUNSA, Pamplona, 1986, pág. 22.
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ D.E LA CIGORA
diputados liberales «establecer en España una forma de gobierno
contraria a sus leyes, usos y costumbres, que a fin
de conseguirlo
despojaron a los reyes de su autoridad ; a
la nobleza de sus pri­
vilegios ;
al clero de sus inmunidades y riquezas», «con igual
arrojo pretendieron sostener que España toda entera había hecho
la guerra a Bonaparte s6lo por defender
la religi6n y el rey, esto
es,
para mantener inalterable el santo tribunal de la Inquisici6n,
el Consejo de Castilla
... » (32).
La hábil extrapolaci6n de Argüelles -los españoles subleván­
dose contra
Pepe Botella por la Inquisici6n y el Consejo de Cas,
tilla, lo que evidentemente no fue así, aunque la inmensa ma­
yoría de los españoles querían la Inquisici6n y aceptaban del rey
las instituciones que
él estimara válidas para el gobierno del reiuo
excepto la del valido, tras la bochornosa experiencia de Godoy-,
no es de recibo.
Bastantes páginas después
(33 ), vuelve sobre la misma idea
que atribuye a una invención gratuita del emperador
de los
franceses: «Bona parte
se había empeñado en hacer creer a la
Europa que la resistencia que hallaba en la península procedería
únicamente de masas populares puestas en movimiento por
la
influencia de clérigos y frailes» (34).
«Hasta
el día de hoy se mira como punto inco.ntrovertible
que el clero fue el que principalmente promovió la
insurreccióp.
y

a quien debe atribuirse el triunfo de los españoles» (35). La
manifestación de Argüelles parece sostener, y no hay mejor prue­
ba que
la confesión de parte, nuestra tesis. Napoleón as! lo creía
y para los contemporánoes era
punto incontrovertible.
Pero enseguida añade: «A la verdad, sin hacer uso de otros
estímulos que los que recomendaba el clero, pronto se hubiera
resfriado el ardor de los españoles y la insurrección por falta
de
alimento, se hubiera acabado por s! misma» (36 ).
452
Al menos reconoce la enorme influencia del clero en la su­
(32) ARGüELLES: Op. cit., pág. 35.
(33) ARGÜELLES: Op. cit., págs. 153-156.
(34) ARGÜELLllS: Op. cit., pág. 153.
(35) ARGÜELLES: Op. cit., pág. 153.
(36) ARGÜBLLES: Op. cit., pág. 154.
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EL REINADO DE FERNANDO Vil
Wevación general de 1808. Después fueron, según él, otras las
causas que sostuvieron
el patriotismo español. Y, concretamente,
las ofertas liberales de las Cortes. No
se tiene en pie. Pensar
que nuestros guerrilleros
y nuestros soldados, que los pueblos
sometidos
y aun los libres, estaban pendientes de las discusio­
nes de las Cortes es increíble.
Las felicitaciones a
las mismas que el Diario de las discusio­
nes
y actas de las Cortes (37) recoge con minuciosa exactitud,
desconociendo en cambio toda representación crítica, son buena
muestra de lo que decimos.·
Las genéricas por la Constitución,
que muchos no
sabían siquiera a donde conducía, parecen más
oficiales que sentidas,
al menos bastantes de ellas. Más signifi­
cativas pueden ser las producidas por la extinción del Tribunal
del Santo Oficio. Otras, como las que ocasionó la abolición del
voto de Santiago, son tan escasas,
y aun ridículas, que no pasan
de las que hizo por
dos veces el coto de Gondulfes (38), tras
haberla suplicado a las Cortes (39) al ignal que
él partido de
Trujillo ( 40), coto que, a pesar de ser gallego el autor de este
trabajo ignora absolutamente donde está
y lo mismo ocurrirá a
todos los lectores,
y las de los ayuntamientos de Villanueva de
Arosa (41), Membrilla (42), Mondoñendo (43), Ciempozuelos (44)
y Madrid ( 45), más la del juez de primera instancia de Utre­
ra (46),
los vecinos de Navas de San Juan (47) y la del valle de
Turón (48).
(37) Cádiz, 1811, 1812 y 1813.
(38)
Diario ... , XVI, Cádiz, 1812, págs. 322 y 445-456.
(39) Diario ... , XIII, Cádiz, 1812, págs. 295-296.
(40) Diario ... , XIII, Cádiz, 1812, págs. 387-388.
(41)
Diario ... , XVIII, Cádiz, 1813, págs. 320-321.
(42) Diario de sesiones de las Cortes generales y extraordinarias, VIII,
Madrid, 1870, pág. 5.751.
(43) Diario de sesiones ... , VIII, pág. 5.764.
(44) Diario de sesiones ... , VIII, pág. 5.583.
(45)
Diario de sesiones ... , VIII, pág. 5.536.
(46)
Diario de sesiones ... , VIII, pág. 5.506.
(47)
Diario de sesiones ... , VIII, pág. 5.993.
(48)
Actas de las sesiones de la legisl"1Ura ordinaria de 1813, Madrid,
1876, pág. 150.
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FRANCISCO /OSE FERNANDBZ DE LA CIGOGA
Salvo la escasísima España liberal, cuyos nombre se repiten
en cada ocasión propicia, que vibró con las reformas gaditanas,
y que no eran precisamente quienes sostenían con las armas
la
guerra al enemigo, la otra España vivió de espaldas a la obra
de las Cortes. E incluso disgustada con ella. Y buena prueba de
ello
es la llegada a la ciudad andaluza de un número creciente
de diputados tradicionales que, en 1813, llegaron a igualar
al de
los liberales. Los pueblos liberados, cuando podían elegir diputa­
dos, salvo excepciones como la de Antillón,
los solían enviar
contrarios a los planes de los
reformistas.
«Si se dijera que el clero contribuyó a la insurrección, que la
fomentó y sostuvo por su parte, pero
sin consentir y menos apro­
bar los poderosos medios que era preciso emplear contra un
enemigo que
de todo se valía para salir con su empresa, se diría
la verdad. En el primer período de la insurrección, es decir, antes
de las desgraciadas acciones sobre el Ebro en 1808,
el clero
desplegó su influjo sin limitación ni reserva, como las demás
clases ; porque entonces estaba libre de enemigos la mayor parte
de la península» ( 49).
Estas palabras, que son las menos parciales de Argüelles,
también precisan de puntualización. Efectivamente, como todas
las demás
clases --excepto la exigua de los afransesados mili­
tantes que,
ya dijimos, era todavía mucho menor que la de los
afrancesados por fuerza de las circunstancias, siendo esta, por
otra parte,
ya mínima-, se opusieron al francés. Pero el clero
tenía un influjo que no poseían las otras.
El obispo, el parroco,
el predicador, el confesor, multiplicaban las oposiciones de un
modo absolutamente distinto que el hidalgo de pueblo, el
cam­
pesino o el que se alistaba en el ejército. Sobre los poderosos
medios
que no aprobó ni consintió, debía haber sido más ex,
plícito Argüelles, pues no se refirirá a la abosluta generosidad
de la Iglesia española
al poner sus riquezas a disposición del Es­
tado salvo los objetos necesarios para el culto. Si hubo alguna
queja sobre ello no fue por entregar esos bienes que la
genero-
(49) ARGÜELLBS: Op. cit., pág. 154.
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EL REINADO DE FERNANDO Vil
sidad de los fieles había acumulado, sino porque en algunos casos
pudo parecer que eran s6lo
los bienes de la Iglesia los que tenían
que
sostener la guerta.
«Mas no por eso fue obra suya la
magnánima resolución de
resistir las usurpaciones de Bayona, el acto solemne, atrevido y
peligroso, el verdadero origen de la insurrección como declara­
ción nacional, la formación de las Juntas provinciales. En algu­
nas partes individuos del clero se asociaron voluntariamente a
aquellos
cuerpds ; en otras fueron invitados como los de otras
clases a entrar en el número de sus vocales ; pero en
ningún
punto de la monarquía tomó la iniciativa el estado eclesiástico
para poderle atribuir lo que pretendían Napoleón y sus parciales,
repetido después por cuantos consideraron útiles para
sus fines
resucitar estas y otras aserciones no menos infundadas» (50).
Aquí aparecen
ya todos los prejuicios del asturiano. Hemos
visto
ya las estrepitosas ausencias del clero convocado en Bayo­
na, incluso con oposiciones tan resonantes como la del venerable
obispo de Orense.
¡ Cómo hablar, pues, de que no resistió a las
usurpaciones de Bayona
! ¿ Y los obispos huyendo de sus diócesis
para no acatar a José, no le resistían?
También
es insostenible lo que dice de las Juntas, después
lo veremos con
más detención. Pero ni siquiera es cierto que no
hubiese tomado el clero la iniciativa de la oposición al francés,
al menos en no pocos casos. Menéndez
de Luarca en Santander,
el abad de Valladares en Galicia,
el P. Rico en Valencia ... Aun­
que aquí está la clave de la
incomprensión de Argüelles ante el
fenómeno eclesial. Para el político asturiano todos los ciudada­
nos son iguales -lo cierto es que en realidad tampoco será así,
pues para
él los clérigos, sobre todo los regulares pero también
los seculares son de peor
condición-, tienen los mismos dere­
chos y obligaciones. Y no
es así. No son las mismas las obliga­
cidnes del sacerdote que las del militar. Ni las de
este que las
labrador o del magistrado.
No
es lo propio de la Iglesia, aunque en ocasiones lo haya
(50) ARGüm.LES: Op. cit., pág. 154.
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FRANCISCO !OSE FERNANDEZ DE LA CIGOGA.
hecho, acaudillar la insurrección o .la guerrilla. La misión del
clero es otra y en España, donde el pueblo lo miraba como un
oráculo, su
adhesión al patriotismo frente al afrancesamiento fue
decisiva.
Y los pocos que se entregaron al intruso quedaron in­
mediatamente desacreditados por la actitud de la masa de sus
compañeros fuesen estos obispos, canónigos, párrocos o frailes.
Efectivamente una
vez ocupado el territorio nacional la con­
ducta de la Iglesia hubo de variar. No podía el párroco de un
pueblo ocupado por una
guarnición francesa tronar en el púlpito
contra ella y animar a los fieles a su expulsión o exterminio. Se
hubiera quedado el pueblo sin párroco y sin asistencia espiritual.
Y aun así hubo quieµ lo hizd. Pero su actitud, pese a forzados
actos de
culto en honor de las victorias francesas y predicaciones
en las que nunca se
percibió el menor entusiasmo, sino más bien
todo lo contrario, las confidencias en el confesidnario y las con­
versaciones con los fieles eran evidentes en favor de la causa
nacional. Como lo era la de los religiosos expulsadds de sus
conventos que vagaban por los pueblos su miseria en una
misión
viva antifrancesa. Y la de los curas y frailes que acaudillaban o
eran miembros de una guerrilla.
Y la sangre de los asesinados
por las tropas napoleónicas, entre ellos hasta un obispo
...
Y as! lo reconoce el mismo Argüelles aunque con absoluta
cicatería y en complicada sintaxis: «El sentido doble de sus pa·
labras y la intención presunta de aplicarlas a la autoridad legítima
las noticias confidenciales que le comunicaba ; en suma, todos los
servicios clandestinds que
podía hacet, aunque útiles ciertamen­
te
y muy laudables, eran insuficientes para contrarrestar siquiera
el terror que inspiraba el régimen
de la usurpación» (51 ). i Qué
más podían hacet ! Qué esto lo dijera quien habla estado al abri­
go de Cádiz lo menos que cabe calificarlo es de tremenda injus'
ticia.
Después señala Argüelles la oposición del clero a la obra de
las Cortes. Que fue cierta si
la restringimos a la obra anti ecle­
sial de las Cortes y, en algunos casos, a la antimonárquica. Y
(51) ARGilELLES: Op. dt., p,igc 155.
456
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EL REINADO DE FERNANDO VII
lógica. Pero eso no fue en la Iglesia falta de patriotismo, sino
nula simpatía por el liberalismo que
la agredía que son dos cosas
bien distintas.
Toreno, en su célebre
Historia del levantamiento, se mues­
tra también contradictorio, si cabe más que Argüelles. Por una
parte pretende
negar el carácter rdigioso de la guerra y por otra
multiplica ejemplos que convencen del mismo.
En el primer sentido se hace eco de la misma afirmación que
sostenía Argüelles de que fue
poco menos que invento de Na­
poleón atribuir a la Iglesia la sublevación: «El gobierno francés,
que con estudiado intento no veía entonces en el alzamiento de
España,
sino la obra de los clérigos y los frailes» (52). Y lo ar­
gumenta con la falta de patriotismo que achaca en los primeros
días al obispo de Santander, Menéndez de Luarca, que Maruri
ha descartado recientemente con
· argumentos que nos parecen
muy sólidos (53).
En la misma línea que Argüelles, insistirá el conde. páginas
después. «Hablando de
las equivocaciones sobrado groseras en
que varios han
incurrido» (54 ), nos dice que, «entre estas se ha
presentado con
más séquito· la de atribuir las conmociones de
España al ciego fanatismo y a los manejos e influjo del clero.
Lejos de ser así, hemos visto como en muchas provincias el
al­
zamiento fue espontáneo, sin que hubiera habido móvil secreto;
y que si en otras hubo personas que aprovechándose del espíritu
general trataron de
dirigirle, no fueron clérigos ni clases deter­
minadas, sino indistintamente individuos de todas ellas. El
es­
tado· eclesiástico cierto que no se opuso a la insurrección, pero
tampoco fue su autor» (55).
Seguimos en el
círculo vicioso de la argumentación de Ar­
güelles antes citada. Como Daoiz y Velarde nd eran clérigos, ni
tampoco el alcalde de M6stoles, ni Castalios, Ballesteros, Cuesta
(52) ToRENO: Op. cit., pág. 62.
(53) MARuru Vn.LANUEVA, Ramón: Ideologla y comportamiento dél
obispo MenJndez de Luarca (1784-1819), Santander, 1984, págs. 35 y 43.
(54) TORENO: Op. cit., pág. 78.
(55) ToBENO: Op. cit., pág. 78.
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FRANCISCO /OSE FERNANDBZ DE LA CIGORA
o Mendizábal, no fueron religiosos, al menos en una parte muy
importante, los motivos de la guetra. Aunque
ya es de por sí
sospechoso la insistencia de los dos diputados de Cádiz en
des­
mentir lo que como se ve todos sus contemporáneos, que lo eran
a su vez de los hechos,
creían.
Nuestra tesis es la contraria. El pueblo español se alzó por
las tres causas
ya mencionadas que, además, aparecen absoluta­
mente identificada en un nacionalcatolicismo
avant la page. Por
Dios,
por la patria y el rey.
Ese espíritu lo había conformado la Iglesia que rendía culto
a Dios y tenía al rey como su vicario
para los asuntos tempora­
les en aquella patria que era España. Y los españoles, que
casi
se podía decir· que habían mamado esas doctrinas con la leche
de
sus madres desde hacía siglos, respondieton a la invasión fran­
cesa porque estaban convencidos que iba contra la religión de
sus mayores y contra el rey de sus lealtades. Además, la Iglesia
de aquellos
días apoyó con su actitud y su palabra esa oposición
a los invasores.
Son significativas
Ja,. mismas palabras de Toreno, intetesado
siempre en llevar el agua a su molino: «Acompañó
al sentimien­
to unánime de resistir al extranjero (y, añadimos nosotros, a todo
lo que el extranjero significaba, pues también eran extranjetas
las tropas de Wellington o quince
años más tarde las de Angu­
lema y no las resistimos), otro no menos importante de mejora
y reforma. Cietto que este no se dejó ver ni tan
clara ni tan
universalmente como el primero» (56). Tan es
así que sólo lo
vio la escasísima minoría liberal en la que militaban Argüelles y
Toreno. Es, por tanto, una malévola insinuación
afirmar que «el cle­
ro español, antes de los sucesos de Bayona, más bien era parti­
dario de Napoleón que enemigo suyo, considetándole como el
hombre que en Francia había restablecido con solemnidad el cul­
to» (57). Aparte de que aquí no tratamos de antes de Bayona,
de cuales eran las simpatías de la Iglesia española por Napoleón
(56) ToRENo: Op. cit., pág. 79.
(57)
ToRENo: Op. cit., pág. 78.
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EL REINADO DE FERNANDO Vil
hemos dado cuenta en el capítulo anterior. Fueron sóld los peo­
res clérigos, con alguna excepción como la del P. Santander, los
que siguieron el partido intruso y en escasísima porción.
El alivio que sintió la Iglesia universal ante el Concordato
de 1801 entre Pío
VII y Napoleón, inmediatamente debilitado
por la promulgación de los artículos orgánicos incorporados por
unilateral decisión francesa
al mismo, no podía inspirar grandes
entusiasmos en una nación que acababa de ser derrotada por
Francia,
veía en ella la protectora de Godoy, conoció la muerte
de su Pontífice prisionero de aquella
nación y en la misma situa­
ción de preso
se hallaba el actualmente reinante, había abomina­
do los horrores del terror y la muerte del rey francés y
de la
reina en la guillotina y ahora era invadida y sojuzgada
mientras
se le imponía comd rey, en sustitución del que todo España
quería, a un francés.
Por todo lo expuesto nos parecen atinadísimas las palabras
de Menéndez Pelayo: «Precisamente en lo irregular consistió la
grandeza de aquella guerra, emprendida provincia a provincia,
pueblo a pueblo ; guerra infeliz cuando
se combatió en tropas
regulares d se quiso centralizar y dirigir el movimiento, y dicho­
sa y heroica cuando, siguiendo cada cual el nativo impulso de
disgregación y de autonomía, de
confianza en sí propio y de
enérgico y desmandado individualismo, lidió tras de las tapias
de
su pueblo, o en los vados de su conocido río, en las guájaras
y fraguras de la vecina cordillera, o en el paterno terruño, ungido
y fecundizado en otras edades con la
sangre de los domeñadores
de moros y de
lds confirmantes de las cartas municipales, cuyo
espíritu pareció renacer en las primeras juntas.
La resistencia se
organizó, pues, democráticamente y a la española, con ese fede­
ralismo instintivo y tradicional que surge en los grandes peligros
y en los grandes reveses, y fue, como era de esperar, avivada y
enfervorizada por el espíritu religioso, que vivía íntegro a lo
menos en los humildes y pequeños, y cauclillada y dirigida en
gran parte por los frailes. De ello dan testimonio la dictadura
del P. Rico en Valencia, la del P. Gil en Sevilla, la de Fr.
Ma­
riano de Sevilla en Cádiz, la del P. Puebla en Granada, la del
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F,RANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
obispo Menéndez de Luarca en Santander. Alentó la virgen del
Pilar el brazo de los zaragozanos, pusiéronse los gerundenses bajo
la protección de San Narciso;
y en la mente de todos estuvo, si
se quita el escaso número de los llamados liberales, que por loa­
ble inconsecuencia dejaron de a&ancesarse, que aquella guerra,,
tanto como española y de independencia, era guerra de religión
contra las ideas del siglo
XVIII difundidas por las legiones napo­
leónicas. j Cuan cierto· es que en aquella guerra cupo el lauro más
alto a lo que su cultísimo historiador, el conde de Tdreno, llama,
co11 su aristocrático desdén . de prohombre doctrinario, singular
demagogia, pordiosera
y afrailada, supersticiosa y muy repugn"11-
te 1 ¡ Lástima que sin esta demagogia tan maloliente, y que tar O
atacaba los nervios al ilustrado conde, no eran posibles Zarago­
zas .ni Geronas !» (58}.
