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Número 311-312

Serie XXXII

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La tierra, ¿diosa o creación de Dios?

LA TIERRA ¿DIOSA O CREACION DE DIOS?
POR
PATRICIO H. RANDLE (*)
J. LA RELACIÓN DEL HOMBRE CON LA TIERRA EN UNA NUEVA
VISIÓN DEL MUNDO
No hace todavía 40 años tuvo lugar el gran simposio que con
el título de Man's Role in changing the face uf the Earth ( 1),
se reunió en Princeton para confrontar los diversos informes cien­
tíficos provenientes de los más diversos especialistas en discipli­
nas relevantes
para el conocimiento de nuestro planeta.
Resulta sorprendente comprobar que, de los casi 80 trabajos
presentados por las
más distinguidas figuras del panorama cien­
tífico del momento, fueron relativamente pocos los que pusieron
el acento en el deterioro de la naturaleza y ninguno que lo hiciera
apelando a algún dramatismo.
¿ Puede haber cambiado tanto el estado de la Tierra en tan
poco tiempo? ¿Pueden haber sido poco perspicaces
aquellos es­
pecialistas? ¿ O es que de pronto se ha producido una aceleración
extraordinaria en los procesos de
contaminación y alteración del
medio ambiente por
acción humana absolutamente impredecible?
Todo parece indicar que ninguna de estas tres preguntas tiene
una simple respuesta positiva. Ni la Tierra ha cambiado tanto,
ni los científicos estaban distraídos, ni la aceleración ha sido tal
que hubiese resultado absolutamente impredecible. En todo caso,
(*) Damos_ a la estampa -este interesante artículo de nuestro ilustre
colaborador, el catedrático argentino Patricio Randle, director del Instituto
OIKOS,
Asociación para la Promoción dé los Estudios Tertitoriales y Am­
bientales, de Buenos Aires.
(1) WILLIAM L. THOMAS (ed.), The University of Chicago Press, 1956.
Verbo, núm. 311-312 (1993), 115-150 115
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lo que parece haber sucedido es que el tema de la Tierra, de su
estado general
y de su destino, ha pasado de manos de un círculo
de científicos objetivos y cautos a un verdadero lobby (integrado)
por algunos
científicos con vocación de prima donna, periodistas
sensacionalistas
y burócratas internacionales que le han visto un
filón útil a
la cuestión. Y todo bajo el paraguas de una cosmo­
logía globalista con mucho de irracional.
A
partir de ello, la ecología, una disciplina colateral de la
biología, restringida al estudio de las relaciones entre los orga­
nismos y su entorno, comienza a ganar terreno en la opinión
pública --en la doxa más que en la episteme ( 2 )-con base en una
aplicación lata, por analogía a distintos campos del saber como
la geografía
O) o la sociología. Pero eso no sería nada si lo eco­
lógico se hubiera mantenido dentro de. los lindes de la investiga­
ción
y no hubiese generado una militancia, un activismo, que
lejos de contribuir a depurar
el conocimiento sobre qué pasa real­
mente con nuestra Tierra, se complace en una actitud de denun­
cia, de movilización, de agitación ideológica.
Con las buenas intenciones iniciales de conservacionistas,
na­
turalistas y demás, ha sucedido exactamente igual que con la
preocupación por la cuestión social.
La introducción de la ideolo­
gía, de la irracionalidad con el tema hace temer que a los ecolo­
gistas no les mueva tanto el amor a la naturaleza como el odio
al capitalismo
y a otros chivos emisarios que desea denostar. Lo
mismo que el socialismo, originariamente concebido como solida­
ridad a los indigentes, parece haber sido impulsado
más por el
odio a los ricos
qQe por el amor a los pobres.
Lo mismo ocurre con el ecologismo de denuncia recientemen­
te rebatido en una reunión de 264 científicos (incluidos 52 Pre­
mios Nobel) que confunde buscar soluciones con encontrar cul­
pables (4).
(2) O sea en la simple -opinión antes que en el conocimiento.
(3) Ya liARLAN BARROWS en 1923 public6 su memorable paper titu­
lado «Geography as Human Ecoló¡¡y., en los Annais de la Association of
American Geographers (vol. XIII, núm. 1, págs, 1-14).
(4) EDUARDO SANS: •Llamamiento de Heidelberg>, La Prensa, 6-VIII-92.
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Volviendo al Simposio de Princeton, resulta interesante releer
hoy los trabajos
allí presentados, sobre cuya calidad científica
puede decirse simplemente que
no ha vuelto a haher un evento
semejante. El tema central, como
se sabe, fue la acción humana sobre
el medio geográfico y ambiental, pero no partiendo de la base
prejuiciada de que toda intervención
es negativa necesariamente.
La influencia del hombre -no devastadora-es analizada sine
ira
et studio.
Así, se pasa revista al tema de la pesca detallando las carac­
terísticas de los métodos racionales de captura y confiando en
que
aún si (las riquezas del océano) son explotadas en alta escala
en el futuro, el océano seguirá siendo
lo que es hoy y ha sido
durante
la era humana (5).
Una investigación sobre alteraciones en las líneas de costa
cifra
un moderado optimismo acerca de la reclamación de tierras
en deltas
y lagunas. Otra contribución analiza la construcción de
puertos y canales de forma que en vez de perjudicar el medio
le obtenga beneficios. Y, por agregar otro ejemplo,
se presenta
un trabajo sobre aguas superficiales
y subterráneas donde se es­
tudian las virtudes de cierta tecnología destinada a drenar zonas
inundadas
y a bombear agua subterránea para regar áreas con dé­
ficit hídrico.
· Como puede observarse, se trata de un panorama si no opti­
mista por lo menos positivo, lejos de las ominosas predicciones
estilo Casandra a que
nos tienen acostumbrados los ecologistas.
Y, en todo caso, también
se trata de estudios fundados en cono­
cimientos y experiencias sólidas, no de presagios deducidos por
correlaciones aleatorias.
El enfoque prevaleciente sitúa la · relación del hombre con la
Tierra «más allá de las promesas de la tecnología» a las que
se
deben tantos atropellos a la naturaleza y se pone bajo la advoca0
ción de «Man and 1'lature», la célebre obra de George Perkins
(5) MICHAEL GRAHAM: «Harvest of de Seas», en WILLIAM L. THOMAS:
Op. cit., pág. 501.
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Marsh pionera en la materia ( 6 ). Por tanto nadie podría alegar
que se tratase
de una visión ingenua o poco avisada de los ries­
gos que entraña la acción humana sobre el medio ambiente. Es
más, en uno de los trabajos presentados se encuadra el futuro de
la Tierra dentro de tres puntos de vista: 1) las limitaciones de la
Tierra en cuanto recursos, 2)
el cambio de actitud del hombre
respecto de la Tierra y 3) lo inestable del equilibrio de la
relación
entre hombre y Tierra.
Refiriéndose a la tan mentada «explosión
demográfica» Lewis
Mumford reflexiona: Para bien o para mal, una parte de nuestro
futuro viene dada;
y como si fuera un regalo de Navidad debemos
aceptarlo agradecidos antes de tratar
de cambiarlo por algo que
nos convenga más (7), porque antes de hacer ninguna estimación
posible
de la población deseable para el planeta hay que pensar
dos veces que el hombre siempre ha sido un ser activo, errante,
investigador, un
animal de presa jamás quieto cuando se siente
acorralado. Sobre el mismo tema,
se calcula que el crecimiento en países
subdesarrollados nunca será tan alto como el que tuvo lugar en
el mundo desarrollado durante el siglo XIX, con una disponibilidad
mucho menor de poder tecnológico.
La cuestión del agotamiento de materia prima no fue sosla­
yada en el encuentro que comentamos. Ya a principios de los
años 50 en los Estados Unidos había conciencia de los límites
de los recursos naturales, pero
se confiaba que la misma se ex­
tendería a casi toda la población provocando cambios de actitudes
sin las cuales es inútil clamar al cielo por las penurias, o esperar
que
la tecnología sola resuelva al problema.
Si bien el consumo de materia prima en la posguerra era
proporcionalmente mayor que el incremento
demográfico se ad­
vertía que, en cambio, la producción de alimentos había aumen­
tado un 50
% menos que la población y peor aún era el déficit
(6) Man and Nature or Physical Geograpby as Modified by Human
Action, originalmente publicado en 1864 y reditado por Harvard University
Pres,, 1965.
(7) LEwis MuM-FORD: «Prospect», en WILLIAM L. THOMAS: Op. cit.,
p,!g, 1.141.
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de recursos inorgánicos. Sin embargo, el autor del estudio espe­
cífico sobre el tema no cae en la desesperación ni en las arbitra­
riedades ecologistas. Contra la mentalidad dispendiosa propone
una civilización madura, sin drama, con fórmulas prácticas.
Algo semejante a lo que propusiera Schumacher en «La edad
de la abundancia» ( 8) mediante una
utilización no violenta y
desconcentrada
de los recursos naturales. Pero nd apelando a so­
luciones extremas como la intangibilidad conservacionista.
Son muchos los temas abordados en el Simposio que resulta
apasionante volver a leer con la perspectiva de estos casi cuarenta
años.
Temas como las limitaciones al uso de la energía, la modifica­
ción de los
microclimas rurales, los cambios en las comunidades
de suelos, el poder
re-creativo de las comunidades vegetales, el
hombre como hacedor de nuevas plantas, como agente
de disemi­
nación de organismos, la disposición de residuos o
el efecto de
la fisión nuclear sobre el aire, el suelo y las
especies vivientes,
todo ello
es tratado sin pánico, con profundidad, interrelacionan­
do problemas encarados por diferentes disciplinas pero sin crear
«holismos», totalidades carentes de sustento
lógico, o tocadas por
algún matiz gnóstico.
