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Número 373-374

Serie XXXVIII

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María Teresa Campo Muñoz: Un integrista contra el sistema. Pedro María Lagüera y Menezo (1817-1892)

INFORMkCIÓN BIBLIOGRÁFICA
María Teresa del Campo Muñoz: UN INTEGRISTA
CONTRA
EL SISTEMA.
PEDRO MARÍA LAGÜERA Y MENEZO (1817-1892) '"
Este interesante libro, de fácil lectura, forma parte de la
actual corriente historiográfica
que tiende a la recuperación de
la biografía, sin duda en cuanto clarificadora de la evolución de
los procesos históricos.
Esta investigación de María Teresa del Campo
se enmarca a
la vez
en la historia política y la historia de la Iglesia, tan inde­
pendientes ambas
en nuestra historia contemporánea.
Si ante el Ilmo. Pedro María Lagüera y Menezo, obispo de
Osma,
no fue fácil permanecer imparcial, el trabajo del histo­
riador
es intentarlo para ofrecer unos resultados objetivos. En el
presente caso, mientras se describe con acierto el quehacer anti­
liberal
de este prelado, la crítica se dirige hacia la posición doc­
trinal y práctica
que Lagüera representaba.
• • •
No es difícil que el investigador acabe simpatizando con su
biografiado, lo que no implica adoptar las posiciones historia­
das
del mismo. La exposición histórica de este libro es respe­
tuosa hacia el biografiado, aunque ciertos juicios subjetivos
-en cuanto tales más al/a de los datos bistórlcos-aúnen la
comprensión hacia
un Lagüera opuesto al radicalismo liberal
con la crítica que en su día los liberales moderados hicieron al
prelado. Aunque la autora defienda a Lagüera
de ciertos ataques
("') E?iciones Historia, Madrid, 1997, 358 págs.
Verbo, núm. 3'73-374 (1999), 359-393. 359
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protagonizados en su día por los liberales, el capitulo 20 conti­
núa e incluso agudiza la crítica de estos. En este sentido, parece
que lo concedido con una mano se quita con la otra.
Este libro presenta al
hombre con sus virtudes y sus limita­
ciones al hilo del acontecer histórico,
aunque no siempre en él
esté objetivamente delimitada la frontera
-en realidad confor­
me a juicios de valor
subjetivos-entre el defecto y la virtud,
de modo que quizá algunos de los considerados defectos pudie­
ran ser virtudes.
La caracterización psieol6gica y directa del Ilmo. Pedro María
Lagüera y Menezo,
que promete el interesante prólogo de Martín
Tejedor,
se desarrolla principalmente en el capitulo 20, al final del
libro. Sobre esta cuestión hay
que reconocer las evidentes difi­
cultades que adquiere la dimensión psicológica, siempre dificil
debido a la limitación de los tipos temperamentales y caracterio­
lógicos
y, sobre todo, a la complejidad interna de cada persona.
Entre los condicionantes de la personalidad de Lagüera la
autora
no clarifica lo que correspondía a su catolicismo (la Iglesia
no deseaba que la praxis y menos la doctrina católica se confun­
diese con la de
un partido politico), a su carlismo, a su tempera­
mento, y a
su ámbito de nacimiento, familia y educación. En efec­
to,
no debe confundirse la personalidad y temperamento "fuerte"
-autoritario-de Lagüera con la afirmación de autoridad basada
en las doctrinas católica y tradicionalista. Tampoco el carlismo se
reduda en España a la afirmación de la autoridad civil-que efec­
tivamente se unía a la defensa de las libertades
sociales-, aunque
Lagüera vinculase
-principalmente segün la autora-al carlismo
con la necesidad de frenar los errores de su época en materia reli­
giosa. Parece
que el integrismo final de Lagüera -en cuanto afec­
to al
partido integrista-, asi como sus posturas anteriores, se
debían fundamentalmente a factores diferentes a su psicología.
• • •
El libro consta de cuatro partes, la primera transversal y las
tres restantes cronológicas distribuidas
en las etapas siguientes:
de 1862 a 1868, desde
la Gloriosa hasta 1874, y desde la restau-
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ración alfonsina hasta 1892. Dichas tres partes son igualmente
interesantes, toda vez
que profundizan en el estudio de las ideas,
las creencias y valores, a través
de los documentos oficiales y pri­
vados del obispo
de Osma
El lector agradece los numerosos textos insertos en el libro,
necesarios tratándose de
un estudio de las creencias y mentalic
dades. Por lo general, son textos significativos, bien aprovecha­
dos,
que definen las diferentes posiciones y ofrecen el colorido
propio
de las disputas entre los contendientes. Su análisis hace al
trabajo moderadamente descriptivo y acertado,
en función de
una explicación general de las situaciones humanas y políticas.
