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Número 327-328

Serie XXXIII

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Año de la familia

AJqO DE ,LA FAMILIA
POR
VICTO&INO ROJ?RÍGUEZ, O.P.
l. Ocasión y estilo de la "Carta a las familias".
La. Santa Sede tuvo a bien secundar la iniciativa de la O,N.U.
de
pr,x:lamar el afio 1994 Año 1,nternaciottal de la Familia. Por
parte de Roma se inició la celebración. er¡ Nazaret el 26 de di­
ciembre de 1993, Fiesta de la Sagrada Familia, con una solemne
celebración eucarística, presidida por el Legado Pontificio,
Posteriormente, el 2 de febrero
de 1994, Fiesta de la Presen­
tación del Niño Jesús en el templo pot sus padres., Juan Pablo II
pnblicó ,una larga Carta Apostólica a las Familias, con ocasión
del Año Internacional de la Familia. Es un documento peculiar.
Sin preterir lo doctrinal, la ofrece particularmente a las familias
c9m9 una «larga n,editación». (n. 22). «Me dirijo a la familia no
en
abstracto,.sino a cada familia de .cualquier región de la tierra ... ;
mensaje a cada familia, célula vital de la
grande y universal fa­
milia humana» (n. 4 ).
2. La verdad sobre la familia.
Juan Pablo II, que en 1993 irradiaba luz sobre la crisis de
ciertas tendencias
de moral fundamental ( verdad, libertad, ley
moral, conciencia, pecado), analiza ahora · Ja •crisis de · la verdad
de la
familia y la contestación al Magisterio de la Iglesia sobre
ella. Transcribo simplemente: « ¿Quién puede negar que la nuestta
es una época de gran crisis, que se manifiesta ante todo como
Verbo, núm. 327·328 (1994), 695-711
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
profunda crisis de la verdad? Crisis de la verdad significa, en
primer lugar,
crisis de conceptos. Los términos «amor», «liber­
tad», «entrega sincera», ¿significan realmente
lo que por su na­
turaleza contienen? He aquí por qué resulta tan significativa e
importante para la Iglesia
y para el mundo -ante todo en Oc­
cidente-- la encíclica sobre el «esplendor de la verdad». Sola­
mente si la verdad sobre la libertad y la comunión de las perso­
nas en el matrimonio y en la familia recupera su esplendor, em­
pezará verdaderamente la civilización del ame!\" y será entonces
posible hablar con eficacia
-<:orno hace el Concilio--de «pro­
mover la dignidad del mátrilnonio y de la familia».
¿Por qué
es tan importante el «esplendor de la verdad»? Ante
todo lo
es por contraste: el desarrollo de la civilización contem­
poránea está ·vinculado a un progreso científico-tecnológico que
se verifica de manera muchas veces unilateral, presentando como
consecuencia características purameri.te positivistas. Como se sabe,
el positivismo produce como frutos el agnosticismo a ni"Vel teórico
y el utilitarismo a nivel práctico y ético. En nuestro tiempo la
historia, en cierto sentido, se repite. El utilitárismo es -una civi­
lización basada en pruducir y ·disfrutar; una civilización de las
cosas y no de las personas; una civilización en la que las personas
se usan como si fueran cosas. · En el· contexto de la civilización
del placer
la mujer puede llegar a ser un objeto para el hombre,
los hijos un obstáculo para los
padres, la familia una

institución
que dificulta la libertad de
sus miembros. Para convencerse de
ello, basta examinar ciertos programas de educaci6n sexual, intro­
ducidos en las escuelas, a menudo contra el parecer y las mismas
protestas de muchos padres; o bien las
co"ientes abortistas, que
en
"Vano tratan de esconderse detrás del llamado «derecho de
elección» por parte de ambos esposos, y particularmente por parte
de la mujer. Estos son sólo dos ·ejemplos de los muchos que po­
drían recordarse.
Es evidente que en semejante situación cultural, la familia
no puede
dejar de sentirse amenazada, porque está acechada en
sus mismos fundamentos. Lo que es contrario· a lit civili:r.ación
del amor es contrario a toda la verdad sobre el hombre y es una
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ARO DE LA-FAMILIA
amenaza para él: no le permite encontrarse a sí mismo ni sentirse
seguro como esposo, como
padre, como hijo. El llamado «sexo
seguro», propagado
por la «civilización técnica», es en realidad,
bajo
el aspecto de las exigencias globales de la persona, radical­
mente
no-seguro, e incluso gravemente peligroso. En efecto, la
persona se encuentra así en peligro, y; a su vez, está en peligro
la familia. ¿Cuál es el peligro? Es la pérdida de la verdad sobre
la familia, a la que se añade el riesgo de la pérdida de la libertad
y,
por consiguiente, la pérdida del amor mismo. «Conocetéis la
verdad -dice Jesús-y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32). La
verdad, sólo
la verdad; os preparará para un amor del que se puede
decit que es «hermoso».