Por ello, «no sólo por convicción, sino
. por un elemental sen­
tido politico, las autoridades insurrectas -ju11tas, generales, ca,.;.
dillos-invocan en sus proclamas, manifiestos y disposiciones al
fac;or religioso: la defensa de la religión oprimida, la pureza de
la fe de los padres, la cruzada contra la impiedad de los hijos
de la revolución» (59). Así, no duda en
afirmar Revuelta que
«la historia contemporánea comienza con una guerra santa» ( 60
),
«con una cruzada en defensa de la religión de los padres» ( 61 ).
Y continúa el citado historiador contemporáneo: «la partici­
pación del clero en el levantamiento fue una de las peculiaridades
más acusadas de aquella guerra» ( 62) ;
«el clero en conjunto,
como estamento, atizó la _guerra y la sostuvo con sus bienes, CO.ll
sus exhortaciones y con el ofrecimiento radical de sus perso­
nas» (63)
y, de este modo, «no existe región española donde no
(58) MENÉNDEZ PELAYO, Marcelino: Historia de los Heterodoxos es~
pañoles, II BAC, Madrid, 1956, págs. 771-772.
,(59) REVUELTA GoNZÁLEZ, Manuel: «La Iglesia española aote la crisis
del Antiguo Régimeo (1808-1833), eo Historia de la Iglesia en España,
BAC, Madtid, 1979, pág. 9.
(60) RllVUELTA: Qp. cit., pág. 7.
(61) REvuELTA: Op. cit., pág. 7 .
. (62) REVUELTA: Op. cit., pág. 8.
(63) REvOELTA: Qp. cit., pág. 8.
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EL REINADO DE FERNANDO VII
pululen las guerrillas conducidas por canónigos, curas o frai­
les» ( 64 ). «Las insurrecciones de las provincias surgieron al grito
de la religión
y se guiaron bajo enseñas y estandartes religiosos.
Junto al retrato del rey campea la
imagen de Cristo, de la Vir­
gen o del santo patrón» ( 65). «Los trofeos enemigos
se fijaban
como exvotos en los muros de los santuarios» ( 66
). «Se parte
del supuesto incuestionable de una guerra santa
» (67); «Nuestra
causa
es la de Dios, que pelea con nosotros y nos protege con
milagros» (68) era el convencimiento del puéblo español y así
lo impetraban con rogativas y penitencias públicas, coino acorda­
ron las mismas Cortes, y Id agradecían con infinitos y solemnes
Te Deum.
El barón Henrion, francés continuador de la Historia general
de la Iglesia
de Berault-Bercastel (69) es de la misma opinióri:
levantáronse
españoles y portugueses como si no fueran más que
un solo hombre, para defender su religión, su libertad y la
inde­
pendencia de su territorio» (70). Y añade: «no poca fue la parte
que en esta prodigiosa hazaña tuvo el virtuoso clero español» (71 i.
Martí Gilabert (72) la juzga «verdadera cruzada» (73) y para
Artola, «el atentadd contra la monarquía, representada en
fa
dinastía borbónica, junto con la ofensa a los altares, son los mo­
tivos decisivos por los que el pueblo, la masa absolutista de · la
nación, inicia la lucha a muerte contra
el invasor» (74 ). Y son
«los absolutistas la mayoría del pueblo» (

7
5 ).
(64) REvuPl.TA: Op. cit., pág. 8.
(65) REVUELTA: Op. cit., pág. 10.
(66)
REVUELTA: Op. cit., pág. 10.
(67)
REVUELTA: Op. cit., pág. 11.
(68)
REVUELTA: Op. cit., pág. 13.
(69) VIII, Madrid, 1855.
(70) BERAULT: Op. ciL, pág. 146.
(71)
BERAULT: Op. cit., pág. 146.
(72) MARTI GILABERT, Francisco: La Iglesia en España durante la Rc-
voluci6n francesa, EUNSA, Pamplona, 1971.
(73) MARTI: Op. cit., pág. 325.
(74) ARToLA: Op. cit., pág. 34. ·
(75) ARTol.A: Op. cit., pág: 33.
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGO:RA
El mismo Moreno Alonso, tan dado a buscar atisbos revolu,
cionarios donde no existen, acaba por reconocer que «fue mani·
festaci6n de auténtica cruzada popular contra los nuevos t•moros",
realizada con hispana pasi6n en pro de Dios, de la dignidad y
de la honra» (76).
Según Federico Suárez, «se combatía por
la religi6n, por la
patria,
por el rey. El motivo religioso, sobre todo, resalta con
fuerza» (77). Y
Fernández Almagro: «fácil es documentar la
tesis de que la guerra de la Independencia fue en gran parte
religiosa» (78). Concluiremos este repaso de testimonios
moder·
nos, y se podtían aducir mucho más, con el del parcialísimo Ja·
vier Herrero (79) que ~s definitivo dado su posicionamiento ideo·
lógico: «la importancia de los factores religiosos en la guerra de
la Independencia
es un hecho establecido por la crítica moderna
y que, por tanto, sería superfluo pretender demostrar ahora» (80).
No opinaban de otro modo los contemporáneos,
salvo excep·
clones tan interesadas como las que hemos citado de Toreno y
Argüelles. El Fil6sofo rancio, el célebre dominico Francisco Al·
varado, en sus Cartas criticas confirma la tesis napoleónica que
pretendía rebatir el adalid de los diputados liberales en las
Cor·
tes gaditanas: «los clérigos y los frailes son los peores para él
(para José Bonaparte), porque ellos tienen la culpa de la resisten·
cía de España» (81). Y en su polémica con el ministro de Gracia
y Justicia, Antonio Cano Manuel, le dice: «averigüe el señor
ministro cual era
el modo de pensar de Napoleón. Constante·
mente hallará que culpa a los frailes ( sin que nadie pueda apearle
de ello) de la resistencia que España le hace
y le está haciendo.
Lea los escritos de Sarracín,
y verá que este tiene por induda·
(76) MORENO: Op. cit., pág. 171.
(77) SuÁREZ, Federico: La crisis po/ltica del Antiguo R!gimen en Es·
paña, Rialp, Madrid, 1950, pág. 23.
(78) FE>NÁNDBZ ALMAGRO, Melchor: Orlgenes del régimen constitu.
cional en España, Barcelona, 1976, pág. 72.
(79) HERRERO, Javier: Los orígenes del pensamiento reaccionario espa.
ñol, Edicusa, Madrid, 1971.
(80) HERRERo: Op. cit., pág. 373.
(81)
ALvARADo: Op. cit., I, Madrid, 1824, pág. 14.
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EL REINADO DE FERNANDO VII
ble el hecho que tratamos. Escuche a los ingleses, testigos im­
patciales y oculares, y los verá confirmar lo mismo. Pregunte
a toda la nación
... ¡ Válgame -Dios! ¿ Y era este el premio que
debía esperar el estado religioso?» (82).
Mercader Riba aduce
el testimonio del embajador de Napo­
león en Madrid, Laforest, testigo de vista, que coincide absolu­
tamente con lo que venimos exponiendo: «los frailes, incorregi­
bles, han sido los
más ardientes emisarios de la oposición al
régimen» ( 83 ).
El capuchino Rafael de V élez, más tarde obispo de Ceuta y
arzobispo de
Burgos y Santiago, en otro testimonio absolutamen­
te contemporáneo ( 84) nos dice que «los ministros del santuario
activaron la efervescencia en los ánimos.
Los clérigos y los frai­
les sostuvieron con energía nuestro odio a Francia. Sean testigos
los pueblos de toda
la península, díganlo los franceses. Los mis­
mos enemigos de los ministros de la religión no se han atrevido
todavía a quitarles esa
gloria» (85).
«La religión fue lo que pusieron delante en
sus sermones;
sus ultrajes,
sus profanaciones, sus sacrilegios; estas son las _ideas
que procuraron avivar, hasta por aquellas gentes que apenas te­
nían interés por la religión. Toda la España se llegó a persuadir
que dominando la Francia perdíamos nuestra
fe. Desde el prin­
cipio
se llamó a esta guerra guerra de religi6n; los mismos sa­
cerdotes tomaron las espadas, y aun los obispos se llegaron a
poner al frente de las tropas pata animarlos a
pelear» ( 86 ).
«El mayor número de los señores obispos hao dejado sus pa­
lacios, hao sufrido privaciones de todo, y hao padecido los ma­
yores trabajos para no comprometer sus pueblos y sus feligreses.
El de Santander (Menéndez de Luarca) armó todo
su obispado,
(82) ALvARADo: Op. cit., Ill, Madrid, 1825, pág. 83.
(83) MERCADER RmA, Juan: José Bonaparte, rey de España, CSIC, Ma­
drid, 1971, pág. 120.
(84) VÉLF:r,, Rafael de: Preservativo contra la irreligi6n, 4.• edición,
Madrid, 1813.
(85)
VÉLEZ: Op. cit., págs. 109-110.
(86)
VÉLEZ: Op. cit., pág. 110.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
y salió con ellos para conducirlos a pelear. El de Orense ( Que­
vedo y Quintano) dejó su silla, no obstante, su ancianidad, pasó
los mares, y admitió un cargo que aborrecía (la presidencia de
la Regencia),
y en que trabajó por salvar la nación. Unos han
cedido su rentas a favor de los ejércitos. Otros han escrito pas­
torales a sus fieles para mantenerlos en la lid y no hacerlos
desmayar. Algunos han muerto a fuerza de tantos trabajos como
han sufrido por no acceder. a las pretensiones del enemigo; y los
que restan fuera de sus sillas, padeciendo la angustia, la escasez,
la necesidad.
El clero secular
ha seguido constantemente el ejemplo de . sus
obispos. La patria los ocupó en los cargos de sus Juntas; y, a
pesar de la inundación general de enemigos, han sostenido con
valor
su ministérid enmedio de las breñas. Desde las grutas han
conservado la comunicación con el gobierno, y manteniendo el
espíritu nacional. Han abandonado sus beneficios, sus canonjías,
sus curatos un crecido número de eclesiásticos ;
todds han cedido
gran parte de
sus pensiones. · Algunos han salido · a la campaña
y
han sabido pelear y vencer. El abad de V aldeorras alarmó la
Galicia. Salió a la defensa de su país, se puso al frente de su tro­
pa; el éxito correspondió a sus esfuerzos, la provincia se libro.
Los'
Roviras tomaron el castillo de Figueras. Los Merinos son el
terror de· los franceses. Sus
manos han cortadd laureles que ro­
dearán su corona. Los Tapias, los Salazares han dejado de sacri­
ficat sobre las santas aras al Dios de paz para inmolar en las de
la patria los enemigos de su fe.
El regular no ha hecho
menos servicios a la patria. En Mála­
ga los hijos de Santo Domingo pidieron al gobernador les man­
dase un oficial que los adiestrase en el uso del arlna, y se ofre..
cieron a incorpdrarse en las filas. En Logroño los padres car­
melitas, exhortados porsu 11uperior, dejaron los altares y confe­
sonarii:,s para pelear. Los padres observantes de la provincia de
Burgos se equiparon
ellds mismos de armas y de caballos, y por
la Central
se les mandó entregar su armamento a la junta de
Soto de Cameros, y «que viniesen a Sevilla para servir a la patria
en otros ministérios más análogos a su profesión». Obedecieron,
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EL REINADO DE FERNANDO VII
y a través de toda la península, pdr medio de los enemigos, se
presentaton al gobierno que los abandonó. En Zatagoza y Ge­
rona han defendido los puestos más arriesgados con honor. A
los
principios mandaton divisiones o fueron los que a sus jefes
llevaron a la lid, sacándolos en triunfo. Un Baudilio de San Boy
capuchino en Cataluña, un padre Teobaldo en Aragón
han hecho
estos servicios a la España. Cuando se
formaton las Juntas, en
casi todas las de la península tomaton asiento y desempeñaton
los catgos más gravosos con pública utilidad» (87).
«Se ofrecieron a conducir los
cotreos y pasar pliegos; a asis­
tir a los hospitales y llevat la pluma en todas las oficinas» (88).
«Los conventos han sido y son los cuarteles permanentes de nues­
tras tropas. Asisten a los enfermos en
los hospitales sin recibir
más esúpendio que su sustento. Han servido de capellanes en los
ejércitos, se han reseñado para entrat en la milicia por orden del
gobierno.
Se han incorporado en las parúdas, comandan algunas.
En Murcia
se reunieron hasta sesenta parúdarios religiosos a
caballo que han defendido aquel país.
Se han portado en las cru­
zadas con valor.
Han preso generales. Han cogidO' correos. Han
muerto muchos al frente del enemigo.
La ocupación de casi toda
la península no los ha retraído de su resolución de morir antes
que dejarse dominat por
el francés» (89).
«Otros servicios menos conocidos pero
más activos y de ma­
yor utilidad ha hecho a la patria todo el estado eclesiástico. En
las conversaciones privadas y en lo público, en el sacramento
de
la penitencia y en sus sermones, siempre han excitado el ma­
yor odio a nuestros enemigos. Desde el primer dfa hasta ahora
no han cesado de alatmar los
ánimos y los pueblos. Por más
reveses que hayamos· sufrido, ellos constantes han sostenido la
opinión de que llegatemos a vencer.
La confianza en nuestros
gobiernos, respetar las autoridades (puntos tan necesarios
pata
llevat nuestra empresa adelante), sobre estas materias han girado
siempre sus consejos
y sus discursos. El presumido de sabio, el
(87) VÉLEZ: Op. cit., págs. 110-111.
(88) VÉLEZ: Op. cit., pág. 112.
(89)
VÉLEZ: Op. cit., pág. 112.
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOivA
político a la moda, el irreligioso, no fijará su consideración en
estas nimiedades ; pero el que sabe a fondo
el carácter del pue­
blo español, que ha estudiado su
corazón, conocerá que estos son
los resortes poderosos que le mueven a pelear. Que para él ha
tenido
más influjo el sermón o el consejo de un fraile o clérigo
que todas las amenazas del gobierno, sus proclamas y
sus órde­
nes. Estas son las minas subterráneas por donde se ha comuni­
cado y propagado el fuego de
la insurrección» (90).
«Se mandaron hacer por todos los puntos rogativas públicas.
En Sevilla, en Valencia, en Granada, en
Málaga, en todas las
provincias imploraron la
protección de sus patronos con las más
solemnes funciones de iglesia. Se avisó a todas las justicias dis­
pusiesen los pueblos para una general misión. Se destinaron
sacerdotes ejemplares y
edificantes que la realizasen. Se practicó,
así, hasta en las aldeas más reducidas en el arzobispado de Sevi­
lla. Todo respiraba al principio piedad, devoción, celo de la
gloria de Dios, desagravio de
sus ultrajes cometidos por nuestros
enemigos, defensa de nuestra adorable
religión. Con este fuego
santo inflamado el pueblo español, ¿quién se le resistirá?» (91).
«Jamás
se ha publicado una guerra con mayor júbilo. Nadie
rehus6 tomar el fusil, todos caminaron gustosos al campo del
honor, pasaron de cuarenta mil los que
se reunieron en Córdoba
voluntarios. En Ecija se armaron
más de dos mil. No fue necesa­
rio requisiciones, quintas, sorteos. Todos ansiaban pelear porque
todos querían tener parte en
la defensa de su religión» (92).
«Quisiera que los gloriosos días de nuestra insurrección
ja­
más se olvidasen por los españoles. ¡ Qué devoción, qué piedad,
qué religión! Hablo lo que vi» (93).
«¿Queréis saber de que sir­
ven los regulares? Presentaos en Sevilla, en Ecija, en Córdoba,
y veréis alarmadas todas las ciudades por los eclesiásticos, entrar
en los templos movidos sus habitantes por los sacerdotes,· sacar
las imágenes, llevarlas por
las calles, gritar en altas voces: viva
(90) VÉLEZ: Op. cit. págs. 111-113.
(91) VÉLEZ: Op. cit., pág. 114.
(92) VÉLEZ: Op. cit., pág. 115.
(93)
VÉLEZ: Op. cit., pág. 116.
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EL REINADO DE FERNANDO VII
María Santísima, viva Jesucristo, viva su fe, su religión, viva
Fernandd
VII, mueran los franceses... ¡ Las funciones de iglesia
se multiplican, los sermones son diarios, las confesiones son más
frecuentes ! Los soldados ponen en sus sombreros los retratos de
la Virgen. En
sus pechos se dejan ver los escapularios, caminan
alegres no como soldados sino como una gran cruzada, en la que
muriendo, el cielo va a premiar
sus trabajos» (94).
«La España parecía una gran cruzada en que todos
se arman
por defender la religión de Jesucristo» (95). «Lo que
nos hace
padecer gustosos tantos sacrificios, y ser superiores a nosotros
mismos, es el amor a nuestra adorada religión» (96).
Esto
se escribía en plena guerra. Si no hubiera sido así, el
libro del P.
Vélez, que conoció un extraordinario éxito, se hu­
biera desacreditado inmediatamente, pues todos los lectores ha­
bían sido protagonistas de los hechos. Lo juzgamos, pues, un
retrato fiel de la situación que vivió España en la guerra, que
bien podemos calificar de religiosa.
Pero Rafael de
Vélez era un escritor contrarrevolucionario
que, aun reflejando la verdad
tal vez la exagerara. Hubo otro clé­
rigo que apostató del catolicismo y huyó a Inglaterra. No es por
tanto sospechoso. Me estoy refiriendo a Blanco White. De él son
estas palabras, escritas en la nación que
le acdgió: «Conocía de­
masiado bien la firmeza con que la superstición estaba enraizada
en
mi país y sabía que no era el amor a la independencia y a la
libertad el que había levantado el pueblo contra los Bonaparte,
sino el temor que sentía la gran
masa de los españoles ante la
pretendida reforma de los abusos religiosos» (97).
Testimolli.os similares afloran por todas partes. En las mis­
mas Cortes, dos de los corifeos del liberalismo naciente, Francis­
co Fernández
Golfín y Manuel García Herreros se lamentan de
los oficiales que van al combate haciendo actos de contrición y
encomendándose a Dios
pdrque con ello se minaba la moral de
(94) VIILEZ: Op. cit., pág. 116.
(95)
Vlh.Ez: Op. cit., pág. 116.
(96)
VÉLEZ: Op. cit., pág. 117.
(97)
BLANCO WHITE, José María: Autobiografla, Sevilla, 1975, pág. 164.
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGO!vA
los combatientes (98). No les quitaré del todo la razón a los
diputados, pues
esos actos en el momento del combate deben ser
más internos que externos, pero no cabe duda que denotaban un
evidente espíritu religioso en los combatientes. Que ello,
ade­
más, no suponía respetos humanos en quienes los practicaban
por lo que sería, por una parte bastante general y por otra no
mal acogido por
los compañeros. Y, por último, sobre lo exten­
dido del caso debe dar fe
el que se expusiera en las Cortes ya
que, de ser un hecho aislado, no hubiera merecido la atención
del Congreso.
Al Congreso se presentó en 1811 un discurso de Estanislao
Fita con la tesis siguiente: «que la presente guerra
es más de
religión que de libertad e independencia» ( 99
). Y en las mismas
Cortes, pesea a lo que dijeron más tarde Argiielles y Toreno y
por mucho que irritara a los
más conspicuos liberales, existía un
parecido sentimiento.
