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Número 375-376

Serie XXXVIII

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Alfredo Sánchez Bella

INMEMORIAM
ALFREDO SÁNCHEZ BELLA
Cuando conocí a Alfredo Sánchez Bella, a finales de los años
setenta,
su estrella política no es que fuera declinante, sino que
podña decirse propiamente que estaba extinguida. Atrás había
quedado
una trayectoria apretada de cargos: vicesecretario del
Consejo Superior de Investigaciones Cientificas (1940-1941),
director del Instituto de Cultura Hispánica (1946-1956), embaja­
dor de España en la República Dominicana (1957-1959),
Colombia (1959-1962) e Italia (1962-1969), y ministro de Informa­
ción y Turismo (1969-1973), por referir sólo los más destacados.
También se habían volatilizado operaciones intelectuales del
calado del Centro Europeo
de Documentación e Información
(CED]), nacido
en los primeros cincuenta, que él había impulsa­
do y dirigido, auténtica cabeza de puente para la "ofensiva euro­
pea" del franquismo, esto es,
la operación de trabar una red con­
servadora que en su momento sirviera al designio de desmontar
las objeciones politicas a la integración de España en las nuevas
instituciones europeas. Por entonces, más allá de sus actividades
empresariales, sólo
presidirla después y según mis recuerdos por
no mucho tiempo el Círculo de Bellas Artes.
Pue precisamente allí
donde le ví por primera vez. Juan Valle!
había recibido de él el encargo de convocar a algunos amigos
para cenar con el profesor húngaro residente en Estados Unidos
Thomas Molnar,
de paso por Madrid, y allí acudí, junto con
Enrique Zuleta, Estanislao Cantero, Francisco José Fernández de
la Cigoña y otros reclutados directamente
por Alfredo Sánchez
Bella. Demasiados comensales para llevar una única conversa­
ción, éste se empeñaba en hacer callar a los díscolos para escu­
char al invitado.
Lo que, si bien intencionado, resultaba dificil y
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aun un tanto molesto, pues daba la impresión de estar ante un
oráculo. Tuve ocasión de exprimir
al oráculo, pues sentado junto
a su esposa, que no sabía el francés en que se desenvolvía la
conversación, hablaba en inglés conmigo y con Enrique Zuleta,
razón por la que terminé acompañando al matrimonio a su hotel,
donde proseguimos la charla. Sin embargo, el trato del anfitrión
me resultó más superficial, poco más que los autoritarios reque­
rimientos al silencio
durante la cena. Andando el tiempo mi amis­
tad con Molnar y Sánchez Bella sería entrañable, mientras que
ellos, sin enfado alguno, sufrirían algún distanciamiento. Las pala­
bras
que me ha escrito el primero con motivo del fallecimiento
del
segundo, como siempre agudas, muestran hasta qué punto
había sabido penetrar su alma: "Don Alfredo siempre me ha dado
la impresión de un príncipe-banquero, digamos un banquero del
Renacimiento, con lo que lleva consigo de mecenas y de gran
práctico de la política. La misma competencia con la que discu­
tía los asuntos
más diversos, de la explotación del petróleo meji­
cano al papel de los jesuitas en el Concilio. A principios de los
ochenta le encontré con frecuencia en Nueva York. Almorzába­
mos juntos y él me desvelaba los últimos ,secretos• de ecclesia y
polis (y también del mundo de los negocios) en Europa. Las noti­
cias eran con frecuencia sombrías, pero en nuestro amigo el espí­
ritu y la fe impedían todo pesimismo. Su generosidad se exten­
día sobre todo, romano, madrileño, hispanoan1ericano ... Queda
en mi recuerdo como un ángel guardián de las buenas causas".
Mi trato con Alfredo se fue haciendo constante poco a poco
en los años siguientes. Primero en los almuerzos periódicos que
Ángel Maestro convoca en tomo de Gonzalo Fernández de la
Mora. También en los que Alfredo alentaba en la Gran Peña los
jueves alternos
con invitado ponente, en una suerte de club de
opinión procedente del disgusto con que algunos socios del Club
Siglo
XXI reaccionaron ante la presencia en su seno durante la
llamada "transición" del genocida
de Paracuellos, con presentación
-para 1nayor dislate-del ex-ministro Fraga. Pronto en encuen­
tros más reducidos con el general Armando Marcl1ante, en al­
muerzos
en su chalet de Somosaguas, en viajes por Europa para
asistir a las reuniones de la Associatton des Colloques Culturels
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Européennes: una corriente de simpatía mutua fue creciendo
entre nosotros, también de benevolencia de él hacia nú,
por qué
no decirlo, y las llamadas telefónicas se hicieron frecuentes, y los
envíos de libros y revistas, y las cartas con sus opiniones sobre
mis artículos y conferencias y sobre el discurrir de Verbo.