La familia contemporánea,
coino la de siempre, va buscando
el amar hermosa.
Un amor ncf hermoso, o sea, reducido sólo a
satisfacción
de la concupiscencia (I Jn 2, 16),. o a un recíproco
uso del hombre
y de la mujer, hace a las personas esclavas de sus
debilidades
(n. 13 ). Así entiende el Papa la verdad y la falta de
verdad sobre la familia.
3. Dignidad originaria de la familia.
Juan Pablo II, desde su primera encíclica programática Re'
demptar haminis, se había revelado, en perfecta continuidad· con
Pío XII y Pablo VI, como un gran experto en humanismo cris­
tiano. La senten.cia conciliar que ·más repite es que «Cristo mani­
fiesta plenamente al hombre al propio hombre» ( Gaudium et spes,
n. 22). Esta proclamación cristiana de la dignidad del hombre
lleva lógicamente a
«promóver la dignidad del matrimonio y de
la familia» (Carta, n. 13). Si Cristo, el Perfectus Hamo (DS, 76),
revela al hombre;
la Sagrada Familia· de Nazaret revela a la fa­
milia cristiana. De ahí la profusión de imágenes de la Sagrada
Familia en los hogares cristianos. Pero esta realización plena tiene
oi:ígenes más remotos.
La dignidad de la familia tiene el mismo principio que la dig·
nidad del hombre en el momento' mismo de la creación, creado a
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
imagen de Dios: «Hagamos al hombre a nuestra. imagen y seme­
janza, para que domine sobre .los peces del mar, sobre las aves
del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierta
y sobre cuantos animales
se

mueven sobre ella» ( Gen.
1, 26 ). Pero
lo
creó en familia: .« Y creó Dios al hombre a imagen suya, a ilna­
gen de Dios los creó, y los creó macho y hembra, y les bendijo
Dios diciéndoles:
.Procread y multiplicaos y . henchid la tierra»
(Gen.
j, 27-28)i En el tjlpítulo siguiente se completa la narra.­
ción del origen de la pareja humana: «Y se dijo Yavé Dios: No
es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle µna ayuda seme­
jante a él .. , Hizo, pues, Yavé Dios caer sobre el hombre un P1'9-
fundo sopor; y dormido, tomó una de sus costillas, cerrando en
su lugar con carne,
y de la .costilla que del hombre tomara, formó
Yav'é Dios. a la mujer, y se la presentó al hombre. El hombre ex­
clamó: Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne.
Esta se
llamará varona, porque del varón ha sido tomada. Por eso
dejará .el hombre a su padre y .a su madre y se adherirá a su mu­
jer; y vendrán a ser los dos una sola carne» (Gen. 2, 18, 19-24 ).
El hombre y la mujer, naturalmente sociables, salieron de las
manos de Dios vinculados en matrimonio indisoluble, como rati­
ficará el mismo Cristo refiriéndose
!l. ]ps ,i>rígenes o,:principio.
«¿No habéis oído que al principio el Creador los hizo varón y
hembra?
· Y dijo: Por esto dejará el hombre a su. padre y a su
madre
y se unirá a su mujl"C, y serán los dos una sola carne. De
manera que ya.no son dos, sino una sola .carne. Por tanto lo que
Dios unió que no lo
separe el hombre» (Mt. 19, 4-6).
4. Unión humana, biológico-espiritual.
La sociabilidad, natural y amistosa tiene su primera· realización
en
la familia, «célula de la sociedad». Santo Tomás afuma que
«el
·hombre es, por naturaleza, más animal conyugal que político»
(In VIII Ehtic., lec. 12, n. 1720). Este consorcio o ·comunión
dé. la pareja humana «en· una sola carne» es mucho más que cor­
poral o biológica; es; ante todo, espiritual y amistosa, altruista
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ARO DE LA. FAMILIA
y dadivosa; del ego con el alter ego. El fenómeno del ena,nora·
miento se expresa en el capítulo segundo del Génesis .por el asom­
bro que experimentó Adán al encontrarse con Eva a su medida:
hueso de sus huesos y
carne de su carne. «La sexualidad mediante
la cual el hombre y
la, mujer se dan uno a· otro con los actos pro,
pios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico;
sino que af,:cta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto
taL
Ella se realiza de modo verdadera,nente humano, so1=ente
cuando es parte integral del a,nor con el que el hombre y la mu:
jer se comprometen totalmente .entre sí hasta la muerte» (Juan
Pablo
II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio, .n. 11).
