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Número 163-164

Serie XVII

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La familia y la asistencia médica

LA FAMILIA Y LA ASISTENCIA M]IDICA
POR; BL·
DR. FELIPE FERNÁNDBZ ARQUEO
Los amigos que estudian la situ¡¡ción actual de la familia miran
preocupados a su alrededor
buscando más apoyos para su tarea de
consolidar su
fisononúa cristiana.

Se
detienen . ante la, medicina y
nos preguntan escrutadores :
¿Puede
la medicina hacer ·alguna· aportación a la tarea de dar
mayor cohesión

a
la familia/ ¿Qué ha1>ría que haceq,ara· conseguir
esa
aportación?
Contestar
a

esas preguntas es el objeto de esta comunicación.
Es probable que nuestras contestaciones resulten decepcionantes, pero
nos sentiríamos
satisfechos si,
al menos, fueran clarificadoras.
1.2 ¿Puede la medicina hacer alguna aportacióu a la tarea de
dar
mayor cohesión a la
familia?
Las relaciones de

la medicina con la familia no son una cuestión
bizantina que una
minoría: de estudiosos tallaría en sus especulado•
nes oaútas a-los demás. La existencia de esas relaciones es detectada
por todoo · loo niveles,

si bien pierde claridad a medida
que. se hace
desde

más
abajo y más dilatadamente.• Pero .todo el mundo ·.habla
hoy

de la crisis de la figura del
mé~o ,.de familia, Lo que pasa es
que la enuncian confusamente, cotílo (In.a expresión subconsciente}
que vamos a tratar de hacer consciente y nítida.
Tratemoo de entender qué piden las mismas· familias a la me­
dicina, aunque no
sepan expresarse. Quejarse de

la crisis del médico
de familia es equivalente a pedir su restauración,
renovación. o

ac­
tualización.
No

se produce
la figura
del
médico de famili• por una simple
suma o acumulación por un -mismo-médico d-e unas cu_antas asisten·
cias médicas inconexas y desordenadas a distintoo .miembros de una
familia, sino por
la· presencia
diligente de ese médico en las relacio­
nes entre esas cuestiones médicas entre sí, y entre sus portadores,
también entre si.
El médico de familia no atiende
a· las
cuestiones médicas aisladas
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Fundaci\363n Speiro

FELIPE FERNANDEZ ARQUEO
y recortadas como el especialista en su propio consultorio, sino que
las sigue en el domicilio familiar hasta sus más finas prolongaciones,
que

las
relacionan ¡:on los demás miembros, enfermos o sanos, de la
familia. Atiende,
además, de
una manera global a la familia; al
decir
global no pensamos en un empirismo más que para rechazarlo; que­
remos
decir conjunto armónico, de todos los
análisis, que
estriba en
las relaciones entre éstos. Y
también atiende

ocasionalmente a
cues­
tiones generales de 1~ familia a las que se asoma con ocasión y desde
la medicina.
·
Entendida así la zona de competeocia del médico de familia,
se entieodeo, a
la vez, sus posibilidades de reforzar parcialmente
esas relaciones interpersonales de sus mi~bros, de corregirlas y de
mejorarlas. O de
permitir, con
su
omisión o
ausencia, que se
dete~
rioren por otras causas. O de ser, por su formación perversa, una de
esas causas disolveotes, Esta

última posibilidad es uoa
gran: novedad
a

la que hay que
prestar la máxima atención, como luego haremos.
El acceso al

conocimieoto de
esas relaciones

eotre los miembros
de
la familia y del ambiente de ésta, y la posibilidad de intervenir
ea
ellas, permite

un conocimiento de la
máxima profuodidad de cada
episodio patológico; su diagnóstico
más precoo: y

acertado,
y, antes
aún, una insuperable medicina preventiva; finalmente, un tratamiento
prolongado y detallado y ajustado hasta las últimas consa:ueocias,
como

puedeo ser las estrictameote económicas de la colectividad
fa­
miliar. Es un axioma en medicina que hay que trabajar q:,n más
datos que los que verbalmente facilita el eofem10; ,el acceso a la
familia equivale al
acceso a
un gran
archivo de
datos. El lenguaje
es esencialmen~e insuficiente, pero se ·potencia con la transformación
afectiva; ésta existe en grado
máximo, por no decir exclusivo, en 1a
relación coa el médico de familia.
La enfermedad es, o debe ser, un acontecimiento familiar, y el
que lo sea como debe y modelado al servicio del bieo común, puede
Ser tarea de quien lo ve desde fuet'a, pero de cerca. Recuerdo de mi
vida de cirujano el mal efecto que me ha hecho no hallar ea el an­
tequirófano a todos los hijos
de un
padre que va a ser
operado; uno
porque

ha ido a
renovar un
carnet;
·otro porque
«tenía
que» ir
al
sastre, etc.
Quieoes anhelao una medicina ele familia, lo haceo porque an­
helan
esos
aspectos tan importantes.· de una buena medicina exclu­
sivos de ella. Pero este-anh~Io· es. más bieñ ocasional, episódico, con­
creto
y fugaz. Se aprecia,_ a:deinás-, eh 1:1uchos, -~tro an'helo distinto,
más estable, ¡:,emianente y confuso, de otra gestión atribuida a1 mé­
dico de familia, además, de las anteriores. Esta gestión es la· psico­
terapia de grupo, que él puede hacer mejor que nadie, a partir de
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LA FAMIUA Y I,A ASISTENCIA MEDICA
esas interrelaciones en las que interviene de manera propia y dife­
renciadora.

