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1986

La doctrina social católica

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Recuerdo de Eugenio Vegas Latapie

RECUERDO DE EUGENIO VEGAS LATAPIE
POR
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDBZ DE LA CIGO~A
Si en cualquiera de nuestros Congresos cabe evocar la figura
de Eugenio Vegas, creo que en ninguno es más pertinente que
en éste, dedicado a la doctrina social católica. Por ella, o mejor,
como a
él le gustaba decir, el derecho público cristiano fue el
motor de su actividad para conseguir la soñada meta de su im­
plantación social.
Si fue monárquico, que efectivamente lo fue, no era por ra­
zones de afectos dinásticos, de vanidades aristocráticas o de sen­
timentalismos pueriles. Pensaba que una monarquía cat6lica y
tradicionalista era
la única que podría servir al derecho público
cristiano, que sería, así, la norma de convivencia aseguradora de
la paz y de una vida digna· en una patria que amaba entrañable­
mente.
Y a ello consagro su existencia; Como con votos religiosos.
Será difícil encontrar, aun entre personas consagradas a Dios,
una entrega
al cumplimiento de lo que entendía su deber como
se dio en Eugenio Vegas. Desde muy joven, mejor aún, siendo
niño, en unos ejercicios espirituales
escuchó una frase que deci­
dió su vida. Era de San Pablo: «Si comiereis, si bebiereis, ha­
cedlo en memoria de Cristo»_ Y conjugada con el «A mayor glo­
ria de Dios» ignaciano fue el programa de toda su actividad fu­
tura. Por eso actu_ó en política. Por eso conspir6. Por eso se re­
tir6 de la política cuando comprendió que ya nada podía hacer
en ella
ad maiarem Dei glariam.
En las innumerables charlas que con él sostuve durante vein­
tisiete años ininterrumpidos, a solas o con otros contertulios, le
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
oí en múltiples ocasiones perorár contra la pérdida del tiempo.
Estaba convencido de que era grave responsabilidad de
la que
se habría de dar cuenta, desperdiciar las horas en otra actividad
que no fuera el servicio de Dios. Admitía algunas diversiones,
pero solamente como
descanso para recobrar fuerzas y de nue­
vo entregarse a la lucha por la causa.
Y aun esas diversiones parecen Sacadas de un manual de as­
cesis. Cuando era joven, deporte, tenis, ·natación y largos pa­
seos. Y, siempre, hasta el final, la música. En bastantes ocasiones,
al llegar a su puerta, oía los sones de su querido violín que le
relajaba eotre libro y libro que era, eo
sus últimos años, su ac­
tividad constante, apenas interrumpida salvo por sus prácticas
de piedad.
También aliviaba
sus estudios de historia y teoría política, en
los que había llegado a conocimientos realménte impresionantes,
sobre todo del período que va desde
la· Revolución francesa hasta
nuestros días, y en particular de la historia de Francia, con otras
lecturas que le servíao de descanso espiritual: Poesías y vidas
de santos.
Dotado de una prodigiosa memoria, conocía íntegramente
cen­
tenares · de poesías de sus autores favoritos: Jorge Manrique,
Lope, Calderón, Rubén, Pemán, del
Rfo Sauz .... y algunos fran­
ceses. Y pasaba ratos y ratos con sus santos. El cura de Ars,
San Pío X, las Teresas de Jesús y de Lisieux, García Moreno,
al
que consideraba en el cielo ... Cuaodo la última enfermedad ha­
bía minado ya sus energías y apenas podía sostener un libro le
acompañaba la biograf!a de las tres carmelitas de Guadalajara
que, en 1987, a los cincueota años de su martirio, vao a subir a
los altares. Por
el Cartnelo tuvo siempre una especial devoción.
Y amortajado con su hábito espera la resurrección de los muertos.
Este hombre singular, a
los quince años teoía ya decidido el
rumbo de su vida. Estudiaría la carrera de Derecho, pues con­
sideraba que era la más indicada para llevar a cabo sus propó­
sitos de difusión
y defeosa del derecho público cristiaoo. Y a
esa edad conoce dos movimientos politicos que le ·fof!uirán de­
cisivamente. El integrismo, a través de El Siglo Futuro, que le
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RECUERDO DE EUGENIO VEGAS LATAPIE
hará admirar y compartir la doctrina del tradicionalismo espa­
ñol. Y el que en Francia acaudillaba Maurras con notable y cre­
ciente éxito, que le entusias.mará con la Acción Francesa.
