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Número 315-316

Serie XXXII

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El marqués de Pombal

EL MARQUES DE POMBAL
POR
LUIS LAVAUR
Pródiga Lisboa en perspectivas varias, y en temas de tarjeta
postal,
es fácil que entre las impresiones recogidas por el visi­
tante de la bella ciudad descuelle, por su bulto y situación, el
monumento a Pombal erigido en el
térnrinal de la principal ar­
teria de la capital.
Su dimensión y grandiosidad corresponden a
una lógica interna.
Si no hay personaje de la historia portuguesa
conmemorado de
tan enfática manera,. tampoco cuenta la Histo'
de Portugal con un gobernante de la talla, renombre y relieve
histórico nacional e internacional del altamente polémico marqués.
Ecuación
invalidada debido al . significado adscrito a un mo­
numento concebido al filo de un sentimiento de exaltación demo­
liberal, y anticlerical también, surgido a raíz de la instauración
de la república en 191 O en
la nación vecina. De reflexionar sobre
li, escala de valores con que los pueblos, o. quienes los rigen, hon­
ran en cada tiempo y lugar la memoria de los forjadores de su
pasado,
es probable que el observador suficientemente informado
del simbolismo del megalito lisboeta, halle incongruente habérsele
asignado el principal monumento cívico de Portugal, precisamen­
te elevado en la Avenida de la Libertad, la misión de magnificar
el recuerdo, según Camilo Castello Branco (1882), de uno de los
dictadores
más tiránicos y despóticos de todos los tiempos.
La arribada al poder.
, Condicionó bastante la política adoptada por el personaje que
su irrupción en el plano de la vida
pública portuguesa coincidiera
Verbo, núm. 315-316 (1993), 603-631 603
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LUIS LAVAUR
con el fallecimiento, en 1750, del rey Juan V de Portugal, llama­
do
el Magnánimo, un monarca esteta, fastuoso, devotísimo y ga­
lante, disponiendo de grandes riquezas aportadas a la Corona por
el inmenso Brasil y otras posesiones. Hasta minarle los
años y
enfermedades
sus energías, el rey Don Juan supo regir en paz y
bastante acierto, y por espacio de casi medio siglo, los destinos
de su reino.
Petpetua su memoria la ingente cantidad de templos,
el
monasterio-palacio de Mafra, ·El Escorial lusitano, por ejemplo,
y toda suerte de obras fastuosas con las que llenó Portugal con
una magnificencia a punto
de dejar vacío el erario nacional.
Al sucederle en el trono, y a los treinta
y seis. años .de edad,
su
qijo don José I, se dio por sabido. que el .nuevo soberano no
iba a gobernar el país. Poco tardó su conducta en confirmar el
acierto del pronóstico, al salir en negocios de Estado más Bragan­
za que su ilustre padre. De. ahí que todo fueran cábalas en la
Corte •=ca de quién llegado. el momento le administraría un
reino, cabeza de un inmenso jm.perio colonial.
Aletargada la economía del Estado por el estufaciente maná
del oro y
piedras preciosas .que fluían del Brasil, encorsetada la
administración por unas estructuras administrativas y sociales
anacrónicas,
algunas cabezas pensantes, influidas por los vientos
renovadores que soplaban por la Europa de las pelucas y de la
Ilustración, pensaron que para la puesta
al día que reclamaba la
sociedad portuguesa poco ofrecía de prometedor el gabinete sobre
el que José I
descargó en peso las tareas de gobierno, integrado
por una camarilla, con más cuartelés y blasones eri sus escudos que
pericia en el arte de gobernar. Radicando la. única nota llamativa
en
el menos linajudo de todos. En el titular de la Secretaría de
Asuntos Exteriores y de Guertá, quien ha pasado a la historia
con el
nombre de marqués de Pombal, salvedad hecha que él nue­
vo ministro no obtuvo su marquesado hasta 1770, ya hacia el
final de su largo mandato.
Mucho
se especuló y especula sobre los motivt>s ·que hicieron
fuera designado don Sebastián José de Carvalho y Melo, para
tan
alto puesto, sin pertenecer a la Iglesia, a la nobleza, sino á una
familia más o menos
fidalg,i de Lisboa, de escasa relevancia social.
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EL MARQUES DE POMBAL
Educado en Coimbra . por los jesuitas, después, de unos estudios
descabalados por un temperamento indómito y pendenciero,
.em0
pleó su juventud en una poco prometedora experiencia en el
ejército. Su carrera se inicia en serio cuando protegido por su tío,
clérigo y profesor en la universidad, don Sebastián Carvalho in­
gresa en el servicio diplomático, atribuyéndose decisivo influjo
en su formación a los seis años que pasó en Londres como minis­
tro plenipotenciario y

a unos pocos
más en Viena.
Si durante su estancia · en Inglaterra pudo Pombal aprender
algunas nociones útiles en materia de comercio y finanzas
es du­
doso extranjera enseñanza alguna sobre las excelencias de la
mo­
narquía parlamentaria y constitucional. En cuant-0 a su residencia
en la católica corte de Viena, cabe
suponer que' de su tangencia
con circulo, próximos al marido de la emperatriz María Teresa,
probado franc-masón, como entonces cumplía a todo caballero
librepensador que
se respetase, es seguro que Pombal se fami­
liatizó con políticas renuentes hacia el Vaticano, que tuvo ocasión
de poner en juego al
actuat como mediador en algunas diferencias
entre ambas potencias.
El nada deslumbrante prestigio de Pombal se acrecentó con­
siderablemente al intervenir, un poco antes de la muerte del rey
Juan V, en el
para Portugal ventajoso Tratado de Límites, firma­
do en Madrid en enero de 1750, toda vez que a cambio de. un
puñadito de kilómetros cuadrados a orillas del río de la Plata,
España
cedía a Portugal extensísimos territorios en el Paraguay.
Al regresar de Viena cargado de experiencia, le vino de pri­
mera para su futuro regresar casado en segundas nupcias con una
joven vienesa,
de. escasa fortuna pero de buenísima formación y
graciosos modales. Enlace que al repatriado le valió el favor de
la reina, austriaca también, quien
por mor del paisanaje en tierra
extraña le valió a la
esposa del diplomático el nombramiento de
dama de honor.
Con la posibilidad de que una recomendación oportuna de la
reina madre, recién enviudada, a su abúlicd hijo, más un empu­
joncito por patte del jesuita José Moreira, confesor del rey, pre-
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mi6 un éxito diplomático de relumbr6n confiriendo a su artífu:e
una importante. cartera ministerial.
Ya ministro, y

a
los cincuenta y un años de edad, en su in·
tento de recuperar el tiempo perdido, el futuro marqués de Pom·
bal inici6 su fulgurante carrera de gobernante enfrentándose con
sus responsabilidades con
bríos inusitados en los gabinetes por·
tugueses anteriores al suyo. Pronto trascendi6 que en el gobierno
de don José
I iba a misa lo hecho y deshecho por el ministro de
Asuntos Exteriores, interviniendo muchas veces incluso en cues·
tiones ajenas a las competencias atribuidas a su. departamento. De
todas formas, es improbable que hubiera llegado Pombal tan alto
y lejos como lleg6, de no haberle sobrevenido a Portugal una
de las más aterradoras catástrofes en la historia del continente
europeo.
El terremoto de Lisboa (1755).
Ubicada la capital de Portugal en privilegiada posici6n
paisa·
jística, más que sobre las siete colinas del dicho popular, en el
regazo de dos
promontorios asomados al estuario del Tajo, se
asemejaba a una Barcelona en pequeño dominada por dos redu·
cidos Montjuich a ambos lados de las Ramblas. Era la más popu­
losa ciudad de la península, el tercer puerto de Europa superán·
dole en tráfico s6lo Londres y Amsterdam. Por su aire levítico,
marinero y caserío medieval, se distinguía por una mezcla de sor·
didez y esplendor, así como por la cantidad de iglesias y conven­
tos apiñados en un conjunto abigarrado. Todo plácido y
dormi­
tando en la cuneta del prdgreso hasta el día de Todos los Santos
de 17 5 5 que cay6 en domingo.
