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1986

La doctrina social católica

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Acción sindical

ACCION SINDICAL
POR
FERNANDO Cr.ARO CAsAno
Introducción.
En anteriores-reuniones de los amigos de la Ciudad Cat61icd
he tratado el tema sindical desde el pll1lto de vista histórico, de
su evolución hasta nuestros días y, también, desde la doctrina
social católica, desde León
XIII hasta Juan Pablo II.
Precisamente, sobre la doctrina de Juan Pablo lI en materia
sindical, contenida en su encíclica
Laborem ·exercens, hice uri
comentario para VERBO en abril de 1982.
Ahora quiero abordar
el tema. desde un punto de vista más
práctico, desde la acción sindical, tema de plena
actualidad en
estos momentos, -en los que, como ustedes saben, se llevan a cabo
elecciones sindicales en las principales empresas españolas, para
que los trabajadores, de todos los. niveles, elijan a ·los candidatos,
compañeros· suyos,
qtie van a representarles eu los próximos <:nil­
tro años, y que van a llevar a efecto la acción sindical.
Para
comen= nuestro tema, quiero recordarles que el sis­
tema sindical español
es mixto. Es decir, por un lado tenemos
unos sindicatos que son asociaciones profesionales por rama
de
actividad, según la terminología de la Ley de 1 de abril de 1977,
y, por otra parte, tenemos los Comités de Empresa en cada cen­
tro de trabajo, que son los órganos representativos y colegiados
de todos los trabajadores de
la misma.
Mientras
c:¡ue los Comités de Empresa son, en teoría, inde,
pendientes, los sindicatos están, en su mayoría, completamente
politizados_
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Fundaci\363n Speiro

FERNANDO CLARO CASADO
Digo que en teoría los Comités de Empresa son independien­
tes, porque en buen número de ellos la mayoría de los
trabaja­
dores que los componen está afiliados a uno u otro sindicato, y
se deben a la disciplina sindical.
Y digo también que los sindicatos
están en su mayoría pcli­
tizados porque las dos grandes centrales sindicales, la de Comi­
siones Obreras y la de la Unión General de Trabajadores, de­
penden, como de todos es sabido, del Partido Comunista y del
Partido Socialista Obrero Español.
Es cierto que existen excepciones, que
existe una Confede­
ración Nacional de Trabajadores Independientes,
otros sindica­
tos independientes, y algunas
asociaciones profesionales, como
la de los Funcionarios Públicos, y otros, que en su ámbito son
mayoritarios, que
con,,tituyen honrosas y, a veces, heroicas ex•
cepciones a la general politización.
Una, breve explicación histórica.
Sin embargo, quiero recordarles a ustedes que el movimien°
to obrero,
que es el origen del sindicato, nace apolítico en Fran­
cia y en Gran Bretaña entre· 1830 y 1836.
El movimiento obrero, como
se le denominó al principio, no
nace bajo el signo de la lucha de clases, sino admitiendo la idea.
de una colaboración patronal, Como demuestra en su. interesante
libro
El sindicalismo político, elP. José A. Ezcurdia, S. J.
Lo que ha pasado hoy, y aquí empieza la propaganda y la
confusión,
. es que el modelo de sindicato ruso, completamente
político,
se acepta· como clásico.
Aunque, el auténtico sindicato profesional, como enseña
el
profesor Alonso Olea es, fundamentalmente, económico antes
que político.
· Ocurre en la práctica · que el sindicato difícilmente puede
mantenerse como organismo ecléctico
en medio de la vida pclí­
tim. del país, pu~s como &-gano de representaci\Sn de grupos
cree como misión la de canalizar
las aspiraciones de éstos en el
seno del poder político.
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ACCION SINDICAL
El sindicalismo siente que por sí solo no .puede reformar, ni
tan siquiera
influir en. la sociedad, objetivo final que empieza a
aparecer en su
horizonte como medio .indispensable para alean•
z.ar sus fines.
Por otro lado, el partido político aparece, o
se hace, como
necesario para tutelar los intereses sindicales. Pronto descubre
éste que, junto al procedimiento parlamentario, puede disponer
de un poderoso instrumento extraparlamentario. Y, así, el par­
tido
unido al sindicato se convierte en árbitro de la democracia.