Y hasta los setenta y ocho años, edad de su fallecimiento,
permaneció fiel a
ese descubrimiento juvenil. Sus infinitas lec­
turas, la experiencia histórica que le tocó vivir con conocimien­
to personal de
casi todas las figuras de la vida política española:
Alfonso
XIII, Franco, don Juan y don Juan Carlos de Borbón,
Niceto
Alcalá Zamora, Calvo Sotelo, José Antonio, Carrero, Cam­
bó, Sanjurjo, Mola, Maeztu, Pradera, Serrano Súñer, Queipo de
Llano, Yagüe, don Javier de Borbón-Parma, Ortega y Gasset,
Tovar, Ledesma Ramos, Gil Robles,
Angel Herrera, etc., no hi­
cieron más que confirmar su idea de entonces. La monarquía tra­
dicional al servicio de Dios, que es el mejor modo de servir a
los hombres, modernizada con los argumentos mauftasianos anti­
liberales
y antidemocráticos.
Pero no se crea que Eugenio Vegas postulaba una monarquía
absoluta
como la vivida con la Casa de Borbón · en España o en
Francia antes
de la c.aída del Antiguo Régimen. Su ferviente ca­
tolicismo repudiaba el regalismo de aquellos reyes, el galicanis­
mo francés y la política de Carlos 111 que culminó con la e"'pul­
sión de los jesuitas y el gobierno de los Campomanes, F1orida­
blancas . y Arandas.
Su modelo lo había ya descrito otro de sus. admirados maes­
tros, Donoso Cortés, cuando escribió: «La monarquía heredita­
ria, tal como existió en
los confines qeu separan la monarquía
feudal de la absoluta,
es el tipo más perfecto y acabado del po­
der político y de las jerarquías sociales. El poder era uno, per­
petuo y limitado; era uno en
la persona del rey; era perpetuo en
su familia; era limitado, porque dondequiera encontraba l!Da re­
sistencia material en una jerarquía organizada».
Esa era
la monarquía de El!genio Vegas. Nos lo repitió mil
veces a los jóvenes que acudíamos a su tertulia dominical en el
domicilio de Gurtubay, 5. Lo había postulado desde las pági­
nas de Acción Española. El no quería la restauración de la mo­
narquía que cayó, por sus yerros y sus pecados, el 14 de abril, en
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGO!M
la que el monarca era un rey poste o un augusto cero. Tenía
grabada en el alma la vieja sentencia isidoriana del Rex eris si
recte fades; si non facies, non eris. Serás rey si obras rectamen­
te; si no, no lo serás. Por eso propugnaba la instauraci6n de una
monarquía a la
vez vieja y nueva que en nada se pareciera a una
república coronada.
Y ello explica su ostracismo final. Porque
eso nada tenía que ver con sus ideales y sus esperanzas.
Los reyes que
él admiro eran reyes santos como san Fernan­
do y san Luis. Eran reyes
mártires como Luis. XVI en el patí­
bulo. Eran reyes
al servicio de Cristo, como Isabel la Cat6lica,
el emperador Carlos
y Felipe II. O eran reyes que preferían re­
nunciar al trono a pactar con la revolución, como el conde de
Cbambord. Esa era su monarquía. Esos eran los reyes a los que estaba
dispuesto a dar hacienda y vida y
.que no comprometían el ho­
nor, porque ese patrimonio del alma estaba a salvo y seguro sir­
viéndoles,
ya que ellos servían a Dios. Esos eran los reyes por
los que Eugenio pensaba que
valía la pena luchar, que valía la
pena morir y que
valía la pena gritar ¡Viva el rey!
Porque su verdadero rey era Cristo. Y sólo de El era incon­
dicional. No creo que hubiera en España nadie que tuviera tan
profundo conocimiento de las encíclicas pontificias como Eugenio
Vegas. Entre ellas, la
Quas primas, de Pfo XI, la enc!clica del
reinado social de Jesucristo
Rey, le era, si cabe, más especial­
mente entrañable que las demás. Pues ese era su programa. P0r
eso, cuando convencido de que por la política a su alcance no
podía conseguir el reinado de Cristo Rey dedic6 su esfuerzo a
presentarlo a cuantos quisieran conocerlo. No
es por eso de ex-.
trañar que el primer libro que La Ciudad Católica publicó, tra­
ducido por Eugenio Vegas, fuera
Para que El reine.
