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Número 163-164

Serie XVII

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Los socialismos ante la Historia

WS SOCIALISMOS ANTE LA HISTORIA
POR
Cl.AUDE· CALLENS
En fecha aún muy ra:iente, el Papa Pablo VI recordaba que el socialismo
es
la contradicción ideológica y práctica del cristianismo. Así, pues, la en~
sefianza de la Iglesia no ha cambiado desde Pío IX -y no cambiará nunca,
mientras el socialismo s-iga siendo socialismo. En efecto, planear una sociedad
cerrada en lo temporal, en que el hombre esté sometido de mil maneras a
la sociedad y donde los bienes temporales sean el único fundamento de la
autoridad, es negar que Dios
sea el único fin dd hombre y que El mismo
haya. dado

a su
criatura derechos personales que

toda sociedad debe respetar.
El socialismo· es totalitario porque desprecia esta realidad, porque pretende
«educar»
al hombre con sólo las estructuras que establece y porque de este
modo le arrebata todo mérito y toda responsabilidad. Este hombre mutilado
no es ya una persona, sino un individuo alienado, priva.do de una parte de
sí mismo.
La fuerza de todo socialismo no es otra cosa que nuestra debilidad. En
cuanto olvidemos los deberes y los derechos adscritos a nuestra naturaleza.,
tenemos la tendencia espontánea., impulsados inconscientemente por nuestra
nostalgia del verdadero
Dios, a divinizar toda. entidad que nos parezca un
refugio: nación, raza, partido, clase, etc. Estos «ectopias.mas sociales» recibi­
rán los atributos divinos: infalibilidad, omnipotencia.
Hoy
día, bajo la presión de la .«socia:lización» y del socialismo, una. parte
de la Iglesia se deja ganar por este contagio. Para algunos, la salvación será
colectiva y pasará obligatoriamente por la lucha contra la sociedad capita­
lista., encarnación contemporánea del pecado del mundo.
Si los congresistas no están en guardia, pueden, qui2:á, ceder también
ellos a ciertas formas sutiles de tentación socialista. Lo sería, por ejemplo,
olvidar que la obra de restauración cristiana que el . Office quiere promover
tiene por misión

fundamental
«ensanchar los

caminos del
cielo», y que en este nivel, nadie, bajo ningún pretexto, está dispensado del combate. (Nota
preUm;na:r del «Offke Internation(#».)
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CLAUDB CALLBNS
«Errores abominables», «doctrina execrable» (1) y «perversa»,
«sistema
criminal», «perniciosa

invención», «lengnaje artificioso» (2),
«funesto error» (3),
«peste» (

4),
«plagal>, «epidemia

mortal» (5),
«monstruo aterrado<>>, < sistema;>
(7),
«esclavización tiránica
y odiosa» (8), «funestas maqui­
naciones» (9), «locas ilusiones» (10), «aterradores designios» (11),
«tiranía invasora» (12), «enemigos funestos»

(13), «matanza de
inocentes» (14), «programa diabólico», «guerra satánica», «rabia abominable>>, «odio satánico» (15), «nuevo diluvio» (16). Tales
son los términos delicados
y matizados en los cuales los papas, des­
de 1846, nos han puesto en gnardia contra el socialismo
«et mal más
terrible de nuestro tiempo», para usar la expresión de Pío XI (15).
Este
lenguaj,e enérgico y sin ambigüedad no ha impedido al so­
cialismo extenderse ni a algunos cristianos dejarse tentar por él:
cristianos ignorantes de la doctrina social de · la Iglesia; cristianos
convencidos del
acuerdo secreto
entre la
plutocracia y la Iglesia;
cristianos,
también -y es la especie más sórdida-, que han pre­
tendido, desde los primeros tiempos, encontrar en las mismas en­
señanzas del Magisterio y de la Sagrada Escritura un apoyo para
abrazar las tesis de una u otra internacionales. O bien que esperan
la
apru:ición de una V Internaciorutl: la del socialismo cristiano.
(1) Pío IX: Qui Pluribus, 9-11-1846.
(2) Pío XI: Nostis et Nobisc11m, 8-12-1849.
(3) Pío IX: Quanla Cura, 8-i2-1864.
( 4) Pío IX: Syllahus, 842-1864.
(5) León XIII: Quod Apostolici Mllneris, 28-12-1878.
(6) León XIII: Diutumum I/Jus, 29-6-1881.
(7) León XIII: H11man11m Genus, 20-4-1884.
(8)
León XIII: Rerum No11ar11m, 15-5--1891.
(9) León XIII: Caria, 10-7-1895.
(10) León XIII: Discurso, 8-10·~1898.
(11) León XIII: Per11enuli all'anno, 19-3-1902.
(12) Pío X:
11 Fermo proposito, 11-6-1905.
(13)

Benedicto
·xv: Caria, 11-3-1920.
(14) Pío XI: Dlvini lllifls Magistri, 31-12~1920.
(15) Pío XI: Caritate Christl Compulsi, 3-5-1932.
(16) Pío XI: Divini Redemptoris, 19-3-1937.
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LOS SOCIAUSMOS ANTE LA HISTORIA
Cierio es que, a partir de Pío XII, y ya en la Q11adr,.gessimo Anno
de Pío XI, no se encuentran esas bellas imprecaciones que iluminan
todos los texros anteriores; ya no se encuentra esa santa cólera que,
de
· golpe, impide toda veleidad de amalgama entre dos doctrinas
declaradas inconciliables. Ahora bien: aunque el tono ha
cambiado, la

