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1986

La doctrina social católica

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El capital en la encíclica Laborem exercens

EL CAPITAL EN LA ENCICIJCA
LABOREMEXERCENS
POR
ANTONIO SEGURA FBRNS
En los alterados. tiempos que nos ha tocado vivir por disposi­
ción de la Divina Providencia,
es absolutamente necesario en
intervenciones de este tipo el proclamar
el absoluto respeto y cor­
dial aceptaci6n de la venerable doctrina pontificia por el mero
hecho de ser enunciada por Quien tiene especial y
específica asis­
tencia del Espíritu Santo en el «munus docendi» de lo referente
a la Fe
y a la Moral.
Siguiendo el consejo paulino de «no sobrepasar lo que está
escrito» (1 Cor 4,6), hemos de ver lo que «dice» la Laborem
exercens, lo que «incoa» y, también, lo que «no dice». Pero, antes
de entrar en el fondo de la cuestión, conviene enmarcarla para
su mejor comprensión. Así, antes de todo, hay que situar al
autor
y después su producción doctrinal para, dentro de la mis­
ma, situar .a la Laborem exercens.
No se trata de presentar aquí la figura de Juan Pablo II,
sino solamente situarla en relación con· el contexto de la encícli­
ca. A estos efectos lo interesante es el marco conceptual en que
se mueve nuestro Soberano Pontífice: El mismo, en las entre­
vistas que concedió a André Frossard,
nos cuenta su primer en­
cuentro con la filosof!a: «Tenía que abrirme camino a través de
una espesa
selva de conceptos, análisis y -axiomas, sin poder si­
quiera identificar el terreno que pisaba. Al cabo de dos meses
de desbrozar vegetación, se hizo la luz y se me alcanzó el descu­
brimiento de las razones profundas de aquello que yo aún no ha­
bía experimentado o intuido. Cuando aprobé el examen, dije al
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examinador que, a mi juicio, la nueva visión del mundo que ha­
bía conquistado en aquél cuerpo o cuerpo con mi manual de me­
tafísica era más preciosa que la nota conseguida» ( 1 ). Sus estu­
dios
filosóficos son continuados en el Colegio Angélicum bajo un
selecto profesorado entre
el que sobresalía el P. Garrigou-La­
grange,
O. P., insigne comentador de Santo Tomás de Aquino.
El mismo Juan Pablo
II, en el Discurso que dio en dicha Ponti­
ficia Universidad de Santo Tomás con motivo del Congreso para
celebrar el primer centenario de la encíclica
Aeterni Patris, se­
ñalando los motivos por los que el tomismo se constituye como
«philosophia perennis», da las razones «que justifican el prima­
do pedagógico del Angélico» y, «la segunda ... , es el gran res­
peto que profesó sobre el mundo visible, como obra, y por lo
tanto como vestigio . e imagen de Dios . Creador» ( Osservatore
Romano,
49, 9-XII-79). Veremos como esta valoración de la fi~
losofía tomista es uno de los componentes esenciales de la Labo­
rem exercens,
sin el cual es imposible entenderla rectamente: la
doctrina deJ Papa es profunda, «enraizada en razones profundas»
nos dice, y
es ilegítimo leerla superficialmente, menos aún en te­
mas que, por su propia naturaleza, son controvertidos y se pres­
tan a aquellas querellas que San Pablo quiso evitar a los Co­
rintios ..
Una vez visto el autor ---<¡ue es a modo de hagi6grafo, pues
en. los escritos de Magisterios t_iene especial asistencia-vamos
con la obra. Por cierro muy extensa en los años de Pontificado,
en parre oral, en parte escrita.
Tocia ella tiene un evidente carác­
ter pedagógico ~se vé en ella el antiguo profesor universita­
ri~ y, .por ende, progrediente: son conocidos sus ciclos de las
alocuciones semanales
sobre temas tan diversos como la auténti­
ca comprensión ctistiana de la antropología, el reciente sobre las
creaturas espirituales, ángeles
y demonios. Mas orgánicamente aún
están estructuradas
sus tres encíclicas sobre la Trinidad, Redemp­
tor hominis, Dives in misericordia y la última sobre el Espíritu
(1) Cfr. AN»RÉ" F'RÓssARD, /No tengais miedo!, Plaza y Janés, Barce­
lona,
1982.
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Santo, Dominum et vivificantem. No deja de ser interesante el
hecho de ser las encíclicas relativamente pocas dentro de la muy
extensa producción doctrinal del Pontífice. Por ello
es aun más
sifinicativo que una de ellas. sea, precisamente, la Laborem exer­
cens, tercera del pontificado. Durante éste, aunque no directa­
mente
de producción pontificia, también se da tal hecho en un
tema tal actual como es el de la Teología de la liberación, objeto
· de un amplio estudio de la Sagrada Congregación para la Doc­
trina de la Fe, esté
dividido en «dos» instrucciones complemen­
tarias. Esto nos
anima a pensar que pudiera ser. completada !a
La.harem, exercens, dedicada al «trabajo», con otro dosuménto
pontificio que autorizadamente ampliara y pusiera al día' la pro­
blemática del «capital» dentro del problema general socioeconó­
mico. Es decir, desarrolle lo que
en la Laborem exercens «incoa»,
pero no desarrolla aún, a pesar de su evidente vinculación con
el
tema de trabajo humano al que aportaría luces suficientes para
una amplia visión cristiana de la actividad socioeconómica y así
contribuir decisivamente a la «recristianización» de la civilización
occidental.
Trazado
'el marco de la posición del autor y de la totalidad
de la obra en
la que hay que encuadrar la encíclica vamos ahora
a entrar, reverentemente, en su lectura. -Lo primero que llama la
atención
es la diferencia de lenguaje con otras encíclicas de los
anteriores
P-0ntífices sobre temas sociales. Encíclicas que son
abundantemente citadas en la Laborem exercen, como muestra
del único entramado que forma la única doctrina social de la
Iglesia:
es, obviamente, la «misma» doctrina; pero está expuesta
en otro lenguaje y
aun pudiera decirse que· en orras categorías.
Hay un momento (L. E., II, 8) que hablando de la situación so­
cio-histórica dice: «estaba favorecida por el sistema socio-poli­
tico liberal que, según sus premisas de economicismo ... ». Esta
breve frase
nos va a permitir, antes de entrar en el tema de la
encíclica, engatzar ésta con la visión general de la. actual pro­
blemática
de nuestra civilización en el diagnóstico certero de
Juan Pablo II.
