Índice de contenidos

Número 327-328

Serie XXXIII

Volver
  • Índice

Political correctness

POLITICAL CORRECTNESS
POR
THOMAS MóLNAR (*)
Se van aCUliiulando tópicos acerca de la última moda en Nor­
teamérica,
la teoría y la práctica· de lo «políticamente correcto».
Es obvio que se trata de un debate ideológico, y que los conser"
vadores, que ocupan la mitad del mundo académico, ven en la
nueva «doctrina» como una
secüela de los dogmas. y actitudes
marxistas. Pero
es mejor que veamos los hechos. tal como apare,
cen en los centros y los claustros universitarios.
Todo empezó en
la Universidad de Stanford,. con su variopinta
mezcla de estudiantes
de· «minorías» y -extranjeros, bajo el benig­
no clima de California. Hace algunos áños, los · estudiantes ·em­
pezaron
a prQtestar contra ciertos aspectos del prográma .de es­
tudios, el cual, según ellos, se concentraba en exceso en la cultura,
la filosofía y la litetatura europeas. ¿Era cierta esta «acusación»?
Sí, en el sentido que los círculos intelectuales y académicos nor­
teamericanos, al menos oficialmente; aún consideran la historia
europea la antepasada de los intereses y logros norteamericanos.
Como consecuencia,
durante muchos años ha habido en casi todos
los centros un curso sobre la «civilización europea», más o mends
obligatorio, que incluye en un solo semestre a Homero y Darwin,
Aristóteles y Dante, Montaigne y T.
S. Eliot, además de otros
cursos decididos ad hoc por el claustro, No hace falta decir que
el curso es bastante superficial, más un muestrario que una fuen-
(*) Se . prefiere traducir pplitical correctness como «lo políticamente
correcto», en lugar de la más literal «la corrección política», para evitar
posi'l?les confusiones, y porque aquella· expresiiSn ya se encuentra con cierta
frecuencia en los medios· de comunicación españoles. (Nota de Traductor).
Verbo, núm. 327-328 (1994), 795-802 795
Fundaci\363n Speiro

THOMAS MOLNAR
te de discernimiento cultural. Los alumnos lo «estudian», pero
he conocido algunos que a los veintiún años ( en el caso de uno
del
San Francisco State College) nd sabían que Atenas era algo
más que la capital de la Grecia moderna.
Esa multitud de jóvenes asiáticos, africanos y también del
país terminó por alzarse en protesta contra
esos cursos absolu­
tamente innecesarios, reclamando. que se sustituyeran con cursos
sobre la cultura del tercer mundo. En el ambiente radical de los
centros universitarios estadounidenses, donde en cualquier caso
la ciencia es más importante que la cultura literaria, y donde la
ideología es el factor dominante, no resultó difícil hacer más
«exigencias culturales», y añadirles .«Estudios sobre la mujer»,
«Problemas de las
mindrías», «Cursos de Sexualidad», etc., como
parte integral del programa. Como había ocurrido en los anterio­
res casos de révoeltas universitarias, el claustro cedió rápidamente,
empezó a negociar con los
· dirigentes estudiantiles y

a reformar
los estudios.
Le sigoieron otras universidades de la Costa Este,
porque los estudiantes radicales junto con los
del tercer mundo
ya forman entre un tercio y la mitad del total de la población
universitaria. Si no se cede a sus exigencias, surge la violencia,
se interrumpen los cursos,
y una activa· minarla -aumenta las exi­
gencias con cursos sobre el sida, la homosexualidad, el lesbianismo
y Otros «problemas» similares. Lo cierto es que cuando el pre­
sidente de
los Estados Unidos to!na la iniciativa de incluir a
pervertidos sexuales en su gobierno
y· en el ejército, quedan muy
pocos argomentos
para. oponerse a una política semejante en la
enseñanza.
No· es sorprendente que este fenómeno se haya dado
en llamar «lo políticamente
correcto».: es el resultado de un largo
proceso en el que
el programa de estudios ha .sido dictado de abajo
arriba. Cuando hace un siglo·
se autorizó por primera vez a un
alumno de Harvard a escoger su programa eligiendo asignaturas,
el proceso de democratización cultural entró en las universidades.
La lógica
es icresistible: si cada joven puede decidit qué asigna­
turas estudiar, ¿por qué no reescribir colectivamente el programa,
excluyendo a
los «varones blancos muertos» como Platón o Mil-
796
Fundaci\363n Speiro