doctrina católica no.
«Pero
el socialismo -,;e dirá- ha evolucionado considerablemente».
< propios principws y por las conse~ qtte de ellos sace, eJ co­
mtmismo, si, v11ewe h"cia lar doctrinas de la verdad «i.túma y, por
decirlo e,si, se acerce, " ellas. No se pttede negar, en efecro, que, a
veces, sus reivindice,ci,ones
se parecen asombrQs""""1Q a lo que piden
los que quieren reformar la sr,cieddd según
los principws «i.tianos».
Además, la situación histórica se ha modificado también, y hoy, por
ejemplo, nos hallarnos frente a lo que Juan XXIII
llama la socia­
lizaci6n
(18). Esta sooial,izaci6n (19), que se prestó a tantas confu­
siones
más o menos voluntarias, no designa, de hecho, más que la
multiplicación progresiva de las relaciones en la vida comón. O, aón
más

sencillamente,
el desatrollo de las relaciones sociales. Algunos
han concluido precipitadamente que el socialismo debería ser la
expresión política e ideológica de la socialización. Ahora bien: el
progreso
constante de

las
relaciones sociales
no presenta únicamente
peligros desde
el punto de vista cristiano, y aunque se vea una ame­
naza
en que
la multiplicación y desatrollo cotidiano de las diversas
foomas de asociación instalen poco a poco un estado totalitario, la
defensa y restauración de la familia y de los cuerpos intermedios bas­
taría a conjurar el mal.
Pero no nos s01prendamos si el observador distraído, al eocon­
trarse,
de una
parte, frente

a la
univecialidad de
la
socialización, y,
(17) Quadragessimo Anno, 15:5.¡931.
(18) Mater el Magistra, ·15-5-1961.
(-19) Será provechoso leer la Nota semántica sobre la .rocitJ!ización, de
J. Meolirén, en ItineraireJ, núm. 591
, 1961. Y también la carta de Pablo VI
a! cardena:l A.

G. Cicognani del 29-5-1964. Notemos que el
fen6meno de
la socialización estaba ya descrito, sin emplear esta palabra, eo. la Qfkldra­
gessimo Anno.
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CLAUDE CALLENS
de otra, frente a la infinita diversidad de los socialismos hist6ricos,
se

siente tentado de
creer que todo el mundo es socialista o que el
socialismo
no existe. ¿C6mo es~rar, en

medio de este embrollo, una
condenaci6n sin

matices?
fil equilibrio político ya no es lo que
era

en tiempos de Pío IX o de
León XIII. Por ello, escribe
Juan XXIII (20), «no ,e puede identificar a las falsas teorías filo­
sóficas acerca de la naturaleza, el origen y la finalidad del mundo y
del hombre con los movimientos hMórícos fundádos con un fin
económico, ¡qcial, c11/111ral o

politico,
incluso aunque estos ti/timos
tengan su origen en aquellas tecirías
y extrdigan todavía de ellas su
inspiración
(

... )
en la medid" en que estos

movimientos
estén de
acuerdo

con los
sanos principios de /~ razón y respondan a las ¡ustas
aspiraciones
de la persontJ hu~a, ¿quién se negará a recono,cer en
ellos

elementos
positivo, y digmn de aprobtJción?». Pablo VI reco­
gerá este argumento y
concluirá: <<.Se impone un discernimiento cui­
dádoso»
(21).

Y se impone más que
nunca, porque
si movimientos
que se llamaban socialistas lo son a veces. muy poco, otros movimientos
bajo etiquetas insignificantes o expllcitarnente cristianas y hasta ca­
tólicas son rigurosamente socialistas, y de la especie más rabiosa
además.
En esta gran confusión, la Iglesia, memoria y conciencia de la
historia,
nos dicta
invariablemente, sin equívoco,
nu,stra conducta
:
«ya se Je considere como doctrina, como hecho histórico o como· ,, ac­
ción'·',
el socialismo·, si sigue siendo real.mente· socialismo (

... ), no
puede conciliarse con los principios de la Iglesi" · Católica, porque su
wncepci6n
de la sociedad no puede ser

más
contrari cristiana
(

... ).
Socialismo religiow, so-cid!ismo crístMno, son contra­
dfrci ser al mismo tiempo buen católica y verda­
dera so-cialista» (17). Y Pablo VI, ¿dice cosa distinta que Pío XI,
cuando denuncia en la audiencia general del 10 de noviembre de
1976 al «cristianismo P"'ª el socialismo» y declara: «por muy fecun­
da, indispensable
e in,:,gatable que· sea y deba ser el impulso que el
cristiá11ismo confiera a la proml)CÍón humana, no se puede explo-
(20) Pacem in lerris, 11-4~1963.
(21) Octogésima ad-veniens ttnniversaria, 14-5-1971.
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WS SOCIALISMOS ANTE LA HISTORIA
lar/a en favor de una concepción ( ... ) que contr prácticamente, al propio cristianismo»? Está, pues, proba.do, de una
vez para

siempre, que Pío IX no obedecía a un simple
impulso de
mal

humor
cuando, ya en

1849,
amenazaba con el rayo divino a
los cristianos tentados
por el socialismo: < preciando las de

la ley
cristiana (

... ), se
de;an engañar por

los promotores de
las
maquinaciones del presente; si consienten en conspirar con ellos en
los sistemas perversos del comunismo y del socialismo, que sepan y
consideren seriamen.te que están ret1niendo para .rl mimosJ ante el
Divino Juez, tesoros de venganza par,a el. di,a de la có/er,a, .. » (2).
Esta es la verdad, e incluso cuando el socialismo se rebela contra un
mal auténtico, cosa que los Soberanos Pontífices no han · negado
jamás, el remedio es peor que la enfermedad; porque «h"Y -escribe
León XIII-un" tal diferencia entre (los) dogmas perversos (del
sccialismo) y la purisim,, dottrina de Jesucrisl'o, que no puede ha­
berla mayor» (5). He aquí por qué la Iglesia no aceptará jamás al
socialismo, si sigue siendo
socialismo.
Falta

