Índice de contenidos

Número 327-328

Serie XXXIII

Volver
  • Índice

Andrés Ortega: La razón de Europa

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
rodean a la bioética (abuso, manipulación, mala práctica ... ), y
al mismo tiempo fundamenta los principios que deben inspirarla
dentro de una sociedad que verdaderamente tienda al bien común
y que esté al servicio de
la persona.
CARMEN Foz. DE LA CrGOÑA.
Andrés Ortega: LA RAZON DE EUROPA (*)
El libro que aquí se trae a las páginas de Verbo no lo es en
modo alguno por consonancia con nuestro hogar intelectual. Al
contrario, la posición del autor es de racionalismo y laicismo
ab­
solutos. La oportunidad de esta recensión viene, sin embargo,
motivada por la excepcional competencia y brillantez con que
Andrés Ortega ha reflexionado sobre la integración europea,
ma­
teria cuyo tratamiento, en España y fuera de ella, sufre por lo
general de ligereza y de· lugares comunes, o bien, en el otro ex­
tremo, de la barbarie de la especialización. A mi modo de ver se
trata de una obra recomendable, e incluso indispensable, para
quienes, conscientes del punto central que la integración
europe.a
ocupa en nuestra circunstancia histórica, quieran reunir sólidos
elementos de hecho sobre los que proyectar una valoración católica
y
española. Información sobre la Unión Europea hay mucha ( ex­
cesiva para ser abarcable, y confusa para los no especialistas), es
también muy rica la doctrina sobre los correspondientes aspectos
jurídicos y organizativos, pero escasean
las · síntesis a la vez bien
informadas
y sugerentes. Esta sin duda lo es. ·
Nacido en Madrid en 1954, Andrés Ortega Klein es nieto de
José Ortega y Gasset, y a lo largo de
La razón de Europá da
abundantes muestras. no
ya de ese parentesco carnal, sino de su
familiaridad intelectual con
los textos del filósofo madrileño. Tras
especializarse en Relaciones Interoacionales en
la London School
of Economics,
fue corresponsal del diario El Pais en Londres y
Bruselas, y trabajó después en Madrid en la sección internacional
de dicho
diaro. Asesor en 1989 de Francisco Fernández Ordóñez
( entonces y hasta
casi su muerte Ministro de Asuntos Exteriores),
trabaja desde 1990 en el Departamento de Estudios del Gabinete
de la Presidencia del Gobierno, habiendo sido promovido en julio
del presente año 1994 al cargo de Director de dicho Departamento.
(*) ANDRÉS ÜRTEGA KLEIN, La raz6n de Europa, ci:l. El País-Aguilar,
Madrid, 1994, 251 págs., con prólogo de Miguel Herrero de Miñ6n.
875
Fundaci\363n Speiro

INFORMACION BlBLIOGRA.FlCA
. El autor comienza sus reflexiones situando a Europa frente a
un nuevo entresiglos, que parece haberse abierto desde 1989 con
el derrumbe del bloque comunista, y que «augura un nuevo ciclo
histórico»: «Como otros anteriores, recuérdense
.los de 1589-1618,
1789-1815, o el más pacífico para Europa de 1870 a
1914-,
este entresiglos viene cargado de peligros y de oportunidades. Esta
nueva fase
-¿de nuevo de tres decenios?-ofrece a Europa una
oportunidad de constituirse en una nueva forma política, marco
a la
vez de convivencia y de nuevas formas. de poder, y que, bien
llevada, puede suponer recuperación de capacidad política para
los europeos. Ahora bien, Europa
también corre el peligro de
avanzar en sentido contrario
y destejer lo que con dificultad y
paciencia se ha venido tejiendo
en los últimos cuatro decenios de
construcción europea» (pág. 17). Hay ya desde aquí una afirma­
ción esencial,
extensamente desarrollada a lo largo del libro: la
Unión Europea
es. una forma política nueva, irreconducible a nin­
guna de
las categorías clásicas (sea el Estado, incluso federal, o
la Confederación), y
es una nueva forma política que, lejos de
privar de capacidad de acción a sus miembros,
puede suponer para
ellos recuperación
de la misma. Para .la Uni6n Europea ( que con­
tiene en
sí a la Comunidad -,,ntes Económica-Europea fun­
dada en 1957) se abre
eri este fin de siglo la alternativa entre
reforzamiento o dilución, sin que sea factible elegir la inmovi­
lidad,
ya que, según el conocido símil de la bicicleta, o la inte­
gración europea avanza
o se cae, «o crece o muere». El libro de
Ortega es un convencido y documentado alegato a favor 'de la
integración, «ahora bien alejado tanto de
un antieuropeísmo tra'.
dicionalista como de una ·beatería europeísta» (pág. 19). Volveré
lógicamente, al' final de esta recensión, sobre el «antieuropeísmo
tradicionalista».
Con frecuencia se ha comparado a la integración europea con
el nacimiento· de los Estados Unidos
de América. Se trata, sin
embargo, de una comparación disparatada
.. Aquél fue «un pro­
ceso de construcción de una nación
y de un Estado. No es éste el
caso de Europa» (pág. 23
). Como escribió De Gaulle en sus Me­
morias de Esperanza, «¿en qué. profundidad de ilusiones habría
que caer para pensar que las naciones europeas. forjadas a lo
largo de los siglos por innumerables esfuerzos y dolores, teniendo
cadá una su geografía, s.u historia, su lengua, sus ti-adiciones,
podrían cesar de ser ellas mismas y formar una sola?» (citado en
pág. 110). _
Lejos de toda pretensión aniquiladora
de las antiguas nacio­
nes europeas
y de sus expresiones políticas, y como subraya He-
876
Fundaci\363n Speiro