Existe, sin embargo, una acción política sindical legítima. Una
política de simple presencia.
De presión política, que exige de los
gobernantes una atención insoslayable a los intereses del mundo
del trabajo.
Su justificación es la naturaleza política de los hombres y de
la sociedad, creada por Dios. La justificación de cierta acción po·
lítica sindical arranca de la legitimidad de la defensa de los inte­
reses profesionales.
Los hecho son así, y creo que Juan Pablo
II los ha expues­
to siempre en su doctrina con absoluta clatidad.
Existe
el gran conflicto con relación al trabajo en las socie0
dades modernas, pero con larga historia. La solidaridad ha dado
lugar al nacimiento de un movimiento obrero,
organizado sindi­
calmente, en cuyo seno se está fraguando una
concepción :nueva
de la sociedad.
Su realización se ha perseguido en determinadas circunstan­
cias mediante
el establecimiento de una dictadura del proletaria­
do, que no ha llegado nunca a -su fin y, en otras circunstancias,
por la evolución progresiva de la estructura social, y esto sí ha
prosperado.
Se pretenden reformas más o menos profundas, pero el obje­
tivo fundamental no
es la consecución de unas mejoras interme­
dias, sino
el alcance de otro orden social, más justo, basado en
el principio de la prioridad de) trabajo para el hombre, tanto en
un sistema basado en
el principio de la propiedad privada de los
medios de producción, como en
un sistema en que se limite la
propiedad privada de esos
medios_
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FERNANDO CLARO CASADO
Frente al movimiento de la solidaridad obrera, existe la fuer­
za opuesta del mundo burgués, más o menos organizada, y la
fuerza de la organización política de los partidos y del Estado.
En definitiva,
la controversia entre capitalismo y socialismo
concierne al modo
de organizar el trabajo humano para que re­
sulte más eficaz, o más justo, pero solo desde el punto de vista
del trabajo objetivo.
La lucha. de clases, como hecho social pretendidamente inevi­
table, consiste en la oposición, el antagonismo, el conflicto entre
la llamada clase trabajadora, como grupo social, y el designado
con el nombre de .capitalismo, clase burguesa,
ó clase dirigente.
Ante esta realidad social se pueden adoptar distintas ·acti­
tudes.
La división en la . historia.
El liberalismo considera la lucha de clases como un hedio
antinatural y distorsionante de una economía y una organización
social de libertad
y competencia, tal y como ellos entienden es­
tos dos conceptos.
El pretendido antagonismo, explican los liberales, no es otra
cosa que
la distinta condición socioecon6mica de unos y de otros
y el resultado de la iniciativa personal y la libertad.
Por su parte, el marxismo considera la lucha de clases como
el resultado
natural histórico de la explotación injusta de las cla­
ses trabajadoras por el capitalismo.
La clase explotada lucha, como es lógico, por liberarse de tal
explotación, aumentando
su fuerza a medida que crece su núme­
ro. Las clases dominantes se defienden para conservar lo que
po­
seen. El conflicto, al llegar a su punto culminante, desemboca en
una subversión revolucionaria, en la cual
la clase explotadora
pierde
su situación de privilegio y de poder y es desmantelada
por
la clase oprimida.
Surge una nueva forma de sociedad; comienza una
·organiza­
ción de clases, de conflictos, de lucha y de revolución.
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ACCION SINDICAL
Y, así, se ha repetido y se repetirá una y otra vez en todas
las sociedades
basadas en las distinciones de condición.
Por esto predica el marxismo, y sus seguidores, que la
his­
toria de todas las sociedades hasta el presente ha .· sido la histo­
ria de la lucha de clases. Y que ésta ha sido el motor de la his­
toria.
Hasta que se llegue a la dictadura del proletariado, principio
de
la desaparición de la dominación de clases, porque el proleta­
riado, socializado
y numerosísimo, abarcará toda la sociedad y,
entonces, la nueva forma de ésta se basará no en la distinción,
sino en
la igualdad social.
