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Número 467-468

Serie XLVI

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Literatura, religión y política en la Francia del siglo XIX: Alfred de Musset

LITERATURA, RELIGIÓN Y POLÍTICA
EN LA FRANCIA DEL SIGLO XIX: ALFRED DE MUSSET
POR
ESTANISLAOCANTERO
A l f red de Musset (1810-1857), nació en París en una familia
burguesa de lejano origen aristocrático y su infancia y adolescen-
cia transcurrieron entre el bienestar que un padre bien situado
p ro p o r cionó hasta su muerte, acaecida en abril de 1832, a conse-
cuencia del cólera que diezmó la capital de Francia. Sus padr e s
eran de convicciones p ro c l i ves a los principios de la R e v o l u c i ó n .
Su padre, Victor Donatien, bonapartista, liberal, contrario a la
Restauración, fue destituido de su puesto en el Ministerio del
Interior en 1818 y repuesto en el de la Guerra en 1828 (1).
Discípulo de Rousseau –del que publicó una biografía y la histo-
ria de sus obras (2), así como sus obras completas–, le permitió
l e e r , desde niño, todo tipo de libros de su biblioteca y no le envió
a un colegio re l i g i o s o. Las primeras lecturas de Alfred de M u s s e t ,
muchas de ellas libertinas, fueron muy perniciosas para su forma-
ción (3). Educado principalmente por una madre –E d m e -
Claudine Gu yo t - Desherbiers– de carácter débil que seguía las
ideas de Rousseau, creció, como advirtió Odoul, en una e xc e s i va
l i b e r tad en la que fracasó la educación del carácter, siendo toda su
Verbo, núm. 467-468 (2008), 627-660. 627
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(1) Frank LESTRINGANT, Al f red de Mu s s e t , Flammarion, París, 1999, págs.
25 y 34. (2) V. D. MUSSET -PATHAY,Histoire de la vie et des ouvr ages de J. J. Rousseau, 2
tomos, P arís, 1821.
(3) P ierre ODOUL, Le drame intime d ’Alfred de M usset. Étude psychanalitique de
l’oeuvr e et de la vie d’Alfred de M usset, La Pensée Universelle, P arís, 1976, págs. 98 y 72.
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vida un niño mimado (4), rasgo, este último, resaltado por Fa g u e t
(5) y, quizá influídos por él, por muchos otros (6). En t re los
aspectos de su personalidad se ha destacado la pereza –este defec-
to, quizá injustamente (7)–, el egoísmo y el hedonismo, el maso-
quismo y el compadecerse de sí mismo (8). Aunque hizo la primera Comunión en 1824, p re s u m i b l e m e n-
te con auténtica fe y devoción, pues fue preparado por el seve ro e
í n t e g r o sacerdote Gerbet (9), este colegial brillante, poco después,
al terminar sus estudios en el liceo, “no creía en nada” (10). En
opinión de Gastinel, “ni en sus primeras poesías ni en su cor re s-
pondencia de juventud se encuentra alguna alusión que permita
encontrar la menor cr e e n c i a” (11).
Comenzó los estudios de derecho y, poco después, los de medi-
cina que, al igual que los anteriores, abandonó inmediatamente,
así como los de dibujo y pintura que les siguieron (12), y se dedi-
có a la literatura, en la que llegó a ser considerado, aunque con
múltiples voces discordantes, un gran poeta y excelente autor dra-
mático, faceta esta últim a re valorizada con el paso del tiempo (13)
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(4) P. ODOUL, Le drame intime d ’Alfred de Musset..., ed. cit., págs. 70, 94 y 95.
(5) Émile FAGUET, Dix-neuvième siècle. E tudes littéraires, Boivin et Cie., P arís, s.f
(el prólogo es de 1887), pág. 259.
(6) Así, por ejemplo, Gustave L ANSON, Histoire de la Littér ature Française,
Librairie Hachette, P arís, s.d. (pero 17ª ed., 1922, según pág. 1026), pág. 962; R ené
CANAT, La Littératur e Française au XIX e siècle, Payot et Cie., P arís, 1921, tomo I
(1800-1852), pág. 124; P ierre GASTINEL, Le romantisme d’Alfr ed de Musset, Librai-
rie Hachette, P arís, 1933, págs. 8-9, 11 y passim; Gérard MILHAUD, «Psychopatho-
logie de M usset», Europe, núm. 583-584, no viembre-diciembre 1977 (págs. 5-16),
págs. 5-7. (7) Gilbert GANNE, Alfred de M usset. Sa jeunesse et la nôtr e, Presses Pocket, P arís,
1972, págs. 75-87.
(8) Así, p . e., John CHARP ENTIER, Alfred de M usset, Jules Tallandier , París,
1938, págs. 78, 82, 83 y 87. (9) Léon SÉCHÉ, Alfred de M usset, vol. I, L´Homme et l ’œuvre. Les camar ades,
S ociété du Mer cure de France, París, 1907, pág. 332; Maurice ALLEM, Alfred de
Musset , B. Ar thaud, P arís, 1947, pág. 181.
(10) Ar vède BARINE, Alfred de M usset, (1893), 11ª ed., Librairie H achette, París,
s.f ., pág. 24.
(11) P. GASTINEL, Le romantisme d’Alfred de Musset, ed. cit., pág. 13.
(12) P aul de MUSSET ,Biogr aphie de Alfr ed de Musset. Sa vie et ses oeuvr es, G.
Charpentier , 3ª ed., París, 1877, pág. 71.
(13) Jules LEMAITRE, introducción a T h ê a t re de A l f red de M u s s e t, Librairie des
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en detrimento de su poesía, hasta el punto que Jeune pudo escri-
b i r, en 1970, que “quien proclamó siempre la infinita superioridad
del verso sobre la pro s a”, “no so bre v i ve más que por su prosa –es
c i e r to que poética– y por los versos más ligeros: canciones y chan-
z a s ” (14); y en 1995, Szwajcer indicaba que Musset es un poeta
que hay que vo l ver a descubrir (15).
A punto de cumplir diecinueve años publica Contes d’ Es p a g n e
et d’ I t a l i e (1829), una compilación de composiciones poéticas de
clara expresión romántica que cabe ap re c i a r, sobre todo, “en la
exaltación del individualismo contra la opresión social y en la
apología de la pasión” (16). Aunque creyó que la poesía era la
máxima expresión literaria, también se dedicó al teatro, especial-
mente a la comedia, y a la prosa, con novelas, n o u ve l l e s, cuentos y
lo que podríamos llamar ensayos sobre crítica literaria y de ar t e .
Lo esencial de su obra lo compuso en su juventud, pues después
de cumplir treinta años escribía con cuenta gotas. Autor muy con-
t rove r tido durante su vida, también tras su muerte ha sido muy
d i versamente valorado, como ha mostrado Jeune en el estudio
dedicado al aprecio literario que ha recibido su obra. Su vocación se forjó en contacto con los escritores que fre-
cuentó en los cenáculos de Nodier y de Hugo, en el que había sid o
i n t r oducido por su amigo, Paul F o u c h e r, cuñado de Victor H u g o ,
donde trabó buena amistad con algunos de los contertulios, como
Vigny y Sainte Be u ve, aunque su s ve rd a d e r os amigos, como advir-
tió Tieghem, fueron “los jóvenes ricos y elegantes, más ocupados
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Bibliophiles, P arís, 1889, págs, I-XXIV , en especial IV y V; G. L ANSON, Histoire de
la Littér ature Française , ed. cit., pág. 984; M. ALLEM, Alfred de Musset, ed. cit., pág.
237; Philippe SOUP AULT,Alfred de M usset, Pierre S eghers Éditeur , París, 1957 («fue
un auténtico poeta, el autor dramático francés más grande del siglo XIX y un excelente
pr osador», pág. 9); Margaret A. REES, Alfred de M usset, Twayne P ublishers, N ew York,
1971 («S us obras dramáticas le situan, en solitario, en la cima del teatr o romántico»,
pág. 88); Alain VAILLANT, Jean-Pierr e BERTRAND y Philippe RÉGNIER, Histoire
de la L ittérature F rançaise du XIXe siècle, P resses U niversitaires de R ennes, Rennes,
2006, pág. 147. (14) Simon JEUNE, Musset et sa fortune littérair e, Editions DUCR OS, Burdeos,
1970, pág. 126.
(15) Bruno SZW AJCER, La noltagie dans l’oeuvr e poétique d’Alfred de Musset,
Librairie N izet, París, 1995, pág. 146.
(16) P . GASTINEL, Le romantisme d’Alfr ed de Musset, ed. cit., págs. 55 y 98.
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con el placer que con el art e” (17), entre los que destaca Alf re d
Tattet, “el re p resentante más original de la jeunesse doréeen el re i-
nado de Luís F e l i p e” (18), “que no profesaba más catecismo que
el del placer” (19), que murió, unos meses antes que Musset, sin
ningún auxilio religioso y fue inhumado, conforme había dispues-
to, en un entierro civil. Ad m i r a d o r , no sólo de la obra, sino también de la vida de
B y ron, Musset fue un independiente toda su vida, también en el
plano literario, y se distanció pronto de los maestros, o más bien,
del maestro de entonces, Hugo –sobre el que ironizó en Ma rd o c h e
(1829) (20), y del que se alejó pronto, tanto en lo personal como
literariamente (21)–, sin que nunca perteneciera a ninguna escue-
la literaria y resulte inclasificable en ningún grupo (22), y quizá
por ello, ha sido discutido si pertenece al romanticismo o al clasi-
cismo (23). Sin embargo, aunque se separara pronto de la línea
romántica, satirizando el romanticismo en la primera de las L e t t re s
de Dupuis et Cotonet (1836) (24), no erraba St rowski al estimar
que fue el que mejor ha encarnado “el tipo del romanticismo sen-
t i m e n t a l ” (25). Al irrumpir en el mundo literario, obser v ó
Nettement, se propuso llamar la atención de forma escandalosa
con su inmoralidad, distinguirse de los demás poetas por su origi-
nalidad y romper todas las reglas para destacar que no aceptaba
injustas ser v i d u m b res (26).
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(17) P hilippe Van TIEGHEM, Musset, Hatier , París, 1944, pág. 16.
(18) Léon SÉCHÉ, La Jeunesse dorée sous Louis-Philippe. Alfr ed de Musset. De
Musar d à la reine P omaré. La Présidente, M ercure de F rance, París, 1910, pág. 5.
(19) F . LESTRINGANT ,Alfr ed de M usset, ed. cit., pág. 139.
(20) Alfred de MUSSET ,M ardoche , en Œuvres complètes , Edition Charpentier- L.
Hébert, Librairie, P arís, 1888, tomo I, Poésies, I, pág. 127.
(21) P. GASTINEL, Le romantisme d’Alfred de Musset, ed. cit., págs. 175-178.
(22) P . Van TIEGHEM, Musset, ed. cit., págs. 120 y 153.
(23) Sobr e cuando y hasta que punto fue romántico, P . GASTINEL, Le roman-
tisme d ’Alfred de Musset, ed. cit.
(24) A. de MUSSET ,Lettr es de Dupuis et Cotonet, en Oeuvres complètes en pr ose,
edición de M aurice Allem y P aul-Courant, Gallimard (Bibliothèque de la P léiade),
P arís, 1960, págs. 819-836.
(25) Fortunat STR OWSKI, Tableau de la L ittérature Fr ançaise au XIXe siècle et au
XX e siècle, Mallottée, P arís, 1924, págs. 194-195.
(26) Alfred NET TEMENT,Histoire de la Littér ature Française sous le G ouverne-
ment de J uillet, Jacques Lecoffr e et Cie., París, 1854, tomo II, págs. 145-146.