A las nueve cuarenta de la mañana, una parte sustancial de la
poblaci6n atiborraba los
· templos atendiendo a los oficios de pre·
repto. De repente, las sacudidas de un violento temblor de tierra,
e1 terremoto, con epicentro en el mismísimo centro urbano, de­
rribaron ell menos de cinco minutos casas, palacios, murallas,
monumentos, edificios sacros y profanos, causando horrible mor-
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EL MARQUES. DE POMBA.L
tandad. Agudizó el pánico de una multitud enloquecida las olea­
das de unos maremotos que se levantaron del río englutiendo a
quienes
creyeron encontrar refugio contra el cataclismo a orillas
del Tajo. Los terremotos prosiguieron durante el resto de la jor­
pada,
y parte de unas noches más, al resplandor de los colosales
incendios desencadenados
al prender las luminarias de los templos
en unos escombros altamente combustibles.
El desastre sirvió a Pomhal como en bandeja la ocasión que
necesitaba para sacar a relucir su veta
· dominante y autoritaria y
sus formidables dotes de organizador.
Como primera providencia,
le atribuyó el sentir popular una
consigna terminante y pragmá­
tica: «Sepultar os mortos, cuidar dos vivos e fechar os partos».
Dicho en un castellano refranesco:
«El muerto al hoyo y el vivo
al bollo». A lo que apuntaba el cierre de los puertos, para requi­
sar las vituallas a bordo de todo buque surto en aguas portugue­
sas, con objeto de abastecer a los supervivientes: disposición
complementada con otra fijando
los precios a los que los víveres
deberían venderse.
Además de dictar órdenes, su
tarea favorita, Pomhal se ocupó
de vigilar personalmente su cumplimiento. Se multiplicó en la
asistencia a los heridos, y en procurar techo a una ciudadanía
acampada en plazas, huertas y jardines, alojando a la familia real
en barracones
de madera, para dar ejemplo. Sin descuidar liqui­
dar por la vía rápida, en un racimo de .horcas ·bien visibles, a
cuanto desgraciado se pilló saqueando por entre los restos
hu­
meantes de una capital transformada en un infierno.
Una
vez serenado el caos, asombrando a propios y a extraños
por su prontitud y métodos, Pomhal procedió a
organizar la re­
construcción de la capital, tarea que se pensaba acometer de todas
formas,
ya que con este fin se habla hecho venir desde Italia al
arquitecto Giancarlo Bibiena. Pombal
empezó por descartar de
plano la idea de rehacerla sobre terrenos
más seguros y distantes
del mar, proyecto al que un
miedo sismológico había procurado
numerosos partidarios. Seguidamente, y en tiempo récord, resur­
gió la parte baja de la ciudad, la «Babea», ajustada a unos planos
geométricos y racionalés, ftuto del genio urbanístico de los inge--
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LUIS LAYAUR
nieros portugueses; Manuel da Maia y Eugenio dos Santos, se­
cundados. por los conocimientos del arquitecto húngaro, Karoly
Mardell, Lisboa renació moderna y funcional, neoclásica o
pom­
balina, con edilicios más bien bajos .-por si acaso--y manzanas
uniformes.
Con una amplísima fachada monumental de
cara al Tajo, sobre
terrenos antes ocupados
por el palacio real, el Terreiro do P~o,
ahora Plaza del Comercio. Un cuadrilátero abierto al estuario del
Tajo, flanqueado por inmuebles porticados destinado a ministe­
rios
-un complejo administrativo aún en funciones-y que .se
tardaría casi un siglo en concluir, inaugurado con. una aduladora
estatua ecuestre
de José I en su centro: todo con cierto aire.de
familia con la capital.
de. Pedro el Grande de Rusia también en
construcción.
La autoridad de Pombal salió altamente robustecida del te­
rremoto de Lisboa. Tanto que
se ganó el título· de primer minis­
tro con poderes omnhriodos. Nada más tomar posesión de un
cargo
hacía bastante suyo, se puso a instrumentar la :estrategia
precisa para
desencadenar .un ataque·frorital, y simultáneo, contra
las
dos instituciones que entedió hadan sombra al poder. real y
al ·suyo propio: la nobleza y la Iglesia.
Pombal y los · jesuitas. ·
Hay cierta tendencia a presentar· al primer ministro portugués
integrando
el elenco de intelectuales ilustrados, o sea, en linea
con la mayoría de los gobernantes europeos de su tiempo. Pudie0
ran en principio existir motivos para esta homologación, de no
oponerla
la intolerante idiosincrasia dé Pombal, proyectada en
su política a través de una radical antiintelectualidád que le ex
cluye de formar en la compañía· de los filosofan tes que moldearon
gran parte de
Ios destinos europeos en las vísperas de la Gran
Revolución,·
El que Pombal incluyera de prominente modo én su programa
de gobierno el
·sometimiento de 'la autoridad eclesiástica a la es-
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EL MARQUES DE POMBAL
tatal, le situa a primera vista comulgando con los postulados cu,
la Ilustración. Sólo a primera vista., Por . no .. bastar con que el
enciclopedismo denunciara
a. los .ignaci,mos como el más. firme
puntal de las prerrogativas. vaticanas para explicar. Ja fobia
.pato:
lógica inspirada por la Compañía. de Jesús a Pombal. A. falta de
principios doctrinales únicamente
ra:wnes de Estado o de índole
personal pueden aclarar la animadversión con la. que el primer
ministro persiguió a quienes tanto debió
al inicio de su. carrera .
. Es preciso recordar que Pombal. cimentó su prestigio de es­
tadista capitalizando su gestión diplomática cerca de . la corte de
Madrid.
Se proclamó artífice de una de las. más desacertadas me,
didas del gobierno de .FetruU!do. VI, cuñado por partida doble
del rey de Portugal, firmado
un acuerdo · en virtud del cual, y
a cambio de la molesta y
pequeña . colonia del Sacramento, un
foco contrabandista frente. a Buenos: Aires, obtuvo. para su país
la entrega de vastas posesiones, entre las que estaban enclavadas
algunas de las
más prósperas misiones jesuitas del Paraguay, lin­
dantes con el. Brasil, organizadas en régimen colectivista con una
eficacia civilizadora merecedora, en su
día, de encendidcs elogios
de Montesquieu y Voltaire.
Una victoria diplomática empañada con serias dificultades
para hacerla del todd efectiva a causa de
la ,resistencia: de .los. in-.
dios guaraníes a las tropas portuguesas enviadas para. dominarlos,
resistencia de la
que Pombal .t!)sponsabilizó a· los jesuitas . espa­
ñoles. de una acción que en cierto grado minimiz¡¡ba, uno de sus
éxitos personales. ·
Decidido a aplastar a la Compañía de Jesús, poco esfuei,;o le
costó para cdnvencer a un rey débil
y. timorato de la veracidad
de sus cargos. Menos ardua. la
. tarea de persuadir de lo mismo al
poderoso
. parti Roma. Función encomendada por Pombal a un primo suyo, em­
bajador en el Vaticand, enviándole para avivar un fuego añejo
con leña de
,primera calidad, un rico lqte de diamantes brasileiros.
Envío que
debió. surtir los efectos previstos cuando al poco en­
cargaba el anciano Benedicto
XIV, al. cardenal Saldanha,. patriarca
de Lisboa, una orden por la que el purpurado experimentaba pal-
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LUIS LAVAUR
pable antipatía. Todo dispuesto para en septiembre de 1757 ases­
tar Pombal el primer golpe, dando el cese a todos los confesores
jesuitas de
la casa real, prohibiendo a los miembros de la Com­
pañía la entrada en la Corte, y logrando del acomodaticio carde­
nal Saldanha prolubiera a los jesuitas predicar y confesar.