Entre
líneas de muchos cantos al médico de familia se
leen

peticiones de
psicoterapia de

grupo.
Se recuerda entonces la
contestación de
Jesús a los hijos de Zebedeo: «No sabéis lo que
pedís». Porque piden más de lo que se figuran. .
Llegamos así a una laguna o tierra de nadie que padecen el
hombre
y la familia a<:tuales. Una zona en la que el médico puede
moverse,
pero que no es totalmente suya, y en la· que hace crisis por
querer

dar,
o porque se

le pide,
más de lo que le corresponde y
puede, con el fin de suplir ausencias tan mal definidas · como su
presencia. Por eso
hablamos de «tierra de nadie>>, que
es como decir
del
primer ocupante.
Esta zona, todavía sin ocupante reconOCido unánimemente como
de pleno deredho, es la asistencia psicológica, individual y de grupo,.
de familia en nuestro caso.
El hombre
actwd adolece de falta de interlocutores, para cuestio­
m,s. personales profundas,

de
amigos, de
consejeros, de directores
espirituales y de psicoterapeutas; esta privación individual se refleja
eu
la familia,
pero en ésta se siente,
además de la suma de las pri­
vaciones individuales,
la desasistencia espiritual a lo que es común
y constitutivo, es decir, no a las personas, sino a las relaciones inter­
personales. Hay en eslle enunciado materia para un libro. Espero de
vuestra benevolencia que, sin
-enderse más, lo aceptéis.
La crisis no es, pues, tanto del médico de familia como de la
no asignación de esta materia a quien o a quienes realmente corres­
ponde.
Claro está que el
médico puede
disimular el
va,:io con
la apor­
tación de lo que le
es propio y supliendo a otros; por ejemplo, a los
capellanes, hoy secularizados. Pero
esto, que es beneficioso
de mo­
mento, a largo plazo
escamotea y permite eludir la solución verdadera,
clara, radical y definitiva, que está por venir. Tengamos el valor·de
señalar el vacío, aunque ello implique la acusación de no saberlo
llenar.
La

medicina doctrinal
actua:l da gran importancia a los aspectos
psicosomáticos que tienen casi todas las ·enfermedades, .es decir, a la
influencia de lo psicológico como factor constante, aunque de va­
riable magnitud en
la génesis y desarrollo de cualquier patología.
No
hay, como se ha dicho vulgarmente, una medicina psicosomática,
sino
aspectos somáticos en
todas las
enfermedades.
Este ¡:ilanteamien­
to

aumenta
notablemente las
posibilidades de
que· el
médico de
fa­
milia actúe como psicoterapeuta de grupo, según el anhelo general.
La politización cr,eciente de la sanidad la-hace invasora y aumen­
ta la relación entre la medicina y loo problémas de la familia.· La
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FBUPE FERNANDJ!.? ARQUEO
preseru:ia de médicos en organismoo oficiales que preparan leyes y
órdenes les

permite influir en
aspectos ambientales .que, a su vez,
pueden influir en
la vigorización o

disolución de
la familia. Ejem­
plos:

el
urbanismo, la vivienda, la medicina deportiva, la médicina
escolar,
la medicina laboral, la orientación profesional y otros muchos
en número creciente.
2,2 ¿Qué habría que hacer para mejorar la aportación de la
medicina
al servicio de

la
familia?
Preparar
los médicoo y pr~ar, también, las familias.
El

conocimiento de los
aspectos familiares de

una enfermedad,
y de los aspectos médicos de las relaciones
inteq,ersonales de

los
miembros de una familia y
la preparación remota y general para
influir benefioiosarnente en elloo, exige

mucho,
mucho tiempo.
Tiem­
po
para estudiar, estar, ver y hablar. Anticipemos el recuerdo de
que
el tiempo
es oro. La limitación del tiempo disponible constriñe
a una ópción
entre
la dedicación
a este
sector familiar de la medicina o a otros, más apremiantes, téc­
nicos, concretos y recortadoo. Et cónocimiento de · la parte ,le las
enfermedades que

vulgarmente
llamaríamos material
ha crecido de
tal manera que exige, sólo de por sl, uo tiempo tambiéo enorme.
Para
resdlver este

problema, entre
· otros,

nació la
fügutá del espe­
cialista,

pero ésta se
constituye a coota de

un
abandono (

no en sen­
tido
peyorativo) de esas otras pooibilidades familiares que aquí y
ahora nos interesan.
Inversamente, y en esto radica el problema, la medicina de fa­
milia no puede ofrecer en muchos problemas importandsi= más
que niveles notablemente inferiores a los de las especialidades, y ·no
tiene pooibilidad de