Este conflicto, aparentemente real, lo transforman los mar­
xistas en conflicto ideológico entre la concepción liberal
y la suya
en nuestros días.
Este punto ha sido puesto de manifiesto, con absoluta clari­
dad, por el Papa Juan Pablo
II en su encíclica Laborem exer,
cens.
La encíclica cita en el propio texto a Marx y a Engels notni­
nalmente. Creo que es la primera vez que aparece así en un do­
cumento del Magisterio de la Iglesia. Y considero importante
este detalle con el que el Papa quiere significar la distinción fun­
damental que
es preciso establecer entre el hecho real del con­
flicto, exactamente considerado, y sus interpretaciones.
Estas, a su vez,
se convierten en intensificadoras del conflic­
to, sobre el que acumulan nuevas injusticias,
en lugar de resol­
ver el problema.
La distinción
es importante, sobre todo para entender la ac­
titud de la Iglesia y derivar de ella el comportamiento de los
católicos. Para comprender la tesis fundamental de
la encíclica sobre
el
tr!!bajo humano, que es la afirmación de la prioridad del tra­
bajo del hombre, es necesario comprender la actitud de la Igle­
sia respecto al gran conflicto entre el capital
y el trabajo, y el
marxismo y el trabajo.
Llegados a este punto de mi exposición,
y aunque no es este
exactamente el tema que debo desarrollar, no quiero dejar atrás,
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FERNAf:/DO CLARO CASADO
pendiente, sin más. consideraci6n, la postura doctrinal del Papa
sobre este tema contenida en su encíclica. Por eso, ruego me
permitan ustedes una breve explicación.
La Iglesia católica no ha cerrado nunca los ojos a la reali­
dad. Reconoce
y denuncia el hecho de la lucha de clases. Pero
no lo puede considerar una fatalidad inevitable, como si fuera
una ley de la historia, porque no
es cierto.
Lo considera como el resultado de una serie de injusticias,
dependientes
de. la responsabilidad humana, individual o colec­
tiva, y, por tanto, absolutamente modificable y corregible.
Pero es un hecho de primera magnitud en la vida social ante
el que la neutralidad es imposible.
La Iglesia· católica ha condenado · siempre las injusticias que
pesan sobre
el mundo obrero. Es decir, ha señalado que la ma­
yoría .de las injusticias, aunque· no todas, son sufridas del lado
obrero como lado
· más débil.
Ha reclamado constantemente para él mejores condiciones de
vida y de trabajo, ha apelado a la conciencia de
sus dirigentes, ha
defendido el progresivo nivelamiento de
las diferencias, la ele­
vación del trabajo al lugar que le corresponde en · la organiza­
ciru¡ económica y en la marcha de la sociedad.
La Iglesia cat6lica . ha condenado la lucha de clases. Pero
esta condenación no
es negar el hecho sociológico. La Iglesia
Católica ha . condenado la teoría marxista de la lucha de clases;
ha condenado los métodos marxistas de realización de la lucha
de clases; ha condenado
el método de análisis marxista;
Situación política actual.
Sin embargo persiste en nuestros días, alentado y mantenido
sin duda
por. los principales partidos políticos del sistema demo­
crático que sufrimos,
el empeño de mantener el objetivo de la
lucha de clases y servirse de correas de transmisión sindical para
conservar
y avivar el enfrentamiento político en el seno de las
einpresaS.
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ACCION SINDICAL
Lo cual no deja de .ser, a estas alturas, una falta profunda de
inadecuación a
la realidad y una enorme prueba de incapacidad
y de carencia de imaginación .. Pero parece que nadie quiere dar­
se. cuenta que, en el sistema democrático actual, tanto a la iz­
quierda, como a la derecha, me atrevería a decir, se les han
acabado las soluciones al conflicto; por lo menos tal como am­
bas aceptan plantear el mismo.
Y precisamente en España estamos viviendo este fenómeno,
aún incipiente, por el sindicalismo partidista que hemos creado
con la actual ley.
Se podía haber elegido otro modelo pero se
ha preferido éste.