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Desde muy joven se enfangó en el vicio –“en mi juve n t u d ,
cuando era puro e ingenuo, le escribió a George Sand, el vicio me
p a rec ió un mundo admirable, inmenso, en el que me precipité en
cuanto pude” (27)–, lo que literariamente acredita el erotismo de
algunas de sus poesías y, sobre todo, la pornográfica y bestial
Ga m i a n i (1833), obra anónima, pero atribuida a Musset desde
muy pronto, que escribió en tres días por una apuesta (28). Esta
autoría fue negada (29), entre otros, por quienes, como Se d g w i c k ,
c o n s i d e r a r on que tal paternidad era consecuencia de un infundio
lanzado por M e r i c o u rt (30), pero de la que hoy día, tras los estu-
dios de Simon Jeune (31), no se duda, hasta el punto que
He y va e r t, en su estudio, ha integrado Ga m i a n ien el conjunto de
la producción de Musset como cualquier otra obra (32). Al mismo tiempo, se regodeó en los escritos blasfemos –dón-
de no falta el relato sacrílego (33)–, como Le Tableau d’ Eg l i s e
(1830), Ro l l a (1833) o La confession (1836). En Le Tableau d ’ E g l i s e
–donde Cristo es “celeste impostor” y no Dios (34)–, el héroe de
Musset, para descansar tras una jornada de combate, entra en una
iglesia, en la que ve un cuadro de Jesús y, presa del fur o r, lo des-
t roza con su espada. Después se dirige a Jesucristo en estos térmi-
nos: “Oh! Si en el fondo de tu alma, si en los últimos y sec re t o s
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(27) A. de MUSSET, «Car ta a George Sand, de 10 de mayo de 1834», en Corres-
pondance, tome I/1826-1839, edición de Marie Cor droc’h, Roger Pierr ot y Loïc Cho-
tar d, P resses Universitaires de F rance, París, 1985, pág. 97.
(28) P H. J. G. B., Notice A necdotico-Bibliogr aphique sur le Gamiani d’Alfred de
M usset, Gaillard et Legay , París, 1874, pags. 10-11.
(29) Louis PER CEAU, Bibliographie du roman èr otique français au dix-neuvième
siècle, según Simon JEUNE, Musset et sa fortune littér aire, ed. cit., apéndice II, pág. 180.
(30) H enry Dwight SEDGWICK, A lfred de Musset. 1810-1857, E yre and Spottis-
woode, Londr es, 1932, pág. 308.
(31) S. JEUNE, «“Ga m i a n i” poème érotique et funèbre d ’ A l f red de Musset?», Re v u e
Littérair e de la F rance, año 85, núm. 6, no viembre/diciembre 1985, págs. 988-1001.
(32) Alain HEYVAERT, La transparence et l’indicible dans l ’œuvre d’Alfr ed de
M usset, Klincksieck, P arís, 1994, pág. 15 y passim.
(33) A. de MUSSET ,La confession d’un enfant du siècle , prólogo, notas y dossier
de F rank Lestringant, Le Livr e de Poche, P arís, 2003, I, IV, pág. 113.
(34) A. de MUSSET ,Le Tableau d’Eglise , en Oeuvres Complètes en prose , edición de
Maurice Allem y P aul-Courant, Gallimard (Bibliothèque de la Pléiade), P arís, 1960,
pág. 755.
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rincones de tu pensamiento, la duda, la duda terrible…, si tu
mismo no cre yeras en esa inmortalidad que pr e d i c a b a s” (35).
R o l l a es la historia de un joven dominado por sus peo re s
pasiones, que no sabe hacer nada y con una pequeña fortuna a su
disposición, decide, a los diecinueve años, dilapidar su peculio en
una vida dedicada a toda clase de excesos –incluida la compra de
una niña de quince años vendida por su madre–, y, tres años más
t a r de, consumida su herencia, tras una noche de orgía, se suicida,
siguiendo, así la decisión que había tomado al inicio de su vida
l i b e r tina. En esta obra se muestra el blasfemo –“buscar un lecho
de muerte donde poder blasfemar” (36)–, se hace un paralelismo
blasfemo entre Rolla y Cristo, en la última cena (37) y en la expi-
ración (38), y se utiliza la ironía burlona, también blasfema: “Si
Dios nos ha sacado a todos del mismo fango/ debió modelar en
una arcilla extraña/ y secarla a los rayos de un sol irritado” (39). Como quiera que M e r i c o u rt, con fama de panfletario, tachó
el poema de impío y de conducir a la muerte y a la nada, M u s s e t
se sintió ofendido según lo expresó en carta a su prima, porque a
los versos con que Méricourt acababa su cita (Ta gloire est m ort e ,
ó Christ, et sur nos croix d’ébéne/ Ton cadavre céleste en pousiere est
t o m b é), había omitido los dos versos siguientes(Eh bien! Qu’il sois
p e rmis d’en baiser la pousiere/ Au moins crédule enfant de ce siècle
sans foi), “con lo que hace una impiedad de una cosa que es casi
una oración” (40). P e ro la queja de Musset, por mucho que sub-
j e t i vame nte lo pudiera haber sentido, si es que realmente lo
lamentó, no se apoya en la realidad. Los dos versos omitidos no
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(35) A. de MUSSET ,Le Tableau d’Eglise , en Oeuvr es complètes en prose, ed. cit.,
pág. 756. (36) A. de MUSSET ,Rolla , en Oeuvr es Complètes . II, Poésies N ouvelles, nueva edi -
ción de Edmond B iré, Garnier Frères, Libraires Editeurs, París, s.f ., pág. 20.
(37) A. de MUSSET ,Rolla, en Oeuvres Complètes . II, Poésies N ouvelles, ed. cit.,
pág. 13. (38) A. de MUSSET ,Rolla, en Oeuvres Complètes . II, Poésies N ouvelles, ed. cit.,
pág. 18. (39) A. de MUSSET ,Rolla, en Oeuvres Complètes . II, Poésies N ouvelles, ed. cit.,
pág. 7.
(40) A. de MUSSET, “Carta a Madame Onésiphore de M usset-Cogners, de 31 de
agosto de 1854”, en Cahiers Alfred de Musset, núm. 2, abril 1934, pág. 65.
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son suficientes para enervar la interpretación del crítico. Ro l l ae s ,
como decía M e r i c o u rt, un poema que, en cuanto a su mensaje,
se resume en dos líneas: “No más religión; no más creencias; en
cambio, materialismo, libertinaje y al cabo de todo eso, la muer-
te y la nada” (41). Casi siglo y medio después, el juicio de Béni-
chou no será muy diferente: “R o l l anos re c u e r da que no hay
s a l vac ión ni claustro para los héroes de esta clase”, pues “su lógica
conduce al suicidio” (42). Como tantas veces se ha escrito, Frank, Rolla, Lo re n zo u
O c t a v e, héroes libertinos de sus obras de juventud, reflejan al
j ove n Musset. Frank, el protagonista de La coupe et les lèvre s
(1832), es, según decía Tieghem, la imagen de Musset: su tenden-
cia fundamental es la desesperación de quien rompe con la socie-
dad, a la que considera mala, y de quien encuentra en sí mismo
su ley, dejándose guiar, no por su inteligencia, sino por su instin-
to y por la parte más obscura de él, que le impulsa a ve r i f i c a r, con
una constancia desesperada, la realidad de su desgracia (43). De
ahí saca la alegría salvaje de poder injuriar a Dios –continua
Tieghem–, y a falta de felicidad, tampoco la gloria ni la riqueza se
la p ro p o r cionarán, pues se encuentra en un pasado de pureza del
que tiene una gran nostalgia (44). P e ro, como quiera que fuera,
aunque esta última afirmación fuera cierta, en ningún momento
fue capaz de indagar en las razones de la pureza de ese pasado ni
tampoco parece que intentara retornar a ellas, sino que, más bien
supuso “la renuncia a la posibilidad de ser puro en el mundo ” ,
como se percibe en La confession, como indicó H e y va e rt (45).
El d e s e n c a n t o y la d e s e s p e r a n z a (46) mostrados como caracte-
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(41) E ugène de MIRECOUR T,Alfr ed de Musset, 2ª ed., Librairie des Contem-
porains, P arís, 1869, pág. 39.
(42) P aul BÉNICHOU, L’ecole du désenchantement. Sainte-Beuv e, Nodier , Musset,
Nerval, G autier, Gallimard, París, 1992, pág. 169.
(43) P . Van TIEGHEM, Musset, ed. cit., págs. 44-46.
(44) P . Van TIEGHEM, Musset, ed. cit., pág. 47; A. HEYV AERT,La transparence
et l ’indicible dans l ’œuvre d’Alfred de M usset, ed. cit., págs. 135, 150-151.
(45) A. HEYVAERT, La transparence et l ’indicible dans l’œuvr e d’Alfred de M usset,
ed. cit., pág. 153. (46) En Rolla, (1833), decía: “N o creo ¡Oh Cristo! en tu palabra santa/ Llegué
muy tarde a un mundo muy viejo ./ De un siglo sin esperanza surge un siglo sin
temor/(...)/ Al menos crédulo niño de este siglo sin fe ” ( A. de MUSSET,Oeuvres
Complètes. II, Poésies N ouvelles, ed. cit., págs. 2 y 3).
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rísticas de una juventud que no creía “en nada” (47), junto a su
pésima educación y al enviciamiento, no le permitieron re c o r re r
el camino de la fe y del combate por el ascetismo moral, sin que
su búsqueda del amor, que no era otra cosa que el placer sexual
d e s e n f r enado, pudiera hacer otra cosa que precipitarle más hon-
damente en el frenesí, “descubriendo cada ocho días –como escri-
bió Faguet– que el placer no es la felicidad” (48). Se compr e n d e
que Chantavoine escribiera que Musset fue “gobernado y destro-
zado por sus pasiones” (49). EnRolla exclama el poeta: “¡O h Cristo! No soy de los que la
oración/ a tus templos mudos llev a a pasos temblorosos./ No soy de
los que v an a tu Calvario,/ golpeándose el pecho, a besar tus pies
sangrientos;/…/ no cr eo, ¡Oh Cristo! En tu palabra santa ” (50). El
año anterior , en 1832, escribía que no creía en la otra vida (51).
Octav e –Musset– confiesa: “ yo no creía [en Cristo]. Ni en el cole-
gio, ni niño, ni hombre, no había fr ecuentado las iglesias; mi reli-
gión, si es que tenía alguna, car ecía de ritos y símbolos y no creía
más que en un D ios sin forma, sin culto y sin r evelación.
E nvenenado desde la adolescencia por todos los escritos del último
siglo, había mamado desde muy jo ven la leche estéril de la impie-
dad. El orgullo humano, este dios del egotista, cerraba mi boca a la
oración, mientras que mi alma espantada se r efugiaba en la esperan-
za de la nada” (52). S i el perdón y el arrepentimiento que aquél
exige y que podría par ecer que se manifiesta poco después en la
misma obra (53), fue sincer o –cosa más que improbable, ya que
Octav e manifiesta que las creencias no impor tan y que Jesucristo no
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(47) A. de MUSSET ,La confession..., ed. cit., pág. 73.
(48) E. F AGUET, Dix-neuvième siècle. E tudes littéraires, ed. cit., pág. 260.
(49) Henri CHANT AVOINE, «Les P oètes (1820-1850)», en L. PETIT de JUL -
LE VILLE, Histoire de la Langue et de la L ittérature française des Origines a 1900, vol.
VII, Dix-neuvième siècle. P eriode romantique (1800-1850) , Armand Colin et Cie.
E diteurs, P arís, 1899, pág. 329.
(50) A. de MUSSET ,Rolla, en Oeuvres Complètes . II, Poésies N ouvelles, ed. cit.,
pág. 2. (51) A. de MUSSET, “Carta a destinatario desconocido, de 17 de abril de 1832”,
en Correspondance, tome I/1826-1839 , edición de Marie Cordroc’h, R oger Pierr ot y
Loïc Chotar d, Presses U niversitaires de France, P arís, 1985, pág. 54.
(52) A. de MUSSET ,La confession..., ed. cit., pág. 386.
(53) A. de MUSSET ,La confession..., ed. cit., pág. 388.
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es Dios hecho hombre sino hombre hecho Dios por el sufrimien-
to (54)-,no fue, desde luego, perseverante.
A su amigo y compañero de correrías libertinas, Ulric Gu t t i n -
g u e r , entonces inmerso en su itinerario de conversión que, co-
menzado en 1829 culminaría en 1835 (55), y que p re t e n d í a
catequizarlo, le responde en 1832: “Nunca he intentado hacer un
himno a mi Dios, sin embargo, te lo voy a pin tar” .
