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Número 315-316

Serie XXXII

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Mis amigos muertos

MIS AMIGOS MUERTOS
POR
FRANCISCO ] 0$É FERNÁNDEZ DE LA CrGOÑA
Más de una vez he dicho que ha sido un don de Dios el que
me hubiera acercado a
la Ciudad Ca(6lica. Porque. el enriquecí·
miento personal, aparte del
ideol6gicd, que ello me supuso, no se
puede contabilizar con
las. pequeñas cuentas humanas ..
Tanta gente santa, inteligente, brillante, simpática, afectuosa
o simplemente buena -y cabrían más calificativos . aunque no
todos correspondieran a la misma persona-me parece que es
casi imposible encontrarla en
un ámbito distinto del que me toc6
la suerte vivir.
Y animo a los lectores de Verbo a que rompan la
distancia de
la lectura, por grata que les parezca, para _que se apro­
ximen al contacto directo . y personal en la seguridad de que ha­
llarán. en ese encuentro un hecho tan gratificante que nunca se
arrepentirán de él mientras. vivan.
Llegué a
la Ciudad Cat6lica ya no me • acuerdd cuando. En
1959 6 1960. Cuando se fund6, Estuve-con dieciocho o diecinue,
ve años en una oena, en un humilde restaurante cerca de la plaza
de la Opera, en la_ que se decidi6 crear este, movimiento que tenía
reconocidas e indudables influencias &ancesas. Me llev6 a él una
persona que había conocido hacía uno o. · dos años y que marc6
huella indeleble
en mi vida.: Eugenio Vegas Latapie.
·cuando escribo estas líneas levanto mis ojos a una fotografía
suya
. que tengo sobre mi mesa de_ trabajo y que tiene esta para
mí emocionante dedicatoria: «A Francisco José Fernández de la
Cigoña, intrépido y docto
paladín de la Verdad, con un abrazo
\OU'1Si paternal. Otoño 1982. Eugenio». Si hoy, ya a bastantes años
de su muerte,
me emocionan sus palabras, ese sentimiento es aún
Verbo, núm. 315-316 (1993), 58~2
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGO!tA
mayor si cabe cuando pienso que me escribió prácticamente lo
mismo que Ramiro de Maeztu le había dedicado a él. Solo deseo
que
la veneración que Eugenio sentía por «Don Ramiro» -siem­
pre le llamó así-, sea por lo menos igual que la que he sentido
y siento
por Eugenio Vega,s. ·
Porque ese es mi primer amigo muerto. No el primero en el
tiempo pero si el primero
en el amor. Y a he escrito en Verbo so­
bre Eugenio Vegas. Y en otros sitios. Pero ·en esta semblanza
emocionada
de lo que en la Ciudad Católica conocí es imprescin­
dible traer a quien
me llevó a ella dando a Dios gracias por ello
y por él.
Es imposible traer a estas páginas lo que Eugenio Vegas sig­
nificó en mi vida. Amigo, cuasi ¡,adre-tuve la desgracia de que­
dar huérfano a los catorce
años-y, sobre todo, mentor ideológico.
A
él le debo algo que desde que le conocí, cuando apenas tenia
diecisiete años, gracias
por supuesto a la Providencia divina, ha
ido creciendo
en mi vida sin la menor quiebra. Pese a situaciones
verdaderamente difíciles.
Mi amor a mi Santa Madre la Iglesia
Católica. No regó en terreno estéril. Venía de una familia católica
y practicante. ¡Pero cuántos que provenían
de los mismos ambien­
tes abandonaron raíces y creencias! Aquellas tertulias en Gurtu­
bay 5 fueron la mejor escuela de perseverancia.
Allí se aprendía
a amar a la Igleia
de Jesucristo, santa pese a las debilidades y
pecados
de muchas de sus miembros. Sus lecciones de política, de
cultura, de patriotismo eran, sobre todo, de religión.
Haber conocido a Eugenio fue a mi entender una gracia de
Dios. No voy· á hacer ahora una semblaza suya. De lo que fue
Acción Española, que existió. gracias. a él. De una limpia trayec'
toria
de entrega a sus ideales. Renunciando a todo o

a casi todo.
¿Que se pudo equivocar
en alguna cuestión temporal? ¿Y g_uiéri
no? Pero todos los que le conocieron y trataron guardan de él la
más limpia imagen. Era una especie de caballero medieval en una
época
en que aquellos seres ya no existían y eso le daba una
aureola casi de santidad. Vaya·haeia él mi primer y mejor recuerdo.
La Ciudad Católica, y Verbo que es su medio de· exptesión;
nacieron del pensamiento de Eugenio aunque bien podemos -decir
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MJS-.A.MIG.OS MUERTOS
que no fueron su obra. Los sintió siempre suyo pero ya los años,
y tal
vez las desilusiones, le alejaron de su dirección práctica si
bien nunca de la ideológica. La conexión adnúrable que se pro­
dujo entre él y Juan Vallet de Goytisolo dejó en manos de .este
el timón del nuevo movimiento que nacía. Pero Eugenio siempre
estuvo detrás .. En el ánimo. y en el empeño. Y creo que no resto
nada del
esfuerzd admirable del gran civilista español al afirmar­
lo. Y como Juan, gracias a Dios, y esperemos que por mucho años,
está aún vivo y al frente de
la Ciudad Cat6lica, me salto su impar
{iguta y vuelvo a la memoria de mis amigos muertos.
Uno de los primeros fue Gabriel de Armas Medina. A fines
de 1975 nos
dejó si es que nos dejan quienes van a la plenitud
de la vida. Fue uno de los mejores oradores que conocí. Su pala­
bra era a
veces grito y otras caricia. Pero siempre de una elegancia
suprema. Y nunca
flatus vocis sino expresión de unas verdades
conocidas y
amadas. Fue un intelectual a quien Dios concedió el
don de
la palabra. Y al mismo tiempo un hombre cariñoso y en­
·trañable que se gozaba del encuentro . con los amigos a los que
entregaba con
su inmenso .corazón todo su ser. Me doblaba la
edad cuando
murió de un infarto de miocardio a los setenta años.
Y mucho.
más que me doblaba el cariño, el ejemplo y la entrega.