Así, se puede mezclar
y se quiere fundir política y sindica­
lismo con el propósito de confundir a
los trabajadores, por una
parte, y activar, por otra, enfrentamientos sociales inspirados en
la decimonónica lucha de clases, que cada vez interesa a menos
trabajadores; preocupados por sus . verdaderos intereses labora­
les,
pero que sigue interesando, y mucho, a quienes intentan con­
servar con ella
el sindicalismo de profesión que han creado o, a
quienes por deformación política, o visceral sectarismo, no pue­
den escapar
ya de su trampa.
·Esto es; como dice Vallet de. Goytisolo, que «la democracia
política. del sufragio universal ayuda a descomponer la sociedad
en. una masa de individuos, teóricamente .asociados».
Pero, los sindicatos no están para jugar el papel como partí,
dos políticos en las empresas. O, ¿ es que acaso los partidos po­
líticos, de cierta tendencia, intentan en un juego inconfesable
ganar por
el lado sindical la afiliación y el apoyo de las masas
que
.no logran en el terreno puramente político?
' De todas formas, este
sería un defecto sustancial más a su­
mar. al de , las democracias inorgánicas partitocráticas.
La cuestión es que de este modo el partido político actual se
sirve del sindicato como instrumento valioso, capaz de produ­
cir el' desasosiego; el malestar y hasta el enfrentamiento violento
en el seno de las empresas y de la sociedad
misma.
·

Los sindicatos han contribuido en los óltimos años en
Es­
paña, de forma evidente, a reducir el nivel de vida' de· los traba-
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FERNANDO CLARO CASADO
jadores, a disminuir la seguridad en el trabajo y, sobre todo, a
aumentar la perturbación social con huelgas indiscriminadas e in­
necesarias, de claro matiz político, de las que los trabajadores
han
obtenido pobres, cuando no nulos beneficios, habiendo so­
portado sus enormes costes, pues en España ningún sindicato
posee una caja sindical con
la que compensar los salarios perdi­
dos por sus afiliados.
Así,
el sindicato aparece como medio eficaz de ayuda a la
eliminación del modelo de sociedad libre
y para la instalación de
la sociedad colectivista.
En este contexto político el sindicalismo pierde
su razón de
ser y olvida sus fines naturales. Pues en modo
alguno su justi­
ficación
es de naturaleza política, con la salvedad que ya hemos
indicado.
Su objetivo
se transforma en la eliminación de la empresa,
tal y como la concebimos
en una sociedad libre, y en el modelo
que defiende la doctrina social católica.
Con razón
afumaba hace poco tiempo el ex ministro socialis­
ta francés Míchel Rocard, que «en
el discurso de la izquierda la
Empresa no existe».
Es lamentable que
un órgano social, de reconocida necesidad
y con unos
fines tan importantes que cumplir, se desvirtúe y se
desprestigie con la obsoleta doctrina de la lucha de clases como
meta suprema e insustituible, con
las demagógicas apelaciones a
la :«clase trabajadora» o a «la opresión de los trabajadores».
En un reciente
trabajo, el profesor Mario Pinto, catedtático
de Derecho del Trabajo en
la Universidad Católica de Lisboa,
afitma que el sistema de relaciones industriales en un país es,
en nuestro tiempo, uno de los principales subsistemas sociales,
al menos tan importante como
el subsistema de los partidos po­
líticos.
Y distingue, en las relaciones entre trabajadores
y empleado­
res,
rres concepciones que se refieren a otros tantos modelos ju­
rídico-políticos.
a) En primer lugar, la ideología del conflicto afirma que la
relación de trabajo subordinado en
la economía de mercado ex-
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ACCION SINDICAL
presa la explotación capitalista y es intrínsecamente injusta. Tra­
duce
un conflicto insaneable y por lo mismo inaceptable.
La estrategia sindical, según esta ideología, no puede ser otra
que la gestión
del conflicto inequívocamente revolucionaria. Así,
la identificación entre el empleador
y el trabajador subordinado
podrá eliminar el conflicto e identificar los intereses de las par­
tes, aunque durante la fase socialista el asalariado no desapa­
rezca.
b) En segundo lugar está la lkunada ideología de la colabo­
ración, que
se coloca en una posición opuesta a la anterior, afir­
mando que existe un interés común a trabajadores
y empleado­
res que merece la pena
resaltar en el cuadro del sistema produc­
tivo nacional;
y afirmando que el conflicto de intereses entre tra­
bajadores
y sus empleadores tiene una naturaleza secundaria y
subordinada.