Parecían los jesuitas portugueses condenados a una suerte
fatal,
cuando a mediados de 1758, Clemente XIII, sucesor de
Benedicto XIV, tuvo a
bien revisar la política seguida por su
antecesor con
la iglesia portuguesa y estimó oportuno enviar a
Portugal
una comisión investigadora que aclarara algunos puntos
oscuros. Al declarar la comisión a los jesuitas inocentes de las
acusaciones contra ellos formuladas, situó al ministro en incómoda
postura ante su rey y señor y
frenada su ofensiva anti-jesbitica
por obstáculos quizá insuperables.
Pronto superados al surgir en ayuda de Pombal un extraño
episodio de corte folletinesco, que ni el propio Alejandto Dumas
se lo hubiera diseñado mejor. Un suceso que proporcionó al pri­
mer ministro la posibilidad de matar dos pájaros con la misma
piedta.
Pombal el justiciero.
El iracundo y frustrado ministro no necesitó contar con el efi­
caz
servicio de espionaje que montó para estar al tanto del activo
disfavor albergado contra
él por la flor y nata de la aristocracia
portuguesa.
El paso del tiempo hacia cada vez más difícil a la
alta nobleza digerir que un fidalgo arrogante y de poca monta,
se hubiera hecho el amo
de Portugal y señor de sus haciendas,
tardando
poco en enterarse que de sus . vidas también, aunque
referir el episodio suponga adelantar
acontecimientos que sumie­
ron en terror
y espanto al buen pueblo portugués.
Acaudillaba a
la más peligrosa facción anti-potnbaliana el po­
deroso duque de Aveiro, secundado por su cuñadd, el marqués
de Távora, familia a
la que Pombal se la había jurado, a causa de
haberle negado la mano de una de sus herederas para un hijo
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EL MARQUES DE POMBAL
suyo. Por más que ~os Távoras, y bien a su pesar, se encontraran
.estrechamente relacionados con d monarca, si bien por vínculos
que no eran para presumir.
Por ser público y notorio, en círculos
cortesanos,
que «la marquesa joven», a quien habían casado con
otro Távora, por ciertd, destinado en la India, era por aquel en·
.tonces la amante de turno del rey.
Así de explosivas las cosas, hasta estallar -¡y cómo!-una
noche de septiembre de 1758, en ocasión de regresar José I sin
escolta a su palacio, conyugal de Belem, en compañía de un se­
cretario particular, rematada una velada íntima y de,poder a poder
con la
bella marquesita de Távora, .cuando tres jinetes enmascara­
.dos arremetieron contra el regio carruaje disparando sus armas:
sin resultado. Fustigadas
las caballerías por un cochero despayo­
rido, ruguien apostado más adelante disparó un arcabuzazd más,
hiriendo
al rey en un brazo y dejándole el hombro en condiciones
nada aptas para abrazar a nadie hasta transcurrido un plazo pru­
dencial.
Jamás
se supo, de fijo, si se trató de un regicidio frustado,
de un montaje
pdmbaliano o de un simple error de blanco por
parte de los asaltantes. Ambigüedad que deja lugar para
alguna
hipótesis más. ¿Por qué no tratarse -me pregunto yo-de un
atraco frustado de alguna pandilla bandolera, en tiempos en los
que
Dick Turpin y Diego Corrientes campaban por sus. nocturnos
respetos
por los descampados de cµalquier capital europea?
Cuestión
cuyas posibilidades de aclararse se disiparon de modo
definitivo al decidir Pombal servirse del incidente para el logro
de objetivos que le eran caros. Minipulando y magnificando el
csso con astucia diabólica y sutil, empezó por acallar todo rumor
de atentado achacando el confinamiento del rey a una caída
for­
tuita, sin volver a hablarse del asunto durante tres meses largos.
Justo los que precisó para instrumentar de modo
imparable un
golpe magistral acumulandd y fabricando evidencias. Piezas clave
en su dispositivo ofensivo fueron los
hermanós Ferreira, sirvien­
tes de confianza ,del duque tfe Aveiro, a quienes varios testigos,
surgidos en momento
oportuno, declararon haberles proporciona­
do un mosquete y
Ulla pistola la víspera del atentado. Base su-
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LUtS· LA V'.AUR-:
ficiente , para de modo oficial anUllciar la comisión de atentado y
ordenar por real decreto el encarcelamiento de las cabez11s más
prominentes del nobiliario portugués. Diligencia
practicada en la
madrugada del 13 de: diciembre con, técniciis 'de operación militar.
Un anuncio de sucesos por' venir., Además, de, arrestar a los no­
minalmente inculpados en el affaire, las tropas cercaron las seis
casas
de la Compañía de Jesús' en Lisboa, quedando los padres
incomunicados con el mundo exterior. Precaución
que Pombal
en uno de sus rarísimos instantes de humor, aseguró haberla
adoptado para' proteger a las religiosos del furor popular.
Ya
en sus manos las bazas precisas para rematar su plan,
Pombal tropezó con una ,disposición legal prescribiendo que los
miembros de la nobleza habrían de ser juzgados por sus pares.
Consciente de que de, ser acatada la ley, sus víctimas se le 'escapa­
rían vivas'
de sus manos; consiguió del rey la creación de un tri­
bunal de alta traición, especial y secteto, el de la «Inconfidencia»,
facilitadas sus actuaciones
por otro real decreto permitiendo el
uso
de la tortnra, desusada en el procedimiento' penal portugués.
Puesto en el potro de nada valió que el defensor alegara que
las confesiones
extraídas a golpe de tortura carecían de validez,
así
cómei que todos sus defendidos podían probar fehacientemente
su inocencia.
, El , tribunal estimó inválidos, por insuficientes los
alegátos exculpatorios y declaró culpables a los principales acusa­
dos.
Exéeptuadá la marquesita de Távora, a quien se eximió de
toda, clase de molestias confinándola en el convento de los Santos,
donde quedó a
la espera de una viudez que se consideró inminente.
Carnifi.cio en. Belem.
Sentenciados los, principares inculpados a la pena capital, y
confiscada la totalidad de los, bienes, a favor, de la Corona, pres­
tamente, y
en caliente, se dispuso la ejecución pública de la, sen­
tencia, sobre
un gran cadalso erigido en una ,plaza del aristocráticei
batrio de Belem, Diez cond!!Wldos en total y el día 13 de eneto
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EL MARQUES. DE POMJJA.L
de 1759. Primera en.morir la vieja marquesa de Távora. Objet~
de una deferencia en atención a su edad y sexo, Decapitándola
de un hachazo y sin ceremonia alguna, ahorrándola el tener que
COntemplar el espectáculo de ver morir a su esposo, el duque de
Aveiro, y a
sus hijos, el marqués de Távora y el conde de Autou­
guia, y quemar sus
cadáveres,. después de quebrantar sus huesos
en la «rueda»,
.entre alaridos, y estrangularlosantes de amarrar
sus cuerpos a la hoguera. Suplicio acto. seguido, aplicado a los her­
manos Ferreira, y a dos. nadies .más, ni _«fidalgos» siquiera; que
sin el alivid del previo estrangulamiento terminaron sus días
ardiendo
en sendas piras. Una ejecución cuyo elaborado ritual s~
prolongó desde el amanecer a la caída de la tarde, concluyendo
cuando una
vez recogidas las cenizas de todos los condenados,
se arrojaron
al vecino Tajo.
Trámite final de un proceso realizado en circunstancias desco­
nocidas en Portugal desde la Edad
:Media, pero dentro de s.;
horripilante sadismo, tan desalmado como el utilizado dos años
antes
para descuartizar· vivo, en una plaza de París, a un pobre
desequilibrado de puntería incierta, convicto de estilete
en mano
infligir un leve rasguño en el encasa cado corpachón de Luis XV.