5. Perspectiva trinitaria y sacramental de la familiá.
«La familia, c=ino de la Iglesia» (Carta, n. 2), puede enten­
derse como
un trasunto de la comunión trinitaria de las Divinas
Personas, y de la comunión Cristo-Iglesia de que nos habla San Pa­
blo.
Algunos comentaristas de la narración del Génesis, entre ellos
Juan Pablo
II, quieren vislumbrar en el «haga,nos» del texto una
alusión trinitaria: «A la luz del
Nuevo Testa,nento és posible
descubrir que el modelo originario de la familia hay que buscarlo
en Dios mismo, en el
misterio trinitario de su vida. El "nosotros"
divino constituye
el modelo éterno del "nosotros" humano; ante
todo
de aquel "nosotros" que está formado por el. hombre y la
mujer, éreados a imagen y semejanza divina. Las• palabras del
libro del Génesis contienen aquella vérdad sobre el
hombre que
concuerda con la
experiencia: misma de la humanidad» (n. 8 ).
Asimilación más explícita a la vida trinitaria la Iógra la fami,
Ha en la práctica de la verdad y de la caridad: «El Señor, cuando
ruegá
al Padre que todos sean· uno, como nosotros también somos
uno
(Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón
humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las per•
sonas ,divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la
caridad: Esta seméjanza demuestra que el hombre, única criatura
terrestre a la que Dios
ha amado por. sí· mismo, no puede en con-
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VICTORJNO RODRIGUEZ, O. P.
trar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo
a los demás» (Concilio Vaticano 11, Gaudium et spes, n. 24 ). Esta
condición del hombre de ser
por sí y por los demás, no anula su
destino a
la vida divina: «El Concilio,;al afirmar que el hombre
es la única criatura sobre
la tierra amada por Dios por sí misma,
dice a continuación que
él no puede encontrarse plenamente a sí
mismo sino en
fa entrega sincera de si mismo. Esto podría pare­
cer una contradicción, pero no lo es absolutamente. Es, más bien,
la gran y maravillosa paradoja de
la existencia humana; una exis­
tencia llamada a servir la verdad en el amor. El amor hace que
el hombre se realice mediante la entrega sincera de sí mismo.
Amor significa
dar y recibir lo que no se puede comprar ni ven­
der, sino sólo regalar libre
y reciprocamente» (Carta, n. 11,
Cf. n. 9).
Modelo más próximo, definidor del signo estrictamente
sa­
cramental del matrimonio, es la relación Cristo-Iglesia, en la que
el matrimonio cristiano alcanza su máxima dignificación, tal como
nos los presenta San Pablo en la Carta a los Efesios,
5, 31-32:
«Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a
su mujer, y serán dos en una carne. Gran .misterio éste, pero en­
tendido de Cristo y de su Iglesia». Como sacramento, el matri­
monio
en su celebración y en su continuidad es o debe ser un
reverbero de gracia, trasunto de la vida sobrenatural. que fluye
continuamente de Cristo a su Iglesia.
·
Juan Pablo II, al invitar a rezar en esta ocasión a la familia
y por la familia no podía menos de evocar la presencia de Cristo
en la ooda de Caná de Galilea: «En Caná de Galilea, donde Jesús
fue invitado a
un banquete de bodas, su Madre se dirige a los
sirvientes diciéndoles: Haced
lo que El os diga (Jn 2, 5). Tam­
bién a nosotros,
que celebramos el Año de la Familia, dirige María
esas mismas palabras. Y
lo que Cristo nos dice, en ese particular
momento histórico, constituye una fuerte llamada a
una gran ora­
ción con las familias y
por las familias. Con esta plegaria la Virgen
María nos invita a unirnos a los sentimientos
de su Hijo, que ama
a cada familia.
El manifestó· este amor al comienzo de su . misión
de Redentor, precisamente con su presencia santificadora en
Caná
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ARO DE LA FAMIUA
de Galilea, presencia que permanece todavía. Oremos por las
familias
de todd el mundo. Oremos, por medio de Cristo, con
Cristo y en
.. Cristo, al Padre, de quien toma nombre toda familia
en el cielo y en
la tierra (Cf. Ef. 3, 15)» (Carta, n. 5).
6. Paternidad y .maternidad responsables.
A la primordial referencia de la familia a Cristo y a la San­
t!sima Trinidad, y a la mutua donación de los esposos; sigue la
proyección del matrimonio
a la procreación conforme al designio
divino «procread
y multiplicaos» (Gen. 1, 28). La «ayuda seme­
jante a él» (Gen. 2, 18) que Dios proporcionó a Adán fue cierta­
mente otra persona, con la que podría compattir
amistad, un «alter
ego», perd también la pareja que le complementaría psíquica y
biológicamente.