saber,
por supuesto, en qué señales reconoceremos infali­
blemente
al socialismo que
s,igue siendo
socialismo
o al socialismo
enmascarado. También
aquí la. Iglesia, madre previsora, nos ha dado
desde
hace mucho

tiempo los
criterios seguros que nos permitirán
descubrir
la cizaña y que, al mismo tiempo, nos
explicarán la in­
compatibilidad de
las dos doctrinas en cuestión.
Los socialismos verdaderamente socialistas construyen una
socie­
dad encerrada en lo temporal. Dicho de otro modo, prerenden que
la
sociedad humana no esté
construida más
que con vistas al bien­
estar.
~hora bien: para asegurar a todos este bienestar material, el hom­
bre debe
estar sometido enteramente a la sociedad. Por tanto, la
autoridad social no
estará fundada más que
sobre intereses tet1l{>O­
rales y materiales. Histórica.mente ha podido insistir, en un primer
momento, sobre uno u
otro de estos tres principios, pero siempre
acaban por reali%ar una

sociedad totalitaria mediante
el implacable
silogismo

que
disuelve la persona y sus riquezas en la uniformidad
colectiva,
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CLAUDE CALLENS
Comenzad por nacion:alizar los grandes medios de producción y
os veréis obligados, más pronto o más tarde, a colectivizar las almas,
Exaltad la cultura de las masas y acabaréis socializando los bienes.
Pero nosotros,
¿.podemos admitir una

sociedad que se encierra
en lo
temporal sabiendo que, «a través de todos los cámbios y todas
las transfo,maciones, el
fin

de toda
esta vida s"cial permanece idén­
tiw, sagrado, obligatorio:
el desdrrol/o de los valores personales del
hambre en tanto que imagen de Dios»? (22). ¿Podemos admitir una
sociedad
preocupada sólo

del bienestar, que someta al hombre en
la
pmsecución de los bienes

materiales,
sabiendo que
el hombre
es
«un pequeño

mundo que vale
(por sí solo) mucho más que el
inmenso univérso inanimado» ; sabiendo que «en esta vida y en la
otra el hombre no tiene olro fin últim" que Dios y que, en última
instancia, todt>S las· wst>S de la tierra
(están) ordenadas a la persona
humana a fin de que vuelvá
oj su creador por medio de ellas?» ( 16).
¿Podemos admitir los intereses materiales y temporales como único
fundamento de la autoridad social sabiendo que
«la sociedad civil y
la persona humana tienen su origen en Dius y están por 1!.l mutua­
mente ordenadt>S ~ un guiente, puede sustraef'Se · a su.s deberes hacia la o-tra, ni negar ni
disminuir los derechos de la otra. Es Dios quien ha regulado estas
relaciones mutuas en
sus línet>S esenciales (

...
)»? (16). Así, «el hom­
bre como persona posee. derechr,s que ha redbido de Dios y que deben
permanecer prutegidos de cuanto tienda a negar/r,s, a abolirlos o a
desdeñar/o;»
(23). Por su parte, «las leyes fundamentales de la so­
cieddd, últlma.r, profundas, lapidarias, no pueden ser alterddas por
una intervención
del espíritu humano; se

podrá
neg1Jrlas, ignorarlas,
desdeñarlas, violárlas, pero jámás abrogárlas
con efecto jm-fdico» (22).
Tales son las razones eternas que deciden a la Iglesiá, incansable
en
sus advertencias, a
subrayar la irreductible oposición entre el
cristiariismo y el socialismo.
Y si no estamOs aún conve11Cidos de la : antii:iomía, miremos por
un instante las pedagogías· respectivas de la Iglesia y de la sociedad
(22) Pío XII: Con sempre, 24-12-1942.
(23) Pío XI: Mit brennender Sorge1 14-3-1937.
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LOS SOCIALISMOS ANTE LA HISTORIA
totalitaria que inevitablemente construye el socialismo que es ver­
dadero socialismo.
< en
primer lugtJr al hombre mí,smo; se esfuerza en formtJr al hombre,
en modeltJr y perfeccionar en él la semejanza divin,,. Su u-abajo · se
realiza en el fondo del awaz6n de cada cual, pero nene repercu.rMn
sobre
toda la duraci6n de la vida, en todos los ix,mpos de la actividad
de lo, individuos. En estos hombres así· formados, .la Ig/esú, pre­
p,,,-a
a la sociedad humana ,,,.,. base sobre la que tlf>O:YtJrse con se­
gur;d,,d». Así fue, recordémoslo, c6mo los apóstoles se enfrentaron
con
la
esclavitud_ «Estad sll!mÍsos a vuesU'os amos -dice San Pe­
dro (25) a los esclavoo-, con rodo ,espero, no s6lo a to, que son
buenos
y amables, sino también o los que son difíciles». «Y vosoU'os,
amos
-dice San Pablo (26)-, obrad ig11dlmer,te con ellos y deiad
las amenazas, teniendo en cuenta que
!N Seii los
cielos y que no hace acepci6n de pers=».
La Iglesia, pues, actuó en profundidad y con dulzura, porque la
liberación brutal hubiera provocado trastornos nefastos para los es­
clavos mismos
y para la sociedad (27). :&te ejemplo ilustra bien la
voluntad de la Iglesia de adaptar los medios a los fines. Ea efecto,
«toda commiidad soddl digna de este nombre, nacida de una 110/11n­
tad de paz, tiende, a su vez, hacia la paz, a esa tranquila comunidad
en el orden
en la cual S,mro Tomás ve la eser,da mi.mu, de la
paz» (22), pues el objeto mismo de la vida de la comunidad es ligar
a