Volviendd a Portugal, satisfecho por demás debió quedar el
rey José del celo de su ministro,· cuimdo al poco de la carnicería
Belenense tuvo a bien premiar sus desvelos con una distinción
nobiliaria que de momento colmaría
· de felicidad a su fiel serví'
dor. Desde entonces, ascendido a la nobleza, el futuro marqués
de Pombal pudo pavonearse ostentando el título de conde Oeiras,
el nombre
de· una magnífica posesión adquirida entre Lisboa y
Cascaes, no muy distante del lugar en el que se había desemba­
razado de sus
más .peligrosos adversarios.
La expulsión de los jesuitas (1759).
Intimidada la nobleza con la sangüinolenta hecatombe de
Belem, el nuevo conde se sintió en condiciones de rematar sus
planes artemetiendo contra su objetivo capital. Liquidar a la ·eom.
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LUIS LA VA·UR
pañía de Jesús: de cuajo y sin contemplaciones. Prescindiendo
del hecho de que todas las 6rdenes existentes, ninguna más
social­
mente útil que la congregaci6n fundada por San Ignacio y esta­
blecida en Pottugal
y sus territorios asiáticos por San Francisco
Javier. Una Orden
con demasiados enemigos para poder subsistir.
Pot un lado los capitostes universitarios de Coimbra, clérigos
en proporci6n sensible, como en el Madrid todavía sin Universi­
dad de entonces, hostiles a los ignacianos por la calidad de su
ensefianza y destacar en el cultivo de las ciencias. Tampoco des­
pertaban simpatías en el resto de las 6rdenes religiosas, de índole
casera y chapadas a la antigua, acusándoles, como Pascal, de
sus­
tentar en prédicas y confesionarios principios flexibles y permisi­
vos, acordes algunos con los
más tarde consagrados en el II Cón­
cilio Vaticano. Sin ganarles adeptos algunos aspectos de su activi­
dad misionera, como la autofinanciaci6n laboral de ciertas empre­
sas que interferían. con intereses de grandes monopolios comerciales
domé.sticos y extranjeros. Explicándose
en, cambio la animadver­
si6n de
Jos ide6logos del despotismo, te6ricamente ilustrado, por
atribuirles algunos
. que hilaron la mar de delgado el mantener la
licitud de la resistencia, violenta incluso ~testigo nuestro P. Ma­
riana-contra las titánicas arbitrariedades del poder civil.
Un ·conjunto de factores en contra de
la Orden, en suma,
jugados por Pombal con su proverbial astucia. Preparado
el te­
rreno con una vitri6lica campaña de difamación contra la Com­
pañia, • generosamente financiada con fondos públicos, hiro de­
cretar a su monarca, de un ·plumazo, la . expulsión de todos los
jesuitas
afillcados, tanto en Portugal como en la. totalidad de lós
dominios ultramarinos, desde la Amazonia a la China,· pasando
por Africa
y la India.
En armonía con su virtuosismo burocrático Pombal cuid6 de
que el decreto de expulsión llevara
la fecha del 3 de septiembre
de 17 59, primer aniversario del atentado contra el
rey. Un re­
cuerdo al pueblo portugués de haber sido condenados la alta no­
bleza y los jesuitas por un mismo crimen: Una vez expulsado el
Nuncio
y la· subsiguien~ ruptura de relaciones eón el Vaticano,
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EL MARQUES DE POMBAL
un Pombal triunfante en toda la línea reafirmó su. poder nom­
brando a su antojo,
y en nombre del rey, a los obispos que ocu,
paran las sedes vacantes en la metrópoli y colonias.
Pasión y muerte del P. Malagrida {1751).
En la crónica de la fobia antijesuítica de Pombal sobresale un
episodio con caracteres sangrientos. Al quedar exentos del exilio
masivo unos pocos jesuitas,
y no por una gracia especial sino por
reservarles el ministro una pena más grave que la expulsión.·Des­
tino al que quedaba destinado uno de los encarcelados en el
curso de
la redada practicada a raíz del atentado contra el rey.
El
P. Gabriel Malagrida, un jesuita italiano en quien muchos
portugueses vieron
un San Francisco Javier revivido, por su acti­
vismo misionero por las junglas brasileiras, venerado
en ambien­
tes próximos a la real casa por haber expirado en sus bra20s el
rey Juan V, de buen recuerdo. Por su parte el ministro tampoco
pareció haber olvidado la meritoria labor del inmensamente po­
pular religioso durante las jornadas del terremoto
y mucho menos
sus prédicas
vinculando la catástrofe a un castigo celestial de los
pecados de los hombres, susceptible de ser aplicada la punición a
la nada edificante conducta marital del rey.
Por si fuera poco,
había otra
razón adicional para usar la cabeza del religioso para de
modo clamoroso descargar el
peso de su furia. Al señalar la senten­
cia pomhaliana a los jesuitas como inductores y responsables mora­
les del frustado magnicidio
¿ Cómo evitar la extrañeza causada
por
la incomparecencia de jesuitas en el proceso abierto a los
ajusticiados en Belem? :
Un interrogante al que Pombal contestó
por medio de un ramalazo
de terrorismo de Estado. Eligiendo
al efecto una
víctima de excepción, en la que de un modo sim­
bólico si se quiere infligir un castigo público y ejemplar a una
Orden, cuya extinción produjo tremenda consternación en
am­
plios segmentos, los más populares, del buen pueblo portugués.
Maquiavélicamente eludió someter su presa a
un tribunal ci­
vil, sin importarle renunciar a la potestad que había arrancado
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LUIS LAYAUR·
a Roma para someter a los religiosos acusados de delitos graves a
la jurisdicción ordinaria. Existía un procedimiento para hacer .el
castigo más hiriente y. deshonroso. Hacer. condenar al jesuita por
su Iglesia.
Sin repugnarle recurrir en el trance, a la en un ilus­
trado insólita medida de que lo procesara la Santa Inquisici6n,
por cierto, presidada por
SUs hermano Pablo .de Carvalho.
Los determinantes políticos, la intervención del Santo Oficio,
y la forma de ejecutarse la sentencia contra el P. Malagrida, re­
trotraen el recuerdo de su proceso al de Juana d.e Arco.· Y no
s6lo por i;esultar condenado el religioso por herético, sacrílego e
impostarlo que_ no es poco. El paralelismo se agudiza porque al
igual que a
la santa patrona de Francia, .la sanción al jesuita se
dict6 con base. a considerandos de rancio resabor medieval. Reo
de proferir por escrito ciertas frases descubiertas. po¡: los inquisi­
dores en un
manuSctito compuesto por el. jesuita en su prisión
con el
título: «La Heroica vida de Santa Ana, madre de María,
flictada
al reverendo padre Malagrida por la propia Santa Ana».
En su escrito . afirmaba el prisionero haberle dicho la · madre de
la Virgen haber sido también ella concebida sin pecado origioal
y ofrsele a la Virgen llorar en el claustro materno. También se
asemeja la defensa del P. Malagrida a la de Juana de Arco al ase­
gurar el condenado a sus jueces haber sido confortado en su pri­
si6n
· por apariciones de San Ignacio y .Santa Teresa.
Los ·jueces· del Santo Oficio fallaron é:ónsecuentes con las
órdenes concretas de lo que tenían que hacer. Nada de enviar al
anciano a un convento donde le serenaran
una mente desestabi­
lliada por un largo aislamiento. Dictarriri sentencia, que· tras san­
ción real, acab6 con las alucinaciones y los días del P. Malagrida
en un Auto de Fe,
por· todd lo grande, que tuvo lugar en septiem­
bre de 1761. Y en la céntrica y pombaliana plaza del ·Rossio.
Agarrotado el reo po¡: er verdugo, pudieron pueblo y gobernántes
edificarse contemplando cómo devoraban · 1a, llamas el cadáver
de un
pobre vejestorio de setenta y dos años. Brillante y concu­
rrida· ceremonia, cuentan las crómcas, presenciada desde los bal­
ci:>nes del palacio de la Inquisici6n por el rey José, acompañado
por las jerarquías eclesiásticas y la, corte en pleno.