Contemplada la Laborem exercens desde el grado actual del
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progresivo Magisterio del Papa, no se puede menos de encuadrar
tan
significativa frase en la visión que presenta de la civilización
hodierna en
la que se inscribe el problema socioeconómico que
comprende los temas del trabajo
y del capital. Así, en la end­
clica Dominum et
vivificrmtem, hablando de qué es el hombre
-tema central de la Laborem exercens-dice: «Este su¡eto per­
sonti/,-es· también uha creatura: en su .existencia y esencia depen­
de del Creador. Según el Génesis, el "árbol de la ciencia del bien
y del mal" debía expresar y constantemente recordar al hombre
ei "límite" insuperable para un ser creado ... Las palabras de la
instigación,
es decir, de la tentación, como está formulada en el
texto sagrado, inducen a transgredir esta prbhibición, o sea, "su­
perar" aquél "límite" (D. et v., 36). Veremos cómo en el mis­
mb·fundamento de la Laborem exercens está la referencia al acto
creacional que narra el Génesis, por
lo que queda -vinculada, en
la mente del
Pontífice, como un todo, con lo que aquí está di­
ciendo: «La "desobediencia" significa precisamente pasar aquel
límite que permanece insuperable a
la voluntad y a la libertad
del hombre como ser creado. Dios Creador es, en efecto, la
fuente única
y definitiva del orden moral en el mundo creado
por
él. El hombre no puede decidir por sí mismo lo que es bue­
no y malo» (D. et v., 36). La consecuencia es obligada: «la "de­
sobediencia,
como dimensión originaria del pecado, significa el
rechazo de esta fuente por la pretensión del hombre de llegar a
ser fuente autónoma
y exclusiva en decidir sobre el bien y el
mal» (ihid.)
Así, «en nuestros días lo vemos confirmado en los que las
ideologías ateas intentar
desarraigar la religi6n en base al pre­
supuesto de que determina la radical "alienaci6n" del hombre,
como si el hombre fuera expropiado de su humanidad cuando,
al aceptar la idea de Dios, le atribuye lo que pertenece al hom­
bre
y exclusivamente al hombre» (D. et v., 39), produciendo,
C<>mo inevitable resultado, que «la ideología de la "muerte· de
Dios", en sus efectos demuestra fácilmente que es, a nivel teó­
rico y práctico, la. ideología de la "muerte del hombre" (ibld. ).
De estas ideologías. del mundo moderno es paradigma y primera
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raíz histórica, precisamente, el «liberalismo» que cita la Laborem
exercens «como sistema socio-político» cuya premisa en lo eco­
nómico es el «economicismo»
a ultranza, no otra cosa, que en­
cuentra «su
máxima ex.presión· en el materia/,ismo, ya sea en su
forma teórica -como sistema de pensamiento--ya sea en su
forma práctica -como método de· lectura de valoración de los
hechos. .
.
Por principio y de hecho el materialismo excluye ra­
dicalmente la presencia y la acción de Dios, que es espíritu, en
el mundo
y, sobre todo, en el hombre ... El horizonte de los va­
lores y de los fines de la praxis, que él delimita, esta íntitnamente
unido a la interpretación de toda realidad como míiteria» (D. et v.,
56
). La simple lectura de estos párrafos muestra que tal «mate­
rialismo» no está solamente inscrito en la dialéctica marxista
--que abiertamente lo proclama-, sino igualmente en la raíz
autónoma y en la p,;áctica existencial del sistema sociopolítico
liberal que, a
lo máximo que llega es a remitir a Dios al inte­
rior de las conciencias individuales, prohibiendo cualquier exi­
gencia en Su Nombre a la colectividad social para ser tomado
como norma y modelo de la misma.
No
se piense que esta es una interpretación personal del pen­
samiento pontificio: una lectura autorizada del mismo --auto­
rizada «expressis verbis» por el mismo Papa-, es la que apa­
rece en. la "Instrucción sobre Libertad Cristiana y Liberación"
de
la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe que, en
su capítulo I, dedicado a la génesis del moderno concepto de
libertad, rras hacer referencia a la influencia de Lutero y de la
Revolución francesa (núms. 6
y sigs.),
es decir, al mismo naci­
miento del liberalismo, dice: «En relación con el .movimiento
moderno de liberación interior del hombre, hay que constatar
que el esfuerzo con miras a liberar el pensamiento y la volun­
tad de sus límites ha llegado hasta considerar que la moralidad
como tal constituía un límite irracional que el hombre, decidido
a· ser dueño de sí mismo, tenía que superar ... Es más, para mu­
chos Dios mismo sería la alienación especifica del hombre. Entre
la
afirmación de Dios y la libertad humana habría una incom­
patibilidad radical.
El hombre, rechazando la fe en Dios, lle-
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garla a ser verdaderamente libre» (L. C. y L., 18). Las conse­
cuencias sociales de tal planteamiento está
a la vista: «En el
campo de las conquistas sociales y políticas, una de las ambi­
güedades fundamentales de la
afirmación de la libertad del Si-
. glo de las .Luces, tiende a concebir al sujeto de esta libertad como
un individuo autosuficiente que busca la
satisfacción de su inte­
rés propio en el gooe de los bienes terrenos. La ideología indi­
vidualista inspirada por esta concepción del hombre ha favore­
cido la desigual repartición de la riqueza en el
comie1120 de la
era industrial, hasta el punto que jos trabajadores se encontra­
ban excluidos del acceso a los bienes esenciales a cuya produc­
ción habían contribuido y a los que tenían derecho» ( L. C. y
L., 13).
Si todo esto lo reducimos a su más simple esquema ontoló­
gico-metafísico, veremos que l no podía· ser de otra manera: el
hombre,
al rechazar a Dios y al orden-del'.ser-de-la-Creación, tal
·como está en la Mente Divina, necesarianienté pierde la regla
·
del bien y del mal: En efectci, cuando se admite tal orden-del-ser,
es «bueno» lo que se ajusta a él; «malo» lo c¡ue se aparte del
mismo; y', más o menos bueno o malo, én razón del ajuste de
cada acto a lo que reclama el· orden-del-ser a la naturaleza de las
cosas creadas.