los hombres entre sí
por los lazos de la amistad (28).
¿Procede así
el imperialismo moderno encarnado por el socia-
(24) La Ele-vatezza, 20-2-1946. La Iglesia «actúa en lo más íntimo del
hombre, en su
dignidad personal de criah.tra. libre, en su dignidad infinita.·
mente más alta de hijo de Dios. A este hombre, la Iglesia le forma y le
educa, porque sólo él, completo enl la armonía.de su vida natural y sobrena.
tural

en
el desarrollo ordenado

de sus
instintos y de sus inclinaciones, de sus
ricas cus.lidades y. de sus

aptitudes,
es. al mismo tiempo, el orige"n · y el ob-­
jetivo

de
la vida social, y, por consiguiente, también ·el principfo de su equf
lt"brio» (ld.).
(25) IEp., II-18.
(26) Efes., VI-9.
(27) Cf.r., entre otros. León XIII: rn· Pl11rimis, 5.5.J1ss.s.
(28)

Cfr.
Sum. Theol,, I, 9-92, q. 2.
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CLAUDB CALLBNS
lismo? ¿Tiene los mismos escrúpulos? Todo lo contrario. En lugar
de

progresar ante todo en
profundidad, procede

ante todo
en exten­
si6n
y en sll/Jerficie. No busca al hombre como tal, sino las cosas
y las fuerzas a cuyo servido le pone. Así, los gigantesCOS organismos
que
crea < cionan necesariamente hacia una concentraci-6n cada vez más grande
y una uniformidad más estricta. En consecuencia, su eq1'ilibrio y su
misma cohesi6n
se mim#enen únicamente por la fuerza y la coac­
ci6n exterim-
de las condiciones materiales y de los expedientes i«-­
rúlicos, de los t1eontecimientos y.de las instituciones, y no en vWtud
de una adbesi6n interior de los hombres y de su prontitud en tomar
inir:idtlvas y asumir responsabilidadeJ>> (24).
Los socialistas pueden decimos que elfos son los únicos -frente
a los liberales
y a los comunistas- que pueden garantizar y realizar
la autonomía de la personalidad humana (29); pero como, para
ellos, la emancipaci6n cada vez más amplia de ctld., ciudadano es
inseparable del desarrolk, de los servicios colectivas, al fin y al cabQ
resulta

que el ejercicio de
los derec'hos naturales

de la persona
de­
pende únicamente del grado de desarrollo de la infraestructura, lo
cual viene a decir que esos derechos naturales no tienen ninguna
prioridad y son puramente contingentes. O
sea, que no existen.
Así, p·ara no p.oner más que un ejemplo, ¿"cómo asegura, en la
perspectiva socitdista, UI emancip'fJCi.ón de la mujer, si no se crea un
número suficiente de guardería,?... Es la condici6n indispensable
-nos dicen-P"'ª permitir a la mujer elegir su destino, determin(lf'
por

si
mismr, si prefiere trabajar fuera o quedarse en casa. No seréis,
pues, libremente, señoras mías, madres en vuestro hogar, más que
si hay en vuestra ciudad una guarde.ría a la que no llevéis a vuestros
hijos. Tal
es la lógica socialista. En el mismo orden de ideas, al­
gunos, siguiendo
a Garaudy (30), pretenderán que la máxima auto­
nomía
podrá, al fin, otorgarse a cada hombre por gracia de la revo­
lución cibernética, que · multiplica las po'Sibilidades humanas y, por
( 29) Daniel Do.rsimont: «Por la autonomía de la petsónalida.d humana»,
en Sorialismo, núm. 111; junio 1972, págs, '224-238.
(30) En La gran em:-r11ciiada del socialismo.
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LOS SOCIALISMOS ANTE LA HISTORJA
tanto, lte,,a en germen la posibiliddd de descentrd/kadón del poder
por la rápida cwculación de mformaciones que permite. ¿Quién no
ve
la indigencia de esta antropología nebulosa en que el hombre se
enconttatá más allá de la máquina, al extremo de la organización?
¿Quién no ve, como
subraya Matee! Clement (31), la contradicción
de

esta
sociedad que quiere ser p,wa el hombte, ,d tiempo que rechaza
el set de una sociedad por el hombre? ¿Quién oo ve que no puede
haber nada más diferente

del cristianismo? Porque
-romenta
León
XIII (5) citando a San Pablo (32)-, «qué hay de común
entre la ;ustida y l,a iniquidad? ¿Y qué arociacMn existe entre la
luz y las tinieblas?».
futa oposición es tan flagrante que no ha escapado ni a los
incrédulos.
«El espl,ritu socialista -escribe Afain-busca siempre
modificar
el orden h1'mano tomtmdole por la par,e inferi-Or o por
deba¡o.
Por ,;emplo, no esperemos a que el cbrero tenga afidón
por
el estudio P"'" darle tiempo libre; no esperemos a que ta ins­
trucci6n y la cultura de todos retJlicen un orden poUtico me¡or, sino
hagamos actuar
los intereses; cambiemos mediante ellos

el
orden
poUtlco: la instrucción
y la cmturiJ de todos será el resultado. Hay,
iJnte todo, que cambiar las conditwnes de trt todo

lo
demás ( ... ). La idea cristiana es del todo contraria. La or­
ganización p'Otítict:a es, según el cri.rtiano, siempre .m-edfocre1 a me­
nudo mala, porque el espíritu de eada uno marcha cabeza alba¡o.
Primeramente hay que enderez,w
a/, indwiduo, a fin de que juzgue
ba¡o
lo que es ba¡o, venerable lo que es venerable (