Con esta introducción hemos querido poner en su debido
quicio el tema, porque ahora nos vamos a referir al desquiciamien­
to del mismo por obra de unos pocos teóricos que directa o in­
directamente lo han inficionado de ideas esquemáticas, de una
neblina conceptual y de una dinámica descontrolada.
Eri realidad no hay nada verdaderamente nuevo.
La cosa viene
de atrás y de
más hondo. Ya Kropotkin, el príncipe anarquista,
revolucionario y geógrafo ruso escribió hacia 1893: No
puedo
concebir una fisiografía que excluya al hombre (9). Por su parte,
Lord Salisbury en 1907 sostenía
que en Inglaterra, la fisiograf!a
a menuda es considerada como una Introducci6n a la Ciencia
(8) En C. M . MARPEGAN, E. F. SsHUMACHER, P. H. RANDLE, La téc­
nica puesta a prueba, Buenos Aires, 1982, .. págs. ··:,5~58.
(9) Geographical Journal, 2 (1893), págs. 350-9.
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e incluye todos los elementos de las ciencias flsicas y biológi­
cas (10).
Otro tanto podría decirse de Alemania y de Francia, países
señeros para
la geografía contemporánea. Y, sin embargo, muchos
-científicos incluso--lo ignoraron. Sólo así podria explicarse
que el «descubrimiento» de Gaia
-de la Tierra. concebida como
una unidad, como una suma de elementos inorgánicos y orgáni­
cos--pudiera ser concebido como tal; como algo nuevo, tal cual
lo
formula Lovelock, a lo que enseguida nos referiremos.
Aún antes, en 1877. Thomas Huxley,
más naturalista que
geógrafo, hizo
la distinción entre fisiografía y geografía física,
acusando a esta última de
consistir en residuos de toda clase de
información indigerida y desconectada, agregando luego: la fisio­
grafia. es, en cambio, el estudio de las relaciones causales de los
fenómenos naturales
(11).
Y a .entonces se estaba. planteando la dicotomía entre dos po­
siciones: el reduccionismo cientificista y la tendencia al holismo.
Dicotomía que Jean Gebser trata en su conferencia inaugural de
un ciclo celebrado en 1950-51 en Sankt Gallen bajo el título de
«La Nueva Visión del Mundo» (
12) que reunió científicos y filó­
sofos para tratar tan amplio tema. Allí, pues, el aludido Gebser
afirmó que estábamos atestiguando
un movimiento tendiente a
una consideración de los ob¡etos ;
añadiendo: De. esta suerte, fue
posible superar
la antigua oposición entre lo orgánico y lo inor­
gánico, oposición que hoy se muestra como inexistente. En cam­
bio se tiende a una aproximación de la flsica y la biologia y aná­
logamente de la biología con la psicologia y de la psicología con
la filosofía, etc. ( 13 ).
Sin duda alguna ya se estaba apuntando a una tendencia rica
para las experiencias concretas pero riesgosa para sobre ella ha­
= afirmaciones generales o cometer errores garrafales como los
(10) Pbysiograpby, London, 1877, págs. vr-vn.
(11) L. S. STAMP: Glossary of Geographical Terms, London, 1961.
(12) Bs. As., Editorial Sudamericana, 1954.
(13) JEAN GEBSER: «Necesidad y posibilidad.de una nueva visión del
mundo», en Ib!dem,
pág. 35.
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que haría T eilhard de Charclin confundiendQ finalmente la ciencia
con la teología y la teología con
4 poesía.
De Comte a aquí se ha incurrido con frecuencia en analogías
fáciles que por ser llevadas hasta sus extremas consecuencias
generan graves indefiniciones conceptuales haciendo naufragar
el
principio de identidad que es como abolir el de contradicción.
Una de
esas ideas aleatorias es la de la totalidad. cuando se la
maneja con ligereza.
Adolf Portman, conferenciante de Sankt Gallen
se refiere a las
macromoléculas
-idea que se va . aplicar a la Tierra en su con­
cepción como
Gaia-pero lo hace advirtiendo que ¡ el todo es la
realidad desconocida por investigar! La precaución de Portman
se funda en que rodas estas ideas de la totalidad pueden co"er
los mismos peligros en que cayó el antiguo vitalismo: demasiado
y fácilmente
se pasa de la idea de todo a la de los factores que
constituyen el todo a
hablar de fuerzas integrales que constituyen
explicaciones que
falsean la realidad; la verdad es que la expre­
sión todo y totalidad
es ya de suyo un problema (14).
¿ A qué vienen estos prolegómenos? Pues a la necesidad de
considerar a teorías como la hipótesis Gaia
-sobre la que nos
explayaremos- con sentido crítico,
ya que hace a la esencia de la
geografía reduciendo la Tierra a un gran nicho ecológico o a una
macromolécula,
seg6n los casos. Pero en ambas circunstancias ro­
zando peligrosamente lo irracional sea mediante un enfoque gnós­
tico
-intuición de aspectos ocultos y misteriosos de la realidad­
º una mística constructora de alegorías espirituales basadas más
en mitos que en
experiencias contemplativas genuinas.
La hipótesis Gaia fue enunciada en 1969 por el científico in­
gles James Lovelock, autor de los libros famosos: La hipótesis
Gaia, donde expone su teoría, y Las edades de Gaia, en el que
historia la vida del planeta Tierra siempre considerándolo como
un gran organismo vivo. Algunos científicos descartan la teoría
de Lovelock porque va
más allá de la ciencia, sin embargo, no
(14) ADOLF PoRTMAN: «Los cambios en el pensamieoto biológico», en
Ibídem, pág. 83.
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puede desconocerse que su fundamento científico tiene solidez
aunque su proyecci6n vaya demasiado lejos para
ternúnar conci­
biendo a la Tierra casi como un ser animadd, como una persona.
De cualquier manera c¡ue sea, es imposible desconocer la in­
fluencia de su pensamiento aunque más no sea como un ejercicio
de
la reflexión o como un antídoto al reduccionismo cientificis­
mo, o la barbarie de los especialismos.
II. LA HIPÓTESIS GAIA
En la edici6n del libro sobre las edades de Gaia se ha trans­
crito como Proemio una página de
la obra del Dr. Lewis Tho­
mas The Lives of a Cell, que dice asf:
« Vista desde la distancia de la Luna, la Tierra tiene
algo sorprendente,
c¡ue corta el aliento: y es que está viva.
Las fotografías muestran, en primer plano, la superficie seca
de la Luna perforada de impactos, tan muerta como un
viejo hueso.
En pleno espacio, flotando libremente bajo la
membrana húmeda y reluciente de un resplandeciente cielo
azul, he aquí a la Tierra asomando sobre el horizonte lunar,
objeto único, exhuberante, de esta parte del Cosmos.
Si se
pudiera mirar por bastante tiempo, se vería el arremolinar­
se de las grandes corrientes nubosas, que alternativamente
cubren y descubren las masas terrestres medio escondidas.
Si se pudiese haber mirado durante el lapso casi infinito
de los tiempos geológicos,
se podría haber visto los mismos
continentes en movimiento levantados por el fuego interno
y derivando sobre las placas de la corteza terrestre.
La
Tierra tiene la apariencia organizada y autónoma de una
criatura viviente, plena de informaciones, maravillosamente
hábil para sacar provecho del Sol» (15).
Se trata, sin duda alguna, de una página poética, llena de be­
lleza que resume lo esencial de la hipótesis de Gaia.
(15) Citado en JAMES LOVELOCK: Les ages ·de Gaza, traducción fran­
cesa del original en inglés de 1988, París 1990, pág. 7.
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Sin embargo, debemos adelantarnos a declarar que en todo
esto hay un punto de
partidá falso: el de confundir el cambio
físico con la vida, a
la manera de los presocráticos { sobre los que
hablaremos
más adelante) y lo que es más grave aún, el dotar
de alma a esa supuesta criatura viviente.
Según Lovelock lo
más original de la Tierra consiste en la
vida. No en la vida como huésped de un planeta inorgánico sino
como protagonista de su propia existencia, aunque afirmando que
ella habría comenzado entre 600 y 1000 millones de años después
que la Tierra misma.
De allí la necesidad de buscar otro nombre
-Gaia-para bautizar esta simbiosis (por llamarla de alguna
manera) entre lo orgánico y lo inorgánico.
La aparición de la vida ha sido posible por la conformación
de la
atmósfera, y según este autor: la atm6sfera es más revela­
dora de la presencia de la vida que el océano a las rocas de la
corteza y esto por una raz6n: porque es la sede de un cambio
qulmico rápido baio
la influencia de la luz solar ( 16 ). De acuerdo
con esto,
la Tierra habría sido un planeta muerto en el que la at­
mósfera estaba en un estado abiótico. Sin embargo, esa Tierra
primitiva poseía los componentes químicos a partir de los cuales
se formó la vida, los componentes orgánicos ( aminoácidos o ele­
mentos
de las proteínas), los nucleósidos ( elementos de las células
que transmiten la información genética)
y los azúcares (elemen­
tos de los polisacáridos), etc. ( 17).
Pero
la sola presencia de estos elementos en un planeta sin
oxígeno
no prueba la presencia de la vida. También hacía falta
una cierta temperatura ~tre O" y 5°-. Se supone que la media
fue de
23° en el origen de la vida. Y, finalmente; una alta ¡,ro­
porci6n
de gas carbónico, sin contar el rol que habría tenido la
repartición del agua bajo la forma de océanos, nieve, nubes y
vapor . de agua.
Cómo
se pasó de la protovida a la vida es problemático sa­
berlo, afirma Lovelock, que, naturalmente, no responde cómo se
( 16) Ibídem, pág. 97.
( 17) Ibídem, pág. 98.