“Esta pequeña cor t eza de pastel sembrada de estrellas y coro-
nada por la vía láctea es todo lo que vemos del cielo. Nu e s t ro uni -
verso (no digo nuestro mundo), es un grano de arena en el vacío sin
fin. A miles de millones de leguas unos de otros flotan en la
inmensidad millones de combinaciones de universos. El nuestro
tiene como ley el equilibrio, la atracción y la gravedad. O t ros tie-
nen otras leyes, otras gentes, otras ve rdades matemáticas. El bien
y el mal, la fuerza y la belleza, son reemplazadas por otras cosas, y
todos estos pequeños sistemas, donde el nuestro es, quizá, uno de
los más débiles, se agitan, se re m u e ven en su esquina con su chis-
pa de vida. En el centro de las noches eternas está sentado mi D i o s
sin R e velación, que derrama a la inmortal materia el inmor t a l
p e n s a m i e n t o ” (56). Como quiera que su amigo insistiera, M u s s e t
le responde con una poesía inmoral y blasfema en la que Cristo es
un bebedor de ajenjo (57). En un fragmento de sus manuscritos
dejo escrito: “Dios duerme profundamente desde el comienzo del
mundo creado por El. Dios duerme y el mundo es su sueño. D i o s
duerme y todas las re voluciones físicas, todas las evoluciones de
las esferas, todas las creaciones sucesivas o simultáneas que divier-
ten su sueño, no son más que apariencias. El Mundo es el sueño
de Dios. Cuando Dios se despierte, estará sólo en su todopodero-
sa unidad. Las apariencias caerán en la nada primitiva; los simu-
l a c ros de creación y de los seres, de globos y de planetas, de
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(54) A. de MUSSET ,La confession..., ed. cit., págs. 387 y 388.
(55) H enri BREMOND, Le roman et l’histoire d’une conversion. U lric Guttinguer
et Sainte-Beuve d’après des corr espondances inédites, 13 ª ed., Plon-Nourrit et Cie., París,
1925. (56) A. de MUSSET , «Carta a U lric Guttinguer , de 10 de noviembre de 1832»,
en Correspondance , ed. cit., págs. 57-58.
(57) P . BÉNICHOU, L’ecole du désenchantement , ed. cit., pág. 158, nota 3 ; F.
LESTRINGANT, Alfred de Musset, ed. cit., pág. 139.
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sistemas y de vidas, se desvanecerán para siempre. Dios terminará
de soñar” (58).A George Sand le decía en 1834: “No quiero saber nada de si
hay o no Providencia; si hay una, le digo a la cara: es injusta y
c ruel. Es la más fuerte, lo sé; que me mate. Haré aún más que
maldecirla, la r e n i e g o” (59).
Su concepto de la religión, al menos como lo expresaba en
algunas ocasiones, era cuando menos, muy par t i c u l a r. En carta a
su amante Aimée D’Alton le decía que la adoraba “en pagano” y
que sentía por ella “una simpatía r e l i g i o s a”, y añadía: “Solo que de
la religión como yo la entiendo, la de Venus; vale más que la otra
y, si se es religioso en tus brazos, desafío que se sea católico” (60). A la duquesa de Castries que intentaba catequizarlo y le había
enviado un ejemplar de La imitación de Cr i s t o, le decía en sep-
t i e m b re de 1840: “Por lo que se re f i e re a las cosas de un poco m á s
a r r i b a , a la fe de la hermana Ma rcelina, no puedo decir nada. La
c ree ncia en Dios es innata en mí; el dogma y la práctica me son
imposibles, pero no quiero defenderme de nada; ciertamente, no
e s t o y m a d u r oa este re s p e c t o ” (61).
Musset también fue de aquellos autores que se dedicaron a
imaginar en sus obras sacerdotes despreciables o infames, hasta el
punto que Lefe bv re pudo decir que todos los curas de Musset “ s o n
odiosos o ridículos” (62): El cura de Ma rd o c h e(1829), que cede
al chantaje de su sobrino que amenaza con suicidarse si no le p re s-
ta su cama para reunirse con su amante (63). Annibal De s i d e r i o ,
el sacerdote de Les marrons du feu (1829), al que la lujuria condu-
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(58) A. de MUSSET ,Fr agments, en Oeuvres complètes en pr ose, ed. cit., pág. 940.
(59) A. de MUSSET , “Carta a G eorge S and, de 15 de septiembre de 1834”, en
Corr espondance, tome I/1826-1839 , edición de Marie Cordroc’h, Roger Pierr ot y Loïc
Chotar d, Presses U niversitaires de F rance, París, 1985, págs. 125-126 (citaré como
Correspondance). (60) A. de MUSSET , “Carta a Aimée d ’Alton, de 8 de junio de 1837”, en
Corr espondance, ed. cit., págs. 208-209.
(61) A. de MUSSET ,Corr espondance (1827-1857), r ecueillie et annotée par Léon
Séché, S ocieté du Mercure de F rance, París, 1908, pág. 177.
(62) H. LEFEBVRE, Alfred de M usset dramaturgue, L ’Arche, París, 1955, págs. 47
y 69. (63) A. de MUSSET ,Mar doche, en Œuvres complètes, ed. cit., v ol. I, Poésies, I,
págs. 144-146.
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ce al asesinato (64). El Cardenal Cibo de L o re n z a c c i o(65), ambi-
cioso, repugnante, sacrílego e incitador al adulterio. Los envidio-
sos y borrachos Blazius y Bridaine de On ne badine pas ave c
l’amour (1834) (66) o el hipócrita M ercanson de La confession (67).
So b r epasando todo lo inimaginable, los ateos, libertinos, asesinos
y sacrílegos F o rtunio y Cassius de su espantosa Su zo n(1831) (68).
En L o re n z a c c i o (1834), drama que narra el asesinato de Alejandro
de Médicis a manos de su primo L ore n zo –probablemente la obra
teatral que más fama le ha dado a pesar de que no se re p re s e n t a r a
con fidelidad hasta 1952–, “el anticlericalismo” está presente en la
persona del cardenal Cibo (69), que hace del sacramento de la
confesión un instrumento político y de dominación (70). En ella
p resenta Musset “una Iglesia totalmente dedicada a la intriga, a las
ambiciones personales, que utiliza medios odiosos y, por ello, es
p resa en la inmanencia de los intereses estrictamente humanos” (71). Obsesionado por el sexo –al decir de Guillemin, su “ a v i d ez
s e x u a l” constituía una “ a l i e n a c i ó n” (72)–, hasta el punto que se
ha podido decir que “hizo del amor su r e l i g i ó n” (73), no le fal-
t a r on am antes. La relación más famosa, que constituyó un
filón para la literatura, fue con George San d. Le habían pr e c e-
dido la señora Beaulieu (74), aunque se ha discutido su existen-
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(64) A. de MUSSET ,Les marr ons du feu, en Œuvres complètes, tomo I, Poésies, I,
ed. cit., págs. 45-83. (65)Alfr ed de MUSSET ,Lor enzaccio , prólogo y notas de Robert Abirached,
Gallimard (F olio Classiqque), P arís, 2001, Acto segundo, escena tercera, págs. 173-178
y 270-279. (66) A. de MUSSET ,On ne badine pas avec l ’amour, prólogo y notas de Alain
Beretta, Gallimar d, París, 2001, sobre el propósito anticlerical, B eretta, págs. 58-63.
(67) A. de MUSSET ,La confesión d’un enfant du siècle, ed. cit., pág. 218.
(68) A. de MUSSET ,Suzon en Oeuvr es Complètes , vol. I, Poésiestomo I, ed. cit.,
págs. 213-224. (69) Bernar d MASSON, Musset et son double. Lectur e de Lorenzaccio, Minard,
P arís, 1978, pág. 32.
(70) B. MASSON, Musset et son double, ed. cit., pág. 139.
(71) Pierr e-André RIEBEN, Délires romantiques. M usset-Nodier-Gautier-Hugo,
J osé Corti, P arís, 1989, pág. 45.
(72) Henri GUILLEMIN, La liaison Musset Sa n d, Ga l l i m a r d, Paris, 1972, pág. 233.
(73) P . Van TIEGHEM, Musset, ed. cit., pág. 116; P . ODOUL, Le drame intime
d’Alfr ed de Musset..., ed. cit., pág. 355.
(74) Maurice ALLEM, Alfred de Musset, ed. cit., págs. 25-26.
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cia (75), y la marquesa de la Carte, An gélica Bosio, y la segui-
rían, entre otras, Louise (76), Caroline d’ A l t o n - Shée, esposa de
Máxime J a u b e rt, la inglesa Aimée d’Alton, que añ os más ta rd e ,
en 1861 contraería matrimonio con Paul de Musset, la actriz
Rachel Félix, “G e o r g e t t e”, Augustine Brohan, la actriz Louise
A l l a n - D espréaux y Louise Colet (77). Como quiera que sus re l a-
ciones con sus amantes casi siempre fueron tormentosas, celosas
e infieles, bien por una u otra parte o por ambas, se consolaba
de su sufrimiento en brazos de las prostitutas (78), incluso en
Venecia, durante su viaje a Italia con George Sand (79).
Ex t remadamente celoso –aunque infiel–, caía en la desespera-
ción con cada nueva infidelidad de sus sucesivas amantes, per-
maneciendo incapacitado para la creación literaria durante
m e s e s . Prematuramente envejecido (80), fue triste ejemplo de vida
licenciosa pues comenzó a frecuentar los burdeles muy joven –a la
edad de quince años contrajo la sífilis (81)–, costumbre que per-
duró durante décadas (82). Sus excesos y orgías continuas (83),
eran la comidilla del París de aquellos años, por lo que adquirió
una justa reputación de liber t i n o. Alcohólico y borracho (84)
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(75) Odoul niega la existencia de la señora Beauliue, invención de los hermanos
de M usset (P. ODOUL, Le drame intime d’Alfr ed de Musset..., ed. cit., págs. 421-423).
(76) M. ALLEM, Alfred de M usset, ed. cit., págs. 139-140.
(77) F . LESTRINGANT ,Alfr ed de M usset, ed. cit., págs. 61-64, 321 y sigs., 377-
383, 411, 554, 537, 539, 554, 591; M aurice DONNAY,La vie amoureuse de Alfr ed de
Musset , 2ª ed., F lammarion, Rio de J aneiro, 1936; M. ALLEM, Alfred de Musset, ed.
cit., págs. 61-122, 151-165; Charlotte HALDANE, Alfred. The passionate life of A lfred
de M usset, Roy Publishers, N ew York, 1960.
(78) F . LESTRINGANT ,Alfr ed de Musset, ed. cit., pág. 64.
(79) M. ALLEM, Alfred de M usset, ed. cit., pág. 88.
(80) M. ALLEM, Alfred de M usset, ed. cit., pág. 205.
(81) F . LESTRINGANT ,Alfr ed de Musset, ed. cit., pág. 630.
(82) F. LESTRINGANT, Al f red de M u s s e t, ed. cit., págs. 54, 64, 135, 528 y p a s s i m.
(83) Lascar atribuye buena par te de este comportamiento a su amigo Alfred Tattet,
hombr e rico y muy bien situado, que le invitaba fr ecuentemente y que ejerció sobre
M usset “ una influencia perjudicial ” (Maurice LASCAR, Alfred de M usset. «Les J ours et
les N uits», Editions Arts et F ormes, Toulouse, 1988, pág. 18).
(84) H enriot sugirió, porque probarlo no pudo, que bebía para ocultar y , sobre
todo, olvidar su enfermedad, que estima que era epilepsia (E mile HENRIOT,Alfr ed de
Musset , Librairie Hachette, P arís, 1928, págs. 165-171).
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–llegó un momento, escribió Gastinel, en que “los malos hábitos
se convirt i e ron en necesidad” (85)–, este discípulo de V o l t a i re, de
Rousseau y de Sade (86), que en ocasiones disfrutaba golpeando
a las mujeres, fue paradigma del libertinaje más absoluto al que
llegó el romanticismo (87); Lestringant, en su monumental obra,
nos ha mostrado todo Musset, también el “ t e n e b roso y per ve r s o”
y el de “los amores infames” (88) . Al contrario que muchos de sus contemporáneos que lig aro n
la función del poeta a la política o a la inquietud social, y que
d e f e n d i e r on con su obra determinadas posiciones o p re s u p u e s t o s
políticos o sociales, de cuya actitud Hugo es buen re p re s e n t a n t e ,
Musset defendió la independencia del poeta tanto de la política
como de la sociedad (89), de la que ni pretendió ser su guía ni su
cliente. En diversas ocasiones dejó constancia de esa actitud con-
forme a la cual, la literatura ha de separarse de la política, como
en sus Revues fantastiques (1831) (90), en la introducción de L a
coupe et les lèv re sdonde se mostró contrario tanto al escritor polí-
tico como al que pretende conducir a las masas o seguirlas (91) o
en su póstuma Le Poëte déchu, en la que sostiene que el poeta no
atiende a las relaciones entre las cosas, sino a su esencia, por q u e
no conoce más hombre que el de todos los tiempos (92). A p o l i t i -
cismo expresado claramente en su Sonnet au lecteur, de 1850 (93),
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(85) P . GASTINEL, Le romantisme d’Alfr ed de Musset, ed. cit., pág. 606.