... ).
Tal es el
movimiento evangélico, frente a/, cual, todo soci,alismo es un fari­
seismo» (33 ). Adoptamos, pues, sin reservas las conclusiones de Luis
Saller6n (34): «el socialismo moderno es anticristiano en su esencia,
Incluso cuando no se presente como anticristiano, porque
su objetwo
es ,/empre el establecimiento de una e,pede de comunión de

los
santos ( en e,te caso comunidad de

los
hombt-es) en y para "la ci,ud,uJ
(31) Cristo y la Revolución, Ed. de L'Escalade, París, 1972, pág. 122.
(32) 11 Cor., VI, 14.
(33) En Cristianismo y Socialismo, Propos. le Pléiade, Gallimard, 1956.
(34) En Liberalismo y Socialismo, CLC, 1977, pág. 109.
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CLAUDE CALLENS
tetrestre". El social;smo es la ideolO'gla de la marificacilm social»,
mientras que la vida crisriana es, ante todo, un lazo íntimo, único,
ron Cristn.
Al fondo

de cada
una de nuestras noches oscuras, a través de
nuestros . balbuceos y ooestras reticencias, nuestros gestns tnrpes y
nuestras adoraciones distraídas, nuestra esperanza y nuestra recom­
pensa, no lo olvidemos, _ será vivir . eternamente el amoroso cara a
cara al que se acercó San Juan de la Cruz y que tradujo imperfec­
tamente en unos versos que, no obstante, cuentan -entre los más
admirables de la literatura universal, si es que aún está permitido
hablar de literatura:
En mi peaho florido,
que,
entero, para él sólo se guardaba,
allí
quedó dormido
y

yo le regalaba,
y el ventalle de cedros a.ire daba.
Quedéme
y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó

todo
y dejéme,
dejando
mi cuidado
entre las
azucenas olvidado.
Dios

es amor y no puede
haber amor más

que entre dos per­
sonas. Nuestro
Señor no

murió en
la cruz para salvar a un pueblo,
una
raza, un

partido, una
liga, una oolectividad, cualquiera que sea.
El habló, sufrió, murió y resucitó por cada uno de n hacer de cada uno de nosotros una persona, miembro de Cristo.
«No se puede ser miembro de Cristo -escribe el padre Philip­
pe (35 )-más que si es una persona que ha optddo, que ha ele­
gido. Si ,w se ha orientad-o la propia vidd, si no se ha optad-o, si
no se tkne una dertdi libertad en la voluntad y, por consiguiente, en
el ttmfH', no, ,re puede un cristiano.». Ya, pues, desde este punto de
(3'.5) M. D. Philippe: Cuestiones discutMas, Beauchesne, 1972, pág. 109.
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LOS SOCIALISMOS ANTE LA .HISTORJ,rt
vista, el socialismo pone en peligro, nuestra salvación eterna (22).
Mutila al hombre al
dar primacía siempre a la colectividad, la clase,
la célula autogestionada. No es que . la. comunidad no sea indispen­
sable al hombre. No reprochamos a los socialistas el haber querido
rehabilitar la comunidad contra el
individualismo liberal.
.
Les. repro­
chamos el

haber querido satisfacer
la sed de. comunidad i_nherente al
roraron humano fuera de las comunidades naturales. y con desprecio
de
tos derechos persooales. El hombre privado, para ellos, no es
nada: no

puede menos de
set. desgraciado, explotado o explotador,
egoísta,

envidioso, alienado. Mediante el grupo infalible
y justo se
convertirá en generoso,
desinteresado, social y libre. Tal es su óptica.
Peto, en realidad,
el socialismo aliena al hombre, porque el . militante
o el simpatizante que ayer ha querido
poseer sin merecer y que
hoy quiere
ejercer la

autoridad
sin responsabilidad (36) es exacta­
mente un medio hombre.
la otra mitad de su set, el mérito y la
responsabilidad, pertenecen a la colectividad; es decir, a nadie. He
aquí por

qué
ya no ha,y candencia más que tm /.as calles, como decía
Camus;
he

aquí por
qué ya no hay cultura más que en la masa; he
aquí
por qué ya

sólo se
forma a

hombres
capaces de

adaptarse a una
sociedad cambiante; ya no hay responsabilidad, ni
esfueno, ni

bús­
queda de
la verdad, ni conciencia, ni cultura, porque ya no hay
persona, ni amor, ni, por consiguiente, sociedad; ya no hay más que
una masa, mantenida en forma, quiera o no quiera, por la impo­
sición, por el miedo, la
costumbre, o

bien,
romo en

la variante
escandinava y
las familias modernas, por el «pan y los juegos». «Pue­
blo de pigmeos», dirá un día Pío XII; pero hay que confesar .que la
expresión es lesiva para los pigmeos.
Esta muerte del hombre es la consecuencia de la muerte de Dios,
porque cuando un hombre, por cobardía, por
pereza, presionado -por
la socialización, acosado por el qué dirán, cegado por la opinión
(36) Cfr. «El sindicato debe mantener una presión constante sobre las
decisiones de gestiones sin
compartir, no obstante; la responsabilidad de la
misma». En Por un .rindieali.rmo transfo,mador y creador, congreso 1976 de
la Central de Metalúrgica de Bélgica, F.G.T.B., Revista del Congreso, pá­
gina
81, citado por M. J. Cha.pelle en El sindira/hmo belga, Saler y Obras,
19ry7_
455
Fundaci\363n Speiro

CLAUDE CALLENS
pública; o, más exactamenre, cuando un hombre olvida que es cria-
1:U!a de

Dios, que,
por la g,acit, s,mnf,etmte es elevado a la dignidad
de hijo de Dios e incorporado //ll remo de Dios en el cuerpo m,shCO
de Cristo; cuando olvida que, por estn, < gativas numerosas
y varidrkr: el derecho a la vida, a la integridad
del c11erpo, " las
medios necesarios a la existencia, //ll derecho a
tender a su fin
ú/Phno en la vía trl11lada por Diüs; el derecho de
asoc/4ci6n, de propiedad
'Y el derecho de usar de esta propiedad ( ... ),
el
derecho a (el) uso natural (del maPrir,wnio,); cuando un hombre
olvida que
no puede sustraerse a los deberes que, según la voluntad
de Dios, le s,qetan a la sociedad civil
(

