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Número 327-328

Serie XXXIII

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Marcel de Corte y el pensamiento político antimoderno

IN MEMORIAM: MARCEL DE CORTE
MARCEL DE CORTE Y EL PENSAMIENTO POLITICO
ANTIMODERNO
POR
MIGUEL' AYUSO
l. Pórtico.
En la muerte de Marce! de Corte, estas páginas de Verbo, que
durante tantos años acogieron
la traducci6n castellana de sus es­
critos, no pueden sino despedir al filósofo católico de una pieza
y al entregado militante contrarrevolucionario. Y para trazar su
perfil intelectual, nadie mejor que nu~stro querido amigo Danilo
Castellano, profesor de la Universidad de Udine y quizá el mejor
conocedor de De Corte, a quien
consagró su tesis doctoral en los
primeros setenta,
J.uego publicada en forma de libro bajo el título
de
L' aristotelismo cristiano di Marce/ de Corte (1 ). En cuanto a
Juan Vallet de Goytisold, su escrito
viene a aportar el testimonio
de
su trato en aquellos magnos encuentros que eran, antes de la
dolorosa diáspota del Office Internacional, los. Congre.sos .de Lau­
sana,
y deja constancia de la influencia que tuvo. sobre su propio
pensamiento al tiempo que sobre
tocio el equipo de la Ciudad Ca­
tólica española.
Por mi parte, me voy ~ permitir .,.:.-en términos
muy
generales--subrayar algunas de las coordenadas principales
del maestro fallecido, con ánimo
de concretarlas en el ámbito po­
lítico.
(1) Cfr.· DANILO CASTELLANO, L'aristotelismo cristiano di MarceZ-de
Corte,
Florencia, 1975.
Verbo, núm. 327-328 (1994), 761-778 761
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MIGUEL A YUSO
2. Marcel de Corte, en ltinéraires.
Sin haberle visto nunca, pero habiendo leido la casi totalidad
de
sus libros y buena parte de· sus articulos, la impresión intelec­
tual que guardo de su personalidad viene unida primeramente a
la revista
Itinéraires (2). Es cierto que los primeros papeles suyos
a los que tuve
acceso son los publicados en castellano en Verbo,
por lo general procedentes de sus intervenciones en los ya men­
cionados Congresos de Lausana o en los romanos de la Fundación
Volpe. Sin embargo, merced a que
el inolvidable Eugenio Vegas
Latapie
me había introducido en la revista dirigida por Jean Ma­
diran, pronto pude disfrutar de otro conjunto de páginas, que fui
leyendo entreveradas con las de Louis Salieron, los hermanos
Charlier, Gustave Thibon, Dom Gérard,
el almirante Auphan, el
padre Calme!., Gustavo Cor~iio y las del propio Madiran. Así pues,
no puedo evitar divisar
al filósofo belga en una suerte de frater­
nidad intelectual y militante
-no hay ni que decir la significación
que portaba
Itinéraires, como encarnación máxima del llamado
«integrismo», de un auténtico «libro
prohibido»-en la «obra
de reforma intelectual y
moral». que

Madiran siempre ha reclamado
como tarea central de su revista desde que, allá por 1956,
la fun­
dara, contando por cierto ya desde la primera hora con la colabo­
ración del profesor Marce! de Corte. Esta obra de reforma inte­
lectual y moral -ha escrito aquél en cabeza de la «declaración
de identidad» de la
revista:_, que cada cual.há de comenzar por
sí mismo, «es la het'encia· que hemos· recibidÓ~ de Louis.-Veuillot,
de Frédéric Le Play, del padre Emmanuel, del cardenal Pie, de
Péguy, de Maurras, de los Charlier, de Massis,
de. Henri Pourrat y
de todos
los que, con ellos y como ellos, han reencontrado el sen­
tido de nuestra verdadera tradición nacional y cristiana» (3). La
(2) . Cfr. MIGUEL AYUSo, «La significación intelectual' dé Jean Madiran.
En el XXX aniversario de Itin!raires», Roca Viva (Madrid), núm. 221 (1986),
págs. 220 y sigs.
(3) Cfr. ·JEAN MA:DIRAN, ·«Au service du bien commun», Itinéraires (Pa­
rís), núm. 300 (1986), págs. 3 y sigs.
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MARCEL DE CORTE Y EL PENSAMIENTO POLITICO ANTIMODERNO
«contestación cristiana del mundo model'tlo» de que también ha
hablado profusamente no puede, así, sino aparecer a nuestros ojos
como arraigadamente solidaria con esa superior
y positiva tarea
de encuentro con
la tradición católica ( 4 ). Ser es defenderse.
También vino
la lectura de sus libros,. tres de ellos traducidos
al español. Primero, L'homme contre lui-meme (1962) y L'inte:lli­
gence en péril de mort ( 1969). Luego, los más antiguos La philo­
sophie de Gabriel Marce/
(1938), L'essence de la poésie (1942),
Incarnation de l'homme ( 1942), Philosophie des moeurs contem­
poraines
(1944), Essai sur la fin d'une civilisation (1949). Incluso
el emocionante Deviens ce que tu es. Léor,, notre fils, 1937-1955
( 1956). Por último, la tetralogía sobre las virtudes cardinales:
De la ;ustice (1973), De la prudence. La plus humaine des vertus
( 1974), De la force ( 1980) y, finalmente, De la tempérance (1982).