De la actividad desplegada por aquel joven capitán jurídico,
que pronto ganarla también las oposiciones de Letrado del
Con­
sejo de Estado, en defensa y propaganda de sus ideales, os podría
hablar años. En el tomo primero de sus Memorias, ya publicado,
y en el segundo de inminente aparición, está recogida la inmensa
tarea. A ellos
me remito.
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RECUERDO DE EUGENIO VEGAS LATAPIB
Pero conviene hacer hincapié en la situaci6n con que se en­
frent6 Eugenio Vegas. Llega a
Madrid, de modo definitivo, en
1930.
La dictadura acababa de caer abandonada del rey y de
todos. Y la monarquía agonizaba ante los impunes embates te­
publicanos. Todo
lo que parecía intelectualidad y progreso estaba
en contra del tinglado artificiosamente montado por Cánovas algo
más de . medio siglo antes y que ahora parecía llegar a su fin.
Proclamarse monárquico en aquellas condiciones era
más que
arriesgado, heroico. Y católico, lo mismo.
La Universidad, lás
Academias estaban · en manos de la lnstituci6n Libre de Ense­
ñanza o de personas todavía
más radicales. Maeztu, tras su «con­
versi6n», estaba olvidado de todos. Los grandes periódicos, salvo
el ABC y La Epoca, este último de reducida tirada dirigida a la
aristocracia madrileña, propugnaban el cambio de régimen
y el
cambio de España. Y aun el ABC y La Epoca si permanecían
fieles a Alfonso
XIII fo era en su carácter de rey liberal, lo que
precisamente. rechazaba Eugenio Vegas.
Sus amigos eran unos cuantos jóvenes de la Juventud Monár,
quica y de los propagandistas cat61icos de Angel Herrera. Todos
ellos recientemente conocidos. Percatado
del absoluto desarme
intelectual de las derechas, que era lo mismo que decir la Espa­
ña
cat61ica, entiende que la primera y más urgente tarea es
agrupar a
los intelectuales dispersos para presentar abierto com­
bate a la Revolución. Y a esa tarea se consagra. Tenía veinti­
trés años.
Cualquier observador objetivo
de la situación hubiera opina­
do, con toda
raz6n, que se trataba de un sueño juvenil de un
provinciano inquieto, destinado al más absoluto fracaso. Pero eso
era desconocer la férrea voluntad
y la preclara inteligencia de
Eugenio
Vegas puestas al servicio · de un ideal que le absorbía
por completo.
Buscó a las personas una a una y los resultados pronto em­
pezaron a palparse. Y desde el primer momento fue patente una
extraña característica de su personalidad: su extraordinaria in­
fluencia en las personas que iba conociendo.
.
De presencia física discreta, sin relaciones sociales ni dinero,
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FRANCISCO JOSB FBRNANDBZ DB LA CIG01M
c,¡rente de dotes oratorias, sin pluma ágil -sus escritos de aque­
lla época, que fueron muchos y de buen estilo literario, le costa­
ban gran trabajo-, con muy pocos años, s6lo con el respaldo
de una brillante oposición, no pareda persona destinada a obte­
ner éxito en el agitado momento
que se vivía. Claro que . tenía
otras virtudes, pero eran
más difíciles de percibir. Una poderosa
inteligencia,
. unas dotes organizativas fuera de lo común, una
palabra fácil y convincente, no en mítines y discursos, pero
si en
charlas y tertulias
y, sobre todo, una fe inmensa en su tarea y
una voluntad extraordinaria de llevarla a cabo, impelida desde
sus profundas creencias religiosas. Y esto consigui6
el milagro.
Maeztu se entreg6
el primer dfa en que Eugenio Vegas fue
a visitarle; Y le doblaba en edad. Tras él Pemán, Pradera,
Sainz
Rodríguez, Montes, Calvo Sotelo, Javier Reina, Pemart!n, Arra­
rás, José Ignacio Escobar, Juan de la Cierva, Vig6n, el marqués
de Lozoya, Vázquez Dodero
...
El 14 de abril cay6 la monarquía. En mayo los incendios
sofocaron con el humo
de las iglesias las ciudades españolas. Ya
no quedaba la menor duda de lo que iba a ser la República.
Todo pareda desmoronado.