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pasó de la no-vida a la vida que es mucho más importante. En
todo caso, si no hubiese habido vida, la Tierra se hubiera podido
desecar en 1.500 millones de años y por esa presencia pudo con­
servar los océanos. La vida sobre la Tierra tiene
una función
importante cual es
la de balancear los gases, contribuir al ciclo
hídrico
y a otros procesos que son imprescindibles, al mismo
tiempo, para que se dé
y se continúe la existencia orgánica.
Ahora bien, siendo esto así, entonces la existencia de Gaia
sería
frágil en la perspectiva de los siglos. De allí que Lovelock
habla de «las edades de Gaia»
segón los modalidades de vida
que tenga.
Así, escribe:
dentro de algunos miles de millones de años ( el
Sol) será tan inmisericordemente ardiente que toda la vida que
hoy conocemos habrá de morir o será obligada a buscar asilo so­
bre otro planeta (18).
Qerto es que reflexiones como esta de Lovelock dan pábulo
a que sus críticos
lo califiquen de autor de ciencia ficción. Del
rr.ismo modo puede pensarse un tanto ligera su afirmación de que
el paso de la protovida a la primera célula viva, según un proceso
de selección natural no me
parece. una p!ldora intelectual tan dura
de tragar (
19). ¡Así de fácil! .
Lovelock en su discurso intencional sobre la presencia de la
vida en la Tierra
y su importancia, refiriéndose a la tectónica de
placas exclama:
yo encuentro excitante la idea de que esté ligada
a
la evolución de las formas de vida productoras de calcáreo (20),
como no podría ser de otra manera.
Las edades de Gaia, resumiendo, serían las siguientes:
1.ª edad,
el paraíso arcaico durante el cual comenzó la vida ( cómo, no lo
dice) en forma bacteriana ; 2. • edad, la vida se encarna en orga­
nismos
-plantas y animales-y se completa el ciclo biológico ;
3.ª edad, «tiempos modernos» o la etapa que obliga a ocuparse
de
la Tierra en términos globales o sea, sin separar la vida de
lo inorgánico habida cuenta de las íntimas interacciones existen-
(18) Ib!dem, pág. 102.
(19) Ib!dem,
pág. 101.
(20) Ibídem, pág. 133.
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tes entre ambos «reinos». De allí a concebir a la Tierra como un
macro-organismo, un macro ecosistema, para Lovelock hay un
paso,
sosteniendo que la disciplina que lo encare así sería la geo­
fisiología o ciencia sistemática de la Tierra; algo así como lo que
es la fisiología para la medicina. Sin duda es así para la perspec­
tiva del tiempo cósmico; para
el tiempo humano ¿no basta con
la Geograíía?
En esa perspectiva temporal es verdad que dnrante · la vida
de la Tierta el medio ambiente nunca ha estado tan incómodo
como para amenazar con la
extinci6n de la vida, pese a que ha
habido catástrofes de tal amplitud que,
al lado de ellas, una guerra
nuclear total parecería tan trivial como
podría ser una brisa de
verano al lado de un huracán (sic) (21).
Sin embargo,
segÚh el mismo autor, ahora todo es distinto
pues
se ignora, por ejemplo, cuáles serían las consecuencias de
la eliminaci6n
de la selva amaz6nica ( 22 ), no hay expertos capa­
ces de predecir el clima futuro a escala global (23) y la cuesti6n
de la lluvia ácida es tanto un problema pol!tico y económico como
un asunto pertinente a las
ciencias del ambiente (24). Lo mismo
podría decirse de las algas que forman colonias y emiten sulíuro
de dimetilo supuestamente estimuladas por elementos nutritivos
aportados
por los ríos europeos contaminados, particularmente
en la desembocadura.
Es evidente que la cuesti6n ecol6gica
se desarrolla en dos
planos no s6lo distintos sino, a veces, incompatibles. Una
cosa
son los fenómenos comprobados · científicamente análogos a la ve­
rificaci6n médica de una enfermedad y otra es la actitud hipocon­
dríaca de cierto ecologismo militante que reacciona irtacional­
mente frente a amenazas de muy distinta envergadura.
Lovelock, en este sentido un hombre sensato, cita
el caso de
La Primavera Silenciosa -el best seller de Rache! Carson (25)--
(21) Ibídem, pág. 186.
(22) Ibídem, pág. 187.
(23) Ibídem, pág. 192.
(24) Ibidem, pág. 197.
(25) The Silent Spring, Houghton Mililin Company, 1962.
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como un ejemplo de tremendismo cuando a partir de una alarma
-en esta instancia el comienzo de la guerra del ozono-los
cientifi.cos, en su entusiasmo por la ciencia y por este combate,
propusieron medidas extremas hasta prohibir la emisión de clo­
rofluorcarbonos de los aerosoles. De hecho, dichas emisiones no
tuvieron efectos reales pero la sensibilidad de
los instrumentos
de detección capaz de revelar una concentración de 40 a 80
par,
tes por millones, suficiente para demostrar su presencia bastó
como argumento decisivo (26).
Como bien afirma Lovelock, durante
los afids 70 hubo unt1
tendencia a reaccionar frente a las amenazas que pesan sobre el
ambiente de
una manera análoga a como las generaciones prece­
dentes habían reaccionado frente a la brujería (27).
De allí nació un voluntarismo, con algo de estilo «boyscout»,
según nuestro autor, que convocaba a una lucha sin cuartel
con­
tra un enemigo todavía no bien conocido ; ya que el estableci­
miento de
un hecho cient!fico no suele afectar enormemente al
Universo sino solamente al saber cient!fico (28). Acaso la con­
fusión provenga de una falsa
analogía entre un hecho científico
y un hecho jurídico,
ya que éste si puede cambiar a la sociedad.
Volviendo a la hipocondría, que Lovelock califica de
plane­
taria, en el caso del empobrecimiento de ozono se originó en el
temor al cáncer a la piel. Esto no se comprobó pero -¡ojo!­
como en otros casos méclicamente corrientes, la hipocondría no
es del todo negativa; puede ser una llamada de atención y encu­
brir la existencia de una enfermedad real distinta a la supuesta.
Otra afirmación acertada de Lovelock consiste en advertir
que
en el medio ambiente, en su estado natural, no está excluido
el riesgo.
Por ejemplo, reflexiona:
respirar es cincuenta veces más pe­
ligroso que la suma total de las radiaciones que normalmente
recibimos de una cantidad confusa de fuentes (
29) dado que el
(26) JAMES LDVELOCK: Op. cit., pág. 200.
(27) Ibídem, pág. 199.
(28) Ibídem, pág. 201.
(29) Ibídem, pág. 211.
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oxígeno es un agente mutágeno y cancerígeno y el hecho de res­
pirar impone un límite a nuestra longevidad.
Para Lovelock los cambios ambientales provocados por el
hombre no
son nada comparados con lo que podría ser una proli­
feración salvaje
-por causas naturales-de una comunidad de
células malignas. Las cosas que le inferimos al planeta no son agre­
sivas y no representan tampoco una amenaza geofisiol6gica mien­
tras
no lo hagamos en gran escala (30). En cambio, 10 mil millo.
nes de cabezas
de ganado y 6 mil millones de aves de corral, apa­
rentemente inocentes, por su sola escala representan una mayor
amenaza para la salud de Gaia.
Igualmente, también
hay una diferencia considerable entre
la buena
y la mala agricultura. Sin duda, la agricultura que ha
servido de pauta hasta ahora
ya no es la más apropiada. Por otra
parte,
t hecho de vivir alteran el ambiente. Además, existe un conflicto
latente entre las necesidades del corto plazo del individuo y las
del largo plazo de la especie.
Pero la agricultura no puede seguir brindado indefinidamente
los mismos rindes. Peor aún que
el problema planteado por el
uso abusivo de fertilizantes
es su incapacidad de absorber la con­
taminación ( en parte de los mismos agroquímicds) que lleva con­
sigo la productividad.
« Una actitud de explotación al máximo ya no es apropiada
para nuestra supervivencia
de largo aliento» (31). Máxime si se
recurre a explotaciones concentracionarias, a vastas extensiones
de monocultivo, al remplazo irracional de bosques por praderas;
en suma, si
se contraviene la ya legendaria experiencia de los
labriegos medievales que establecieron
el sistema de rotación de
campos y los practicaron a una escala humana
y local.
Sin duda alguna el cientificismo reduccionista ha hecho
es-
(30) Ibídem, pág. 214.
(31) CoLIN TunGE: «Why farming is killing the planet?», Buenos
Aires Herald, 8-VIII-92.
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tragos tanto en la medicina como en el tratamiento de la Tierra.
Se sabe mucho de pocas cosas y
poco de muchas. Se conocen en
profundidad muchos fenómenos
pero si ignora supinamente otros
que pueden tener
relación con ellos. De allí .que con razón diga
Lovelock que
tenemos necesidad de un clinico en medidna pla­
netaria (32), pero claro está, a condición de que sea racional y
riguroso y no
caiga en los encantos de una superstición holista,
ya que todo el mundo se toma más en serio la ficción que la rea­
lidad (33 ).
La hipótesis Gaia consiste, en esencia, en sostener que la Tie­
rra es un organismo de orden superior y sigue planteando pre­
guntas sobre el sentido del Universo (34). Y de allí, su autor in­
tenta comprender por qué
en tiempos primitivos la Tierra fue
adorada en tanto diosa y se creia que estaba viva. Ciertamente,
el mito de la Gran Madre figura en la mayor parte de las religio­
nes primitivas (35). Lo cual no justifica la conclusión de Love­
lock de que el humanismo seria una here¡ia nardsista porque casi
hemos renunciado a pertenecer a Gaia ( o sea, viviendo en ciuda­
des una vida artificial) queriendo
tenerlo todo sin de¡ar nada (36 ).
Al poner énfasis en que la Tierra está viva, Lovelock, con su
hipótesis Gaia, afirma que
la biósfera nd está separada de la Tierra
como suelen suponer quienes cultivan las «ciencias de la Tierra»
o los geólogos a la antigua.