Tan sólo he dejado de
leer, pues, algunas .obras -por lo general,
las iniciales de su
trayectoria intelectual,--de alto tecnicismo filo­
s6fico, y cuyo contenido me es conocido por la monografía de
Castellano,
así como otras de temática política belga, que no me
ha sido dado encOntrar. Con todo, ha perserverado en
mi esa ima­
gen de
De Corte en Itinéraires, con sus demoledores análisis de la
inversión gnoseológica
de la modernidad, del desquiciamiento del
«homo rationalis» fabricá de su civilización, del carácter corruptor de una·
política fundada
sobre la «religión democrática» y de la tragedia que ha sido
-si­
gue siendo-,. la crisis de la Iglesia posconciliar .. Tras una caracte­
rización general como filósofo «reálista», desenvolveremos cada
uno
de estos aspectos.
3. Un filósofo realista.
Cuando en 1985, recién cumplidos
por tanto los ochenta años,
la revista genovesa Filosofía oggi e-a cuyo consejo científico per­
tenecía-le pidió una «autopresentación filosófica», sus primeras
(4) Cfr. In., L'hérésie du XX siecle, París, 1968, págs. 300 y sigs.
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MIGUEL A YUSO
palabras fueron las de que conscientemente no tenía filosofía per­
sonal· alguna
y que, por tanto, le resultaba imposible responder
a tal requerimiento:
« Yo no he filosofado sino a través de mis
lecturas de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, seguidas de
meditaciones, a veces muy largas, sobre
lo que significaban -o,
mejor, significan-, nd para mí, sino en verdad. También he tra­
tado de captar en
mis abundantes lecturas de filósofos modernos
y contemporáneos, los elementos
-a roí juicio demasiado raros-­
de verdad que transmitían y que podían concordar cóiJ. la verdad
eterna
de los grandes maestros• del pasado en que diariamente
abrevaba y de
la que se puede decir, con toda justicia, que era la
filosofía del
stintido común. Por tanto, no -siquiera para ellos­
su filasofia, sino la filosofía que todo hombre recibe en este mun­
do en lo
más íntimo de su inteligencia, cuando se abre a lo que
es
real y que se le ofrece extramentolmente». Estimo, prosigue en
su confesión, «que todo hombre constituido normalmente y que
responde a su definición
real de animal razonable, en la que las
dds características -la primera genérica y la segunda especifica­
se comunican entre ellas y se alimentan recíprocamente, está do­
tado de este sentida común que sostiene la filosofía y la indaga­
ción de
las causas universales y objetivas de lo que es, del ser,
tanto en su esencia cuanto en su existencia, y al que se refieren
en último análisis todos los seres que cdnocemos» (5).
Este reconocimiento, sin ·embargo, no es un postulado, esto
es, un principio de un sistema, sino una verdad fundamental que
funda la relación
· de adecuación de la inteligencia con el objeto,
En este sentidd puede afirmarse que el filósofo no se distingue del
hombre del sentido común, del hombre a secas, verdaderamente
hombre, sino que busca solamente,
en la medida de lo posible,
llevar esta característica a su perfección; «El filósofo de origen
rural que
soy no puede sino adherirse con todas sus fuerzas a la
fildsofía del sentido común: todas las actividades del campesino
giran en tomo de la realidad objetiva que le revelan
sus sentidos
(5) MARCEL DE CORTE, «Autobiographie philosophique», Filosofía oggi
(Génova), núm. 4/1985, págs. 595 y sigs., 596.
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MARCEL DE CORTE Y EL PENSAMIENTO POLITICO ANTIMODERNO
y su inteligencia, so pena de ser eliminado .de la vida profesional
y aun de la pura vida ( ... ). La crisis profunda que sufrimos ac­
tualmente y que invade el mundo entero es el resultado de un
irrealismo que ha llenado con sus quimeras la inteligencia de buen
número de nuestros contemporáneos
y que ha desechado todos
los alimentos
. vivificadores y las energías estimulantes que intro­
ducen en ellos la filosofía
más o menos vivida, pero todavía la
suya, del sentido común» (

6
). Aún una segunda razón, ligada po'
derosamente a la anterior, le impide hablar de su filosofía: «Es
que por temperamento, por idiosincrasia,
soy lo menos "reflexi­
vo" que puedo. No practico ese retorno del pensamiento sobre

mismo del que son artistas y propagandistas un gran número·.de
los filósofos actuales. Abro los ojos y las orejas hacia el mundo y
hacia los hombres. Ml inteligencia se nutre de los datos que le
aportan los sentidos. Esto me basta y me sobra. Por contra, no
practico
el retorno a mi pasado. Marcho continuamente sin volver
sobre lo que he escrito, siempre en la misma
dirección a pesar de
ciertas apariencias contrarias. ·Confesaré aquí que no he vuelto· a
releer jamás ciertos de los libros que he publicado. Me dejo llevar
hacia otros libros, otros
artículos, por el impulso que los sigue y
los sobrepasa» (7).
Augusto del Noce, siempre tan fino
en sus apreciaciones, ha
escrito acerca de la disyuntiva radical que en
todo · tiempo acecha
a quien se embarca en las naves del pensamiento: por una parte,
la vía de la filosofía clásica-cristiana, que se funda «sobre un orden
increado de valores, aprehendidos
por la intuición intelectual y
no dependientes de ningún arbitrio, siquiera el divino»; por otra,
el camino de la filosofía moderna, que no reconoce nada más allá
de lo que ella crea y realiza, de modo que no pueden existir va­
lores permanentes frente a los que inclinarse en acto de reconoci­
miento, porque
lo «positivo» no es ni natural ni real, sino criatura
de la inteligencia humana, por
más que subordinada en esta acti­
vidad poiética a la voluntad humana (8).