... );
'Y que, igualmente, la
sociedad no puede frustrarle los derecho, personales que
el Creador
le ha concedido ... » (16); cuando, así, un hombre olvida el amor que
Dios Je

tiene
y el que espera de él, este hombre será sensible a los
espejismos del
mañana feliz y perfectamente preparado a la lucha
de clases. Así ocurrió ya con Eva
y Adán. El diablo -del griego au!~ol-o,
(alll[laUro), que significa calumniador y divisor-, maestro de la
mentira
y, por consiguiente, . príncipe de los socialistas, trata de
excitar a la
lucha de

clases, a la rebelión contra Dios, calumniándole
y acusándole de una decisión injusta y cruel que :et no había tomado:
¿Asl que Dios ha dicho: No comeréis de ningún ,,,-bol del jardm?
¿No nos dicen los socialistas sin matices: la sociedad capitalista aliena
al hombre, no trata de mejorarle, en ella
todo es

malo,
hay que des­
truirla?
Finalmente, Adán y Eva creyeron que, al transgredir el orden
divino, obtendrían un nuevo placer
-y fue verdad, sobre tndo para
Eva-, Wl nuevo poder, un poder superior; quisieron cambiar su vida,
pensaron adquirir la libertad al poseer la ciencia del bien y del mal.
Pero
la ciencia
del bien
y del mal que adquirieron -el diablo sólo
había mentido sobre sus
efocros---sólo

fue el conocimiento de su
fulta. Creyeron

ser libres al descartar las órdenes de Dios
y se pri­
varon de

la intimidad de Dios. Y Dios, dirigiéndose primero a Adán,
porque él era el guardián del
jardín, la autoridad en plaza, Je re­
prochó no solamente haber gnstado la
manzana, sino
también haber
escuchado a

Eva, no haber cumplido su deber. Adán
y Eva em­
peoran sin duda su caso al esquivar
las responsabilidades. Adán, en
456
Fundaci\363n Speiro

LOS SOCIALISMOS ANTE LA HISTORIA
lugar de reconocerse culpable, acusa a Eva, y Eva acusa a la serpiente.
Así, la promesa de la liberación desemboca en la alienación. Lejos de
Dioo, a

partir de entonces, los hombres,
movidos por
la invencible
necesidad de absoluto; los
hombres que

necesitan de Dios más que
del
pan, huérfanos que han renunciado a ser lo que son, intentarán
constantemente calmar sus deseos de infinito divinizando curuquicer
cosa;

cualquiet cosa
bastante amplia y fuerte pata soportar. la sa­
cralización y darnos la impresión de que allí encontraremos. nuestra
plenitud perdida.
Estamos en la
eta de

lo que Marce!
Bresatd (3 7) llama los ec­
toplasmas sociaks: la raza, la nación, el partido, el proletariado, la
clase. Y estos dioses pueden, incluso, encarnarse en un jefe provi­
dencial
o carismático.
Añadamos a esta panoplia. de
socialismos -nacionalistas,

fascis­
taS, comunistas-· otras invenciones- sutiles, otros.dioses sociales in~
manentes, según la e,q,,esión de Maritain, como la conciencia colec­
tiva,
el progreso, la
ciencia, la humanidad, la demacrada, la evolu­
ción redentora, el sufragio universal, la
opinión mundial,

el
ímpetu
vital, la auto gestión y, ¿por qué no?, la colegialidad.
El grupo se convierte en el lugar donde se elabora la verdad,
en
apariencia siempre
particular y cambiante;
pero de hecho el grupo
es la referencia universal e impecable, porque la mentalidad mágica
e infantil de muchos de nuestros desconcertados contetnporáneos es
espontáneamente
animista y quiere tranquilizarse canonizando los
ectoplasmas.
En efecto, ¿quién osaría discutir loo decretos de la colectividad?
Aunque la dictadura del proletariado no sea nunca otra cosa que
la dictadura
del mandarinado;

aunque el alma
de la comunidad ne­
cesi
un manipulador, conductor de pueblos, secre­
tario de comisión, eminencia gris o anima.den: 50Cio~cultural Da. lo
mismo. La captación de lo colectivo es tal que ha llevado a ciertos
jesuitas

favorables
al aborto a explicar que no hay hombre más que
socializado. E, incluso, en
el arte: según Diderot, Rimbaud y Bre-
(37) «La. conciencia colectiva: ¿mito o realidad?». Separata de Permanen­
ces, núms, 54 y 55.
457
Fundaci\363n Speiro

CLAUDE CALLENS
tón, el poeta no .es más que el portador involuntario de una poesía
en estado bruto que preexiste al arte creador, que, según esto, es
irresponsable.
Henos aquí en la era de los mitos. Henos aquí bien lejos de la
luz y el progreso aportados por el cristianismo; porque «cualquiera
que identifique, en una confusión panteística, a Dios
y el Universo,
rebajand,, a Dios
a las dimensirmes del mundo o elevando al, mundo
" las de Dios, ,w es de los que creen en Dios ( ... ). Cualquiera
-precisa Pío XI (23)-que tome a la raza, o al, pueblo, o al Estado,
o a
k, forma del Estado, o a los deposáarios del poder o a cualquier
otro valor fundamental, de
k, comunidad humana --cosa, todas que
tienen en el orden terrestre un puesto necesario y ho,wrable-;
cualquiera que tome e,tas nociones
P"'ª 'rePirarlas de esta escala de
valores, incluso religiosos,
y /a, tÜvinice por un culto idolátrico, in,.
vierte y fdsea el orden de las c()sas creado por Dios, e,td lejos de k,
verdadera fe en Dios y de una concepci6n de la vid,; que re,ponda
a esta fe». He aquí por qué reaparecen, bríll
los
e,plendores de la dvilizad6n cris­
tiana, los signos, siempre poco claras y poco definidos, cada vez 11UÍJ
ang,mwsos, de un progresisrrw corrumpido y corruptor: las tinieblas
se hicieron mientras cr11cificaban a Jerús» (38). ¡Terribles palabras!
En esras tinieblas reinan la l,ar.barie y la idolatría de las colectivi­
dades