De tal manera Gaia implicaría una
suerte de hemeostasis
--de equilibrio mutuo--entre el clima y
la composición química del planeta.
Por eso, Gaia no sería sinónimo de bi6sfera sino
la summa
de ella más las rocas, el aire, los océanos. Del mismo modo que
la concha no es externa
al caracol sino que es parte integrante
del mismo puesto que su
función es mantener condiciones favo­
rables para su vida.
De todo esto Lovelock deduce que la Tierra y la Vida se ha-
(32) JAMES LDVELOCK: Op. cit., pág. 217.
(33) Ibídem, pág. 220.
(34) Ibídem, pág. 245.
(35) Loe. cit.
(36) Ibídem, pág. 248.
128
Fundaci\363n Speiro

LA TIERRA ¿DIOSA O CREACION DE DIOS?
llan asociadas en un sistema auto-organizado, auto-regulado y, en
consecuencia concibe a
ese conjunto como un sistema fisiológico
proponiendo un neologismo para la ciencia que
lo estudie como
tal: Geofisiología. Sin duda
alguna Lovelock va muy lejos con
esta
analogía que no pasa de ser tal. Sin embargo, le asiste algo
de razón en cuanto método para entender la realidad terrestre.
En otro aspecto también razona correctamente nuestro autor
cuando condena
el espíritu de excesiva dominación del mundo
actual que llega a pretender eliminar la muerte de ser posible,
siendo que
el dolor y la muerte son normales y no podriamos
sobrevivir mucho tiempo sin ellas (37).
Para justificar su teoría de la Tierra como macromolécula
--o Gaia-Lovelock sostiene que hay muchas maneras de man­
tener contacto con Gaia y que los individuos interactúan con Gaia
en los ciclos elementales y en la regulación climática, del mismo
modo
al que una célula lo hace en el interior del cuerpo (38).
«Del mismo modo» parece una expresión un tanto forzada ·por
mucha
analogja que haya en ello.
En todo caso Lovelock actúa también por reacción contra el
cientificismo reduccionista que ha parcelado
la naturaleza para
estudiarla pero
se ha desentendido luego de recomponer el con­
junto y analizarlo como un todo. Por cuya razón afirma que la
ciencia reduccionista que nos ha permitido descubrir tantos se­
cretos del Universo ... no es suficiente para darnos datos sobre la
vida (39).
Aquí viene a cuento la fábula de Jaques Monod --citada en
«The
Ages of Gaia»-que ilustra el caso de un ingeniero venido
de Marte que quisiera interpretar el funcionamiento de una
com­
putadora terrestre y que evidentemente fracasaría si munido de
una caja de herramientas se pusiera a desmontarla. O sea, que en
vez de proceder analíticamente es preferible examinarla global­
mente, en tanto sistema. De lo cual se colige que lo mismo
su­
cede cuando se pretende analizar a Gaia como un conjunto de
(37) Ib!dem, p,lg. 249.
(38) Ib!dem,
p,lg. 252.
(39) Ib!dem,
pág. 252.
·129
Fundaci\363n Speiro

PATRICIO H. RANDLB
elementos (\:CQSistemas), ya que sólo es posible entendet!a total­
mente concibiéndola como
el más grande de los sistemas vivos ( 40).
Por mucha razón que tenga Lovelock,. lleva sus conclusiones
muy lejos cuando afirma que
Gaia podría ser una entidad 11 la vez
espiritual
y científica (que es lo que él pretende).' Yo. avizoro a
Gaia
de alguna manera, como un ser sensible, un sustituto de
Dios ( 41 ).
Hay que advertir que Lovelock, pese a sus juicios acertados
aquí y
allá, no tiene una noción clara de lo que es irracional y de
lo que
es religioso; y no parece distinguir .sus mutuas fronteras.
Cuando escribí mi primer libro sobre Gaia -presume incau­
tamente-no tenia ninguna idea de que seria considerada como
una obra religiosa
(42), añadiendo que para él fue una experiencia
sensual (
43 ). Cree que la religión es cualquier cosa que sea irra­
cional, que no tenga explicación. Así llega a equiparar a la Virgen
María a la Madre
Tierra: ¿Y si Maria fuese otra apelación de
Gaia? { 44) se pregunta entre sacrílega y confnsamente. Ella es
la encarnaci6n de Gaia ( 45) va a arriesgar más adelante. Porque
para
él Gaia es tanto un concepto religioso como científico ( 46 ).
Lamentablemente la hipótesis Gaia deja espacio para que se
introduzcan los gérmenes
de la gnosis: la pretensión de revelar los
secretos de la vida por
el conocimiento de los secretos de la vida
divina.
Los gnósticos, ·como se sabe, cre·en. que ·existe un conocimien­
to oculto de la Naturaleza que da cierto poder al que lo descubre;
así sostienen que la Tierra puede volverse una amenaza si la
ma­
nipulan quienes no están iniciados en ese secreto. De donde el
ecologismo militante halla
un fundamento filosófico potencial.
(40) Ibldem, pág. 253.
(41) Ibldem, pág. 256.
(42) Ibldem, pág. 240.
(43) Ibldem, pág. 241.
( 44) Ibldem, pág. 244.
( 45) Ibldem, pág. 262.
(46) Ibldem, pág. 244.
lJO
Fundaci\363n Speiro

LA TIERRA ¿DIOSA O CREACION DE DIOS?
El gnosticismo, bajo esta versión, confluye en una panteísmo
coincidente con
el auge que el budismo adquiere ahora en el Oc­
cidente ateo y descreído que, por otro, camino ha hecho resurgir
cierto paganismo
clásico a través del .movimiento. político-cultu­
ral francés pero con concomitancias internacionales conocido por
«la nouvelle droite» ; toda forma de una renovada mística
profa,
na que va a caballo del ecologismo y culmina en una supuesta
síntesis sinctética
-,-una religión global-de todas las religiones
conocida por The New Age, o la era de Acuario. Nombre que
toma por ser este signo del Zodiaco
el siguiente a Piscis que,
como
es sabido, fue símbolo de los primeros ctistianos y de donde
se pretende que es el signo de los nuevos tiempos que remplaza,
rán
al Cristianismd.
Es curioso como la hipótesis Gaia que en tantos aspectos toma
distancia del ecologismo militante
-y lo .hace con acierto--con­
cluye por asemejarse a la versión más irracional y absurda de
éste ( no en vano
Lovelock eligió el nombre de una diosa pagana);
termina igualmente en el endiosamiento de la Tierra.
¿ Por qué
camino? Por el de un salto conceptual que va desde
la ciencia
experimental en el sentido
más restringido hasta un lenguaje os­
curo, en clave, sólo apto para iniciados .
. La atracción que las fuerzas· cósmicas tuvieron en la genera­
ción del
panteísmo primitivo, y que parecen operar de nuevo, en­
gendran un contexto esotérico. Para ello contribuyen por un lado
el desengaño en las promesas ingenuas de la ciencia experimental
y la tecnología que cteó. Y por
el otro la necesidad de fijar un
puesto en el Universo al progreso humano que prosigue avan­
zando pero que cada vez menos sabe hacia donde
se dirige.
No menos se ha sumado a todo esto la interpretación evolu­
cionista que, originada en la biología,
se ha hipertrofiado veloz­
mente en una cosmovisión exhaustiva y hasta culminar en una
suerte. de teología a lo Teilhard de Chardin.
De lo que nos ocu­
paremos enseguida.
131
Fundaci\363n Speiro

PATRICIO H. RANDLE
III. TEILHARD DE CHAIUIIN GLOBALISTA
Existe una conexión, si no necesaria al menos efectiva, entre
la visión globalista -holística se decía antes-del mundo ( desde
el concepto de «aldea global» de Mac
Lnhan hasta un excesivo
énfasis en el cambio climático global)
y el nuevo orden mundial
como
etapa intermedia hacia un gobierno mundial a través de la
abolición de las naciones,
la socialización y el colectivismo. Pa·
rece antojadizo pero no lo es. Volveremos sobre ello.
En esta conexión
aparece claramente el pensamiento de T eil­
hard de Chardin, el heterodoxo cosmólogo que desarrolló una
concepción evolucionista del Universo en la que la
Tierra aparece
también como un superorganismo,
si no con fundamentos cien­
tíficos como Lovelock cotno fruto de evidencias tenuemente origi­
nadas en sus supuestos descubrimientos paleontológicos.
Para Teilhard
la evolución universal culminaba en lo que él
llama el Punto Omega o un Cristo cósmico que, por cierto no
tiene
la menor relación con el Cristo de los Evangelios pero que
él necesitaba introducir en su teoría para poder validarla religio­
samente.
Naturalmente este edificio se basa en una gran falsedad por­
que ante todo
es preciso distingnir entre micro y macro evolu­
ción. La microevolución es un hecho
científico de corto alcance
y
se refiere a los cambios relativamente menores que se verifican
en la estructura
y función de una forma vegetal o· animal ; pero
jamás intenta probar que esa planta o ese animal puede cambiar
en
algo diferente a su destino predeterminado. Un renacuajo
puede transformarse en
una rana pero jamás evolucionar en otra
especie.
La macroevolución, por el contrario, pretende que una espe­
cie puede evolucionar en otra, lo cual
-por cierto--no ha po­
dido ser probado científicamente. Apoyarse en un caso de micro­
evolución para demostrar la macroevolución es un trampa grosera.
Aunque quizá peor sea intentar probar que la vida proviene de la
132
Fundaci\363n Speiro

LA TIERRA ¿DIOSA O CREACION DE DIOS?
materia inerte ; algo que está subyacente en el pensamiento de
Lovelock.
