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Número 395-396

Serie XL

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«Seréis como dioses»

"SERÉIS COMO DIOSES"
POR
RAFAEL GAMBRA Bajo este t1tulo, formado por las palabras de la tentación
demoruaca a nuestros primeros padres, Gustave 1bibon nos ofre­
ció
un libro extraño y paradójico. Llbro cuya lectura cala las fibras
más hondas del creyente y provoca ecos inextinguibles
de medi­
tación y de autocritica.
Llegó a ser muy conocida entre nosotros la personalidad de
Gustave
Tiubon, este autodidacta originalísimo que, desde su ais­
lada vida campesina, supo penetrar hasta su médula los problemas
espirituales, religiosos y políticos
-en el más amplio sentido de
esta.
palabra-de nuestra época. Su libro Diagnósticos, traducido
al castellano, constituye una de las más luminosas descripciones de
nuestro ambiente espiritual; y no menor significación tuvieron para
una mente religiosa sus libros
El pan de cada día y La crisis moder­
na del amor, publicados también en nuestra lengua.
Nunca podré olvidar
mi primer contacto con la obra de
Thibon, precisamente en su libro Diagnósticos. En esta nuestra
"Edad de Papel" estamos definitivamente acostumbrados a tratar,
no de las cosas mismas, sino de opiniones sobre las cosas, siste­
ma que conduce a la formación de nuevas opiniones, pero en
ningún caso a la verdadera evidencia, es decir, a la visión clara y
('") En el número anterior dimos cuenta a nuestros lectores del fallecimiento
de nuestro colaborador Gustave Toibon. Ahora recuperamos una aguda nota del
profesor Gambra, escrita
con ocasión de la aparición de uno de los libros más
extraordinarios
del filósofo francés, edit.ado por Fayard en 1959 bajo el título Vous
serez comme des Dieux, y al que ha puesto ahora un comentario final (N. de la R).
Verbo, núm. 395-396 (2001), 475-483. 475
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serenante de una realidad dotada de sentido y de valor. En las
páginas de Thibon
no hay, en cambio, una sola cita ni la menor
muestra de erudición. Pero las cosas mismas aparecen bajo su
pluma envueltas
en una nueva luz que convence y engendra en
el ánimo ese aquietamiento dichoso que acompaña a la visión
misma de
una causa o de una relación explicativas. No me can­
saré de recomendar
un capítulo de ese libro -el titulado "La
moral y las costumbres" - a quienes quieran conocer la raíz pro­
funda de
. lo que se llama el problema y la inquietud social de
nuestra época.
El filósofo Francisco Brentano, en sus análisis fenomenológi­
cos, distinguía entre lo
que llamaba juicio ciego y juicio eviden­
te, experiencia intelectual, esta última, resolutiva,
que se justifica
por sí misma y .no requiere ni admite explicación ulterior. Thibon
llega a mostrarnos lo que
es social y humanamente sano -inclu­
so en Ja.s reacciones y en las luchas--, distinguiéndos.e de lo mor­
boso y desvitalizador y ello en forma tal que se engendra en el
espíritu una especie de ·evidencia valora!.
Para este último
'libro, Thibon ha adoptado la forma escénica;
es decir, el libre diálogo de personajes. No precisamente
-nos
aclara en el prólog efectos teatrales, sino para presenciar
la reacción humana ante una
situación concreta, situación imaginaria que surge del desarrollo de
una idea metafisica y religiosa. Del mismo modo que Sartre eligió
la pieza teatral para expresar la experiencia existencial, Thibon
busca
en esta ficción escénica el sentido y el valor de la vivencia
religiosa, a la que previamente coloca
en una situación límite.