Me toro decir unas palabras recién conocida su muerte aunque
el
In memoriam lo escribió su queridísimo amigo Juan V allet. Me
permitereis que las reproduzca ahora,· a los casi veinte años de su
muerte, ·en homenaje a su recuerdo y en recuerdo a su amistad.
«Querido, inolvidable Gabriel
de Armas· que ya no pudiste
aguantar la demolición de lo que amabas, que re ahogabas en el
humo de Satanás que ha
entradd en los templos por unas grietas
que no son accidentales
y fortuitas, sino que se abrieron de pro­
pósito,
por personas con nombre y apellido; que maldecirá la his­
toria y, tal vez, aunque la misericordia divina es infiníta, el mismo
Dios. Estás
ya, Gabriel, en una región sin humo y sin grietas. El
sol radiante de rus amadas Canarias era pálido réflejo del que hoy
te calienta
y te ilumina. Lo que querían arrancarte y no ló consi,
guieron, aunque en ello
se te fue el corazón, és hoy ya para ti
actualidad y vigencia perpetuas. Ya estás con tus amigos. Con
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FRANCISCO-JOSE·-FERNANDEZ DE LA CIGORA
Tomás y cdn Ignacio. Con Teresa. Con Donoso. Con Arintero.
Con Pildain. Y con Pedro. Con tu Pedro reencarnado y reencon­
trado. en
.cada Papa. Bueno o malo. Santo o pecador. Quienes
somos hombres · de poca fe y tal vez tengamos un sentido menos
providencialde la existencia que el que
tu tenías, jamás olvidare­
mos c6mo ante nuestras indignaciones y ante las indignidades,
cantabas, gritabas el
Tu es Petrus, aunque a veces nos pareciese
que te lloraba el alma. Con el Tu es Petrus habrás llegado a las
puertas det cielo y a sus ecos se habrán abierto de par en par.
Desde
allí pide a Dios por nosotros. Pide a Dios por la Iglesia.
Pide a Dios por España».
Un año antes
hablá fallecido uno de los mayores filósofos del
siglo: Michele Federico Sciacca. Mi trato con él no fue tan intenso
cdmo con Gabriel pero si prolongado y agradecido. Desde qué
descubrió
la Ciúdad Católica se nos entregó en cuerpo y alma.
Quien era. llamado a congresos internacionales y prestigiosos en
todas
las naciones civilizadas; dejaba cuanto compromiso tenía
para estar con nosotros en ,nuestros congresos. Nuestra revista
se honro con numerosos trabajos suyos. Y todos gooamos de su
palabra y de su amistad que derrochaba a manos llenas. He oído
decir
.que era difícil y a veces atrabiliario. Con nosotros era faci­
lísimo y de una llaneza que asombraba dado su renombre. A mis
velnte y. no muchos años, cuando le conocí, me sei:td realmente
orgulloso de
·
haber podido hablar con uno de los primeros filóso­
fos del mundo. Pero cuando el simple conocimiento se hizo amis­
tad· no podía. comprender a qué se debía tal benevolencia sólo
atribuible a extremos de su generoso cotall6n. Se aprendió desde
el primer
día lo de Paco. Pepe y al año siguiente cuando me dirigí
a saludarle, convencido de que ni se acordarlá de mi, lo que por
otrá. parte ine pareclá riormalisimo, oí con asombro agradecido
que recordaba hasta ese nombre cariñoso con
el que me llaman
los amigos.
· La · Ciudad . Cat6fica ha tenido personas ilustres de varias · de
las cuales queda· reflejo en esta semblanza. Pero también ha tenido
otras muchas de las que no
se acordará ni la grande ni la pequeña
historia,
pese a rasgos muy notables de su personalidad. Voy il
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MIS AMIGOS MUERTOS
mencionar a una de ellas que será desconocida para todos, salvo
para quienes hemos· estado -para ·quienes hemos . tenido la suerte
de
estar-, en esta confraternidad realmente admirable, Vive aún,
y Dios quiera que
por muchos años, aunque la salud y la edad le
tienen ahora alejado físicamente, que no
en nuestro corazón. Me
refiero a Domingo Vega. Su labor.era humilde y ejemplar. Diría­
mos que administrativa. Su historia. una novela de aventuras
.. Su
prepara¡:ión intelectual escasa porqui; la vida no le había permitido
otra cosa
.. Su fe, su amor a Cristo y su bondad, inmensas. Pues
este hombre humilde
y entrañable lleg6 a ser un gran amigo de
Sciacca. Claro que el fil6sofo lo era de Juan Vallet y de algunos
otros que podrían acercarse a su . nivel. Pero ciertamente Jo era
de Domingo Vega. Y cuando
el fil6sofo italiano,' con su gorrilla
de visera que le acompañaba siempre, pasaba grandes ratos
char'
!ando con su amigo Domingo, uno pensaba que eran los dos ver­
daderamente grandes hombres.
Por eso, cuando Sciacca cada año
me daba
un abrazo llamándome Pfl(:ó Pepe creo que tenla, y tengo,
razón para sentirme orgulloso y agradecido de tales amigos.
Me;, parece recordar que fue en 1978 cuando falleció otro de
esos lujos que la vida, o mejor dicho Dios, Je deparan a uno;,
Francisco
Elías. de Tejada. Creo que ya he utilizado la palabra
atrabiliario. Tengo que
repetirla; Tal vez a nadie quepa como a
Paco Elías. Y ademasla de genio. Sabia todo y en mil idiomas.
Tenía posiblemente defectos como todos los grandes hombres,
sal'
vo algunos santos. Y arrollaba por su sabiduría y por su ingenio.
Sus especialidades
no eran esactamente las mías, si bien coincidían
en algún punto pero sus saberes fueron
tcxlos y en casi todo más
que los de nadie. Pues ese
gran hombre en la Ciudad Cat6lica fue
uno más. Casi uno
más, porque Paco Elías no podía ni sabía ser
como
los que somos corrientes. Yo me siento realmente orgulloso
cada vez que leo
en una de sus infinitas obras escrita cariñosísima
dedicatoria: «Para Francisco José
Fernández de la Cigoña, con
felicitaciones por su actuación en Cuenca. Carlista aunque
no lo
quiera, con un fuerte ·abrazo de Francisco Elías de Tejada».