El ¡,rimado de España, expulsado
del país.
Las derechas aterradas. La victoria : republicana en las
elecciones constituyentes, arrolladora
... Y, sin embargo, cnando
todo estaba perdido, Eugenio
Vegas preparaba la reconquista
de
la España tradicional.
A fines de ese año
ya estaba Acci6n Española en la calle.
Eugenio
Vegas reclamaba artículos, los censuraba y los escribía,
organizaba conferencias y homenajes, planeaba actuaciones en
los más diversos campos. Y, sobre todo, aglutinaba personas que
se enamoraban de
su empresa. A los ya citados se inco,:poraron,
entre otros, en divétsos momentos, académicos de la Española
como Marquina, González Amezúa o
Riber, el ilustre matemá'
tico Julio Palacios, Corts Grau, Pablo Antonio Cuadra, los ge­
nerales Dávila y Garda de la Herrán, Pilar Careaga, el marqués
de la Eliseda, Fernández Cuenca, los padres
Félix Garda, Peir6
y Menéndez Reigada, Castro

Albarrán, Garda Valdecasas, Gi­
ménez
Caballero, Goicoechea, Rodezno, Y anguas, Ruiz del Cas-
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RECUERDO DE EUGENIO VEGAS LATAPIE
tillo, Sánchez Mazas, Castiella, Ramón Sietra, Lequerica, Aunós,
López lbor, Martín Almagro, los doctores Enríquez de Salamanca
y Vallejo Nájera...
·
Gentes de todas las procedencias de la derecha española,
desde monárquicos alfonsinos a carlistas, falangistas y de Atción
Popular, colaboraron juntos, bajo la batuta de.Eugenio Vegas, sin
el menor roce entre ellos y al servicio de una España que muchos
daban
ya por muerta.
Desde
Acci6n Española se devolvió a la derecha convicción,
· entusiasmo y voluntad de combate y de victoria. Se plantó de­
cididamente cara a quienes pensaban que España era una gran
equivocación histórica
y su pasado un bochorno a olvidar. Se
legitimó doctrinalmente el derecho al alzamiento, en contra de
fas conocidas tesis de Angel Herrera. Se demostró que ser in­
telectual y de derechas no era un contrasentido. Se dio a conocer
a los españoles
.que grandes figuras extranjeras pensaban de
idéntico modo. Que la religión no era una reliquia del pasado a
extinguir. Y, en ftase de Maeztu, que ser
es defenderse.
Se reconquistaron los colegios profesionales. La Academia
de Jurisprudencia, que con el Ateneo había sido un bastión re­
volucionario y la de Medicina. El Tribunal de garantías consti­
tucionales. Y cuando
se produjo el hundimiento de la CEDA,
Calvo Sotelo, tan vinculado a
Acci6n Españdla que en ella y por
ella
se produjo el vuelco espectacular de su pensamiento hacia
las ideas antiliberales que sustentaba la revista, fue la gran es­
peranza política de una España nueva, truncada con su vil a.sesi­
nato el 13 de julio de 1936.
Maeztu ingresaba en
la Academia Española. Pemán estrenaba
El divino impaciente con el inenarrable éxito que supuso además
de la constatación de
que el teatro podía ser de derechas. Mon­
tes se acreditaba como el gran descubrimiento del periodismo
español.
La E poca y ABC parecían otros periódicos y apoyaban
decididamente
el movimiento nacional que renacía. Catedráticos
que hasta hacía poco tiempo ocultaban .cuidadosamente su ideolo­
gía se incorporaban espontáneamente al grupo. Ya no era nece­
sario que Eugenio Vegas tuviera que ir a sus domicilios a ex-
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
ponerles su proyecto. Eran ellos los que acudían en busca de un
ambíente amigo.
El clima intelectual hábía cambiado. Frente a'l monopolio de
la Institución Libre de Enseñanza se había alzado otra potente
organización cada día más prestigiosa, fruto del trabajo, el tesón
y la
fe de Eugenio Vegas.
Y llegó una guerra espantosa e inevitable.
-En la Españá del
Frente Popular no
se podía vivir. El asesinato de Calvo Sotelo
fue la gota que colmó
el vaso. Pero ese vaso se había llenado an­
tes de miles de gotas más. Asesinatos, quema de iglesias, asaltos
de centros políticos, bombas, huelgas, atracos, incendio de mie­
ses, ataques al Ejército y a la Gnardia Civil ...