(86) E l conde de Viel Castel, de vuelta ya de sus liber tinas aventuras juv eniles en
compañía de M usset, Mérimée, Sutton S harpe, destacaba “el mal producido por las
monstruosas obras del marqués de S ade” “en la literatura del siglo XIX”; Victor Hugo,
J ules Janin, Théophile Gautier , Sand, Sue, Musset o Dumas, “ todos son parientes de
Sade, todos ponen un pedazo de su libertinaje en sus pr oducciones” (Horace de VIEL
CASTEL, Mémoires sur le règne de N apoléon III (1851-1864), prólogo de L. Léouz on
Le Duc, P arís, 1883, tomo I, pág. 109).
(87) F . LESTRINGANT ,A lfred de M usset, ed. cit., pág. 149.
(88) F . LESTRINGANT ,A lfred de M usset, ed. cit., pág. 659.
(89) P . Van TIEGHEM, Musset, ed. cit., págs. 122-123, 153.
(90) A. de MUSSET ,Revues fantastiques , II, De la politique en littér ature et de la
littér ature en politique , en Œuvres complètes en prose, ed. cit., pág. 761.
(91) A. de MUSSET ,La coupe et les lèvr es, en Œuvres complètes , ed. cit., vol. I,
P oésies, I, pág. 241.
(92) A. de MUSSET, Le Poëte déchu, en Oe u v r es complètes en pro s e, ed. cit., pág. 318.
(93) La politique, hélas ! voilá notr e misère./ Mes meilleurs ennemis me conseillent
d ’en faire./ E tre rouge ce soir, blanc demain; ma foi, non./ J e veux, quand on m’a lu, qu’on
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y que según advierte He y va e rt era “debido a una visión negativa
de la política y pesimista de la historia” (94). Sin embargo, aunque no se ocupó de la política (95) y como
poeta más bien la despreció (96), tuvo buenas relaciones tanto
con la monarquía burguesa como con el segundo imperio, a los
que elogió y con cuyos regímenes obtuvo un empleo. No hay duda de su aversión a la Restauración. M o n t é g u t
i n t e r p r etó que el héroe de Le Tableau d’ E g l i s ees Musset y que el
combate a que se r e f i e re eran las tres jornadas de julio (97), inter-
p r etación que Allem y Courant consideraron muy ve rosímil sobre
la base de una carta de la madre de Musset en la que indicaba que,
en aquellos sucesos, sus hijos “ a r r i e s g a ron sus vidas” (98). Ante ese
único testimonio se comprende el escepticismo de Bénichou (99)
o el de Lestringant, para el que tal participación es dudosa, pues-
to que Musset, en su carta a su amigo Horace de Viel Castel, de
29 de julio de 1830 (100), se expresa más bien como un especta-
dor que como un actor (101). En agosto de 1838, dedica una poesía al nacimiento del
Conde de París en la que describe una Francia que vive en el
mejor de los mundos y Luis Felipe es el “rey popular” que “ d e s d e
hace ocho años, sin miedo y sin cólera, como piloto valiente nos
muestra el camino” (102). Antes había escrito otra, tras el atenta-
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puisse me relire./ S i deux noms, par hasard, s ’embrouillent sur ma lyre./ C e ne sera jamais
que N inette ou N inon(A. de MUSSET ,Sonnet au lecteur, en Oeuvres Complètes . II,
P oésies N ouvelles, ed. cit., pág. 262.
(94) A. HEYVAERT, La transparence et l’indicible dans l’œuvr e d’Alfr ed de M usset,
ed. cit., pág. 45. (95) Pierr e PARAF , “Alfred de M usset et la politique ”, Europe, núm. 583-584,
noviembr e-diciembre 1977, págs. 113-125.
(96) A. de MUSSET, Le poëte déchu, en Oe u v r es complètes en p ro s e, ed. cit., pág. 318.
(97) Émile MONTEGUT ,Nos mor ts contempor ains, Première Série, Librairie
H achette et cie., P arís, 1883, pág. 237
(98) Maurice ALLEM y P aul COURANT, en A. de MUSSET ,Le Tableau d’E glise,
ed. cit. nota 3 de la página 753 en pág. 1183. (99) P . BÉNICHOU, L’ecole du désenchantement , ed. cit., pág. 139.
(100) A. de MUSSET , «Carta a Horace de Viel Castel, de 29 de julio de 1830»,
en Correspondance , ed. cit., págs. 40-41.
(101) F . LESTRINGANT ,Alfr ed de M usset, ed. cit., pág. 111.
(102) A. de MUSSET ,Sur la naissance du Comte de P aris, en Œuvres complètes, II,
P oésies N ouvelles, ed. cit., pág. 116.
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do del 28 de diciembre de 1836, que es un panegírico de Lu i s
Felipe (103), y le seguiría otra en el aniversario de la muerte del
duque de Orleáns el 13 de julio de 1842 (104). Aunque no llega-
ra a publicarla, en 1853, compuso, en honor del Em p e r a d o r
Napoleón III, Le songe d’ Au g u s t e ( 1 0 5 ) .
G racias a su amistad con el entonces duque de Chartres, hijo
del futuro r ey Luís Felipe, del que fue condiscípulo en el liceo
E nrique IV, y al que le pidió su apoyo (106), en octubre de 1838
es nombrado “Conservador de la Biblioteca del M inisterio del
Interior , de la colección de medallas y del almacén de obras impr e-
sas publicadas en París y en el Departamento ”, con un sueldo anual
de 3.000 francos (107), cargo que no exigía su presencia y del que
sería desposeído por la República. En febrero de 1845 fue nombra-
do Caballero de la Legión de Honor (108). Tras el golpe de Estado
de Luis N apoleón, fr ecuentó la corte y fue nombrado, de nuevo,
bibliotecario del Ministerio de Instrucción Pública en mar zo de
1853 (109). Al final de los años cuarenta, desde el estr eno en
noviembr e de 1847 de Un caprice , publicada die z años antes, se
había conver tido en un autor teatral célebre y sus r epresentaciones
se sucedían con éxito (110), y si nunca le sobró el dinero, fue por
su modo de vida desordenado y derr ochador (111).
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(103) A. de MUSSET ,A u Roi, après l’attentat de M eunier, en Œuvres complètes, II,
P oésies N ouvelles, ed. cit., pág. 112.
(104) A. de MUSSET ,Le Treiz e Juillet, en Œuvres complètes , II, Poésies N ouvelles,
II, ed. cit., págs. 213-221. (105) A. de MUSSET ,Le songe d ’Augusteen Œuvr es Posthumes d’Alfr ed de Musset,
E dition Charpentier , L. Hébert Libraire, P arís, 1888, págs. 83-102.
(106) A. de MUSSET, “Carta al Duque de Orleans, de septiembr e de 1838”, en
Correspondance, ed. cit., tomo I, pág. 279 y “Carta al D uque de Orleáns, de 16 de octu-
bre de 1838”, Correspondance, ed. cit., pág. 283.
(107) Mme. MAR TELLET (Adèle COLIN), Alfred de M usset intime. Souvenirs de
sa G ouvernante, prólogo de G eorges Montorgueil, Librairie F elix Juven, P arís, 1906,
pág. 67; M. TOESCA, Vie d ’Alfred de M usset..., ed. cit., pág. 227.
(108) Mme. MAR TELLET (Adèle COLIN), Alfred de M usset intime , ed. cit. págs.
67-71.
(109) Maurice TOESCA, Vie d’Alfred de Musset ou l ’amour de la mort, Hachette,
P arís, 1970, págs. 363 y 367.
(110) M. TOESCA, Vie d’Alfred de Musset..., ed. cit., pág. 331. Sylvie CHEVAL-
LEY , “M usset a la Comédie-F rançaise”, Europe , núm. 583-584, no viembre-diciembre
1977, págs. 17-39. (111) La misma noche del día en que recibió 4.000 fra ncos por Ca rm o s i n e o r g a -
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Si por influencia de Sand fue durante algún tiempo “s e m i
s o c i a l i s t a ”, como indicó R e n a rd por lo escrito en el capítulo II de
La confesión –lo que supone que Musset no sólo describía una
situación, sino que la suscribía, lo que es, al menos, dudoso–, tal
veleidad le duró bien poco, como indicó, también R e n a rd, que
entendió que desde 1838 será “ p o rt a voz de las opiniones conser-
va d o r a s ” (112). En la segunda de sus L e t t res de Dupuis et Cotonet
(1836) (113), se encargó de hacer una crítica que descalificaba el
h u m a n i t a r i s m o y las doctrinas de Sa i n t - Simon; y en 1842 a los
sueños de los utopistas y a las doctrinas re volucionarias (114).
Y si este re v olté ( 1 1 5 ) ,este eterno rebelde (116) hasta su ingr e s o
en la Academia, en 1852, acabó por conv e rtirse en “escritor oficial y
bien pensante” (117), no varió, en cambio, su actitud hacia la re l i g i ó n
y la Iglesia. Como había adv e rtido M i r e c o u rt, “fue sistemáticamente
impío, rebelándose contra la fe y jugando con el sacrilegio” (118).
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nizó una orgía “ de la que no pudo disfrutar” por llegar ya borracho (Edmond et J ules
de GONCOUR T, “ Anotación de 9 de abril de 1861”, Journal. Mémoir es de la vie litté -
rair e, I. 1851-1865 , edición de Robert Ricatte con prólogo y cronología de R obert
Kopp , Robert Laffont, col. Bouquins, P arís, 1989, pág. 1097).
T ambién lo anotó Sainte-B euve (Charles Augustin SAINTE-BEUVE, Mes poisons,
préface de P ierre Drachline, J osé Corti, May enne, 1988, pág. 112); Houssay e contó la
misma anécdota con la diferencia de que cobró 3.500 francos y relató otro hecho simi -
lar , cuando M usset, con motivo del estr eno de Il ne faut jur er de rien, cobró 500 fran -
cos y organizó otra sesión par ecida (Arsène HOUSSAYE, Les confessions. Souvenirs d ’un
demi-siècle 1830-1880, E. Dentu, P arís, 1891, tomo V, págs. 146 y 149-152).
(112) Georges RENARD, “Les opinions politiques d ’Alfred de Musset”, Revue
P olitique et P arlamentaire, año 10, tomo XXXIV , núm. 101, noviembre 1902 (págs.
327-344), págs. 332 y 334. (113) A. de MUSSET ,Lettres de Dupuis et Cotonet, en Oeuvres complètes en prose,
ed. cit., págs. 837-849. (114) A. de MUSSET ,Sur la par esse, en Oeuvres Complètes . II, Poésies N ouvelles,
ed. cit., pág. 186. (115) G. GANNE, Alfred de Musset..., ed . cit., págs. 146-147.
(116) Según Lefebvr e, en su interpretación marxista, Lorenzaccio , era una alego-
ría, pues escondía su crítica a Luís F elipe y a su monarquía (Henri LEFEB VRE, Alfred
de M usset dr amaturgue , ed. cit., págs. 120-122). I nterpretación que no resulta acorde,
ni con su apoliticismo, ni con su comportamiento durante la M onarquía de J ulio, como
ya advirtió Bénichou. A su juicio, Lorenzaccio expresa la falta de confianza en la huma-
nidad y su diana “ es toda la especie humana ” (P. BÉNICHOU, L’ecole du désenchante -
ment , ed. cit. pág. 142-149, cit., pág. 149).
(117) F . LESTRINGANT ,Alfr ed de M usset, ed. cit., pág. 605.
(118) Eugène de MIRECOUR T,Alfr ed de M usset, 2ª ed., Librairie des Contem-
porains, P arís, 1869, pág. 9.