Creo que dice mucho más
de lo que dice. Seguía mis actuacio­
nes
-Cuenca era la Hermandad Sacerdotal, con queridísimos
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FRANCISCO ·JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
amigos, muertos desgraciadamente ya muchos: Venancio Marcos,
Oltra,
Parente, Piulachs, Robert ... Vivos otros: Luis Madrid, Ga­
rralda, Domenech;
Alba; Turú, Martínez Cano, Ricart, Santa Cruz,
Mariné,.--y el carlismo una condecoración. El al menos lo sen­
tía así. Y yo me siento condecorado.
Los que no hayáis conocido a Paco Ellas nunca sabréis lo que
os perdisteis porque casi
lo de mends eran sus absolutos saberes.
Además
de ellos, en la Ciudad Cat6lica teníamos su amistad. Por
su vinculaci6n con él debo mencionar a Gabriela Pércopo, su mu­
jer, que.nos acompañó siempre, aun viuda, hasta ·su muerte. Y a·
Joaquín García de la Concha tan próximo a ambos.
Más joven que
los hasta ahora recordados era José María Gil
Moreno de Mora cuando Dios quiso llevárselo de entre nosotros.
Era un
·artista y un prodigio de iictividitd. El Cristo de esmalte
que preside
nuestras reuniones semanales es obra suya. Y nuestras
oraciones, aunque muchos de los que las recen· no lo sepan, El
las recibirá con benwolencia hacia el artífice.' Pero además de su
genio artístico,
Pepe o Pepín, era la fogosidad entregada a una
causa
.. Tras su muerte, los temas agrícolas y municipales; de los
que era
un incansable promotor' quedaron huérfanos en nuestro
pensamiento. Quienes recibimos su hospitalidad en el maravilloso
Riu
d' Abella, que se miraba complacido en la joya gótica, y sobre
todo
religiosa, ·de Poblet, que nds acogtó gracias a la intervención
de Pepe en alguna· de
nuestras reuniones, no nos olvidaremos de
lo que puede significar el. señorío catalán cuando se pone al ser­
vicio de una
émpresa.
En 1978 falleció el jesuita Eustaquio Guerrero. Casi diría
que externamente no parecía· de la Compañía de Jesús. Pequeño
de estatura, humilde
en el porte y la actitud ... Y, sin embargo,
era una de las autoridades
de uria Orden que pese a su profunda
crisis seguía siendo,
por el número de sus miembros y por su im­
portancia en la Iglesia, columna medular de la misma.
Desde los
primeros números de Verbo fue colaborador asiduo
de
la revista y, sobre todo, podríamos decir que nuestro éonsilia­
rio. Dado
el ambiente hostil que encontraba en su misma casa, con
nosotros se hallaba en perfecta sintonía de anhelos apostólicos y
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MIS AMIGOS MUERTOS
de. esperanzas .. Y como le parecían pocas nuestras reunione_s de
los martes nos llevaba a
Pablo Aranda para ampliarnos doctrinas
y amores a Cristo que tan fuertemente sentía_ bajo su sotana de
hijo de Ignacio de Loyola. Pero es que además de esos profundos
saberes que nos comunicaba, a mí me hizo especial partícipe de
otras angustias que llevaba en el
alma. Desde su profundo sentido
ignaciano, que era consustancial con
él, sufría la crisis de la Con1-­
pañía que se desmoronaba en hijds y afanes apostólicos. Con su
notoria autoridad propició la constitución
de unos jesuitas fieles
a
las constituciones de Ignacio de Loyola que llegaron a tener la
aprobación de la mayoría del episcopado
español. Un día me llamó
a su
casa para decirme que me iba a entregar _ toda la documenta­
ción
de ese empeño porque se veía a las puertas de la llamada de
Dios.
El lo Uamó antes_ de que me la enl!'egara, pocos días des­
pués. Por tanto no dispongo de ella, Pero aquella muestra de
confii,.ru:a, me llena de orgullo, de santo orgullo._
En esos primeros años de la Ciudad Cat6lica fallecieron otras
personas
de las que queda memoria en la revistá· por haberse pu­
blicado artículos necrológicos. A Guillermo
_González Arnad le
conocí pero no tuve con
él un trato íntimo. Me pareció un per­
fecto caballero que me trataba afectuosamente pero poco más
puedo decir
de él salvo que llegó a nosotros por su amistad con
Eugenio Vegas.
De André Charlier, Louis Jugnet, Henri Rambaud
y Carlos Alberto Sacheri nada puedo aportar person.almehte _salvo
que le! algunos de sus trabajos. Y respecto al argentino Sacheri
que me indignó
su vil asesinato. Pero estoy. _hablando de mis re­
cuerdos personales y a ninguno de ellos conocí.
Por estas fechas debió fallecer una persona de la que no ha
quedado mención en la revista
pero a quien tengo que recordar.
Pienso que fue la primera mujer que se acercó a nosotros
motu
proprio. Aunque no lo aseguro porque tal vez hubo alguna ante­
rior. Quiero decir que
comenz6 a asistir a nuestras reuniones y
no a los Congresos acompañando a sus maridos. Me refiero a
Mercedes
Sempr6n Gorrea, merit!sima colaboradora del ¿Qu¿
Pasa? de Joaquín Pérez Madrigal y que, tras una humilde actitud,
pues no solía intervenir en
-]as discusiones, ocultaba un muy sóli-
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FRANCISCO JOSE' FBRNANDEZ DE LA CIGDfi:tA
do criterio que manifestaba en fas conversaciones que · se mante­
nían una vez que se levantaba la sesi6n. Fueron años de fidelidad
merecedores de un
recuerdo agradecido. Como creo que nunca
lleg6 a publicar un artículo en la revista -ella que eran tan escri­
bidora, para lo cual no hay más que repasar la colecci6n del ¿Qué
Pasa?-, a su muerte oo se escribi6 la necrol6gica que por su
identificaci6n con nuestro pensamiento
merecía. Vayan en estas
líneas la
rectificaci6n debida y , la constancia de que mujer tan
singular, pues verdaderamente lo fue en el inejor sentido de la Pª"
labra, estaba con nosotros. Y en su caso, lo que es más meritorio,
oponiéndose a otras posiciones familiares, por . ejemplo, la de· su
sobrino y
más tarde· ministro Jorge Semprún, que iban por otros
detroteros. Tal
vez mi asidua colaboración en la revista de Pérez
Madrigal hizo que mi re1aci6n · con Mercedes en la Ciudad Cat6-
lica
fuera especialmente ·cc1rdial y, por mi parte, admirativa. Pero
creo que todos los que
la conocieron gnardan de ella el mejor de
los recuerdos.