616
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EL MARQUES·DE,POMBAL
Difusión . Por lo rotundo del golpe,. y. por saltar la liebre antijesuita
dorule menos se esperó, el ukasse pombaliano dejo estupefactos
a los gobernantes
de· la Europa ilustrada, así como .,¡ los propios
librepensadores, que como acontece con
. jo que . sistemáticamente
se repite, .habían terminado
por creer a la ComP­
tente como aseguraban. En la. realidad no resultó ser ·tan poderosa
como
se creyó, dejándose aniquilar sin rechistar y. perecer con
las sotanas puestas. La más elemental lógica indica que de haber
sido potente de verdad el desterrado hubiera sido PombaL Al
salirse el ministro portugués con la suya le cupo el
hc,nor de sentar
un precedente seguido
por otras potencias católicas con rigurosa
fidelidad.
Con Francia a la cabeza
no en vano cuna y centro de opera­
ciones de
la ofensiva antijesuita. Verdad es que. shi, expulsar a
sus miembros de territorio francés donde pudieron permanecer
como simples sacerdotes.
füo en 1764. En 1767 ajustada .a los
duros patrones pombalianos
su expulsión de .la catoliclsima Es­
paña, a propuesta del conde Aranda, admirador
de Pombal des­
de,
y en muchos aspectos su volteriano aragonés casi pierde el pellejo bajo los escombros de
su embajada española destruida
por el. terremoto de Lisboa .
. El 1 de abril de 1767, conducidos como criminales a los puer­
tos de
embarque, los jesuitas espaiioles salieron desterrados de
la patria
de su fundador. Episodio en curioso contraste con la
actitud adoptada por soberanos
·no católicos, y prominentes ilus­
trados, de la categoría de Federicd el Grande, de Prusia, y de la
Catalina
la idem de todas· las Rusias, quienes con placer. sumo ex­
tendieron interesada acogida en los. centros docentes de sus países
respectivos a un plantel de educádores de · archiprobada compe­
tencia.
· Lo cierto es. que a ·la. Orden le hacia vulnerable en extremo
un puntd fundamental consagrado en sus Constituciones qúe·de­
bió tener muy presente su ex-alumno
Pombal. El famoso cuarto
617
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LUIS LA.VAUR
voto que prescribía a sus miembros, ciega obediencia al Papa. El
punto a tenor del cual los jesuitas debieron considerarse· perdidos
al estimar los Pontífices
pol!ticamente aconsejable desactivar las
crecientes presiones y amenazas del cisma regalista. En la pugna
con unos
poderes, nominalmente católicos, en los que concurría
la circunstancia de ser los principales proveedores de fondos en
las
Meas vaticanas, la Santa Sede optó por :reconsiderar su postura
cediendo en algo que no consideró esencial. Dejó romperse en
la
porfía la cuerda por la parte más débil, la más obediente y la
más atacada. Por lo que sopesando contras y pros no pareció trd­
pezar Clemente XIV en 177 3 escrúpulos para suprimir y abolir
la congregación que en todo momento con tanto celo y sumisión
le sirvió, dándose la ironía histórica de que una Orden fundada
para defender al Papa, un Pontífice la declarara extinta.
El déspota. ilustrado.
Reviste caracteres de tópico la frecuencia con la que
el gran
dictador lusitano
comparece en las panorámicas históricas del si­
glo XVIII como consumada personificación del ejecutor de «la
revolución desde
arriba», típica en los gobernantes del período.
Cierto que
en su afán reformista Pombal se propuso reformar a
fondo un país habitado
por unos dos millones de seres, de índole
mansísima, vegetando en espeso atraso cultural consumida la
energía nacional por lejanos territorios ultramarinos. Sin· poder
reprocharle fijase como meta de su
gobierno transformar la atonía
derpaís extrayéndole de un subdesarrollo crónico. Programa apto
para ser suscrito por cualquier ilustrado, y de hecho presente en
el buen gobierno del rey anterior. Ahora bien. La aplicación a
Pombal
del epíteto de ilustrado, exige ciertas matizaciones. In­
discutible que como sus contrafiguras espafiolas abordó la reforma
de la
sociedad mediante la reforma del Estado.
Tentativa
que en su caso debe·poco al' ideario de la Ilustración.
Por impedirlo
la debilidad del Estado portugués de entonces y
ser más impermeable e inmobilista la sociedad portuguesa que la
618
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EL MARQUES DE POMBAL
española. En su regeneracionismo Pombal careció de las necesa­
rias estructuras administrativas
y de organismos para implantarld
en el tejido social. En nada favoreció a sus planes la vena despó­
tica que afloró al desarrollarlos, proyectándose su altanería de
fidalgo venido a más en su desprecio de la pública opinión y nada
se diga de su falta de escrúpulos en cuanto a la dección de medios:
cuanto
más expeditivos mejor y cualquiera aceptable con tal de
garantizar su logro.
Pombal
es un ser contradictorio y en perpetua contradicción
consigo mismo. Esta ambivalencia
tan patente en su biografía le
hace diferir de la luminosa figura
dd déspota ilustrado al uso,
acercándole por su modos a los de Pedro el Grande de Rusia.
Lo
que dificulta en grado sumo emitir una valoración tajante y uní­
voca sobre la globalidad de su obra reformista. Como con signo
inverso ocurre en
d caso de nuestro Felipe II, otro estadista de
despacho con quien Pombal presenta
sensu contrario no pocas
analogías.
V
alga de ejemplo la política religiosa de Pombal. Casi inevi­
table que su actuación en un área
por naturaleza delicada resulte
sectaria
y tenebrosa en todo análisis de inspiración católica. Mien­
tras que en los estudios desde determinado sector
dd publicismo
r,rogresista se mitifique su figura adjudicándole, como timbre
de gloria,
la expulsión de los jesuitas y su encontronazo con la
,_obleza. Un par de proezas que evaluadas en sus propios méritos
condenan a estos entusiasmos a incurrir en
un craso error. El -de
tomar como fines uns medios de los que Pombal se servió para
alcanzar un resultado final, en radical discrepancia con las_ ideo­
logías que glorifican al autócrata portugués. Concretamente: la
instauración de una monarquía absoluta más absoluta. que la tra­
dicional.
Pombal y España.
Pombal cuenta un punto a su favor en cuestión tan clave como
su política internacional.
En gobernante caracterizado por la vio­
lenta dinámica de su política interna resalta que en décadas de
619
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LUIS LAVAU.R
signo belicista por· el continente adoptara Ulla línea pacifista en
sus . relaciones con el
exterior .
.
Postura en gran parte· propiciada por la secular alianza con
la · Gran Bretaña, protectora secular· de ·Portugal· contra • todo ene­
migo que amenazara el mercado· exportador lusitano suministrán­
dole los productos qu,de• eran necesarios. Una situación compen­
sada merced a· los vínculos matrimoniales entre Braganzas y Bor­
bones hispánicos, a la sazón concuñados por doble partida. Un
equilibrado status qua que. permitió a Pombal reducir sensible­
blemente
los gastos destinados a la real matina y al ejército, utili­
zando la
economía para sufragar más ambiciosos · y productivos
proyectos. Pero con una contrapartida.
La de exponer al país a
un·serio
descalabro a manos de España, potencia con la i¡ue Pom­
bal
mantuvo una actitud de recelo pronto justificada. Cuando de
resultas del funesto Pacto de Familia firmado con Fraricia en
1762, se
vfo. España forzada a declarar la guerra a Portugal, de
no romper toda clase de relaciones con su aliada Inglaterra. Es­
tallando una • guerra que a medio siglo de distancia · precedió a
aquel enfrentamiento entre tropas franCO:.espaiiolas y anglb-portu­
guesas del que salió nuestro · país · despojado de Gibraltar y de
WlaS cuantas tierras más.
