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Número 163-164

Serie XVII

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Fundamentos de una política municipal

FUNDAMENTOS DE UNA POLITICA MUNICIPAL
POR
FRANCISCO JosÉ FERNÁNDEZ DB L.A. OooÑA
Nuestros amigos franceses del S. l. C. L. E. R. publican, con este
mismo título, un interesante artículo en 4 Lettre d' Entente Fran­
faise, intentando hallar «una política natural capaz de dar paz inte­
rior
a las ciudades».
Comienzan
por
constatar cómo
las ideologías,
ayer
todopoderosas
y

omnipresentes,
empie-zan a
fatigar a muchos
de los que depositaban
en ellas
todas sus esperanzas. Las citas negativas comienzan

a multi­
plicarse en
Francia. Barjavel

no
dudaba en afirmar: «Los partidos
pertenecen al] pasado. Están superados. La vida política francesa es
estúpida...
Las ideologías
no hacen nada bueno, nada verdaderamente
eficaz». Y Médecin, alcalde de

Niza:
«Las ideologías
pudren
las
raíces más fundamentales
de

la sociedad. Dirigiendo
al enfermo
cóntra su médico, a la. mujer contra el marido, al hijo contra sus
padres, introducen los géomenes de muerte de la utopía en todos los
estratos de
íla civilización».
Es
necesario, pues,
dejarse de idealismos y
volver a
la realidad.
Las palabras llenas de buen sentido de Pompidou, rechazando una
nueva sociedrJd, se imponen por su claridad : «Son fantasmas de
adolescentes
o de románticos.
Nunca hay páginas en
blanco.
Hay
que contentarse con proseguir un tapiz comenzado por otros y cuya
trama. viene

impuesta. Una nueva sociedad es imposible. Porque la
sociedad
es lo

que
el]~ es, y es necesario vivir en ella. No hay nada
peor que querer hacer soñar a
los franceses, porque no es eso lo
que esperan de nosotros. Si lo hacemos, o no nos creerán, tomán­
donos por demagogos e ilusionistas, lo que es contcario a la imagen
que tienen de nosotros, o nos creerán y pronto -se darán cuenta de'
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que han sido engañados. Y no nos lo perdonarán. Tengamos el sen­
tido de lo real».
Como dice el artículo, todas las civilizaciones, desde Cicerón a
Bossuet,
se edificaron sobre estos principios. «Existe una. ley verda­
dera ---escribía Cicerón-, es la recta razón conforme con la natura­
leza que encontramds en todos los seres. Siempre de acuerdo consigo
misma y que nos empuja imperiosamente a cumplir con nuestro
deber, prohibiéndonos
di fraude y apartándonos de él ... Esta 1ley no
es una
en Arenas y otra en Roma. Ni una hoy y otra mañana. Esta
única ley, eterna e inmutable, regirá a todas las naciones y a todos
loo tiempoo. Porque habrá siempre para enseñarla y prescribirla a
todos un

Dios
único a

quien pertenece igualmente la concepción, la
deliberación
y l:a puesta en vigor de esa ley».
Y Bossuet, en el apogeo del orden sociall cristiano, repet!a lo
mismo:
«Existen leyes fundamentales que

no
se pueden
cambiar.
Violándolas, se quebrantan
todos los fundamentos

de
la tierra.
Es
entonces cuando las naciones se vienen
abajo, el

espíritu del vértigo
las
posee y su ca.!da es inevitable, porque los pueblos han violado
fas leyes, cambiado el derecho público y roto loo pactos más so­
lemnes».
Olvidada

la
mtturaleza, el
grado de alienación
ad que habíamos
llegado tocaba ya los

más
siniestros presagios de

un Orwel o un
Huxley. Los hombres
querian vivir

sin pensar, sin
aswnir su propill
e

intransferible responsabilidad, en una
padabra, sin

querer ser
hom­
bres.