La conspiración que el general Mola venía preparando esta­
lla al fin. Y con ello una de las matanzas
más atroces y gratuitas
de la historia.
Claro que en la España nacional hubo asesinatos.
Lamentables
y condenables. Pero sobre todo hubo ejecuciones de
asesinos conviétos y confesos dé violaciones y muertes de mon­
jas, de asesinatos de ancianos, de niños, de obispos, de sacerdo­
tes, de gentes honradas
y pacíficas, muertas muchas con atroces
pi-ocedimientos porque iban a misa, tenían_ una hacienda, eran
oficiales del ejército o leían el ABC.
Las llamadas «víctimas del franquismo», con excepciones evi­
dentes
y penosas, fueron una chusma de asesinos condenados por
unos crímenes bárbaros que hubieran sido castigados de igual
forma en toda sociedad civilizada de entonces.
En
la zona roja no hubo ejecuciones. En el noventa y nueve
coma nueve por ciento de los casos
se trató de asesinatos. Yo
. puedo comprender, aun lamentándolo porque eran de los míos, la
ejecución de un Goded o de
un Fanjul, tras fracasar la subleva­
ción en Barcelona o en Madrid. Un Cónsejo de Guerra de los
vencedores que hubiera respetado escrupulosamente la legalidad
no tenía otra alternativa que la pena de muerte. Pero eso
no
justifica ni diseulpa Paracuellos, ni las chekas, ni, sobre todo,
esas masacres realizadas en los pueblos manchegos, andaluces,
valencianos, catalanes, murcianos, asturianos, aragoneses, extre-
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RECUERDO DE EUGENIO VEGAS LATAPIE
meños de los que las lápidas de las iglesias o las cruces de las
cunetas de las carreteras contabilizan miles
y miles de nombres.
Acci6n Española contribuyó eficazmente a sostener el heroís­
mo
de. los sublevados y el de los mártires. No porque todos ellos
fueran lectores de la revista, evidentemente, sino porque contri­
buyó de modo decisivo a levantar
un espíritu que agonizaba. El
espíritu de la España católica que tan en el alma llevaba Euge­
nio Vegas. Y
ese espíritu revivió en los hijos de España cual si
fuera un nuevo Pentecostés.
De todas las hermosísimas páginas de .nuestra historia creo
que ninguna hay
más bella que la que se escribió entonces. Y
algunos de los presentes
la habéis vivido. Navarra, que es nom­
bre como el de España que debía pronunciarse de rodillas,
se
convirtió en un inmenso campo de amapolas qm<· confluyó en la
plaza del Castillo, de Pamplona, por Dios y por
la ·patria.
De todas las parroquias llegaban los mozos, y los niños, y los
viejos para salvar a España y

a
la religión. Y venían con una
cruz
al frente y con el «detente» sobre el corazón. Hubo tercios
de requetés en los que
figuraban tres generaciones de una mis­
ma familia. ¿Os dáis cuenta de lo que significa eso? El padre
y al lado el hijo y a su lado el abuelo. Y no defendían riquezas
que no
poseían, sino a Dios y

a España.
Pero
si bellísima fue la gesta de la España combatiente, más
hermosa todavía fue 1a epopeya de la España sojuzgada por los
sin Dios.
La España que se inmoló por Cristo. La que fue al
martirio, sin ·una sola apostasía, por amor a Dios.
No exagero. No son desvaríos de mi amor a España. Os lo
digo de verdad. No ha habido nunca en
los dos mil años de la
historia cristiana romance más bello que el que hace medio siglo
escribió una patria enamorada de su Dios. No lo ha habido nun­
ca, nunca. Podéis escoger cualquier historia. Cualquiera. La de
aquel obispo, la de
aquel· santo obispo, con la mano atravesada
por una bala.
La mano que bendecía a los que le asesinaban.
O la de aquellas monjas que marchaban cantando
al encuen­
tro del Esposo. Porque, ¡qué mayor
gozo que acudir a reunirse
con el amado!
¿ Cómo odiar a las balas asesinas? U holotausto
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
sublimes como los de los claretianos de Barbastro, los Hermanos
de San Juan
de Dios ... Los Hermanos de San Juan de Dios, en­
tregados al alivio
de los más pobres, de _los más tristes, de los
más necesitados. Por amor a Cristo. Y por eso les mataban.