En la guerra de 17 62, no demasiado cruenta por fortuna,
nadie
pérdió . ni ganó nada en . h península. Aliviada su. dureza
para
los portugueses al recomendar Carlos III a sus generales má­
xima parsimonia"eri las operaciones para no crear dificultades a
su hermana,
la reina de Portugal. Una moderación que a Pombal
le
cdnvino duplicar. De momento maniobró con prudencia redu­
ciendo las asperezas
del conflicto al · ordenar a sus tropas mínima.
resistencia la 'infiltración española por algunas comarcas fronteri­
zas, eficazmente dirigida por el teniente general, que lo erá, el
conde de Aranda. Ofensiva neutralizada, como
en 1808, por la
llegada de un cuerpo expedicionario británico, con eY·príncipe de
Llp¡,e y su Estado Mayor prusiano, que permitió a Pombal ex­
traer de la contienda el que técnicos prusianos le reorganizaran
el· ejército. Sin poderse evitar que un episodio que ronsta con
minúsculas en nuestra historiografía· general, figurase en buenas
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EL MARQUES-DE POMBA.L
y airadas mayúsculas en los manuales históricos estudiados· p9r el
niño portugués. Contribuyendo a incrementar el ya nutrido cupo
de agravios del pueblo portugués
· contra su vecino peninsular y a
ahondar la
sima que desde 1640 distancia los ciudadanos de am­
bas naciones.
Pombal educador.
Consecuente con postulados caros al enciclopedismo
a. punto
de manifestarse, Pombal instituyó. como principio administrativo
clave una centralización a ultranza, de una crudeza injustificada
en una nación cultural e históricamente homogénea y para
su for­
tuna exenta de problemas nacionalistas de integración nacional.
Preocupación principal en todo ilustrado el problema
de la
educación, máxime al agravarlo en Portugal aquel destierro ma­
sivo de enseñantes que hizo el Gran Marqués mundialmente fa­
moso .. Gravando con cargo al presupuesto nacional. el vacío deja­
do por los jesuitas, Pombal se esforzó en colmarlo por medio de
una efervescente floración de centros de enseñanza.
Cuestión
en la que no partió tan .de cero como a veces se ha
dicho,
ya que los elementos básicos . de una cultura siempre lo­
gran hacerse camino independientemente del signo de los regíme­
nes imperantes en cada tiempo y lugar. Máxime al haberse llevado
a cabo en tiempos de
Juan V una importante promoción de la
enseñanza, simbolizada en cierto modo, sobre todo visual, por
la fastuosa sinfonía del
oro adherido a las preciosísimas maderas
empleadas en la maravillosa biblioteca de la universidad de Coim­
bra. Un homenaje al libro, en el orden estético, sin parigual en
la península.
Consecuencia de
su adicción al ·expediente y ·al legajo, y de
su afición a gobernar desde
su despacho, recluido, a veces, por·
espacio de diez a quince horas diarias, los fervores regeneracionis­
tas de Pombal no se plasmaron en
lo visual, para desespero de
sus panegiristas. Sin concretarse su incomensurable megalomanía
en la arquitectura, pregonera y perpetuadora de famas y renom•
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LUIS LAYAUR
bres, cuando leyes y decretos envejecen y caducan. Aserto ni si­
quiera contradicho por la reconstrucción de Lisboa que tanto le
enaltece, puesto que ultimado el empujón
inicial de muy poco de
la gran obra disfrutaron sus coetáneos. Los trabajos languidecie­
ron hasta el punto de que el soberbio arco triunfal, que cierra
el fondo de
la plaza del Comercio, no se construyó hasta mediados
del siglo
XIX.
Abundan estudios, por lo general elogiosos, sobre su acción
en el campo educativo. Invirtiendo poderosos medios económicos
para establecer en Coimbra muy necesarias enseñanzas
de disci­
plinas científicas, dotándolas de material adecuado, a cargo a ve·
cés
de profesores extranjeros, y de estudios comerciales. Para
ello le sirvió de norma el «Verdadeiro metodo de
estudo» (1747),
del P. Luiz Verney, «el Barbadinho», un religioso portugués
afincado en Italia. Inspirándose en doctrinas explicitadas en la
obra,
en el noviciado de la Compañía en Lisboa, y bajo ditección
seglar, instauró
un «Colegio de Nobles» al estilo del de Madrid.
Realizaciones en parte eclipsadas
-¡cosas de Pombal!-por la
clausura en Evora de la universidad fundada por los jesuitas en
1559. «L'Antiga Universidade», una maravilla con la que la ca­
pital del Alemtejo sigue obsequiando a la curiosidad del visitante,
con
un risueño edificio azulejado como sólo saben hacerlo en
Portugal.
Extraña sobremanera que el reformador por antonomasia
de­
morara tanto la de la enseñanza universitaria, especialmente al
dejar a Portugal con una sola universidad, y
prohibir a los estu·
diantes portugueses concurrir a las universidades españolas. La
emprendió en serio en 1772, casi al final de su mandato, sufragán­
dola con un curioso «impuesto literario», un impuesto más, -so­
bre artículos de consumo en este caso, implantado aquel año, y
fiel a la inveterada tendencia a la supervivencia inherente a los
impuestos, subsistió éste hasta
1857.
El desplazar a la nobleza de los centros decisorios del Estado
no conllevó un aumento de participación de otros estamentos so­
ciales a las tareas de gobierno, sino la eliminación de un contra·
peso al poder del monarca, del mismo modo c¡ue de los ignacianos
622
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EL MARQUES DE POMBAL
el sufrido pueblo portugués no derivó más ventaja que la de caer
bajo la tutela de unas estructuras eclesiásticas dóciles en grado
superlativo a las
directrices del jefe indiscutido del gobierno.
Pomhal y la Iglesia.
Sobre la figura de Pombal gravita una especie de estigma -o
aureola-al atribuirle el designio de erradicar a la Iglesia cató­
lica del entramado social de la nación, hipótesis que le
alinearía
con Voltaire, el de «ecrasser l'Infame», por cierto uno de sus
más acerbos críticos. Esta especie pretende apoyarse en el supuesto
de haberse iniciado Pombal en Utrecht, en una logia masónica,
Id que compagina muy mal con el hecho de que dutante su man­
dato no corrieron buenos tiempos para la rudimentaria masonería
portuguesa, una
sueutsal de la Gran Logia· inglesa. Una imputa­
ción carente de soporte documental, nada aclara,
ya que a pesar
de los anatemas poutificios, no faltaron católicos de cierta tibieza,
e invariablemente de buena posición social, engrosando las filas
de los venerables hermanos.
En el particular caso del primer mi­
nistro portugués es preciso tener presente varios factores en con­
tra de .su pertenencia a la observancia. Su notoria y puntual
asistencia a la santa misa los
días de precepto, y muchos que no
lo fueron,
así. como el asesoramiento y apoyo prestados en sus
forcejeos con el Vaticano por relevantes figuras eclesiásticas por­
tuguesas, de la talla intelectual del
oratoriano Pereira y el arzo­
bispo de Evora. Sin olvidar la decisiva participación del dominico
Joad Mansilla en la fundación de la «Compañía del Alto Duero»,
y las excelentes. relaciones mantenidas con su hermano, el carde­
nal, y con su hermana, priora del convento de Santa Juana en
Aveiro. Con arreglo a lo
expuesto
parece infundado a todas luces su­
poner formara parte de su programa de gobierno el cargarse a
la Iglesia.
Más probable que obseso por afianzar su poder incre­
mentando las prerrogativas reales,
trató por cuantos medios tuvo
á su alcance someter a la Iglesia al poder civil. A un poder no-
623
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LUIS:LAVAUR,
minalmente ejercido por un soberano que le . dejó hacer cuanto
le vino en gana.
Evaluadas desde este prisma sus relaciones con
la Iglesia ro­
mana se manifiestan claras y congruentes. Imbuidos sus plantea­
mientos del virus nacionalista, fueron sus reivindicaciones
las pro­
pias del jansenismo o regalismo, pues
la distinción es tenue, coin­
cidentes con las sustentadas por el sector católico del despotismo
ilustrado. Aspiró en esencia.
a. potenciar la autonomía jurisdiccio­
nal. de la iglesia agrupándola en torno a la Corona, desligándola
del magisterio
de la Sede Apostólica. Sin olvidar que contando
con un tanto de soporte desde dentro de la propia iglesia portu­
gqesa.