El año 1982 fue especialmente trágico para la Ciudad Católica
y para mi. Fallecieron en él tres queridísimos amigos que fueron
parte muy importante de lo que intentaba ser nuestro movimien­
to.
El matrimonio Cerdá -Jerónimo y Maria Teresa-, eran
Verbo. Mucho más que yo y que la mayoría de los que allí com­
partíamos ilusiones y esperanzas. Creo en justicia que en dedica­
ci6n y afanes solo les superaba Juan Vallet. Porque Estanislao
Cantero, que entonces era muy joven, no estaba tan
involucrado
como hoy en la empresa.
Jer6nimo, notario de Elche cuando nos

conoci6, lleg6 a
noso­
tros sin duda por el prestigio que ~tre sus compañeros tenía
Vallet. Tal vez entonces no se conocieran mucho. Su primer tra­
bajo en
la revista apareció en 1976 y desde entonces la identifi­
caci6n fue absoluta. A partir de ese momento, no Jer6nimo, sino
el matrimonio, fueron una máquina de trabajo, de difusi6n y de
entrega. Y lo que
más llamaba la atenci6n era que los dos pare­
cían una sola persona. Hasta el punto que no sabíamos si Jer6ni­
mo iba detrás de María Teresa o ésta de Jer6nimo. Siempre jun­
tos, siempre dispuestos,
siempre con buena cara. Por su trabajo
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MIS AMIGOS MUERTOS
Valencia pasó a ser, de la nada, la ciudad que más suscriptores
tenía de España.
Se hicieron varios Congresos allí, o en poblacio­
nes de Castellón y Alicante -Benicasim, Santa Pola-que fue­
ron un éxito de concurrencia gracias a su actividad.
Un día de mayo, cuando los dos venían
~iban juntos siempre,
como
debe ir un matrimonio-a una cena de San Fernando para
estar con nosotros en Madrid, Dios se los llevó de la· carretera al
cielo. Cuando esto escribo, trece años después, aún siento la
emo­
ción en el alma porque no fueron sólo unos ejemplares y extra­
ordinarios colaboradores de la
Ciudad Cat6lica sino unos de mis
más queridísimos amigos. Cuando aquel día triste llegué a aquel
triste pueblo manchego, y mi mujer y yo nos estrechamos en un
interminable abrazo con Maite.
y Jerónimo,· los mayores de sus
hijos, apenas algo más que unos niños, lloramos no sólo la pérdida
de dos entrañables amigos sino también la de dos extraordinarios
propagandisias
de Dios y de España.
Ese mismo año falleció Julio Garrido.
Otra persona admira­
ble. Y nadie
lo diría al conocerlo. Discreto, educado y tal vez de
apariencia anodina. Sin embargo era
un hombre extraordinario.
Discípulo predilecto de Julio Palacios, era
la mayor autoridad
española en cristalografía, académico de la Real de Exactas,
Físicas
y Naturales, de notables y reconocidos saberes sobre el cristianismo
copto... Fue en su juventud agnóstico pero cuando encontró
la
verdad se entregó a ella de un modo absoluto. Ciencia y fe _:_y
confieso que la ciencia matemática o la física son para mi bastante
inasequibles,
pOr no decir totalmente--, eran en él verdades con­
vergentes. Su criterio, con vertientes integristas pero siempre
ecuánimes, fue en numerosas ocasiones norma segura de verdad.
A su muerte, su hija me entregó
sú correspondencia. Sumamente
interesante. Tal generosidad, ciertamente inmerecida, pienso que
no fue
ajena al querer de Julio. Por mis amistad con el, o tal vez
porque
ya fuera mayor, me encOmendaron ·que escribiese su ne­
crológica. Desgraciadamente no sería la última pero sí fue la pri­
mera.
Nó diré que por ser su mejor amigo pero ciertamente por,
que era de los más notorios.
Murió también este año el jesuita catalán P. Roig Gironella.
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FRANCISCO /OSE FERNANDBZ DE LA CIGORA
Tuvd en él la Ciudad Católica im firme valedor en Cataluña donde
gozaba de reconocido prestigio. Apenas le traté por lo que nada
o casi nada puedo decir
de él.
Aún este mismo año publicaron V allet la
necrológica del al­
mirante Auphan, al que no conocí, y Eugenio Vegas la del atgen­
.tino Juan Carlos Goyeneche, al que una vez me presentó en su
casa
pero del que apenas puedo decir más que era grande y cordial.
En 1983 me
encargaron la necrológica de José Pequito Rebe­
llo. No fue, como en el caso de Julio Garrido, por mi amistad
con él sino, seguramente, por mi admiración por

Portugal o tal
vez
por ser gallego que en la meseta juzgan por medio hermanos
de
los portugueses y no diré yo que sin razón. Me lo había pre­
sentado Eugenio una
vez en su casa pero no podía presumir de
más trato con uno de
los últimos supervivientes de aquel exce­
lente movimiento que fue el Integralismo lusitano con el cual me
siento tan identificado. Muy joven y por recomendación de Euge­
nio
-mejor dicho, por imposición-, leí una magnífica obra de
Jesús
Pabón titulada La Revolución Portuguesa. Recordaba, por­
que esas
cosas quedan cuando se leen en tempranas edades, w:ia
anécdota del portugués que !rizo que me sintiera orgulloso cuando,
sin aun haber cumplido veinte años, le estreché la mano.
Los mo­
nárquicos portugueses se habían sublevado contra aquella repú­
blica que en verdad era· una
balburdia sanguinolenta y los de
Lisboa se atrincheraron en el campamento militar de Momsanto.