De hecho, el gradualismo darwini(mo según el cual una es­
pecie evolucionaria en otra a lo largo de millones de años ha sido
rechazada por una conferencia de conspicuos evolucionistas reu­
nidos en Cbicago debido a la obvia (y molesta) falta de eviden­
cia en el registro f6sil (47). Cierto es que en su remplazo estos
científicos sustituyeron
la teoría. de Darwin por otra peor según
la cual los cambios evolutivos se
produjeron tan rápido que no
dejaron trazas de formas en transición.
Según
el Dr. D.N. S. Watson representante de un importante
sector evolucionista:
la teorla de la evolución es aceptada univer­
salmente no porque pueda ser probada como verdadera sino por­
que
es la única alternativa a la creación ( por Dios) la cual es cla­
ramente increíble ( 48).
Esto se asemeja a quienes creen en
otta teoría tampoco total­
mente demostrada
-la del Big Bang-a los efectos de disponer
del tiempo increíblemente largo que necesitaría la evolución para
tener
lugar ( si usted oyó alguna vez hablar de Car! Sagan y sus
billones y billones de años).
Agréguese a esto que
el Carbono 14 y la cronología pot radio­
actividad son cada vez menos fiables según ha sido probado. La
revista «Science» r_eveló que algunas conchas áe caracoles, pese
a estar vivas, según el método de Carbono 14 aparecerian como
originadas hace
2.600 años. [La publicación geográfica «Antattic»
informó recientemente que una foca recién muerta fue datada
como extinta
hace 1300 años] (49). En otros casos, el método
«Potassium-Argon»
dató como viejas de 22 millones de años cier­
tas
rocas cerca de Hawaii que fueron formadas por un volcán
hace apenas 200 años.
Sobre estas bases «científicas» se ha construido esta
hipóte­
sis crónica de la evolución y del transformismo y encima de ello
(47) Cfr. Newsweek, ll-III-80.
(48) BENEDICTINE FATHBRS: «Teilhard de Chardin, False Prophet»,
Christian Order, vol. 33, núm. 5, mayo de 1992, pág. 277.
(49) Ibldem, pág. 278.
133
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PATRICIO H. RANDLE
se formula toda una filosofía {por llamarla de algún modo) que
pretende echar luz sobre todo lo creado.
Lo cierto es que jamás se han creado nuevos genes --distin·
tos de los originarios del Mundo-y éstos en todo caso, se pier­
den pero jamás son creacio'nes nuevas.
Pese a todo esto T eilhard de Chardin insistió en su perspec­
tiva evolucionista, la cual apunta a una última etapa en la que
se
producirá la total unidad de todos los individuos en el Punto
Omega de la Historia.
Para llegar a ello Teilhard rejuveneció el
viejo monismo ( el
de que todo está contenido en
una sola idea) y así pudo escri­
bir: No hay muchos seres en el Universo sino uno solo. El mundo
es
... un gran todo y esta realidad no es de hecho un ser sino un
movimiento
... (50). Por si no hubiera quedado claro lo que es­
taba pehsando agregó luego: tengo un alma naturalmente pantels­
ta (51) y más adelante: El todo tendrá la última palabra. En úl­
timo análisis la persona es para el todo y no el todo para la per­
sona ... Por esto es que en ese último instante él todo se convterte
en una persona (52).
Teilhard identifica ciencia con religión. Dios termina redu­
cido a una imperfecta deidad en evolución. Por eso, no cree, como
manda creer el Catolicismo, en una salvación individual, sino en
una salvación colectiva de las almas. En esto
se anticipó el ecolo­
gismo que pone todo su énfasis en la salvación matetial del mun­
do desentendiéndose del espíritu personal. Malachi Martín co­
menta dos expresiones contundentes del jesuita francés diciendo
que «morir
y la muerte para él eran tan sólo los medios para
convertirse en una. sola cosa para el Universo» y esta otra textual:
«solamente puedo salvarme transformándome en . una sola cosa
con el. Universo» (53).
(50) MARY MATT WILLIAMS: «The New Age» (Parte II), Christian
Order, vol. 31, núm. 11, noviembre de· 1990, pág. 546.
(51) Ibídem, pág. 5.
(52) Loe. cit.
(53) MALACHI MARTIN: The Jesuits, New York, 1987.
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LA TIERRA ¿DIOSA O -CREACION DE DIOS?
En «Comment je crois», Teilhard abunda en afirmaciones
parecidas.
El mundo constituye un Todo --dice--aunque confiesa de
irunediato que
la idea del Todo permanece muy vaga en mí y
aparentemente indeterminada (
54 ). Es que, ¿podrla ser de otro
modo? Una espesa neblina intelectual invade al teilhardismo
y
luego de un breve auge promovido por espíritus demoledores de
la tradición ortodoxa
de la Iglesia y por el snobismo de siempre
su pensamiento
se ha difuminado.
Sus mismas palabras finales son definitorias: Y o supongo
abandonarme a
lo que una fe confusa (sic) en un mundo .uno e
infalible me conduzca
(55). Ld cierto es, sin embargo, que esa
difuminación, directa o indirectamente, ha dado lugar a enfoques
como el
de la hip6tesis Gaia que culmina igualmente en una vi­
sión esotérica del planeta.
Otra coincidencia entre Chardin y Lovelock podemos testifi­
carla cuando el primero de ellos afirma que
el mundo está en
perpetua creación (56 ), afirmación que le lleva a suprimir la dis­
tinción fundamental entre materia
y espíritu creado. En esto su
empecinamiento
es marcado: no hay concretamente Materia y Es­
píritu: existe simplemente la Materia convirtiéndose en Espíri­
tu (57).
La diferencia entre Chardin y Ldvelock consiste en· que este
último atisba
· tenuemente lo religioso mientras que Chardin cae
en lo que Blondel califica de algo sin sentido:
un sobrenaturÍilis­
mo físico; el endiosamiento de la Creación. De allí que escribiera
en sus
Cabiers: Cristo debe ser amado como un mundó o más bien
(54) 25 páginas ·dactilografiadas s/f. ·Cfr. «L'evolution redemtrice du
P. Teilhard de Chardin», Les Editions du Cédre, París, 1950.
(55) Ibídem.
(56) DoM GEORGES FRÉNAUD: «Estudio crítico sobre el pensamiento
filos6fíco y religioso de
Teilhard de Chardin», Bs. As., Centro de Estudian­
tes de Derecho de lá Universidsd Católicá Argentina; 1964, pág. 13.
(57) Ibídem, pág. 16.
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PATRICIO H. RANDLE
como «el» mundo, es decir, como el centro físico impuesto a todo
lo que debe sobrevivir a la Creación (58 ).
* * *
Panteísmo, gnost1C1smo, esoterismo, son todo.s enfoques que
sin ser nuevos son renovados por los extremos de la filosofía
ecologista de la hip6tesis de Gaia, la veneraci6n del
oikos como
único supremo
medio y superorganismo a la vez. Este enfoque
adquiere tintes pseudorreligiosos y
se encuentra a mitad de ca­
mino con el pensamiento de T eilhard de G,ardin que hace el
recorrido inverso; viniendo de la religi6n hacia una interpretaci6n
científica o material de la Tierra y del Universo.
Como los gn6stlcos piensan que existe un pensamiento oculto
en la Naturaleza que da poder
al que Id descubre, en el tema de
la Tierra, vista globalmente -----como gustan decir: como planeta-,
pretenden convencemos de que puede convertirse en un riesgo
que la manipulen quienes no están iniciados en sus secretos. De
tal manera, todas estas elucubraciones pasarían de ser meros ejer­
cicios intelectuales para pretender ser una verdadera salvaguarda
del destino de la Tierra.
Hay otras muchas expresiones que ratifican esta visi6n pan­
teísta de la Tierra que él trat6 de sacralizar extrañamente. En una
carta dirigida al Padre General de
los jesuitas, Janssens, escrita
en su propia defensa
el 12 de octubre de 1951, afirma; mi vida
espiritual siempre ha estado dominada completamente por
una
suerte de «pasión» por la realidad orgánica del mundo ... un sen·
tido preciso
y sobrecogedor de la convergencia general del U ni­
verso sobre si mismo ( 59).
En su libro
La place de l'bomme dans la nature (París,
1956), Teilhard
escribe acerca de c6mo concibe el fin del mundo,
es decir, c6mo el enrollamiento del Mundo sobre si mismo ...
una especie de Atomo primitivo donde se reunirla la masa total
(58) Archives de Philosophie, tomo XXIV, Cahier l, pág. 135.
(59) Citado por MALACHI MARTIN: Op. cit., pág. 299.
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LA TIERRA ¿DIOSA O CREACION DE DIOS?
del mundo sideral . . . un hogar universal ( yo lo he llamado punto
Omega)
... parecido en esto al Atomo primitivo de Lemaltre ...
salimos del espacio y del tiempo ( 60).
En ese fin del mundo Teilhard ve a Dios convertido en un
medio físico (milieu) al que da como atributos la «concentraci6n»
y la «precisión». De allí deduce una suerte de absurdo ecologismo
cristiano que caracteriza así: · El pagano ama la Tierra para gozar
de
ella y confirmarse en ella; el cristiano para hacerla más pura
y sacar de ella misma la fuerza para evadirse ( 61 ).
¿ Cómo es que esta filosofía llega a tener peso en nuestros
días? Un juicio crítico y agudo de nuestro tiempo lo expllca: El
auge del gnosticismo en el tard!o imperio helénico coincidió con
condiciones similares
a las de ahora: la quiebra de la vida fami­
liar con sus efectos neuróticos, el incremento de la riqueza y la
declinación de la educación de modo que todos poseen un diplo­
ma pero sólo leen el catálogo de Bloomingdale (se refiere a los
grandes almacenes de New York),
un tedio ocasionado por el
viajar mucho sin objeto de modo que en vez de peregrinaciones
son escapadas, un hábito de requerir gratificaciones instantáneas
y respuestas rápidas: si sientes que te hace bien hazlo y si no
cambia de canal ... (62).