La
tecnocrncia, capitalista o

marxista, se
iba adueñando del!
mundo

sin la
menor resistencia. Sldo restaba que los máximos res­
ponsables de

la una
y de la otra se dieren la mano, si no se la
habían dado ya. Las más
necias utop!as eran universalmente acep­
tadas. Todos íbamos a ser felices, inteligentes y, sobre todo, iguales.
No
habría más ricos ni pobres. Ni
enfennedacres, guerras, maldad

..
,
En

un verdadero
ataque de

infantilismo, el mundo
había pres­
cindido de

la
reallidad. Y soñaba. O

le hacían soñar.
Lo qne puede
que no
fuera del

todo malo si conservara la
conciencia de

que se
tra­
taba de un sueño. Lo verdaderamente grave es que tomaba ese
sueño por la realidad
y se negaba a despertar. Y obraba como si su
idea
del mundo -idea, por
otra parte, no elaborada por cada hom-
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bre, sino recibida. de modo standard por toda la humanidad, prefa­
bricada desde los centros donde se crea la opirrión ¡,ública-fuera
realmente el mundo, como si
su idea del hombre fueran realmente
los
,honi>res.
Esa sociedad conformista, uniforme, de aspiraciones comunes,
mezquinas e impuestas por la propaganda era la materia prima ideal,
por su capacidad de adaptación, de los partidos políticos. Las con­
signas que las grandes
internacioruules, comunista,

socialista,
liberal ...
,
lanzaban a sus gentes eran crédullamente aceptadas con una adhe­
sión que para sí quisieran 1os antiguos párrocos de sus tan deni­
gradas beatas. Y el buen militante del-parti_do .estaba dispuesto a
esperar
otros sesenta años por
el
pamíso comunista que nuuca llega­
ba, aunque sus condiciones actuales fueran todavía peores que bajo
el
padrecito zar, que de padre tampoco tenía demasiado.
Algo, sin
embargo,, comienza a cambiar. No son grandes hechos.
Ni siquiera demasiado llamativos. Para un
observdor superficial to­
davía suelen pasar desapercibidos. Pero se nota ya a:lgo en el am­
biente que parece
no ma¡:ohar con el wento de la histor/4. Sería di­
fícil,
tail vez

imposible, precisar
el qué. Nos limitaremos, por tanto,
a señallar algunas
pistas que, pudiendo llevar a cualquier lado, en
principio
se apartan de los unifom,cs y trillados =inos por los que
exclusivamente
parecía andar

una humanidad
masificada.
Las ideologías parecen haber aikanzado techo en su apropiación
del
hombre y encuentran que, cuando el terreno parecía ya abonado,
los frutos

cosechados
son menores que en años anteriores. La pene­
tración marxista en la juventud universitaria española ha entrado in­
dudablemente en
declive. Lo que hace muy pocos años era un feudo
exclusivo conoce ahora graves dificultades. El anarquismo, que es
un modo de rechazar dogmatismos e imposiciones, conoce nn incre­
mento
muy considerable en las nuevas generaciones qu:e llegan a
la Universidad. Pooturas reallistas y tradicionales son· ahora asumidas
con una gallardía impensable hlll:e algunos años. E incluso, posi­
ciones neofascistas, desde hace muchos años o,lvidadas, vuelven a
aparecer con

cierta
fuerza. Y,

aunque indudablemente representen
otra ideología, no cabe duda de que
· se

apartan
del dictado
del
trust
de cerebros que marcaban el paso de la humanidad. Podrá pensarse
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lo que se· quiera de todo ello, pero lo cierto es que nos hallamos
ante
una cierta
reocción de la que el hombre masificado parecía
incapaz.
Pero

es que dejando los años
jóvenes, que
por su versatilidad
se
resisten a clasificamos, también nos encontramos a nivel mundial con
un desenganche de los partidos políticos sin duda preocupaote a
nivel de cuadros
directivos de
los mismos. El hombre masa,
educado
para
la