Acierto es también
enmarcar al pro.tagontsta de la historia
en sus coordenadas espacio-temporales, repasando numerosos
as-pectos
de la política decimonónica, entre ellos los numero­
sos conflictos entre
la Iglesia y el Estado liberal. Al tratarse de
la historia viva de
un sucesor de los Apóstoles el lector puede
saborear, por ejemplo, la viveza de los debates en las Cortes, la
correspondencia privada entre el biografiado y el Nuncio, las
diferentes argumentaciones, etc. Sin embargo, resulta insufi­
ciente el estudio del importante conflicto provocado
por el ar­
tículo
11 de la Constitución de 1876, relativo a la tolerancia
parcial de cultos externos
no católicos, as! como la gran habili­
dad de Cánovas al ofrecer un ministerio al jefe de la Unión
Católica
-señor Pida!-, con el objeto de controlar y anular en
lo posible la oposición popular y de la Iglesia a dicho articulo
11. También
son muy interesantes y están llenos de amenidad,
los cap!tulos
5, 6 y 11 que utilizan como fuente los comentarios
manuscritos
y marginales del obtspo a la tendenciosa obra de
Pirala (págs. 79-112, 205-211).
• • •
Si sería largo de enumerar las virtudes de esta investi­
gación, perm!tasenos sin embargo realizar algunas precisiones
criticas.
Para ejemplo, seria deseable profundizar más en la intere­
sante capacidad
de gestión que manifestó el obispo de Osma
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INFORMACIÓN B/BUOGRÁFICA
(págs. 39, 65), pues Lagüera no sólo fµe un eficaz oponente al li­
beralismo, sino que fue un verdadero organizador en su diócesis.
Algunas introducciones a diferentes capítulos siguen ciertos
tópicos al uso (v. gr., págs. 99-103, 115-117). Asimismo, a veces se
adoptan sin critica ciertas afirmaciones, a nuestro parecer desen­
focadas, de algunos autores, por ejemplo del libro de Javier
Herrero,
Los orígenes del pensamiento reaccionario español
(2.' ed., 1988).
Se advierte cierta imprecisión terminológica que puede dar
lugar a equívocos, relativa a la personalidad de Lagüera y a las
posturas
que él defendió: apasionamiento, dogmatismo, extre­
mismo, reacción, absolutismo, rigidez, intolerancia, rudeza y
"descarnamiento", cierto egocentrismo, "seguridad aplastante en
sí mismo" (pág. 128).
En realidad, si algunos
de estos adjetivos pueden provocar
emociones diferentes
según el lector y la materia tratada, también
son válidos para los liberales opuestos a Lagüera. Un epíteto raro
es el de "ultracarlista", aunque no se aplique al prelado (pág. 161).
En la refutación
de Lagúera al discurso de Morayta en 1885
(págs. 287-288)
debe advertirse que el obispo de Osma no era
una excepción en su tiempo, y que Morayta partía más de una
posición racionalista que de la demostración cientffica de sus afir­
maciones.
Aunque prevalezca la exposición -siempre muy interesan­
te----histórica, la autora realiza frecuentes juicios de valor-que a
veces creo sin
fundamento-, distanciándose así críticamente de
la actuación del personaje biografiado, algo quizá innecesario
en
un libro de historia. Sería largo de enumerar tales juicios. Con rela­
tiva frecuencia
-quizás por distanciamiento hacia el biografiado
y para ofrecer
una imagen crítica-la autora parte de lo que con-·
sidera puntos flacos de Lagüera. A veces dichos juicios se extien­
den a otros obispos, por ejemplo al considerar "cerrazón" a la
actitud de los obispos españoles hacia lo que ocurría en Europa
(pág.
57) -término este, por otra parte, del todo impreciso-. En
una segunda edición, y sea dicho con toda deferencia hacia el tra­
bajo comentado, conviene revisar la relativa confusión entre la crí­
tica histórica y el juicio personal y subjetivo del historiador.