Cuando en
la sesión del 2 de mayo de 1811 decidió el Con­
greso que los nombres de Daoiz y V elarde se inscriban con letras
de oro en el salón de sesiones, «en memoria eterna de la heroica
resistencia que hicieron y gloriosa muerte que sufrieron en este
día, defendiendo la libertad de su patria» (100), se aprobó tam­
bién que
se añadiese, «a petición del señor Salas ( 101 ), la pala­
bra
religión a las de la libertad de la patria».
Todavía es mucho más significativa la intervención de Vicen­
te Terrero,
el cura de Algeciras, que ese mismo año, y es de
notar que en tal fecha habían
ya pasado los primeros fervores
de la insurrección, dijo a
sus compañeros, sin que ningún dipu­
tado
se extrañara por ello: «Si por un imposible se reuniesen
(98) Diario de las discusiones ... , IV, Cádiz, 1811, págs. 252-253.
(99) Diario de las discusiones ... , IV, pág. 428.
(100) Diario de las discusiones ... , V, Cádiz, 1811, pág. 304.
(101) No podemos precisar si se trata del diputado por Mallorca José
Salas Boxadors o del que representaba a la Serranía de Ronda Juan de
Salas porque ambos militaron en el bando tradicional y a cualquiera de
ellos pudo corresponder la iniciativa si bien teniendo en cuenta que en
1811 estuvo el andaluz ausente de Cádiz algún tiempo por motivos de
salud posiblemente fuera el mallorquín e1 autor de la proposición.
468
Fundaci\363n Speiro

EL REINADO DE FERNANDO VII
los párrocos (no lo harán, Señor), y cansados de tan larga lucha
predicasen a sus feligreses la tranquilidad,
se acababa la gue­
rra» (102). La afirmación es tremenda. Si la Iglesia hubiese
dicho a los españoles: aceptad a José, no cambatáis a los france­
ses, hubiera concluido la lucha. Evidentemente se trataba de un
condicional que, como no tuvo lugar, nunca sabremos si hubiera
ocurrido
perd ya es significativo. que tales palabras pudieran
pronunciarse sin el menor escándalo de los diputados.
Un año
más rarde, 1812, orro diputado, Gutiérrez de la
Huerta, no vacilaba en afirmar en el mismo escenario de las
Cortes: «son por notoriedad apreciables los servicios que han
hecho (los monjes y los frailes) en todo tiempo, y especialmente
para promover, sostener y fomentar nuestra santa insurrección,
debida en gran parte a su influencia y veneración en los pue­
blos» (103).
No era orro el sentimiento de los obispos una vez
con­
concluida la gran contienda. El que había sido diputado en las
Cortes extraordinarias y ahora era obispo
de Barbastro, Juan
Nepomuceno Lera y Cano, escribía el
17 de junio de 1817:
«nació
(la guerra de la Independencia) del amor a nuestro legí­
timo Soberano, que era las delicias de los españoles, de la adhe­
si6n a la religión de nuestros padres y del odio al tirano usur­
pador que intentaba arrancarnos uno y otro ; así que apenas se
entendió en los pueblos de España la perfidia fraguada en
Ba­
yona resonó en todo el continente español un grito universal de
viva nuestro rey, viva la religión, muera el tir~o, guerra, gtierra
a este pédido» (104). En análago sentido se expresaba el obispo
de Carragena, José Jiménez, el 9 de junio del mismo año al afir­
mar que
la sublevación se hizo «en defensa de la religión y de
su
rey» ( 105); el de Santiagd, Múzquiz: «en defensa de la reli-
(102) Diario de las discusiones ... , VIII, Cádiz, 1811, pág. 430.
(103)
Diario de las discusiones ... , XV, Cádiz, 1812, pág. 232.
(104) PERLADO, Pedro Antonio: Los obispos españoles ante la amnis­
tla de 1813, EUNSA, Pamplona, 1971, pág. 190.
(105)
Pl!lú.ADo: Op. cit., pág. 231.
469
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FRANCISCO /OSE FERNA.NDEZ DE LA. CIGOfitA.
gión, el rey y la patria» (106) o el de Solsona, Benito y Tabeme­
ro: «la justa causa a favor de la Santa Religión y de V. M.» ( 107).
Wellington,
el caudillo victorioso al que terminamos dando
el mando de nuestros ejércitos y haciéndole duque de Ciudad
Rodrigo,
se limitó a expresar lo que veía: «en España el autén­
tico poder lo ejerce
el clero; fue él quien mantuvo firme al pue­
blo contra Francia» ( 108). Palabras que Carr asume como propias
cuando
nos dice que «en la guerra de la Independencia fueron
ellos (las órdenes religiosas), sobre todo a primera hora, los autén­
ticos adalides de las masas [palabra que Herrero traduce por la
más significativa de ''caudillos populares" (109), profetas de un
nacionalismo primitivo» ( 110). Y cita a Espoz y Mina en sus
Memorias cuando «reconoció en 1821 que un canónigo de Pam­
plona
g02aba en el pueblo de mayor ascendiente que la Diputa­
ción Provincial de Navarra» (111).
Antonio Capmany, que también fue diputado en las extra­
ordinarias y en las ordinarias, esta
vez como suplente, hasta su
muerte en 1813 escribió en su
Centinela contra franceses (112)
que
la lucha contra Bonaparte «es guerra de religión» ( 113)
frente a «un
ejército de ateístas, plaga nueva en el mundo y
desconocida en la historia» (114). Y los sesenta y nueve diputados
de las Cortes ordinarias denominados
persas (115), en su célebre
manifiesto dirigido
al recobrado Femando y fechado el 12 de
abril de 1814, expresan en su segundo párrafo: «se vieron a un
(106) Pmu.Ano: Op. cit., pág. 462.
(107)
PERLADO: Op. cit., pág. 520.
(108)
CARR, Raymond: España: 1808-19A9, Arle!, Barcelona, 1970,
2.' ed., pág. 57.
(109) HERRERO: Op. cit., pág. 374.
(110)
CARR: Op. cit., pág. 60.
(111)
CARR: Op. cit., pág. 57.
(112) Sevilla, Imprenta Real, 1810.
(113)
CAPMANY: Op. cit., pág. 50.
(114) CAPMANY: Op. cit., pág. 144.
(115) FERNÁNDEZ DE LA CrGOÑA, Francisco José: «Pensamiento con­
ttarrevolucianrio español: El manifiesto de los ''persas"», en Verbo, enero-,·
febrero, 1976, núm. 141-142, págs. 179 y sigs.
470
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EL REINA.DO DE FERNANDO VII
tiempo sublevadas todas las provincias para salvar su religión,
su
rey y su patria» (116).
Concluyamos este epígrafe, tras el cual creemos que nadie
abrigatá la menor duda sobre
el carácter de guerra religiosa del
alzamiento nacional contra Napoleón con algunos hechos que
confirman cuanto hasta aquí hemos dicho. Seguiremos fundamen­
talmente a Toreno pues, dada su animadversión a
la tesis, nadie
nos tachará de parciales. Y ello servirá
al mismo tiempo para
señalar las contradicciones del conde.
En Asturias destaca por su patriotismo el canónigo Ramón
de Llano Ponte, cuya casa era el centro de los conspiradores, que
acaudillatá a
la multitud ( 117). Los franceses tenían al alzamien­
to como obra del clérigos y frailes (118).
El P. Gil es el alma
de
la sublevación en Sevilla ( 119). Y el jerónimo P. Puebla en
Granada (120).
En Valencia lo es el P. Rico (121). Que, una
vez caída la capital levantina en poder de Suchet, sigue entregado
a sublevar el viejo reino ( 122). El pueblo ve la mano
de la Pro­
videncia en
los hechos favorables a nuestras armas ( 123 ). El
escolapio Bogiero destaca en la defensa de Zaragoza ( 124
). Des-
(116) Diz-LoIS, Maria Cristina: El manifiesto de 1814, EUNSA, Pam-
plona, 1967,
pág. 196.
(117)
ToRENO: Op. cit., pág. 57.
(118)
ToRENO: Op. cit., pág. 62.
(119) ToRENO: Op. cit., pág. 64.
(120) ToRENO: Op. cit., pág. 68; DÉROZIER, Albert: Quintana y el
nacimiento del liberalismo en España, Turner, Madrid, 1978, pág. 444.
(121) ToRENo: Op. cit., pág. 71; MARTÍNEz DE VELASCO: Op. cit.,
págs. 57 y 87; SORIANO, M. de la E.: El P. Rico y el levantamiento de
Valencia contra los
franceses, Archivo Iberoamericano, 13, 1935, págs. 257-
327;
R:rco,. Juan: Memoria bist6rica sobre la revoluci6n de Valencia que
comprende desde
el 2.3 de mayo de 1808 hasta fines del mismo año ... , Cá­
diz, 1811 (Citado por ARTOLA: Los orígenes dé la España contemporánea,
U, Madrid, 1976, IEP, pág. 102).
(122)
VrLLANUEVA, Joaquín Lorenzo: M; viaje a las Cortes, BAE,
XCVIII, Madrid, 1957, págs. 275, 276, 278-280, 283, 287-291, 294, 296,
330,
356, 359, 360 y 365.
(123)
ToRENo: Op. cit., pág. 71.
(124) ToRENO: Op. cit., pág. 75; FtmNTE, Vicente de la: Historia
eclesMstica de España, III, Barcelona, 1855, pág. 465.
471
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FRANCISCO /OSE -FERNANDEZ DE LA CIGO!J"A
trucción de templos al entrar los franceses en Córdoba (125). El
arzobispo de Valencia anima a la defensa de
la ciudad (126).
Barbarie antieclesial de los franceses
al entrar en Cuenca (127).
Y en Medina
de Rioseco ( 128 ). Indignación del pueblo en Le­
brija al ver que los prisioneros franceses -llevaban en sus mochi·
las vasos sagrados ( 129
). Respuesta de Palafox a Lefebvre que
le intimaba la rendición: «las tropas francesas cometen atrocida­
des indignas de hombres, saquean, insultan.
y matan impunemen­
te a los que
ningún mal les han hecho, ultrajan la religión, y
queman sus sagradas imágenes de un modo inaudito» (130).
Des­
taca en la defensa de Zaragoza el beneficiado de Sas ( 131 ).
Acción de gracias por la liberación de Zaragoza ( 132). Se suble­
va el pueblo de Oporto
al ver que los franceses se llevan los
vasos sagrados ( 113
). Se encuentran cadáveres franceses en un
convento de dominicos (134
). Asesinatos de curas y monjas en
Uclés con violaciones masivas (135). Valiente actuación del clero
en el segundo sitio de
Zaragooa ( 136 ). Actuaciones guerrilleras
del cura Merino (137). En Galicia acaudillan
al pueblo los abades
de Casoyo; Cauto
y Valladares y fray Fancisco Carrascón (138).
Un capuchino. manda una guerrilla ( 139). Asesinato del obispo
de
Corla (140). Intervención del clero en el sitio de Gerona (141).
(125) ToRENO: Op. cit., pág. 94.
(126)
ToRENO: Op. cit., pág. 97.
(127)
ToRENO: Op. cit., pág. 99.
(128)
ToRENO: Op. cit., pág. 102.
(129)
TORENO: Op. cit., pág. 108.
(130)
ToRENo: Op. cit., pág. 111.
(131) TORENO: Op. cit., pág. 117.
(132) ToRENO: Op. cit., pág. 117.
(133)
TORENO: Op. cit., pág. 124.
(134)
ToRENO: Op. cit., pág. 160.
(135)
ToRENo: Op. cit., pág. 162.
(136)
ToRENo: Qp, cit., págs. 170-171 ..
(137) ToRENo: Op. cit., pág. 187.
(138)
ToRENO: Op. cit., págs. 188-189 y 191.
(139)
ToRENo: Op. cit., pág. 1%.
(140) TORENO: Op. cit., pág. 211.
(141)
ToRENo: Op. cit., págs. 216 y 219.
472
Fundaci\363n Speiro

EL REINADO DE FERNANDO VII
Partida del capuchino (142). Y del cuta Tapia (143). En Málaga
los capuchinos alientan la insurrección (144).
El clero es perse­
guido a la entrada de los franceses en Valencia ( 145). Un fran­
ciscano al
mando de una guerrilla en Valencia (146). Los man­
dos «ignorantes», como Echevarri, procuran «cautivar aún más
la afición, que ya la tenía el vulgo con actos de devoción · exa­
gerada» (147) ...
No vale la pena insistir con más testimonios que podrían
acumularse hasta el infinito. Con lo dicho queda totalmente pro­
bado el sentido religioso de la guerra de la Independencia. Cierto
que se cometieron excesos y que, para una mentalidad de hoy
puede resultar cohcante e incluso nada evangélico el ejemplo de
esos clérigos montados a caballo, trabuco en bandolera y pisto­
las al cinto, degollando franceses donde los hallaban. Pero ello
era consecuencia de un ambiente en el que
se identificaba al
francés con el demonio y en aquellos días no
extrañaba tal com­
portamiento al catolicismo español. O no extrañaba demasiado.
Cierto
también· que muchos de los curas y frailes que cam­
biaron altares por armas no era precisamente modelos de san­
tidad ni de buena conducta eclesial. En aquella guerra religiosa
algunos pensaron que todo valía. Y lo que fue verdad
es que,
aunque la mayoría del pueblo aceptaba y respetaba al sacerdote
que manteniéndose en su papel aconsejaba la rebelión y
coope­
raba a ella alentando a los sublevados, prestándoles auxilios es­
pirituales, ocultándoles cuando podían, pasando informes y noti­
cias y manteniendo la religión en sus pueblos que era
el mejor
servicio que podían hacer a la insurtección, los ídolos
populares
eran los curas trabucaires que llevaban al cinto un crucifijo y
dos pistolas o una espada y hacían todo lo posible por mandar
al infierno cuanto antes a los que
creían que Dios tenía desti-
(142) ToRENo: Op. cit., pág. 226.
(143)
ToRBNO: Op. cit., pág. 226.
(144) ToRENO: Op. cit., pág. 240.
(145)
TORENO: Op. cit., págs, 379-380.
(146)
ToRBNO: Op. cit., pág. 401.
(147)
ToRBNo: Op. cit., pág. 423.
473
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FRA.NClSCO JOSE FERNANDEZ DE LA ClGORA.
nados a aquel lugar. En una guerra tan tremenda no era fácil
exigir distinciones teológicas.
Fue una guerra religiosa en la que el pueblo español vio
amenazada su fe ancestral y se opuso a ello con todas sus fuer­
zas. Como en toda cruzada hubo actos abyectos que no
es posible
justificar. Pero, aun quien condene toda cruzada, si no está ciego
por los prejuicios, al menos podrá comprenderla. Y así lo hace­
mos nosotros a casi doscientos años de aquella que no fue la
última de nuestra patria.
Los nombres de Rovira, Tapia, Merino, el abad
de Valladares,
Julián de Délica, Rico, Nebot
... , no serán dignos de figurar en
el santoral de la Iglesia y nadie lo pretende. Su condición ecle­
sial les llevó a acaudillar unas masas que amaban a la Iglesia y
luchaban por su identidad, sus derechos y su supervivencia.
i Qué
enorme distancia con esos otros curas guerrilleros
de hoy que,
con las mismas armas y las mismas muertes, luchan por unos
ideales que, de triunfar, llevarían a la Iglesia a las catacumbas!
Y
es preciso añadir que el nivel de información y de formación
de hoy, histórico, teológico y pastoral, están muy por encima
del que entonces tenían los curas y frailes guerrilleros.
Yo estoy dispuesto a reconocer, porque así lo pienso, que la
actividad de Jerónimo Merino, Francisco Rovira, Tapia o
el que
se quiera no era la propia de un sacerdote. Pero a quien no
dis­
culpe a los curas guerrilleros de hoy. En Hispanoamérica, en las
Vascongadas o donde se quiera. Frente a los que los acepten, no
admito nada. Héroes de la patria lo fueron aquellos
al menos
tanto como los de hoy. Y creo que mucho más. E hijos de
la
Iglesia también.
Pero salgamos de la anécdota. Que eso fueron los curas
gue­
rrilleros. Porque corremos el riesgo de hacer el juego a algunos
que pretenden que esa fue la aportación eclesial a la guerra de
la Independencia. Y, como hemos visto, no fue
así. La religiosi­
dad de un pueblo, eso que los liberales llamaban superstici6n,
fue el ingrediente básico de aquella epopeya digna de figurar en
las mejores páginas de nuestra historia. Eso fue lo importante.
Eso fue lo indudable. Eso
es lo que hoy merece recordarse.
474
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EL REINA.DO DE FERNANDO Vil
De las Juntas provinciales a la primera Regencia.
La proliferación de Juntas de resistencia al invasor fue un
fenómeno extraordinario y apasionante. Una nación decapitada
en sus instituciones que, de la noche a
la mañana desaparecieron,
como
la dinastía borbónica, o se pasaraon al enemigo, vio como
la vida social sustituyó el poder desaparecido
o rechazado por
mil poderes locales y autónomos que, sin embargo, fueron espa­
ñolísimos, y desde el primer momento asumieron
la tarea de
salvar
la patria.
Cae fuera del objeto de nuestro trabajo un estudio pormeno­
rizado de las distintas Juntas, de su formación y de
sus actua­
ciones. Nos limitaremos a señalar el importantísimo papel que
en ellas jugó
la Iglesia española. Lo que no hace más que con­
firmar el sentido religioso del alzamiento y la consideración que
entonces merecía la institución eclesial
al pueblo español.
En aquella situación tan crítica para la pervivencia de la na­
ción no cabían medidas antieclesiásticas que, como hemos visto,
sólo propugnaban minorías próximas al poder
en· ]os años pasa­
dos. Creemos poder afirmar que en
tan penosas circunstancias la
Iglesia vivió días felices dentro de la tragedia porque fue hon­
rada, respetada y obedecida como hacía tiempo no lo habla sido.
Sin pretenderlo
se vio situada en el centro del huracán como
punto de referencia y sólido asidero de un mundo que
se hundía.
Y asumió con toda dignidad su papel poniendo
al servicio de la
patria las inmensas riquezas que poseía y, sobre todo, dirigiendo
con su enorme peso moral la resistencia
al francés.
Bien puede afirmarse que no hubo clase alguna que volcara
con mayor generosidad
sus bienes en la empresa de la salvación
de la patria. Y, con ellos, sus personas. Porque formar parte de
las Juntas locales era poner en juego
la vida.
No cabe menospreciar la aportación de otras instituciones o
clases Verdaderamente fue aquel un espectáculo grandioso que
honra a todo un pueblo.
La hidalguía provinciana, los empleados
públicos, los militares
y el pueblo llano que aportó su entusias-
475
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
mo y sus hijos fueron protagonistas de una gesta digna del mayor
encomio. Apenas un pequeño grupo
de aristócratas y altos fon.
cionarios desentonó, por su traición, en aquella heroica subleva­
ción que merece figurar entre las mayores glorias de una nación
gloriosa. José Bonparte, el pretendido rey de España, no pudo
siquiera formar un ejército, por pequeño que fuera, que pudiese
combatir a
ladd de los franceses. Apenas algún menguado regi­
miento que sin moral ninguna fue derrotado en la primera
es­
caramuza. Es verdad .Todos compitieron en la hermosa tarea de
la salvación de
la patria. Pero, con todos, más que todos, la
Iglesia de España. Pues aquella fue,
ya lo hemos vistd, una
guerra de religión.