De Corte, enfrentado
(6) In., loe. cit., pág. 596.
(7) In., loe. cit., pág<. 596-597.
(8) Cfr. AUGUSTO DEL NocE, «Per un'autocritica. della · destra e -della
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MIGUEL A YUSO
ante Ia misma, y habiendo inexcusableniente de optar, lo hará
por la pri,;nera, y rechazará con todas sus fuerzas la segunda (9).
Pues
la negación· del orden increado de valores abre la puerta al
modernismo
-teológico, filosófico, moral o político-, signando
el· fin del valor de la tradición y, finalmente, de la moral y la re­
ligión. Por aquí habremos de transitar seguidamente.
A esta tesitura intelectual, insobrepasable como hemos dicho,
se añadió en nuestro hombre, sin embargo, otra de naturaleza
coyuntural
y cronológica. Como él mismo explica -y como ha
desarrollado
magnificamente Castellano en los capítulos 1 y 2 de
la pri,;nera parte de su libro, dedicadOs a ubicar al autdr en la
cultura y la filosofía de su tiempo-, sale a la palestra intelectual
en un momento en que la «querelle de la philosophie chrétienne»
está aún viva, en el que Gilson
y Maritain están revelando po­
derosamente su magisterio o en el que Bergsdn completa el arco
que de
L'evolution créatrice lleva a Les deux sources de la mo­
rale et de la religion. De Corte, que nunca devendrá bergsoniano
-al contrario de Maritain-, y que será tenido un tanto infun­
dada y superficialmente . disdpuld de éste en su pri,;nera época,
leerá
en cambio a Gilson siempre con provecho, quien -al pro­
logarle la tesis doctoral sobre La doctrine de l'intelligence chez
Aristote-declara haber sido seducido' por su interpretación y
que ha de quedar fijada en consecuencia como definitiva la que
hace
de Santo Tomás un heredero directo de Aristóteles. Santo
T
ornás aristotélico, en cuanto Aristóteles -continuando a Platón­
impide el desarrollo hacia el neoplatonismd y la dialéctica idealista.
Santo Tomás aristotélico, representando el pensamiento griego en
su pureza y en su separación del emanatismo oriental. ( Si se me
sinistra», en el volumen colectivo Il vicolo cieco della sinistra, Milán, 1970,
págs. 75-76. Puede Verse un agudo cornentario de DANILO CASTELLANO en
«Augusto del Noce e il problema. della definizione di--"destia."», Rivista
Internarionale di Filosofía del Diritto (Roma), núm. 4/1992, págs, 618 y
siguientes.
(9) Del Noce aplica su análisis expresamente a nuestro autor en el
prólogo al libro de DANILO CASTELLANO, L'aristotelismo cristiano di Marcel
de Corte, ya citado, págs. 7·9.
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permite una disgresión, me siento tentado de mencionar-, -cuando
menos, las páginas vibrantes, cortantes y jugosas en que Jean Ma­
diran se sitúa frente a Maritain --el eterno ideólogo, del maurra­
sianismo al
modernismo---y a Gilson ......:filósofo de verdad, pese
a algunos prejuicios fruto de su izquierdismo constante--,
cortclu,
yendo: «Nous préférons Gilson» (10). Precioso y sutil reconoci-
miento en un, diríamos, «integrista»).
·
4. Un filósofo antimoderilo.
El realismo filosófico profesado por De Corte se compadece
perfectamente con su antimodernismo. Antes veíamos cómo la
negación del orden increado de valores, conduce al modernistno
y concluye por anegar la tradición, la religión y la moral, «Esse
est coesse»,' repite incesantemente. El ser, para el hombre, es ser
con, e incluye -por tanto---una familiaridad, un acuerdo, li1rn
participación con los otros seres y con hs cosas. Lo que caracteriza,
sin embargo, la modernidad
es la ruptura de la relación funda­
mental del
hombre hacia el otro, el universo y el Principio del
ser. Así, se pretende
regir la tierra con criterios antitéticos de los
que llevaron a la ciudad, a
la cultura y al derecho. Las cuestiones
brotan en cascada: ¿ Qué significado puede tener, a
la luz de estas
reflexiones, la visión modernista de la «creación»? ¿A qué
se re­
duce la religión sino a la asunción por la inmanencia de la posi'
ción de una falsa trascendencia, a la proyección en la dimensión
religiosa del ateísmo? ¿Qué deviene la moral salvo
regla abstrac­
ta, imposición y finalmente hipocresía? ¿Qué sentido puede te­
;estir,
en la mejor de las hipótesis, la política, instrumentada al
servicio de la utopía? ¿Qué valor queda a la conciencia que no
sea el de descifrar imágenes y estructuras, impuestas por otro al
trasponerse del plano subjetivo al objetivo? ¿Qué significado
distinto de lo represivo
y, por tanto, siempre retrasado respecto
de la afirmación social, adquiere
el derecho? Finalmente, ¿dónde
(10) Cfr. ]BAN MADIRAN, Gilson, París, 1992, pág. 30.