Atacados por una
mayoría republicana fue herido Pequito Re­
bello. Cuando le socorrieron, al ver que sangraba, exclamó: No
únporta, corre por la monarquía. Pero nada más puedo decir de
él salvo que era mayor y pesado. Me refiero, por supuesto, al peso
físico. Tuvo también una decidida actuación en 1936 en favor de
las fuerzas nacionales. Y creo recordar que alguien
me dijo, segu­
ramente alguno de los queridos amigos portugueses V az Pinto,
c!a Cruz Rodrigues, Manuél María Murias, que ya en edad abso­
lutamente únpropia, pues era un anciano, acudió también con su
avioneta para defender a su ·qúerido Portugal en Angola.
El año siguiente, 1984, señala
más muertes la necrológica de
nuestra revista: Concretamente cinco, de
los cuales conocí a cua-
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MIS AMIGOS MUeRTOS
tro. A quien más, a Martín Almagro, uno de kls maestros de la
Arqueología española. Vinculado a
Acci6n Española y amigo per­
sonal de Eugenio Vegas
-por él le conocí-, aún encontró tiem­
po, entre
sus múltiples ocupaciones, para colaborar en la traduc­
ción de Para que El reine. No olvidaremos nunca, mi mujer y yo,
la
cordialísima acogida en su preciosa casa de. Albarracín que él,
dotilde, su mujer, y. su hija Chita, nos hicieron un día que pasa­
bamos despistados y sin hotel reservado por la hermosa ciudad
turolense. Cooocí al catedrático de hebreo, P. Alejandro Díez Macho
pero apenas puedo decir nada de él. Un poco más al general Ibáñez
Pérez
pero tampoco demasiado. Mención aparte merece Carmela
Gutiérrez, casada con mi querido y admirado Rafael Gambra y
madre de mis buenos
amigos Andrés y José Miguel. No tuve con
Carmela demasiado trato pero sí el suficiente para darme cuenta
de que era una mujer más que notable. Novelista de muchísimos
lectores, totalmente identificada con nuestro pensamiento, Dios
se
la llevó cuando aún podía .hacer mucho en este mundo. El sabrá
por.qué. De la quinta persona que reseña
Verbo sólo tengo referencias
indirectas. Es sor Cristiana de la Cruz Atteaga, monja jerónima e
hija de los duques del Infantado. Mucho podría hablar de
ella
por Id que le oí a Eugenio Vegas y debió ser también una mujer
excepcional. Pero estoy refiriendo recuerdos personales
y a sor
Cristiana no
la vi en mi vida.
En 1985
murió Domingo Obradors. No tuve mucho trato
con él aunque me constal,,a su entrega en esa oscura Y necesarísima
labdr de llevar las cuentas de una actividad. De modo desintere­
sado, porque pensaba que el trabajo que podía aportar era ese
sobre el que tenía grandes conocimientos. Alguna vez
me recitó
algunos
versos que componía en ratos de ocio. Me parecieron más
que dignos. Pero poco más podría añadir sobre quien, además, en
todo momento
me pareció una excelente persona.
En 1986
se publicaron tres notas necrol6gicas. Dos españoles
y un francés.
Los españoles fueron· dos notables caballeros: Ma­
nolo Arquer y Luis Chico de Guzmán, conde de Vigo. Conocí
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FRANCISCO· /OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
más al segundo que al primero aunque con los dos tuve relaciones
muy cordiales. Llegaron ambos a la Ciudad Católica por su gran
amigo Eugenio Vegas. Y me da la impresión, aunque no puedo
asegurarlo, que ambos contribuyeron económicamente a que
la
revista Verbo pudiera publicarse. Lo,;. dos fueron modelos de edu­
cación y
de entrega a actividades apostólicas. Al francés, Michel
Creuzet,
de talla física diminuta, no lo traté.
En 1988 fallecieron dos personas
de singular relevancia en la
Ciudad Católica: Germán Alvarez de Sotomayor y José Antonio
García de Cortázar. El presidente y el director de la revista. Con
el primero tuve enorme amistad y con el segundo, si no tan ínti­
ma, también notable.
Germán Alvarez de Sotomayor fue otro de
esos gozos que
tengo que agradecer a Dios y

a la
Ciudad Católica. Lo dije en
algún sitio, concretamente en la sede de los Alféreces Provisionales
de Madrid en un homenaje que allí se le rindió a quien había sido
alférez provisional
·en nuestra Cruzada. Haber sido amigo de Ger­
mán fue una suerte que muchos disfrutamos desde su vital y
extrovertida generosidad. Tenía un enorme corazón de amplísima
cabida: Dios, Espafía, su familia, sus
amigos: ¡Qué fácil era ha­
cerse amigo de. Germán! ¡Y que suerte haber sido amigo de Ger­
mán!
Su casa estaba siempre abierta y lo que es más importante,
quien en ella entraba
se daba cuenta de que también le abría el
corazón.
La conversación con él era apasionante. A sus casi ochetlta
afíos le encantaba estar con los jóvenes. Y los jóvenes se sentían
a gusto con
él. Cuando les oía cantar aquellas canciones de guerra
y amor que estaban en sus labios cuando se jugó la vida por Dios
y por Espafía, unía su voz
de bajo y se le iluminaban los ojos en
una mirada
todavía más clara que la que habitualmente tenía. Los
Congresos de la Ciudad Católica son macizos, de notable altura
intelectual, en ocasiones pesados, rezadores, participativos,
fami­
liares, amistosos ... Tienen además una componente esotérica que
solo conocen los muy iniciados. Naturalmente, al margen de nues­
tro queridísimo y admirado Manuel de Santa Cruz, debelador
per­
manente, oppartune et inoppartune, como quería que San Pablo,
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MIS AMIGOS MUERTOS
de todo esoterismo. Curiosamente en este caso los iniciados no son
las grandes
cabezas rectoras, que en esos .momentos suelen dor­
mir, y nunca mejor dicho,
el sueño de los justos, sino la juventud.