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
rrero de Miñón al prologar .el .libro de Andrés Orrega, «esta fun­
ción europea sólo es posible porque la integración no se contempla
como una federación
alienante, sino como un sistema político
paraestatal, en el
cual los viejos Estados europeos serían cosobe­
ranos hacia la
unión y estrategas respecto de sus propias socieda­
des» (pág. 12).
La integración·europea quiere ser un multiplicador
de poder, que
permita a los Estados miembros ejercer mayor
influencia en un mundo postcolonial donde cada
vez pesan más
potencias extraeuropeas
(nd sólo los Estados Unidos y el Japón).
Se responde así a ambiciones (básicamente económicas, añado yo)
nacionales, pero con la novedad de que tales ambiciones pueden
cumplirse mejor con la integración. Merced a este
artefacto po­
lítico, se concentra el poder de los Estados separados, en lugar
de transferirse poderes a un órgano central
(pág. 47). Siendo esto
así, «se
da la paradoja de que los Estados miembros, en algunos
terrenos, ceden
más en términos de competencias y de armoniza­
ción jurídica que los Estados federados al Gobierno central en
los Estados Unidos» (pág. 74).
El mecanismo institucional de
.ese artefacto no responde en
al:,soluto al moderno esquema formal de división de poderes. Es
un mecanismo de complejidad bizantina, que Andrés Ortega des­
cribe a lo largo del libro y especialmente en un epígrafe titulado
«Las
.sombras de Montesquieu», desconocedor de las luces que
entre nosotros Vallet
de Goytisolo ha arrojado sobre la .verdadera
significación de
la obra. del magistrado bordelés ( 1 ). Para ser muy
breves, el .impulso. político parte. del Consejo Europeo, integrado
por los Jefes de Gobierno (Presidente de la República en el caso
Francia), que
se reúnen al menos dos veces al año; el poder or­
dinario ( tanto ejecutivo como legislativo) reside fundamentalmente
en
el Consejo de la Unión, donde los Gobiernos. de los Estados
negocian sin cesar, estando ese poder
funda;nental limitado bási­
camente por el monopolio de iniciativa legislativa conferido a
la
Comisión Europea { que también dispone de ciertas competencias
de ejecución);
el. papel del Parlamento Europeo es marginal (aun­
que creciente), y
el Tribunal de Justicia desarroila una activísima
labor de
creación del Derecbo comunitario. . ·
Dado el peso preponderante del Consejo de la Unión, donde
(1) JuAN VALLET DE GoYTisoLo, Montesquieu: Leyes, gobiernos y po­
deres,
ed. Cívítas, Madrid, 1986. Siendo ·desde luego ajeno el esquema ins-
titucional comunitario al· modelo que vulgar y erróneamente ·se atribuye a
Montesquieu (la llamada separación ~ -poderes), no me parece en cambio
segurq que deba enjuiciarse hoy dicho .esquema según los genuinos principios
d~ aquél (cuyo lugar propio no .es el orden supranacional), tal .como _han
sido-elucidados por Vallet-·y sus precedéntes doctrinales.
877
Fundaci\363n Speiro