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MIGU.EL A YUSO
dejamos al hombre, reducido a instrumento para secundar el «mo­
vimiento de la historia»? Castellano responde que «la negación
de t.odas estas realidades de las que el hombte y la sociedad pre­
cisan, viene primero sustituida y después impuesta despóticamente,
ya que el hombte continúa conviviendo» ( 11 ) .
. La contestación orquestada por el filósofo belga es la que
Madiran ha llamado
-según .antes recordábamor- «contestación
cristiana del mundo moderno», que Augusto del N
oce ha percibido
como «forma católica de la contestación» (12). Es la puesta en
cuestión de todo el universo moderno, comprencliendo que
sus
métodds intelectuales -y, por ende, sus consecuencias prácticas­
son ajenos y contrarios al orden sobrenatural, y no en el mero
sentido de
un mden natural que desconoce la· gracia, mas en el
radical ele que son tan eictraños a la naturaleza como a la gracia ( 13 ).
Así.-pues, se trata de una .crítica ·omnicomprensiva, como antes
hemos tenido ocasión de esbozar y ahora habremos de desenvol­
ver
más poc lo menudo.
En el ámbito moral; aferrado al firme sillar de la antropolo­
gia, emprencle la crítica del hombre contemporáneo y de
sus cos­
tumbres desde la tradición que arranca de Aristóteles y Teofrasto,
puesta en lenguaje de hoy,
y en la que el análisis concreto de las
costumbres aparece siempre sostenido por una concepción
onto­
lógica del -poc seguir la feliz fórmula chestertoniana, a que tan
aficionado era nuestro
autor-«hombre eterno». Sus preocupa­
ciones arrancan de la profunda crisis moral que precedió la
se­
gunda guerra mundial, «y que no ha cesado de agravarse hasta
nuestros días, enmascarada en su causa profunda
poc toda una
serie de fenómenos secundarios».
Afirma que la crisis moral actual
no puede explicarse más que por una infidelidad esencial del
(11_) DANILO CAsTELLANO, L'aristoteli'smo cristiano di Marcel de Corte,
cit.,
págs. 13-14.
(12) Cfr. AUGUSTO DEL NocE, «Prefazione» al libro de DANILO CAs­
TELLANO, L'aristotelismo cristiano di Marcel de Corte, cit., pág'. 9.
(13) Cfr. MARCEL DE CoRTE, De la prudence. La plus humanine des
vertus, Jarzé, 1974, págs. 68 y sígs.; MIGUEL Awso, «Una contestación
cristiana», Roca Viva (Madrid), núm. 281 (1991), págs. 362-363.
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MARCEL DE CORTE Y EL PENSAMIENTO POLITICO ANT!MODERNO
hombre a su naturaleza de animal. racional, hecho para sub­
sistir en una sola y misma sustancia que une espíritu y vida,
cuerpo
y alma. Resulta de. la ruptura de un .estado anterior de
armonía
y de la separación .y del conflicto de los dos elemen­
tos
hechos para unirse y completarse en el .hombre: «El hombre
contemporáneo
es un hamo duplex, un homo platonicus desga·
rrado por un dualismo en el que la
inteligencia se entrega a .idola­
trar grandes ídolos devoradores:· la Ciencia, .el Progreso, .la Libertad,
la Nación,
el Trabajo, etc., en tanto que se desarraiga de todo lo
que en ella
es orgánico: familia, patria, profesión, fe, que, aban­
donadas a su suerte, se convierren en puros reflejos utilizados
para encarnar en la existencia las Ideas huecas y vacías menciona­
das».
En .esta atmósfera, la energía unitiva y calma del deber co­
tidiano. desaparece y la ·-esencia del hombre es sacudida en sus
cimientos físicos y
metafísicos: «El hombre se identifica con una
u otra de
sus funciones: hamo rationalis, homo politicns, homo
_economicus, .bomo ethnicus, homo sexUalis, etc., cada una gober­
nada por ideologías desencarnadas. Entramos -dije entonces-­
en una crisis mayor de civilización en la que la hipertrofiá de una
parte imita
la plenitud del todo, algo que no se había conocido
en -ninguna de Ia:s crisis anteriores. Las ·"morales" desencarnadas
buscan eliminar.se unas a otras en provecho de .una sola de entre
ellas que someterá a su dominio
lo político, lo social y lo indivi­
dual, cotno se ve perfectamente, si se tiene ojos para ver, en el
comunismo. Por esto, la crisis de civilización que analicé hace
cilarenra años, cuando nada anunciaba que engordaría y llegaría
a la amplitud con que hoy la conocemos,
es inédita enla historia.
Tiene causas que nuestros antepasados no conocieron» ( 14
).
También en el ámbito gnoseológico. Antes leíamos su confe­
sión de carecer de filosofía propia y su protesta de realismo. Igual­
mente
le seguíamos en la afirmación de que el ser humano se
constituye en una relación fundamental, anterior a todo conocí-
(14) MARcn DE CORTE, «Autobiographie philosophique», loe. cit., pá­
ginas 600-601. El desarrollo puede hallarse en sus obras Incarnation de
l'homme. Psychologie des moeurs contemporaines, París, 1942 y Philosophie
des
moeurs contem_poraines. Romo rationalis, -Bruselas, 1944.