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Observo diversas conjitsiones conceptuales. As!, se confunde
el llamado integrismo (pág. 158)
con la integridad católica de la
Iglesia
-dogmática y también práctica-tanto de Pio IX como
de León
XIII. Se !fa el integrismo -partido que nace en 1882-
con el carlismo y la defensa -completa e intransigente-de
unos postulados contrapuestos a la revolución liberal. Se reduce
el integrismo a la parte católica como si su talante no fuese apli­
cable a los liberales. Se confunde la oposición al liberalismo
con
el deseo de volver al Antiguo Régimen; la monarquía defendida
por los carlistas con la teocracia y el absolutismo (respecto a este
término véase el rotundo rechazo
por Lagüera, pág. 88, y los
diputados y oradores políticos carlistas,
as! como su evolución y
diferentes acepciones); y al carlismo con el ultraconservadurismo.
As!, se ignora la apuesta del carlismo por la cuestión social, su
defensa de las libertades individuales -no liberales-y sociales,
y el
hecho de que los carlistas no sólo se encontrasen en el
mundo rural sino también las ciudades (pág. 240), o bien que los
hubiese
en el mundo de los negocios.
La llamada progresiva liberalización de don Carlos (págs.
239-244) sólo
puede ser afirmada desde el punto de vista del
partido integrista. Asimismo, seria interesante recordar cómo
se realizaban las elecciones en el siglo XIX, lo que permitirla valo­
rar adecuadamente la presencia del carlismo
en la sociedad
(págs. 239 y sigs.). Afirmar
que interesadamente los carlistas con­
vertían en "guerra santa" el conflicto de 1872 (pág. 241) no es
sostenible.
En
otras ocasiones, y dadas las premisas, las conclusiones de
este libro parecen
un tanto precipitadas, como lo es el afirmar el
carácter exclusivamente religioso del carlismo de Lagüera (págs.
89-90, 140), pues era comprensible
que en cuanto obispo se fija­
se sobre
todo en el lema Dios.
• • •
Apreciaciones relativas al sentido histórico. No se trata de
hacer
una defensa del obispo de Osma -de la que, por otra
parte, él
sólo se valió en su dia-y que en nuestro caso supera-
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ria la disciplina histórica. Quiero entrar en otros asuntos de
mayor calado histórico planteados
por la autora, aunque de algu­
na manera sean independientes de los datos empíricos ofrecidos
en el libro. En juicios tales, cada persona puede tener su criterio
mejor o
peor fundado.
No era miedo psicológico lo
que teman los católicos en tiem­
pos de
Pio IX-ni de León XIII-, sino un santo y exigente temor
moral
en la incierta -en términos inmediatos-lucha en defen­
sa de
la civilización cristiana que, según crefan, debla iluminar la
politica práctica
en los pueblos católicos.
Es simplificador considerar que, precisamente por el hecho
de no triunfar por entonces, los valores y enseñanzas de Pio IX
en favor de una civilización no liberal quedasen fuera del tiem­
po histórico o bien estuviesen desfasadas por anacrónicas. En
efecto, a la critica de la autora puede aducirse que por entonces
se estaba librando la gran controversia; que la doctrina de Pio IX
fue la misma que los pontificados anteriores y posteriores; y que
su postura práctica-y no sólo teórica o doctrinal-fue la defen­
sa de la tests allá donde hubiese una mayoria de católicos, en
momentos que exigían claridad y decisión para inclinar la balan­
za hacia
un lado. Por otra parte, no es correcto analizar el acon­
tecer histórico desde una situación
a posteriorl, sino que es pre­
ciso fijarse
en su transcurrir muchas veces dificil y sorprendente.
También-cito a modo de ejemplo gráfico-el comunismo pare­
cia un hecho consumado indestructible y un signo de los tiem­
pos, y su retroceso hoy es palpable en el mundo.
La autora tiende_ a exagerar las diferencias entre los pontifi­
cados de Pío
IX y León XIII, que fueron prácticas y accidentales.
En efecto, ni las doctrinas del
mal menory de la tolerancia eran
desconocidas
en tiempos de Pío IX (pág. 118); ni la accidental
política y diplomacia del
raíllement de León XIII -aplicada tam­
bién a España-soslayaba las exigencias prácticas de la tesis
católica. Por otra parte, fruto del
ratllement en Francia, aceptado
por los católicos monárquicos, fue el anticlericalismo de la III.'