En este orden-del-ser-creado hay dos realidades
ontológicamente de diferente dignidad:
las cosas, simples «qué»,
y las -personas, que s·on -un «quien», en lo que se asemejan al
Dios «personal». Al abandonar el orden-del-ser-creado reducién­
dolo al ser-conocido-¡ior-el-hombre,
el cambio de metafísica -de
la metafísica de la realidad y la transcendencia se pasa a la meta­
física del principio de inmanencia de la
conciencia-forzosamen­
te -produce una invel"Sión de relaciones: la «persoti'a», el «su[}po­
situm.»,
el «sujeto», pasa a simple· «individuo» cuyo valor estará
sólo en función de su actuación, de su eficiencia operacional y no
otra cosa;
el «bien» queda reducido a sólo «utilidad», pues, al
no haber paradigma de comparación, no hay ni «bien» ni «mal»,
sino sólo cuan.to «retribuye» y cuanto «cuesta», qué esfuerzo pide
tal acción al agente, que no «sujéto».
Y precisamente «agente» porque· en un· sistema dinámico de
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interrelaciones, como es la vidá social; cuando no hay una «meta»,
un «más allá» que hay que alcanzar, o del que hay que huir, no
queda otra finalidad que
la acci6n por la pura acción, pura re­
laci6n de fuerzas, amorales por su propia condición, en presen­
cia: así, los hombres como «agentes» naturales se enfrentan unos
con otros por el dominio de la naturaleza, el triunfo de unos
«sobre» otros, mero resultado de las
eficacias comparadas en esta
lucha de «omnes contra omnium» que dijo Hobbes;
es más, así
se produce
-y no hay otro camioo-la selección de los más
aptos, de los «mejores» y el progreso de la raza humana, según
Spencer, por haber eliminado a los débiles.
Si, abandonando este
individualismo constituimos a la «especie» tomada en su conjun­
to en el «agente universal» (Marx), entonces cada hombre «no
tiene derecho a decidir qué acto
es equitativo o inicuo, moral o
inmoral»
(Spinoza,Tratado polltico, III, 5). Todo esto, por duro
que parezca,
es perfectamente lógico dentro del principio de in­
manencia de la conciencia humana,
ya se oonsidere tal concien­
cia individual o
spcial. No hay «personas», es decir, «substancias
espirituales individualizadas de naturaleza racional» (Boecio
), pues
se niega el espíritu; s6lo · hay una existencia_ como presencia en
la que «el infiérno son los otros» (Sartre). No hay un orden «ob­
jetivo» del ser
al que haya de acoplarse la conciencia oomo «prin­
cipio de obediencia a la norma objetiva» (D.
e{ v.; 43 ), sino lo
que hay son
objetos y objetivos materiales, sensibles, a alcanzar
como sea
y, naturalmente, a costa de quien sea, pues no hay «lí­
mites» morales insuperables.
Este
es precisamente el problema que aborda la Laborem
exercens; y lo hace desde la perspectiva humana y de la acci6n
operativa humana, es decir, del trabajo. Obviamente, como nues­
tro tema aquí
és el capital, el orden discursivo de la Laborem
exercens sólo nos sirve de referencia, pues desde el específico
tema del capital se ven otras perspectivas. La encíclica se empie­
za inscribiendo en la larga teoría de Doctrina pontificia sobre la
que se ha llamado la «cuesti6n social». Empieza recordando los
noventa años de la
Rarum novarum, que se puede tomar como el
inicio. Pasa inmediatamente,. en el capítulo II, a enraizar tan im-
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portante tema e la Escritura: «Procread y multiplicaos, y henchid
la tierra; sometedla» (Gén. 1, 28) dice, citando al Génesis. Va
a hablar del «dominio específico del hombre sobre la tierra ...
Está claro que con el término tierra, del que habla el texto
bí­
blico, se debe entender ante todo la parte del universo visible»
(Lab. ex. 4), es decir, lo implicado en lo
material, Y, afiade:
«este proceso
se coloca en la línea del plan original del Crea­
dor» (ibid.),
es decir, no es consecuencia de la caída, que ven­
dría luego, sino corresponde al «plan original» del orden-del-ser,
pues «el dominio del hombre sobre
la tierra se realiza en el tra­
bajo y mediante el trabajo ... , trabajo del hombre, tanto trabajo
físico como el intelectual» (Lab. exer., 5), con expresa referencia
a la técnica. Este planteamiento «objetivo» del trabajo postula
«interrogantes esenciales que
se refieren al trabajo en relación
con el sujeto, que es precisamente el hombre» (ibld.).
Pasa a continuaci6n a «concentrar nuestra atención sobre el
traba¡o en sentido subjetivo, mucho más de cuanto lo hemos he­
cho hablando acerca del significado objetivo del trabajo» (Labo­
rem exercens, 6
), pues «al hombre debe sollieter la tierra, debe
dominarla, porque es, como "imagen de Dios", una persona, es
decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera programada y
racional, capaz de decidir acerca de
sí y que tiende a realizarse a
sí mismo. Como persona, el hombre
es, pues, sujeto del trabajo»
(ib!d.
), por lo que «el dominio se refiere en cierto sentido a la
dimensión subjetiva más que a la objetiva: esta dimensión con­
diciona la misma esencia ética del trabajo (ib!d.).
Al llegar a este punto conviene hacer un excurso fuera de la
encíclica sobre algo que, si para el autor de ella estaba muy cla­
ro, evidentemente no lo está para muchos lectores. En efecto, .el
Papa, pretende llegar, a una co!)Clusi6n: «reconocer la preeminen­
cia del significado subjetivo d.el trabajo sobre el significado obje­
tivo
(ibíd. ), es decir, evitar que el hombre, ser la máxima dig­
nidad de la creación visible, sea s6lo «considerado como un ins­
trumento de producción» (Lab. exer., 7), dice citando a
Pío XI
(Q. A., 135), debido a «un error fundamental que se puede lla­
mar
error del economismo, si se considera el trabajo humano ex-
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EL CAPITAL EN LA ENCICLICA «LABOREM EXERCENS»
clusvamente según su finalidad económica» (úb. exer., 13 ). Y
es, precisamente
aquí, donde hay que recordar los

planteamien­
tos económicos a los que alude
la Laborem exercens --como an­
tes los aludió en la Quadragessimo anno-y que, en definitiva
parecen «do•», aunque sea sólo «uno» en realidad: en efecto, en
el estudio del hecho económico, en
el paso del marco de la trans­
cendencia
al de la inmanencia --de la alta y baja escolástica a la
escuela escocesa-deja de interesar el problema moral _:_los «tra­
tos y contratos», de Tomás de Mercado o de «Emptione et
Ven­
ditione», de Santo Tomás de Aquino-para pasar a interesar
más que el «precio justo» la teorización de la formación de los
precios. Ya en
el capitulo primero de sus «Principios de Econo­
mía Política», Davld Ricardo establece que «el valor
de una cosá-,
o sea, la cantidad de cualquier otra cosa por la cual podrá cam­
biarse, depende de la cantidad relativa de trabajo que se nece­
sita para su producción y no de la mayor o menor retribución
que
se pague por ese trabajo», por lo que «si la cantidad de tra­
bajo empleada en las cosas regula su valor, en cambio, cada
in­
cremento de la misma debe aumentar el valor del artículo a que
se aplique y, del mismo modo, toda disminución debe reducir­
lo». Esto es, sin paliativos,
la presentación «objetiva» del tra­
bajo en puro «economismo». Y a esto es lo que la Laborem
exercens
opone su análisis del trabajo como valor «subjetivo»,
es decir, efectuado por quien no es «objeto» sino «sujeto». De
todas formas, David Ricardo no deja de reconocer que «existen
algunas cosas cuyo valor
es determinado solamente por la esca­
sez ... Su valor es enteramente independiente de la cantidad de
trabajo necesaria para producirlas y vatía según
el grado de ri­
queza y las inclinaciones de los que ·deseen poseerlas». En otras
palabras: Ricardo admite algún. componente «subjetivo» en su
economismo; quien no lo admitirá
y constituirá el trabajo «in­
corporado en la mercancía» como medida absoluta del valor «ob­
jetivo» enteramente,
es Karl Marx.