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MIGUEL-A YUSO
miento y a toda actividad: surge en un mundo físico, metafísico,
social, político y religioso, que él no hizo, y con el cual entra en
contacto inmediato desde el momento
de su nacimiento y a lo
largo de toda su vida. Resulta imposible
no dejarse arrastrar por
el recuerdo de páginas y páginas de nuestro autor, insuperables
en
la descripción de esa interacción vital que la filosofía moderna
ha desintegrado y ·triturado: «Semejantes a árboles vigorosos
--escribe refiriéndose a la generación de sus padres-, prolonga­
gaban sus raíces en la tierra fecunda de lo real, donde buscaban
alimento (
... ). Sus raíces absorbían los jugos de la tierra. La clo­
rofila del árbol humano bebía la luz del cielo. Un pacto tácito
nupcial se había sellado entre el hombre y el universo. Tempes­
tades y cataclismos
se sucedían, pero ellos resistían: reservas del
mundo de aquí abajo
y· del mundo de allí arriba se habían acu­
mulado en su savia ( ... ). El hombre de hoy ha roto ese pacto (.;. )».
Y así: «Desprovista de toda relación con el hombre real solidario
del mundo real, nuestra libertad está inexorablemente condenada
a construir un mundo nuevo que le resulte adecuado y que
sus­
tituya al mundo humano progresivamente aniquilado» ( 15).
Y
es que la función · capital de la inteligencia es conocer y
descubrir el orden que subyace a esta
relación fundamental, con­
fotmándose a él y situando adecuadamente al hombre en el uní'.
verso. La época moderna, sin embargo, rompió esta relación y
volvió
su mirada sobre el hombre: «El hombre se volvió de es­
paldas al universo para apoyarse desde el principio en sí mismo
como única y sola realidad:
cógito ergo sum. El hombre se erigió
así como centro del mundo por la única facultad que, debido a
su espiritualidad,
es capaz en él de replegarse sobre si misma: por
su inteligencia». A partir de esta ruptura, la Inteligencia reina,
no
ya sobre la realidad "--<:le la · que se ha librado como quien
abandona un peso
intolerable-sino sobre sus sueños: «Pues el
hombre no puede vivir sin un
mundo alrededor suyo. Su decisión
de romper
las ataduras que le unen al mundo y a su Principio le
obliga a un trabajo siempre gigantesco, siempre vuelto a empezar:
(15) In., L'homme contie-fui-mlme, París, 1962, págs. 40 y sigs.
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MA.RCEL DE CORTE Y EL PENSAMIENTO POLITICO ANTIMODERN_Q
construir un· mundo nuevo, un hombre nuevo, una nueva sociedad
e indudablemente
un nuevo dios, partiendo solamente de las exi­
gencias de la razón hlllÍlana. La inteligencia ya no se conforma a
la realidad, es la realidad la que debe conformarse a la inteligen­
cia, y
•sólo puede hacerlo si la inteligencia la refunde, la re-mode­
la, la vuelve a crear para hacerla corresponder al modelo perfecto
del mundo que forjó en su seno» (16.).
El origen de esta enfermedad de la inteligencia humana, que
ataca al hombre en la ;untura del alma y el cuerpo, allí donde es
precisa y específicamente humano, há .sido indagado con todo de­
talle en su L'intelligence en péril de mort. Si la tradición filosó­
fica occidental parte de distinguir adecuadamente entre tbeoria,
praxis
y poiesis, la modernidad ha transitado hacia su inversión.
El bomo faber ha eliminado casi totalmente al bomo sapiens y
al hombre volcado sobre los demás; esto. es, el bomo politicus:
«Una vez que la primacía de atracción y de ·penetración de la in­
teligencia especulativa sobre las
otras dos ha sido eliminada,. no
queda en el hombre más que la· animalidad, que se. expande por
todo su ser, como manifiestan las costumbres contemporáneas y
la prohibición
-no hay otra palabra-que arroja, sobre la inte­
ligencia metafísica y la inteligencia
pol!tica, expulsándolas; la inc
teligencia técnica. Por doquier reina despóticamente el homo oeco­
nomicus. No hay más problemas para d hombre de hoy que los
de la economía. Y una vez que los problemas materiales· hayan
sido
resueltos, un nuevo paraíso se abrirá ante el hombre divini­
zado» ( 17).
He aquí cómo aparece el tipo hUlÍlano del «intelectual», aupado
a la cumbre
como modelo incomparable de éste tiempo nuestro,
al ser capaz
de dominar el nuevo dinamismo · de la inteligencia.
Se cree revestido de una misión augusta: lá de reformar las cos­
tumbres, cambiar las ideas y los gustos, proponer e imponer un
nuevo concepto del hombre, de la sociedad y del mundo, Por eso,
(16) ID., «La educación politiea», Verlió (Madrid); núm. 59 (1967),
págs: 644 y sigs.
(17) ID., «Autobiographie philosophique», loe cit., págs. 605'606. Cfr.
In., L'intelligence ·én péril di mort¡ Dion, 1987; .capítulo l.
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UIGUÉL 'A YfJSO
puede metamorfosearse en el «tecnócrata», en el «funciono.no» o
en el «infotmador».
El fenómeno de la «información defortnante»,
magistralmente analizado también por · De Corte, · encaja exacta­
mente en .este momento de la explicación. Veamos. Cada hundi:
miento del sistema que priva .al hombre de su diferencia específica
se compensa con un afinamiento en el arte del engaño, ~omo el
parásito
se ve obligado, para prolongar su existencia, a multiplicar
y perfeccionar los artificios. Del discurso del tribuno ante la mul­
titud hasta los medios de i:Omunicación de masas actuales, la
continuidad
es ininterrumpida: «Se trata siempre de dar una
fotma
pseud trata siempre de informar,. ·de revestir a los seres humanos de
manera que se les infunda la ilusión de la comunicación. Más exac­
tamerite, se .trata :de pensar, si 'todavía se puede utilizw esta pa­
labra, en su "lugar y· ·de, inocularles la apariencia de una opinión
colectiva, cuando
los manipuladores del sistetna actúan sobre los
reflejos condicionados que ellos,han montado y de. los que se han
asegurado
técnicamente ser los solos· amos» ( l&).