Pero por lo dicho puede entenderse que el repaso de los
hitos del "cursos honorum" de Alfredo Sánchez Bella, impresio­
nante en su sucesión por la variedad y trascendencia de cargos y
empresas, no haga sin embargo justicia al hombre. El recuerdo
imborrable que guardo de él va unido al entusiasmo siempre
renovado
por servir a la visión tradicional del mundo con los
medios
en cada momento más adecuados según la mudanza de
los tiempos. En este sentido
es el político de raza el que se sobre­
ponía a las demás de entre las riquísimas vetas de su personali­
dad de intelectual, escritor, diplomático y empresario. A diferen­
cia de muchos dignos miembros de su generación, desarbolados
con la desaparición del franquismo, Alfredo no cejó de alentar
empresas culturales, de abrir caminos
en el complejo mundo de
la comunicación, de tender puentes para la renovación constan­
te del pensamiento conservador. Lejos de guarecerse en el cielo
empíreo de las ideas1 o de trasvasar su energía extraordinaria al
confortable ámbito de lo privado, dio ejemplo constante -más
allá del acierto concreto de cada una de sus acciones-de incon­
formismo y confianza
en la libertad, en una eterna juventud ale­
gre y sin hiel,
pese al gran dolor que cargó desde la muerte de
uno de sus hijos.
Su postulado "posibilismo", por más que su ejercicio fuera
tantas veces muy
poco "posible" -tal es la marginación crecien­
te de todo pensamiento de raíz verdaderamente cristiana, lo que
excluye los experimentos siempre ruinosos de democracias cris­
tianas y liberalismos centristas-, le llevaba a no cesar de
emprender tanto como recomendar acciones políticas inteligen­
tes
"en lo que hay11• Era en verdad imposible, pero su intención,
que es la que recuerdo, era irreprochable en un hombre emi­
nentemente político, no con desprecio hacia lo doctrinal, pero si
dispuesto a limar las aristas que el pensamiento, cuando lo es de
veras, inexorablemente porta, en pro de un 1nás eficaz servicio
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de los eternos ideales. Con motivo de la presentación de mi libro
¿Después del Leviathan?, en la Biblioteca de la Gran Peña de
Madrid -donde compartió mesa con Pepe Javaloyes, a la sazón
subdirector
de ABC, y el también ex-ministro Cruz Martínez
Esteruelas-, tras un recorrido de la actualidad política y hasta
estratégica de amplios vuelos a los
que tan aficionado era, se
empeñó en querer lanzarme a la política, que en su "posibilismo"
era tanto como arrojarme
al Partido Popular, con palabras y razo­
nes apasionadas. No era posible, no es posible, porque en esta
casa hemos optado -como él había fundado toda su trayectoria
en otra opción-por la custodia más esforzada del depósito
"íntegro" de la tradición religiosa y política, expulsada fuera del
mundo político e intelectual de hoy. Tanto que el mismo Alfredo,
pese a su sentido de la oportunidad y su capacidad de maniobra,
había sido rechazado igualmente a las tinieblas exteriores, aun­
que creía, en su gran generosidad y bondad, poder influir toda­
vía. Recuerdo a este propósito algún disgusto ocasionado
por la
falta de interés en conversar con él de una flamante ministra a la
que había apoyado siempre antes de serlo.
De opciones hablaba y está claro
que no se trata de opcio­
nes irracionales, sino de las que dan razones: "Optavi et datus est
mihi sensus; et invocabi, et venit in me spiritus sapientiae" (Sap.
7, 7). Alfredo, con todo, respetaba nuestra opción, y la apoyaba.
En la misa
de corpore Insepulto que se celebró en la biblioteca de
su casa de Somosaguas,
pude distinguir perfectamente entre los
anaqueles la colección de
Verbo. Y me vinieron a las mientes los
juicios siempre positivos, a menudo entusiastas hacia nuestra
revista.