En la tensión dialéctica
que ofrece la encíclica entre lo obje­
tnvo
y lo súbjetivo no puede menos de señalarse aquf que tam­
bién en el contexto del pensar según
el principio de inmanencia
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de la ·conciencia se da algo similar. No en el sentido propio de
la persona como «sujeto», pero sí en el sentido de poner al in­
dividuo o

a la sociedad (o especie) como
sujeto alternativo de la
predicación económica. Así,
un relevante economista de Lenin,
N. Bujarin, expone así el problema: «La teoría del "valor tra­
bajo" de
A. Smitb se funda en la valoración individual de los
bienes, la
cual se corresponde con la cantidad y cualidad del tra­
bajo
invertido; es una teoría del valor trabajo subjetivista. La
teoría del valor, según Marx, es, por el contrario, una ley de los
precios objetiva, es decir, social; su teoría es, pues, una teoría
del "valor trabajo" objetiva, ya que no riene su fundamento en
ningún modelo de valoración individual, sino que expresa única­
mente la correlación entre las fuerzas
produ sideradas y el precio de tal mercancía, tal y como éste se pre,
senta en el mercado» (2). •
En esta clarísima presentación del problema, y desde una pers­
pectiva completamente opuesta a la
_de la Laborem exercens, se
v~ que una vez cortada toda dependencia a un «límite» dado des­
de fuera de la pura y nuda autonomía humana, en la competen­
cia del mercado como mero equilibrio de fuerzas, y por ende
amoral, todo «bien» económico -sea -una «cosa», sea una «ha­
bilidad», es decir, sea mercancía o trabajo-o bien está en po­
sición de poder en el «bellum omnium contra orones», que de­
cía Hobbes, o bien tiene que someterse al Leviatban, el Estado
que usurpa
la función de la sociedad, que tiene el poder coacti­
vo: Estamos, pues,
_en el_ diagnóstico de Juan Pablo II: la «muer­
te de Dios» ha venido a significar la «muerte del hombre».
Ahora bien,
es importante señalar aquí que cuando en la La­
borem exercens ~y, en general, en toda la Doctrina pontificia­
se habla de estos temas, siempre se matiza la crítica a la posición
«economicista» con adjetivos: «civilización
unilateralmente ma­
terialista» (Lab. exer., 7), «inversi6n del orden establecido des­
de el comienzo -con las palabras del libro del Génesis» (ibíd. ),
«capitalismo primitivo» (ibíd.). ¿Qué quiere decir ésto?: No otra
{2) N. BuJARIN, Economía politica del rentista, Laia, pág. 50.
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cosa sino que la doctrina católica adnúte, como no podía menos
de ser, el aspecto científico del pensar económico como algo ins­
crito en el «orden establecido desde el comienzo» por
la Vo­
luntad Sapientísima del Creador; lo que condena es, justamente,
la «inversión» de dicho orden que forzosamente
va inscrita, como
hemos visto, en
el paso al principio de inmanencia de· la concien­
cia: «De todo esto que en el proceso
·de producción constituye
un conjunto de
cosas, de los instrmnentos, del capital, podemos
solamente
afirmar que condiciona al trabajo del hombre; no po­
demos, en 'cambio, afumar qlie ello constituya casi el "sujeto"­
anónimo que hace dependiente al hombre y su trabajo» (Labo­
rem exercens, 13 ): Hay que ser más «sujeto», aunque se tengan
menos bienes materiales.
Y, desde esta perspectiva, ·Ja Laborem exercens dice que,
«aunque
se puede decir que el trabajo, a causa de su sujeto, es
uno (uno y cada vez irrepetible), sin embargo, considerando sus
direcciones objetivas, hay que constatar que
existen muchos tra­
ba;os ... , en el proceso de fste desarrollo no -sólo aparecen nuevas
formas de trabajo, sino que otras desaparecen. Aun concediendo
que por lo general sea esto un fundamento normal, hay que ver
todavía si no se infiltran en él, y en qué manera, ciertas irregu­
laridades que por motivos ético-sociales pueden ser peligrosas»
(Lab. exer., 8). En otras palabras, también desde la perspectiva
del trabajo puede venir el desorden, de tal •manera que en
la
inevitable división entre los hombres de bienes que por ser ma­
teriales -o apoyados en lo material-son forzosamente limi­
tados ( 3 ), por lo que unos, capitalistas o trabajadores, tendrán
y otros no tendrán, pueden hacerse reclamaciones pretendidamen­
te fundadas en
la dignidad del traba¡ador que sean imposibles de
satisfacer por el. sistema econ6mico. Por eso, más adelante,- dice
la encíclica: «Los justos esfuerzos por asegurar los derechos de
los trabajadores... deben tener siempre en cuenta las limitado-
(3) Tomás de Aquino dice al respecto: «A diferencia de los espiritua­
les, los bienes materiales dividen a
los hombres por no podet, íntegra y si­
multáneamente, -pertenecer a dos» (S. Th., III, q. 23, a. 1 ad 3). Vid., tam­
bién, S. Tb., supl., q. 56; a . .4, s. c., y I-II, q. 2, a. 4, ad 2.