5. Un filósofo anUdemócrata,
La «información deformante», ·encargada de crear y sostener
artificialmente la -llamada «opinión pública», presenta un estre­
cho víuculo con la · sociología del fenómeno democrático: «Es la
sociología de este sistema en que se combinan el poder real de
una.
minoría y el poder imaginario de la mayoría, la que explica
el fenómeno de
la información deforinante» ( 19).-Así pues, esta­
mos ya en· condiciones. de internarnos por entre los recovecos de
su pensamiento·político que; también en este punto, encaja admi­
rablemente con sus desarrollos nucleares. Marce! de Corte ve
(18) In., «L'information comme dernier sacrement de la démocratie mo­
.derile•, L'Ordre Frani;alse (Párls), núm. 157 ,(1972), págs, 4 y sigs. Cfr.
In., «La información deformante», Verbo (Madrid), núm. 41 (1966), págs. 9-
27, y L'iiztélligence en pfril de moft> cit.:,.capítulo-3. ·,
(19) lo., ~La información defori:nante»-; lOc. ··cit., pág. 11.-
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MARCEL DE CORTE Y EL PENSAMIENTO POLITICO: .AN'l'IMODERNO
como el rasgo más caraterlstico de nuestra :época la destrucci6n de
lo social y su reabsorci6n
por lo colectivo. Lo socitit, cuando me­
nos, se nos muestra· con -una-existencia real~ son -las . sociedades
naturales (familia, ciudad, parroquia, regi6n, etc.). Existe, por
tanto, en la medida en que es orgánico, en que reúne seres con­
cretos, vinculánd@los pdr medio de relaciones de intercambio --en
este sentido el igualitarismo es siempre la muerte de lo social,
pues destruye
la posibilidad de ese intercambio-, de lazos de
sangre y espíritu.
La colectivo, en cambio, no existe más que en
la' imaginaci6n, no tiene otra existencia que · la de la imagen, que
reside en
el pensamiento. En donde la relaci6n· social ve desfa­
llecer su vitalidad, el colectivismo surge automáticamente como
:medio de representaci6n destinado a -servir de guía en un caos de
m6nadas sin cohesi6n, en el que los intercambios son reducidos
al m!nimo ( 20 ).
Principalmente · en L'.homme contre lui-,,,¿me ha analizado con
:tninticiosidad las diversas fases por que atraviesá · la patología de
la libertad: la crisis del buen sentido; la crisis de las. élites; la
decadencia de la noci6n · de felicidád y de · su realidad ; el maquia­
velismo de hecho que, aunque camuflado bajo un rousseaunismo
de derecho,
la política cohtetnporánea despliega para encarnar en
!~ existencia el mito del Progresó, etc. (21). El resultado es que
hO vivimos en ·una,·sociedad,':.en· un nouveau régime-·que haya
sustituido al ancien: nos hallamos en una auténtica «disociedad»,
en tránsito hacia la «termiteta» (22).
La democracia no es sino . la · encarnaci6n política concreta de
todo el COhglomerado de individualismo, igualitatismo y utopismo
qtie hetnos divisado. Al fin y al cabo maurrasiano, no puede dejar
de
contetnplarla cOmo una «religión»/' ¿Cuál es el fin de la dé­
moeracia moderna? De Corte no vacila: «Es la construcción de
una ·"sociedad» nueva donde cada individuo gozará dé, la más
completa libertad, donde sus conductas quedarán sin, obligación 1 • ' • '. ' ' ' •
(20) Cfr. In., Essai sur la fin d'une civüisation, cit., capítulo 3.
(21)
Cfr. In., L'hamme contre lui-m;me, cit., passim.
(22) Cfr. In., «De la sociedad :. 1a temiiteta pasando por la "disocie­
dad"», Verbo (Madrid), núm. 131-132 '(it915), .piigs:\93 'y sigs, ··
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MIGUEL A YUSO
ni sanción, donde. cada yo c<)nStituirá su propio absoluto. La de­
mocracia, por tanto, nunca está acabada; siempre hace falta más
democracia. No le basta al sistema con garantizar las hbertades,
le hace falta
---a través de una "contestación'' permanente de
todos los lazos naturales, semi-naturales e institucionales que unen
a los individuos entre
sí-crear con todas sus piezas un "mundo
nuevo", extendido a todo
el planeta y donde cada cual no depen­
derá sino
de los mandatos. de su conciencia autónoma. Mientras
haya en
el mundo hombres sujetos a otros, como quiera que sea,
no habrá verdadera
democracia, porque no habrá posibilidad para
cada uno de manifestarse según su libre decisión y en igualdad
de condiciones con los demás» (23 ). A la luz de estas palabras,
adquieren una
faz nueva -más allá de la pura verbosidad-los
slogans que insisten con tanta frecuencia en
la necesidad de «pro­
fundizar en la democratización». La democracia se aplica sin cesar
a
sustituir· a las autoridades naturales, .que no cesan tampoco de
brotar. No puede prescindirse impunemente de la naturaleza de
las cosas y siempre
permanece 4 tronco de la encina aunque por
momentos no pueda distinguírsele, sofocado como está bajo la
hiedra.