La Junta de Asturias la integraban cinco nobles: los marque­
ses de Santa Cruz de Marcenado y de Vista Alegre y los condes
de Marce! de Peñalva, de Agüera y de Toreno, cinco magistrados
de la Audiencia y los diputados de la Junta General del Princi­
pado ( 148
). En la insurrección tuvo destacado papel Ramón de
Lland Ponte, canónigo de Oviedo (149).
La proclama dirigida al pueblo, que firma nada menos que
Alvaro Flórez Estrada y en la que informa que Asturias «ha de­
clarado la
guerra a Francia» (150) no deja. lugar a dudas del
espíritu de los asturianos: «han profanado nuestros templos, han
insultad.o nuestra religión, han atacado nuestras mujeres, han
fal­
tado a toda la fe prometida, y no hay derecho alguno que no nos
hubiesen hollado.
¡ Al arma, al arma, asturianos!» ( 151).
Y concluye con una invocación religiosa que tal
vez sea la
única salida
de la pluma de Flórez Estrada: «invoquemos al Dios
de los Ejércitos; pongamos por intercesora a Nuestra Señora
de
las Batallas, cuya imagen se venera en el antiquísimo templo de
Covadonga y, seguros
de que no puede abandonarnos en causa
(148) MARTÍNEZ DE VELASCo: Op. cit., págs. 83-84.
(149) MARTÍNEZ DE VELASco: Op. cit., pág. 60; ToRENo: Op. cit.,
pág. 57; GONZÁLEZ MUÑIZ, Miguel Angel: El clero liberal asturiano, Gijón,
págs. 19-21.
(150) GARCÍA RÁMILA: Op. cit., pág. 14.
(151) GARCÍA RÁMILA: Op. cit., pág. 15.
476
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EL REINADO DE FERNANDO Vil
tan justa, corramos a aniquilar y arrojar de nuestra península a
nación
tan pérfida y tan execrable» ( 152).
No
poseemds datos acerca de la pertenencia al estado ecle­
siástico de miembros de la Junta de León, «excepcionalmente
numerosa» ( 153
), pues constaba de treinta y siete individuos.
Pero sí nos consta claramente cual era su ideología,
ya que en
el. tratado que se firmó entre los reinos de Galicia, Castilla y
León, en su artículo segundo
-el primero era el reconocimiento
de Fernando por legítimo soberano en pro de cuya libertad
«em­
plearán todas sus fuerzas y poder sin limitación alguna» ( 154 )--,
establecen que «continuará la guerra que están haciendo y han
declaradd a Napoleón Bonaparte y a su hermano José, por ser
incompatible su dominación en España con la religión católica,
que exclusivamente se profesa en
ella; con la justicia y derechos
de su rey don Fernando
VII y de los demás sucesores legítimos
de
la corona y con el juramento de fidelidad que le tienen pres­
tado» ( 155). Una vez
más aparece la religión como el primer mo­
tivo, aun antes que el omnipresente de los derechos del rey
prisionero, de la opisición
al francés.
La Junta de Galicia se formó con los diputados de las siete
ciudades, no «las
más importantes de Galicia», como dice García
Rámila ( 156 ), sino las que tenían voz y voto en la Junta del Reind
y que

eran
Coruña, Santiago, Betanzos, Lugo, Mondoñedo, Oren­
se y Tuy. A ellos
se incorporaron al menos tres eclesiásticos, el
obispo de Orense Pedro Quevedo y Quintano, el de Tuy, Juan
García
Benitd y el arcediano de Vivero, Andrés García Fernández.
La Junta de
los tres reinos (Galicia, Castilla y León) aprueba
unas instrucciones a los representantes de las mismas en
la Junta
Central y la primera de ellas, dice: «procurarán a toda costa
los
señores diputados la conservación de la religión católica y del
trono de sus mayores para nuestro amado monarca don
Feman-
(152) GARCÍA RÁMILA: Op. cit., pág. 15.
(153)
GARciA RÁMILA: Op. cit., pág. 19.
(154)
GARCÍA RÁMILA: Op. cit., pág. 21.
(155) GARCÍA RÁMILA: Op. cit., pág. 21.
(156)
GARCÍA RÁMILA: Op. cit., pág. 29.
477
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOIV'A
do VII» (157). Uua vez más la religión ante todo. Lo mismo
que en
el jutamento que se exigió a esos representantes: «jutais
a Dios
y a los Santos Evangelios en que tenéis puesta vuestra
mano derecha, que en el destino de vocal de la Junta Suprema
Central
y Gubernativa del Reino, elegiréis su Presidente sin
parcialidad ni pasión, amor ni odio, promoveréis
y defenderéis
la conservación y aumento de nuestra Santa Religión Católica
Apostólica Romana, la defensa
y fidelidad de Nuestro Augusto
Soberano Fernando
VII...» ( 158).
En
la Junta de Cataluña fue uno de los dos vicepresidentes
el arzobispo de Tarragona, que entonces era Romualdo Mon y
Velarde ( 159). Eran también miembros de la Junta el clérigo
jansenista,
más tarde diputado en las Cortes extraordinarias, José
Espiga
y Gadea, arcediano de Benasque, Juan Rodó, párroco y
comisario de la Inquisición, que representaba el corregimiento
de Villafranca
y el P. José Domingo Martín, en representación
del corregimiento de Tortosa (160). El
jutamento que prestaron
los integrantes de la Suprema Junta del Principado tampoco deja
lugar a dudas
del sentimiento de aquellos catalanes que, por su
proximidad a Francia, estaban mucho más directamente amena­
zados que los españoles de otras regiones.
El juramento era reiterativo
y se exigia sobre diversos pun·
tos. El primero decía así: «¿Jura V. a Dios
y a esta señal de la
Cruz y promete V. bajo este juramento a la Nación entera que
el cargo de vocal de la Suprema Junta del Principado de Cata­
luña, para que
se halla electo, lo dirigirá primeramente, hasta
perder la última gota de sangre, a la defensa de nuestra Santa
Religión Católica, con
toda la puteza que la abraza la Na­
ción?» ( 161 ).
Conviene señalar que en aquellos momentos angustiosos en
los que la patria parecía deshacerse
-y conciencia de ello teníar,
478
(157) GARciA RÁMILA: Op. cit., pág. 57.
(158) GARciA RÁMILA: Op. cit., págs. 59-60.
(159) GARciA RÁMILA: Op. cit., pág. 74.
(160) GARciA RÁMILA: Op. cit., pág. 75.
(161) GARCÍA RÁMI'LA: Op. cit., pág. 76.
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EL REINADO DE FERNANDO Vil
los catalanes, pues la menci6n de perder la última gota de sangre
no era una invocación retórica sino amenaza cierta-, la pro­
mesa se hacia a España. No a Cataluña. «A la naci6n entera».
Las pruebas de españolismo que dieron los catalanes en la guerra
de
la Independencia con un heroísmo s6lo comparable al de Na­
varra que era también provincia fronteriza y, por tanto, más
directamente amenazadas, son hoy sospechosamente silenciadas.
Pero la historia no puede borrarse.
El segundo juramento exigido, por
si no bastara el prime­
ro, es también absolutamente religioso o, incluso más bien piado­
so: «¿Jura V. defender la Pure2a de la Inmaculada Concepci6n
de nuestra Madre la Reina de los Cielos y
Tierra, M.aría Santí­
sima?» (162).
Hay que esperar al tercero para que aparezca la política:
«¿Jura
V. defender esta Provincia, hasta morir, de cualquier
enemigo de Nuestro Augusto Soberano Don Fernando VII
(q. D. g.), especialmente del usurpador de su Real Persona, el
Emperador de los franceses, gobernando a Su Real nombre, ín­
terin exista sin reconocer por ningún pretexto otra autoridad
que no se dirija a este fin?» (163).
Resulta hasta emocionante
· esta fidelidad de Cataluña, que
tenía el enemigo
dentro del Principado -Barcelona estaba ocupa­
da-, pero que, sobre todo, tenía en su frontera la enorme re­
serva de invasores que suponía la naci6n francesa. Si fueron
heroicas Galicia y Castilla, Asturias y Extremadura, Leon, La
Mancha, Valencia, Murcia y las Andalucias, las provincias limí­
trofes con Francia lo
fueron singularmente. El viejo Principado,
con
la inmensa gloria de su historia pasada, se llamaba a sí mis­
md provincia de España. Y por la defensa de esa provincia es­
pañola juraba luchar hasta morir. Si no es cierto que cualquiera
tiempo pasado fue mejor, hay momentos hist6ricos que hacen
sentir nostalgia de la fe y el valor de nuestros mayores.
La Junta de Armamento y Defensa de Zamora la presidi6 el
(162) GARCÍA RÁMILA: Op. cit., pág. 77.
(163)
GARCÍA RÁMILA: Op. cit., pág. 77.
479
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CJGORA
obispo de la ciudad, J oaqufn Carrillo Mayoral, del que algo he­
mos dicho al hablar de los afrancesados. Formaban parte de ella,
entre otros, el deán, el prior y el lectora! de
la catedral, el cura
del Sagrario y el párroco de San Lorenzo (164
). Cuando más
tarde se modificó y pasó a presidirla el gobernador militar, for­
maban parte de ella
dos eclesiásticos (165).
Eran miembros
de la de Granada, que presidía el Capitán
general, el arzobispo, el deán, el canónigo Funes,
dos canónigos
del Sacromonte, dos de la colegiata del Salvador, los párrocos
de
San Ildefensd y del Sagrario, dos capellanas reales, el prior de
la Cartuja, los de Santo Domingo y San Jerónimo, el prepósito
d~ San Felipe, el P. Maestro Baquero y los exprovinciales Ore­
juela y Aquino (166).
De la de Murcia formaban parte el obispo y el deán de la
catedral.( 167) mientras que «los miembros de la Junta Suprema
de Valencia eran áquellas personas que fueron presentadas en
lista por el P. Rico» (168), entre ellos, naturalmente,
el arzobis­
po y representantes del clero secular y regular (169).
En
la de Mallorca había seis eclesiásticos (170). En la de
Zaragoza, donde
el arzobispo Arce estaba entregado a los fran­
ceses, uno de sus
seis integrantes era el obispo de Huesca Joa­
quín Sánchez de Cutanda ( 171 ).
Y así, podríamos seguir con todas las Juntas y subjuntas que
aparecieron en España. Esa floración de patriotismo pronto
se
vio que era imposible que gobernase España por su dificilísima
cdordinación y se acordó la formación de una Junta Central que
asumiera los poderes del Estado
y dirigiera la lucha contra el
francés. Dicha Junta se formó con representantes de las princi-
(164) MAETÍNEZ DE VELASCO: Op. cit., págs. 85-86.
(165) MARTINEz DE VELAsco: Op. cit., pág. 86.
(166)
MAETINEz DE VELAsco: Op. cit., págs. 86-87.
(167) MAETlNEZ DE VELASCO: Op. cit., pág. 87.
(168)
MAETÍNEZ DE VELASCO: Op. cit., pág. 87.
(169)
MARTÍNEZ DE VELASCO: Op. e#., pág. 88.
(170)
MAETÍNEZ DE VELASCO: Op. cit., pág. 88.
(171)
MARTÍNEZ DE VELASCO: Op. cit., pág. 88.
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EL REINADO DE FERNANDO VII
cipales Juntas locales que habían de acudir a ella con los más
amplios poderes. Es interesante analizar estos para lo cual segui­
mds a Martínez de Velasco.
«Los representantes de Extremadura recibieron los
más am­
plios poderes, aunque limitados en el caso de que en la Junta
Central se hablase de introducir en España o Indias alguna re­
ligi6n que no fuese la cat6lica» (172), poderes que la Junta de
Extremadura da «en nombre de Dios Todopoderoso, de Jesu­
cristo Nuestro Señor, de su Santísima Madre, bajo
el título de
la Concepci6n, Patrona de España e Indias, del ap6stol Santiago,
del rey don Fernando
VII y de todo el puebld español» (173).
A los representantes de Toledo «les hicieron jurar que
pro­
moverán el aumento de la religi6n cat6lica, la defensa de Fer­
nando
VII y la conservaci6n de nuestras leyes, usos y costum­
bres» (174).
Los de C6rdoba juraron «defender-la Inmaculada
Concepci6n de María Santísima, nuestra Santa Religi6n, a
nues­
tro Rey el Señor don Femando VII y a la Naci6n entera en todo
caso» (175).
Los poderes que concedi6 a sus diputados
la Junta Suprema
de Jaén contenían «amplias facultades para tratar y determinar
en dicha Suprema Junta Central. Gubernativa del Reino, cuanto
convenga a libertar
la patria de la dominaci6n francesa, a la de­
fensa, conservaci6n y aumento de nuestra santa religi6n católica,
apdstólica, romana y al restablecimiento de nuestro amado mo­
narca Femando VII» (176). La de Murcia exigía a sus vocales
«promover el aumento de la religión cat6lica» (177).
Casi podría decirse que más que de un cuerpo político iban
a formar parte de un Concilio o
de un Congreso misional. Todo
ello confirmará
al lector sobre cuales eran entonces los senti­
mientos del
pueblo español respecto a la religión cat6lica y como
(172) MARTiNilZ DE VELASCO: Op. cit., pág. 179.
(173)
MARTiNl!z DE VELASco: Op. cit., pág. 179.
(174)
MARTiNilz DE VELASCO: Op. cit., págs. 180-181.
( 175) MARTiNl!z DE VELASCO: Op. cit., pág. 182.
(176)
MARTiNl!z DE Vi (177)
MARTiNl!z DE VELASCO: Op. cit., pág. 183.
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FRANCISCO !OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
los liberales, lo veremos, serán absolutamente infieles a los idea­
les que en aquella época tenía España y tan profuudamente sen­
tidos. Pero el hecho de que una minoría pensara de otro modo
e intentara por todos los medios imponer ese pensamiento no
debe hacernos olvidar que
ello se hizo contra el sentir práctica­
mente unánime
y, en cuanta ocasión había, manifiestamente ex­
preso del pueblo español.
De los integrantes de la Junta Central fueron eclesiásticos
Lorenzo
Bonifaz y Quintano, prior de la catedral de Zamo­
ra (178), que había sido diputado por esa ciudad en la Junta
soberana
de Galicia, Castilla y León (179), Luis Ginés de Punes
y Salido, canónigo de Granada ( 180), Francisco Castanedo, ca­
nónigo de Jaén y gobernador, provisor y vicario general del
obispado (181),
más tarde diputado en las Cortes de 1813-
1814 (182), Pedro de
Rivero o Ribero, «canónigo de la catedral
primada, inquisidor ordinario y vicario general del
arzobispa­
do» (183), Juan Acisclo de Vera y Delgado, arzobispo de Laodi­
cea in partibus, coadministrador del cardenal Borb6n en Sevi­
lla ( 184 ), uno de los designados para acudir a Bayona que no
atendió el
llam.amiento ( 185}; llegará a presidir la Central, tras
(178) MARTlNl!z DE VELASco: Op. cit., pág. 193; ToRENo: Op. cit.,
pág. 122.
(179)
GAllciA RÁMILA: Op. cit;, pág. 26.
· (180) MARTlNl!z DE VELASCO dice que era canónigo de la catedral:
Op. cit., pág. 193 y ToRENo que lo era de la Iglesia de Santiago: Op. cit.,
pág. 132.
(181)
MARTlNl!z DE VELASCO: Op. cit., pág. 193; ToRENO: Op. cit.,
pág. 132. Alguoos le llaman Castañedo, así, MARTlNl!z DE VELASCo y MARÍA
ISABEL AluuAzu: «La consulta de fa Junta Central· al país sobre Cortes•,
en Estudios sobre Cortes de Cádiz, Universidad de Navarra, Pamplona,
1967, pág. 43,
(182 Se aprobaron sus poderes
el 24 de septiembre de 1813: Actas
de las sesiones secretas de las Cortes, Madrid, 1874, pág. 886.
(183) MARTINEz DE VELASco: Op. cit., pág. 194; ToRENO: Op. cit.,
pág. 132.
(184)
MARTlNl!z DE VELASco: Op. cit., pág. 194; ToRENo: Op. cit.,
pág. 132.
(185)
SANZ Cm, Carlos: La Constituci6n de Bayona, Reus, Madrid,
1922, pág. 104.
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EL REINA.DO DE FERNANDO-Vll
Floridablanca y Astorga, el 3 de noviembre de 1809 (186) y
terminará sus días en 1818
comd obispo de Cádiz sede para la
que fue nombrado en 1815, y Pedro de Silva, Patriarca electo
de las Indias que no llegó a ser preconizado (187). Era hermano
del marqués de Santa
Cruz y había alcanzado en el ejército el
grado de mariscal de campo cuando decide hacerse sacerdote.
Fue también director de
la Academia Espafiola (188). Su muerte
el 6 de noviembre de 1808 (189)
hizd que su papel en la Central
fuera prácticamente nulo.
Seis eclesiásticos, que
constituían algo más de una sexta par­
te de la Junta, es una representación notabilísima teniendo en
cuenta que no era la misión de los sacerdotes gobernar política­
mente el país. Pero
es un dato más que confirma el peso de la
Iglesia en la sociedad de la época y el créditd que sus represen­
tantes merecían a la nación.
No pudo ser la Junta Central un organismo de Gobierno
que
atendiera a todas las necesidades del país porque las circunstan­
cias no lo permitían. Bastante tenía con resistir al francés como
pudiese
y bien poco podía. Su retirada de Aranjuez a T alavera
y de
allí a Sevilla (190) y, pdr último, de Sevillá a Cádiz (191)
ante el avance francés, que más adecuado sería calificar de fuga,
es particularmente trágica y demuestra más que sobradamente sus
precarias condiciones de existencia. Pocas medidas pudo· tomar
ya que
.. bastante tenía con sobrevivir. ·
Su primer presidente, el conde de Floridablanca, no tenía ya
en su ancianidad casi ningún rasgo de aquel servidor de Car­
los
III que había · conseguido la supresión de la Compafiía de
(186) -SuÁREz, Federico; El proceso de la convocatoria a Cortes, EI.JN:SA,
Pamplóna, 1982, pág. 182.
(187) MARTÍNEZ DE VELASCO: Op. cit., pág. 195; ToRENo: Op, cit.,
pág. 132.
(188) DEMERSON, .Paula, de: Mara Francisca de Sales Port_ocarrero,
condesa del Monti¡o}· Editória Nacional, 1975, pág. 109.
(189) DEMERSON: Op. cit., pág. 110 •
. (190) ToRENo: Op. cit., págs. 146, 152; GARcfA DE LEóN: Op. cit.,
págs. 121,126,
(191) ToRENO: Op. cit., pág. 238.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
Jesús (192) y había sido pieza capital del gobierno de aquel monar­
ca. Los aiíos, la persecución, el ostracismo y los acontecimientos
habían hecho de
él otro hombre. El malévolo retrato que de él
hace Argüelles: «se entretenía en arreglar el tapete de la mesa
y la campanilla» (193), dice bastante del concepto que merecía
a los jóvenes liberales.
Según
Martínez de V elasco era partidario de reunir las Cor­
tes, lo que, por otra parte, había sido la voluntad del monarca
prisionero ( 194
), pero el comisionado de la Junta de Galicia,
Torrado, le convenció de la conveniencia
de formar una Junta
central (195). María Isabel Arriazu, en cambio, nos dice que
«la
idea de reunir las Cortes no era grata a Floridablanca ni a quie­
nes le estaban adheridos en
la Junta» (196). Federico Suárez,
en su ejemplar monogarfía sobre
el proceso de convocatoria a
Cortes, confirma lo que dice Arriazu ( 197) pero todo ello no
tiene por que suponer contradicción con Martínez
de Velasco
ya que, según él, tras haber sido convencido por Torrado se ma­
nifestó contrario a las Cortes.