Esta expllcación a muchos parecerá poco científica pero, ¿es
científica acaso la fundamentación de este desemboque en el
eso­
terismo de las investigaciones sobre el origen· y destino de la
Tierra? Agréguese además, que mucho de esto obedece a
la moda
pasajera
y, en buena parte, al dominio que ejerce el lenguaje sobre
los
telnás a los que se aplica. · En los años 60 el lenguaje era el
de los hippies, en los 80 el de los «verdes» y en los 90 parece
que prevalecerá
el de los yuppies.
Lo
cierto es que la idea de totalidad exarcebada -global,
c6smico, todo es Uno-conduce inexorablemente a la de Pan,
(60) P. ThILHARD DE CHARDIN: La place de z,hommt dans la nature,
Le groupe zoologique humain, París, 1956, págs. 159-162.
(61) P. TulLHARD DE CHARDIN: Le mileu divinT escrito en Tientsin
entre 1926 y 1937. Cfr. «L'évolution ... », Op. cit., págs. 26 y 166.
(62)
NmL PosTMAN: Tecnopoli, New York, 1992.
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PATRICIO H. RANDLE
raíz de panteísmo. Y si la Madre Tierra es todo, automáticamente
se conviette en religión. La única manera de superar la tenden­
cia panteísta es sostener explícitamente que :Oios y la Tierra son,
para comenzar, dos cosas realmente distintas.
Si se buscan raíces «científicas» para el
panteísmo han de
buscarse
en la tradición darwinista a través de un proceso evo/u,
tivo que causa la selección o el surgimiento de todas las criaturas
sobre
la Tierra (incluido el hombre). De este modo, ese hombre
en razón de su fuente puramente material es meramente «un
animal humano» que vino de
la Tierra y que evolucionará hacia
la deificación o perfección «aqul» y «a causa» de la misma Tie­
rra (63).
Según la doctrina de la Iglesia el Universo no ha «emanado
de Dios». No es flujo exterior de
la sabiduria divina pues enton­
ces él mismo seria divino, lo que vendrla a ser un pantelsmo ( 64 ).
De donde resulta evidente que el mundo ha sido creado ex-nihilo.
Por eso ha de ser que los escritores esotéricos no dan al Univer­
so
el nombre de «creación». Lo llaman «manifestación». O sea,
caen
en la peregrina teoría de la emanación existencial del Prln­
cipe
Supremo (65).
Sin duda alguna
hay una mística profana de la Tierra, como
hemos visto, que en su versión menos alocada
implica esta creen­
cia infalible del mundo y de la humanidad en la bondad de la
cieación que es sin duda el motor profundo de todas las activida­
des humanas
(66).
Es la mística progresista. Pero también hay una mística
g<>'
nuinamente cristiana basada en el Génesis: Creced y multiplicaos
y henchid la tierra y sojuzgad/a y dominad los peces del mar, los
pájaros del cielo
y todo animal · que se mueva sobre la tierra.
(63) MARY MArr WILLIAMS: Op. cit., pág. 538 .
(64) JEAN VAQUIB: «Ocultismo y fe católica: Los principales temas
gnósticos•, Verbo, Speim, núm. 287-288, juli=gosto-septiembre, 1990,
pág.
1.156.
(65) Ibfdein, pág. 1.155.
(66) EMILE RmEAu: Consécration: 'le Christia1Íisme et l1actiVité hu·
maine, Bouxelles, 1946, pág. 53.
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LA TIERRA ¿DIOSA O CR.EACION DE DIOS?
(Gen 1.28). También existe una mística del traba¡o que sólo el
catolicismo puede dar (67) que culmina con la expresión de Paul
Claudel
dominada por esta idea de que la vocación del hombre
es hacer intelegible el Universo: ciencia y poesía se complemen­
tan
... (68).
IV. MITOS, FILOSOFÍA y DOCTRINA CRISTIANA
En la antigüedad, la Tierra suscitaba ideas y conceptos di­
versos.
Por un lado en el Sumer dominaban mitos según los cuales
la Tierra estaba gobernada conforme a leyes por un poder divino
que era inseparable de un orden natural. Otra creencia innata ha
sido la de que la Tierra ha sido creada
para el hombre: que no es
una mera entelequia en la que el hombre se estanca como un pa­
sajero, un huésped, o un parásito. Es su casa (no tiene otra}, es
su oikos (para decirlo en griego), es su habitat (para decirlo en
latín)
---0 sea, es el entorno de donde habita~. Asimismo, que
hay un creador que
se ocupa de cuidar y mantener a la Tierra
tal cual lo canta el Psalterio en el salmo 103: «Himno de bendi­
ción a Y aveh Creador».
La atracción del panteísmo, de lo cósmico, de la divinización
de la Tierra tiene su origen en el hecho de que el hombre mo­
derno ha subestimado la religión, como si se tratara de una ten­
dencia primitiva superada finalmente
por el progreso humano,
hasta que comienza a darse cuenta de que no puede continuar sin
fijar su puesto en el Universo.
De allí la atracción que ejerce el
budismo, eminentémente universalista y cósmico aun a costa de
la persona y en última instancia perfectamente inhumano.
La concepción de la Tierra como un santuario fue desarrollada
de modo exhaustivo desde la civilización china hasta la griega.
El templo helénico
es un espacio sagrado implementado en un
(67) Ibídem, pág. 55.
(68) Ibídem, pág, ,s.
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PATRICIO H. RANDLE
paisaje segrado donde cada elemento es un símbolo, tal cual lo ha
demostrado
la obra de Vincent Scully (69) en la que correlaciona
la importancia que le daba al sitio. del emplazamiento junto a la
apariencia exterior del santuario. Hay que recordar que los tem­
plos nos
ofrecían normalmente un abrigo a los hombres sino tan
sólo a la imagen del dios,
al punto que Bruno Zevi llegó a cata­
logarlos
como obras no-arquitectónicas en su libro Saper vedere
l' architettura.
La legendaria tradición de venerar la Madre Tierra como dei­
dad parece
originaria del Mediterráneo, razón por la cual está
asimilida al paganismo griego y romano. Esta Madre-Tierra
actúa
literalmente como una madre,. una Tie"a que debe ser insemina­
da. En los mitos y en los ritos existe una preocupación por la
fertilidad del hombre y de la Tie"a (70).
Es evidente que en la Antigüedad se buscaban indicios de la
significación de la Tierra y de la vida humana existente en ellas ;
se suponía que existían con algún propósito. La idea de un mun­
do creado
al azar era impensable ; cada parte tenía que albergar
un propósito e integrar una totalidad
y ésta obedecer a un orden
dentro del cosmos.
El cristianismo hizo aún
más explicita este certeza y vio la
Creación como una manifestación de la sabiduría de Dios. Plotino
fue demasiado lejos y concibió
la Tierra como una emanación del
nous y ésta; a su vez, como una emanación del Uno.
El enfoque globalista de la Tierra y del Universo -un razo­
namientd elemental-no es extraño que tenga puntos de contac­
to notables con el pensamiento de los presocráticos cuya rudimen­
taria
filosofía (de fines del siglo VII a fines del siglo v A. C.)
nada de una preocupaci6n por el cosmos y por la P hysis o natu­
raleza terrena considerada en su materialidad
(lo que luego se
llamará causa material). Después de ellos aparecerá la filosofía en
(69) VINCENT SCULLY: Tbe Earth, the Temple and the Gods. Greek
Sacred Architecture, Yale University Ptess, 1962.
(70) CLERENCE J. GLACKEN: Traces on the Rhodian Shore. Nature
and Culture in Western Thought from Ancient Times to the. End of tbe
Eighteen
Century, University of California Press, 1967.
140
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LA TIERRA ¿DIOSA O CREACION DE DIOS?
plenitud: Sócrates con su preocupación dominante por la ética,
Platón que opta por el pensamiento .en sí mismo en detrimento
del mundo sensible y Aristóteles que
se centra en el fin ( causa
finolis) de las cosas.
Aristóteles dice. que la filosofía comienza con Tales pero hay
que precisar que por entonces (siglo
VI A. C.) filosofía y ciencia
habían nacido juntas. En esto, la analogía entre
los globalistas
y los presocráticos también es notable,
ya que aquéllos intentan
fusionarlas como
ya lo hlcieron éstos, o sea, marcando un rumbo
cultural regresivo, que en este y en otros aspectos revela una
atracción visceral al mundo de lo primitivo.
Desde Teilbard basta Lovelock (pasando por otros globalis·
tas de diverso pelaje como Mac Luhan o Zbigniew Brzezinsky)
proponen una visión totalizadora del mundo y de la sociedad de
la que desaparece lo personal para fundirse en una suerte de re·
ligiosidad tribal neo-primitiva.
Otra característica
de los pre.socráticos fue que cada uno de
ellos
elaboró una suerte de religión propia, opuesta a la religión
establecida. Un religiosidad que habla
de «misterios profanos» como en
efecto lo hace Heráclito.
Si esto no es pseudo-religión, ¿qué es?
Asimismo debe recordarse la necesidad manifiesta en muchos
de estos filósofos
-o mejor dicho pre-filósofos--de elegir un
elemento primordial (la existencia de una
sola sustancia material)
para interpretar la Creación.
En Heráclito el principio de la na­
turaleza será el fuego, en Tales será el agua, en Anaximenes será
el aire, considerados como _seres activos, vivos, animados, capaces,
por una fuerza interior propia, de una fecundidad multiforme e
ilimitada
(71). Todos ellos habrían sido, además, una mezcla de
fil6sofos, profetas, cientificos
y charlatanes (72) en el sentido clá­
sico de la palabra.
El citado Bertrand Russell afirma con agudeza que los grie·
(71) JACQUES MARITAIN: Introducción a la Filoso/la, Bs. As., 1944,
pág. 14.
(72)
BERTRAND RUSSELL: History of Western Philosophy, London, 1946,
pág. 72.