Las consecuencias son, por una parte, la volatilización del bien
común y, por otra, la propensión
al totalitarismo. El fin de la
sociedad civil .no es otro que el bien común, consistente en «un
orden, una ordenación recíproca de las partes entre sí que permite
sus intercambios, su ayuda mutua, su complementariedad». Todo
fo que favorece esta relación mutua pertenece al bien común: «El
bien: común es, por.tanto, todo ló.·que une, el tercio incluso qq.e
integra a los hombres entre sí, las relaciones de toda suerte que
los anudan a
lo largo de las sucesivas generaciones, las realidades
nd mensurables que amasan su vida en ·sociedad y que se perpe­
túan más allá de su breve existenda» (24). Resulta paradójico,
pero la aproximación. realista subraya «lo diferencial» en la so­
ciedad, para concluir en «la unión», sin la que se disgrega el orden
(23) ID., De la ;ustice, París, 1973, pág: 32.
(24) In., op. úl(·cit., págs.10.11.
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MARCEL DE CORTE Y EL PENSAMIENTO POLITICO ANTIMODERNO
social y político. En cambio, la democracia moderná, ferozmente
unificadora, recibe
su fundamento en el pluralismo disgregador, en
la «diferenciación» radical.
Mautras ya había observado que el
«liberalismo» mata las «libertades» (25), y
M.tdiran ha añadido
que, de igual modo, el «pluralismo» destruye la «pluralidad» (26).
Marce! de Corte
no se mueve en otra órbita. La democracia mo­
derna, pues, basada en la «diferenciación», se inhabilita para al­
canzar el bien común, caracterizado precisamente por la «unión».
En cuanto 'que es una idea,
un ente de razón '-en el que lo propio
es no existir sino en el pensamiento que la piensa, una especie de
representación
subjetiva-, viene a constituir una suerte de plasma
ideológico
en el que nadan los individuos, un mito que los engloba
en culto secreto que cada cual profesa de
sí mismo: «El bien co­
mún en democracia, si así puede hablarse, no puede ser sino la
propia democracia, que no une a los hombres más que por la
imaginación» (27).
La propensión al totalitarismo también está firmemente asen­
tada en
la obra del filósofo belga. Y, de nuevo, como en ocasiones
anteriores,
no por extendida en la escuela '<:olitrarrevolucionaria,
deja de destacar el rigor y la finura de De Corte en el desarro­
llo (28). Comienza sosteniendo que para el Estado
contemporáneo
y sus manipuladores «la democracia no es sino un mac¡uilláje, un
afeite, un adorno destinado a engañar a los últíi:nos devotos: de
una religión que ya expiró y que entró en su fase convencional de
rigidez ritualista».
¿Qué es dado encontrar, en nuestro siglo, bajo
(25) Cfr. CHARLES MAURRAs, «Libetalisme et libertés: démocratie et
peuple», en el.volumen La démocratie religeuse, Parls,_ 1921, págs.,393 y sigs.
(26) Cfr. JEAN MAnIRAN, «Vingt-cing ans», Itinéraires (París), núm. 250
(1981), págs. 3 y sigs.
(27) MARcEL DE CoRTE, op. últ. cit., pág. 35. Cfr. DANILO . CAsTELLA·
NO, «Democrazia moderna e bene comune»·, Diritto e· Societa (Pad.ua), :tiÚin.
2/1985, págs. 265 y sigs, La versi6n francesa de este ensayo vio la luz en
el-número de los Cabíers de 1a ReVue·-de.·Philoropbie Anciehne, de1a Uni­
versidad de Lieja, publicado-en honor de Marcel de Q:>rte.
(28) Cfr. MIGUEL AYlJso, «El totalit~rismo democrático», Verbo (Ma­
dri), núm. 219-220 (1983), págs. 1165 y sigs., con abundante cita de textos
de nuestro autor.
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MIGUEL A. YUSO ·
este caparazón del Estado? La disociedad, la sociedad de masas,
Una «sociedad» -segón antes hemos pergeñado--que nada debe
ya a los impulsos originarios de la naturaleza social del hombre,
definida
por la· simple yuxtaposición de .sus de_svitalizados y ho,
mogeneizados .miembros. Lo que ocurre es que, colocado ante
una colectividad donde
ya no hay comunidades , naturales sino in­
dividuos, el Estado adquiere una
i,xtensión ilimitada. Un Estado
que corona una
disociedad está fatalmente aboi;:ado ,a ser, él solo,
toda
la sociedad, y a asumir todas las. funciones sociales que la
naturaleza ha concedido al hombre: «Salta a la vista que el cre­
cimiento del Estado totalitario es correlativo al declive de la edu.
cación política
quetiene su asiento en las comunidades naturales.
En éstas se articulan el complemento de la ra:ron y de la vi;,lun-.
tad con los impulsos de la naturaleza y se contraen hábitos, com­
portamientos típicos, conductas sumisas a normas bien cognosci,
bles que logran que los actos de cada uno de sus miembros puedan
ser previstos por los demás y que reine entre ellas un cierto orden
en forma permanente, mientras las relaciones sociales
se fundan ' '
en la seguridad de que el asociado no engañará a su socio. ( ... ).