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El católico y legitimista N ettement, que no le trató mal en su
crítica, al explicar , en 1854, el inicial aprecio por la poesía de
M usset, restringido a cier ta juventud y a cier tos cenáculos de litera -
tos y ar tistas, así como su éxito con un público mucho más amplio
hacia el final de la M onarquía de Julio, entendió que se debió a que
esa juventud de 1830 “ estaba habituada a todas las licencias ” y a que
en los primeros años de ese régimen se respiraba “ una especie de
anarquía intelectual y moral” (119). D espués, hacia el final de la
monarquía, se había pr oducido un “relajo de la exigencia moral ”, al
tiempo que M usset había moderado su provocación, la crítica esta -
ba dominada por Sainte-B euve, “ mucho más tolerante desde el
punto de vista moral ”, lo que unido a su apoliticismo, que permi-
tía que agradara a todos, propició dicho éxito (120). Virginia Ancelot, en 1858, decía de Musset que “ e xcitaba las
v i vas simpatías de todos los alegres ve i n t e a ñ e ro s disipados y liber-
t i n o s ” (121). Sa i n t e - Be u v e, que públicamente, en sus Causeries du
l u n d i , decía que la juventud sabía de memoria sus versos (122), en
Mes poisons anotó que “la juventud disoluta adora en Musset la
e x p res ión de sus propios vicios” y que “ A l f red de Musset es el
capricho de una época hastiada y liber t i n a” (123).
Zola, con ocasión de la publicación de la biografía de M u s s e t
escrita por su hermano y publicada en 1877, re c o rdaba que en su
adolescencia, fue el poeta que les encandiló, por su humanidad,
p o rqu e era el que menos mentía, por la inmortalidad de sus sollo-
zos y con el que lloraban al leerlo y porque les hablaba de las
m u j e res con una amargura y una pasión que les inflamaba (124).
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(119) A. NETTEMENT ,H istoire de la Littérature F rançaise sous le Gouvernement
de J uillet, ed. cit., tomo II, págs. 152 y 155.
En parecidos términos Armand de PONTMAR TIN, Nouvelles causeries littér aires,
Michel Lévy F rères, P arís, 1855, págs. 285-288.
(120) A. NETTEMENT ,H istoire de la Littérature F rançaise sous le Gouvernement
de J uillet, ed. cit., tomo II, págs. 152, 155, 146, 147, 149 y 151
(121) Mme. ANCEL OT,Les Salons de P arís. Foyers éteints , Jules Tardieu, P arís,
1858, pág. 134. (122) C. A. SAINTE-BEUVE, Causeries du lundi, 4ª ed., Garnier F rères, P arís,
s.f ., tomo I, pág. 301.
(123) C. A. SAINTE-BEUVE, Mes poisons, ed. cit., págs. 182-183 y 112.
(124) Émile Z OLA, Documents littér aires. Études et portr aits, nueva edición, Bi-
bliothèque-Charpentier , Eugène Fasquelle Éditeur , París, 1926, págs. 91-92.
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Pe r reau, que ya adulto continuaba admirándolo, no pudo dejar de
consignar que era lo que, en su juventud, les atraía: “le amábamos
con todas las fuerzas de la imaginación depravada de los dieciséis
años, y estábamos resueltos a seguirle en esa gran ruta hecha por
los siglos entre los dos senderos del vicio y de la virtud «de la que
no queda nada». Algunos le siguieron –desgraciadamente hasta el
fin– y les hemos visto caer como a él” (125). Hedouville re c o rd a-
ba que Ro l l afue la obra de Musset “que más contribuyó a con-
quistar a la ju ve n t u d” (126).
Taine, al final de su Historia de la Li t e ra t u ra In g l e s a , escribió:
“Lo conocemos de memoria. Murió, pero nos parece que todos
los días le oímos hablar. (...) ¿Hubo jamás acento más vibrante y
más ve rd a d e r o? Al menos no mintió nunca. Sólo dijo lo que sin-
tió y lo dijo cómo lo sentía. Pensó en voz alta. H i zo la confesión
de todo el mundo. No sólo se le ha admirado; se le ha amado. Er a
más que un poeta, era un hombre. Cada uno encontraba en él sus
p rop ios sentimientos, los más huidizos, los más íntimos”. Fue “ e l
más amado, el más brillante de nosotros (...). Todavía le amamos,
no podemos escuchar a otro; a su lado, todos nos parecen fríos o
m e n t i r o s o s” (127). Quizá por eso, Lanson indicara que toda la
doctrina que se encuentra en su poesía se reduce a expresar la sin-
ceridad de la emoción, a emocionar estando emocionado (128). Se ha dicho y se ha repetido muchas veces, que M usset expre-
só, como ningún otr o poeta hasta entonces, los sentimientos de la
juv entud, y que supo hacerlo de forma tan sincera y, al tiempo, tan
bella, que por ese motiv o fue un gran poeta que, además, supo calar
en la juventud (129). Sin embargo, es difícil de cr eer que la mayor
parte de la juv entud pueda ser comparada con un pura sangre al
que hay que esperar que pase el tiempo para poderlo domar (130)
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(125) Adolphe PERREAU, Alfred de Musset. L ’homme-le poëte, Librairie P oulet-
M alassis, P arís, 1862, pág. 29.
(126) Marte de HEDOUVILLE, Alfred de Musset, A postolat de la P resse, Société
Saint-P aul, París, 1958, pág. 59.
(127) H. TAINE, Histoire de la L ittérature A nglaise, v ol. V, 2ª ed., Librairie L.
H achette et Cie., París, 1869, págs. 466 y 468.
(128) G. L ANSON, Histoire de la Littérature F rançaise, ed. cit., pág. 962.
(129) Así, E. MONTÉGUT ,N os morts contempor ains, ed. cit., sobre todo, págs.
220-222 y 241-242. (130) E. MONTÉGUT ,N os morts contempor ains, ed. cit., pág. 221.
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y, más concretamente, resulta inverosímil que la mayoría de los
jóv enes de aquella época fuera, no loca, sino amoral, liber tina y ego-
ísta (131); no r ebelde, sino, como diríamos hoy , anarquista. Vivir
como R olla, vivir como F rank, vivir como Octav e, no puede ser
más que el retrato de una escasa par te de la juventud de aquellos
años. Y sentir de ese modo –que es lo que M usset transmite– no
puede ser más que inmoral, por muy sinceramente que se haga y a
pesar de las ocasiones en las que el poeta muestra el espanto hacia
una vida sin sentido, con las que alterna la fr uición por una vida sin
frenos. Y la moraleja por vivir sin normas ni principios, como F rank
o Rolla, no es el horror hacia ese géner o de vida, no es el retorno a
la sabiduría, que nos haría buscar , río arriba, las fuentes que, encau -
zando nuestra libertad, nos hacen verdaderamente humanos. La
moraleja si la hay , en el mejor de los casos, es la impotencia para
salir de un cauce secado por el que nunca v olverá a corr er la vida;
es el desencanto y la falta de esperanza.
C a r re r e le incluyó entre los maestros perniciosos, los que son
“ p ro p a g a d o res de debilidad, de egoísmo, de cobardía o de concu-
p i s c e n c i a ” (132). El re p roche fundamental es que su obra es “ u n
gemido permanente” por causa de haber padecido en su ju ve n t u d
un desengaño amoroso, la infidelidad de la amante, lo que le llevó
a la desesperación (133). Sí, Musset fue el poeta del dolor y del sufrimiento, pero que
s u f re por algo vano: “Lo sublime de nuestro dolores no se mide
por su intensidad, sino por la grandeza de su causa” (134); M u s s e t ,
por el contrario, “termina por encontrar un encanto indecible en
sus debilidades de ve n c i d o” (135). A juicio de Bourget, en M u s s e t
se da la coexistencia del amor y de la duda, no como algo acciden-
tal, sino sustancial: “El veneno que se vierte en la herida del
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(131) S egún M usset, solo «los más ricos se hicieron libertinos» (A. de MUSSET ,
La confession…, ed. cit., pág. 69). (132) J ean CARRÈRE, Les Mauvais Maîtr es. Rousseau, Chateaubriand, Balzac,
S tendhal, G eorge Sand, M usset, Baudelair e, Flaubert, Verlaine, Zola, P lon-Nourrit et
Cie., París, 1922, pág. 12. (133) J. CARRÈRE, Les Mauvais Maîtres, ed. cit., pág. 121.
(134) J. CARRÈRE, Les Mauvais Maîtres, ed. cit., pág. 126.
(135) J. CARRÈRE, Les Mauvais Maîtres, ed. cit., pág. 131.
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a m o r”, “no procede de fuera. Nace del mismo corazón. Surge al
mismo tiempo que el amor” (136). Sí, como tantas veces se ha r epetido, el tema central, casi único,
de su poesía es el amor, pero “ el amor fracasado, fuente infalible de
sufrimiento ”, hasta tal punto que, “ en la gran poesía romántica
francesa, no hay amor desgr aciado, salvo en M usset” (137); ese amor ,
continúa Bénichou, expr esa “una voluntad de padecer anterior a
cualquier motivo de sufrimiento ” (138). Con independencia de las
infidelidades de sus amantes, Bénichou mostró que con anteriori -
dad a ello, M usset se fabricó su propia leyenda de un amor desgra-
ciado cuando tenía dieciocho o diecinueve años (139), y se pr esentó
en su poesía como un poeta con destino trágico a causa de ese amor\
traicionado (140). L e m a i t r e, que elevó las comedias de Musset hasta comparar-
le con S h a k e s p e a re y con Ma r i vaux –cuya influencia ya había
sido indicada por Montégut (141) y por Me n é n d ez Pe l a yo (142)
tras él–, opinó que su teatro “es el teatro del amor”, “del amor
grande, auténtico, trágico”, que creyó ver perfectamente re p re-
sentado en Il ne faut jurer de rien (1836) (143), en la que
Valentin, que se niega a contraer matrimonio y que, por una
apuesta, se había propuesto seducir a Cécile en el plazo de ocho
días para demostrar que no se puede confiar en la virtud de las
m u j e res, en dos días ganará la apuesta, pero vencido por el amor
de Cécile, se casará con ella (144). Lemaitre estimó, también,
que nadie como Musset pintó los terribles efectos causados sobre
el alma por el abuso y por la profanación del amor, así como que
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(136) P aul BOUR GET,Études et P ortraitis. Sociologie et L ittérature, Plon-Nourrit
et Cie., P arís, 1906, tomo III, pág. 265.
(137) P . BÉNICHOU, L’ecole du désenchantement , ed. cit., pág. 103.
(138) P . BÉNICHOU, L’ecole du désenchantement , ed. cit., pág. 117.
(139) P . BÉNICHOU, L’ecole du désenchantement , ed. cit., págs. 103-115.
(140) P . BÉNICHOU, L’ecole du désenchantement , ed. cit., pág. 122.
(141) E. MONTÉGUT ,N os morts contempor ains, ed. cit., págs. 261-262.
(142) Marcelino MENÉNDEZ P ELAYO, Historia de las ideas estéticas en España,
CSIC, Madrid, 1994, v ol. I, pág. 855.
(143) J. LEMAITRE, intr oducción a Thêatre de A lfred de M usset, ed. cit., págs, V
y XIII. (144) A. de MUSSET ,Il ne faut jurer de rien, en Thêatre de Alfred de M usset, ed.
cit., 1890, tomo III, págs. 187-274.
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el libertinaje termina en el nihilismo final y que narró en
L o renzaccio (145).
Sin embargo, por encima de lo amable de algunas comedias,
la concepción del amor de Musset sobresale en su poesía. M u s s e t
exaltó un concepto idealista, que no ideal, del amor y, por tanto,
erró profundamente, desvirtuando un sentimiento y una vir t u d
capital para el ser humano y las relaciones interpersonales. U n o s
versos de La coupe et les lèv re s, lo expresan con toda cr u d e z a :
Doutez, si vous voulez, de l ’ ê t re qui vous aime,/ D’une femme ou d’ u n
chien, mais non de l’amour même./ L’amour est tout, -l’ a m o u r, et la
vie au soleil./ Aimer est le grand point, qu ’ i m p o rte la maîtr e s s e ? /
Qu ’ i m p o r te le flacon, pour vu qu’on ait l ’ i v r e s s e?/ Fa i t e s - v ous de ce
monde un songe sans réve i l(146).
En expresión de Barine, “soñaba con un amor por encima de
todos los amores, que fuera, a la vez, un delirio y un culto” (147);
al mismo tiempo, “había pedido a la pasión el punto de apoyo de
su vida moral y el apoyo se rompió” (148). Por su parte, F a g u e t
había adve rtido que creía “que el amor se satisface (...) indepen-
dientemente del ser amado” (149). En parecido sentido, Béni-
chou indicaba que Musset “no creía plenamente en el amor más
que en los comienzos de la pasión, cuando el entusiasmo desterra-
ba de su espíritu el pensamiento del mañana” (150). Según este
mismo autor, esa religión del amor era “ c reer sin creer y pro f e s a r
una religión sin ve rd a d” (151). Montégut había expresado algo
p a rec ido al indicar que Musset “no logró nunca separar esta re l i-
gión del amor de la idolatría de las criaturas” (152). En exp re s i ó n
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(145) J. LEMAITRE, introducción a Thêatre de Alfr ed de Musset, ed. cit., pág.