Con ella iniciará la comunidad familiar. Cuando
los Padres del Concilio Vaticano
II debieron responder a la · pre­
gunta que
se les hacía sobre la finalidad del matrimonio, la res­
puesta, bien pensada, fue que «por
su índole natural, la institu­
ción del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí
mismos a la procreación y educación
de la prole con la que se
ciñen como con su corona propia.
De esta manera el marido y la
mujer, que por
el pacto conyugal ya no son dds, sino una sola
carne (Mt. 19, 6), con la unión
íntima de sus personas y activida­
des, se ayudan y se sostienen mlltuamente, adquieren conciencia
de su unidad y la logran cada vez más plenamente. Esta íntima
unión, como mutua entrega
de dos personas, lo mismo que el bien
de
los hijos exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisolu:
ble unidad» (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes; n. 48}.
Claro está que, antes o por encima de esta finalidad de la
procreación, está
la finalidad más común de la perfección perso-­
nal de cada uno de los esposos, según la precisión de Pío XI:
«Esta mutua confotmación interidr de los esposos, este constante
anhelo de perfeccionarse
recíprocamente, puede incluso llamarse,
en un sentido pleno de verdad, como enseña
el· Catecismo· Roma­
no, causa y razón primaria del mátrimonio, siempre que el ma-
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VICTORINO RODRIGUBZ, O. P.
trimoníd se entienda no en su sentido más estricto de institución
para
la honesta procreación y educación de la prole, sino en el
niás amplio de comuníón, trato y sociedad de toda la vida» (En-
cíclica
Casti cannubii, n. 24 ). ·
Ni unión íntima cerrada a la procreación, ní procreación ob­
tenída sin uníón íntima. El Magisterio de los últimos años debió
hacer frente tanto a
la: focundación artificial romo al ·onanísmo y
al empleo de anticonceptivos en las relaciones sexuales.
La encí­
clica Humanae .vitae de Pablo VI, la exhortación apostólica Fa­
miliaris cansartia de Juan Pablo U, la instrucción Datzum vitae
de la Congregación par¡¡ la Doctrina de la Fe, y el Catecismo de
la Iglesia
Cat6lica (nn. 2366,2378) no dejan lugar a dudas sobre
la posición católica al respecto. La Carta a las familias 11os lo
recµerda: «Las . dos dimensiones de la. uníón conyugal, la unitiva
y la procreativa, no pueden separarse artificialmente sin alterar
la verdad íntima del mismd acto conyugal» (n. 12).
Est11 responsabilidad · en el ejercicio· de la capacidad de dona­
ción
de vida, del debido sostenímiento y de la educación integral
de los hijos en
el matrimonia y con el patrimonio, no es opcional
para
asutj)u,fa o dejar de asumirla una vez constituido el matri­
monio, Quiero decir que ní el hombre ni la mujer estlÍn obligados
a con.traer matrimonio; pero, .una -vez contraído, su comuni6n
sexual amorosa ha de estar abierta a la procreación más o menos
numerosa según .Jas circunstancias personales. La paternídad res­
P®sable no significa que se deban tener todos los hijos biológi­
c;amente posibles o que no se tenga ninguno, sino que se tengan
los razonablemente, deseados y que . no se eviten los demás posi­
bles,:
pero no deseados, por . procedúnientos cantrá naturam ( ona­
nismo, anticonceptivos, aborto), Es así cómo la unión.sexual en
el l)lat,timonió es plenamente humana, o razonablemente libre y
responsable,
Decía que ni el hombre ni la mujer estlÍn obligados a contraer
matrimonio, puesto que
el celibáto por el reino de los cielos es
más dígnificanté ségún la doctrina· católica. El Papa no'.deja de
anotarlo en: su Carta, n. 18: «Po,: el bien del hombre y de la
mujér,
de la familia y de toda la sociedad; Jesús ratifica la exi-
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ARO DE L,4 FAMILIA
gencia puesta por Dios desde el principio; pero al mismo tiempo,
aprovecha
la ocasi6n para afirmar el valor de la opci6n de no
casarse en vis¡as del reino de Dios. Esta
opci6n permite engen­
drar, aunque de manera diversa. En esta
opci6n se basan la vida
consagrada,
las 6rdenes y . congregaciones religiosas en Oriente y
Occidente, así como la disciplina del celibato sacerdotal, según la
tradici6n de la Iglesia
latina».
7. El respeto a la vida y la educaci6n integral.
La responsabilidad de los padres respecto de los hijos no ter­
mina en su generación en número razonable y traída a la vida,
sind que se extiende al adecuado sustento y educación integral.