lNFORMACION BlBLIOGRAFICA.
se confunden las funciones legislativa y ejecutiva, se ha llegado a
afirmat que la integración comunitaria «transfiere menos poder
de
las capitales nacionales a Bruselas, que del Legislativo al Eje­
cutivo
en París, Roma o Copenhagne» ( citado en pág. 58 ). La
Unión Europea es básicamente el reino de
las burocracias, tanto
las Administraciones nacionales como la Comisión Europea, pero
quizá sobre todo aquéllas: a pesat de «los ataques contta la
bu­
rocracia de Bruselas y su supuesto gigantismo, en el conjunto de
las instituciones comunitarias trabajan 24.000 personas ( 14.500 en
la Comisión).
Es decir, la mitad de las que trabajan en el Minis­
terio de Economía en España, o las mismas que en la administra­
ción local de Madrid (Ayuntamiento
y Comunidad}» (pág. 104).
La Unión Europea es pues ajena al modelo democrático-cons­
titucional
clásico. «Si la política en· democracia es, al menos en
patte, el juego entte gobierno
y oposición -'institucionalización
de la precatiedad' que la llama
Luhmann-este código no se da
en Europa, en la construcción europea, o al menos no se da aún.
El concepto de oposición resulta prácticamente inexistente en este
contexto, e incluso el de izquierda
y derecha» (pág. 99). La legi­
timidad de la construcción europea reside esencialmente, dice
Andrés Ortega, no en la democracia, sino en «una doble eficien­
cia: la económica (crecimiento
y bienestat} y la política (convi­
vencia
y paz)» (pág. 95). Es justamente este criterio de eficiencia
el que justifica la «excepción al principio democrático» que su­
pone atribuir en exclusiva la dirección de la polltica monetaria
al futuro Banco Central Europeo, y no a responsables políticos.
Estamos pues ante una nueva organización del poder, de
tendencia tecnocrática, siendd el resultado de tal proceso una nue­
va comunidad política, superpuesta sobre las preexistentes.
Se
produce así el desdibujamiento de las fronteras, la sustitución del
moderno monismo estatal
por una suerte de pluralismo funcional.
Algo que, no desde luegd en cuanto
al sustrato espiritual, pero
sf al menos formalmente, conecta con las tesis anti-estatistas del
pensamiento tradicional,
y en especial con la teoría politica de
Alvato d'Ors. Es curioso que. en este sentido, Andrés Ortega no
de autoridad para diferentes propósitos
-hoy, esto se llama sub­
sidiatiedad-, la variedad de actores, lealtades y rivalidades, junto
a otros elementos,
nos lleva a pensar en la Alta Edad Media con
sus príncipes, duques, obispos, etcétera, sólo que
'sin Papa y sin
Emperador, aunque un
emperador externo podrían ser los Esta­
dos Unidos o
el nuevo Papa el secretatio general de las Naciones
Unidas.
Ya Renan en el siglo pasado afirmaba que 'el principio
878
Fundaci\363n Speiro