Cuanto más .constantes y arraigados sean los usos y costumbres,
tal como
es nonru¡ en las asociaciones donde la. naturaleza posee
la iniciativa,
·l!leDOs podrá lanzarse el poder soberano en la carrera
hacia
el absolutismo que le es caracteristico cuando queda aban­
donado a sus propias
fuerzas» (29).
Si la· esencia del totalitarism'? reside. en la omniestaralidad,
no hay dificultad en predicar de la democracia su carácter totali­
tario. Así lo
expresa De Corte, en un texto que ha gravitado sobre
nuestro equipo intelectual con fuerza
durante mucho tiempo y
al que seguimos adhiriéndonos: «Todo Estado construido sobre
las comunidades naturales y sobre la educación que ellas difunden,
ve así reducido su poder.a su justa medida; y este
poder es pocas
veces sentido como una fuerza exterior a los · ciudadanos. Por el
contrario, todo Estado sin sociedad
es automáticamente un Esta­
do coercitivo,
polícíaco, armado con un arsenal de leyes y regla-
(29) MARCEL DE CoRTE, «La educación política», loe. cit., pág. 643.
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MARCEL DE CORTE Y EL PENSAMIENTO POLITICO-.AN'J:IMQDERNO
mentas con los que. se encarga de dar un sentido a las imprevisi­
bles y aberrantes conductas de los individuos. Su tendencia al
totalitarismo está
en proporción ditecta a la debilitación de .las
comunidades naturales, la ruina de las costumbres, al desmorona­
miento de la educación .. En el· lúnite, "el grueso animal" político
del que nos habla Platón,
el terrorífico Leviathan social que co­
nocemos, sustituye a las autoridades moderadoras que impruden­
temente han sido
diminadas por una Constitución o una legislación
insensata» (30).
El profesor Marce! de Corte, por tanto, extrae las últimas con­
secuencias de su filosofía· católica, de manera que el moralista de
la tradición clásica y
el filósofo aristotélico-tomista se convierte
en'
sociólogo contrarrevolucionario y en politólogo maurrasiano.
El antimoderno metafísico, gnoseológico y moral es también un
antimoderno social y político. Y no sólo
nmcho más petseverante
que quien hizo famosa la rúbrica, sino también mucho más
de­
purado y sagaz. Marce! de Corte, así, se inscribe en la escuela de
Maurras
y, como alumno aventajado, es capaz de resolver las
aporías que encierra el pensamiento del maestro, supetando las
dificultades, integrando las debilidades y extrayendo en todo
mo­
mento sus veneros más ricos. Eludiendo también el riesgo en que
más de una
vez ha incurrido la escuela del psitacismo maurrasiano
--el discernimiento, insuperable, es de nuevo de Jean Madiran­
de seguir en sentido inverso el camino de Maurras, esto es, en
lugar de ir, como él, del «politique d'abord» a la conversión, ha­
ciendo retroceder a los católicos de la fe vivida en Jesucristo hasta
el «politique d'abord» (31).
6. Ante el misterio de la crisis posconciliar.
También en este último punto, que no dejaré sino apuntado,
pues su tratamiento adecuado
requeriría. de una mayor extensión
(30) ID., loe últ. dt., pág. 644.
(31) .Cfr. JBAN MA»IRAN, Brasilla Maurras, París, 1992.
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MJGÚEL A YUSO
de la que dispongo, De Corte,es un militante de Itinéraires. Con
Madiran y con Salieron. Con Thibon. y Cor,ao. Con Michel . de
Saint-Pierre. Y con tantos .otros que sufrieron .en sus carnes -,-sin
metáfora
alguna, pues en verdad que fue un dolor que Jes entró
hasta
el hondón del alma (32)-.-. la crisis provocada por el Con­
cilio Vaticano Il. Como dios hubo de seguir el camino de la
resistencia tanto como el de la fidelidad, y padecer la descalifica­
ción
por «integrista». Como ellos, hizo frente a la «herejía del
sigld
XX»: defendió la misa tradicional, criticó el marasmo cate­
quético, se encaró con el «culto del hombre», combatió las ten­
dencias ecumenistas y sostuvo la doctrina tradicional frente a la
quiebra de
la libertad religiosa {33). Con él se nos va -¿cuántos
van ya?-otro de los baluartes más firmes de las cosmovisión
católica tradicional. Tras haber combatido el buen combate, des­
canse en paz el viejo· maestro.
(32) Cfr. MARCEL DB CoRTB, «Autobiographie :philosophique», loe. ·cit.,
pág. 607, donde, a propósito de repasar sus ensayos sobre la revolución
conciliar, escribe: «Sintetizarlos
haría demasiado mal a lo que de más pro­
fundo hay en nú. A la .edad. que tengo,-:UD tal sufrimiento es: insoportable».
(33) Cfr. In., «Diagnostic
du progressisme», Itinéraires (París), núm. 99
(1966), págs. 123 Y. sigs.; In., «Supplément a l'Hérésie des Evequ&», Itiné­
raires (París); n6m. 131 · (1969), págs. 251 y sig.; In., «La grande hérésie»,
Itinérairés (París), núm. 159 y 160 (1972), págs. 10 y sigs. y 103 y sigs.;
In., De la iustice, cit., págs. 78 y sigs.; In., «Quand le catholicisme n'est
plus
un ordre», La Revue Universelle (París). núm. 1/1974, págs. 59 y sigs.;
In., ·«Prefáce ·de la nouvelle éditión»~, del libro L'itelligence en pérü de
mort,
cit., págs, 18 y sigs.
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