Mas, Cortes o no Cortes, en teoría,
poco o nada tendrían que
ver con
nuestro trabajo si no fuera por su concretización en las
disposiciones de
Cádiz. La Iglesia, por principio, no era contraria
a las Cortes, donde
tenía un puesto privilegiado, y, de hecho, no
lo fue. En este mismo capítulo lo hemos de ver.
Vicente de la Fuente señala que
«el conde de Floridablanca
sobre todo en los últimos treinta
años de su vida fue tan apre­
ciable
como había sido poco digno de aplauso en los cincuenta
anteriores» (198). Es, sin duda, una exageración.
Sus últimos
(192) F°ERNÁNDBZ DE LA ÜGOÑA, Francisco José: El liberalismo y . la
Iglesia española. Historia de una persecud6n. Antcedentes, Speiro, Madrid,
1989, págs. 43 y sigs.
(193) Diario de las discusiones ... , VI, Cádiz, 1811, pág. 440.
(194) MARTÍNEz DE VELAsco: Op. oit., pág. 149.
(195)
MARTÍNEZ DE VELASCO: Op. cit., pág. 149.
(196) ARRIAZU: Op, cit., pág. 35.
(197)
SuÁREz: El proceso ... , págs. 41 y sigs.
(198) FtraNTE, Vicente de la: 1767 y 1867. Co/ecci6n de los articulas
sobre la expulsi6n de los iesuitas Je España, publicados en la revista selna­
nal La Cruzada, Segunda parte, Madrid, 1868, pág. 185.
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EL REINADO DE FERNANDO VII
años, aun derrochando benevolencia en su consideración, y cree­
mos que no fuimos críticos con ellos, nd bastan para compensar
actuaciones anteriores. Pero el testimonio no deja
de ser signifi­
cativo del cambio ideológico de José Moñino, representante pa­
radigmático del despotismo ilustrado que, si bien no tuvo el
menor atisbo de liberalismo,
no cabe incluirle entre los políticos
del pensamiento tradicional sino entre los conservadores del
An­
tiguo Régimen aunque preconizara algunos retoques del mismo.
«Cdn respecto a los jesuitas, Floridablanca en el último año
de su vida se mostró arrepentido de la conducta que observara
con ellos en
su juventud. A don Juan Bautista Erro le dijo en
cierta ocasión: "si logramos echar a
los franceses, una de las
primeras
cosas que hay que hacer es reparar la injusticia que se
cometió con los pobres jesuitas".
«Es público en Sevilla que hizo retractación allí, pocos días
antes de morit, si bien
no se me ha podido proporcionar toda­
vía
el documento que se está buscandd» (199). Menéndez Pe­
layo (200) sigue a de la Fuente aunque atenúa lo de la retrac­
tación: «dícese, aunque no con seguridad completa, que en
Se­
villa hizo antes de morir, una retractación en forma de sus doc­
trinas antiguas».
«El rey nuestro señor don Femando VII, y en su real nom­
bre la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino, habiendd
considerado que la confinación de los exjesuitas, no sólo causaba
a estos infelices hermanos nuestros el disgusto de haber de vivir
expatriados, separados de
sus amigos y deudos, y abandonados a
la merced
de persdnas extrañas, sino que además a la dificultad
de administrarles la pensión asignada por S. M., se agrega la de
que los fondos que percibían eran extraídos para siempre de la
circulación del reino para ir a fecundar
la de países extraños, y
actualmente nuestros enemigos ; se ha servido acordar que se alce
su confinación, se permita volver a estos reinos a los que quie-
(199) FlmNTE: 1767 ... , pág. 198.
(200) MENÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., Il, págs. 533-534.
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FRANCISCO IOSE FERNANDBZ DE LA. CIGO'fvA
ran, suministrándoles la misma pensión que gozaban en sus des­
tinos» (201).
El decreto de 15 de noviembre de 1808, dado pocos días
antes de
la muerte de Floridablanca, es, para Menéndez Pelayo,
«uno
de los pocos que honran a la Central» (202). Y fue, como
reconoce de la Fuente, «preludio de los decretos de 1815 y
1816» (203) por
los que se restautará la Compañía en Espafía.
El conde morirá en Sevilla el 30 de diciembre de 1808 y con
él perderá la Junta Central uno de sus miembros más conserva­
dores y posiblemente
el de más prestigio, ya que si actualmente
el de J ovellanos puede superarle en aquellos
crlticos años no
era asi.
La Junta Central no era sólo el conjunto de sus miembros,
sino también todos aquellos que la rodeaban y que luego
la si­
guieron en su precipitada huida a Sevilla o que alli se incorpo­
raron a ella como empleados de mayor o menor rango. De ellos
nos da el
Fil6sofo rancio una versión nada favorable: «se instaló
la Junta Central y vea usted aquLuna cofradía de medio aboga­
dos, medio poetas, y nada de estas dos cosas por entero, que la
siguen como sombra donde quiera que está, y que por este o por
aquel otto arbitrio
tratan de inducirla a lo que ellos inten­
tan» (204 ). Entre ellos destacó, y la alusión del dominico Al­
varadd parece señalarle directamente, Manuel José Quintana. So­
bre este personaje, de extraordinaria importancia en estos dias,
oficial primero de la Secretaria de la
Junta y nunca secretario
de ella como por error vienen diciendo, copiándolo unos de otros,
numerosos autores, hemos de volver, por lo que ahora nos
limi.­
tamos a consignar su nombre, que no debe ser olvidado.
De estos primeros
dfas del alzamientd es preciso hacer re­
ferencia a un dato que no debe pasar desapercibido. Lo tomamos
(201) fuENTE: 1767 ... , págs. 199-200.
(202)
MENÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, pág. 534.
(203)
FUENTE: 1767 ... , pág. 201.
(204) ALVARADO: Op. cit., Il, pág. 106.
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EL REINADO DE FERNANDO v'II
de Suárez (205), que a su vez lo transcribe de Díaz y Pérez (206).
Nos dice que
el conde de Tilly, uno de los representantes de
Sevilla en
laCentral (207), el otro era el arzobispo de Laodicea,
uno de los más extraños personajes que formaron parte de la
Junta y que falleció en prisión en Cádiz el 14 de sepriembre de
1810 (208), «reunió en
Aranjuez, el 17 de septiembre de 1808,
a los hermanos Quintana, Saavedta, Vadillo, González y otros
para constituir el Supremo Consejo del grado 33 en España».
Bien
sé que las adscripciones masónicas deben mirarse con
suma prudencia pues fueron en muchas ocasiones
utilizados como
arma arrojadiza para desacreditar adversarios. Pero tampoco
sería
honesto callar las referencias. Y si el hecho fuera cierto sería
muy significativo.
En los primeros días del alzamiento, la ma­
sonería, y no sólo la que venía bajo las águilas de Napoleón, ya
estaba actuando en España. El conde de Tilly «era hermano de
Alejandto Augusto de Grasse-Tilly, Gran Comendador del
Su­
premo Consejo del grado 33 en Francia» (209).
¿ Es cierto la referencia? ¿ Había conexión entre ambos her­
manos?
¿ La causa a Tilly, confusa por otra parte, tenía algo que
ver con directrices masónicas? ¿ Sus concomitancias con el conde
de Montijo, otro conspicuo masón, procedían de aquellas frater­
nidades? Es asunto necesitado de investigación que podtá arro­
jar no pocas claridades sobre los días a los que nos estamos re­
firiendo. Y no cabe duda de que si todo fuera así encajarían las
piezas de un rompecabezas que la historia aún no ha aclarado.
De esos hermanos que intentaban la organización de la ma­
sonería española -y tal vez la obediencia francesa fuera común
aunque alguno de los patriotas ni lo
sospechara-, nos quedan
(205) SuáREz: El proceso ... , pág. 448.
(206) DlAz Y l'ÉREZ, Nicolás: La Francmasoneria española, Madrid,
1894; págs. 211-212.
(207) ToRENo: Op. cit., pág. 132; MARTÍNEZ DE VELASCO: Op. cit.,
pág. 194.
(208) SuáREz: El proceso ... , pág. 449; TORENO: Op. cit., pág. 244;
Diario de las discusiones ... , X, Cádiz, 1811, pág. 152.
(209) SuÁREZ: El proceso ... , pág. 448.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
los nombres del ya aludido Quintana, de un Saavedta, que pen·
samos será el Francisco Saavedra ministro de Carlos IV, al que
ya nos hemos referido (210), de Vadillo, que seguramente será
José
Manuel Vadillo, de González, imposible de identificar sólo
por tan
común apellido y de «otros» que, de ser todo cierto,
indica había más.
Sobre Tilly
es preciso teproducir el testimonio de Blanco
White: «el conde de Tilly, perteneciente a la nobleza andaluza,
se dedicó a organizar la revolución en cuanto aparecieron los
primeros síntomas de resistencia contra los franceses.
Sus prin­
cipales agentes eran hombres de
las clases hajas, generosamente
dotados de la sagacidad, viveza y locuacidad propias de esta
clase de andaluces y, por tanto,
magníficamente preparados para
ponerse
al frente del populacho. Tilly, por su parte, bien de
acuerdo con la
máxima de que una revolución triunfante tiene
que cimentarse en sangre
-idea que los jacobinos franceses ha­
bían sembrado profusamente entre nosotros-o lo que es más
probable, por motivos particulares de venganza, había hecho
parte esencial de su plan el asesinato del conde del Aguila» (210).
Para que luego se nos diga que
los vergOÍlZOSos asesinatos
de jerarquías militares
en los primeros días de la insurrección
respondieron a motivaciones
sociales de las clases populares opri­
midas. Y Blanco era testigo de vista de los hechos. No
se los
había contado nadie.
Vadillo, si
es el que presumimos, fue diputado liberal por
Cádiz en
la legislatura ordinaria de 1813-1814, aprobándose sus
poderes el 19 de octubre de 1813 (212). Será después ministro
de Ultramar en el ministerio exaltado de San Miguel durante el
(210) FlraNÁNDEZ DE LA Crno>IA: El liberalismo ... , págs. 117, 133, 136,
140-142.
(211) BLANCO WHITE: Cartas ... , págs. 317-318.
(212) Actas de las sesiones de la legislatura ordinaria de 1813, Madrid,
1876, pág. 133.
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EL REINA.DO DE FERNANDO Vil
Trienio (213) y de Gobernación, con Bardají, en 1837 (214).
Lista no tenía
ningún buen concepto de él y en cartas a Reinoso,
decía: «La carta de Vadillo prueba que
es un tonto o un. píca­
ro» (215). «Vadillo tiene el defecto de ser bestia y pedante» (216.)
«Vadillo no tiene corazón» (217).
También queda referencia de su pertenencia a la
masonería
de otro miembro de la Central, Martín de Garay, en cuya Se­
cretaría Quintana era factor decisivo. Suárez (218) toma la refe­
rencia del marqués de V aldelomar ( 219
). ¿ Explica ello también
algo?
¿ La supervivencia de Garay en la Junta, en la Regencia
cuando casi todos sus compañeros de la Central eran humilla­
dos y perseguidos, en las Cortes y con Fernando
VII, a su re­
greso, del que fue ministro de Hacienda? ¿ Y el valimiento de
Quintana con él? No podemos afirmarlo pero explicaría muchas
cosas. Es uno de los puntos que está precisando una seria
mo­
nografía.
La Junta
C~ntral creó una Comisión de Cortes (220), de la
que formaron parte el arzobispo de Laodicea, Jovellanos, Riquel­
me, Castanedo y Caro (221). En .noviembre
de 1809, al ser
Riquelme y Caro elegidos miembros de la Sección Ejecutiva de
la Central (222), fueron sustituidos por Garay y
el conde de
(213) CoMELLAS, José Luis: El Trienio constitucional, Rialp, Madrid,
1963, pág. 357; FERNANDO VII: Itinerario de la retirada que el Gobierno
constitucional oblig6 a hacer a SS. MM ... , BAE, XCVIII, Madrid, 1957,
pág. 445.
(214) Estadistica de las Cortes, Madrid, 1880, págs. 44 y 1.206; CÁR­
CEL ÜRTÍ, Vicente: Politica eclesial de los gobiernos liberales españoles
(1830-1840), EUNSA, Pamplona, 1975, pág. 347.
(215)
JURETSCHKE, Hans: Vida, obra y ,pensamiento de Alberto Lista,
CSIC, Madrid, 1951, pág. 567 (10 de marzo de 1821).
(216)
JURETSCHKE: Op. cit., pág. 567 (10 de marzo de 1821).
(217)
JURETSCHKE; Op. cit., pág. 568 (30 de marzo de 1821).
(218)
SuÁREZ: El proceso ... , págs. 136-137.
(219) V
ALDELOMAR, marqués de: Fernando VII y la masonerlo: «Es-
pañoles, unión y alerta», Madrid, 1970, pág. '36.
(220) SuÁREZ: El proceso ... , págs. 133 y sigs.
(221)
SuÁREZ: El proceso ... , pág. 134.
(222) SuÁREZ: El proceso ... , pág. 136.
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FRANCISCO JOSE FERNA.NDEZ DE U CIGO!IA.
Ayamans (223 ). La Comisión, a su vez, creó una serie de Jun­
tas que le
facilitaran sus trabajos y una de ellas, la Junta de
materias eclesiásticas (224), incide directamente en el tema de
nuestro estudio.
Dicha Junta se creó el 6 de noviembre de 1809 (225) y fue
una de las últimas formadas. Su vida fue efímera, pues a fines
del enero siguiente falleció, la Junta Central y, en
el intervalo,
tuvo lugar la huida de Sevilla a Cádiz.
La presidió el vocal de
de
la Suprema Francisco Castanedo, «que hubo de cesar en la
la de medios y recursos» que presidía
hasta entonces (226) y la
compusieron personas de «conocida virtud, de
gran ilustración y
de exquisita literatura» (227), bastantes de ellds de ideas no de­
masiado o:rtodoxas.
Eran los siguientes: Fabián de Miranda y Sierra, deán de la
catedral de Sevilla, que actuaría como vicepresidente (228). Su
antifrancesimo hizo que José dispusiera de su cargo y se lo en­
cdmendase al obispo titular de Licopolis y auxiliar de Sevilla
Manuel Cayetano Muñoz Benavente, lo que costó a este, una
vez expulsados los
invasores, algunos disgustos (229).
Pedro Manuel Prieto, canónigo magistral de la misma Iglesia
y acreditado orador sagrado del que
se conservan varios discursos
y escritos (230). Las Cortes extraordinarias le nombrarán el 5 de
(223) SuÁREZ: El proceso ... , pág. 136.
(224)
SuÁREZ: El proceio ... , págs. 223-229.
(225) SuÁREZ: El proceso ... , pág. 223.
(226)
SuÁREZ: El proceso ... , pág. 224.
(227)
SuÁREZ: El proceso ... , pág. 224.
(228)
SuÁREZ: El proceso ... , pág. 224.
(229)
Diario de las discusiones ... , XVI, Cádiz, 1812, pág. 156.
(230) Alocuci6n a la patria de D. Pedro Manuel Prieto, Doctor y
Subdelegado de Cruzada, Magistral de Sevilla, con motivo de la protesta
contra
las elecciones de aquella capital para diputados a Cortes, Sevilla.,
Imprenta de D. Anastasio López, 1813; Respuesta que escribi6 D. Pedro
Manuel Prieto,· magistral de la Santa Iglesia de Sevilla al papel de D. José
Isidoro
Morales, can6nigo de la misma sobre privaciones y prooisiones
eclesiásticas en la dominaci6n del intruso y que ahora se publica por afec­
tos contra los que salen a luz idénticos a ¡,cores. En la misma imprenta,
ciudad y afio; Oraci6n que en las exequias que por el V. Padre Fray Diego
490
Fundaci\363n Speiro

EL REINADO DE FERNANDO VII
octubre de 1812, a propuesta de la Junta Suprema de Censura,
vocal eclesiástico de la Junta de Censura de Sevilla (231 ).
Vicente Blasco, «canónigo de la Iglesia de Valencia y Rec­
tor de su Universidad» (232) apuntaba, según Appolis .(233 ),
ideas jansenizantes por su rigorismo ante d sacramento de la
penitencia en d que se oponía a la atrición. Era persona de no­
table prestigio y por dio fue propuesto para la comisión del plan
de instrucción y educación pública en noviembre de 1811 (234),
nombradd vocal eclesiástico de la Junta provincial de
censura
de Valencia (235) y fue uno de los candidatos mejor situados
para ser nombrado consejero de Estado entre los eclesiásticos
constituidos en dignidad.
En el primer escrutinio tuvo 28 votos
de diputados y en el segundo 52. Resultó elegido
d arcediano
de Vivero Andrés
García Fernández (28 de enero de 1812) (236).
Joaquín
Lorenzo Villanueva. «Capdlán de Honor y predica­
dor de S. M.» (237) es ya muy conocido en esta historia (238)
y aún lo será
más.
Tomás de Arias, «canónigo de la Seo de Zaragoza» (239).
En la elección antes mencionada de consejero de Estado tuvo
un voto en el primer escrutinio y no pasó
al segundo. Posible­
mente sea el Tomás Arias, auditor de la Rota que Femando VII
José de Cádiz celebraron sus deudos el dla 8 de marzo de 1802 en el con­
vento
de carmelitas descalzas-de Santa Ana de Sevilla dixo D. Pedro Ma~
nuel Prieta, can6nigo magistral de esta Santa Iglesia y dio a luz D. Fran­
cisco de Paula Caamaño, sobrino del venerable difunto. Sevilla, por la viuda
de Hidalgo y Sobrino.
(231) Diario de las discusiones ... , XV, c.ádiz, 1812, pág. 320.
(232) SuÁREZ: El proceso ... , pág. 224.
(233)
.AP,ous, Emile: Les iansénistes espagnols, Sobodi, Bordeaux,
196, pág. 93-94.
(234) Diario de las discusiones ... , VIII, Cádiz, 1811, pág. 406.
(235) VILLANUEVA: Op. sit., pág. 87.
(236) Actas de las sesiones secretas de las Cortes, Madrid, 1874, pá­
gina 545; VILLANUEVA: Op. cit., pág. 268.
(237)
SuÁREZ: El proceso ... , pág. 224.
(238)
FERNÁNDBZ DE LA C,ooÑA: El liberalismo ... , pág. 10, U, 188,
192, 193,
196, 2()()..202, 206, 208, 250, 251, 255, 269, 285, 301, 303 313.
(239) SuÁREZ: El proceso ... , pág. 224.
491
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE PERNANDEZ DE LA CIGO!IA
nombró en su testamento suplente del cardenal Marco y Catalán
para el Consejo de Gobierno de la
reina Gobernadora. El rey
parece que
se había negado a proponerle para una mitra (240).
Segundo Cayetano García, «Gobernador del obispado de
Jaén» (241). Fue uno de.los tres propuestos para que las Cortes
ordinarias eligieran entre ellos el sustituto de Miguel Lobo en
la Junta del Crédito Público (242). Sólo obtiene
11 votos por
lo que
es elegido Salazar que obtuvo 86 mientras que Chone de
Acba logró los de 48 diputados (243 ).
Pedro Alvarez era «Maestrescuela de la Santa Iglesia de
Baza» (244) y no poseemos más datos de él.