obediencia
y para la propaganda, se resiste a encuadrarse
en

los
partidos, deja

de
pagar sus cuotas y no acude a las vota­
ciones. Y considera cada
vez más que el festival de las urnas y las
papeletas tiene
poco que = con él. El problema de casi todas las
votaciones es
captar al

indolente, al
despreocupado, al que piensa
que ése no
es su problema, porque,

haga él
lo que haga, otros van
a decidir por él. Otro curioso fenómeno de
rechazo de

la masificación
es la
apa­
rición de la
nootalgia. El hombre masa se cree en el mejor de los
mundos que
ha disfrutado
la
humanidad. Sola.mente e. mañana podrá
superarlo, porque para eso creen en el progreso indefinido de fa his­
toria. Pues bien,
el hombre de hoy vuelve a mirar al pasado y no lo
considera como un horror superado,
sino qne

puede
hasta encontrar
en él a:lgo mejor de lo que hoy tiene. Véase, por ejemplo, el caso de
los
muchos seguidores. de monseifor Lefebvre.
Y

cuando
ese pasado se rompe sin

atender a
la naturaleza
de las
cosas, las
consecuencias pronto

se hacen sentir en el hoy mismo.
¿No son los ecologismos, en plena proliferación, una
mezcla de

nos­
talgia
y de vuelta a la realidad? Pr~indamos de sus exageraciones
y de sus manipulaciones evidentes y encontraremos también ahí claros
síntomas desviacionistas de
una 11.ínea que parecía irremisiblemente
lanzada
liacia la masificación integral.
En
el mundo del trabajo
observamos también
que frente a las
viejas centrales ideológicas
está surgiendo con gran fuerza un movi­
miento
sindiaw. independiente,

apolítico
y exclusivamente profesional.
Las
viejas acusaciones de amarillisrno no parecen hacer demasiada
mella

en los trabajadores de
hoy y en ocasiones indiuso son asnmidas
conscientemente e incluso con satisfación.
Lo que h.;,e · algunas dé­
cadas era verdaderamente
impensable.
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FUNDAMENTOS DE UNA POLITICA MUNICIPAL
A nivel de vida mnnicipa:l se advierte asimismo un deseo de par­
ticipación realmente nuevo. Las asociaciones .de vecinos, de barrio,
de
amas de casa, etc., son ejemplos vivos de ello. No importa que
mochas, o

casi todas, hayan
sido mediatizadas por

determinadas
ickologías. Eso

sólo indica su
inteligencia para captar hechos reales
e
intentar luego

capitalizarlos
en su pl'O"echo.
Podríamos seguir multiplicarulo, ejemploo. No vale la pena. Nues­
tros amigos del S. l. C. L. E. R. piensan, y ron mu.cha razón, que el
municipio es el lugar privilegiado
para consolidar ese anhelo de
vuelta a fo real que la sociedad cO!!IllÍenza a sentir. Quizá aún de
modo
incoherente o con las vacilaciones del niño que da sus primeros
pasos. Y

ello
por varias razones. Estas son algunas de las que
ellos
proponen:
A la locha de clases el municipio opone la unión orgánica de
los
pueblos.
Resiste
a la proletarizaci6n, pues la vida

local crea
raíces y he­
rencias

múltiples.
A las quimeras de la ideología opone la realidad de lo cotidiano.
A la irresponsabilidad y al anonimato opone los v,,rdaderos. ho­
nores
y ,los méritos que derivan de servicios realmente prestados a
la comunidad
local.
El mnnicipio es
fa primera patria, la primera sociedad política y,
por su carácter inmediato, es el que mejor puede volver a coilocar al
hombre en

esa
dimensión ciudadana
que es esencial a su
ser.
Parece,
por todo ello, terreno especiailmente abonado para plan­
tear
esa batalla de reconquista social que el mundo está necesitando.
De ahí que el S. I. C. L.
E. R. atribuya una enorme importancia a la
creación de esa élite de hombres dispuestos a actuar decididamente en la vida mnnicipal.
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