INFORMA.CION BIBLIOGRA.FICA
de · la federación . europea puede ofrecer una base de mediación
parecida a la que ofrecía la Iglesia en la Edad Media'». (pág: 49 ).
Llama singularmente la atención la confesada sustitución de Roma
por Nueva York, algo mucho más profundo que un divertimento
o
símil ingenioso. Y en otro lugar: «Una posible solución, que
se vislumbra en línea con una tradición del derecho medieval
recuperada después por los austro-marxistas Otto Bauer y Karl
Renner,
es que los derechos sean personales y no territoriales»
(pág. 107).
No hay
.duda para el autor sobre el fondo espiritual de este
proceso (pág. 156
): Europa «está construida sobre la laicidad, lo
que constituye una diferencia fundamental respecto a los Estados
Unidos»; «en el albor del año 2000
se dibuja una Europa "reuni­
ficada en el plano religioso, pero a través de la indiferencia'»; y
ello
por mucho que «contra esto se ha alzado el pontificado de
Juan Pablo
II, para el cual la identidad europea no puede con­
vertirse en un
objetivo verdaderamente laico, sino que requiere
una 'resacralizaci6n'».
Sin contenido religioso, Andtés Ortega ve también a la Unión
Europea sin ambiciones geopolíticas,
más allá de los intereses
económicos: «La voluntad
de actuación se ve limitada en Europa
por
el hecho de ser democracias, y la no inclinación a embarcarse
de nuevo en aventuras que tengan un tinte
colonial. Al final de
este proceso, Europa,
la Unión Europea, podría parecerse más a
una gran Suecia o una gran Suiza ( son modelos
muy distintos)
que a los Estados Unidos de América» (pág. 211
). La trayectoria
que
se propone no es pues la de una ambiciosa misión mundial,
sino
la de un próspero espacio de seguridad y tolerancia, no el
Imperio Británico sino la Pequeña Inglaterra. Pero: «Abraham
Lincoln
ya decía que un Estado necesita de arreos para asegurar
que la población se identifique con él. La identificación es difícil
con una Europa que carece de símbolos. Ninguna bandera tiene
dramatismo
si no se ha bañado en sangre. Ningún hinmo si no
ha servido para luchar» (pág. 106
).
El efecto de esta nueva forma política sobre los países miem­
bros será distinto según los casos. «A Alemania le va este pro­
ceso de integración europea.
No se debilita con él. Alemania es
fuerte en su concepto de nación» (pág. 164 ), hay que añadir ba­
sado en la lengua, la raza, la cultura, mucho antes de que existiera
un único
Estado alemán. «Su concepto de nación le permite una
integración europea fuerte
sin que la identidad alemana se vea
amenazada. Por el contrario, afirma
Joel Reman, 'la integración
europea
amenaza directamente a la identidad francesa que es ante
~79
Fundaci\363n Speiro

JNFORMACION BIBLIOGRAFICA
todo política'» (pág. 109). En cuanto a nuestta patria, «la pel'S­
pectiva de la construcción europea es un factot que contribuye
hoy a la unidad de .España»
(pág. 219). Me parece cierto que,
habiendo abandonado
la misión católica, fundamento de su unidad
no sólo pata
el pensamiento tradicional sino también a los ojos
de los
demás poseedores de nuestta historia ( ver la España inte­
ligible
(2) de Juián Marías), España ha encontrado por el mo­
mento en el proceso europeo, merced al papel insustituible que
los Estados juegan en él, nuevas razones para existir. como tal.
Pero se plantea
la pregunta de si, a latgo plazo, una España desa­
rraigada podrá resistir una integración europea fuerte, con el solo
apoyo firme de su entidad administrativa como pieza del engra­
naje institucional de
la Unión.
En total coherencia con su posición de politólogo racionalista,
guiado fundamentalmente por el pensamiento abstracto y no por
la piedad histórica (Herrero de Miñón trae a cuent() en su prólogo
la contraposición pascaliana entre el «espíritu de geometría» y
la «finura
de espíritu»), Andrés Ortega contempla con aproba­
ción
la eventual extensión del modelo europeo al nivel mundial:
«La soberanía
compattida es un elemento característico del proceso
de construcción europea,
pero no tiene por qué limitatse a éste,
y
de· hecho podría tender a aplical'Se crecientemente a asuntos de
mayor
ámbito, incluso planetario» (pág. 52). Tratándose de la
futura moneda única (el ecu ),; por dos veces !le afirma que podría
dar pronto paso a un sistema monetario mundial (págs. 136 y
194). Por
lo tanto, así vista. (cabe igualmente el propósito con­
trario), la integración eurQpea no constituye una alternativa o
protección frente a
fa tecnocracia planetaria, sino quizá úna fase
previa en dicha dirección.
No
pa;ece oportuno recoger aquí, ni siquiera en apretada sín­
tesis, algunas ideas sobre .todos y cada uno de los variados asun­
tos a los que· el autor pasa revista, a la vez con datos abundantes,
seriedad intelectua.l y estilo
desenvuelto. Baste con reproducir el
título de algunos de
los capítulos y epígrafes: «Viento en el Este,
viento en el Oeste»,
«De geometrías v velocidades», «Las regio­
nes y Europa», «El malestar cjeLbienestar», «¿Qué le quedará a
un Gobierno?»,
«JJeutschland, un4 alles», «El Sur: ¿eje vecino
a socio?»; y para terminar, a modo de conclusión, «La razón
europea de España», condensada· por el autor. en los objetivos
(2) JuLIÁN MARÍAS, España inteligible, ed. Alianz.a Editorial, Madrid,
1985,. Aunque su coherencia interpretativa quiebra al llegar a los siglos XIX
y xx, donde se ignoran o certsuran los empeños de .fidelidad política a la
trayettoria cristiana de Fspaña. -·
ll80
Fundaci\363n Speiro