POLITICAL CORRECTNESS
ton, y sustituyéndolos por «mujeres de color vivas», en un clima
de absoluta permisividad cultural?
.
Los conservadores suelen aducir que

detrás de las
~gencias
de los estudiantes se esconde la inspiración marxista. Lá Unión
Soviética
ha muerto, pero no la ideología comunista, ni la estra·
tegia que
inspiro. Este argumento es muy insuficiente y suena
poco convincente. liemos visto que; desde que Eliott, Rector de
llarvard, introdujo las asignaturas opcionales hace un siglo, se
ha tendido a avanzar en la democratización.
Los grupos de presión
fuertes siempre trataron de dominar los .centros universitarios
norteamericanos,
tanto los que representaban intereses económicos
como ideas revolucionarias, modas políticas o modas
sexuales. «Lo
políticamente
correcto» no es más que una nueva versión de la
invasión de la universidad por parte de nuevos grupos, esta vez
de iniciativas estudiantiles. Estos jóvenes creen
de verdad que
la «civilización
blanca» está en decadencia, y que deben introdu­
cirse nuevos valores para el siglo
XXI. ¿O no es esto de lo que
habla la pareja presidencial, especialmente
la primera . dama, en
sus discursos
«metafísicos»? Llevamos oyendo el mismo mensaje
desde
la presidencia de Kennedy. Dio su fruto una generación
después, en el suave clima
de California.
As! que es innecesario detectar cualquier clase de motivación
marxista detrás de lo políticamente correcto, dado que podemos
seguir su curso en
la propia ideologia estadounidense y en su fase
actual. Desde 1945, y
aún más desde la calda de la Unión Soc
viética, los Estados Unidos han estado viviendo en una euforia
histórica, convencidos de que se ha eliminado a todos los demonios
(
en Irak, Somalía, la segregación racial en Sudáfrica, mañana Bos'
nía), y de que Norteamérica no sólo es la feliz poseedora de la he­
gemonia mundial,
sino que también se ha convertido en el centro
cultural del planeta. Durante la última década, más exactamente
desde
la presidencia de Reagan, acrecentada por las campañas mi­
litares de George Bush, las conquistas militares, económicas y
espaciales también prueban indirectamente la hegemonía cultural,
que los norteamericanos siempre anhelaron secretamente.
Este es
un paso natural en la vida de todos los impetios, y la secuencia
797
Fundaci\363n Speiro

'i"HOMAS-MOLNAR
siempre ha sido: primero 1a .snpremada militar, después la co­
mercial, y finalmente los logros culturales, Pericles, .Angosto,
Carlomagno y Luis XIV siguieron este camioo. Durante la última
mitad del siglo, Nueva
York, hablando en nombre del país ente­
ro,
reivindicó el papel y la función de centro cultural mUlldial,
reivindicó haber derrotado a Londres y París en su propio juego,
tomado el primer lugar en
la moda, 'la cocina, la pintura, la en­
señanza, incluso en el turismo. No podemos asegurar si esta
reivindicaci6n corresponde a :Ja, realidad, o si es más bien que se
siente a.sí. Y desde que Nueva'York reivindica la hegemonía, por
todo el mundo se extiende la creencia de que Norteamérica tiene el
secreto de la
calidad, de la eficiencia, finalmente hasta del buen
gusto. LÓ nuevo· a este respecto es que, m.ieniras que -Roma se
convirtió en centro cultural sobre el modelo de Atenas, y Versa­
lles sobre el de
Roma,' Nueva York está convencida de su abso­
luta novedad, y en consecuencia de no estar en deuda con sus
predecesora.s ~turales, Al igual que los Estados Unidos en su
papel de gtatJ. potencia, en el suyo de hegert¡onía cultural insiste
en
, que es nueva, y en redefinir el signif:(cado de la cultura. El
nuevo milenio ayuda a formular la rei~dicacl6n de originalidad
y la firme creencia de que Norteamérica 'está dirigiendo ala hu­
Ínanidad hacia los nuevos
y felices próximos mil años.
También culturalmente.
Lo , políticamente, correcto, tanto si
sus protagonistas principales ( estudiantes y profesores) lo saben
como si no, es una forma de afirmar la originalidad de Norte­
américa, su indepeodeocia de cualquier civilización o cultura an­
teriores ;
, ciertameote sus nuevas formas de cumunicación sobre­
pasan
la palabra escrita e impresa, hacia las nuevas formas de
sonido, velocidad e
información. No ,hace mucho que un sociólogo
conservador, George Gilder, ,sugirió entusiasmado que cuando los
ahora niños sean adultos
!Se cultura estará concentrada en dimi­
nutos, televisores, situados
en la yema de un dedo, capaces de
ttansmitir las ,enseñanzas de los genios y :los programas cuturales
de
los más grandes artistas; Según esto;.Ia revolución norteameri­
cana ,será principalmente tecnológica; peto, tomo' hoy en día co-
798
Fundaci\363n Speiro