Que derrocha imaginación para conseguir los ingredientes
más
difíciles para conseguir cosas impensables. Como por ejemplo.
hacer una
queimada en Poblet. Por supuesto sin permiso de Juan
V allet que nos hubiera recomendado que
tom.áramos una mona
de Pascua, aunque fuera en diciembre y que luego bailáramos una
sardana porque al
día siguiente teníamos que madrugar. Claro
que madrugaban e iban a
esas misas cuasi de la aurora, pero antes
habían cantado afanes y compartido ilusiones en unas veladas inol­
vidables. No
voy a hablar de quienes las organizaban, o siguen organi­
zándoles, tan lejanos a mi por edad y por tanto, y afortunadamen­
te, lejísimos de esta evocación de los que
se han ido, la maravillosa
familia Argerich-enhorabuena a Mateo y a su mujer desde tantos
años de amistad compartida en
un empeño de que nuestros hijos
sean mejores que nosotros, lo que en
mi caso no es difícil-;
Mariángeles Rib3s, que nunca sé si es con uve o con be; la estu­
penda gente del ¡,adre Alba, cantera inagotable de vocaciones
sacerdotales y religiosas; los muchachos de José Luis Corral; Toñín
Urzáiz y sus huestes, de las que
Macla, hija de mis queridísimos
amigos
Gildo y Rosario es la joya de la corona y una verdadera
alegda de convergencia ;la extraordinaria labor del círculo Vladi­
mir de Luis María Sandoval; los afanes apostólicos de mosén
Brunsó
tan bien representados en ese encanto de niña que es Roser
Juanola, que
algo debe también a su familia tan identificada con
nosotros;
Mnnserrat, del que tampoco puedo olvidar a sus padres
porque la amistad con ellos
nadó de la comunidad de creencias y
esperanzas; los Ferrando, de Valencia; que hace algún tiempo que
no les veo; Rafa Ram de Viu y Barraicoa, de los que nunca olvi­
daré un reto cordial y brillantísimo con
Otros jóvenes que pensaban
lo mismo pero lo buscaban por otros caminos; Juan Ignacio
López
de Arce; los Batllori; los Claro, tantos años traídos con sacacor­
chos por Fernando y María Paz pero que ya son amigos por ellos
mismos; José Gabriel; el excelente grupo del campo de Tarrago-
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
na; Juan Gómez Sánchez Albornoz, María Uriarte; Maite Cerdá,
que tantos recuerdos nos trae ...
Pues, tras tan largo proemio, quiero decir que en esas reullio­
nes juveniles· nos colábamos siempre, mientras los de nuestra edad
dormían, algunos nocturnos empedernidos.
El gran Rovira, mi
entrañable amigo Pepe Armas, los dos grandes cantores, el segun­
do de aires canarios y el primero de lo que le 'echaran, ciertamente
yo y Germán Alvarez de Sotomayor. El, que disfrutaba todos los
Congresos, se sentía, creo poder decirlo, más a gusto que nunca
cuando, apoyado en el bastón entre las piernas cantaba con sus
jóvenes
amigos sus canciones de guerra y amor.
Fue un gran presidente de los amigos de la Ciudad Cat6lica
porque en verdad era un amigo de todos. Y yo, que creo que lo
fui de verdad, evoco ahora su andar pausado, por la pierna herida
en el Castillo de Olite en defensa de España, caminando sin can­
sancio, con
juvellil alegría a sus casi ochenta años, en lo que creía
era, cincuenta años después, una nueva batalla por su patria y por
su Dios. Si siempre me sentí orgulloso de ser gallego, al conocer
a Germán,
tan gallego y por eso tan español, me sentí reafirmado
en mi orgullo y des~o de ser, si Dios me:, da sus años, como él.
A José
Antollio García de Cortázar le traté menos pero lo
suficiente para
admirarle también; Germán y él debían ser de
edades parecidas.
Tal vez algo más joven José Antollio. Pero estu­
vieron
en la misma guerra, con la misma gallardía y las mismas
ilusiones.
Cortázar en la Legión y caballero legionario se sintió
siempre. Porque hay cosas que imprimen carácter. Los simples
mortales
no conocen lo que supone el paso por la Legión. Yo,
por referencias, gracias a aquel efímero legionario de segunda que
fue Eugenio
Vegas y que tantas cosas me enseñó. Por él, potque
eran sus amigos, conocí a varios oficiales de la Cuarta Bandera,
la de Eugenio. En la que José Antollio fue alférez provisional.
Dei temple de esos hombres puede dar idea la siguiente anécdota.
Hace unos años estaba a las puertas
de la· muerte uno de esos
oficiales
de la Cuarta. Otro de ellos, desde Barcelona, viene a dar
el último adiós al amigo.·
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MIS AMIGOS MUERTOS
¿Cómo estás?, le pregunta el amigo, más por fórmula que
por otra cosa, pues era evideute que estaba muy mal.
El enfermo le sonríe y contesta:
-Muy bien, por fin me caso.
Paco
Gomis, que fue quien me contó el suceso, quedó estu­
pefacto y atribuyó a
lo avanzado de la enfermedad el dislate. Pero
el
amigo insistió:
-Tantos años novio de la muerte. Ya es hora de cumplir
con ella.
De esa casta era José Antonio
Garda de Cortázar. Tal vez
por ello asumió una ceguera sobrevenida en años aún relativamen­
te jóvenes con la
heroicidad de los novios de la muerte. Esos últi­
mos años, que fueron
largos, y ahora bien que lo siento, no le vi.
Pero
sé por lds amigos comunes que le visitaban, queridos Juan
y Paco, que el encuentro con
el amigo ciego era la paz. Alegre
siempre, sonriente. siempre, esperanzado siempre, en esa esperan­
za sobrenatural del trato con quien es la Esperanza.
Este mismo año da cuenta
Verbo, por la pluma de otro que­
ridísimo amigo
-Miguel Ayuso, ya te vas haciendo mayor, aun­
que
tu primera necrológica te la hayan encargado mucho antes
que a
mí, o tal vez la quisiste hacer sin que te la encargaran­
de la muerte de otro amigo entrañable y admirado: Sebastián
Mariner. No tuvo parte activa en
la Ciudad Cat6lica aunque asistió a
muchos
de nuestros Congresos, absolutaménte identificado con
nuestros ideales. Recuerdo también una intervención suya en una
cena conmemorativa
de San Fernando, que fue magistral.