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ANTONIO SEGURA FER.NS
nes que impone la situación económica genetal del país. Las exi­
gencias sindicales no pueden transformarse en una especie de
ego/smo de grupo o de clases ... La vida social y económico-so­
cial es _ ciertamente como un sistema de "vasos comunicantes",
y a este sistema debe también adaptarse toda actividad social que
tenga como finalidad salvaguardar
los derechos de los grupos par,
ticulares ... El abuso de la huelga puede conducir a la paraliza­
ción de toda
la vida socio-económica, y esto es contrario a la
exigencia del bien común de
la sociedad, que corresponde a la
naturaleza bien entendida del trabajo mismo» (Lab. exer., 20).
Estos
grupos particulares, que ante todo buscan su bien privado,
no son sólo los capitalistas, sino que pueden serlo también los
obreros, enzarzados en la «lucha de clases» que nace, precisa­
mente, de tina exclusiva consideración

«objetiva» del
µabajo
coino
sólo «factor -de la producción» y, lo que es más grave,
como «factor
de fuerza».
Esta
rup,tura del orden socio~económicci tal como Dios ha
querido que sea, es lo que quiere evitar la Laborem exercens: «La
antinomia entre trabajo ·y capital no tiene su origen en la estruc­
tura del mismo proceso de producción, y ni siquiera en la del pro­
ceso económico en general. Tal proceso demuestra, en efecto, la
compenetración recíproca entre el trabajo y lo que estamos acos­
tumbrados a llamar capital; demuestra su vinculación indisolu­
bre»
(Lab. exer., 13 ), cosa hoy obvia a cualquier conocedor de
la estructura económica actual, en la que la producción precisa de
una «demanda solverite», tanto mayo! cuanto más productivo y
eficaz sea el sistema, y que no puede venir más que por el lado
de los trabajadores,
el sector más numeroso, con gran diferencia,
de
la sociedad: El capital, por su propia dinámica tiene necesi­
dad de repartir las ganancias obtenidas en el proceso productivo.
Por eso
es destructivo oponer ambos factores de la producción
que, a la vez·,· son sec_tores de la única y misma sociedad ht.lma­
na: «Evidentemente, la antinomia entre el trabajo y el capital
considerada
aquí -la antinomia en cuyo marco el trabajo ha sido
separado del capital y contrapuesto al mismo, en un cierto
sen­
tido como si fuera ónticamente. un elemento .,;alquiera del pro-
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EL CAPITAL EN LA ENCICUCA «LABOREM EXERCENS»
ceso económic&-inicia no sólo en la filosofía y en las. teorías
económicas del
siglo xvm, sino mucho más todavía en toda la
praxis económico-social de aquel tiempo, que era el de la indus­
trialización que nacía
y se desarrollaba precipitadamente, en la
cual se descubriría, en primer lugar, la . posibilidad de acrecentar
mayormente
las riquezas .materiales, . es decir, los medios,. pero se
perdía de vista el fin, es decir, el hombre al cual estos medios
deben servir»
(Lab. exer., 13 ), con .lo que se entraba en los ci­
clos alternante; de euforias y depresiones económicas.
Con todo este largo exordio, ya estamos en condiciones de
llegar
al tema específico del capital .en el contexto .de la Laborem
exercens.
Ahora se pueden entender los párrafos oentrales de la
encíclica sobre el tema del· capital, aquellos que han causado no
poca perturbación en algunas conciencias
y no pocos malentendi­
dos
· en otras por la claridad y drasticidad de su planteamiento:
la Laborem exercens enuncia sin embages «el principio de prio­
ridad del trabajo frente al capital. Este principio
se refiere direc­
tamente al proceso mismo de producción, respecto al cual el tra­
bajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras que "el
capital", siendo el conjunto de los medios de producci6n, es sólo
un instrumento o causa instrumental. Este .principio es una ver­
dad evidente, que se deduce de toda la experiencia histórica»
(Lab. exer., 12). En este sentido,' «además de los recursos de la
naturaleza puestos a disposición del hombre, también
el conjun­
to de medios, con los cuales el hombre
.se apropia de ellos, trans­
formándolos
segón sus necesidades (y de este modo, en alg6n
sentido, "humanizándolos"), entonces se debe constatar aquí que
el conj,unto de medios
es fruto del patrimonio histórico del tra­
bajo humano»
(ib!d. ). El Papa aquí no hace sino validar lo que
en 1889 dijo
La Tour Du Pin (4): «El capital es el producto de
un trabajo anterior...
No es más que "trabajo acumulado". No
es"-más que la fuerza Viva más la materia inerte». A esto se· va a
oponer «expressis verbis» Karl Marx en El Capital (5), pues para
(4) M. DE LA ToUR DU Pm, Vers un ordre social chrétien, Beauchesne,
pág. 56.
(5) K. MARX, El Capital, L. l. OME, nota 22, en pág. :?24.
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ANTONIO SEGURA FERNS
él el «capital» sólo es proceso, devemr de la plusvalía, no estruc­
tura, diferencia
.en~ producido y consumido,
En resumen, para la Laborem exercens, «todo lo que está
contenido en
el concepto de "capital" -en sentido restringido-­
es solamente un conjunto de cosas» (Lab. exer., 12, final), lo
que muestra
sin lugar a dudas que en la mente, y aun en la ex­
presión, del Pontífice, el tratamiento que dá en la encíclica al
«trabajo» y al «capital» están en distinto plano: aquél -el tra­
bajo--, en el plano «subjetivo»; éste .-'-<'1 capita!-, en el «ob­
jetivo». Es por ello ilegítimo compararlos como si estuviesen en
el mismo plano de consideración en la
Laborem exercens cuan­
do está dedicada al importante tema de la «dignidad» del tra­
bajo
humano que es evidentemente una fuerza productiva, pero
no s6/o es fuerza productiva sino autorrealización .del hombre en
su «agere» y en su «facere» que siguen a-su «esse» personal. Por
ello, dice la Laborem exercens, «si es verdad que el capital, al
igual que el conjunto de los medios de producción; constituye a
su vez
el producto del trabajo de generaciones, entonces no es
menos. verdad que ese capital se crea inces~temente gi-acias al
trabajo llevado a cabo con la ayuda de ese mismo conjunto de
medios de producción
... Se trata aquí, obviamente, de las distin­
tas clases de trabajo, no sólo del llamado trabajo manual, sino
también del múltiple trabajo intelectual, desde el de planifica­
ción al de dirección»
(Lab. exer., 14 ).