En esta tutela la función del Estado no puede ser
más que sub­
sidiaria, tanto en el mantenimiento y vivienda como en sanidad
y educación integral. «La educación es, pues, ante todo una dá­
diva de humanidad por parte de ambos padtes: ellos comunican
juntos su humanidad madura al recién' nacido,
el cual, a su vez,
les da la novedad y el frescor de. la humanidad que trae cdnsigo
al
mundq... Los padtes son los primeros y principales educado­
res de sus propios .hijos,
y en este campo tienen incluso una com­
petencia fundamental: son educadores por ser padres. Ellos com­
parten su misi6n educativa con otras personas e instituciones,
como la Iglesia
y el Estado. Sin embargo, estd debe hacerse siem­
pre aplicando correctamente el principio de subsidiaridad. Esto
implica la legitimidad e incluso
el deber de una ayuda a los pa­
dres, pero encuentra su límite intrínseco e insuperable en su de­
recho prevalente y ,en sus. posibilidades efectivas. El principio de
subsidiaridad, por
tanto, se pone al servicio del amor de los pa­
dtes, favoreciendo el bien del núcleo familiar. En efecto, los
padres no son capaces de satisfacer por sí solos
las exigencias de
todo
el proceso educativo, especialmente Io que atañe a la ins­
trucción
y al amplio sector de la socialización. La subsidiaridad
completa así
el amor paterno y materno, ratificando su carácter
fundamental, porque cualquíer otro colaborador en
el proceso
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VICTDRINO RDDRIGUEZ, O. P.
educativo debe actuar en nombre de los padres, con su consenso
y, en cierto modo, incluso por encargo suyo.
El
proceso educativo lleva a la fase de la autoeducaci6n, que
se alcanza cuando, gracias a un adecuado ·nivel de madurez
psico­
ffsica, el hombre empieza a educarse él solo. Con el paso de los
años, la autoeducaci6n supera
las metas alcanzadas previamente
en el proceso educativo, en el cual,< sin embargo, sigue teniendo
sus
ralees» (Carta, n. 16).
Sobre
Id que jamás tiene competencia el Estado es sobre la
instituci6n del matrimonio, control delnúmero de hijos, esterili­
zaci6n,
manipulaci6n genética o prácticas abortivas. Juan Pablo II,
enla Carta a los Jefes de.Bstado, del 19 de marzo de 1994, afir­
maba que «una instituci6n natural tan fundamental y universal
como la familia no puede ser manipulada por nadie» (O. R., n.16,
del 22 de abril de 1994, p. 6). De ahí que clame cdntra las «nu­
merosas propuestas de un reconocimiento generalizado, a esi:ala
mundial, del derecho al aborto» (Ibídem). Días después, en la
alocuci6n del
17 de abril, volverá a insistir con fuerza: «En este
Año Internacional sobre la
Familia sería de esperar un redescu­
brimiento y relanzamiento ción Universal de los Derechos del Hombre;. según el cual la
familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad
(Art. 16,
3 ). Por ese carácter la familia no es una instituci6n que
se pueda modificar a placer, sino que pertenece al patrimonio más
originario y sagrado de la humanidad. Está incluso antes que el
Estado, el cual debe reconocerla y ha de defenderla. sobre la base
de evidencias ético-sociales fácilmente comprensibles y que nunca
se han de descuidar. Lo que amenaza a la familia, en realidad,
amenaza al hombre» (O. R., n. 16, del 22
de abril de 1994, p. 1).
8. La · familia, centro de la civilización del aÍnor.
A Juan Pablo 11 le gusta repetir la f6rmula que nos dio Pa­
blo VI (25-XIl-1975), «civilización del amor», tan rica en con­
tenido humano y divino, contrapuesta a «tina falsa civilizaci6n del
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·ANO DE LA FAMIUA
progreso» ( Carta, n. 11 ). «Hoy es difícil pensar en una inter­
vención de la Iglesia, o bien sobre
la Iglesia, que no se refiera a
la civilización del
amor ... Etimológicamente el término «civiliza­
ción» deriva efectivamente de «civis», ciudadano, y subraya la
dimensión política de
la existencia de cada individuo. Sin embar­
gd, el significado más profundo de la expresión «civilización» no
es solamente político, sino más bien «humanístico». La civiliza­
ción pertenece a
la historia del hombre, porque corresponde a sus
exigencias espirituales y morales: creado a imagen y semejanza
de Dios, ha recibido el mundo
de manos del Creador con. el com­
promiso de plasmarlo a su propia imagen
y semejanza. Precisa­
mente del cumplimiento de este cometido deriva
la civilización,
que, en definitiva, no
es otra cosa que la «humanización del
mundo». Civilización tiene, pues, en cierto
modo, el mismo significado
que «cultura». Por esto
se podría decir también: «cultura del
amor», aunque
es preferible mantener la expresión hecha ya fa.
miliar. La civilización del amor, ,con el significado actual del tér­
mino, se inspira en las palabras de la constitución conciliar Gau­
dium et spes: «Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre y le descubre
la grandeza de su vocación» .(n. 22). Por
esto
se puede afirmar que la civilización del amor se basa en la
revelación de Dios que «es amor», como dice Juan (I Jo 4, 8.16),
y que está expresada de modo admirable por Pablo con el· himno
a la caridad, en la primera Carta a los Corintios (Cf. 13, l-13).