XXIII. (146) A. de MUSSET ,La coupe et les lèvr es, ed. cit., pág. 244.
(147) A. BARINE, Alfred de Musset, ed. cit., pág. 61.
(148) A. BARINE, Alfred de Musset, ed. cit., pág. 99.
(149) E. F AGUET,Dix-neuvième siècle. E tudes littéraires, ed. cit., pág. 279.
(150) P . BÉNICHOU, L’ecole du désenchantement , ed. cit., pág. 116.
(151) P . BÉNICHOU, L’ecole du désenchantement , ed. cit., pág. 116. Ambos auto -
r es, F aguet y Bénichou, r ecuerdan estos versos de M usset: “L’amour est tout, l’amour ,
et la vie au soleil./ Aimer est le grande point, qu ’importe la maîtresse?/ Qu’importe le
flacon, pour vu qu’on ait l ’ivresse?” (A. de MUSSET ,La coupe et les lèvr es).
(152) E. MONTÉGUT ,Nos mor ts contempor ains, ed. cit., pág. 284.
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de Henriot (153), tuvo una vida “deliberadamente consagrada a la
conquista de sus sueños, a las ilusiones de la vo l u p t u o s i d a d” (154).
En su vida, aunque no sólo en la suya, si bien en su caso y en
el de George Sand, se verificó, de forma eminente, el amor desor-
denado de que hablara Maurras (155), que no es ve rd a d e ro amor,
sino el amor-pasión al que se refería Truc (156), que se busca a sí
mismo y que termina por no ser otra cosa que mera r e l a c i ó n
sexual egoísta. Maurras, en su crítica, de plena aplicación a
Musset y a Sand, estimó que “los románticos padecieron en su
voluntad el desorden de su pensamiento”, y que ambos “ d e s p re-
c i a r on los mecanismos vivientes con los que la tradición del géne-
ro humano, firmemente definida en los pueblos civilizados, ha
atemperado el orgullo y ha encadenado el amor. De s m o n t a ro n
todos los frenos, experimentaron, uno tras otro, esas necesidades
naturales que atormentan a quienes retornan a nuestros elementos
p r i m i t i vos y compro b a ron hasta que punto la naturaleza es más
maliciosa y más cruel en sus venganzas que la sociedad” (157). Las relaciones fuera del matrimonio y el adulterio fueron re i-
t e r a t i v as, incluso obsesivas, en buena parte de su obra, por lo que,
con toda razón, fue calificado de poeta inmoral (158). A lo largo
de los años, conforme pasaba el tiempo, fue objeto tanto de críti-
ca favorable y enaltecedora de su obra, como de crítica ad ve r s a ,
como la que le hizo la derecha maurrasian a con Maurras (159) y
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(153) Emile HENRIOT, Al f r ed de M u s s e t, Librairie Hachette, París, 1928, pág. 153.
(154) Al margen de la v aloración como poeta, en la que no entro, Lamartine, aun -
que posteriormente modificara par cialmente su juicio, estimó que le faltaron las tr es
condiciones necesarias al gran poeta: amor , fe y carácter (Alphonse de LAMARTINE,
en André GUYA UX et al., Alfred de M usset, Presses de l’U niversité de P aris-Sorbonne,
P arís, 1995, pág. 84).
(155) Charles MAURRAS, Les amants de Venise, 20ª ed., Boccard, P arís, 1916,
págs. LIV y 287.
(156) Gonzague TRUC, Histoire de la L ittérature catholique contempor aine(1961),
trad. esp ., Historia de la liter atura católica contemporánea (de lengua fr ancesa), Gredos,
M adrid, 1963, pág. 33.
(157) C. MAURRAS, Les amants de Venise, ed., cit., pág. LIV .
(158) P arte de la crítica así lo señaló al hilo de sus obras. La inmoralidad de su
obra queda suficientemente de r elieve en el opúsculo de Eugène de MIRECOURT,
Alfr ed de Musset, 2ª ed., Librairie des Contemporains, P arís, 1869.
(159) Charles MAURRAS, Les amants de Venise, 20ª ed., Boccard, P arís, 1916.
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L a s s e r re (160). No deben extrañar tales críticas, pues como ha
expuesto H e y va e rt, el análisis de la sociedad hecho por M u s s e t
conduce al nihilismo, aunque no sea un nihilismo triunfante sino
f ú n e b r e (161).
Con todo, no han faltado quienes han presentado un M u s s e t
moralista y hasta profundamente cr e yente, como Montégut o
P e t e r . Para Montégut, La confesiónes una obra moral, por q u e
muestra el callejón sin salida al que conduce la corrupción liber-
tina (162). A juicio de Gastinel, la lección de La coupe et les lèvre s
es “la lucha del hombre contra las taras consecuencia de una vida
i m p ru d e n t e”, y su teatro contiene una moral consistente en que
on ne badine pas avec la débauche ( 1 6 3 ).
Janzé le caracterizó como “ c re yente por instinto” en el que su
espíritu dubitativo recorrió las fases sucesivas de negación, duda y
c reencia cuando sufre (164). P a recida opinión tuvo Séché, para el
que Musset, ni fue indiferente ni un adversario de la religión, sino
que, por el contrario, en algunos momentos se despertaba el cris-
tiano que dormía en él y se elevaba hasta el panegírico (165).
“ P ermaneció c re yente –escribió Peter–, de una fe en absoluto
simulada, profunda, capaz de inspirar los versos de L’espoir en
D i e u (1838), y, en un tiempo en el que el ateísmo suministraba el
elemento esencial de cierta moda intelectual, encontró, para exal-
tar el c re d o de sus antepasados y para fustigar la duda, acentos que
muestran, en ocasiones, en este escritor reputado frívolo, un cam-
peón de la idea cristiana” (166).
Pe ro algunos versos aislados, como en La Nuit d’août ( “A qui
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(160) Pierr e LASSERRE, Le romantisme fr ançais. Essai sur la Révolution dans les
sentiments et dans les idées au XIXe siècle, Société du M ercure de France, París, 1907,
págs. 205-207, 280-290. (161) A. HE YVAERT,La transparence et l ’indicible dans l’œuvr e d’Alfred de M usset,
ed. cit., págs. 70 y 71. (162) E. MONTÉGUT ,Nos mor ts contempor ains, ed. cit., págs. 292 y 287.
(163) P . GASTINEL, Le romantisme d’Alfr ed de Musset, ed. cit., pág. 265.
(164) V izcondesa de JANZÉ, Étude et Récits sur Alfred de Musset, E. Plon, N ourrit
et Cie., P arís, 1891, págs. 136 y 137.
(165) L. SÉCHÉ, Alfred de Musset, vol. I, L´Homme et l’œuvre. Les camarades, ed.
cit., pág. 331. (166) René P ETER, Alfred de Musset, La Bonne P resse, París, 1945, págs. 23-24.
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p e rd tout, Dieu reste ancore,/ Dieu là-haut, l’espoir ici-bas ” )
(1836) (167) o, incluso, de Une bonne fort u n e(1834) (O toi, Pére
i n m o r tel, dont le Fils s’est fait homme,/ Si jamais ton jour vient, Dieu
Juste, ô Dieu V e n g e u r!”) (168), lo más que mostrarían es que no
fue ateo, pues Musset, hasta en los textos aportados por R e n é
Peter –generalmente aislados de la totalidad del poema o de la
obra– no se entrega. Si en el último verso des las últimas cinco
e s t r ofas de la L e t t re à Lama rt i n e(1836), invoca el “alma inmor-
t a l ”, es para concluir que, tras la muerte, si se ha amado, el alma
se acordará (169). Incluso L’ Espoi r en Dieu, aunque sea un grito
de angustia, es una requisitoria a Dios más que una oración con-
fiada, que, como observó Bénichou, “manifiesta la duda más bien
que la esperanza” (170). En efecto, Musset se dirige a Dios, al que tiene por “ t e m i b l e”
y “ ve rdu go que engaña a su víctima”, le re p rocha haber creado el
mal, sembrar la duda en el hombre, tentarle, dejarse ent re ver en
la naturaleza cuando mejor hubiera sido que hubiera permaneci-
do totalmente oculto, y al que, finalmente, pide que se muestre
para que, de ese modo, se crea en él y desaparezca la duda y la
blasfemia (171). En opinión de Haldane, en l’ Espoir en Dieu,
Musset “alterna la desesperación y el estoicismo” porque “la cre-
encia cristiana le aterroriza y el ateísmo le repele. La razón está en
la revuelta contra la fe en la que su corazón tan desesperadamen-
te necesita encontrar consuelo” (172). P e ro Musset, de haber sen-
tido la necesidad de ese consuelo, erró el camino, procurando un
consuelo imposible, pues lo buscó en el frenesí sexual, cuando la
renuncia a este modo de vida era condición necesaria para abrirse
a la fe.
Si como quiere P e t e r, Musset “fustigó la duda”, no lo hizo de
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(167) A. de MUSSET ,Oeuvr es Complètes . II, Poésies N ouvelles, ed. cit., pág. 59.
(168) A. de MUSSET ,U ne bonne for tune, en Oeuvres Complètes . II, Poésies N ouve-
lles, ed. cit., pág. 31. (169) A. de MUSSET ,Lettr e à Lamartine , en Oeuvr es Complètes . II, Poésies
N ouvelles, ed. cit., págs. 80-81.
(170) P . BÉNICHOU, L’école du désenchantement , ed. cit., pág. 170.
(171) A. de MUSSET ,L’Espoir en Dieu , en Oeuvres Complètes . II, Poésies N ouvelles,
ed. cit., págs. 91 y 94-97. (172) C. HALDANE, Al f red. The passionate life of A l f red de M u s s e t, ed. cit., pág. 142.
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modo suficientemente firme para salir de ella. Tr i s t e s s e ( 1 8 4 0 )
tampoco expresa otra cosa diferente de lo que lo que dice su títu-
l o. No hay en ella una firme convicción y, sobre todo, la puer t a
a b i e r ta a la esperanza es tan pequeña que su resquicio no es sufi-
ciente para dejar ent re ver la confianza del poeta en Dios: J ’ a i
p e r du ma force et ma vie,/ Et mes amis et ma gaieté;/ J’ai perdu jus -
q u ’à la fierté/ Qui faisait c ro i re a mon génie. /Quand j’ai connu la
Vérité,/ J’ai cru que c’était une amie;/ Quand je l’ai comprise et sen -
tie,/ J’en étais déjà dégoûté ./ Et pour tant elle est éternelle,/ Et ceux qui
se sont passés d’elle/ Ici-bas ont tout ignoré./ Dieu parle, il faut qu ’ o n
lui réponde ./ Le seul bien qui me reste au monde/ Est d ’ a voir quel -
quefois pleuré ( 1 7 3 ) .
Si fue sincero, el lejano pasado, evocado en ocasiones con
añoranza, la infelicidad de la negación y de la duda y, tal vez, el
re c u e r do de una infancia cristiana, p rovo c a ron la angustia que
reflejan los mejores, por más espirituales, versos de Musset. An-
gustia que muestra que el fondo del alma sólo puede satisfacerse
con la unión con Dios. P e ro esa angustia no tuvo en la obra de
Musset una salida redentora, sino que se precipitó en la desespe-
ración, quizá por no querer renunciar a los placeres de la vo l u p-
tuosidad (174). Por ello, me parece una mistificación estimar que
Ro l l a , es “la cumbre” de su poesía, una obra “de alta trascenden-
cia r e l i g i o s a ” y, cuando menos una chanza de mal gusto –aunque
no fuera esa la intención– decir que “el espíritu divino” sopló en
el poeta al escribirla (175) y mostrar su espanto ante el nihilismo
del siglo (176). Para Montégut el mensaje de la melancolía de
Musset, transmitido en Ro l l a, es el mal del siglo, que para el poeta
consistía en “el agotamiento moral”, causado por “la desaparición de
las creencias re l i g i o s a s”, que privó de toda fecundidad al amor ( 1 7 7 ) .
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(173) A. de MUSSET ,T ristesse , en Oeuvres Complètes. II, P oésies Nouvelles, ed. cit.,
pág. 173. (174) Véase Mgr . BAUNARD, La doute et ses victimes dans le siècle présent , Librai-
rie CH. P oussielgue, P arís, 1889, págs. 455-461.
(175) E. MONTÉGUT ,Nos mor ts contempor ains, ed. cit., págs. 267, 268 y 268.
