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Número 311-312

Serie XXXII

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Cristóbal Colón, según León Bloy

CRISTOBAL COLON, SEGUN LEON BLOY
POR
J ORllE USCATBSCU
Hace cien años, el tema de la beatificación de Cristóbal Colón
fue muy debatido en Occidente. Eran los tiempos del Papa Pío IX,
el de Porta Pía, de
la Inmaculada Concepción, del dogma de la
infalibilidad.
En Francia, de donde partió la iniciativa de la ca·
nonización, se publicaron textos y hubo polémicas famosas sobre
el
tema. No es extralío, ya que figuras descollantes de la cultura
francesa, como Leon Bloy y Paul Oaudel, han dedicado al Descu·
bridor obras célebres. Ahora mismo, en el quinto centenario, las
librerías están repletas de libros sobre Colón. Libros la mayor
parte de ellos recientes y escritos
ad hoc. Nada parecido en· los
países más propiamente colombinos como España e I talla.
Es ésta acaso la ocasión de .recordar un . texto célebre del no
menos célebre, ardiente, activo,
polémico y terrible escritor cató­
lico Leon Bloy, El asunto de
la canonización de Cristóbal Colón
es el pretexto que brinda a Bloy un famoso comentario. Se trata
de
un comentario al libro Historia de Cristóbal Colón, cuyo autor
es el conde de Roselly de
Largues. En cuanto al libro de Bloy
lleva
por título altisonate: El Revelador del Globo. Cristóbal Co·
lón ante los toros. Cartas enclclicas, y el prefacio inicial fue es·
crito por el famoso escritor Bar bey D' Aurevilly. Los textos ín­
tegros sobre Colón están incluidos en el primer tomo . de las
Obras de Bloy (Mercure de France, París, 1964 ), junto con el
resonante libro del escritor: El desesperado. A sus 38 años, en
1884, Leon Bloy publica su primer libro,
Revelador del globo.
Así, su «entrada en la vida literaria» se realiza con un libro so­
bre el Descubridor, cuya beatificación es muy discutida y no llega
Verbo, núm. 311-312 (1993), 181-184 181
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nunca a buen fin. Estamos a finales del siglo XIX y Cristóbal
Colón, según Barbey, «uno de
las hombres más grandes, sino el
más grande, no tenía literariamente historia». Leon Bloy se pro­
pone, con una pasión sin
límites, arrancarle del silencio y de la
ingratitud de su tiempo y de las generaciones posteriores. La
grandeza de Colón se colocaba a la medida de la grandeza de su
olvido.
Leon
Bloy no se presta solo a una alabanza del hbro de Ro­
selly sobre el Descubridor. Con una pasión ardiente, tan viva en
la
mayoría de sus escritos, Bloy, polemista por temperamento,
con su estilo
peculiar, quiere a su vez ofrecer un libro apasionante
sobre la personalidad y
la gesta del Descubridor. Conocedor de
lo que podía ser la «memoria de Colón» en los países que más
le debían, Espafia e Italia, comprueba que precisamente en ellos
aquella «memoria» es nula. Solamente la «Atlántida» de Verda­
guer
-que medio siglo más tarde acompañará la singular parti­
tura musical de Falla-y su verso famoso: «Gran Señora dadme
naves y, llegada la hora, yo
os las devolveré arrastrando tras ellas
un universo», llama la atención de Bloy. Conoce y trata a los
descendientes hispanos del Gran Navegante y los califica de
«he­
rederos inútiles», indiguos de la tradición sin par.
La causa de beatificación fracasa por culpa, sobre todo, según
Leon Bloy, de Francia, la Francia laica del tiempo, pero perma­
nece como cláusula del testamento
de Pío IX. Al conde de Ro­
selly, postulador de la causa de canonización, la Francia laica le
acusa, juntd con algún importante prelado genovés
-víctima a
su vez de fuertes ataques de
Bloy-, de introducir «el sentimiento
en la historia». Esta vez
el tono polémico del autor del «Déséspe­
ré» alcanza incandescencia límite. Ataca la idea de la historia
como letra muerta, reseña infinitesimal, investigación corpuscu­
lar, escrutinio de pequeñas causas y pequeños efectos «en los
más inmensos frescos del pasado. He aquí que lo debe -según
esta idea de la historia-apagar la sed y el hambre del hombre».
Para un espíritu que ve
en la obra de Colón una verdadera
epopeya, nada
más deletéreo que una concepción positivista de la
historia, que tiene horror de la vida
y del entusiasmo por las
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grandes gestas. Así, «el documento inanimado triunfa comd un
César y sube al Capitolio guardado por las ocas de la. resonante
publicidad». Acercarse a la
figura de Colón sig¡rifica «restituir
lo patético a la historia», despertar pasiones y entusiasmos, Con
esta idea el escritor
francés . moderno acerca, proyectando su ver­
bo en
la más virulenta anti-modernidad, a la aventura vital e
histórica de Colón.
El Descubridor es presentadQ ya, en su propia
aventura existencial, como espíritu de genio,
víctima de la injus­
ticia humana.
Asimila su fin, a la pasión del Señor. En el rey
Fernando
ve ni más ni menos que a un «Judas» en el comporta­
miento con Colón.
El hombre que ofrece a «la indigente Castilla,
una corona de islas y continentes tan vastos como cuatro veces
el imperio de Alejandro, no puede encontrar en todo este pueblo
nada parecido a
la piedad en sus desgracias, ¡ú un gesto de soli­
citud hacia
su memoria».
Colón y la invención de
un nuevo mundo. Este es el «leit­
motiv» de la diatriba de Leon Bloy. A esta invención, el francés
le aplica los versos de Schiller: «
¡Camina adelante! Y si la tierra
que tú buscas no ha sido aún creada, Dios hará que nazcan para
ti
de la nada mundos para justificar tu audacia».
Comentando
las páginas de Roselly sobre el Descubrimiento,
en 1877, de los restos de Colón en la catedral de Santo Domingo,
Leon
Bloy se asocia a la crítica de Roselly del informe que la
Academia
de la Historia de Madrid emite al respeto. El olvido
del Descubridor, alimentado, según Bloy, durante todo un siglo
por la ignorancia, lo rompen a su aire protestantes
como Washing­
ton Irving y «el gran Humboldt», Pero no solamente España
cae
bajo la acusación del olvido del Descubridor. Génova misma, su
Patria, «Génova tiene vergiienza de Colón».
Leon
Bloy no quiere admitir que el Descubrimiento fuera
obra del «azar». Identificado con la presencia mesiánica
de Colón
como nuevo enviado de Dios,
el colmo de la indignación se ma­
nifiesta ante la afirmación de su coetáneo Julio Veme, el cual
escribe en
su «Grand, voyageurs»: «Se puede certificar que Co­
lón muere en la creencia de que había alcanzado las orillas de
Asia y sin haber sabido nunca que había descubierto América.
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El encuentro con el nuevo Continente no fue sino pura casuali­
dad». A los escritores sin Dios, partidarios perpetuos de la «abo­
lición de cualquier sobrenaturalidad histórica», Leon Bloy les
opone un
Cristóbal Col6n que «realiza su último viaje en vista
del encuentto de
un pasaje del Atlántico a los mares de la India».
La
intuición del genial Descubridor enlaza así, en esta apasionante
epopeya imaginaria que quiere· ser lo que
la historia para Sche­
lling --«una profecía al revés»-, con el canal de Panamá que
se aprestaba a abrir en los tiempos en que Leon Bloy escribía
estas páginas encendidas, Fernando de Lesseps.
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