INFORMA.CION BJBUOG.RAFICA
neoilustrados de democracia, modernización, bienestar económico
y recuperación de influencia internacional.
No puedo dejar de señalar, al lado· de tanta solidez
y tantos
aciertos expositivos al servicio
de las tesis racionalistas, el aspecto
cómico que introduce la repetida cita como· autoridad de textos
o discursos de Felipe González, quizá escritos
en su día por el
propio Andrés Ortega o por otros expertos del Gabinete de la
Presidencia del Gobierno. Nadie ignora la excelencia de González
en las artes exigidas por nuestro moderno Estado de partidos, y
puede debatirse sobre
el juicio práctico que merezcan las diversas
facetas de su gobierno, pero resulta desde luego sorprendente
en­
contrarle citado en compañía de Raymond Aron, Ralf Dahreudorf,
Maurice Duverger y Manuel Garda-Pelayo, entre
los teóricos,
o de Charles. de Gaulle y
Helmut Schmidt, entre los estadistas.
Sin que necesariamente haya
un vínculo entre lo mio y lo otro,
ya he mencionado que desde el ines de julió del presente año 1994,
después de publicado su libro, Andrés Ortega
ha sido promovido
al cargo de Director del Departamento de Estudios del Gabinete
de la Presidencia del Gobierno.
Decía al principio de esta recensión que el libro de Ortega
permite reunir sólidos elementos de hecho sobre los que proyectar
una valoración católica y española. No
voy a extendermé aquí en
esa cuestión compleja e importantísima, respecto de la cual son
¡,ocas mis certidumbres. Quizá otros estén mejor equipados para
articular con
el pensamiento tradicional la riqueza de información
y sugerencias que
La razón de Europa contiene. Me ceñiré por
mi parte a algunas breves reflexiones de cierre.
· El autor se refiere de pasada, como ya he dicho, al «antieuro­
peísmo tradicionalista» (pág. 19). Es claro que, como ha explicado
Miguel Ayuso reiteradamente
y en último lugar en su monografía
sobre
La filosofía ;uridica y política de Francisco Elias de Teia­
da (3 ), ese antieuropeísmo ha sido válido en España, y preciso
yo ( creo que sin traicionar su síntesis), no por razones esenciales
(habría en ello insulto
al común origen y a la diversa tradición
católica de otras patrias europeas),
pero sí por circunstancia his­
tórica. En efecto, desde hace ya .mucho tiempo, con seguridad
desde comienzos de este siglo y con un impulso definitivo
tras ra
muerte de Franco en 1975, se nos ha presentado «con el nombre
de
europeitmo o europeización el ideal de incorporamos a lá
(3) MIGUEL Aroso ToRRBS, La. filoso/ia jurídica y polttica de Francisco
Elías de T e¡ada1 ed. Fundación Francisco Elías de Tejada y Erasmo Percopo1 Madrid,· 1994;-dr-. en ·pattléular-el epígmfe ·«España frente a ·Europa»,
págs. 249-268. · ·
881
Fundaci\363n Speiro