La ciencia positiva se ofrece hoy más como un medio. de
dominar la naturaleza
que como un modo de conocerla. Cons­
cientemente fenoménica y experimental, la ciencia moderna
abandona a la filosofía la investigación de unas causas y esencias,
hacia las cuales
no oculta un marcado desdén. Desde un punto
de vista religioso la actitud científica así expresada puede tener,
no sólo una justificación, sino una valoración positiva: ayúdate
que Dios te ayudará; la oración no dispensa de la acción ni debe
esperarse del cielo lo que nosotros no procuramos con nuestras
fuerzas; a Dios rogando y con el mazo dando ...
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"SEEÉIS COMO DIOSES"
Sin embargo, la mentalidad del cientificismo contiene supues­
tos implícitos
que brotan directamente del raci_onalismo y de los
ideales-"progresistas". Comte expresó hace más de
un siglo esta
nueva
fe racionalista en su célebre teoña de los tres estadios o
fases del conocimiento humano. Situado el -hombre primitivo
entre fuerzas naturales
que le son desconocidas y a menudo
_
adversas, tra_ta primero de interpretaJlas coJno seres _divinos, a los . _
que procura tener propicios. Es el estadio nútico o fetichista del
pensamiento humano.
Ve después que tales fenómenos respon­
den a una legalidad natural, cognoscible aunque no dominable,
y trata entonces de explicarlos racionalmente mediante entidades
y teoñas metafisicas, reservando a un solo Dios -convertido pro­
gresivamente
en principio filosófico superior-la dirección últi­
ma
de esa estructura filosófico-natural. Se trata del peñodo meta­
físico del conocimiento, compatible con
una supervivencia del
estadio religioso
en su forma monoteistica-racional.
Adviene,
por fin, el estadio positivo o cientifico de la Huma­
nidad, el definitivo
y real. El hombre se atiene a lo fenoménico
u observable, a los datos positivos,
y abandona progresivamen­
te las explicaciones metafísicas
y religiosas de la realidad. As!,
en tanto el sector de desconocimiento va siendo iluminado por
el avance científico, los viejos modos del saber que se erigían
sobre el misterio van perdiendo objeto y razón de ser. El térmi­
no "Progreso" será sólo de la ciencia positiva, es decir, del co­
nocimiento meramente fenoménico
y de la técnica. Más tarde,
Marx completará la nueva fe racionalista
con el ideal politico­
social practicista:
"El mundo no está hecho para ser contempla­
do, sino para ser transformado".
El ideal cientifico del positivis­
mo es insuficiente a los ojos
de Marx por cuanto propugna una
actitud cognoscitiva que, aunque meramente fenoménica, es
todavía pasiva ante la realidad. El progreso indefinido no dará
nunca satisfacción cumplida al hombre, puesto que la omnis­
ciencia
es un objetivo solamente teórico, irrealizable en la prác­
tica, y, además, el hombre no es un ser contemplativo. El hom­
bre puede, en cambio, construir, con la ayuda de la técnica
científica, el mundo del hombre, el medio adaptado a su natu­
raleza, el paraíso sobre la Tierra.
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RAFAEL CAMERA
1bibon expresa en el pórtico de este libro, con versos de
Federico Mistral, este ideal fenoménico--practicista de la ciencia
moderna:
II chante les peuples sevrés
Que J'on
entend crier a J'horizon;
II chante J'hwnanité future,
Maitrisant
a son gré la monde naturel;
Et, devant l'Homme souverain,
Dieu,
pasa pas, se reürant.
Esta es, pues, la nueva fe del hombre moderno: fe en la
estructura racional del Universo; fe en la capacidad de la mente
para penetrarla sin residuo; y
fe en la técnica humana para re­
crear ese Universo a su medida. Fe,
en definitiva, en un Paraíso
sobre la Tierra.