Esta concepción surge en la versión de los Estados de
dic­
tadura socialista, según la cual a los sindicatos incumbe, por en­
cima de todo, colaborar en el esfuerzo de desarrollo, en la eje­
cución de los planes económicos
y en la formación ideológica. de
los trabajadores aceptando el
liderazgo del Partido-Estado ..
e) Finalmente, la ideología dialéctica de conflicto-colabora­
ción que; en lo esencial, consiste
en reconocer y aceptar los dos
momentos, de conflicto
y de colaboración, en la relación de tra­
bajo. Para esta ideología, que en rigor no es una ideología homo­
génea, el conflicto de trabajo no es una expresión de antagonis­
mo radical e insanable, cuya superación solo puede obtenerse por
la desaparición del opositor enemigo.
Por eso, este conflicto
se entiende como una expresión de
genérica conflictividad social en
un sistema pluralista.
En palabras de Folcke Schmidt, el conflicto social no es per­
manente; a la confrontación sigue, efectivamente, una tregua
ra­
tificada por un acuerdo, bajo forma de convenio colectivo, con
duración
más o menos larga, y que versa sobre los salarios y
otras condiciones de trabajo.
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FERNANDO CLARO CASADO
Planteamiento de la situación actual.
Los sindicatos se enfrentan con la necesidad de asumir res­
ponsabilidades sobre la economía y
el istema productivo, como,
por ejemplo,
en la negociación de cierta estrategia de viabilidad
económica de las empresas,
de reestructuración tecnológica, de
control de la inflación, de aumento del empleo, etc.
Y es en este cuadro donde
se ven condicionadas las principa­
les líneas de acción sindical
en nuestros días, que están dando
lugar
al replanteamiento de nuevas vías de acción y nuevas es­
trategias sindicales.
Se destacan, en primer lugar, las prácticas de concertación
social,
aunqne bajo diversos aspectos. En unos casos se celebran
ciertos pactos sociales, incluso donde
no ru,bría ninguna tradición
con los mismos, como
en Italia y en España. En otros casos se
colabora informalmente con las políticas gubernamentales. Y, aun
en otros, se manifiesta una tregua social
en la reducción de la
conflictividad huelguística.
Con todo,
la mayoría de las veces estas prácticas aparecen
articuladas con vehementes declaraciones sindicales que intentan
expresar la insatisfacción de los trabajadores por sus condiciones
de vida.
En segundo lugar, puede hablarse de una tendencia hacia la
prolongación de las negociaciones
en dos sentidos: por un lado,
el Estado interviene en las negociacioes en grado creciente; por
otro,-las mismas negociaciones tienden a asumir importancia ptin·
cipal en el plano nacional en perjuicio de la negociación sectorial
y empresatial.
Aquí, el objetivo sindical
es que las dos partes, trabajadores
y empleados, obtengan igual fuerza contractual.
En los países encuadrados en el modelo de democracia plnra­
lista
se ha producido últimamente una evolución importantísima
en lo que toca a la legislación sobre el trabajo, e incluso
a1 mismo
sistema de relaciones industriales.
Solamente recordaré que esta evolución se
inició espectacular-
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mente en los últimos años de la década de los sesenta, que había
conocido un gran desarrollo económico sin un correspondiente
desarrollo laboral.
Como consecuencia de esto vendrían nuevas leyes protectoras
y del poder de control de
los trabajadores.
Pero con la crisis que sigue al primer golpe del petróleo
se
vino a manifestar otra fase histórica del Derecho del Trabajo.
Se hablaba, en aquellos momentos, de la legislación de emer­
gencia y de la crisis del sindicalismo.
El problema del empleo se
empieza a manifestar con tal crudeza que se van relegando a un
segundo plano cosas que hacía bien poco eran consideradas im­
portantísimas. Y, aquí y allá, parece como si el Derecho del
Trabajo mismo hubiera cambiado de sentido.