POLITICAL · CORRECTNESS
municación tecnológica y cultura tienden a ser palabras. equivalen·
res, Norteamérica reinventa y redefine el significado de.la cultura.
No vayamos a creer que las masas multicolores de los centros
u:tiiversitarios norteamericanos, cuando acu;;an a . los «varones
europeos muertos» de imperialismó eultural retrasado, ·son cons­
cientes de las cambios en la definición de eultura referidos más
arriba. Sin embargo, están
expresando una nueva conciencia: Nor­
teamérica
ha ganado la guerra fría y la guerra de la eultura; no
necesita
ningún apoyo del pasado, de Europa, de las viejas y rí­
gidas formas del arte y la literatura. Y lo que es más importante:
Norteamérica,
y por lo tanto también su cultura,· .son sui generis,
hablan en nombre de la humanidad. La cultura de la mezcladora
es distinta
de todo lo precedente, Norteamérica abre nuevos ca­
minos, al tiempo que obliga a Europa, su eterna competidora
secreta, a reconocer la superioridad nórteamericana en todos los
campos. Como si
el Océano· Atilintico se ensanchara,· sin que dlo
signifique que el Océano Pacifico se estreche; porque Norteamé­
rica es única, reúne
lo mejor que el mundo produce, pero · que
puede producirse mejor bajo la égida y la protección norteameri­
canas.
Basta alejarse de la estrecha franja costera este y de sus
pocas universidades aún rdacionadas con Europa, y couversar con
profesores y estudiantes del centro de Norteamérica, para darse
cuenta
de lo poco que tienen én éOmún con los «varones blancos
muertos»: Los cursos aún est-án nominalmente presentes en los
programas, el cambio es
lento; pero no por mucho tiempo.: Las
conversaciones muestran, sin embargo, que ya no interesa· la cul~
tura de Europa, y que por lo tanto e1 fenómeno conocido como
«lo políticamente correcto» lleva bastante tiempo desarrollán­
dose.
Ha salido a la luz junto con la presidencia ele Clinton, la
primera que rompe, hasta cierto punto, con la moral «antigua»,
la relación tradicional entré los sexos, d ritmo .habitual de las
reformas...
Y, por qué no, eón la manera trádiciohal de entender
el programa de estudios,
la votación de las universidades. Ha sido
hasta ahora
un movimiento «sÚbterránéo»; pero el nuevo regi'.
men le ha dado luz verde; la emancipación· fuial. La misma ex-
Fundaci\363n Speiro

THOMAS. MOLN.AR
prexión. «lo políticamente correcto» puede. que ahora se extienda
mucho
más, a. otros conceptos tradicionaÍes. ¿j='or qué no la «fa­
milia politicamente correcta» consistente en parejas del mismo
sexo (los tribunales
ya están manos a la qbra con la adopción de
niños por parejas de lesbianas), en cargos del Gobierno con cierta
«orientación
sexual», en un ejército, una armada y una fuerza
aérea
. cargados de reglamentaciones sobre sexos? Puede que esté
naciendo una Norteamérica «poliricamente correcta».
Así
que. podemos decir con seguridad que este fenómeno es
completaménte . independiente de cualquier clase de florecimiento
tardío del marxismo, independiente incluso de los restos de éste.
Es muy posible que dentro. de cien años hablemos de una gigan­
tesca marea revolucionaria, de la que el marxismo sólo sería una
ola temprana, y que continúa a través de una serie de revolu­
ciones que afectan a la vida
de los norteamericanos y . a sus re­
laciones sociales y l!lorales. En cierto modo, puede que no Rusia
sino Norteamérica
se convierta en el nido de la revolución, una
revolución que no afecta a «la
. propiedad de los medios de pro­
ducción» (¡en los Estados Unidos
esa puede ser la última relación
que
se cambie!), sino a la misma naturaleza de las relaciones so­
ciales: en la familia, en la escuela, en la religión, en las leyes. La
Iglesia Católica
ya se ha convertido en campo de pruebas, con
millones de
creyentes que de hecho. se encuentran en cisma ( «ad­
mitimos que somos católicos, pero no estamos de acuerdo con el
Papa»).· Y ya hemos mencionado la transformación radical en las
fuerzas· armadas y en otros ámbitos, en la vida pública y en
la
privada.
En su último libro, Zbig¡riew Brzezinski argumenta cuidado­
samente que con
la aparición de un mundo nuevo tras el colapso
soviético,
es dudoso que los Estados Unidos. puedan sostener su
posición de liderazgo, «a no ser. que se encuentre-un sistema de
valores común para su población, cada vez más diversa» .. A este
respecto, una
cosa sí es predecible: .tal «sistema de valores» no
será el producto de esa
«mezclador.a» tan alabada. Es posible que
los estudiantes de Stanford
y de. otras universidades vociferen
unánimemente exigiendo
la desap~ción . de los varones blancos
800
Fundaci\363n Speiro