El hombre, siempre ansioso de su propia seguridad, es muy
proclive a jugar
en su vida con dos, tres o más barajas: cuantas
representen
una posibilidad de alcanzar esa seguridad; es decir,
a tomar todas las opciones
que estén a su alcance. Idéntica ten­
dencia experimenta cuando se trata de su salvación
final en un
paraíso -humano o divino-que le libre de la aniquilación o de
las tinieblas exteriores. Son muchos los hombres
que respiran y
aceptan,
en el ambiente de su época, la fe tecnicista, y que, por
otra parte, han heredado la fe religiosa en un más allá sobrena­
tural. Y muchos también los
que se sienten inclinados a vivir
alentando y construyendo
el paraíso terreno, pero reservándose
también
un puesto entre los que esperan en la palabra del que
triunfó
de la muerte y del pecado.
En materia de
fe, sin embargo, ambas opciones no son com­
patibles, a diferencia del jugar diversos números de la loteña.
La fe,
para serlo, ha de constituir una entrega total. Del mismo modo que
el amor de Dios es "desear perderlo todo antes que ofenderle", así
la fe en Dios ha de entrañar una renuncia a cualquier otra prome­
sa o esperanza
final que no sea el cumplinúento de su palabra.
Y aquí surge el problema religioso
que afronta este libro.
¿Hasta
qué punto los cristianos de hoy habrán eludido la disyun-
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tiva entre una y otra fe-la de Cristo o la de la Razón-y habrán
jugado a la doble oportunidad
y a la doble mentira? ¿Hasta qué
punto nos habremos conformado con esta actitud filistea cada
uno de nosotros? Como clima de evidencia y meditación, Thibon
construye la situación límite del problema, y hace hablar y actuar
en ella a personajes humanos individuales, con sus debilidades y
esperanzas. Imaginemos
que la ciencia ha alcanzado su meta. Que la
Ciudad del Hombre, el paraíso tecnocrático, están hechos
y, con
la desaparición del dolor y de la muerte, la oración y Dios mismo
se
han hecho supérfluos, innecesarios para el hombre ...
"Durante el siglo XX los cristianos estuvieron divididos en
conservadores y progresistas: estos últimos seguían muy de cerca
a los tecnócratas y a los marxistas; saludaban a las fábricas como
las catedrales del mundo nuevo y veían en el socialismo el cum­
plimiento del Evangelio. Eran,
en fin, más 'progresistas que cris­
tianos, y este ídolo (su fe) que llevaban en el furgón de equipa­
jes de la Historia no molestaba a nadie ... ".
Seguimos imaginando: cuando sobrevino la gran catástrofe
-la guerra atómica-ningún cristiano osó ya ver en ella una cri­
sis de crecimiento como
en las dos guerras mundiales preceden­
tes. Se habló de invenciones diabólicas, y volvieron a constituir­
se comunidades como
en los primeros tiempos de la Iglesia.
Otros hombres,
sin embargo, lejos de este espiritu atávico y
negativo, supieron aprovechar las grandes enseñanzas técnicas de
la catástrofe. ¡Qué escándalo
en esas comunidades cristianas cuan­
do por primera vez se obtuvo la vida en el laboratorio! Unos nega­
ban la evidencia, otros hadan distinciones absurdas, otros habla­
ban de intervención satánica ... La disolución estaba próxima. Los
acontecimientos se precipitaron desde ese momento; al poco
tiempo se obtiene el suero de la inmortalidad que libraba al hom­
bre del envejecimiento y de la muerte; poco después el control
psiquico se logra
por el rayo de la persuasión, y una adaptación
dirigida
al hombre del hastio y adapta su alma a la inmortalidad.
La conversión a la nueva fe del hombre fue casi unánime y
espontánea, como la recepción de la luz al amanecer tras de las
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tinieblas nocturnas. Casi no fue preciso utilizar el rayo de la
persuasión más que con algunos pocos recalcitrantes. La más
ilustre de las conversiones fue la del Papa entonces reinante
-Juan XXN-, quien tras de larga meditación declaró pública­
mente
que la realidad del mundo nuevo era el cumplimiento de
las promesas evangélicas, y
que la Iglesia había sido su prefigu­
ración mítica. Dejaba
en libertad a los fieles, y, por su parte, abdi­
caba de sus funciones y entregaba la dirección espiritual del
mundo a los hombres mismos que
habian alcanzado por sí las
promesas de Jesucristo. Tras esto, solamente
un obispo español
se alzó contra la supuesta apostasía del Sucesor de San Pedro, se
proclamó Vicario de Jesucristo
por la gracia divina, y fulminó
anatemas
que se perdieron en el vacío de un rebaño que ya no
le escuchaba. Naturalmente, rehusó el suero de la inmortalidad,
resistió
-sólo él-el rayo de la persuasión, y murió meses más
tarde entre el anatema y la oración.