Estas dos tendencias son preocupantes para aquellas estrate­
gias sindicales que
se ven arrastradas, a pesar suyo, a una ac­
tuación de alcance neocorporativo.
A todo
lo dicho hasta aquí hay que añadir las consecuencias
de la
llamada nueva revolución tecnológica, que provoca altera­
ciones decisivas en la organización
y condiciones de trabajo.
Los sindicatos se ven en la situación de tener que negociar
esas transformaciones conforme una lógica de supervivencia
so­
cial que, sobre todo, pretende mantener el empleo a través de
difíciles procesos de
llexibilización de la utilización de la mano
de obra y de reconversión profesional de los trabajadores.
Aquí, el papel de los sindicatos aparece como contradictorio,
en un plano inmediato, pues ejercen
su poder de control en una
cooperación con políticas integradas de alcance económico y
so­
cial, en cierto modo compartiendo responsabilidades que, en rea­
lidad no desean, y procurando salvar su vocación
de contra­
poder con el simple recurso a una lucha por la humanización del
trabajo.
En el contexto de la crisis económica actual, solo una reduc­
ción significativa del tiempo de trabajo puede,
segÚn una muy
generalizada posición sindical,
ayudar seriamente a resolver el
grave problema del desempleo.
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FERNANDO CLARO CASADO
Ante la incapacidad de las economías para aumentar la afer,
ta de empleo, se trata de repartir mejor el que tenemos.
Como
es sabido, con la excepci6n de pocos países donde los
esfuerzos más destacados fueron realizados
en este sentido, por
lo demás con escaso éxito, esta batalla
de los sindicatos de
nuestros
días está aún lejos de alcanzar resultados significativos
en
la situación laboral.
Y aquí estamos tocando uno de los puntos
más graves, si no
el que más, de nuestros sindicatos actuales.
Porque los trabajadores, seguramente,. tendrán que aceptar la
modificaci6n de sus condiciones de trabajo, y en las que actual­
mente éste
se desenvuelve, a fin de defender su empleo, procu­
rando que la empresa a
la que pertenecen no pierda competiti­
vidad en el mercado, lo que significaría su ruina.
Y los sindicatos no renunciarán a defender el empleo global
y su participaci6n
en la pol!tica capaz de asegurar su desarrollo,
relegando a
un segundo plano reivindicaciones inadecuadas e in­
soportables
en un contexto de crisis tan grave como el que vi­
vimos.
La actual cifra de desempleo es, además de increíble, inmo­
ral. Y pone de manifiesto, llevando a muchos hombres y familias
a la ruina, una auténtica situación
de injusticia social y de pecado.
Estas nuevas estrategias sindicales, que pretenden monopoli­
zar la realización de la justicia social, están lejos,
sin embargo,
no solamente de enfocar bien
el problema, sino de procurar los
remedios para su solución.
El Papa lo abordaba directamente hace pocos meses, duran­
te su viaje a Colombia, a los trabajadores de
Medellín: «la Igle­
sia no puede en modo alguno dejarse arrebatar por ninguna ideo­
logía, o "corriente política", la bandera de
la justicia, la cual es
una de las primeras exigencias del Evangelio y, a la vez, fruto
de la venida del Reino de Dios».
Esto forma parte del amor preferencial por los pobres y
no puede desligarse de los grandes principios y exigencias de
la
doctrina social de la Iglesia, cuyo objetivo primario es la digni-
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ACCION SINDICAL
dad personal del hombre, imagen de Dios, y la tutela de sus de­
rechos inalienables.
Confirmación de la doctrina social católica en este aspecto.
Además de la doctrina contenida en la encíclica Laborem
exercens,
del Papa Juan Pablo II, que ya hemos comentado mu­
chas veces, en otras muchas ocasiones el Papa ha abordado el
tema sindical, concretándolo y perfeccionándolo dentro
de las lí­
neas ya trazadas por la doctrina social.
Publicada la encíclica, y a lo
largo de estos últimos años, el
Papa ha puesto especial énfasis en los siguientes puntos que voy
a comentar brevetnente.