todopoderosas.
Esras tinieblas

son realmente las
del universo
sin persona
de que habla Madiran (39).
Mientras
que todo el
esfuerzo civilizador
del cristianismo había
sido
hacer a cada uno responsal>!e persoualmente de los actos de que
sea conscientemente capaz, nosotros caminamos alegremente en di­
rección a la dktaduta de sociedades anónimas e irresponsables; vol­
vemos a

largos
pasos hacia la justicia expeditiva y simplista de los
tieinpos bárbaros y de los
malos profesores; la . que

consiste en
cas­
tiga¡,: a toda la clase por el crimen cometido por no se sabe quién
o por unos cuantos.
Y hay algo más grave, porqne, como señalaba el profesor De Cor-
(38) Pío XII: Summi Ponlificatus,_ 2(}-;10~39.
(39) En La ve;ez del mundo, N.E.L., 1966, págs. 219-233.
458
Fundaci\363n Speiro

LOS SOCIAUSMOS ANTE LA HISTORJA
te (40), «si la naturaleza ya no tiene más que ,m rostro desfigurmk;
si

el hombre
ya no tiene más que un rostro h11tnt1no dNuido en abs­
tracciones,
¿cómo podrá ser Cristo conocidc y amado? En estas con­
diciones,
para algunos,

ingenuos o
perversos, será

grande la tenta­
ción de adaptar una religión
que a

los ojos de
las masas resulta inso­
lentemente

personal,
y de socia:lizar la Revelación. Ciertamente, en
la
mayoría de los actos religiosos, hay, al lado de
la dimensión per­
soml, un aspecto comunitario; ciertamente, ~m<;>s católicos; pero lo
somos porque somos cristianos». «En si y esencialmente -dice
Santo Tomás (41)-la perfección de la vid,, cristiana consiste en la
'r~, que es, ant~ todo, y en su principio, amor de Dios; después,
y como efactü, amor del pró¡imo.»
¿Qué sucede hoy día frecuentemente, escandalosamente? Lo co­
munitario se sobrepone tan claramente a fo perrona]., que de comu·
nitario se transforma en colectivo, y la Iglesia eu muahos lugares habla
un lenguaje que ni los
revoluciona.-ri0& se atreven a
emplear:
«La
moral personal
que reivindica la Iglesia es, al parecer (42), cufp,..
bifizante
y penalizan/e ( ... ). Hace el juego a 11n ideología de pro"
vecho que se articula en torno a tres ejes:
lo eoonómico, lo polltico,
lo

psicológico ( ... ). Es
indispens,,l,le que una acción internacional
se manifieste pará crear un tejido eclesial en que sean p&sibles ,el,,.
cime, horizontales, fráterna/,es, de cipo no piri>midal, en que la f•
puede
to1J'Mr ,,, dimensMn colectiva y liberadoret>>. Se hablará desde
ahora de carismas de la participación, en que el esfuerzo peniten­
cial
es sustimido por la ayuda a Tanzania (43). Se hablará de pár­
ticipación de la fe, que no es más que la participación de la incre­
dulidad.

El sacramento de la penitencia
es el perd6n que los hombre,
pueden darse unos "
otros, y por la absolución intermediaria de la
Iglesia;
el cristiano sabrá «que es aceptado a 1" mesa eucarfrtica por
(40) En El hombre contra .ri mismo, N.E.L., pág. 27.
(41)
Ila, Ilae, 9.184. 3.
(42) R. Detry y X. Godts: «El ev-elio en su radicalidad», Revue Nou­
velle,
núm. 10; octubre 1976, págs. 310-3H. ·
(43) Cfr. el periódico parroquial Dimanche, «Una iglesia para el -Gran
Namus», 20-3-1977.
459
Fundaci\363n Speiro

CLAUDE CALLENS
la comunidad cris#an'6» ( 44). Para la comunidad cristiana, celebrar
la eucaristia es afirrruw que quiere vivw como (Jesús) y declararse
dispuesto
a decir como Él: he aquí mi vida entregada por vosotros.
El sacerdote es el que ve reconocido su carisma de animación y es
delegado por la comumdad oristiana. El pecado original es una aUe­
nación colectiva inher-e a
la condición histórica de los hombres.
La utilización del bautismo debe hacer aparecer las aliendáones so­
cial-es, económicas, políticas y c#l.turales, y hacer conscientes a los par­
ticipantes de su complicidad en todos los niveles ( ... ). Gracias o esto
toma

de
concienc/;¡,, e~ bt111tismo ya no

es
mutilado, por una compren­
sión individualista.; por el contrario, reC(rbra sus dimensiones históricas
y c"lectivas.
Como, según nos dicen, el gran mérito de Marx es haber lllDS·
trado que la realidad del hombre es el conjunto de las relaciones
sociales,
y que fa naturaleza humana se constituye en la historia por
la
praxis del hombre en

su
"ctividad de transformación del mundo,
la lucha política contra las estructuras alienantes será una liberación
total,
socio! y personal. Desde esta perspectiva, la Iglesia, proyectada
hacia
una actividad escatológica inaccesible al

esfuerzo
humano y des­
rinada1 sin embt1,rgo,, a d;¡,r a éste su significción última, animada por
la utopía de una tierra y de un cielo· nuevos ; la Iglesia está llamada
á estimular la creatividad colecfr,a, podria .· decirse que a llevar la
imaginación aJ poder.
En el mismo estiilo, podríamos reconsiderar la Encarnación, la
Divinidad
y la Humanidad de Cristo, la Resurrección, la Gracia;
pero detengamos la injuria;
la injuria hecha a Dios, a dos mil
años de santidad;
la injuria hecha al Magisterio de la Iglesia,
que ya bajo Pío
Xr' (23) -tuvo

que
-condenar
una interpretación
naciooal-socialista del dogma que se parece ,extrañamente a