Alcanzóse así la
Ciudad de los Hombres-dioses mediante un
mundo tecnificado donde robots mecánicos realizaban cuanto
supusiera trabajo y esfuerzo. Dios dejaba entonces de aparecer
como consuelo o esperanza, puesto que
no existían ya ni el dolor
ni
el desamparo ni la muerte. La religión -el sentimiento de
dependencia y la oración-parecía haberse extinguido en el
corazón humano
con las demás fantasmagorías y terrores de "las
edades sombrías".
En este mundo nuevo y perfecto,
un alma femenina frágil y
extraordinariamente sensible
-Amanda-experimenta lo que
Koestler llamaba el "dolor incausado" o íntimo del vivir, por opo­
sición al dolor causado, que es el producido por las necesidades
e indigencias vitales, el único definitivamente extirpado
de aquel
mundo.
¿Dónde están los muertos
-se pregunta Aman da-, eso que
llamamos "nuestros preparadores", los que, humanos también,
precedieron a la Ciudad del Hombre Inmortal? Ellos tenían
un
alma, como la tengo yo, vivieron en presencia de Dios y, al alcan­
zarlo
en la muerte, Él dio sentido personal y cumplimiento ver­
dadero a sus vidas. ¿Puede haber
un Paraíso sobre el eterno in­
sentido
de aquellas muertes?
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"SERlfIS COMO DIOSES"
La respiración del alma es la oración ... Rezar es pedir.· .. y
también aceptar ... Pero nosotros
no hemos rezado jamás. Nada
hay
que pedir cuando se tiene todo ... ; nada que aceptar cuando
no se sufre ... Amanda, a través del recuerdo y del amor hacia los
muertos que
la precedieron, hacia esas almas supuestamente ani­
quiladas, llega a amar al Dios que las habría recibido, a Aquél
que murió en el corazón y en la plegaria de sus propias criatu­
ras,
por respeto a su decisión y libertad. Y Amanda cae de rodi­
llas y reza al Dios de sus antepasados mortales, al Dios silencio­
so y desposeído. Oración sin sentido impetratorio, y también sin
esperanza: tributo sólo de amor hacia el Inaccesible Desterrado,
grito de la finitud encerrada
en su propia obra:
"¡Oh tú que nuestros mayores llamaran Padre de los pobres/".
"Más pobre ahora que la flor marchita, el manantial cegado, la
piedra de los
vieyos caminos por los que nadie pasa ya·.
"Poder infinito evaporado en la absoluta debi/ldad".
"Amor sin defensa, despojado hasta la nada".
"Dios que se ha dejado quitar todo, Dios que no tiene ya nada
que dar".
"Dios que no eres ya más que tí mismo".
"Rey sin corona, sol sin rayos, oradón sin voz".
"-Dios desnudo, haz de mi tu vestidura ... •.
• -Dios moribundo, que sea yo el lecho de tu agonla ... • .
.. -Y si has muerto, que sea yo tu sepulcro ... ".