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l'ATRICIO H. RANDLE
gos no eran ciertamente adictos a la moderación, sea en sus teorías
como en sus costumbres y p tenía que «todo cambia» mientras Parmfnides afirmaba que «nada
cambia»
(73 ). Perece curioso que hasta esta característica. sea
compartida por los globalistas urgidos. por fijar un marco totali­
zador dentro del cual meter la Tierra y,
si cabe, el Universo en­
tero. Lo que 110 es smd una suerte de reencarnación del dios
primitivo Pan (literalmente:
el «Todo-Dios») que hace que todas
las cosas sean Una sola: de nuevo
raíz y origen del panteísmo b
idolización de todo lo que existe en la Tierra y el Cosmos ; la
totalidad de cuanto hay.
Anaxágoras se diferenció de Pitágoras, Heráclito o Parméni­
des, en que consideraba al espíritu
wmo una sustancia que enti;a
en la composición de las cosas vivientes, de donde todd lo orgá­
nico sería una emanación del nous. Algo no muy diferente a la
propuesta de la hipótesis Gaia.
En realidad, la doctrina según la cual la materia está animada
-tiene su propia alma-no ·es nueva y tiene nombre propio:
hilozoismo, término acuñado por Ralph Cudworth (filósofo m­
glés, líder del grupo platónico de Cambridge). La base de esta
doctrina consiste en no -diferenciar en esencia J_a materia orgánica
de la materia en general y, por analogía, no distinguir luego en­
tre materia viva y espíritu. De donde el Cosmos (en Teilhard) y
la Tierra (en Lovelock) tendrían un alma propia: ¡la cual sería
necesarid conocer!
Hablando de Demócrito, Rusell dice que no era solamente un
científico
smo que era un imaginativo y vigoroso, lleno del placer
de la aventura
(74). Otro punto de contacto entre presocráticos
y aventurados globalistas.
Resulta curioso, entre tanto, que Rúsell lamente que en tiem­
pos post-socráticos
se perdiera el vigor y la independencia que
caracterizaba a
los precursores de Sócrates (75) y se produjese un
recrudecimiento gradual de
la superstición popular implicando en
(73) Ibídem, pág. 67.
(74) Ibldem, pág. 92.
(75) Ibídem, pág. 93.
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LA TIERRA ¿DIOSA O CREACION DE DIOS?
ello la .victoria (sic) de la ortodoxia ca.tólica. Sin embargo, acier­
ta, sin decirlo, en cuanto nos sugiere que en los presocráticos
( no menos que en los globalistas de los cuales ni sospecha su
aparición
todavía) campea una superstición exclusiva o, como di­
cen despectivamente ahora: elitista.
Otro rasgo de los presocráticos relevante a
la .cuestión es que
hacen fisíca con método filosófico (76) y en eso se diferencian
pe un Hesíodo que hace una teogonía -una concordancia entre
mito y
filosofía-, una exposición narrativa a la que, sin embatgo,
son tan afectos tanto Teilhard como Lovelock.
El relato de Anaximandro sobre la evolución
eterna de los
mundos defiende el concepto luego enarbolado por Spencer y por
Darwin que vuelve a aflorar en los globalistas contemporáneos.
He aquí otra concomitancia entre éstos y los presocráticos: la
tesis de la Tierra como auto-creada.
Si es verdad, contemporáneamente, que el hombre maltrata
a
la Tierra, la fragmenta arbitrariamente en su torpe e inmediato
beneficio, la agota y no le da tiempo
de reponerse, y si también
es verdad que hoy día asistimos a una reacción frente a ese cua­
dro --<:llando menos de palabra y generalmente sin ofrecer alter­
nativas concretas-- lo cierto es que hemos ·llegado a este punto
por
un error filosófico: quedarse en planteamientos pre-filosóficos
como los pre-socráticos
y olvidar la tradición clásica posteriormen­
te bautizada por la doctrina cristiana por coincidir en el respetd
del orden natural que no
es otra cosa que de inspiración divina.
Cicerón fue muy explícito, por ejemplo, en reconocer que el
ideal político
y el ideal agrícola tenían una base común: lograr
extraer frutos de un orden natural social
y físico y nunca contra
él, que por sí solo no los prevee. Ese suelo común es la cultura
que juega un papel tan decisivo en la política (relación del hom­
bre con la sociedad natural) como en la agricultura en su sentido
nato (relación del hombre con la naturaleza).
Pero además, como afirma
Di Pietro, hay una segunda lección
(76) JuLIÁN MARÍAS: Historia de la Filoso/la, Madrid, 4.' ed., 1948,
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PATRICIO H. RANDLE
que nos da la Madre Tierra (77) (en el buen sentido de la expre­
sión) cual
es la de enseñarnos que el estar parados sobre ella es
una garantía para no perder el don de ser realistas. Ese realismo,
lejos
de ser materialista, nos asegura que la relaci6n del hombre
con
la tierra ... es siempre una relación espiritual (78), de donde
estimarla por su valor en dinero es un error o una profanaci6n (79).
De allí que Cicerón en «De Re Publica» dice que debemos con­
templar (teorizar), cuidar (conservar) y proteger la tiem,. O sea
que esto es tan viejo como nuestra civilización.
El imperio del hombre sobre la Tierra no es un mero domi­
nio o sojuzgamiento, tal cual lo entienden los marxistas y
lo prác­
ticó el capitalismo salvaje, sino que supone una buena adminis­
tración;
la que preserva su esencia, no la corrompe, ni la degrada.
La tercera enseñanza clásica es la de que todo experiencia del
hombre con la Tierra lo
trasciende indefectiblemente al plano de
lo divino ( 80 ). De donde podemos colegir que todas las resonan­
cias gnósticas, esotéricas o panteístas que actualmente suscitan
la
consideración del tema de la Tierra como una entelequia, como
una deidad pagana1 como un macro-organismo con resonancias
animistas, son deformaciones de la religiosidad auténtica de origen
puramente espiritual.
Hay que recordar que la Tierra forma junto con el
Cielo una
«pareja primordial» y que
en _todas las lenguas el Cielo es siempre
masculino mientras que la Tierra
es siempre femenina (81). Con­
forme a ello, los frutos de la Tierra nacen de estas nupcias cuyo
líquido fecudante
es la lluvia que haciendo germinar el embrión
en el seno de la tierra la convertirá en Madre-Tierra (82).
Pero el hombre moderno ha perdido ese contacto vital con la
Tierra
-más allá de su empobrecimiento espiritual. y religioso-
(77) ALFREDO DI PmTRo: «Iustissima Tellus», Iustitia (La Plata), nú-
mero 3 (1966), pág. 61.
(78) Ibídem, pág. 66.
(79) Ibídem, pág. 61.
(80) Ibídem, pág. 63.
(81) lb!dero, pág. 64.
(82) Loe. cit.
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LA TIERRA ,:DIOSA O CREACION DE DIOS'!
y ha lkgado a maltratarla provocando una reacción, un falso
endiosamiento del planeta basado pura y exclnsivamente. en
va­
lores materiales o hasta hedonísticos, porque se ha olvidado esa
relación espiritual
de la que uno de los primeros testigos fue Vir­
gilio
--anima naturaliter christiana-que culminó en el ejemplo
de los primeros monjes cristianos. que según Haecker tenían como
padre espiritual a San Benito y
comd padre secular al poeta la­
tino (83).
Se dirá que cualquier referencia a la Antigüedad ya no es per­
tinente habida cuenta de que hoy día prevalecen dos factores im­
pensados entonces: 1) que ya se conocen todos los rincones de la
Tierra y no queda nada por descubrir y 2) que mientras hasta
hace
poco siglos la agotabilidad · de los recursos naturales era im­
pensable, ahora esto se ha convertido en un problema acuciante.
Sin embargo,
es posible aceptar estos hechos y no por ello
devaluar la vigencia que los valores del pensamiento clásico
y
cristiano aún conservan. Más todavía, que hoy relucen comd un
seguro haz luminoso que alumbra la Tierra actual y nos evita caer
en supersticiones, en esperanzas_ esotéricas o en promes_as cienti~
ficistas y otras desviaciones muy frecuentes en la actualidad en la
que por hartazgo del positivismo y del ideologismo
se produce
un vuelco hacia lo irracional como una forma de escapismo.
Según
el Génesis, al terminar el segundo día de la Creación
Dios
vio que estaba bien. Lo misino hizo los días subsiguientes,
hasta el sexto en que
terminados el cielo y la tierra con su corte¡o
de seres en que entonces Dios examin6 todo cuanto babia hecho
y he
aqul que estaba muy bien.
En otros pasajes bíblicos se celebra la bondad de la Creación
como hecha por Dios, bien que sólo el hombre fue hecho a «su
imagen y semejanza». Pero en
ningún momento la tierra es erigi­
da en objeto de adoración. Al contrario, a partir del pecado órigi,
na! dijo Dios al hombre: maldita será la tie"a por tu causa ...
espinas y abro;os te germinarán. Con el sudor de tu rostro come­
rás pan ... (Gen 3.17-19).
(83) THEODORE lIAEcKER: Virgilio, pad,e de Occidente, Madrid, 1945,
pág. 86,
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PATRICIO H. RANDLE
El paraíso terrenal quedó atrás y ya no fue un vergel la. Tie­
rra, tal como se describe en el Génesis, donde el hombre no
necesitaba trabajar para subsistir pues Y aveh Dios hizo brotar de
la tierra toda suerte de árboles gratas a la vista y buenas para
ccmer
(Gen 2.9).
Es
de la esencia del Cristianismo considerar al hombre y a la
Creación con ambivalencia: excelsos por su origen, pendientes de
redención por su caída. Esto mismo hemos considerado largamente
con motivo de
la valoración que se debe dar a la ciudad.