(176) E. MONTÉGUT ,Nos mor ts contempor ains, ed. cit., pág. 270.
P ara S ainte-Beuv e, en privado, Rolla“no es más que una sucesión de apóstrofes ”
(Mes poisons, ed. cit., pág. 183). (177) E. MONTÉGUT ,Nos mor ts contempor ains, ed. cit., pág. 276.
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Si tal diagnóstico, así expresado, es correcto, no lo es la continua-
ción, porque el mensaje continúa con la idea de que esa destru c-
ción es irremediable, con lo que se desmorona la sociedad y se
hace al hombre desgraciado (178).
Aunque a través de Frank fustigara a los sofistas (179) –“ c o n
una vehemencia casi nie stze c h i a n a” (180)–, por medio de Rolla -
con una especial mención a V o l t a i re-, a los deicidas y demoledo re s
estúpidos que dejan el vacío y la muerte tras ellos (181), en
L ’ E spoir en Dieu a los filósofos que al declarar el cielo vacío conclu-
yen en la nada (182), en La confesiónlamentara la destrucción de
la fe y su sustitución por el materialismo que daría lugar a la d e s e s-
p e r a n z a (183) , en Sur la pare s s edenunciara “un mal profundo, la
c r eencia desap are c i d a” (184), y a que no pudo ignorar a Cr i s t o ,
como manifiesta su blasfema obra, Musset no se enfrentó al pro-
blema crucial y no dio el paso que le hubiera permitido creer y afir-
mar su divinidad (185). Al margen de lo erróneo del diagnóstico
de Musset, es lo cierto, como observó Bénichou, que el lamento
por la muerte de la fe en Cristo, v e rd a d e ro Dios y ve rd a d e r o hom-
b re, expresado por Musset, no tiene salida alguna, pues se conten-
ta con constatarlo y encerrarse en su pesimismo (186), a dif ere n c i a
de buena parte de los románticos que encontraron una vía a la
esperanza, sea en Dios, en el hombre o en el futuro (187), con
independencia de que esa vía fuera acertada o equ ivo c a d a .
Incluso en una interpretación no lejana, r e valorizadora de la
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(178) E. MONTÉGUT ,N os morts contempor ains, ed. cit., pág. 278.
(179) A. de MUSSET ,La coupe et les lèvr es, ed. cit., págs. 299-300.
(180) P aul VIALL ANEIX, “M usset et le Christ ”, Revue d ’Histoire L ittéraire de la
France , año 76, núm. 2, marz o-abril 1976 (págs. 228-238), pág. 231.
(181) A. de MUSSET ,Rolla, ed. cit., pág. 17.
(182) A. de MUSSET ,L’Espoir en Dieu ,Oeuvr es Complètes . II, Poésies N ouvelles,
ed. cit., pág. 94. (183) A. de MUSSET ,La confesión, ed. cit., págs. 73-78.
(184) A. de MUSSET ,Sur la par esse, en Oeuvres Complètes . II, Poésies N ouvelles,
ed. cit., pág. 185. Añade Musset, «para quien une las manos, para quien levanta los ojos,/ una cruz
hecha polv o y el desier to en los cielos».
(185) Según Viallaneix permaneció en una actitud de negación pasiv a (P. VIAL-
LANEIX, “M usset et le Christ”, ed. cit., pág. 238).
(186) P . BÉNICHOU, L’ecole du désenchantement , ed. cit., pág. 161.
(187) P . BÉNICHOU, L’ecole du désenchantement , ed. cit., pág. 180.
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poesía de Musset, ésta acaba en el desencanto. Si “la nostalgia es
la piedra angular de la obra poética de Mu s s e t”, como ha p re t e n-
dido Szwajcer (188), el poeta se queda en la pena sin intentar salir
de ella –ni en el mundo de ficción de su obra, ni, personalmente,
en el mundo real– y, por tanto, sin intentar recuperar el bien per-
dido que evoca el re c u e rd o. Szwajcer halla la explicación de la
poesía de Musset en el hecho de que “obligado a vivir en un
mundo carente de toda esperanza y despojado de humanidad o de
i d e a l ”, ante “un presente desgraciado y un futuro cerrado” (189),
intenta refugiarse “ s u c e s i vamente en la nostalgia de los orígenes, en
la nostalgia de la pureza y en la nostalgia del amor absoluto” (190),
que le sirven para denunciar los defectos del siglo –la pérdida de
los va l o r es espirituales– y para c re a r, y refugiarse en él, un mundo
n u e v o –el de la poesía–, fuera del tiempo, en el que se codean dos
filosofías, el estoicismo y el epicureismo (191), dónde, finalmen-
te, la nostalgia, con la que se iba a la búsqueda de un ideal, “ a c a b a
a largo plazo en el desencanto y la amargura” (192). Quizá no
podía ser de otro modo en quien percibía la realidad de modo tan
distorsionado y pesimista, que huía del mundo real para fabricar-
se uno mental que respondiera a sus sueños y que imposibilitaba
toda acción real. Por eso, el juicio moral sobre la obra de Musset no puede ser
de absolución como pretendió Montégut sobre la base de que
para ser justos ha de juzgársele “con las ideas y los sentimientos
p ropios de ese periodo de la vida del que fue un vate tan inspira-
d o ” (193). En primer lugar porque todo juicio moral que re a l-
mente lo sea, no se apoya en las mentes de quienes lo emiten, que,
además, en este caso, se basaría más bien, en sus pasiones. En
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(188) B. SZW AJCER, La noltagie dans l ’oeuvre poétique d ’Alfred de M usset, ed. cit.,
pág. 12. (189) B. SZW AJCER, La noltagie dans l ’oeuvre poétique d ’Alfred de M usset, ed. cit.,
págs. 12 y 13.
(190) B. SZW AJCER, La noltagie dans l ’oeuvre poétique d ’Alfred de M usset, ed. cit.,
págs. 21-67 ; pág. 67.
(191) B. SZW AJCER, La noltagie dans l ’oeuvre poétique d ’Alfred de M usset, ed. cit.,
págs. 75-109. (192) B. SZW AJCER, La noltagie dans l ’oeuvre poétique d ’Alfred de M usset, ed. cit.,
pág. 144.
(193) E. MONTÉGUT ,Nos mor ts contempor ains, ed. cit., pág. 204.
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segundo lugar porque el juicio moral no es sobre la descripción
que hace Musset de los sentimientos que, supuestamente, com-
p a rtía la juventud de su tiempo, sino sobre el mensaje transmiti-
do por Mu s s e t .
Por ello, parece incomprensible la benevolencia de Me n é n d ez
P e l a yo hacia Musset, que quizá se deba a que su estudio es exc e s i-
vamente tributario de Taine, de Sa i n t e - Be u ve y de Montégut. El
polígrafo santanderino, que no disimuló su simpatía hacia el
poeta, consideró geniales La coupe et les levre sy Ro l l a, y se quedó
en el lamento doloroso del poeta –creyéndole sincero, sin duda–,
como expresión de la “ p rofunda crisis moral de la generación a
que él per t e n e c í a”, de “los ter ro res de la conciencia solitaria y des-
i e r ta del ideal religioso, e impotente ya para alcanzarle por haber
secado en sí todas las fuentes de la vida espiritual” (194). P e ro no
vio o calló sus imprecaciones blasfemas y su desesperación que
acompañan a aquella lamentación.
Pe ro, tal vez, Musset al expresar su dolor por la pérdida de la
fe a la que condujeron sofistas, deicidas y filósofos, no fue tan sin-
c e r o como se ha dicho. En su comportamiento vital no parece que
haya manifestado esa sinceridad, pues, como se ha visto hasta
aquí, no sólo no buscó la fe, sino que se despreocupó de ella por
completo, si es que no la despreció. P e ro cabe dudar, también, de
que en su obra literaria fuera sincero. De hecho, al dolor le sigue,
no pocas veces, el dicterio o la blasfemia, incompatibles con un
auténtico sentimiento de dolor por la pérdida de aquella fe. Más
bien parece un recurso literario para mostrar su originalidad con
la oposición a todos y a todo, divino y humano: a los deicidas y a
Dios. De haber sido así, tampoco merecería la pena por la since-
ridad de esos sentimientos. Soupault, con motivo del centenario de la muerte de M u s s e t ,
sugirió que éste, cien años después de su muerte, a pesar de sus
biógrafos y, tal vez, también debido a la biografía escrita por su
hermano, que ocultó algunas cosas, era “incomp re n s i b l e” (195).
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(194) M. MENÉNDEZ PEL AYO, H istoria de las ideas estéticas en España , ed. cit.,
vol. I, págs. 856, nota, 852 y 853.
(195) Philippe SOUP AULT,Alfred de M usset, Pierre Seghers Éditeur , París, 1957,
págs. 40-42.
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Quizá fuera desde que su hermano Paul dijo de él que tenía una
doble personalidad, que había dos M usset, o desde que se conoció
la corr espondencia de Louise Allan, en la que dijo que junto al ena -
morado y bueno coexistía el insoportable y malo, “él y el otr o” “ con
sus ataques de ner vios, alucinaciones y delirios ” (196), “dos seres
encerrados en un mismo individuo” (197), no han faltado quienes
han seguido ese rumbo, intentando descubrir el M usset más ocul-
to, como H edouville, para la que la afectación de dandismo era bus -
cada por M uset para ocultar su sensibilidad (198), Haldane, para la
que casi todos los protagonistas de las obras de M usset son reflejo
de sí mismo, con lo que cree ver la existencia de la doble personali -
dad de M usset, reflejada en la antinomia de sus personajes, doble
personalidad en la que entiende que el mismo Muset creía (199) o
R ees, que todavía en 1971 iniciaba su estudio indicando que
M usset seguía siendo un enigma (200).
Soupault entendió que la razón del [supuesto] desconoci-
miento de la personalidad de Musset todavía en 1957, se debió a
que Musset, “para ser independiente, para no rendir cuentas más
que a sí mismo, escogió ser un incomp re n d i d o” (201). Esta
i n c o m p r ensión habría comenzado porque su indiferencia “ re s p e c-
to a su reputación literaria o moral” era “ t o t a l”, hasta el punto que
“se burló siempre de ser tachado de borracho y liber t i n o” (202).
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(196) Carta de Louise Allan a A dèle Samson-Toussaint de octubre de 1849, en L.
SÉCHÉ, Alfred de M ussetII. Les F emmes, Société du Mercur e de France, P arís, 1907,
pág. 192. (197) Carta de Louise Allan a A dèle Samson-Toussaint de octubre de 1849, en L.
SÉCHÉ, Alfred de Musset II. Les Femmes, ed. cit., pág. 193.
Así lo describía: E l primero, «bueno, dulce, tierno, entusiasta, lleno de vitalidad,
de buen sentido, ingenuo (cosa extraña), ingenuo como un niño, buena persona, sim-
ple, sin pretensiones, modesto, sensible, exaltado, llorando por cualquier cosa, ar tista
exquisito, sintiendo y expresando todo lo que es bello en el lenguaje más bonito, músi -
ca, pintura, literatura, teatr o”. E l segundo, “ una especie de demonio, débil, violento,
orgulloso, despótico, loco, dur o, pequeño, desconfiado hasta el insulto, ciegamente
tozudo, egoísta cuanto sea posible, blasfemando de todo ” (pág. 193).
(198) M. de HEDOUVILLE, Alfred de M usset, ed. cit., pág. 30.
(199) C. HALDANE, Al f red . The passionate life of Al f red de Mu s s e t , ed. cit.,
págs. 32-46. (200) M. A. REES, Alfred de M usset, ed. cit., pág. 1.
(201) P . SOUP AULT,Alfred de Musset, ed. cit., pág. 40.
(202) P . SOUP AULT,Alfred de Musset, ed. cit., págs. 40 y 50.
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Pe ro si esa forma de vida no merece re p roche sino que se llega a
mirar con simpatía esa muestra de “ d e s p recio de la opinión públi-
ca y de amor fiero a la independencia” (203) y además se sostiene
que ni siquiera sus más íntimos, como su hermano Paul o como
su amigo Tattet, llegaron a comprenderle porque “nunca quiso
e n t r e g a r s e ” (204), no parece que exista motivo para buscar un
supuesto ve rd a d e ro Musset oculto, sino que más bien, todo ello,
manifiesta al Musset real, como fue y como quiso que le conocie-
ron sus contemporáneos. Suponer que ese velo de la realidad ocul-
taba otra más profunda, sería, salvando todas las distancias, como
si dijéramos que el ve rd a d e r o Hitler no es el monstruo que ha
pasado a la historia sino el de corazón sensible manifestado en su
cariño a los niños.