República, lo
que no parece ser un éxito diplomático ni plata­
forma de buenos frutos apostólicos. En este sentido, lo
medular
de la critica ~ la hipótesis liberal realizada por José Manuel Ortí
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y Lara y, posteriormente, por José Roca y Ponsa, canónigo magis­
tral de Sevilla, tuvieron
un interesante peso.
Puede mostrarse que,
en las décadas inmediatamente poste­
riores a la muerte de Lagüera, los católicos activaron su interés
por influir en la situación de hecho y actuaron pacíficamente, y
que la Iglesia en general se mostró a favor de un gran partido
antiliberal
que sustuviese para la práctica la tesis católica. Lagüera,
de vivir entonces,
no hubiera sido una excepcú5n ni un fracasa­
do de
un mundo ya ido. Fue, con pleno derecho, un hombre con
su
propia personalidad y un obispo de su tiempo.
Si la entereza de los obispos frente al liberalismo pudiera ser
un inconveniente para una Iglesia que -dice la autora-debla
de buscar un status aceptable dentro de una sociedad ya liberal
-lo que era aventurado afirmar-(pág. 224), el episcopado
español
no fue ingenuo ni dejaba de ser previsor. Seguramente
advertía la oposición entre la España real y la oficial, la máscara
con la que se cubña la realidad de las elecciones, la práctica libe­
ral
de revoluciones y pronunciamientos militares, el desajuste
entre lo prometido
Oa confesionalidad y unidad católicas como
tributo
que los liberales pagaron a la sociología católica) y lo rea­
lizado (el art.
11 de la Constitución de 1876 y la legislación), y,
sobre todo, la situación de tesis -asl se decía-de la sociedad
española en general. La Iglesia no cometió excesos en cuanto
militante.
Aunque
en numerosas ocasiones la autora se refiere a los
obispos del arzobispado de Burgos, a los obispos favorables a
don Carlos VII y al episcopado español en general, quizá pueda
también relacionar al episcopado español con el de Hispanoamé­
rica. En este sentido, el comportamiento colectivo
de los obispos
españoles no fue, en absoluto, único, como tampoco lo eran los
diferentes tipos de Revolución.
Creo que a
pesar del indudable esfuerzo realizado por la
autora,
se podía comprender más al biografiado sin necesidad de
aceptar por ello, subjetiva y fuera de la disciplina histórica, sus
propias posiciones. Lagüera
no era determinista, y creía que
siempre tenía que luchar contra las adversidades. Sin más, no
quiso adaptarse a la revolución, y quiso extgtr a los Gobiernos la
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INFORMACIÓN }!IBLIOGRÁ.FICA
aceptación de la tesis social católiea, permitida y exigida por las
circunstancias. A ello se
añade ~u particular temperamento, el
suyo y
no el de otros que defendían lo mismo que él. No fue par­
tidario de los hechos consumados, máxime viendo lo inestabili­
dad poHtica y los pronunciamientos liberales. Secundario era que
las circunstancias de la ciudad de Osma no fuesen similares a las
de Madrid, siendo así que Lagüera debía de regir a los fieles de
la diócesis de Osma y no a todos los católicos españoles.
Este libro
es apasionante. Sin duda se debe agradecer a la
autora
su trabajo. Sólo me queda desear al lector que saboree la
biografia de
un interesante obispo de la España contemporánea,
las polémicas del momento, y el complejo desarrollo de parte
de
la poHtica decimonónica en nuestro país.
JOSÉ FERMÍN GARRALDA AruzcUN
Javier Paredes: FÉLIX HUARTE (1896-1971).
UN LUCHADOR ENAMORADO DE NAVARRA e•>
El autor, acostumbrado al género de la biografia desde su
investigación sobre el político liberal navarro Pascual Madoz
(1982), presenta ahora la vida
empresarial y polltica, cuajada de
realizaciones, de ese navarro que apostó por la industrialización
y la modernización económica de España y Navarra, primero
desde su actividad como empresario,
y, después, en 1964, desde
su cargo de vicepresidente de la Diputación Foral de Navarra,
aunque personalmente careciese
de temperamento político. Ese
personaje fue Félix Hu arte.
Todo ello anima al
lector a adentrarse en este libro con el
detenimiento
que merecen las más interesantes investigaciones
y biografias, aparte de la actualidad y significación de
·los con­
tenidos.
("') Editorial Ariel, Barcelona, 1997, 508 págs.
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