Esta civilización está íntimamente relacionada con el amor que
«ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo
que nos ha sido dado»
(Roro 5, 5), y que crece gracias al cuidado
constante del que habla, de manera tan incisiva, la alegoría evan­
gélica de la vid
y los sarmientos ...
A la luz de estos y de otros textos del Nuevo Testamento es
posible comprender lo que se entiende por «civilización del amor»,
y por qué la familia está unida orgánicamente a esta civilización.
Si el primer «camino de la Iglesia» es la familia, conviene añadir
que lo
es también la civilización· del amor, pues la Iglesia camina
por
el mundo y llama a seguir · este qunino a las familias y a las
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
otras instituciones S!?'Ciales, nacionales o internacionales, precisa­
mente en función de las familias y por medio de ellas. En efecto,
la familia depende por muchos motivos de
. la civilización del
amor, en la cual encuentra las razones de su ser como tal. Y al
mismo tiempo
la familia es el centro y el coraz6n de la civiliza­
ción
del amor» (n. 13 ).
· Esta civilización del amor familiar tiene mucha más altura,
largura
y profundidad que la civilización del progreso o del
bienestar, que es hedonista, utilitarista, agnóstica
q cerrada a la
vivencia espiritual. Así
lo advierte Juan Pablo II: «La familia
contemporánea, como la de siempre, va buscando el amor her­
moso.
un· amor no hermoso, o sea, reducido sólo a satisfacción
de
la concupiscencia (cf. I Jn 2, 16), o a un reciproco uso del
hombre
y de la mujer, hace a las personas esclavas de sus debi­
lidades..
¿ No favorecen esta esclavitud ciertos programas cultura­
les modernos? Son programas que juegan con las debilidades del
hombre, convirtiéndolo
así en más débil e indefenso.
La
.civilización del amor evoca la alegtía: alegría, entre otras
cosas, porque un hombre viene al mundo (
cf. Jn, 16, 21) y, con­
siguientemente, porque los esposos llegan a ser padres. Civiliza­
ción
del amor significa alegrarse con la verdad ( cf. I Cor 13, 6) ;
pero
una civilización inspirada en una mentalidad consumista y
antinaturalista no
es ni puede ser nunca una civilización del amor.
Si
la familia es tan importante para la civilización del amor, lo
es por
la particular cercanía e intensidad de los vínculos que se
instauran en ella entre las personas y las generaciones. Sin em­
bargo, es vulnerable y puede . sufrir fácilmente los peligros que
debilitan o incluso destruyen su unidad
y estabilidad: Debido a
tales peligtos, las familias dejan de dar testimonio de
la civiliza­
ción del amor e incluso pueden ser su negación,
una especie de
antitestimonio.
Una familia disgtegada puede, a su vez, generar
una forma concreta de
anticivilización, destruyendo el amor en
los. diversos ámbitos en los que se expresa, con inevitables reper­
cusiones en
el conjunto de la vida social» (n. 13, última parte).
En la familia constituida y desarrollada en la civilización del
amor el fruto más gozoso y hermoso es la convivencia en paz:
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ARO DE LA FAMILIA
unión afectiva de amistad, con entrega altruista· mutua, con .uni­
dad de programación de vida en comunidad familiar de esposos,
hijos, nietos, bisnietos que amplía y multiplica
d tronco de los
progenitores. Resulta bella e impresionante
la contemplación de
los árboles genealógicos de
las familias numerosas. Después de
la tercera o cuarta generación resultan inabarcables. Es la ley de
la difusión del bien. «En efecto, el bien -dice Santo Tomás, I,
5, 4 ad 2-es por su naturaleza difusivo. El amor es verdadero
cuando crea el bien y lo da a los demás»
(Carta, n. 14).