éste;
la
injuria hecha al Magisterio de la Iglesia que, por boca de Pa-
( 44) To~ las citas que siguen están sacadas de, G. Fourez: Para liberar
la fe, Duculot, Gemb!ous, 1975, y de los dos expedientes de Fonnaci6n Per­
manente diocesana del Obispado de' Lieja, «Peca.do y Sociedad», «Liberación
social y Salvación cristiana», enviados a los párrocos de la. diócesis' el 30-·
11-1976.
460
Fundaci\363n Speiro

LOS SOCIALISMOS ANTE LA .HISTORIA
blo VI (45), nos recuerda «que ( ... ) la intenta ,Q!Jtitud de la
Iglesia, esposa

de
Cri,to, por lar nece:sidade.r de los hombres, :rus
alegríar
y sus esperanzas, sus penas y su, esf11erz<>J. ( ... ) no· p11eden
significar
jamás que la Iglesia misma se iorrf<>rme rnn lrlJ cosa, de
este
mundo, ni que dismín11ya el ardor de la es;era de SIi Sefí'or y
del R.eino eterno».
Pero esta presión formidable de un mundo socializado o· quizá
ya

socialista -no lo
sabem~, esta formidable presión que hace
vacilar a

la
misma Iglesia, ¿podemos pensar que no la sufriremos nos­
otros aquí, en. este recinto? Nosotros, que somos ahora -así lo es­
pero-- tan hábiles en detectar la paja socialista en el bolsillo del
vecino, ¿no corremos el
riesgo de

ceder,
quizá sin
darnos cuenta, a
alguna forma sutil de tentación socialista? A
este respecto, dos peli­
gros nos amenazan a tod.OS.
El primero sería reconstruir, como los socialistas, una ciudad
cerrada en lo
temporal, una ciudad que no fuera el trampolín del
Reino; el peligro, sería creer que luchamos por eh. sofo placer de hacer
triunfar
el partido de

la inteligencia ;
que nos esforzamos para gozar
un día el placer estético de la armonía recuperada.
El segundo peligro sería abandonarnos a la Providencia --0 a
esta obra providencial que
es el O/fice-como los socialistas se
abandonan
a
la colectividad; decimos: ¿Para qué? Dios está allí y,
además, se encuentran en iodos los rincones del mundo -o casi­
maravi/lo,os equipos conscientes
y organizados que luchan contra la
revolución.
m peligro sería decirse esto y quedarse sentados como
si
Dios,
allá arriba, y el · O/fice, aqul abo.jo, fuesen mutualidades o
sihdicatos.
Ahora

bien:
¿para qué peleamos y por qué debemos pelear?
A la
primera pregunta

ha respondido la
Iglesia hace

mucho tiem­
po. Peleamos porque está en juego la salvación de las almas, «y es para
esto
-dice San Gregorio al emperador Mauricio~ pa,-a lo que o,
ha

sido concedida
la potestad de

lo
alto sobre

todos
lo, hombres:
a fin de que
!,a virtud obtenga ayuda, a fin de que· el cielo se en­
sanche y el imperio terrestre sirva al imperio celestial». Ensanchar
(45) Profesi6n de. fe católica, 30-8-1968.
461
Fundaci\363n Speiro

CLAUDE CALLENS
el camino del cielo, tal es nm,stra misión. «l!.ns,,,.chad l10s caminos
del cielo, restableced ese grtt11 cdmino, y hacedlo más fácil», pedía
B05Suet a Luis XiIV ( 46). Pero ¿no tenemos todos, en este aspecto,
una gran responsabilidad? Y
ann cuando estimemos que,. en la situación actual, no podemos
esperar
una vuelta a la paz auténtica más que mediante un milagro,
recordemos que nunca se ha realizado un milagro sin que Dios exija
la
participación del

hombre. No
se construye con irresponsables una
sociedad de personas responsables, y Dios no salva a los hombres
sin
ellri6.
lll pide poco, pero lo pide. No hay medida común entre la
inaudita magnificencia del doh y el esfuerzo mediocre de los que
han preparado el

milagro; pero Dios
reclama toda esa mediocridad
confiada y,

al
parecer, tan trágicamente insuficiente.
Jesús
habría podido, sin
ayuda,
dar de
comer a
las muchedum­
bres; pero
reclama que Sd reúna la poca comida que se pueda encon­
trar, algunos panes y algunos peces. Por irrisoria que pudiera parecer
esta

acción,
fue realizada confiadamente y el milagro se produjo.
¿Sabemos
hacer este mínimo, o, mejor dicho, este pequeño mm­
mo, reunir esos pocos panes yi esos pocos peces para hacer el milagro
posible? Tal es la
aventura humilde,

pero la única realmente liberadora,
a la que
estamos todos invitados. Se nos invita a una nueva cruzada,
más allá de nuestras debilidades, de nuestras cobardías, de nuestros
temores, de nuestras ignorancias, no a modo de socialistas, sino a
modo de hombres para liberar lá Tierr" S""ta espiritual (22).
(46) Tercer sermón para el Domingo de Ramos, 1662.
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