La naturaleza es tanto digna de alabanza por ser criatura de
Dios sino porque a través de ella se ensalza a su divino autor
como lo hace el «cántico de los tres jóvenes» (Daniel 3-51): Ben­
decid cielos
al Señor ... bendecid aguas ... sal y luna .•. estrellas
del cielo
... lluvia y rocio ... todas los vientas ... fuego y calor ...
frio y calor. . . heladas y nieves. . . noches y dias.. . luz y oscuri-
dad ... relámpagos y nubes ... tierra ... montes y collados ... todo
lo que germina ... las fuentes ... mares y rios ... cetáceos y todo lo
que se mueve en las aguas ... aves del cielo ... fieras y bestias.
En el Psalterio el salmista bendice a Y aveh Creador: quien
en sus bases cimentó la tierra ( 104-5), y describe todos los ele­
mentos, uno por uno (aguas, montes, valles, fuentes, plantas, ár­
boles, pájaros, bestias, Luna, Sol, etc.), que abres la mana tú y
se hartan de bienes ( 104-28 ).
Dice San Pablo, de paso, en .su epístola a los romanos (1-20)
que
las atributos invisibles de Dios resultan visibles por la crea­
ción del mundo. Esta sería la virtud máxima de la Creación y su
significado
más trascendental. Y no podría ser de otro modo, pues
la Tierra no es un fin en sí misma sino un medio para alcanzar
la vida eterna. No verlo así es cerrar los ojos a la sabiduría del
Libro Sagrado.
· Ese original y profundo escritor que fue Tolkien, en una de
sus obras intenta demostrar que la única manera que se puede
describir la Creación -a despecho de los científicos que buscan
por otros
caminos--es por medio de una alegoría. Así pues, en
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LA TIERRA ¿DIOSA O. CREACION DE DIOS?
«Ainulindale» ( 84) relata en su estilo. hermético un relato de la
Creación de la Tierra y del Universo en términos simbólicos.
Para ello apela a la idea, por cierto
hermosa, de que el Todopode­
roso, antes de que
las cosas fueran hechas estaba rodeado de
ángeles
-testigos de la Creación~ a quienes les hablaba de mú­
sica. Así, pues, la Creación sería una composición de música ce­
lestial en la que prevalece una divina armonía y cuyo eco llena
el vacío en que consistía
el Cosmos.
Hasta
la rebelión de Lucifer es interpretada por Tolkien
como un choque entre dos músicas, una armoniosa y otra ruidosa
y disonante.
Desde entonces, el
Demorúo expulsado por Dios a otras re­
giones no ha abandonado su intención de dominar la Tierra mien­
tras los hombres elegidos
trabajaron juntos en el ordenamiento
de
la Tierra tratando siempre, a pesar de Lucifer, de gobernar la
Tierra y prepararla para la llegada del Primogénito.
Y como
se espera una segunda verúda, corresponde igualmente
seguir
ordenando y gobernando la Tierra pese a las amenazas
luciferinas de crear otro orden que el natural, que el
dictado por
el Creador que
es la más sublime de todas las músicas.
J. A. Widow, es una comurúcación breve pero concisa, discu­
rre sobre la Naturaleza y uso de los bienes exteriores (85) con el
objeto de precisar con exactitud y justicia cuál debe de ser el
comportamiento del hombre de cara a la Naturaleza. Su punto
de partida
es el reconocimiento de que existe un derecho de la
persona a disfrutar de los bienes corpóreos (o naturales), lo cual
sueua como algo extravagante en el mundo actual en que se pone
exagerado
énfasis en los derechos del hombre (no en las obliga­
ciones del hombre) pero pareciera que frente a la Tierra
sólo le
cabe la actitud de un sumiso súbdito o, en casos, esclavo.
Es verdad que el hombre debe respetar la naturaleza. Pero
ello debe suceder no como en
un culto idolátrico sino a semejan-
(84) Cfr. J. R. R. TOLKIEN: «Ainulindale, en The Fillmarülion, Bos­
ton 1977, págs. 15-22.
(85) JUAN A. Wrnow: Naturaleza y uso de los_ bienes exteriores, Bs.
As., OIKOS, 1977.
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PATRICIO H. RANDLE
za del artista que está obligado a respetar la naturaleza de la ma­
teria sobre la cual opera .•. hierro, madera o piedra ( 86 ). Porque
la potestad humana sobre las cosas exteriores es una potestad
sobre
el uso, no sobre la naturaleza de las cosas ( 87 ). ¡Qué lejos
de
la fundamentación materialista del ecologismo!
Santo Tomás de Aquino, como siempre, define con rayana
claridad qué cosa implica
el uso: el hombre -dice--tiene natural
dominio sobre
las cosas exteriores, pues la razón y la voluntad
puede
usarlas para su utilidad, como si fueran hechas para él, ya
que siempre lo más imperfecto es para lo más perfecto ( Summa
Theologica
II-II, 66 I, in c.).
Por consiguiente, prosigue Widow:
hay un orden en el uso
de las cosas exteriores que no depende de la voluntad de quien
las usa y que, por lo tanto, este debe considerar y respetar. De
donde,
se colige que la idea marxista de que la tarea del hombre
es
la transformación total y permanente del mundo ... (88).
He aquí señalados con precisión los excesos simétricos de un
ecologismo liberal y de
un antiecologismo tanto capitalista como
marxista. Porque en el
primer caso no se acepta los valores de
esencia ( ontos) y trascendencia sino que todo queda librado a la
subjetiva libertad humana. Y en el segundo, el hombre por defi­
nición
es un industrioso transformador de la realidad para cam­
biarla por motivos utilitarios o por imperativos ideológicos, lo
mismo da.
En buena doctrina,
en cambio, como concluye Widow: al ac­
tuar el hombre sobre las cosas exteriores está sólo sometido a
la obligación inmediata que la naturaleza de ellas le impone ...
Existe, además ... , la obligación moral. El hombre que actúa so­
bre el mundo exterior irresponsablemente, sin reconocer el orden
que
alli debe respetar, también está reconociendo su propio or­
den que consiste en la recta ratid de su propií> actuar (89).
De donde no deberla de haber conflicto alguno con la natu-
(86) Ibídem, pág. 2.
(87) Ibídem, pág. 2.
(88) Ibídem, pág. 3.
(89) Ibídem, pág. 3.
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LA TIERRA ¿DIOSA O CREACION DE DIOS?
raleza si los hombres se ajustaran a su propia ley. Y todos los
desajustes del me:dio natural no son sino consecuencias directas
de pasiones desordenadas. Así como todo tremendismo ecologista
revela antes que nada
el miedo egoista a perder parte en el dis­
frute del patrimonio común (90).
Apéndice sobre el "nuevo orden mundial".
Teilhard de Chardin en su manuscrito «L'Esprit de la Terre»
considera que
la edad de las naciones ha pasado. Entramos en la
edad de la conciencia activa de la unidad del mundo. Asistimos
al parto en masa de la humanidad hacia un proceso de unificación.
Es necesario librarse
a la fe en el Porvenir (91).
En la época en que esto fue escrito nadie sospecharía que
pasadas cinco o seis décadas confluirían con
la mayor naturalidad
dos tendencias de origen diverso como la cosmología
y la política
para fusionarse en
la quimera del gobierno mundial. La versión
globalista de Gaia y el nuevo orden político internacional no
pa­
recen para nada incompatibles.
Teilhard de
en
la disolución de la persona humana en un macro-organismo
trascendente que no distingue entre Dios y
el Universo como co­
sas diferentes.
Por eso,· el nuevo orden internacional propiciado por
el ex­
Presidente Bush ( conocido por su activa participación en la Tri­
lateral Commission
-un organismo preparatorio del gobierno
mundial-) y la concepción de la Tierra como un único y exhaus­
tivo ecosistema, se dan la mano toda vez que esta última pueda
servir a aquél.
La misma idea de canje de protección del medio ambiente
por soberanía que
se propone en estos tiempos por parte de los
países
más desarrollados industrialmente a los menos desarrolla-
(90) Ibídem, pág. 3.
(91) 20 páginas dactilografiadas en 1931.
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PATRICIO H. RANDLE
dos, sin duda alguna constituye un alarmante síntoma de centra­
lismo administrativo que culmina en la globalizaci6n política del
planeta. Exigir controles a
la industria subdesarrollada resulta un cla­
ro indicio de prepotencia habida cuenta de que a lo largo del
tiempo la mayor parte de
los daños ocasionados al ambiente han
sido responsabilidad directa o indirecta de los países desarrolla­
dos, sea
pOr que han vendido tecnología obsoleta, sea porque han
instalado sucursales contaminantes en tierras alejadas de sus
cen­
trales.
Claro que mucho
peor aún es arrogarse la autoridad de pre­
tendet regular la natalidad -promoviendo el aborto-como un
modo de asegurarse el poder y
el confort de que gozan.
Aunque el efecto invernadero y la disminuci6n de la capa de
ozono fuese tan dramático como dicen, resulta evidente que
se
está fomentando un tremendismo interesado. Parad6jicamente,
los ecologistas hipocondríacos
de buena fe podrían estar jugando
el papel de idiotas útiles
al desviar la atenci6n sobre la respon­
sabilidad que le corresponde a los países más solventes. Que son
los propulsores del trilateralismo
y los más propensos a un go'
bierno colegiado mundial en el cual tendrán un rol protag6nico y
desde el cual, por ejemplo, una política demográfica podría set
impuesta por la fuerza al resto del planeta (92), tal cual lo propu­
so la Primer Ministra de Noruega durante las sesiones de Eco 92
en Río de Janeiro. De hecho,
ya la Carta de Roma por la cual se
sentaron las bases de la Comunidad Econ6mica Europea reco­
mendaba aplicar políticas restrictivas de la natalidad, sin excluir
el aborto.
(92) PATRICIO H. RANDLE: «La naturaleza desnaturalizada», La Prensa,
30.VI-92.
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