Con esto entramos en otro apartado: El de las cos.as que la
Laborem. exercens «dice» sobre el capital: «Cuando se habla de la
antinomia entre trabajo
y capital, no se trata sólo de conceptos
ahstr11ctos o de "fuerzas anóriimas" que· actúan ·en la producción
econ6mica. Detrás de uno y otro concepto están los hombres,
los hombres vivos, concretos; por una parte, aquellos que reali­
zan el trabajo sin ser propietarios de los medios de producción
y, por otra, aquellos que hacen de empresarios y son los propie­
tarios de estos medios, o bien representan a los propietarios. Así
pues, en el conjunto de este difícil proceso histórico, desde el
principio está el problema
de la propiedad» (ibld.) .. Y pasa a
continuación
· a recordar la doctrina de la Iglesia sobre la propie-
376
Fundaci\363n Speiro


EL CAPITAL EN LA ENCICLICA «LABOREM EXERCENS»
dad privada, «incluso cuando se trata de Ios medios de produc­
ción». Pero, antes de entrar en ese tema, determinante en el .caso
del «capital», queremos señalar.algo importante en el párrafo ci­
tadm Por un lado está el «solo»: «no se trata solo de conceptos
abstractos»_ tal como antes
se dijo este «solo» evita la exclusi­
vidad: en efecto, después de decir que «no
se trata sólo de con­
ceptos», trabajo y capital tomados «abstractamente», el mismo
Pontífice
utiliza los «conceptos» para señalar que

detrás de ellos
está el hombre real:
es decir, hay el «concepto» económico y el
«conceptuado» que, en
el caso del trabajo es el sujeto, el tra­
bajo subjetivo, y en el caso del capital está su propietario o
el
encargado de manejarlo por delegación del propietario. Como
«conceptos» o
«fuerzas anónimas», tanto el. trabajo «objetivo»
cuanto el capital «objetivo», o conjunto
de medios de producción,
están sometidos
al orden «objetivo» del ser de lo socioeconómico,
dado por
el Creador, con reclamaciones propias que marcarán los
resultados, buenos o malos, del proceso productivo: «Objetiva­
mente»
si se trabaia con intensidad y perfección, y se aplican los
mejores instrumentos apropiados al trabajo que sea, los resulta­
dos serán óptimos; serán pésimos
en caso contrario. Pese a la dig­
nidad de los- que están «subjetivamente» como
personas concre­
tas incluidos en aquellos «conceptos». Y ello también dependerá,
dice la Laborem exercens, del «empresario indirecto»,
al cual,
«para definirlo hay que tomar en consideración, en cierto senti­
do, el conjunto de
elem,;ntos decisivos para la vida económica
en la configuración de una determinada sociedad y Estado»
(La­
borem exer., 17), es decir, aquel «sistemá de vasos comunican­
tes» que vimos señalaba como constiruvo de «la vida social y
socio-económica» y que marcan «las limitaciones que impone la
situación económica general del país». Y, desde este punto de
vista, «los
derechos objetivos del hombre del trabajo -de todo
tipo de trabajador: manual, intelectual, industrial, agrícola,
etc.­
debe constituir el criterio adecuado y fundamental para la for­
mación de toda la economía, bien sea en
la· dimensión· de toda
sociedad y de todo Estado, bien sea en
el conjunto de la políti­
ca económica mundial» (Lab. exer., 17), todos estos «derechos
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¿,NTONIO SEGURA FERNS
objetivos» de las personas, los sujetos, están sujetos a las posibi­
lidades
«objetivas» en cada · tiempo y lugar que marcan el «lí­
mite objetivo del orden del ser social para las reclamaciones mo­
rales: El hombre es un ser contingente e indigente que no «crea»
e! orden visible, como vimos en la encíclica Dominum et vivifi­
cantem} está sujeto-a «límites», morales y materiales, fijados ·por
la infinita e inexcrutable Providencia Creadora; por ello, aunque
en ocasiones el hoinbre· «se sienta injustamente tratado», sobie
todo en lo socio-económico, no quiere decir que ello sea así, pues
puéde ser fruto de una carencia no injusta, sino, a lo más, des­
graciada: la «justicia» en modo alguno puede fundarse en «sen­
timientos» subjetivos, sino en el orden objetivo moral y material.
Hablando en relación. del hombre-propietario con las
«cosás»
que constituyen el capital «objetivo», es decir, del. derecho de
propiedad, por dos
veces -Lab. exer., 14 y 15-remite la en­
clclica a Santo Tomás de Aquino, principalmente en Suma Teoló­
gica, II-II, q. 66, artículo 2; pues «el mismo sistema económi­
co y el proceso de producción redundan en provecho propio
cuando estos valores personales son plenamente respetados.
Se­
gún el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, es primordial­
mente esta razón la que atestigua en favor de la propiedad pri­
vada de
los mismos medios de producción» (Lab. exer., 15). La
cita que hace, repetidamente, de Santo Tomás viene referida por
· el esta en el Tratado de la Justicia, al tema general del reparto,
desigual, de los bienes económicos, lo que da lugar a los pecados
de hurto y rapiña. Como es habitual en el Aquinate, hace al res­
pecto una minuciosa investigación que empieza en el artículo. 1
de la «quaestio 66», por la que pregunta de «si es natural al
hombre la propiedad de bienes exteriores», a la que respon­
de: «Puede considerarse
un objeto externo de dos maneras: l.',
en cuanto a su naturalez~, y en tal-caso no cae bajo el· dominio
del hombre, sino de Dios, a cuya voluntad todo obedece~. Es de­
cir, es ·Dios quien fija la «ley. de la naturaleza» de la creación,
ley que en su acción tiene que obedecer
el hombre, incluso para
dominarla pues, como dice F. Bacon, «no se triunfa de la natu-
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EL. CAPITAL EN LA ENCICLICA «LABOREM EXERCENS»
raleza sino obedeciéndola» -Novum organum, I, 3-y,, por
ende,
el hombre tiene que sómeterse al orden-del-ser-creado.
En el artículo 2 es donde entra Santo Tomás en el fondo de
la cuestión que aquí nos interesa. Se pregunta «si es lícito al
hombre el poseer alguna cosa como propia», es decir, admitiendo
que Dios ha puesto al hombre para que domine la Creación
visible ejerciendo «un dominio específico
.del hombre sobre la
tierra» (Lab. exer., 4 ), el problema pasa a ser no ya «objetivo»
-el hombre impersonal--, sino «subjetivo», los hombres rea­
les, cada uno único e irrepetible y que ejercerán ese dominio en
forma diferencial y diferenciadora, no sólo como resultado de
sus acciones, sino también. por
el hecho de ser la tierra diferen­
ciadora respecto a su
oferta de bienes, en unos casos abundante,
en otras más o menos escasa, lo (}ue quiere decir que a unos
les llegará el disfrute y uso de los bienes, a otros, no; quedando
así «divididos», como antes nos dijo el Aquinate, de modo que
siendo iguales en s.u naturaleza, su -ser «pe'rsonas», «sujetos»,
tendrán diferentes situaciones eri el «estar»· existencial. Y esto,
d último extremo por ser 1a Creación como es, es decir, por de­
signio del Creador.