Mi trato con
él fue sobre todo en otros sitios pues creo que
no hubo trinchera en la que estuve donde no tuviera
al lado la
sonrisa animadora de Sebastián Mariner. Inmensamente ocupado,
estaba siempre inmensamente· disponible. Y se daba tanto que
al
final, cuando murió, se dio todo. Es el único amigo al que no he
podido enterrar. Porque no
se le pudo enterrar. Se dio. Hasta su
cadáver. Todo. Es difícil encontrar
Otro caso de generosidad tanta.
Y fue otra suerte inmensa haber sido
su.a!l)igo.
El año anterior había muerto el P. Teófilo Urdánoz, de la
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FRANCISCO /OSE FERNA.NDEZ DE LA CIGORA.
Orden de Predicadores, asiduo a tocios nuestros Congresos, a los
que venía siempre con
.el P. Victorino Rodríguez. Así como a este
último profeso una amistad fervorosa y una admiración
porfundí­
sima, del P. Urdánoz sólo puedo afirmar la admiración. Gran
conocedor de la filosofía, a
él se debió la continuación de la His­
toria de la Filosofía que el P. Fraile, también dominico, dejó
inconclusa.
Mis relaciones con él fueron superficiales aunque siem­
pre afectuosas, sin duda por benevolencia suya. Poco más puedo
señalar salvo que hada gala de una humildad que no
se. compa­
ginaba con todos sus saberes y de una. permanente sonrisa que
hada muy cómoda la relación con él.
Al año siguiente se refirió Verbo a la muerte de Serrano Vi­
llafañé. No puedo decir de él apenas nada. Le vi en algún Con­
greso, leí algún articulo suyo, pero no le traté. Las referencias
que
tengo son de que era una excelente persona.
En 1989 se publicó una sola necrológica a cargo de Miguel
Ayuso.
La de José Antonio Garda Noblejas. Tuve poco trato con
él, y él con la Ciudad Católica, . aunque siempre me sentí identifi­
cado con
su modo de pensar. Salvo tal vez alguna matización
política que no compartí. Mis breves y esporádicos contactos con
él siempre fueron cordialísimos pero casi siempre en ámbitos dis­
tintos de la Ciudad Católica. Su denodado empeño, más que jus­
tificado, por beatificar a los mártires de nuestra Cruzada, en lo
que siempre
me tuvo a su lado, se ha visto últimame,;,.te respal­
dadd
por la Iglesia. Me hubiera gustado que lo gozara en la tierra.
Desde una ventana del
delo lo verá mucho mejor.
En 1991 se publicaron cinco necrológicas, una de ellas de
otro queridísitno amigo: Augusto Díaz Cordovés. Que es un caso
curioso. Tal vez no haya escrito un solo artículo en la revista.
Tendría que repasar los
índices. Tal vez no haya pronunciado con­
ferencia en nuestros Co,;,.gresos. Pero Augusto era una pieza im­
portantísima en la Ciudad Católica. Lo era. Y estaba. Y estaba
siempre.
Y donde estaba era paz, delicadeza, armonía. Comd un
reflejo en su alma de esa Virgen de Fátima a la que tanto amaba.
Estoy fitmemente convencido
de que no haya nadie en el mun­
do que pueda hablar mal de Augusto. Pero no mal gravemente,
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MIS AMIGOS MUERTOS
sino ni siquiera levemente mal. Era un hombre sustancialmente
bueno. Y es un gozo haber conocido a gente así. Quizá haya lec­
tor que piense que cuando
se dice esto de una persona es porque
no tiene otros valores. No era el caso de Augusto que era inteli­
gente, coronel de Artillería y si no fue general
sería o porque no
quiso o peor para el Arma, intendente mercantil, abogado ... Pero
sobre
todo era bueno. Y si alguien no entiende que es una ma­
ravilla haber conocido a una persona así, peor para él.
Falleció también ese año mosén
Martirián Brunsó. Sacerdote
gerundense absolutamente identificado con nosotros pero al que
apenas traté. Creo que nos apreciábamos no poco pero por lectu­
ras recíprocas.
Sus libros históricos, si bien de profundo contenido
ideológico, siempre me parecieron espléndidos. Tengo varios de
ellos con afectuosas dedicatorias.
Murió asimismo ese año Angel González Alvarez, ilustre
ca­
tedrático y académico, asiduo a nuestros Congresos en los que
participó con conferencias en numerosas ocasiones. No puedo pre­
sumir de su amistad.
Le saludé alguna vez e intercambiamos algu­
nas palabras pero simplemente de mero protocolo. Tampoco puedo
decir nada
de Alberto Martín Gamero, gran amigo de Juan Vallet
pero pata mí desconocido. A. Herbert J. Porras, entusiasta nor­
teamericano de nuestros
trabajos, le conocí en Poblet en el Con­
greso de 1990 aunque apenas hablé con él. Me pareció persona
agradabilísima
más no aprovechamos la ocasión para tratarnos.
Ciertamente no sabíamos que iba a ser la última que
se nos pre­
sentaba.
En 1992 hubo dos muertes para mí sentidísimas. En primer
lugat la del canónigo de Segovia don Lucas Gatcía Borreguero,
con quien me unía una amistad entrañable. Don Lucas era
Sego­
via, la mejor Segovia hecha cura. O, mejor, canónigo. Esctibí su
necrológica y a ella me remito. Su salud le impidió participat
más
activamente en los trabajos de la Ciudad Católica con la que se
hallaba plenamente identificado. Gran amigo de Juan V allet, creo
poder decir que aún lo era más mío. Y haber sido amigo de
don Lucas fue también una gracia de Dios. Que
la hacía sentir
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
en el alma solamente con su trato. Porque hablar con él era como
hacer ejercicios espirituales.
, José Pedro Galviío de Sousa fue otra lotería o una quiniela
de catorce resultados. Había acudido a
un Congreso celebrado en
Pozuelo pero en aquella ocasión apenas le saludé. En el que cele­
bramos en Sevilla, en 1991, tuve ocasión de tratarle extensamente
y ello
me dio motivo a lamentar no haber aprovehado la oportuni­
dad anterior.