¡Claro que hubo asesinatos por motivos políticos y
sociales!
Porque eran de_ Falange, o monárquicos, o ricos. Pero, ¡cuántos
murieron también porque simplemente eran católicos!
ESpaña dio en un año, en seis meses, más santos que en toda
una historia llena de santos. Que en toda la historia de los san­
tos del mundo.
En esas páginas ·
de gloria, que jamás han de borrarse en· el
libro de los cielos, figura también, por méritos. propios, la obra
de Eugenio Vegas:
Acci6n Española. El cierre de la revista por
Serrano Súñer
y su cohorte de advenedizos filonazis impidió es­
rablecer la lista de amigos y suscriptores asesinados. Queda sólo
la memoria de los colaboradores. De Maeztu, Pradera, Calvo So­
telo, Javier Reina, Alcalá Galiano, Garcla de la Herrán, el Padre
Gafo, el P. Vélez .. ,
De alguno de esos ásesinatos hay testimonios bellísimos.
Coino el
de Maeztu, que marchó a la muerte con toda dignidad,
después
de haberse arrodillado ante un sacerdote compañero de
cárcel al que pidió le absolviera de todos sus pecados, que fue­
ron así doblemente lavados. Sacramentalmente y con su sangre.
No abrigaba
la: menor duda sobre cuál. era su destino y a él se
encaminó con una luz de cielo en su clara mirada,
En la
cárcel había estado escribiendo los últimos capítulos
de la Defensa del Espiritu. Los primeros habían venido publicán­
dose en Acción Española al igual que anteriormente su ya clá­
sica Defensa de la Hispanidad. Capítulos que conforme se los iba
entregando a Eugenio Vegas para
su publicación, acostumbraba a
decirle:
-Tenga, Vegas, hoy he estado trabajando para usted.
· Era sin duda el reconocimiento del director de Acci6n Espa­
ñola al verdadero artífice de la misma.
· Pues este vasco bueno, católico y espafiol, a la llamada de los
verdugos recogió las cuartillas que había escrito en la cárcel y
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RECUERDO DE EUGENIO VEGAS LATAPIE
las guardó ·en el bolsillo de su chaqueta cual si fuera el único
equipaje de su marcha hacia el encuentro con Dios. Quiso mo­
rir con su amada Acci6n Española: como si deseara llevarla al
cielo.
Se ha dicho que en el momento supremo se encaró con sus
asesinos diciéndoles: «¡Vosotros no sabéis por ·qué_ me matáis!
¡ Yo si sé por qué muero! Para que vuestros hijos sean mejores
que vosotros». Responden exactamente a .sus anhelos de una Es­
paña mejor, que sembró con inmenso cariño en Acci6n Española
hasta regarla con su misma sangre. Pero yo creo que sus asesi­
nos si no sabían, al menos intuían por qué le mataban. Precisa­
mente por haber sembrado, cuidado y amado esa semilla.
El asesinato de Víctor Pradera fue muy similar. Cuando
se
lo llevaban entregó unas cuartillas a su hija, diciéndola:
-Son para Acci6n Española.
Aquellos bárbaros se las arrebataron y tampoco han podido
·conocerse los últimos escritos de Pradera. Pero es -hermoso para:
Acci6n Española y lo que significó que dos de sus más cualifi­
cados miembros fueran directamente de
Acci6n Española a la
gloria del Padre.
También en el lugar del sacrificio
se dirigió Pradera a sus
asesinos.
C:Ogiendo un crucifijo que llevaba en el bolsillo se lo
mostró a aquella chusma diciéndoles: «Este no muere. Y si os
arrepentís, El os perdonará como yo os perdono».
Estos eran los amigos de· Eugenio. Los que_ buscó uno a uno
para incorporarlos II su combate por Dios y por España. Bien·
se comprende que hasra su muerte guardara de ellos un recuerdo
que era verdadero culto a unos mártires.
En esa guerra, que para Eugenio fue auténtica Crozada, no
podía estar
en· un cómodo despacho de retaguardia al que por su
rango de capitán jurídico tenía derecho. En tres ocasiones
acu­
dió al frente, de voluntario, ocultando sus estrellas. La primera
vez a Somosierra. Después a la Bandera de Falange de Marrue­
cos, que operaba en el durísimo frente de la Casa de Campo.
Por último a la Legión,
como simple legionario.