La mejor del mundo católico, me repetía con frecuencia,
antes de reclamar mayor atención a
las cuestiones de actualidad
y mayor apertura de juicio a fin de multiplicar la eficacia de nues­
tra acción. Y, me consta, siempre hablaba bien de nosotros.
Aunque lo cierto es que hablaba bien de todos. Con dificultad
recuerdo algún juicio simplemente descalificador salido de su
boca. Un caso -también en esto excepcional en un predio como
el hispano.
No
puedo dejar de evocar su voz encendida, interrumpiendo
con agresividad no disimulada las conversaciones cruzadas en un
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almuerzo de amigos, cuando empezaban a derivar hacia el re­
cuento moroso
de los males presentes, al tiempo que reclamaba
la vuelta del discurso político: "Parecéis viejos
--espetaba a quie­
nes por edad podían ser sus hijos-, hemos venido a hablar de
política,
no a lamentamos". O la sorpresa un poco condescen­
diente
de los directivos de un grupo editorial francés, Vincent
Montagne y
Marie-Jé\elle Guillaume, ante una reunión en que
Alfredo comenzaba por darles una opinión que le habían solici­
tado,
pero que pronto se tornaba torrencial y prácticamente con­
cluía
en el diseño de un ambicioso proyecto de "pool" periodís­
tico que los interlocutores no queñan realizar. No era, en. cambio1
pura ideación sin correlato real, y así, pasada la barrera de los
ochenta años, desembarcó en un vidrioso asunto empresarial con
la sola idea de financiar ese sueño. Todavía tres o cuatro sema­
nas antes de su muerte, cuando le llamé para anunciarle la veni­
da de un querido y común amigo portugués, Jaime Nogueira
Pinto, me confesó
-con un hilo de voz-que estaba muy mal,
para añadir resueltamente que, sin embargo,
no dejara de telefo­
nearle cuando llegara,
porque a finales de mes confiaba en estar
ya recuperado.
Hay algo de extraordinario
en la generación que se nos está
yendo a borbotones y que guarda esforzadamente lo poco que
va quedando de la vieja España. La fuerza de Alfredo Sánchez
Bella, en este sentido1 más que personal era colectiva. De otro
modo se hace difícil concebir la multiplicación de redes a que
pertenecía, los infinitos canales de información de los que esta­
ba al corriente, el tropel de gentes que conocía y trataba. Su paso
por el Instituto de Cultura Hispánica le dejó inevitablemente heri­
do por la hispanidad real, no la puramente declamatoria, y no
dejaba de cultivar a los viejos amigos de allí al tiempo que hacía
nuevos y seguía con pasión cuanto viniera de ultramar. Precisa­
mente, con motivo del V Centenario del descubrimiento y evan­
gelización de América, dejó
en nuestras páginas muestra notable
de sus saberes, sentires y penares. Pero también
en Europa, el
viejo CEDI no dejó de aportarle un caudal de relaciones perso­
nales y
de conocimientos verdaderamente impresionante. He
podido comprobar el recuerdo que había dejado en Roma de los
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tiempos de su Embajada, o el afecto y el respeto que levantaba
en el archiduque Otto de Habsburgo, mascarón de proa durante
muchos años del
empeño europeo de Alfredo, antes de que
aquél iniciara su discreto y leve desapego del tradicionalismo
católico, al tiempo
que su despegue hacia nuevos aires, no obs­
tante lo cual nuestro hombre le mantendría siempre
su amistad.
Un destacado "manager" cultural desaparecido prematura­
mente
en los setenta decía de Alfredo Sánchez Bella que era un
gran ventilador, por lo que había de cuidarse mucho a donde se
le aplicaba. Salvada la cautela
un tanto malévola, aunque en todo
caso discreta y prudente,
en cuanto a energía y desparpajo se
refiere parece acertada la metáfora. Pero
en otro sentido no deja
de devaluar el mérito del hoy llorado amigo. Porque no se trata­
ba sólo de mover aires. Alfredo tenia un corazón cálido, que cal­
deaba todas sus iniciativas e insuflaba
ese fuego a quienes le
acompañaban.
Al tiempo que sabia muy bien a qué aplicarlo. Es
un tópico retórico hablar de pérdidas irreparables. También
desde el ángulo conceptual, pues todo individuo es inefable. Para
quienes,
en medio del desconcierto epoca!, seguimos asidos a la
tradición católica de España, sin embargo,
no se puede calificar
de otro
modo la desaparición de Alfredo Sánchez Bella.
MIGUEL AYUSO
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