Si su indiferencia por su reputación literaria o moral motivó que
tal comportamiento se considerase una “ e x p resión de un intolerable
d e s p r ecio y la prueba de un orgullo insopor t a b l e” (205), quizá el jui-
cio no era erróneo. Incluso Musset se creía orgulloso (206). Louise
Allan aludió al “orgullo inmenso de su carácter” (207) y muchos de
sus personajes, Rolla, Frank o, incluso, el ateo André del Sa rt o
(1833) –que se suicida para evitar el deshonor de que se haga públi-
co que su mujer escape con su amante, pues con su muerte no habrá
obstáculo para que se puedan casar (208)–, hacen gala de un orgu-
llo irreductible. Y el modo de su reconocimiento de la falta de m a d u-
r e z respecto a la religión, manifestado a la duquesa de Castries y la
ostentosa manifestación de su impiedad hecha a Carolina J a u b e rt ,
además de inmadurez ¿no expresan un espíritu orgulloso? Aunque a Musset le gustara vivir sin normas y sin principios,
y así se comportó en casi toda su vida y en buena parte de su obra,
no fue tan ajeno a la opinión pública en lo que se re f i e re a su obra
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(203) P . SOUP AULT,Alfred de M usset, ed. cit., pág. 50.
(204) P . SOUP AULT,Alfred de M usset, ed. cit., págs. 10 y 41.
(205) P . SOUP AULT,Alfred de M usset, ed. cit., pág. 40.
(206) A. de MUSSET , “Carta a Caroline Jaubert, de 27 de octubre de 1837”, en
Corr espondance, ed. cit., pág. 227.
(207) Carta de Louise Allan a A dèle Samson-Toussaint de octubre de 1849, en L.
SÉCHÉ, Alfred de M ussetII. Les F emmes , ed. cit., pág. 192.
(208) A. de MUSSET ,André del S arto, en Lorenzaccio , ed. cit., págs. 103-105.
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literaria (209). Como observó Haldane, “a pesar de su afectación
de indiferencia ante la opinión social, Alfred era inmensamente
a m b i c i o s o” (210). Ambición de triunfar en la carrera literaria que
era expresión de su orgullo y su egocentrismo desmesurados y que
vio satisfecha cuando se reconoció su éxito como autor teatral tras
el triunfo de Un caprice en 1847. De hecho, en su juventud, cuan-
do no había cumplido los diecisiete años, le escribía a P a u l
Foucher: “no quisiera escribir, salvo para ser Sh a k e s p e a re o
S c h i l l e r ” (211). Y ambición de fama, de permanecer en la memo-
ria de la gente, de pasar a la posteridad, junto a Sand, como
Romeo y Julieta y como A b e l a rdo y Eloísa (212).
Musset tuvo la desgracia de ser toda su vida un enfermo (213).
Generalmente se admite, hoy, que Musset fue un neurótico, si bien
su enfermedad no anulaba ni su entendimiento ni su v o l u n t a d .
Odoul estimó que gran parte de los rasgos de su personalidad fue-
ron manifestación de su neurosis: la obsesión por el sexo, su someti-
miento al principio del placer en lugar de al principio de la r e a l i d a d ,
su egocentrismo infantil, su menosprecio por los demás, su perma-
nente angustia, su pesimismo, su desequilibrio psíquico (214) y su
incapacidad para el auténtico amor (215). La falta de madurez, su
infantilismo y apetitos de niño, ya habían sido adv e rtidos por litera-
tos como Lamartine (216) o Zola (217). A juicio de Szwajcer, la
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(209) B uen número de autores se han r eferido a su modestia literaria, de lo que es
buena muestra Gastinel (Le romantisme d’Alfr ed de Musset, ed. cit., pág. 130).
(210) C. HALDANE, Al f red . The passionate life of A l f red de M u s s e t, ed. cit., pág. 22.
(211) A. de MUSSET , “Carta a Paul Foucher , de 23 de septiembre de 1827”, en
Correspondance, ed. cit., pág. 23. (212) A. de MUSSET , “Carta a George S and, de 23 de agosto de 1834”, en
Correspondance, ed. cit., pág. 119. (213) Gérard MILHA UD, «Psychopathologie de M usset», Europe, núm. 583-
584, no viembre-diciembre 1977, págs. 5-16.
(214) P. ODOUL, Le drame intime d’Alfred de M usset..., ed. cit., págs. 23, 31, 32,
35 y 37. (215) Esta incapacidad y un permanente sentimiento de culpa, según \
Odoul, pr o-
cedían de su incestuoso deseo hacia su hermana Herminia (P . ODOUL, Le drame inti -
me d ’Alfred de Musset..., ed. cit., págs. 155-199).
(216) L AMARTINE, en André GUYAUX et al., Alfred de Musset, P resses de
l’U niversité de P aris-Sorbonne, P arís, 1995, pág. 90.
(217) E. Z OLA, Documents littér aires. Études et portr aits, ed. cit., págs. 103-104.
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exaltación de la infancia en la obra literaria de Musset, en la que sus
h é roes raramente superan los veinte años, presentándolos en el
momento de pasar a la edad adulta, obedece a que su autor entiende
que en ese tránsito se abandona para siempre la espontaneidad, la
sinceridad y la pureza, por lo que busca con la escritura la fuente de
la eterna juventud (218) ; y es que, “como Dorian G r a y, no sopor t a
verse envejecer y saber que un día sus fuerzas le abandonarán” (219). Al igual que O c t a ve, héroe de La confession que, debido a una
sociedad sin ideales, cae en una vida de libertinaje y de desespera-
ción, el joven Musset siente que si no puede hacer algo grande en
la vida no sería por su culpa sino por la de la época (220).
Pensamiento estéril que implica un determinismo que nos absuel-
ve de nuestras culpas, en el caso de que las hubiera admitido y no
fueran sólo imputables a la sociedad, e impide el ejercicio de una
l i b e r tad re s p o n s a b l e .
En algunos momentos de su vida presumió de su inc re d u l i-
dad agr e s i va: “A propósito de mi impiedad –le escribe a Ca ro l i n e
J a u b e r t–, tengo que haceros una confesión, que este feo defecto
va en aumento” (221). Con todo, su orgullo no habría sido
d e f i n i t i v o si al final de su vida, en el umbral de su tránsito, soli-
citó el auxilio de un sacerdote con el que se confesó, r e c o n c i-
liándose, así, con Dios (222), quizá, cumpliendo de ese modo, l a s
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(218) B. SZW AJCER, La noltagie dans l ’oeuvre poétique d’A lfred de Musset, ed. cit.,
págs. 28-31. (219) B. SZW AJCER, La noltagie dans l ’oeuvre poétique d’A lfred de Musset, ed. cit.,
pág. 31.
(220) P . van TIEGHEM, Musset, ed. cit., pág. 27.
(221) A. de MUSSET , “Carta a Madame Jaubert, de 22 de octubre de 1837”, en
Corr espondance, ed. cit., tomo I, pág. 224.
(222) M. ALLEM, Alfred de Musset, ed. cit., pág. 235.
Este hecho no lo mencionan otros biógrafos de M usset como Lestringant o
T oesca, mientras que Charpentier indica que no hay certeza respecto a que\
se confesara
poco antes de su muerte ( J. CHARPENTIER, Alfred de Musset, ed. cit., pág. 279).
T oesca, en cambio, le atribuye que, en su última enfermedad, seis días antes de su
muerte, entr e grave y cínico, le pidió a A dele Colin que rezara por él: “Tu sabes rezar”
(M. TOESCA, Vie d’Alfred de M usset..., ed. cit., pág. 389). E n el relato de A dèle Colin
no se apr ecia el cinismo (Mme. MAR TELLET (Adèle COLIN), Alfred de M usset
intime, ed. cit., pág. 172). S egún el testimonio de Houssaye, M usset, poco antes de su
muerte, le había dicho que no creía en el otro mundo (Arsène H\
OUSSAYE, Les confes -
sions. Souv enirs d’un demi-siècle. 1830-1880 , E. Dentu, París, 1885, tomo IV , pág. 319).
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p r o m e s a sque había hecho a sor Ma rcelina en el tiempo que le
cuidó durante su enfermedad en 1840 (223), que aunque igno-
remos cuales eran, es factible suponer que tenían que ser de
o r den espiritual. Con todo, no existe la cer t eza, sin duda algu-
na, de esta confesión que testimonió, indirectamente, la viz c o n-
desa de Janzé (224), aunque Adèle Colin no menciona que se
llamara a ningún sacerdote (225). Allem se inclina a cr e e r l o ,
mientras que Séché consideró que Musset quiso confesarse con
el P. Ravignan, pero no se le avisó (226). El gran crítico que fue Thibaudet escribió de Muset algo terri-
ble: “es el único gran poeta del siglo XIX al que nada, absoluta-
mente nada, permite llamarle un gran hombre y que (...) no ha
dejado nada, absolutamente nada, de un testimonio. O como se
dice, de un mensaje” (227). En cuanto a esto último, dejó un
mensaje, pero carente de va l o r, cuando no pernicioso.
Sin duda el ambiente más próximo en el que se movió en su
j u v entud, las amistades y el género de vida influ ye ron en la pér-
dida de la fe. La temprana edad a la que dejó de creer impide
pensar que ese abandono pudiera haber sido meditado y raz o n a-
do y no una decisión infantil a la moda; más que de vicios de la
inteligencia, se trató de vicios de la voluntad. El despertar de la
sensualidad, las tentaciones carnales a las que se abandonó, con-
t r i b u ye r on a cegar su inteligencia. En cuanto a su anticatolicis-
mo, quizá fue la reacción frente a una doctrina que r e p robaba su
conducta, pues no había motivo, ni personal ni social para ello.
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Hedouville da por buena la versión de Allem e indica, en mi opinión exagerada-
mente, que no debe extrañar “este retorno a Dios ” “en un poeta que lo había buscado
y rogado ansiosamente ” (M. de HEDOUVILLE, Alfred de Musset, ed. cit., pág. 135).
(223) P . de MUSSET ,Biogr aphie de Alfr ed de Musset..., ed. cit., pág. 251.
(224) Vizcondesa de JANZÉ, Étude et Récits sur Alfr ed de Musset, ed. cit., pág. 138.
(225) Mme. MARTELLET (Adèle COLIN), Alfred de Musset intime,ed. cit. pág.
176-185. (226) L. SÉCHÉ, Alfred de Musset, vol. I, L´Homme et l’œuvre. Les camarades, ed.
cit., pág. 355. Esta opinión fue posteriormente modificada al decir que murió cris\
tianamente, en
el prólogo de su edición de las Oeuvres complètes d’Alfred de M usset, volumen que no he
podido consultar . La noticia en M. ALLEM, Alfred de Musset, ed. cit., pág. 235.
(227) Albert THIBAUDET , Histoire de la Littérature Française de 1789 à nos
jours, Stock, P arís, 1936, pág. 218.
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Muset en ningún momento expresó los motivos de esa ave r s i ó n
ni argumentó su incredulidad como hicieron otros enemigos de
la Iglesia, como Vigny (228), Michelet (229), Quinet (230) o
Renan (231). Cabe pensar que si la mala vida, accidental y no
sustancial, unida a la humildad y al arrepentimiento, son compa-
tibles con la fe, fueron necesarias, además, unas grandes dosis de
orgullo y de soberbia para rechazar cualquier norma y p re t e n d e r
erguirse por encima de ellas.
E S TA N I S L A O CA N T E R O
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(228) Estanislao CANTERO, “Literatura, religión y política en\
F rancia en el siglo
XIX: Alfr ed de Vigny”, Verbo, núm.455-456, mayo-junio-julio 2007, págs. 485-514.
(229) E. CANTERO, “Literatura, religión y política en la Francia del siglo XIX:
J ules Mi c h e l e t ”, Verbo núm. 437-438, agosto-septiembr e - o c t u b re 2005, págs. 641-659.
(230) E. CANTERO, “Literatura, r eligión y política en la Francia del siglo XIX:
E dgar Quinet”, Verbo núm. 457-458, agosto-septiembre-octubre 2007, págs. 591-620
(231) E. CANTERO, “Literatura, r eligión y política en la Francia del siglo XIX:
E rnest Renan ”, Verbo núm. 447-448, agosto-septiembre-octubre 2006, págs. 557-592.
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