En consonancia con normas dictadas por gobiernos de otros
países (Francia, Austria) Pombal decretó medidas para reducir
ciertos privilegios y regalías eclesiásticas.
Por. ejemplo, el status
de la Inquisición, mucho
más intransigente entonces que la es­
pañola del tiempo de Aranda y Campomanes. Sin razón alguna
para dudar de que de haberle dado a Pombal por
acabar. con el
Santo Oficio, satisfaciendo una de
las aspiraciones cumbres de
todo ilustrado de pro, lo hubiera aniquilado con la facilidad con
que lo metió en
cintura. Bastándole en años .de ruptura con el
Vaticano con poner a la firma del rey un simple
papel .. Lejos .de
suprimirlo prefirió. reforzarlo y .convertirlo en un instrumento
político
del Estado más, no sin antes dotarlo de un nuevo estatu­
to «aprobado
y confirmado por autoridad real».
En la medida en que independizó a la Inquisición de Roma,
la manejó a su antojo privándola
de la facultad de censurar libros.
Pero en absoluto en aras de
algún postulado liberalizante: Antes
al .contrario, traspasando
sus competencias en la materia a un
organismo
de nuevo cuño creado al efecto. La «Real Mesa Cen,
soria», elemento decisivo en la Kulturkamf pombaliana, al que
encomendó regular la edición e . importanción de libros en Portu­
gal, con arreglo a nuevos criterios, frecuentemente erráticos e
impredicibles pero
in~pelables siempre .
. Sin salir mejor librados los ciudadanos del tribunal especial
de
la «Inccinfidencia», instaurado para entender en delitos pollti,
624
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EL MARQUES 'DB POMBAL
ms, tribunal. a veces presidido por el. propio Pomhal, pudiéndose
sintentizar
la situación vivida por el pueblo portugués, remitién­
dome a los términos en los que la resume J. Luzio de Azevedo
en
su «O Marqués de Pomhal e sua epoca»:
«Del
grado más alto al más bajo de la escala social, na­
die estuvo seguro de su)ibertad. Como en Venecia o en
Roma, en
la era de las persecuciones. Se respiraba el miedo
viviéndose
en perpetuo temor a los esbirros».
Política económica y· colonial.
Entre las fundaciones· pombalianas destaca una institución por
su efectividad.
La «Escuela de Comercio», vivero del plantel fun­
cional encargado de vitalizar
y ordenar el comercio con las colo­
nias y secundar la campaña gubetnamental contra la avasalladora
preeminencia inglesa en la
economía portuguesa.
· Problema abordado pdr dos flancos y sobre presupuestos
autárquicos. Fomentando
por un lado industrias nacionales, que
aminoraran la importaciÓh de productos manufacturados, al tiem­
po que se intentó cambiar el signo del comercio nacional,
incre­
mentando el comercio con las colonias, · eliminando la interven­
cioo de intermediarios, léase Inglaterra, que se llevaba la parte
del
león:
Las aspiraciones de Pomhal nada tenían· de nuevas por constar
en el programa de todo hacendista de la época. Objetivo· en. gran
parte malogrado por los draconianos métodos
aplicados. a su so­
lución. Por ejemplo, para taponar la· salida del país de una tre­
menda parte del numerario de oro y plata ·procedente de las co­
lonias; una sangría· que ponía en 'manos de la competencia ex­
tranjera la · savia de la economía portuguesa, no se le ocurrió a
Pamba! arbitrio mejor que prohibir bajo pena
· de muerte toda
exportación de metales preciosos no autorizada. La inviabilidad
de
lá medida se puso de manifiesto al· poco de dictarla. Al tener
que abonar por orden del
propio Pómbal, :y en relucientes escu­
dos de buen oro brasiléiro,, las importaciones detiigO, si no inglés',
'625
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LUIS LAVAUR
transportado a bordo de buques ingleses, para atenuar el hambre
generado en el pueblo
por el colapso de las importaciones nor­
rr.ales.
En cuanto a intencionalidad respecta, resulta francamente po­
sitivo el balance de la administración pombaliana en las posesio­
nes de ultramar, sujeto preferente de su atención. Aun así, discu­
tibles desde el punto de vista de la rentabilidad el establecimientd,
al estilo de
las compañías inglesas y' hólandesás de los potentes
oligopolios capitalistas, nutridos por
, fondos públicos, de las
Companhias del Gran Pará y Maranhao ( 17 65) y la de Pemam­
bucd (1769), desaparecidas sin pena ni gloria al cesar su fundador
en su cargo ministerial.
Dejó
más perdurable recuerdo de su gestión el traslado en
1763 de la capital del
Brasil desde Bahía a Río de Janeiro. Sin
problemas. Con una firma en un documento. De más premiosa
elaboración
y trascendencia las facilidades extendidas al creci­
miento de una burguesía al facilitar el acceso del estamento criollo
a
los altos cargos de la administración colonial, in situ, estimu­
lando con el cebo de dignidades nobiliarias
y otras prebendas de
relumbrón, a repatriarse
los colonizadores y sátrapas enriqueci­
dos en ultramar, a la metrópoli,
acompañados de sus capitales.
Un arbitrio que al
otorgar cierto grado de autogobierno aparente
al colectivo brasileiro eximió a Portugal, por más de dos siglos,
de los quebraderos de cabeza
secesidnistas originados por sus crio­
llos a España en sus dominios americanos.
En el orden colonial, encomiable sin reservas la abolición de
la esclavitud en Portugal. No tanto como suena la de los indios
americanos (1773), por
la falta de adopción de medidas comple­
mentarias. La desactivación de la expansión de las misiones reli­
giosas tuvo como consecuencia la de marginar a los aborígenes
del interior del Brasil de los beneficios de la civilización dejando
expuesto
al indio domesticado a la explotación de las empresas
mineras. Comprensible no se
atreviera Pamba! a extender la
emancipación de los negros de las colonias, pues no se lo hubieran
tolerado los
fazandeiros. Como solución intermedia decretó la
libertad en América de los negros concebidos
y aún no nacidos,
626
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EL MARQUES DE POMBAL
disposición que lució bien en el papel y cuya modernidad y aucla­
cia no es cosa de escatimar. Tintada en la práctica de cierto grado
de hipocresía al generar en la práctica un incremento en la im­
portación de esclavos de las posesiones portuguesas en el conti­
nente africano, lucrativo negocio contra el que Pombal se abstuvo
de dictar medida restrictiva alguna.
Hay una tara que ensombrece
el aventurismo de Pombal en
sus empresas. Radica en el escaso impacto benéfico de
sus inicia­
tivas en el orden social, al no traslucir sus grandiosos esquemas
mejora alguna en
las condiciones de vida del común de la pobla­
ción. Resultado imposible
al concebir su red de monopolios sobre
una mano de obra barata
y financiarla con fondos extraídos a
base de un homicida sistema fiscal.