Ante -esta situación la respuesta es clarificadora; «Dos cosaS
t.ocan al hombre respecto a las,cosas externas: la primera, la ca­
pacidad de procurarlas y administrarlas, y en este sentido es lí­
cito al hombre poseer cosas
propias. Y esto es necesario para la
vida humana por tres motivos: porque cada uno es más solícito
en procurarse algo que necesita, que. para procurar lo que
es co­
mún a todos o a muchos; porque, rehuyendo cada uno de los
hombres
el trabajo, dejaría a otros lo comunitario, como sucede
cuando hay una multitud de ministros; segundo, porque cada
uno ordena mejor sus propias cosas,
si ha de procurárselas él
mismo, y se siembra confusión cuando cualquiera ha de procu­
rar cualqpier cosa; tercero, porque así se conserva más la paz
entre los hombres, cuando cada uno está contento con lo suyo.
Por ello vemos CJ.ue con frecuencia surgen riñas entre aquellos
que poseen las cosas en común y sin distinción de pertenen­
cias...
Lo segundo que toda el hombre respecto a las cosas ex-
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ANTONIO SEGURA FERNS
teriores es su uso; y en ello no debe el hombre tener las cosas
exteriores como propias, sino como· com-..µies, de mánera que fá­
cilmente las comunique a los demás en sus necesidades. Por ello
dice el Apóstol. a Timoteo: "Manda a los ricos de este mundo
que fácilmente distribuyan y
comuniquen sus bienes" (I Tim.
6,17)».
En este párrafo, a la luz de la moderna teorización económi­
ca,
se muestra el sentido común del Angélico tanto en la ver-·
tiente productiva cuanio en la del consumo. Así, en la produc­
ción de riqueza material
por el hombre es de notar la apelación
que hace a «la capacidad de procurarlas y administrarlas», ·dife­
rente en cada caso según la propia personalidad, educación y, por
supuesto, virtudes humanas.
Por eso se opone al anonimato im­
plícito en la aparentemente generosa propuesta colectivista, que
sólo
sirve para tapar en lo común las deficiencias individuales.
También se ve el rechazo de una pretendida solución socio­
económica egoísta, solipsista, dañosa no sólo .en lo moral, sino
capaz de ahogar el mismo proceso. Asimismo se ve en la solu­
ción tomista la presencia de los valores «personales» que permi­
ten la autorealización, en el terreno económico, de cada uno que
«ordena mejor sus propias cosas si ha de procurárselas el mismo».
La consecuencia de todo esto
es que, cuando se habla de fos
«derechos subjetivos» u «objetivos» a realizar entre hombres,
dotados todos los mismo estatuto ontológico respecto a la digni­
dad de ser persona
y no cosa, no pueden reducirse simplemente
al derecho «particular» de
tal persona -tal grupo de ellas-sin
tener en cuenta,
por un lado y como antes se dice, las posibili­
dades reales del orden-del-ser-socioeconómico en cada tiempo y
lugar; y, ·por otro lado, la aportación, «stibjetiva» y «objetiva»
del tal sujeto o grupo de sujetos a un proceso, forzosamente li­
mitado, y solidariamente llevado a cabo por otras personas o
grupos de personas que aportan sus contribuciones, bien de
tra­
. bajo, bien de capital que potencia tal trabajo o lo hace pc;sible.
Con esto parece queda suficientemente claro lo que la encí­
clica
Laborem exercens dice, cómo lo dice y qué no dice. Nos
queda por ver aún lo que «incoa».
Si resumimos lo hasta ahora
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EL CAPITAL EN LA ENCICLICA «LABOREM EXERCENS»
aÍcanzado, vemos que la Laborem exercens «dice» mucho y bien
¡;obre la dignidad del trabajo considerado en su aspecto «subje­
tivo», por el mero hecho
de ser actuado por el sujeto humano,
personal.
La Laborem exercens «dice» también mucho sobre el
aspecto «objetivo» del capital como conjunto de «objetos» ma­
teriales, instrumentos para el trabajo subjetivo a cuyo incremen­
to y eficiencia no se debe sacrificar la «persona». También dice
«algo»
--«no es un tratado breve de economía o de política.
Se trata de poner en evidencia el aspecto deontológico y mo­
ral» (Lab. exer., 19)--sobre la trama interactiva que es siem­
pre el proceso económico «objetivo». Por otro lado, la Laborem
exericens
«no dice» nada del capital en su aspecto «subjetivo»:
En efecto, cuando habla de los hombres que están «detrás
,del
concepto» del capital, más bien se refiere a los empresarios di­
rectos o a los que. vicariamente «trabajan» en el manejo del ca­
pitál como causa instrumental, siendo causa eficiente de su ac­
. ción en el proceso socio-económico global. Tampoco dice mucho
respecto al reparto de los bienes producidos: alude a las condicio-
nes mínimas, exigidas por el «sujeto», de una «justa remunera­
ción» según las posibilidades reales del contexto, no sólo em­
presarial -«empresario directo»-----sino social --«empresario in­
directo».:__ En resumen,. la «prioridad del trabajo sobre el capi­
. tal», tema. principal de la Laborem exercens, no es argumento
legítimamente utilizable
.en la dialéctica del reparto social de bie­
nes limitados, como son «ex definitione» los económicos, entre
«sujetos» todos ellos de igual dignidad ontológica respecto a ,u
trabajo «subjetivo» que en unos es producir, en otros es planear
o dirigit
y, en otros, en los capitalistas, es acumular el capital
imprescindible en todo
caso para el normal desenvolvimiento y
progreso del proceso socio-económico.
Queda, por último, ver lo que «incoa», peto no desarrolla,
la Laborem exercens.
Es obvio que «incoa», ante todo, el problema de la conside­
ración también «subjetiva» del capital «objetivo»:
Qué «opera­
re» humano está detrás del
hecho que señala de ser el capital
trabajo acumulado respondiendo a cuestiones tales como:
¿ Por
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ANTONIO SEGURA FERNS
qué el «sujeto» ahorra parte de su labor en lugar de consumirla
con su uso o disfrute?