9. Amor familiar exigente.
La vida de familia bien avenida es ciertamente bella y dulce,
pero
exigente: muchas veces hay que decir sí, pero otras hay c¡ue
decir no. Lo matiza bien el capítulo 13 citado de la Primera Carta
a los Corintios, el gran himno de
la caridad, al que Juan Pablo II
llama «la carta magna de la civilización del amor» (n. 14). Dice
así en los versículos 4-7: «La caridad
es paciente, es benigna, no
es envidiosa, no· es jactanciosa, no se hincha; no es ·descortés, no
es interesad.a, no se irrita, no piensa mal;
no· se alegra de la in­
justicia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree,
todo
lo espera, todo lo tolera». Esta entrega generosa y desinte­
resada, totalizadora, es el mensaje de San Pablo a la familia en
la
Carta a los Efesios, tantas veces citada en este documento del
Papa: «Las casadas estén sujetas a
sus maridos cdmo al Señor;
porque el marido
es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza
de
la Iglesia y salvador de su cuerpo. Y como la Iglesia está su­
jeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo.
Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo
amó a su Iglesia y se entregó por ella para santificarla purificán­
dola, mediante el lavado del agua, con su palabra, a fin de pre­
sentársela así gloriosa, sin
máncha ni arruga ni cosa semejante,
sino santa e intachable. Los maridos dében
amar a sus mujeres
como a su propio cuerpo. El que ama su mujer a sí mismo se 3ma,
y nadie· aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
abriga como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su
cuerpo
...
· Hijos, obedeced a vuestros padres eu el Señor, porque es
justo.
Honra a tu padre y a tu madre. Tal es el primer manda­
miento, seguido
de promesa, para que seáis felices y tengáis larga
vida
sobre la tierra. Y vosotros, padres, no exasperéis a vuestros
J;,ijos, sino creadlos en disciplina y en la enseñanza del Señor»
(Ef. 5, 22-6, 4). .
Nd sorprende que San Pablo no insista en el amor de los
Padres a sus hijos,
tan natural, especialmente eu la madre, como
subraya el Papa:
«¿Puede existir a nivel humano una comunión
comparable
a la que se establece entre la madre y el hijo que ella
lleva antes
en su seno y después lo da a luz?» (n. 7). La razón
que
da Santo Tomás de que los hijos amen más a las madres que
a los
padres, es la prevalencia del amor de ella a ellos (Santo
Tomás, II-II, 26 10 ad 2).
Cierto que las exigencias de este amor en la familia pueden
llegar muchas veces al heroísmo, muy especialmente
eu nuestro
mundo hedonista y libertario, rico en facilidades para
el aborto
o
la prevención de los hijos no deseados, poco educado para el
sacrificio y desprovisto de valores éticos y de fe. Remito a lo
dicho anteriormente
en el número 2.
10. La familia y la sociedad.
«El matrimonid, que es la base de la institución familiar --dice
Juan Pablo II con el Código de Derecho Canónico-está for­
mado
por la alianza por la que el varón y la mujer constituyen
entre sí
un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma
índole natural al bien de los cónyuges y a
la generación y educa­
ción de la prole»
(Carta, n. 17). No caben en el matrimonio las
uniones homosexuales: «Sólo
una unión así puede ser reconocida
y confirmada como matrimonio
en la sociedad. En cambio, no lo
puedeu ser
las otras uniones interpersonales que no responden
a las condiciones recordadas antes, a pesar de que hoy día se di-
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ARO DE LA FAMILIA
funden, precisamente sobre este punto, corrientes bastante peli­
grosas para el futuro de la familia y de la misma sociedad» (Ibí­
dem).
Las parejas de homosexuales no pueden constituir marri­
morúo,
aunque se asocien a efectos civiles.
Pero la pareja constituida
en familia o comunidad familiar,
«célula de la sociedad»,
se convierte en sujeto de derechos espe­
cíficos, anteriores a los de otras asociaciones más eventuales. «De
los vínculos sociales que son necesarios para el cultivo del hom­
bre, unos, como la familia y la comunidad política, responden
más inmediatamente a su naturaleza profunda; otros proceden
más bien de su libre voluntad» (C. Vaticano II, Gaudium et spes,
n. 25). «Los derechos de la familia no son simplemente la suma
matemática de los derechos de la persona,. siendo la familia algo
más que la suma de sus miembros considerados singularmente.
La familia es comunidad de padres e hijos; a veces, comunidad
de diversas generaciones. Por esto, su subjetividad, que se
cons­
truye sobre la base del designio de Dios, fundamenta y exige
derechos propios y específicos.
La Carta de los derechos de la
familia, partiendo de los mencionados principios morales, conso­
lida la existencia de la institución familiar en el orden social y
jurídico de
la gran sociedad: la nación, el Estado y las comuni­
dades internacionales. Cada una de estas grandes sociedades debe
tener en cuenta,
al menos indirectamente, la existencia de la fa­
milia; por eso, la definición de los cometidos y deberes de la gran
sociedad
para con la familia es uria cuestión extremadamente im­
portante y esencial ..•
Ante el Estado este
vínculd de la familia es en parte seme·
jante y en parte distinto.