Como tampoco del «R. P. Maestro Fr. José Ramírez, fran­
ciscano, vocal de la Junta Superior de Sevilla» (245), salvo que
fuera el José Miguel Ramírez elegido en la clase de eclesiásticos
miembro de la Junta Suprema de Censura el 22 de junio de
1813 (246), de la que llegó a ser vicepresidente el 15 de marzo
de 1814 (247).
Más conocido fue el agustino José de Jesús Muñoz, «vocal
de la Junta Superior de Córdoba» (248). Impugnó a Dupuis (249)
en una obra que mereció elogios de Menéndez Pelayo (250), al
que sigue Revuelta que la califica de «la obra de más categoría
(240) VILLA URRUTIA, marqués de: La reina goberñadora, Madrid,
1925, pág. 59.
(241) SuÁREZ: El proceso ... , pág. 224.
(242)
Actas de las sesiones de la legislatura ordinaria de 1813, Madrid,
1876, pág. 397.
(243)
Actas de las sesiones de la legislatura ordinaria de 1813, pág. 406.
(244)
SuÁREZ: El proceso ... , pág. 224.
(245)
SuÁREZ: El proceso ... , pág. 224.
(246)
Diario de sesiones ... , pág. 5.540.
(247) Actas de las sesiones de la legislatura ordinaria de 1813, pág. 119.
(248)
SuÁREZ: El proceso ... , pág. 224.
(249)
MUÑoz, José: Tratado del verdadera origen de la religi6n y sus
principales épocas, en que se impugna la obra de Dupuis, titul ada Origen
de todos los cultos. Precede
una disertación sobre la antigüedad del Zo­
diaco, por el Maestro Fr. José Muñoz, agustiniano, Madrid, impenta de
Espinosa, 1828, dos tomos.
(250) MENÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, págs. 893-894.
492
Fundaci\363n Speiro

EL REINA.DO DE FERNANDO VII
intelectual de la década» (251). Fue autor de otras obras, en
alguna de las cuales
se encastilla en un «sensualismo cerrado»
que sorprende a Menéndez Pelayo pudiera compatibilizar con
permanecer «tan fervoroso cat6lico
y ejemplar religiosd» (252).
Sobre
él encontramos una notable discrepancia entre Andrés
Manrique, al que creemos agustino y el jesuita Revuelta. Ambos
reconocen que los liberales, en
el Trienio le presentan para una
mitra, la de Salamanca, pero Manrique dice que «confirmado
por
la Santa Sede no acept6 el nombramiento (254). La diferen­
cia es notable si bien el hecho de haber sido presentado por un
Gobierno liberal del Trienio no dice demasiado
de su fervoroso
catolicismo
ni de su e¡emplar religiosidad. Fue una de las perso­
nas que respondieron a la consulta que la Junta Central hizo
sobre
las futuras Cortes ( 25 5 ), mostrándose bastante liberal pero
más en cuestiones políticas que religiosas.
Por último, fue secretario «con voto» de aquella Junta «Gre­
gorio Gispert
(sic), cura de la parroquia de San Lorenzo de
Murcia» (256
). Gisbert, que es como suele ser escrito su nom­
bre, fue una importante figura de aquellos escasos representantes
del clero que
se aliaron con los liberales en su lucha contra la
Iglesia. Revuelta (257) nos lo sitúa en las comprometidas y re­
galistas comisi6n eclesiástica (1820) y Real Junta eclesiástica
(1834). De Appolis, recogemos los siguientes datos: can6nigo y
diputado en el Trienio, expuso en las Cortes que «la afectación
de los bienes del clero
es una pura emanaci6n de la autoridad
(251) R>:vusLTA GoNZÁLEZ, Manuel: La exclaus traci6n (1833-1840),
BAC, Madrid, 1976, pág. 85.
(252) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., Il, pág. 894.
(253)
MANluQUE, Andrés: «Muñoz Capilla, José de Jesús OSA», en
Diccionario de Historia Eclesiástica, III, CSIC, Madrid, 1973, pág. 1.750.
(254)
R>:vusLTA GoNZÁLEZ, Manuel: Polltica religiosa de los liberales
en el siglo
XIX, CSIC, Madrid, 1973, pág. 346.
(255) ARTOLA: Los orlgenes ... , II, págs. 421-432.
(256) SuÁREZ: El proceso ... , pág. 224.
(257) REVUELTA: La exclaustraci6n, pág. 190; APPous: Op. cit., pá­
gina 215.
493
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
civil, que puede, cuando le sea necesario, anular el contrato» (258).
Ya estaban justificados todos los latrocinios. En 1836 publicará
con el agustino
La Canal, de quien también hemos hablado (259),
la teología del agustino alemán Klüpfel, galicano y antünfalibi­
lista (260). Cuando
La Canal rehúsa aceptar la diócesis de Gero­
na, en la que, por una
vez con buen criterio eclesial, rehus6 in­
trusarse si bien no con demasiada valentía, pues aleg6 motivos
de salud, «el Gobierno piensa en confiar ese obispado a su amigo
el can6nigo Gregorio Gisbert, pero este muere ese mismo año»
( 1837) (261
). Ferrer da cuenta, y tomamos el dato con todas las
reservas que
las infinitas erratas o errores de su voluminosa
Historia del Tradicionalismo español nos merecen, de que el
sacerdote Tomás García Morante public6 una obra impugnando
una carta
antipastoral de Gisbert cuando era gobernador eclesiás­
tico de Burgos (262). No hemos leído ni la pastoral ni su refu­
tación.
El 30 de noviembre, «al tiempo que se aumentaba en dos
vocales másla Junta de Instrucci6n (Bencomo y J. Isidoro Moras
les), se nombraron cuatro para la de .materias eclesiásticas: don Isi­
doro
Alaiz y Represa, doctoral de Toledo; don Mariano Zamora,
arcediand de Villena en la Santa Iglesia de Murcia ; don Carlos
Robles, can6nigo de Oviedo,
y don Pedro Bengoa, de la de Ca­
latrava» (263).
(258) APPous: Op. cit., pág. 170. ·
(259)
FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA: El liberalismo ... , págs. 207, 302 y
303.
(260)
APPOUS: Op. cit., pág. 206.
(261)
APPOLIS: Op. cit., pág. 217.
(262) GARclA MoRANTE, Tomás: La Constituci6n convencida de im­
piedad po, la Sagrada Escritura. Reflexiones politico-cristianas sacadas de
la misma, en defenSa de la soberana autoridad del -Rey Nuestro Señor· e
impugndei6n dogmática de · za carta · anti-pastoral del doctor don Gregario
Gisbert, exgobernador
eclesiástico del arzobispo de Burgos, por don Tomás
Garcia Morante, vicario de la dignidad y· cura en el mismo arzobispado,
Madrid, 1821. Citado por F'mumR, MELCHOR, TEJ,!RA, DOMINGO y AcEno,
José F.: Historia del Tradicionalismo español, II, Sevilla, 1941, pig. 231.
(263)
SuÁREz: El proceso ... , págs. 224-225.
494
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EL REINADO DE ·FERNANDO· Vil
No poseemos más datos que los que Suátez nos suministra
de Alaiz, Robles y Bengoa. Mariano García de Zamora sería más
tarde diputado por Murcia en las Cortes ordinarias, aprobándose
sus poderes el 20 de septiembre
de-1813 (264) y en ellas se
caracterizó como liberal.
Y tampoco, prácticamente, de su actividad. Cierto que, dado
el escaso tiempo que dispuso, no podría ultimar muchos trabajos.
Uno de sus vocales, Joaquín Lorenzo Villanueva, que también
será de la comisión eclesiástica de las Cortes
extraordinarias, in­
tegrada además por Serra, Rovira, Gordillo y Pascual, nombrada
el 22 de abril de 1811 (265) -cuatro jansenistas frente al orto­
doxo Pascual-, propone el 1 de abril de 1811: «Señor: la Jun­
ta Central formó en Sevilla una junta
de individuos del clero
que preparase la decisión
de algunas materias de disciplina ex­
terna en que debe intervenir la autoridad soberana. Esta junta,
bajo el plan que
se propuso, emprendió sus trabajos metódica­
mente llevándolos al estado que consta por
las actas de sus se­
siones, interrumpidas con motivo de la irrupción del enemigo en
las Andalucías. Y siendo de
sumd interés a la causa nacional que
se perfeccione esta digna obra, pido a V. M. se sirva nombrar
una comisión, que teniendo a la vista el plan de materias sobre
que trabajó aquella junta, y
el resultado de sus discusiones, pon­
ga fin a tan sabia empresa, presentando a la sanción de las Cor­
tes su juicio
así sobre los puntos ya tratados en ella, como los
demás que no llegaron a examinarse» (266). «Resolvieron. las
Cortes que
se realice la formación de esta junta cuando · la co­
misión de arreglo de comisiones presente sus trabajos» (267).
Consecuencia de
elld fue la indicada comisión eclesiástica, tan
parcial, y a la que
en siguientes capítulos habremos de referirnos.
Aun hay alguna otra referencia de Villanueva a

. los trabajos
de la Junta de materias eclesiáticas. En Mi viaje a las Cortes da
(264) Actas de las sesiones secretas de las Cortes, pág. 882.
(265)
Diario del as discusiones ... , V, Cádiz, 1811, pág. 142.
(266)
Diario de las discusiones ... , IV, Cádiz, 1881, pigs. 436-446;
SuÁRJ!Z: El proceso ... , pág. 226.
(267)
Diario de las discusiones ... , IV, pág. 436.
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGO!IA
cuenta de que el 13 de mayo «dimos principio a la Comisión
eclesiástica sobre los puntos de disciplina externa. Faltó el
se­
ñor Gordillo. Se leyó lo tratado ya por la Junta eclesiástica de
Sevilla
... » (268 ). Como se ve, prácticamente nada sobre el con­
tenido de las deliberaciones de la Junta sevillana.
Hay que acudir al P. Vélez
para obtener más luz (269). El
capuchino, en su celebérrima Apologia del altar tacha de janse­
nistas
y pistoyanos los trabajos de la comisión de Cortes y se
refiere a los anteriores trabajos de la Junta de Sevilla. Respecto
a ellos
es mucho más moderado. Y hemos de observar que no
suele ser reconocida la prudencia y la mesura de V élez que, con
perjuicio de historiadores de años siguientes, suele callar
nom­
bres y otras circunstancias que aclararían muchas cosas. Esa luz,
sin embargo, tampoco
es demasiada. A la citada Junta parece
ser que
se le dijo:
«Como uno de los objetos más principales para que se ha
de conservar el
brazo eclesiástico en las primeras Cortes, y sobre
el cual
se han pedido informes a los M. R. P. obispos, sea para
tratar de
la disciplina eclesiástica externa en que debe intervenir
la autoridad
real, como lo son las materias concernientes al cul­
to divino, educación, régimen y gobierno del clero secular, re­
formas de costumbres, reedificación de los establecimientos piado­
sds,' que por las vicisitudes de los tiempos han degenerado de
su primera institución... y también para acordar los subsidios
con que el estado eclesiático debe contribuir, será conveniente
se forme una comisión que prepare las materias, etc.» (270).
Casi nO precisa comentarse esa-instrucción. Porque, salvo en
el caso de acordar los subsidios que debía tratarse conjuntamente
entre la Iglesia y el Estado, todas las restantes materias eran
de
competencia exclusiva de la Iglesia. ¿ Qué tenía que ver el Es­
tado · con el culto divino o el gobierno del clero secular? No
negaré que,
al respecto, cabían sugerencias o denuncias que,
(268) VILLANUllVA: Op. cit., pág. 194.
(269) Vl!I.Ez, Rafael de: Apologla del Altar y del Trono, I, Madrid,
1818, págs. 382 y sigs.
(270) VÉLEZ: Apologla ... , l, pág. 405.
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Fundaci\363n Speiro

EL REINADO DE FERNANDO VIL
cuando fueran fundadas, la Iglesia era la primera interesada en
atender. Pero no era esa la cuestión.
Se seguía pretendiendo, en
la más pura herencia del despotismo· ilustrado, gobernar a la
Iglesia en lo que era exclusiva competencia
de la misma.
Vélez creía que «si unos eclesiásticos
como los de la Jun­
ta Central hubiesen tratado tales
materias, nada temería sin
duda» (271) pero temía
sólo escándalos con esos temas encarga­
·dos a las Cortes (272). No soy tan optimista, aun reconociendo
la diferencia sustancial que había entre la Junta y .el Congreso
gaditano. La tradición regalista estaba demasiado
arraigada.
Sin embargo, hay que reconocer que si la nota de Vélez es
fundada,
el sentido eclesial de los vocales de la Junta sevillana
de la Comisión de Cortes es bastante eclesial: «Convinieron:
l.º que siendo los comisionados unos meros particulares, las ma­
terias discutidas se elevasen a los señores obispos, para su apro­
bación de si convendría o no que se tratasen en el concilio;
2.º que puesto que las Cortes debían convocarse de los tres es­
tamentos, se pasasen al eclesiástico los trabajos, para que por ellos
se propusiesen a los señores obispos, y 3.º que nada se variase
de la disciplina general de la Iglesia en nuestro concilio, sin
consulta
ni aprobación del Papa» (273). Si ello fue así, y como
carecemos
de testimonios en contra debemos de momento acep­
tarlo, sólo cabe lamentar que las posteriores actuaciones de las
Cortes de Cádiz no hubieran seguido tan sensato. dictamen. Este
era el
modo de resolver los contenciosos Iglesia-Estado. Y la
historia nos demuestra que en esta pugna cedía mucho más, a
veces incluso demasiado, la institución eclesial que la política.
No
haber continuado por esta vía explica nuestro degraciado
siglo
XIX.
De la Junta de instrucción pública (274) no vamos apenas a
hablar. Toca nuestra materia incidentalmente por lo que sólo
mencionaremos la instrucción que para
el régimen de la misma
(271) VÉLEZ: Apoolgia. .. , I, p,!gs. 404-405.
(272) VÉLEZ: Apo/ogla ... , I, p,!g. 405.
(273) VtLEz: Apologla ... , I, p,!g. 405.
(274) SuÁREZ: El proceso ... , págs. 208-233.
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FRANCISCO !OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
elaboró J avellanos, que fue su presidente, «cuando sus compa­
ñeros pensaban en él para presidir la de Legislación» (275).
Nos no sextraña
la preferencia del asturiano por un objeto
tan caro o sus aficiones. No vamos a hablar ahora de su Ins­
tituto de Gijón (276)
ni del controvertido Reglamento para el
colegio de Calatrava (
277 ). Dejemos sólo constancia de las Bases
para la
formaci6n de un plan general de instrucci6n pública ( 27 8)
y de algunos de los miembros de su Junta, para la que se redac­
taron las Bases como instrucción, que introducen nos pocas preo­
cupaciones. Fueron sus miembros, bajo la presidencia de Jovellanos,
An­
tillón, Lista, Abella, V albuena, Tineo, Lorente, Gil de Bemabé,
Jaime Villanueva, Bencomo y Morales (279).
Antillón
fue una de las figuras paradigmáticas del liberalis­
mo español cuya prematura muerte en 1814 -había nacido en
1778-, no le permitió dar la talla de toda lo que el liberalismo
esperaba de él. Creo que es suficiente decir que desde su apari­
ción en el Congreso
como diputado de Aragón, se aprobaron sus
poderes el 22 de mayo de 1813 (280), fue el liberal más noto­
rio, eclipsando la figura mítica del
divino Argüelles.
De Lista bastante hemos
dicha y, seguramente, nos volvere­
mos a referir a él (281). Abella fue diputado en las Cortes or­
dinarias,
por Aragón, académico de la Historia y hombre de
talante conservador. Valbuena
sería después vocal de la Junta
(275) SuÁREZ: El proceso ... , pág. 208.
(276)
l'ERNÁNDEZ DE LA CrGOÑA, Francisco José: Jovellanos, Ideologla
y actitudes religiostn, politicas y econ6micas, IDEAS, Oviedo, 1983, pá­
ginas 121-122.
(2V) J OVELLANos, Gaspar Melchor de: Reglamento literario e insti­
tucional extendido para llevar a efecto el plan de estudios del colegio Im­
perial de Calatravá, en la ciudad de Salamanca, BAE XLVI, Madrid, 1962,
págs. 168-229; l'ERNÁNDEZ DE LA C!GOÑA: Jovel/anos ... , págs, 77 y sigs.
(278) BAE, XLVI, págs. 268-276.
(279)
SuÁREZ: El proceso ... , pág. 209.
(280) Diario de sesiones de las Cortes general.es y extraordinarias, pá­
gina 5.344.
(281) Véase el capítulo anterior.
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Fundaci\363n Speiro

EL REINADO DE FERNANDO VII
de censura de Sevilla (282). Tineo, sobrino de Jovellanos, era
un «tipo ecléctico, aún no estudiado, dice Somoza, moratiniano
puro, con sus ribetes de volteriano y librepensador» (283 ). De
Lorente y de Gil de Bernabé carecemos de más precisiones. Jaime
Villanueva era dominico, hermano de Joaquín Lorenzo, tuvo a su
cargo
el Diario de las Cortes donde se distinguió por su parcialidad
liberal, muy posiblemente influenciado por su hermano, lo que
le granjeó la animadversión de los tradicionales (284). Es
el
autor del Via¡e literario a las iglesias de España y morirá en 1824
en
el exilio londinense a donde había acompañado a su hermano
Joaquín Lorenzo (285). El canario Cristóbal Bencomo fue
un
excelente clérigo que se ganó la confianza de Femando VII, del
que fue profesor (286). Por último, José Isidoro Morales,
ca­
nónigo sevillano que terminó afrancesándose (287). El Randa lo
retrata así: «un Morales, en algún tiempo ahijado de Godoy,
posteriormente promotor de las ideas liberales en Sevilla, abomi­
nación del cabildo de aquella catedral, afrenta de nuestra Anda­
lucía y horror de
su inocente patria Huelva» (288). En la Junta
Central militó en favor de la libertad de imprenta para lo que
presentó una
Memoria a la Junta que presidía Jovellanos que
enseguida
se imprimió: Memoria sobre la libertad politica de la
imprenta, leída en la Junta de Instrucci6n pública por uno de sus
vocales,
D. J. I. M., y aprobada por la misma Junta (289). Tam­
bién alcanzó notable
eco otra publicación de Morales, esta vez
al servicio del rey intruso, al que pretendía justificar en susin­
tromisiones eclesiales. Ya hemos citado la refutación que de ella
hizo Pedro Manuel Prieto y a
la que hay que añadir la publicada
(282) Diario de sesiones ... , pág. 5.W7.
(283) SuÁREZ: El proceso .... , pág. 210.
(284) VÉLBZ: Apologia ... , I, págs. 197-198; MoRÁN: Op. cit., págs. 34-
36; VILLANUEVA: Op. cit., pág. 178.
(285)
1\PPOLIS: Op. cit., pág. 171.
(286)
Fl!RRI!R: Op. cit., III, Sevilla, 1942, pág. 46; ARRIAZU: Op. cit.,
pág. 55; SuÁREZ: El proceso ... , pág. 211.
(287)
SuÁREZ: El proceso ... , pág. 212.
(288)
Ar.VARADO: Op. cit., II, pág. 337.
(289) Sevilla, 1809.
499
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
por Juan Miguel Pérez Tafalla (290). Era otro clérigo afrancesado
deplorable. Es curioso como en .torno de la Junta Central, y después de
las Cortes,
se reunió un grupo compacto y decidido que, insoli­
dario con
el sentir del pueblo español que, como hemos visto,
era absolutamente católico y monárquico,
se impuso la tarea de
alterar sustancialmente las bases ideológicas de sus conciudada­
nos. Sería falso decir que eran republicanos, ya que
no lo fueron.