Entonces se opera el milagro de la muerte. Así como en la
época del Renacimiento se llamaban Utopías los proyectos de
organización total
de 1.a vida colectiva, y hoy, en cambio, parece
utópico
que algo de esa vida escape a la organización, así tam-· ·
bién
el milagro de vertcér a la muerte a· de resucitar se traca· para
la Ciudad del Futuro en el milagro de morir. Dios acoge el amor
puro y solitario de Amanda, y la lleva hacia sí, a despecho de los
múltiples medios técnicos
de mantener indefinidamente cada
vida. Helios
enamorado de Amanda, la despide con estas pala­
bras:
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"Dios desconocido, recibid vuestra imagen. Pero tened pie­
dad de todos los hombres. Haced que la muerte no muera con
nosotros. Que ella desdenda sobre nuestros hermanos como la
lluvia sobre el desierto, como el perdón sobre el pecado. Que sea
ella el perro fiel que as rel1na el rebaño ... ¡Oh ll1 que has busca­
do a Dios más allá del parafso ... /".
El milagro de la muerte anticientífica -muerte de amor y de
añoranza-ha roto por primera vez la unidad del paraíso huma­
no. Dios ha vuelto su mirada al hombre
que lo habfa expulsado
de su vida. Todos los cantos de Navidad, todas las campanas
de
Pascuas, suenan de nuevo. El misterio de la vida y la presencia
de Dios retornan
al hombre. . . Para el doctor Weber, técnico del
Paraíso Científico, se trata
de la última mordedura de la bestia
vencida, del viejo terror
que reaparece momentáneamente. Para
Amanda es el primer grito de Dios
que renace, la eterna espe­
ranza que palpita
todavía, la sonrisa del Padre sobre el hijo que
vuelve a la casa paterna.
La ficción escénica de esta obra de Thibon hace vivir al lec­
tor una situación límite
en cuyo fundo late esta opción, si un día
cualquiera la ciencia lograra suprimir
la muerte ¿qué pensarlas tú
de ese "plan de Dios sobre la Historia" que perpetuña indefini­
damente la separación entre el hombre y Dios?
Y, sobre todo,
¿qué elegirlas? ¿Aprovecharte
de un descubrimiento que te priva­
rla para simpre de Aquel que llamas tu Dios, o precipitarte en lo
desconocido para reunirte con
Él? Esta opción, si se presentase,
separaría para

siempre los hombres del Progreso
de los hombres
de la Eternidad.
Esta extraña obra de Thibon tiene dos méritos
que podría­
mos llamar evidenciadores:
uno es mostrar en forma vivida la
filosofía
-o más bien la profesión de fe--que se esconde en
los ideales científicos, progresistas o tecnocráticos de· nuestra
época,
tan compatible, para muchos, con el mazo activo del
creyente
que reza. Otro es denunciar la chanson de route a que
se reduce la fe en muchos cristianos progresistas, y también en
muchos de los que profesan por herencia o por costumbre su
credo religioso.
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P. S.: Pero el aspecto más sorprendente y estremecedor de
esta obra
-releída en el año de la muerte del autor-es que fue
escrita antes del Concilio, a raiz de su convocatoria. Hoy, visto lo
sucedido y en trance de suceder,
es fácil para el creyente católi­
co
-casi una necesidad de su espiritu-colocarse en una situa­
ción-l!mite
-en ese hipotético final del proceso--para hacerse
las preguntas radicales de su fe: si efectivamente, y como
hoy se
difunde desde la cumbre, la Iglesia oficial o visible
no reconoce
casi más misión que la finalidad temporal de coadyuvar
con sus
medios al desarrollo técnico-científico, a la promoción humana, a
la lucha (en este mundo) contra la injusticia, el hambre o las gue­
rras;
si su destino parece el disoverse en esa labor "humanista" y
socializadora, ¿constituirá ésta la muerte de Dios entre los hom­
bres?,
¿el final efectivo de la Iglesia de Cristo?, ¿la desaparición de
la idea de Dios y del anhelo de
Él en el corazón humano?
Lo que hoy, al comienzo de milenio, es un angustioso plan­
teamiento para todo creyente, incluso católico, sólo
podtia haber­
lo sido para
un espiritu clarividente -lo que llamarnos proféti­
co--en el año 1958.
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