Después... He de reconocer que en ocasiones no compren-
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FJMNCISCO JOSE PERNANDEZ DE LA CIGORA
día su ·absoluto pesimismo ante la situaci6n. · Me parecía que el
futuro no podía ser tan negro como
él lo pintaba cuando, sin-.
tiéndose fracasado en sus intentos de
omnia instaurare in Chris­
to por la política, se dedicaba a explicar al reducido núcleo de
los amigos que le eran
fieles lo que seguía considerando las úni­
cas verdades
de salvación.
Sin embargo tuvo, una vez más, raz6n. Todo aquel
derroclie
de heroísmo y de martirio y cincuentá álíos después ... ¿Los obis­
pos de hoy? ¿Los sacerdotes de hoy? ¿Las monjas de hoy? ¿Los
cat6licos de hoy? ¿Los políticos de hoy? ¿Los militares de
hoy ... ?
Quienes tuvimos la suerte de tratar a aquel hombre extraor­
dinario le olmos repetir
innumerables. veces frases que le eran
especialmente queridas: «Son
los errores, todavía más que los
vicios, los
que corrompen a los pueblos». Y hoy los españoles
se han entregado al error.
Que para Eugenio estaba, sobre todo, .
en alejarse de los mandatos de Dios. Personales y sociales. Por­
que
él estaba convencido de que las sociedades y los gobiernos
tienen deberes y el primero de ellos reconocer la suprema
autori­
dad del que hizo el cielo y la tierra.
Para difundir esas verdades salvadoras fund6 en España
la
Ciudad Católica. El quería una ciudad católica. Profundamente
antiliberal,
sabía que no bastaban, para cumplir los designios di­
vinos, unos ciudadanos católicos.
Había de serlo también la ciu0
dad, pues ella condiciona enormemente la vida y la conducta de
quienes
la habitan. Claro que se puede ser santo en el yermo,
en las catacumbas o en las Babilonias actuales. Pero nadie pondrá
en duda que ello será más
fácil, aun para el santo, en un pue­
blo que respete, cumpla y venere
la ley de Dios.
Y
si eso es válido para el santo, ¿ qué debiéramos decir para
el común de los hombres, acosados por
el vicio y el pecado bajo
mil formas y todos los días hasta en su propio hogar gracias a
la televisión? ¿Sabéis que uno de cada tres niños españoles
ve
esas películas «especiales» que Televisión Española ha programa-
. do a
partir de la media noche una vez al mes? Ahí no hay sólo
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RECUERDO DE EUGENIO VEGAS LATAPIE
un pecado individual de unos padres mentecatos sino, sobre todo,
un pecado
.de la sociedad.
Como
es un pecado social legitimar el divorcio, autorizar el
aborto,
eliminar a Dios.de la escuela, tolerar la pornografía, cons­
tituir la sociedad como si Dios no existiese. Contra eso fue la
lucha de Eugenio toda su vida.
El no creía que los pueblos tienen los gobernantes que se
merecen, sino, más bien, que los pueblos son lo que quieren
sus gobernantes. También le he oído mil veces aquello de que
el pueblo español era el mismo bajo Enrique IV que, unos años
más tarde, con su hermana la gran Isabel la Católica. Pero, «ju­
gaba
el rey, todos tahúres; estudiaba .la reina, todos latinos». Y
qué cierto fue.
A
esa tarea, que exige 1a santificación individual y que la
trasciende a la santificación social, es a lo que nos convoca Euge­
nio Vegas. Y no hay hoy mejor servicio que podamos prestar a
Dios y a España. Hombres como
él se dan pocos en la vida de
los pu eh los. Pero ello no nos excusa de poner nuestros talentos,
aunque sean mucho menores, a rendir por la causa de Dios.
Por encima de nuestras debilidades
y· flaquezas sabemos . que
es nuestro deber católico y que los santos de España, la Virgen
de España, el
Dios" de España estarán a nuestro lado. El Dios
de Eugeuio, al que consagró su
.vida y al que diariamente reci­
bía en el sacramento eucarístico. La Virgen de Eugenio, a la
que todos
los días rezaba el rosario y en mayo las oraciones. del
mes de María. Los santos amigos de Eugenio, a los que fue a
unirse apenas hace un año como siervo bueno y fiel. Ellos y él
están hoy pidiendo a Dios por España. Pidiendo a Dios por
nosotros.
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Fundaci\363n Speiro