Habrá que esperar aún muchos años para que la República sea
un ideal propuesto y compartido
si bien siempre muy minoritario
en el siglo XIX español. Pero la Monarquía que postulaban no
tenía nada que ver con la que había existido desde siglos en
España. A
la que ciertamente los tiempos exigían reformas que
obviasen su absolutismo forjado en los dos siglos anteriores y,
(290) PÉREZ TAFALLA, Jusn Miguel: Reflexiones y censura del papel
que ha divu/,gado el doctor don José Ignacio Morales queriendo persuadir
que,
en virtud de los decretos napoleónicos, el cardenal Borbón y preben-­
dados que emigraron de Sevilla a la entrada de los franceses, debe el ca·
bildo declarar vacante este Arzobispado y dar colad6n a los nuevamente
nombrados en lugar de aquellos. Dictábalas en atJUella ciudad el Sr. D. Juan
Miguel Pére:t. Tafalla, dignidad Maestrescuela de aquella Patriarcal Iglesia,
caballero de
Calatrava y Consejero de Ordenes, y da a luz en esta un amigo
suyo con correctivo de cuantos preciados de «ilustrados» esparcen máximas
perniciosas a la Iglesia y al Estado. Cádiz, oficina de Nicolás Goméz Re­
quena, impresor del Gobierno de S. M. año de 1811. Tomo la cita de
SuÁREz: El proceso ... , págs. 213-214. En la Colecci6n Documental del
Fraile, II. Servicio Histórico Militar, Madrid, 1947, que adolece de num<>
rosa erratas y aun errores viene citado como obra de Morales: Is1noao
MORALES (D. José): Reflexiones que ha divulgado dicho señor queriendo
persuadir, que en virtud de los Decretos napoleónicos de proscripción del
Sr. Cardenal Borbón, y Prebendados que emigraron de Sevilla a la entra·
da de los franceses, debe el Cabildo declarar vacante este arzobispado, y
dar colocación (sic) y pensión a los nuevamente nombrados en lugar de
aquellos. En Cádiz, en la Imprenta de D. Nicolás Gómez Requena, 1811.
Además de considerar Isidoro como apellido y escribir colocaci6n por co­
lación, culaquier persona que tuviera el más mínimo conocimiento de la
situación
comprendería que era imposible que en el Cádiz español se pu·
blicase en 1811 una obra que persuadiese de la conveniencia de dejar
vacante
el arzobispado de Sevilla y aquellos puestos del cabildo cuyos ti­
tulares se hablan ausentado ante la llegada de los franceses.
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EL REINADO DE FERNANDO VII
sobre -todo, en el último. Era más bien un calco de la propuesta
en Francia en
los primeros días de la Revolución.
En cuanto a su catolicismo las afirmaciones
han de ser me­
nos tajantes. Ciertamente la sociedad, y las leyes, incluso las que
ellos mismos establecieron, no hubieran permitido una presenta­
ción no católica. Y ellos, inteligentemente, no la hicieron. Pero
de algunos no se puede decir más porque esa es casi la única
manifestación externa de
su catolicismo: el que no apostataron
formalmente salvo en
algún caso especialísimo como el de Blan­
co. El espíritu de algunos era no ya abiertamente anticatólico,
sino incluso irreligioso. Otros, tal vez la mayoría, incluso se
creían católicos. Pero
su religión poco tenla que ver con la oficial
de la Iglesia,
si no tanto en cuanto al dogma, ciertamente res­
pecto a la disciplina. Así, como organizaban de nueva planta la
Monarquía, cosa que evidentemente podía un pueblo hacer, así
como sustituirla por la República si pensara que ello era más
conveniente, querían también, y se pusieron a ello, modificar
sustancialmente el catolicismo español. Para no pocos sobraban
las
órdenes religiosas, los bienes de la Iglesia, el nuncio, salvo
en
su estricto papel de representante de una corte extranjera,
el celibato, buen número de los sacerdotes, las reservas apostó­
licas, la autoridad pnotificia sobre
el nombramiento de obispos,
evidentemente la Inquisición, el
fanatismo y la superstición po­
pulares entendidos como el apego a sus devociones
y a la reli­
gión misma,
la independencia de los obispos respecto del poder
civil en materias propiamente religiosas, etc.
Y efectivamente el catolicismo puede existir sin todo ello.
Porque
de hecho existió. Durante_ siglos vivió sin órdenes reli­
giosas. Hasta Constantino prácticamente careció la Iglesia de
bienes. El Papa no comenzó a nombrar
los obispos hasta fecha
relativamente reciente.
La religión puede existir sin la devoción
al Cristo de Limpias o a la Macarena o sin la procesión del
Corpus. Los sacerdotes
podrían no ser célibes ... Mas no creo
que sea necesario extenderse en explicar el dudosísimo sentido
católico,
si es que tenía alguno, de quien esto hoy profesase. Y
a comienzos del siglo xrx, lo mismo.
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA ClGOfitA
Ni tampoco era católico d creer que todo esto se podría es­
tablecer por d Estado y desde d Estado. Es d principio de la
soberanía popular llevado a
sus últimas consecuencias religiosas.
Y, por
ese camino, era inevitable chocar con la Iglesia.
Porque
ahí estuvo d quid de la cuestión. No hubiera habido
una oposición de la Iglesia a las reformas liberales
dd Estado.
En cierto modo incluso la proponía como veremos a continuación.
Y muchas reformas de la misma institución eclesial, algunas de
las cuales tal vez fueran convenientes, cabía conseguirlas
solici­
tándolas de Roma. Se prefirió el camino de la persecución y el
enfrentamiento y el resultado fue funesto para la convivencia,
d arte, la Iglesia y el Estado.
Respecto a lo que pensaba la Iglesia de la convocatoria a
Cortes tenemos bastantes datos gracias a las respuestas de varios
obispos a la solicitud de la Junta Central de que informaran
sobre ello (291).
A fines de junio de 1809, en cumplimiento de lo dispuesto
en el decreto del 22 de mayo de ese mismo año, la Junta
con­
sultó a personas e instituciones caracterizadas con el fin de pre­
parar las futuras Cortes. Federico Suárez recogió en tres volú­
menes (292) las respuestas de Baleares, Valencia, Aragón,
Anda­
lucía y Extremadura que nos dan una buena idea de la opinión
sobre el tema de obispos, cabildos, juntas, audiencias y ayunta­
mientos.
En Artola (293) hallamos más respuestas si bien no las
recoge completas.
No cabe analizar todos
esos informes por lo que nos limita­
remos a referirnos a algunos testimonios que conciernen a nues­
tra materia.
El obispo de Albarracín, Joaquín González de Terán (1808-
1815), envió el
5 de agosto de 1809 una extensísima respuesta
que abarca casi todas las cuestiones que competen
al Estado (294).
(291) SuÁREZ: El proceso ... , págs. 142 y sigs.
(292) Seminario de Historia Moderna: Cortes de Cádi,. Informes ofi­
ciales sobre Cortes, EUNSA, 1967, 1968 y 1974.
(293)
ARTOLA: Los orlgenes ... , U,. págs. 129 y sigs.
(294) Seminario: Op. cit., Pamplona, 1968, págs. 201·278.
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EL REINADO DB FERNANDO Vil
Denuncia la desamortización de hospitales, casas de misericordia,
cofradías, obras pías. . . que tuvo lugar en el reinado
de Carlos IV
y que «lejos
de servir al Estado han hecho pobres las clases y
personas particulares de
él» (295). El arzobispo de Tarragona,
Mon y Velarde (1804-1816) manifiesta críticas contra el
abso­
lutismo (296), al igual que el de Barbastro, Agustín Iñigo Abad
y
Lasierra (1790-1813) (297), con decidida apelación en ambos
a las antiguas Cortes. Abad se manifestó también abierto
parti­
dario de la división de poderes (298). Suárez es muy crítico con
·el informe de este obispo, al que ya nos hemos referido amplia­
mente (299), y lo juzga, junto con el de
la Junta de Badajoz,
«simples
ensayos en los que se exponen ideas sin base ni fun­
damento jurídico, como obra de arbitristas» (300). Y concluye:
«se encontraba bastantes
más influenciado por los principios y
realizaciones
de la Revolución francesa que por las leyes espa­
ñolas, que parece desconocer» (301).
Aparecen también abiertas
críticas al absolutismo en el in­
forme del obispo de Calahorra, Francisco Mateo Aguiriano y
Gómez (1790-1813) (302), con importantes consideraciones
so­
bre la libertad de la Iglesia tan menoscabada en los dos reina­
dos anteriores: «A tratarse, pues,
de su reforma exterior y la in­
tervención que en ella pueda ci deba tener la autoridad real, ha
de considerarse lo primero que la Iglesia es soberana e indepen­
diente y su autoridad espiritual establecida por el mismo Dios
sin concurso
ni intervención de la potestad del siglo ; lo segundo
que, gobernada por el Espíritu Santo, posee el don
de la verdad
y acierto en
lo concerniente a la pureza de la fe y costumbres,
lo que no es concedido a
las autoridades terrenas ; lo tercero que
(295) Seminario: Op. cit., Pamplona, 1968, pág. 25.
(296) ARTOLA: Los origenes ... , II, pág. 129.
(297)
Seminario: Op. cit., Pamplona, 1968, págs. 306-307.
(298) Seminario: Op. cit., Pamplona, 1968, p:ig. 294.
(299)
FERNÁNDEZ DE LL CIGOÑA: El liberalismo ... , págs. 10, 162, 178,
196, 204,
205, 232, 235, 236, 273, 274, 305.
(300) SuÁEEz: El proceso ... , pág. 144.
(301)
SUÁEEZ: El proceso ... , pág. 258.
(302)
ARToLA: Los origenes, II, pág. 143.
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA ClGORA
su disciplina exterior, siendo un atributo que dimana de su
jurisdicción, es del resorte de
la autoridad divina que le está co­
municada por Jesucristo ; lo cuarto que las autoridades tempo­
rales del pueblo cristiano, siendo como son sujetas al Evangelio,
así como el mismo pueblo que gobiernan, no pueden pretender,
so color de la soberanía,
dominación alguna sobre esta Iglesia de
que son miembro» (303
).
No cabe exponer con mayor claridad el agravio que la Iglesia
recibía de las constantes intromisiones del Estado en su campo.
Y
por si cupiera alguna duda, lo remacha el que luego sería di­
putado en las Cortes extraordinarias: «es obligación indispensable
en el príncipe católico el sostener la Santa Iglesia en el uso libre
y expedito de la potestad espiritual ( ... ). Por lo que el primer
punto de la reforma ha de consistir en dejar a la Iglesia en
el
goce de estos sagrados derechos» (304).
Protesta también contra los recursos de fuerza (305) y de
las excesivas contribuciones impuestas últimamente al clero (306),
criticando la
facilidad con que los papas concedían a los monar­
cas el disponer de los bienes eclesiásticos: «no son los papas
dueños de estos bienes» (307).
«Los bienes de la Iglesia no son para invertirse en usos
pro­
fanos, ni temporales; enhorabuena que el eclesiástico como ciuda­
dano contribuya
a levantar las obligaciones de la patria, pero
hágase' el reparto de las cargas con moderación y equidad y sal­
vando siempre en su forma los derechos, inmunidad y decoro
del sacerdocio con arreglo a los sagrados cánones» ( 308
). Era
ciertamente recurso
fácil, y por ello muy utilizado, el acudir a
los bienes eclesiásticos en todas las urgencias del
reino que úl­
timamente eran prácticamente diarias, y la Iglesia se quejaba de
aquella situación.
(303) ARTOLA: Los or!genes ... , II, págs. 145-1466.
(304)
ARTOLA: Los or!genes ... , II, pág. 146.
(305)
ARTOLA: Los or!genes ... , II, pág. 146.
(306)
ARTOLA: Los origenes ... , II, pág. 147.
(307)
ARTOLA: Los origenes ... , II, .pág. 148.
(308)
ARTOLA: Los origenes ... , II, págs. 148-149.
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EL REINA.DO DE FERNANDO VII
También lamentaba .la proliferación de exenciones, «esta cá­
fila de semi-obispos o propiamente monos de obispos» (309) que
limitaban los poderes episcopales, con expresa referencia a los
monacales (310), cuyo carácter y régimen de vida no niega sino
que lamente
el exceso de privilegios que la historia les ha acumu·
lado (311). Critica también la jurisdicción castrense como
deni,
grativa de la episcopal (312), y pide una reforma de los regula­
res (313), aunque en
todd momento defiende su carisma. Buena
prueba de ello
es su oposición a la facilidad con que se concedía
la secularización de religiosos, que quiere que prácticamente
desaparezca ( 314
). Es una de las respuestas más episcopalistas
de todas
las que hemos registrado si bien dentro de . una absoluta
ortodoxia. Antiabsolutista
es asimismo el obispo de Cartagena, José Xi­
ménez (1806-1820) (315) que critica también las exageradas exen·
clones que postergaban la jurisdicción episcopal (316)
y coincide
con
el obispo de Calahorra en su oposición a lo fácilmente que
se conseguían las bulas de Roma para disponer de los bienes de
la Iglesia de España (317).
El obispo de Cuenca, Ramón
Falcón y Salcedo (1803-1826)
es otro de los que se quejan de las exenciones (318 ), incluso de
las de los regulares (319), y «del enorme peso de contribuciones
impuestas
al estado eclesiástico» (320). Reclama «vigorizar, pu­
rificar si fuese necesario y mantener en todo su lustre y fuerza
el Santo Tribunal
'de la Inquisición, con cuya valla bien solidada
(309) ARTOLA: Los orlgenes ... , II, pág. 149.
(310)
ARTOLA: Los origenes ... , II, pág. 149.
(311)
ARTOLA: Los origenes ... , II, págs. 149-150.
(312)
ARToLA: Los orlgenes ... , II, pág. 151.
(313)
ARTOLA: Los orlgenes ... , II, págs. 151-152.
(314)
ARTOLA: Los orlgenes ... , II, pág. 152.
(315)
ARToLA: Los orlgenes ... , II, págs. 154 y sigs.
(316)
ARTOLA: Los origenes ... , II, págs. 161-163.
(317)
ARTOLA: Los origenes ... , II, págs. 164-165.
(318)
ARTOLA: Los origenes ... , II, págs. 18_5..187.
(319) ARTOLA: Los orlgenes ... , II, págs. 189-190.
(320)
ARTOLA: Los origenes ... , II, págs. 192 y sigs.
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
no puede, ni debe el soberano temer sea asaltada su monatquía
por el error, libertinaje
ni superstición» (321).
El obispo de Lérida, Jerónimo María de Torres (1783-1816),
lamentaba la desamortización eclesiástica
y el exceso de contribu­
ciones que pesaban sobre
la Iglesia: «La sangre del pobre clama
y los bienes de las iglesias no aprovechan» (322). Apunta críti­
cas al absolutismo (323 ), exige el respeto de la unidad católica
como
ley fundamental del reino (324), y defiende la Inquisición
que, desde que fue fundada, «mantuvo con
la pureza de la fe la
seguridad de los reyes
y la tranquilidad del Estado, sin perjuicio
de las verdaderas ciencias, que jámas llegaron a tan alto grado
en España como en el tiempo mismo en que
la Inquisición estaba
en su
vigor» (325).
«Por lo que a
mí toca diré que sin esre Tribunal sería del
todo imposible a
la vigilancia de los obispos más celosos el pre­
servar a
la nación, en tiempos tan escandalosos como los nues­
tros, de la irrupción de libros llenos de irreligión y libertinaje,
que nos inundan, ni de la introducción de tantas sectas
como
forcejean por entrar en España a título de comercio y de tole­
rancia» (326).
Lamenta, asimismo, las intromisiones civiles en la jurisdicción
eclesiástica (327): «No es posible hacer mención de todos los
abusos que a pretexto
de reformas se han introducido en nuestra
legislación de
poco tiempo a esta patte y que deben llamar
toda
la atención del gobierno equitativo que haya de establecer­
se» (328).
El obispo de Menorca, Pedro Antonio Juano (1802-1814), es
autor de una de las respuestas de menor interés de las que en-
(321) ARToLA: Los orlgenes ... , II, pág. 198.
(322)
ARTOLA: Los :orlglmes...; II, pág. 201.
(323)
ARTOLA: Lo, orlgenes ... , II, pág. 202.
(324)
ARToLA: Los orlgenes ... , II, pág. 203.
(325)
ARTOLA: Los orlgenes ... , II, pág. 204.
(326)
ARTOLA: Los orlgenes ... , II, pág. 204.
(327)
ARTOLA: Los orlgenes ... , II, págs. 205 206.
(328) ARTOLA: Lo, orlgenes ... , II, pág. 206.
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EL REINADO DE FERNANDO VII
tonces se produjeron. Lamenta el perjuicio que para· 1a Iglesia
suponen muchos beneficios simples (329),
la gran desigualdad
entre muchos
eclesiásticos (

3 30) y la intromisión del Estado en
la disciplina de la Iglesia (331
).
El obispo de Orihuela, Francisco Cebrián y Valdá ( 1797-1815)
inicia su informe con
un canto a las antiguas Cortes (332), la­
menta la desamortización eclesiástica que inició Carlos IV (333)
y las grandes contribuciones con que se carga a la Iglesia. Crf.
rica el Sínodo de Pistoya y expresamente a Campomanes ( 3 34)
y se manifiesta contra el absolutismo (335).
El obispo de Teruel, Bias Joaquín Alvarez de Palma (1800-
1814)
es de los que más enérgicamente rechazan el recurso de
los monarcas a Roma para hacerse con los bienes eclesiásticos:
«No puedo menos que suplicar de todo corazón a V. M. jamás
permita se pidan Bulas o Breves
de Roma para imponer subsidios
o
gravánienes a la Iglesia, ni tampoco pretender la más pequeña
enajenación de sus bienes.
Lo primero y principal, porque cada
uno
es libre de disponer de lo que es suyo, y la Iglesia de Espa­
ña, que se ha señalado siempre entre todas, no ha necesitado de
avisos estimulantes y repetidos recursos preceptivos, para ante­
ponerse a todos en cualquiera necesidad del Estado» (336). «En
Su Santidad no hay facultades para prestar autoridad a ventas
o enajenaciones de unos bienes en que por su calidad
no tiene
el dominio que necesita» (337).
Se queja también de determina­
das exenciones (338).
El obispo de Urge!, Francisco Antonio de la Dueña Cisneros
(1797-1816) defiende la desaparición de las vinculaciones, salvo
(329) ARToLA: Los orlgenes ... , II, págs. 212-213.
(330) ARTOLA: Los orígenes ..• , II, pág. 213.
(331) ARTOLA: Los orlgenes ..• , II, pág. 214.
(332)
Seminario: Op. cit., Pamplona, 1968, págs. 77-78.
(333) Seminario: Op. cit., Pamplona, 1968, págs. 81 y sigs.
(334) Seminario: Op. cit., Pamplona, 1968, pág. 92.
(335) Seminario: Op. cit., Pamplona, 1968, págs. 100-102.
(336) Seminario: Op. cit., Pamplona, 1968, pág. 318.
(337)
Seminario: Op. cit., Pamplona, 1968, págs. 318-319.
(338) Seminario: Op. cit., Pamplona, 1968, págs. 327-328.