La doctrina social católica ha defendido siempre que el de­
recho a asociarse libremente es un derecho fundamental para to­
dos aquellos que están vinculados al mundo del trabajo y que
constituyen la comunidad del trabajo.
·
Este derecho significa para cada trabajador el no estar ni
solo, ni aislado; expresa la solidaridad de todos en
la defensa de
los derechos que les corresponden y que se derivan de las
exi­
gencias del trabajo. Ofrece, de manera normal, el medio de par­
ticipar activamente en la realización del trabajo y de todo
aque­
llo que tiene que ver con él.
A pesar
de que el derecho a la libertad sindical aparezca sin
contestación, como uno
de los derechos fundamentales, más ge­
neralmente reconocidos en nuestros días .por Constituciones y
normas internacionales, es, sin embargo, un derecho muy ame­
nazado, sea en su principio, sea con más frecuencia en este o
aquel aspecto sustancial del mismo, de modo que la libertad sin­
dical se halla desfigurada en la mayoría de los casos.
Parece esencial recordar, dijo Juan
Pablo II ante la Confe­
rencia Internacional del Trabajo, en junio de 1982, que la
cohe­
sión de las fuerzas sociales debe ser fruto de una decisión libre
de los interesados, tomada con total independencia en relación
al poder político, fraguada en
la plena libertad para determinar
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FERNANDO CLARO CASADO
la organización interna, el modo de funcionamiento y las activi­
dades propias de los sindicatos.
El hombre
del trabajo debe asumir por sí mismo la defensa
de la verdad y de
la verdadera dignidad de su trabajo.
· Al hombre que trabaja no se le puede impedir, por consi­
guiente, el ejercicio de esta responsabilidad, a condición de que
tenga en cuenta también el bien común del conjunto.
Guías para la futura acción sindical.
Efectivamente, la doctrina social católica ha precisado con
suficiente claridad que no
es lícita una lucha sindical sin límites,
es decir, que no son admisibles unas pretensiones exageradas de
los sindicatos
so pretexto de defender el interés de sus asocia­
dos, si se olvidan del bien del conjunto de la sociedad.
Así, la segunda precisión en este sentido hace referencia a
que hay que tener siempre presente el bien común de toda
la
nación.
Su Santidad Juan Pablo II afirmó en Bruselas, en mayo de
1982, en una alocución a una delegación de
la Central Sindical
Cristiana de trabajadores
de la madera, que «en la lucha inhe­
rente al derecho sindical, no todas las finalidades están justifica­
das, no
da igual un camino que otl'-0, no todos los medios son
buenos.
Es importantísimo que los cristianos estén atentos y sean
exigentes en este punto,.
y que se mantengan firmes en la inspi­
ración de los valores cristianos que brotan del Evangelio
y de
la doctrina social de la Iglesia para buscar, en la justicia, lo que
ciertamente está
más de acuerdo con toda la verdad del hom­
bre en lo que se refiere a la organización del trabajo, las relacio­
nes sociales y la concepción del bien común de la sociedad.
Para ellos, para
'los sindicatos, no es cuestión de buscar un
poder político, sino de velar para que la dignidad de los traba­
jadores
sea verdaderamente respetada, y este aspecto es uno de
los tests
más importantes de una sociedad sana y democrática.
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ACCION SINDICAL
La doctrina social católica no piensa que los sindicatos sean
solamente el reflejo de una estructura
de clase de la sociedad,
como no piensa que sean
el exponente de. Is lucha de clases que,
inevitablemente, rija la vida social.
Son, eso sí,
un exponente de la lucha por Is justicia social,
por los justos derechos de los hombres del trabajo, según
sus
diversas profesiones.
Esta lucha, como
se especifica en la encíclica Laborem exer­
cens,
debe ser considerada como una dedicación normal de las
personas en favor del justo bien;
en este caso, por el bien que
corresponde a las necesidades
y a los méritos de· los hombres
del trabajo, asociado por profesiones, pero no
es una lucha con­
tra los demás.