igualar a
éstoo. Esa insuficiencia indisimulable
en esos
aspectos fundamentales ha tratado de ser compensada dema­
siadas veces mediante una ficticia exageración de los aspectos fami­ liares,
en vez de ser reconocida sinceramente. Esto· ha llevado al
descrédito
otras
tantas veces
ai médico
de
cabecera.
Como

todo planteamiento de relación
inversa, la disyuntiva in­
vita
a la
elección por

uno de los términos. Pero hay
otra solución,
que

es complementar la medicina de familia con la colaboración de
especialistas cu.ando sean convenientes sin -esperar a que su actuación
se haga necesaria, pidiendo esta colaboración con la naturalidad que
le pertenece, Si las familias quieren
realmente lo

que
dicen, han de cambiar
de mentalidad
y aceptar este servicio doble y complementario,: el
médico
de
fa.mili,¡ profundizará en los aspectos menos visibles, fa­
miliares, del entorno de la enfermedad, y cµando la parte más lla-
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LA FAMIUA Y LA ASISTENCIA MEDICA
mativa y florida de la misma exceda sus posibilidades técnicas, re­
clamará la colabo,ación de los especialistas. Los honorarios de esa
primera asistencia previa a

la
llamada complementaria al especialista
no serán minusvalorados. La. asistencia, o aW1. la mera vigilancia de
los aspectos interpersonales y familiares de la enfe,medad, que no
se materializa en muchos casos ni siquiera en recetas, sino que se
expresa en forma de observaciones o consejos verbales, deberá ser
altamente
retribuida.
Hemos

llegado a uno de los puntos claves de
1as relaciones
entre
la familia
y su médico, el de los honotarios. Un médico que esté
poniendo al servicio de una familia todo lo que la medicina moder­
na puede ofrecer, es ca.ro. La buena medicina es intrínsecamente cara.
Los precios políticos de la medicina estatal han desorientado a los
españoles en estas materias a cambio de un fulgor efímero, insoste­
nible a medio y largo plazo, como el de todos los precios políticos.
El reconocimiento
ineludible de
la realidad
y de la natnraleza de
las
cosas implica

un cambio doloroso en la actual jerarquía de va­
lores del individuo
y de la familia, que en este punto es errónea.
Hay que
gastar más dinero en orientación profesional, en dentista
y en psiquiatra que en guitarras, fútbol
y diversiones. Ahí está gran
parte de la supuesta crisis.
Pero no toda. No incurramos en el error ma:rxista de hacer des­
cansar todas las cuestiones sólo en la econotnía. Esta es importante
siempre, decisiva a veces, pero no lo es todo. No es solamente la
mejor retribución económica la que desplaza a los nuevos médicos
hacia la especialización. Debemos completar
nuestro diagnóstico y
tratamiento acusando a la Universidad de incapacidad para formar
médicos útiles servidores de
la familia.
Incapacidad porque ha dejado de
ser católica y padece una
mezcla de

estos tres males: está masificada, es liberal
y es marxista.
La

Universidad masificada carece del
humanismo necesario
al
fin que nos ocupa.
La zafiedad mental del hombre masificado le in­
clina hacia la técnica escueta y aislada cuanto le incapacita
para los
ricos matires del humanismo
y de las exigencias ascéticas del Cris­
tianismo. El hombre masificado
y zafio es incapaz de llevar el peso
de la púrpura; la
ausencia de nobleza a
nada le
obliga. Los médicos
que actualmente
«fabrica» la Universidad española son bastos y mal
'educados, sin espiritualidad ni nobleza, en una palabra, proletarios.
El
liberttlismo contiene
un refinado
egoísmo que
se inhibe
y
desentiende de ayndar al prójimo, con hipócrita apariencia de ge­
nerosidad y
comprensión. «¿Acaso
soy yo el guardián de mi herma­
no?», exclama, como Caín, a toda !Jora el liberal. El médico liberal
que

cree en la libertad de conciencia, escéptico y desorientado, no
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FEUPE FERNANDEZ ARQUEO
se siente llamado a llenar ese hueco de la tierra de nadie que antes
señalábomos.
Pero

hay algo
peor: el marxismo. La medicina masificada y la ,
liberal

se agotan en la incapacidad o en
la negativa

de ayudar a la
familia.
La medicina marxista amenaza intervenir, pero para des­
truida. Por sus doctrinas políticas y por su adhesión al amor libre,
los médicos maqistas no solamente no creen. en la familia, sino que
se dedican a
atacarla y
destruirla. Llamarles
es abrir
la
puerta del
redil a un lobo. El concepto que tienen de la psicoterapia les hace
aún más peligrosos: no dejan a su interlocutor una pluralidad de
opciones liberal e indeterminada, sino que prolongan su interven­
ción hasta instalarle en un orden
-en lo cual coinciden con los
cristianos--, pero en· un orden marxista que no admite la familia
ni cada uno de sus elementos constitutivos.
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