POLITICA.L CORRECTNESS
europeos muertos; en pocd más son unánimes. En otras palabras:
están destinados a dividirse en muchas tendencias, puesto que
entre los que protestan, los de línea dura ven a Norteamérica
como una
masa blanda, de la cual cada grupo de . presión · puede
arrebatar su pequeño imperio.
El mejicano, el árabe, el paquis­
taní,
el chino y el africano pueden preparar juntos sus lemas anti­
americanistas y anti-imperialistas
-y es muy posible que para
ello escojan antiguos términos comunistas--; pero una vez que
el éxito corone sus esfuerzos colectivos, lo más probable es que
se dividan y que cada uno de ellos reclame parte de la presa. El
antiguo componente más o menos anglosajón puede ocupar la
minoría en este follón, con la mala conciencia permanente de
haber «colonizado»
a estas . gentes aun sin un sistema colonial
propiamente dicho. El juego se llama colonialismo cultural, y es
natural que los primeros esfuerzos de «descolonización» se lleven
a cabo en las permisivas universidades norteamericanas.
Los conservadores yerran el blanco cuando sus viejds reflejos
les dicen que este es un movimiento
marxista. Es una revolución
en la Universidad, mayor y tal vez
más profunda que la de 1968.
Y como hoy en
día todos los jóvenes llegan . a ser estudiantes
universitarios, las revolución abarca a gran número de personas,
fáciles de manipular, tanto denÚd como fuera de las aulas. Por
extraño que. parezca, una parte al menos de esta revolución es
también una señal
de la independencia cultural de Norteamérica
respecto de Europa ; sin embargo, parafraseando a Brzezinski, hay
una angustiosa falta de una meta común, de una fuerza conduc­
tora de
la historia, de, podemos añadir, un objetivd «americanista11>
conscientemente afirmado. No es imposible que la revolución .en
la Universidad origine nuevas olas, porque las autoridades de hoy
en
día no parecen capaces de entenderlas, así que tampoco serán
capaces de conducirlas o de oponerse a ellas. Los líderes de hoy
son de la misma pasta que
los propios insurgentes: ellos también
se lanzan hacia lo desconocido.
* * *
801
Fundaci\363n Speiro

THOMAS MOLNAR
Por varias razones es difícil que los observadores, tanto los
norteamericanos como los europeos, se den cuenta
de que junto
a las demás ideologías
al uso · actúa también una ideología espe­
cíficamente norteamericana; no. s6lo en los Estados Unidos, sino
también en la comunidad
atlántica, Uno de sus nombres propios
es «lo políticamente correcto» (los otros son: feminismo, culto a
la juventud,
fin de la historia, etc.), cuya verdadera importancia
reside en separar a Norteamérica de los restos de su componente
europeo.
En este caso en las. universidades. Sus instrumentos son
los profesores j6venes y los. estudiantes, muchos de ellos del Ter-.
cer Mundo, que ven en Norteamérica un laboratorio de escala
planetaria, donde experimentar
su propio futuro. Y un número
grande
de norteamericanos está siempre listo para unirse a la
aventura, para buscar una identidad y
para librarse de su mala
conciencia.
El objetivo es no tener q11e mirarse en el espejo de
su historia,
c:asi íntegramente europeo ; . es · independizarse en el
tercer milenio, que
es también su tercer centenario de existencia
como
«el faro que guía a la humanidad»; .
Quienes se oponen a lo pollticament!' correcto hacen un mal
servició a
su causa al reducir las cosas :¡! esquema marxista/no
marxista. Tiénen
raz6n al enfadarse, y dicen. ser defensores de la
civilización occidental frente a las «hordas del este». Sus lamen­
taciones merecerían más crédito si hace · años hubiesen criticado
sey,,ramente . los cursos sobre «civilizací6n occidental» que con­
virderc¡n _la cultura occidental en • una . especie. de supermercado
donde los clientes podían
coger un poco de Plat6n, un poco de
Camus, y un par de nombres
más. Entonces los conservadores no
fueron tan duros al criticar los vanos cursos de «esfudi9s socia­
les» que durante décadas su¡,iantarlln a una fonnaci6n seria. En
verdad hay una cierta justicia en que ahora . la prefensi6n de los
estudiantes sea prescindit "de aqúello que, tanto tiempo arrinco­
nado,
se parece a los sepulcrosb1ánqueados de los varo11es europeos 1 • •
muertos.
(Traducción de Luis Infante).
802
Fundaci\363n Speiro