¿ Por qué arriesga lo conseguido compro­
metiéndolo en nuevos negocios? Hay que señalar que estos actos
humanos -sacrificio, riesgo-son de una natural~a humana
--es decir, libre-de un orden distinto que el esfuerzo de los
actos. del trabajo. As! .corito los bienes materiales que proceden
del trabajo que «supone un dominio
específico del hombre sobre
la tierra» (Lab. exer., 4), «dominio del hombre sobre la tierra
que
se realiza en el trabajo y mediante el trabajo» (ibld., 5), que
así consigue los frutos del mismo para su disfrute -«fruí»-en
su consumo, en la capitalb:ad6n se «usan» las rosas, como instru­
mentos --capital en el sentido objetivo-para su «uso» y, dice
Santo Tomás de Aquino, «sólo puede hacer
uso de las cosas el
animal dotado de razón ... Usar es aplicar un principio activo a
la acción... Pero aplicar una realidad a otra sólo
es propio de
quien tiene
libre facultad sobre ella; esto sólo pertenece a la ra­
zón» (S. Th., I-II, q. 16, q. 2). Se ve como esta descripción
cuadra perfectamente al dato humano, subjetivo, de la capi­
talización.
En el estudio de
la «motivaci6n» humana, necesario para res­
ponder a
fas anteriores cuestiones, que implican el paso del as­
pecto. objetivo del capital. ------«conjunto de cosas», nos dice la
Laborem exercens-al aspecto subjetivo -motivos de los ac­
tos humanos implicado~, es de la mayor importancia esta ob­
servación de Santo Tomás de Aquino: «El temor y la esperanza
son, por su parte, pasiones principales ( del sujeto)
... porque .lo
son respecto al movimiento apetitivo en determinado orden;
pues respecto al bien comienza el movimiento
por el amor, si­
gue por el odio, pasa a la aversión y termina en el temor. Y
por lo mismo estas cuatro pasiones se toman según la diferencia
eritre lo presente y lo futuro» (S. Th.; I-II, q. 25, .a. 4, resp.),
es decir, «en consideración de la virtud motiva del mismo fin
o, bien, según que está realmente presente o ausente; porque
como presente hace descansar .en él, y estando ausente hace diri­
girse .a él» (S. Th., I-II, q. 30, a. 2 ad 1).
Los motivos de la capitalización, que sin duda se pueden e¡,-
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EL CAPITAL EN LA ENCICLICA «LÁBOREM EXERCENS»
cuadrar en · la · descripción hecha; pueden ser de vario orden para
el sujeto humano: asegurarse el futuro, a él o a los suyos; me­
jÓrar su forma de vida, también con los suyos, de modo que
acceda a algo mejor y más bello. O
liberar ese bien superior dado
al hombre y que es el tiempo: poder dedicarse a otras activi­
dades
en que se realice mejor que en la meramente productivas
de bienes económicos, en todo caso. imprescindibles. O reunir
un capital que
aseguré la base económica ~instrumental-de
una gran obra no sólo
no económica, sin~ incluso anti-económi­
ca,
es decir, productora de gasto y no de ingresos.
Es evidente que al lado de estos motivos nobles de la acción
capitalizadora del sujeto humano puede haber otros innobles,
por la condición de naturaleza caída que los hombres tenemos
«in via», es deci.t', miefltras vivimos en este mundo. Y también
es evidente que en los actos del sujeto que llevan a la consecu­
ción del capital, puede florecer el
espino de la injusticia. Pero
ni más ni menos que en el aspecto subjetivo sino del trabajo, sí
de ciertos trabajos.
Lo que
es obvio es que el aspecto subjativo de la capitali­
zaci6n,
el sacrificio del ahorro y el riesgo de la inversión de lo
ahorrado, está en otro plano que
el trabajo subjetivo del empre­
sario o del que vicariamente emplea, trabaja, con
el fruto de la
capitalización
subjetiva de otros y confiados a él. Por eso antes
se dijo que en el problema primario económico que es el reparto
de bienes escasos de uso alternativo, no se puede argüir con la
primacía del trabajo subjetivo sobre el capital objetivo, porque
en
el lugar del reparto, que es el mercado cuando se respeta la
libertad de los agentes subjetivos,. todos estos están situados en
un plano ontológico de igual
dignidad, la de ser personas y no
meras cosas: Todos, trabajadores, directivos, empresarios y tam­
bién ahorradores-inversores, es decir, capitalistas. Y todos ellos
tienen enfrente, como
sujeto al que han de cobrar la oferta pro­
ducida
-y producida a un coste, no sólo coste de factores, sino
incluyente la «justa remuneración» es ellos-, tiene como su­
jeto que paga ... al cliente, que también es sujeto personal: No
es otra cosa, repetimos aquí, «la vida
económica y social (que)
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ANTONIO SEGURA FERNS
es ciertamente como un sistema: de vasos comunicantes, -y a este
sistema debe también adaptarse toda actividad . social que tenga
como finalidad salvaguardar los derechos de los grupos particu­
lares» (Lab.
exer., 20).
Este
es el segundo tema que «incoa» la Laborem exercens:
dar el paso de la mera deontologia de las acciones personales de
los hombres concretos, sujetos inmediatos de los actos morales,
para iluminar· «la justicia de un sistema socio~económico y, en
en t~o caso, su justo funcionamiento, (que) merecen en refutlti­
va ser valorados seg6n el modo como se remunera justamente el
trabajo humano dentro del tal sistema»
(Lab. exer., 19). Y, jun­
to a este «trabajo humano», la justa remuneración de la
acción
capitalizadora del sujeto humano y el justo precio pagado por el
sujeto consumidor:
es decir, una iluminaci6n de c6mo debe verse
el funcionamiento del ente socio-económico dentro del general
orden.del-ser según el Plan del Creador.
-No otra cosa es la que, rev:erentemente, .desde .este foro me
atrevo a pedir al Soberano Pontífice, como hombre excelentemen­
te dotado para tal tarea y, sobre todo
y además, que goza de la
Iluminación de lo Alto por su «munus docendi»:
Si todos esta­
mos comprometidos en la recristianización de la Civilización
Occidental como incondicionado condicionante de
los otros ele­
mentos, no puede abandonarse el último fruto, legítimo también,
de esta Civilización que
es el saber técnico y la ciencia econó­
mica. Es a éstos, en sus propios términos, a los que hay que in­
tegrar en la recta comprensión del Plan Divino, cuyo positivo
in­
térprete es el Magisterio eclesiástico legítimamente encarnado en
· el Magisterio Pontificio.
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