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
Europa moderna, coexistente y religiosamente neutra, abando­
nandd
el sentido de nuestro pasado, fiel siempre a la unidad po­
lítico-religiosa de la catolicidad» ( 4 ). No hay duda sobre ello, y
así lo recoge Andrés Ortega, es obvio que
en clave opuesta:. «La
participación en la integración europea como factor de moderni­
zación del país
es un elemento esencial de la razón europea de
Espafia, presente
ya en los debates sobre Europa en el anterior
entresiglos en Espafia, planteado en la sentencia orteguiana de que
'España
es el problema, Etiropa la solución'» (pág. 220).
Ahora bien, como el propio Miguel A yuso no
ha podido dejar
de subrayar, al convertirse España
al «nivel europeo», ha cedido
el interés de lo anterior. Europa sigue sin duda presente como
modelo laicista, pero
es ya un modelo interiorizado, y están tam­
bién dentro de Espafia las causas y
los resultados de la apostasía
político-religiosa. No hay
ya contraposición profunda entre Es­
paña y la Europa dominante ( o si se prefiere, más radicalmente,
entre España y Europa), aunque subsistan diferencias de
grado.
Es forzoso por ello plantear en otros términos la cuestión europea.
La Unión Europea es sobre todo, hoy por hoy, una técnica
de ejercicio conjunto del poder político,
un sistema de goberna­
ción para hacer frente en común a
los retos de un mundo donde
los pueblos y Estados europeos no son
ya hegemónicos. Está por
ver que
el proceso pueda asentarse, de modo pues efectivo y
duradero, sin derivar hacia
la sustitución real (aunque no nomi­
nal) de los viejos Estados nacionales por la Unión
(Imperium),
o al contrario hacia la dilución en una simple zona de libre co­
mercio y de cooperación intergubemamental. Y desde luego
que su contenido material
es actualmente el de una tecnodemo­
craciá, orientada por y hacia el mercado, religiosamente neutra,
a la vez reflejo y alimento de los mismos rasgos presentes en los
países miembros (entre ellos España). No
obstante, en el otro lado
de la
balanza, y como ya he seiialado más arriba, el eventual na­
cimiento de una nueva comunidad política ( capaz de acción uni­
versal), superpuesta
sobre las preexistentes, el desdibujamiento de
las fronteras, la sustitución del certado monismo estatal por una
suerte de pluralismo funcional, son todos ellos elementos que no
dejan de traernos ecos del pensamiento tradicional.
Quién sabe si esta
técnica de la gobernación en común, tra­
bajosamente elaborada desdé
la célebre Declaración Schuman del
9 de mayo de 1950, no podrá servir en otra circunstancia histórica
(4) RAFAEL GAMBRA, «Comunidad o coexiStencia», en Verba, núms. 101-
102 (1972), pág. 52. .
882
Fundaci\363n Speiro

INFORMACION BIBLIOGRAFICA.
a otros fines y a otros protagonistas, por ejemplo, a los pueblos
y Estados hispánicos o católicos o latinos; o a una regeneración
de Europa que respiraría entonces, como gusta decir Juan Pablo
II,
por sus dos pulmones (Oriente y Oocidente). Siempre ha llamado
mi atención la frecuente mezcolanza que muchos protestantes ( sin­
gularmente
los británicos, pero también holandeses o escandina­
vos) hacen del horror antirromano
y de la oposición a una mayor
integración europea, así como la resonancia carolingia del eje fran­
co-alemán que es central en este proceso. Puede
existir para Es­
paña, negadora hoy de lo esencial
de su pasado, una razón europea
distinta de la neoilustrada o postmoderna. Como la semilla del
Reino de Dios,
la Historia crece a menudo bajo tierra, oculta a
la conciencia y voluntad de sus actores.
Pero quiero detenerme
aquí, poner lastre y freno a estas con­
jeturas, y volver a la obra de Andrés Orrega. Terminaré estas
líneas con la misma cita de las Memorias de Jean Monnet con
que el autor concluye su libro: «Nadie puede hoy decimos
la for­
ma que tendrá la Europa en la que viviremos mañana, pues el
cambio que nacerá del cambio es imprevisible».
JUAN MANUEL ROZAS.
Jesús López Medel: CONSTITUCION, DEMOCRACIA
Y
ENSEJl En el número 279-280 de Verbo, correspondiente a noviem­
bre-diciembre de 1989, publicamos una
recensión bibliográfica de
la obra de Jesús L6pez Medel, titulada Enseñanza de la religi6n
en una sociedad democrática, editada por TAU, Sección General,
Avila, 1989. El libro que ahora reseñamos, es una segunda edi­
ción del anterior, a cuyo comentario nos remitimos.
En esta segunda edición, se amplían algunos conceptos, mati­
zando y actualizando reflexiones anteriores. Así, en el capítulo
VI
se incorpora el punto 3 sobre Ideologla y praxis de la escuela
marxista;
en el VII, sobre Documentos, se incluye el Curriculum
del
área de Religi6n Católica 1992 en sustitución del anterior es­
tudio de Gozzar sobre el tema, titulado L'Ora de Religione; y
en el capítulo de notas, pasados cuatro años de la primera edición
de la obra, tras el Tratado de Maastrich que da origen a
la Unión
Europea
-que con sus directrices puede afectar a leyes básicas,
(*) . Colección TAU, Avilá, 1994.
883
Fundaci\363n Speiro