En efecto, el Estado se distingue de la
Nación por su estructura menos familiar,
al estar organizado se"
gún un sistema político y de forma más burocrática. No obstante
el sistema estatal tiene también, en cierto modo, su alma, en
la
medida en que responde a su naturaleza de comunidad política
jurídicamente ordenada
al bien común. Esta alma establece una
relación estrecha
entre la familia y el Estado, precisamente en
virtud del
principio de subsidiaridad. En efecto, la familia es una
realidad social que no dispone de todos
los medios necesarios para
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VICTPRINO RODJUGUEZ, O. P.
realizar sus propios fines,)ncluso en el campo de la instrucción
y de la educación; El
Estado está llaniado eptonces a intervenii;
en base al mencionado pri~pio: alli donde la familia es autosu­
ficiente, hay que dejarla actuar autonómicamente; una excesiva
intervención del Estado
. resultaría perjudicial, además de irres­
petuosa, y constituiría una violación patente de los derechos de
la familia; sólo
allí donde la familia no es autosuficiente, el Es­
tado tiene la facultad y el deber de intervenir.
Además del ámbito de la educación y de la imtrucción a todos
los niveles, la ayuda estatal -que de todas formas no debe ex­
cluir las iniciativas privada,.,.._ se realiza, por ejemplo, en las ins­
tituciones que se preocupan de salvaguardar la vida y la salud de
los ciudadanos,
y, de modo particular, con las medidas de previ·
sión en el mundo del trabajo. El desempleo constituye en nuestra
época una de las amenazas
más serias para la vida familiar. y
preocupa
justamente a toda la sociedad. Supone un reto para la
política en cada Estado y
un· objeto de reflexión para la doctrina
social de la Iglesia ... Hablando del trabajo con relación a la
fa­
milia, es oportuno subrayar la. importaocia y el peso de la activi­
dad laboral de las muieres dentro del núcleo familiar»· ( Carta,
n. 17).
Naturalmente, el Estado recibe .de la familia sus miembros y
su potencial
humano ; pero esto mismo grava su responsabilidad
de defenderla y
promoverfa en la medida que sea necesario. Cada
familia no puede tener una universidad, o una clínica, o una red
de comunicaciones propias, ni otras muchas utilidades
públicas.
De ahí la función subsidiaría del Estado y las obligaciones fisca­
les de los ciudadanos. El Año de la Familia proclamado por la
O.N.U.
es una buena ocasión para que los Estados tomen inuy
en serio la protección de la familia, muy especialmente como ma­
naotial de la vida. El Papa hace votos para que la civilización del
amor no se convierta en una «civilización de la muerte» (n. 21),
dando paso legal al aborto libre y a la eutaoasia directa; y se com­
place en completar las bendiciones del justo Juez al final de los
tiempos, en
aquel examen de amor de que hablaba San Juan de
la Cruz: «Fui niño todavía no nacido y me
acogisteis permitién-
710
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ARO DE LA FAMILIA
dome nacer ; fui niño abandonado y fuisteis para mí una familia ;
fui niño huérfano y
me habéis adoptado y educado como a un
hijo vuestro. Y aún: Ayudásteis a las madres que dudaban, o que
estaban sometidas a fuertes presiones, para que aceptaran a su
hijo no nacido y le hicieran nacer ; ayudásteis a
las familias nu·
merosas, familias en dificultad para mantener y educar a los hijos
que Dios les había dado. Y podtiamos continuar con una relación
larga y diferenciada,
que comprende todo tipo de verdadero bien
moral y humano,
en el cual se manifiesta el amor» (n. 22).
«Sabemos, sin embargo, que en la sentencia
final referida por
el· evangelista Mateo, hay otra relación grave y aterradora: Apar­
taos de mí... Porque tuve hambre, y no me disteis de comer;
tuve sed, y no me dísteis de beber; era forastero,. y no me
acogis·
teis; estaba desnudo

y no
me vestísteis (Mt 25, 41-43). Y en esta
relación se pueden encontrar
también otros comportamientos, en
los que Jesús
se presenta· como el hombre rechazado. Así, El se
identifica con la mujer o el marido abandonado, con el niño con­
cebido y rechazado: ¡No me habéis. recibido! Este juicio pasa
también a
~vés de la historia de ¡.uestras familias y ci~ la his­
toria de las naciones y de la humanidad. El no me habéis recibido
de Cristo implica también a instituciones sociales, Gobiernos y
Organizaciones internacionales» (n. 22).
Juan Pablo
II termina pidiendo con todas las familias «que
Cristo,
el cual es el mismo ayer, hoy y siempre, esté con nosotros
mientras
doblamos las rodillas ahte el Padre, de 'é¡uien .Procede
toda paternidad y maternidad, y toda familia humana (d. Ef. 3,
14-15)» (n. 23 ).
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