Se aduce, en loa de Pombal, la pléyade de pequeñas industrias
manufactureras montadas y dirigidas por técnicos contratados en
el extranjero. Harto varias y numerosas para ser preciso mante­
nerlas prohibiendo
el establecimiento en las colonias de otras
análogas. Algunas de
sus empresas, admirables en teoría, desme­
recen grandemente evaluándolas a la
luz de los procedimientos
empleados para establecerlas. Pudiera tener su punto de
razón
que herido su nacionalismo por el monopolio británico ejercido
sobre
la principal exportación de Portugal, el vino de Oporto,
en manos inglesas desde las vides de la Beira y del Douro, hasta
las bodegas de la gentry británica, fundada en 17 59 para contra­
rrestar
el monopolio inglés un monopolio estatal, pero no para
que fuera menos atosigante y además ruinosa la «Companhia de
Vinhos do Alto Douro», en la que
el ministro y allegados suyos
concurrieron como accionistas mayoritarios. Peor excusa tiene
consolidar la «Companhia» deportando a Guinea y a Angola a
centenares de seres, de humilde condición, y colgar
en horcas
levantadas
en Oporto a veintiún hombres y cinco mujeres invo­
lucrados
en una algarada popular despectivamente llamada «Re­
volta dos Borrachos», Motín que estalló, no «promovido por los
jesuitas»,
como denunció la propaganda oficial, sino por estimar
los participantes en
la revuelta, no sin razón, que la «Companhia»
627
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LUIS LAVAUR
lesionaba intereses que les eran caros al provocar una vertigirn:isa
subida del precio del «vinho» expedido en las tabernas locales.:
Ni siquiera sus .desvelos en favor del fomento de la pesca,
base dietética del pueblo llano portugués, comparecen exentos de
un alto coeficiente de brutalidad. Ejemplo la incalificable anima­
lada perpetrada frente por frente al español Ayamonte, con . el
anchuroso Guadiana de por medio. Bien estuvo que en el asom­
brosd plazo de cinco meses se construyera en cuadrícnla, y, por
orden s.;ya, un hermosísimo pueblo con el nombre de Vila Real
de Santo Antonio, centro
de la pes.ca de la sardina. Pepl9rabl,,
quizás, que los pescadores ~e mostraran algo remisos a trasladarse
a la nueva población, por intuir perderían su libertad de movi­
mientos al pasar al rango de
asalariados en una factoría paraesta­
tal. Tibieza insultante para Pombal. Tanto así que la domeño la
nbieza ordenando .el . incendio de sus moradas en el pueblo de
Monte Gordo. ·· · · · ·
No es cosa de someter a discusión si sobre la conciencia del
primer ministro
pesó e:, no aqudla barbaridad. Sin poder hablarse
de contrición sino de contumacia, vista su conducta en 1777,
ines.,,; antes de ser apeado del poder, contra el peq.;eño puerto
pesquero de
Trafatia, cercano a Lisboa. Cuando en castigo de
haber dado asilo a unos pocos proscritos, ordenó la destrucción
total del
puebki, manu militari, incendiándolo una noche las tro­
pas que envió con todos los. habitantes ·dentro.
De todos modos, nada más injusto imaginsr ,que todo' fue
sangre,
fuego e iracundia en la· gestión del terrible gobernante,
que, entre otras, poseyó la rara virtud
de lograr se mantuviera
fija en el olvidado Portugal la atención europea. Para bien o para
mal' de la tauromaquia, tema
discutible"y polémico por naturaleza,
es hecho probado que a un rasgo humanitario de Pamba! deben
las
corridas de toros portuguesas la abolición de la suerte de matar,
"Finis Pombalis".
Con el paso del tiempo, y la presión· de un ambiente, hostil;
se había agriado el carácter. 'del déspota haciéndose mas áspero
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EL MARQUES DE POMBAL
su trato. En,cerrado a cal y canto en su palacio de las Janelas
Verdes (hoy Museo Nacional
de Arte Antiguo) había dejado de
exhibirse en público y jamás rodaba su ·carroza
por las calles lis­
boetas de no ser fuertemente escoltada por dragones con el sable
desenvainado.
El viejo dictador nunca olvidó la íntima vinculación de · su
poder a la existencia del rey. Y que el
vínculo se extinguía como
se extinguía José 1, «el Reformador», prematuramente agotado
por una vida galante activa en exceso. Aprestándose a sucederle
su primogénita María,
María primeira, sin pasársele a Pombal
durante el año en que
la Infanta desempeñó la regencia que sus
veintisiete años
de dominio llegaban a término. Anunciaban omi-·
nosos auspicios de sucesos por venir el nombrar la regente al
jesuita P. Oliveira como confesor, presentado su adiós al poder
estrechos paralelismos con el del poderoso valido el duque de
Lerma, al enfermar Felipe
III «el Piadoso».
Nada más expirar el rey, y asesorada
por su tío y esposo, la
reina reinó y gobernó. Con dulzura femenina sus manos cicatriza·
ron heridas y resentimientos ciudadanos dejados por los rigores
de Pombal, quien se adelantó a
un cese fulminante dimitiendo
en carta a la reina de todos sus cargos y solicitando licencia para
retirarse a sus posesiones
de Pombal, huyendo disf=ado de
Lisboa sin esperar respuesta en un choche de alquiler. Abiertas
las puertas de las cárceles de para casi
un millar de presos, entre
ellos, los Távoras y Aveiros supervivientes de
la purga, su apari·
ción
por las calles de Lisboa, algunos en miserable condición fí.
sica y moral, constituyó una incallable acusación contra el déspota
que les condenó.
·
Sobreponiéndose la reina a la tirantez de sus relaciones con
el primer ministro,
tuvo el buen acuerdo de no encausarle, puesto
que someterle a un ·proceso formal suponía poner de manifiesto
que iio hubo barbaridad cometida por el impopular tirano que
no
figurase refrendada por la firma de su difunto padre. De mo­
mento la reina se lfo:iitó a proiu1,irle acercarse ·a la corte, conser­
vándole sus emolumentos de ministro, más una pensión ádiciorial.
Nada tuvieron de gratos
los seis últimos ·años de la vida del
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LUIS LAVAUR
autócrata en desgracia, aguantando el suplicio de presenciat la
facilidad con que
se desmoronaban sus más caras realizaciones.
Muchas suprimidas en bien
del país, otras víctimas de la ibérica
manía de deshacer, porque sí, lo realizado por un régimen ante­
rior. Cayeron anulados los monoplios pombalianos, disuelta lá
Compañía
de las Indias Occidentales, abolidos los privilegios de
las sociedades vinícolas. El dorado exilio
de Pombal, en su villa
de Pombal,
perdía fulgor por momentos, al convetirse en plaza
asediada por la .oleada de duelos y quebrantos sembrados durante
su mandato. Mucho más al restablecer la reina una vieja usanza
de la corte portuguesa abolida por Pombal: el contacto directo
del monarca con el pueblo en audiencias palatinas
y generales
celebradas un
día fijo de la semana. Al devenir insalvable la
animadversión contra el desterrado, no hubo
más remedio que
atenderla
procesándolo, pero estrictamente por su gestión al fren­
te del gobierno. Utilizando tácticas que Pombal dominó, se le
responsabilizó de una letanía de abusos, prevaricaciones y
mal­
versaciones, todas favorables para su tesorería particular. Tales
como la venta de éargós públicos, títulos nobiliarios y prebendas,
exportación fraudulenta de mal vino de sus viñas de Oeira y la
ejecución de ciertas obras con
cargd al erario público para mejo­
rar las numerosas posesiones que fue acumulando en el ejercicio
del poder. Un aspecto
de su biografía, duplicado ciento cincuenta
años antes por nuestrd
duque de Lerma.
A la espera de tln desenlace que dada la edad y estado de
ánimo del encartado se presumió inminente, la reina, no sin ra­
z6n apellidada la Piadosa, tuvo a bien aminorar el tormento mo­
ral de Pombal eximiéndole de calabozo, pero enviando a su resi­
dencia a
unos. jueces, que sin excesos de premura le procesaron
instruyéndole sumario. Quienes debieron malinterpretar
los deseos
de la reina al someter al marqués en desgracia a tan prolijo y fe­
roz interrogatorio hastac finalmente el anciano dejar de argiiir de
haberlo hecho todo
cómo mero mandado a las· órdenes del rey y
renunciando a toda clase de · defensa, admitir todos los cargos
solicitando de la reina perdón.
Lo obtuvo. Al fallecer Pombal pocos meses después de per-
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EL MARQUES DE POMBAL
donado y a los ochenta y tres años de edad, doblegado en la sede
de su marquesado por una agonía que por lo prolongada y dolo,
rosa no se la hubiera deseado su enemigo peor, cabe imaginar
que de haberle sobrevivido el P. Malagrida hubiera podido leer
en
el atroz tránsito de su implacable verdugo algún rasgo de la
ira divina.
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