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA.
las de los Grandes de España (3 39 ), la de la Mesta (340 ), pro­
pugna la libertad de comercio (341)
y se opone a los recursos
de fuerza (342).
Y todos, o casi todos,
invocan el Concilio Nacional, se que­
jan de la multiplicidad de leyes y del excesivo número de em­
pleados.
Por las respuestas que conocemos, que nos proporcionan un
retrato de la Iglesia de la época, es fácil, dadas las coincidencias
sacar conclusiones.
En primer lugar, la de que la Iglesia de aquellos días nd
estaba satisfecha con el absolutismo aunque era profundamente
monárquica.
Quería volver a la antigua monarquía española en
la que el poder real estaba
moderado por las Cortes en las · que
la Iglesia
era una pieza fundamental .
El disgusto procedía de las constantes intromisiones de aquel
poder absoluto
en la jurisdicción ecleslal y de las · numerosas
exacciones monetarias a que la sometía. Notamos también un
resquemor hacia Roma por
la facilidad con que se prestaba a las
permanentes reclamaciones de los reyes que necesitaban disponer
de
sus bienes.
Tampoco estaban conformes los obispos con
la multitud de
exenciones que reducían
su poder episcopal. El remedio lo veían
en un Concilio Nacional, práctica habitual hasta que las mismas
injerencias del poder político lo hicieron desaconsejable. Eran,
pues, conscientes los obispos de
la situación de su Iglesia y no
puede decirse que no expusieran con claridad
sus opiniones.
Pocas fueron las medidas que pudo tomar la Junta
Central,
en las críticas circustancias en que se desenvolvió, sobre las ma­
terias que nos ocupan. Además de permitir el regreso de los je­
suitas exiliados, que hubo de saber a rejalgar a todos los ;anse­
nistas, decidió también el cese de las ventas de las obras pías
(339) ARTOLA: Los orlgenes ... , II, pág. 231.
(340)
ARTOLA: Los orlgenes ... , II, pág. 232.
(341)
ARTOLA: Los orlgenes ... , II, pág. 232.
(342)
ARTOLA: Los orígenes ... , Il,págs. 232-233.
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EL REINADO DE FERNANDO Vil
en las que Carlos IV, o mejor Godoy, quiso ver un leve remedio
a las penurias
de la Hacienda.
Quintana, en su
tardía Memoria exculpatoria (343), nos dice
que
la orden que la Junta «dio sobre obras pías (fue), un ver­
dadero atentado a
la confianza y crédito público» (344). Albert
Dérozier, en una obra verdaderamente lamentable, porque con
prejuicios que no se tienen en pie echa por tierra una investiga­
ción meritoria,
acoge sin la menor crítica el alegato de Quintana
pro domo sua. Y no vacila en afirmar que «esta orden ( de 4 de
septiembre de 1808) provocaría la indignación colectiva» (345).
No existe
el menor rastro de esa indignación colectiva. Y
Dérozier, desde luego, no aporta nada en ese sentido más que
el testimonio de Quintana. Debemos suponer, en cambio, que la
medida fue favorablemente acogida, ciertamente
por la Iglesia,
y también por los españoles que, salvo alguno que pensara en­
riquecerse con esos bienes, no sentían el menor interés por la
liquidación de los mismos. El historiador francés confunde una
vez más
sus sentimientos de hoy con la realidad de hace siglo y
medio. Y así no se puede hacer historia. Sólo panfletos.
Si de verdad cree que el que la Junta llamara «vasallos» a
los españoles «era una afrenta
y un error diplomático», es que ni
se había enterado de lo que pensaba la España de la época. La
inmensa mayoría de los españoles de entonces ni se enteraron
de ese calificativo. Y la inmensa mayoría de los que se enteraron
lo juzgaron normal, porque
se sentían vasallos de Femando VII
y de quien en su nombre había asumido el poder. No era enton­
ces término denigrativo. Es increíble que los desconozca Dérozier
que, por otra parte, tanto ha
leído sobre aquellos años. Y si lo
sabía, como creemos, sólo está haciendo demagogia histórica que
es penosa tarea en un historiador.
(343) QUINTANA, Manuel José: «Memoria sobre el proeso y prisión de
don Manuel José Quintana en 1814», en Quintana revolucionario. Estudio,
notas y comentarios de texto por María Esther Martínez Quinteiro. Nar·
cea, S. A., de Ediciones, Madrid, 1972.
(344) QUINTANA: Op. cit., pág. 61.
(345) DÉROZIBR: Op. cit., pág. 381.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
Los decretos de la Junta sobre afrancesados, aunque de hecho
comprendieran también a los eclesiásticos,
no responden a nin­
gún
ánimo contra la Iglesia. Perseguían la traici6n y esta podía
ser cometida por clérigos
lo mismo que por seglares. Si sobre
ello
se pueden hacer bromas de dudoso gusto ( 346) no cabe
sacar en cambio ninguna consecuencia antieclesial.
Dérozier in­
cluso insinúa malévolas contemporizaciones con el alto clero (347).
El escritor francés, con un tono panfletario -«clero ávido
de conservar todas
sus riquezas» (348), «prelados desnaturaliza­
dos»
(349)--, lamentablemente demasiado frecuente en su obra
--el «bilioso» arzobispo Vélez (350), al que confunde con Múz­
quiz, «las consecuencias nefastas del cristianismo» (351), el «vie­
jo irascible» de «envidia mal reprimida» y «rencor enfermizo»
que, según él, es Capmany (352), con lo cual
sus escritos son
«insolentes», «inconvenientes» y «groseros» (353),
etc.-, cali­
fica de «disposiciones anticlericales» (354) las que tom6 la Junta
en abril
y noviembre de 1809 sobre la plata y alhajas de las
iglesias ·que no sean necesarias para el culto.
La medida no tiene nada de revolucionaria y no era la pri­
mera vez que
se aplicaba en España si bien nunca en circuns­
tancias tan críticas como las presentes.
Si en otra ocasi6n, el
obispo de Orense, que fue una excepci6n respecto a los demás
prelados, opuso reparos a ello (355), se trataba
más de la forma
que del fondo. Según él no
es conforme que esos tesoros «sirvan
(346) DÉROZIBR: Op. cit., pág. 434.
(347)
DÉROZIER: Op. cit., pág. 434.
(348)
DÉROZIER: Op. cit., pág. 512.
(349) DÉROZIBR: Op. cit., pág. 513.
(350)
DÉROZIER: Op. cit., pág. 245.
(351)
DÉROZIBR: Op. cit., pág. 250.
(352) DÉROZIER: Op. cit., págs. 658-659.
(353)
DÉROZIER: Op. cit., pág. 659.
(354)
DÉROZIERS Op. cit., pág. 513.
(355)
i'ERNÁNDEZ DE LA C1GOÑA, Francisco José: «Pensamiento con­
trarrevolucionario espafiol: Pedro de Quevedo y Quintana, obispo de Oren­
se. El valor de un juramento», en Verbo, enero-febrero, 1975, núm. 131-132,
págs. 173 y sigs.
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EL REINADO DB FERNANDO Vil
a Ja guerra cuando ]os otros medios no están agotados» (356).
Y, «sobre todo, parece indispensable se llegue sólo a este extre­
mo cuando en los palacios y casas de los grandes y particulares
no haya vajillas y alhajas preciosas en abundancia.
La pobreza
en el
culto exige adoradores pobres. Abundancia y magnificencia
en las casas
de los fieles y pobreza en las iglesias son dos extre­
mos que desdicen más de lo que puedo explicar» (357).
Cuando Quevedo
se expresaba así, durante el reinado de
Carlos IV, no era
la siruación tan grave como al presente. Tales
bienes estaban a punto de perderse en la rapiña general que los
invasores acosrumbraban hacer cuando ocupaban un pueblo. Y
eso bien lo sabían nuestros obispos. Y también estaba más que
acreditada su generosidad en socorro de
la patria. Pero es que
aun hay más. Esos tesoros eran los
más fáciles de ceder, pues
todo el mundo da de mejor grado lo que no
es suyo que lo pro­
pio.
La plata de las iglesias no eran monedas, sino objetos de
culto de los que ni obispos,
ni cabildos ni párrocos podían dis­
poner en beneficio propio. Lo que era de e11os eran las rentas,
la congrua, y son innumerables los testimonios de la inmensa
ge­
nerosidad con que las entregaron en defensa de Ja. patria. Y
también la plata sobrante. E] que «una comunidad religiosa de
Málaga» (358) se haya mostrado reticente no pasa de ser una
anécdota sin importancia alguna.
A Dérozier ruvo que sorprenderle
el hecho de que un arzo­
bispo, presidente de la Junta y tradicionalista conocido, firme el
decreto (359). Pues no cabe otra sorpresa que la que nace de la
ignorancia.
El arzobispo de Laodicea, Juan Acislo Vera y Delga­
do, firmó con toda tranquilidad el decreto porque no halló en
él nada contrarid a sus creencias ni a
los derechos de la Iglesia,
Atribuir su firma a «una maniobra

liberal que no carece de
ha­
bilidad ni de atrevimiento» ( 360) es una pura ficción sin Ja me­
nor base en la realidad.
(356) r°ERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA: Pedro de Que•edo ... , pág. 176.
(357)
r°ERNÁNDEZ DE LA ClGOÑA: Pedro de Quevedo ... , pág. 178.
(358)
DÉROZIER: Op. dt., pág. 513.
(359)
DÉROZIER: Op. dt., pág. 513.
(360) DÉROZIER: Op. dt., pág. 513.
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOIYA
Entre las «aberrantes decisiones» (361) de la Junta Central
-el tono panfletario, como ya lo hemos señalado, es continuo
en
la obra de Dérozier-, señala: «nombramiento de un inquisi­
dor general, readmisión
de los jesuitas expulsados en otro tiempo
y clericalismo militante en todas
sus diferentes formas» (362).
De la readimisión en el reino de los ancianos supervivientes
de la Compañía de Jesús, ciudadanos españoles por
Otra parre,
ya hemos hablado. Aquella medida de elemental compasión sólo
puede ser calificada
de aberrante por una mente retorcida y en
la que aniden toda clase de resentimientos. Hablar del odio de
Vélez a Quintana, al que además confunde con Múzquiz (363) y
en quien no hallamos nada que justifique tal calificativa ( 364)
o
del de Lardizábal al mismo personaje (365), desde un odio
visoeral al catolicismo como
el que manifiesta constantemente
Dérozier, es ciertamente no ver la viga en el propio ojd y adivi­
nar pajas en los ajenos.
La aberración del «clericalismo militante en todas sus dife­
rentes formas» de las decisiones de la Junta
es otra fantasía de
Dérozier. Nada hay en ellas que permita esa calificación. Aunque
tal
vez para él sólo el hecho de que no fueran anticlericales me­
rezca tan benévola aserción.
Más justificadd nos parece, siempre desde su visión sectaria,
la referencia a la Inquisición.
Las Juntas patrióticas «iban resta-
(361) DÉROZIER: Op. cit., pág. 567.
(362)
lliRoZIER: Op. cit., pág. 567.
(363)
DÉROZIER: Op. cit., pág. 546.
(364) A este respecto la ignorancia de Dérozier es absoluta. No sólo
por
el hecho de confudirlos sino, además, por afirmar que ese «odio mal
reprimido (le) ha bastado para ser célebre» (pág. 546). No sabemos si para
d francés, gracias a su odio a Quintana, debió su celebridad Múzquiz _ o
Vélez pero lo cierto es que ambos fueron conocidísimos en España y por
motivos que nada
tuvieron que ver con Quintana. De Múzquiz hemos ha~
blado bastante en esta historia y aún ha de volver a sus páginas. De Vélez
hablaremos sobre todo más adelante, Pero afirmar que el autor del Pre-,
servativo contra la irreligi6n y de la Apologia del Altar y del Trono, que
fueron los best sellers de la época, debe algo de su celebridad a Manuel
José Quintana es tan incre!ble como descalificador.
(365)
lliROZIER: Op. cit., pág. 599.
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EL REINADO DE FERNANDO VII
bleciendo los tribunales donde podían hacerlo. El de Barcelona
se constituyó en Tarragona, y Galicia, Cuenca y Murcia llama­
ron a
sus inquisidores» (366 ). La abolición del Santo Oficio
por Napoleón y la digna conducta de sus consejeros negándose
a jurar a José,
y fugándose los que pudieron de la prisión de­
cretada por los franceses, habían contribuido a aumentar el no­
table prestigio que tenían entre el pueblo (367).
La renuncia del Inquisidor general, Ramón José de fuce, en­
tregadd a la voluntad de los invasores, y el deseo de la Junta
Central de que el Tribunal continuara
en el expedito ejercicio
de
sus funciones, le llevó a nombrar, como sucesor del dimitido
arzobispo
de Zaragoza, al tantas veces citado obispo de Orense.
Se suscitaron dificultades porque el cargo era de confirmación
pontificia
y la comunicación con el Papa prisionero era imposi­
ble. Y las dificultades
de la situación paralizaron el nombramien­
td (368). El 1 de agosto de 1810 expidió la Regencia del Reino
una orden mandando
al Consejo de la Suprema Inquisición que
se reuniera y volviera a ejercer sus funciones» (369). Pero ello
es ya responsabilidad del gobierno que sucedió a la Junta Central.
Al finalizar enero de 1810 expira también la Junta Central,
entre
la algarada y el descrédito. Y da paso a la primera Regen·
cia que está integrada por el obispo de Orense, el general Casta­
ñds, el
exministro Saavedra, el teniente general de la fumada y
exministro de Marina Antonio de Escaño y el consejero Esteban
Fernández de León. Los cuatro primeros eran personas sobrada­
mente conocidas en España y ciertamente de mucho
más nom­
bre que los miembros de la extinta Central salvo excepciones
como Floridablanca, Jovellanos, Valdés o Romana. Fernández
de
León desentonaba tal vez si lo comparamos con los demás corre-
(366) MAR.Ti Gll.ABBRT, Francisco: La abolición de la Inquisidón en
España, EUNSA, Pamplona, 1975, pág. 88.
(367)
MARTf: La abolici6n ... , págs. 83-84 y 86.
(368)
MARTi: La abolici6n ... , pág. 88. Sigue fundamentalmente a
GARCÍA RODRIGO, Francisco Javier: Historia verdadera de la lnquisici6n,
III, Madrid, 1877.
(369)
MARTÍ: La abolici6n ... , pág. 89.
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
gentes. Pero su pasd por el gobierno del Estado fue realmente
visto
y no visto, pues el 4 de febrero es sustituido, a petición
propia y alegando su estado de salud, por Miguel de
Lardizábal
y Uribe (370). Que será uno de los personajes más odiados por
los liberales y
su ndmbre aun volverá a aparecer en estas pági­
nas si bien sus actuaciones fueron muchos más políticas que
eclesiales. Al frente de
la Regencia fue colocado el obispo de Orense
que era, sin duda, el prelado de
más prestigio entre los obispos
españoles.
Elld supuso un notorio desaire a un hombre triste y
mediocre que llevaba sobre sus débiles espaldas
el enorme peso
de la representación de la Iglesia de España.
Me refiero al car­
denal de
Sea/a Luis Maria de Borbón y V allabriga, arzobispo de
Toledo y de Sevilla, primado
de España, tío del rey -era nieto
de Felipe
V-.y cuñado de God0y. El que se prefiriera al obispo
de una diócesis
de segunda categoría dice ya bastante de la talla
del uno y del otro.
La Regencia asumió un poder que apenas era una sombra.
Sitiada en Cádiz, supeditada a
la Junta de aquella ciudad que
ejerció sobre ella una molestísima tutela
de la que en ningún
momento consiguió librarse, fue mucho más un gobierno teóric que efectivo. Y no pudo hacer otra cosa que sobrevivir. Apenas
podemos señalar de ella, en el tema que
es objeto de nuestr estudio, medida alguna salvo la que fue trascendental para el
futuro de nuestra historia:
la convocatoria de Cortes.
Hemos visto
ya que las Cortes no era rechazadas por la Igle­
sia sino más bien reclamadas. Esa antiquísima institución políti­
ca de nuestra patria tenía, como en otros países del continente,
un marcado carácter estamental. Y
la Iglesia era uno de los
tres brazos. Con la nobleza
y las ciudades. Federico Suárez, en
una ejemplar
mooograíla que hemos venido utilizando amplia­
mente, ha dejado puntual constancia de las vicisitudes del pro­
ceso de la convocatoria que tuvo en Jovellanos el más decidido
(370) SuÁREZ: El proceso ... , pág. 441; ToRENo: Op. cit., págs. 242
y 299.
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EL REINADO DE FERNANDO VII
adalid de que se formasen a la antigua usanza, si bien con las
variaciones que imponían los nuevos tiempos. Y lleg6 a parecer
que había
conseguido salirse con la suya. El Congreso iba a ser
bicameral. Con lo que la influencia de· la Iglesia sería norabilí­
sima. La segunda cámara la integrarían la Iglesia y la nobleza y
sería el dique conservador a las posibles veleidades democráticas
de la primera. Pero en esta,
de elecci6n popular, iba a tener
también importante influencia porque muchos de sus individuos
iban a ser elegidos entre el clero.
Que esto sería así no necesita
más prueba que
lds resultados de las elecciones que realmente
se efecruaron.
Una misteriosa ocultaci6n del decreto de convocatoria de los
estamentos privilegiados ech6
por tierra el equilibrio jovellanis­
ta.
El hecho ha venido atribuyéndose a Quintana aunque no
consta fehacientemente su responsabilidad.
La hagiografía de
Dérozier, que cree haber exculpado a Manuel José Quintana de
toda culpa
(371), no puede convencer a nadie. No queremos
decir con esto que Quintana sea el seguro responsable. S6lo que
las exculpaciones carecen de consistencia.
Lo cierto es que, antes las ittesistibles presiones, la Regen­
cia, con la repugnancia del obispo Quevedo, convoca a
Cortes
únicamerales en las que ni la Iglesia ni la nobleza tendrían re­
presentaci6n por su clase (372). Y cabe señalar aquí la actuación
del can6nigo chantre de Cuenca. Guillermo Hualde, reclamando
con Toreno la pronta reuni6n
de una sola cámara (373). Luego
será uno de los campeones del pensamiento tradicional desde
El
procurador general de la Naci6n y del Rey (374).
La Iglesia no protestó de una exclusión de lo que tenía asegu-
(371) DÉROZIER: Op. cit., págs. 555-583.
(372)
SuÁREz: El proceso ... , págs. 458 y sigs.
(373) SuÁREZ: El proceso ... , págs. 460-461 y 464; MoRÁN: Op. cit.,
págs. 54 55.
(374) Dxz..Loxs, María Cristina: «Fr. Francisco Alvarado y sus cartas
críticas»> en Esutdios sobre Cortes de Cádiz., Universidad de Navarra,
Pamplona, 1967, pág. 142; VÉLEZ: Apología ... , I, pág. 178; V1LLANUEVA:
Op. cit., pág. 422.
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rado por todas las leyes patrias. No era contraria a la convocatoria
de Cortes. Ni parece preocoparle demasiado perder
el secular
privilegio de ser
llamada a las mismas como institución. Si luego
se opuso a ellas fue ante los ataques que sufrió. Su actitud no
pasó
de una legítima defensa. Creemos que ello tiene demasiada
importancia como para silenciarlo.
Con este acabamos con los capítulos previos al liberalismo.
En las Cortes de Cádiz se revelará ya en plenitud. Aunque en
años posteriores conseguirá sus mejores resultados.
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