Si tuviera que definirle en dos palabras diría que
era docto y encantador. Enamorado de España y de la tradición
española, disfrutaba hasta lo indecible con todo lo nuestro.
Con
nuestras comidas, con nuestras canciones ... Sobre todo si eran
carlistas, que seguía a media
voz, pues se las sabía todas, con los
ojos iluminados
.. Su maravillosa mujer, Alejandra, mucho más
joven que él, me decía que tal vez a sus años no debía haber hecho
ese viaje a España, pero tenia tanta ilusión
... Y yo pensé que
estaba totalmente en lo cierto en haber condescendido con el
an­
helo del viejo profesor. Poco después de llegar a su Brasil falleció.
Pero volvió feliz
de haber estado con amigos y correligionarios.
Y, nosotros de .haber estado con él.
Las· necrológicas de la revista Verbo me han ayudado a recor­
dar. Pero. hay gente que
no figura en ellas y de la que guardamos
un imborrable recuerdo. Me he referido
ya a Mercedes Semprún.
Pero todos los que
hemos pasado por la Ciudad Católica, al menos
los
más veteranos, nos olvidaremos a aquella buenísima persona
que fue Manolo Gómez;
ni a Luis Vitoria con su pajarita ; ni al
juez
Vázquez, de Salamanca, que no se perdía un Congreso pese
a sus muchísimos años y que solo dejó de vetµr cuando se murió ;
ni a mosén Robert, párroco de La Carionja, fallecido hace muy
poco, que siempre que celebrábamos un Congreso en Cataluña
llegaba con aquel grupo de curas admirables que acaudillaba el
admirable
mosén Domenech. Ni a Benito Cuesta y sus versos.
Ni a Chiki Otamendi, que se nos fue tan pronto. Ni a Apolinar
y Faustino Rato. Ni a
Carmina Morán, otra mujer admitable, ca­
sada con uno de los más fieles fundadores de la Ciudad Católica,
mi queridísimo amigo Juan José Morán, propagandista incansable
y
eficacísima, que Dios se llevó en una edad tan joven que aún
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MIS AMIGOS MUERTOS
lo parecía más por su .belleza. Ni a Salvador Ferrando, espléndido
orador, entregado siempre desde
su carlismo tan sentido a todas
las causas que tuvieran en
su bandera a Dios y a España. Aunque
nos tratamos
mucho más en otros lugares, sus para él tan queridas
Uniones Seglares, y ciertamente también
para mí, no puedo dejar
de evocar en estas líneas a tan
entrañable amigo pues nos acom­
pañó de todo corazón, con todo su generoso y hetido corazón, en
no pocas ocasiones.
Ni a Joaquín Ortiz de Zárate, otra persona maravillosa que
nos conoció
tarde, aunque por su edad parecía que le · quedaban
muchos
años para seguir con nosotros, pero que desde ese momen­
to pasó a ser uno de
los nuestros. Mío ya era eñtrañable amigo
y ciertamente una de las muertes que más he sentido. Sabía · la
admiración que Eugenio Vegas había tenido por su padre. ~y
Eugenio no admiraba a mucha gent-, y me parece que fui yo
quien se lo presenté. Si tal vez ya le conocía, yo me acerqué con
Joaquín a Eugenid en un
Congreso y fui testigo mudo y. admirado
de una conversación apasionante sobre aquel año trágico que fue
en nuestra patria el
de 1936. Y quedé convencido de que el co­
ronel Ortiz de Zárate podía sentirse orgulloso de tener un hijo
como Joaquín.
Mención especial
debo de hacer de otra mujer a la que profesé
un afecto y una admiración indepéndientes
del inmenso cariño
que tenía a su marido: Leonor
López de .Ceballos. Mientras vivió
Eugenio Vegas le acompañó a los Congresos y
derrochaba amabi­
lidades en su casa con todos los que iban a visitar a su marido.
Y

a
su fallecimienta siguió vinculada a nosotros como prueba de
que sus simpatías por la Ciudad Cat61ica no eran una obligación
matrimonial sino algo que sentía en
su corazón. A su constancia
y a su esfuerzo se debió la publicación del segundo tomo de las
Memorias de Eugenio. Poco tiempo le sobrevivió pese a ser bas­
tante más joven que él. La entereza cristiana, el valor con que
afrontó la enfermedad que causó su muerte fueron verdaderamen­
te admirables.
Pero es que todavía hubo
más. José Luis Vives, persona de
extraordinarios saberes históricos y algo estrafalario aspecto, que
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA. CIGO!IA
fue uno de los primeros fundadores de la Ciudad Cat6lica y al que
los más jóvenes que entonces nos
acetcábamos a ella debetuos no
poco de nuestra formación. Agustín Guimetá, tan matino, tan
canatio, tan es¡,afíol, tan simpático. El padre Ruiz Galiana, que
tras una primeta impresión distante ocultaba un corazón lleno de
amor a la Iglesia de Cristo y a
la ortodoxia. Catmen Sicbar, que
en todos
nuestros Congresos difundía su inmenso amor a los már­
tires de 1936, a los que llegó a ver,
al menos a los primetos de
ellos, en los altates. No olvidaré
el gran abrazo, el alegre abrazo
que nos dimos en la
plaza de San Pedro cuando entre la multitud
nos
encontramos en la beatificación de las tres catmelitas de Gua­
dalajara... Estoy seguro de que mañana
me acordaré de nombres
que· hoy no he reflejado peto ya setá tarde. A todos mis amigos
muettos mi gratitud. Y sobre todo a Dios que me
los puso en el
camino. Bendito sea El que enseña con sus obras y tan fácilmente
el camino del bien.
Sólo
. me queda animar al lector de estas líneas que no nos
trate. petsonalmente a que se
•=que, porque si bien a· los que se
han
ido ya no los va a tratar algo les llegará de ellos porque mu­
chas veces les recordamos y, además, aún queda gente estupenda
que, de
vetdad, vale la pena conocer. Vdsotros, si venís, seríais
también de esa gente.
Aumentad la familia porque os vais a sentir
en familia. Y da gusto tenet familia. Porque creo que en verdad la
Ciudad Cat6lica ha llegado a Set eso. Una gran familia de amigos
al . servicio de Dios y de España.
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