«Por tanto, también está en vuestras manos procurar la
so­
lución de vuestros problemas, decía .el Papa a los trabajadores
portugueses el
15 de mayo de 1982, en Oporto, pero jamás con
el odio o la violencia».
Nuestra doctrina nos enseña a amar a todos los hombres,
incluso cuando
se defienden los propios intereses y se está em­
peñado en una lucha reivindicativa. No se puede pensar solo en
sí mismo, o en
su. propia. categoría social. Todo ha de ser subor­
dinado al bien
cotnún.
No es justo ni cristiano que un determinado grupo de per­
sonas, debido a sus mayores posibilidades de presión, ofrecidas
ya por la posición que ocupa en el contexto social, ya por la
fuerza combativa de que consiguió proveerse, prevalezca sobre
las
demás, menospreciando los legítimos derechos de las· otras.
· Cada persona, y cada grupo social,. al exigir justicia para sí,
debe igualmente atender a la promoción de la justicia
y de los
derechos de los demás.
Los justos esfuerzos por asegurar los derechos de los traba­
jadores, unidos por la misma profesión, deben tener siempre en
cuenta las limitaciones que impone
la situación económica ge­
neral del país.
Las exigencias sindicales no pueden transformarse en una
es­
pecie de egoísmo de grupo por inás que puedan y deban tender
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FERNANDO CLARO CASADO
también a corregir, con miras al bien común de toda la sociedad,
incluso todo lo que
es defectuoso en el sistema de propiedad de
los medios de producción, o en el modo de administrarlos, o de
disponer de ellos.
La vida social y económico-social es, ciertamente, como un sis­
tema de vasos comunicantes, y a este sistema debe también adap­
tarse toda actividad social que tenga como finalidad salvaguardar
los derechos de los
grupos particulares.
Sobre cuál sea la verdadera función
social del sindicato debe­
mos admitir y reconocer que en el contexto de la organización
social entra también el sindicato como factor dinámico de la
misma.
En cualquier sociedad industrial, hoy día, estas organizacio­
nes son elementos indispensables e insustituibles de la vida social
y de la empresa-comunidad, a pesar de las influencias que tratan
de desnaturalizar
su verdadero valor ético en la promoción de
la justicia social, o de obstaculizar las relaciones laborales dentro
de la empresa, más conformes con el principio de la prioridad de
la persona sobre el capital.
El mismo Papa Juan
Pablo II advierte contra cualquier des­
viacionismo que pueda intentarse en la finalidad social que tie­
nen marcada los sindicatos, ratificando su papel de defensa y
re­
presentación de los intereses legítimos de los asociados por ramas
de la producción,
es decir, por profesiones.
La Iglesia sigue pensando, dijo a una delegación de obreros
metalúrgicos que le visitó en Roma el 8 de junio de 1982, que
los sindicatos son elementos indispensables de la vida social. Y
vuestros sindicatos, les dijo, que abarcan ampliamente los secto­
res de la metalurgia, tienen fisonomía propia;
me parece que su
estructura realza bien la solidaridad que une a los obreros de
estos sectores, cada uno con sus problemas particulares, y ayuda
a encontrar
la actuación adecuada a estos ambientes con mayor
facilidad acaso que ciertos sindicatos
más preocupados, por lo
que parece, por una acción más general y tentados, a veces, en
la práctica, por ciertas ideologías.
En fin, para
terminar, les diré que todo esto tiene una vital
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ACCION SINDICAL
importancia . en nuestros días y creo que nuestro deber es re­
flexionar, y enseñar a reflexionar, de forma correcta a los respon­
sables políticos
de nuestro tiempo.
A principios
de 1986, Juan Pablo II decía en la India, du­
rante su viaje
·a aquellas tierras, que «una nueva civilización está
luchando por nacer; una civilización de comprensión
y respeto
por la dignidad inalienable de toda persona
lnunana, creada a
semejam,a de Dios; una civilización de justicia y de paz en la
que habrá mucho espacio para diferencias legítimas, en. la que
las disputas sociales se solucionarán a través de
un diálogo ilu­
minador
y .no a través de la copfrontación». Y, pienso, que esto
vale sobre todo para el mundo del trabajo.
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